El pasado Domingo de Carnaval se reunieron en una comida, que re­ sultó plena de añoranzas y evocaciones, este grupo de los nacidos en la calle Santa María. Allí se recordaron los viejos tiempos a que hacen referencia estas «pinceladas», y se prometió también volver a hacerlo durante los años venideros. PINCELADAS Ram ón M úgica Lecuona rates am algam a de ensortijadas cintas, juguetes, boto­ nes, zapatos, peines, hebillas, cordones, cazuelas, bisute­ ría, balones de 0,95, caram elos, etc., ni estaba aquel es­ quelético y viejo loro, que a pesar de estar rodeado de todo lo que podía haber en este m undo, encim a pedía con su voz ronca «O quero chocolate». Después de haber faltado varios años, volví. Lo hice por m onte y m uy tem prano. Eran albores de prim avera, iba sólo y en silencio, soledad y silencio los dos grandes colaboradores cuando uno trata de recopilar detalles y viejos recuerdos. Rentería de lejos estaba igual, parecía la enorm e bestia industrial que dorm ía en su guarida despidiendo fuertes resoplidos por las fauces de sus oscuras chim eneas. B a ­ jando lentam ente, me fui adentrando por sus sinuosas calles, crucé la principal y fui a parar a la Calle Santa M a ­ ría. M e pareció m ás pequeña. ¡Qué tendrán las cosas que de niños las vem o s tan grandes y ya de m ayores nos parecen m ás reducidas! Lo que de chico es tu barrio, es tu m undo, de adulto no deja de ser una calleja. Enfrente, y en la vieja casona pintada con un gris horri­ ble, el obrador Satu rn ino Mendarte, con su tostador de cafe y sus hornos apagados, bandejas de pastas y cara­ m elos vacíos extendidos y apiñados por doquier... ¡Cuántos pasteles hurtados! ¡cuántas tartas picadas! ¡qué caída y qué ceja abierta al rodar escapando por la desvencijada escalera em pujado por niña Isabel una v ís ­ pera de San Marcos...! Pero allí ya no estaba en la esquina el enorm e bazar de Dani, Patri y Ju li las «del Barbero», con aquellos escap a­ Aunque era alm a tem pranera, no se había levantado el gruñón de Lázaro el zapatero rem endón, hom bre que 21 nos debía tener gran paquete a los niños, o es que noso­ tros no éram os buenos y por eso andaba alguna vez la lezna por los aires. M uchas veces pienso con qué facili­ dad nos quedam os con la im agen del hom bre bueno u hom bre malo, si jam ás nos hem os acercado a él con sa ­ nas intenciones de diálogo. M ás allí el gran laboratorio, am asijo de hierros, rue­ das, relojes, bicis, m otos y chatarra de aquel hom brecillo de negro y erizado cabello y poblado bigote, ojos v iv a ra ­ chos, con su boina encasquetada, hom bre de pocas pala­ bras y voz atiplada, con algo siem pre colgando o unas cuerdas, o una cadena o un cigarro en la com isura de sus labios. Había bajado de un caserío que debió de de­ jar arrasado, en uno de sus atrevidos experim entos. Se sabía poco, o nada de su origen. S e decía que era un sa­ bio, un gran m atem ático, un gran electricista, para casi todos los vecinos un bohem io y un inventor. Por algo te­ nía una m otocicleta que andaba con agua caliente. Por sus andares cadenciosos y tam baleantes le llam aban Charlot. Siem pre solitario, siem pre pensativo... Una tar­ de aciaga se lo llevaron los m unicipales porque enjabo­ nado pero totalm ente desnudo com o Adán m archó por la mitad de la calle, m ascullando jaculatorias con una es­ tam pa entre sus m anos. Y sigo calle arriba. La enorm e alpargata sigue allí. T o ­ davía le estoy viendo entrando a la derecha y sentado en su m esa, hecho un patriarca al abuelo Boni con su txapela y su bata gris, m arcando com o se m arcan los novillos las suelas de las alpargatas que le entregaban los capelladores que venían de «Casas nuevas» allá a la otra par­ te del río. La am ona Jo s e p a asom aba siem pre en el din­ tel de la enorm e cocina, invitando a los clientes m enu­ dos, que siem pre salían con alpargatas nuevas y con una rebanada de pan que ella les daba bien untado en el rico caldo hirviendo de su cocina. ...La esquina de «Kantale» con sus deseados caram e­ los de cristal, sus hojaldres rellenos y sus velas colgan ­ tes... Pero ya ha am anecido y empieza a desperezarse la ca­ lle. S e oyen los hachazos sobre la tabla de la carnicería de Ricardo y Luis el carretero, se prepara a sacar los ca­ ballos que castigan con sus cascos el adoquinado y trata de engancharlos al enorm e carro. Tam bién un poco más arriba Cruz Los San to s abre su establecim iento de vinos, con su inm aculado y largo m ostrador, sus cuidados bocoyes, y su característica costum bre de no servir el rico m osto más que en las bo­ tellas lim pias y relucientes. La enorm e cam pana repica una y varias veces solem ­ ne y m ajestuosa desde la herm osa torre con sus acom ­ pasados y prolongados sones, al m ism o tiem po que el sacristán abre las enorm es puertas de la iglesia com o destripando el nuevo día. Yo recojo mi caballete, mi paleta y mis pinturas en­ vo lvién d olo todo entre mis recuerdos y añoranzas. Rentería 10 de Ju n io 1983 22