HOMILÍA EN LA FIESTA DE LA BEATA MARÍA RAFOLS, EN LA EUCARISTÍA CELEBRADA EN LA CASA GENERAL DE LAS HERMANAS DE LA CARIDAD DE SANTA ANA, EL 5 DE NOVIEMBRE DE 2004, SEGUNDO CENTENARIO DE LA FUNDACIÓN Saludo Muy estimada Hna. Josefina Vélaz, Consejo General, Hermanas y Amigos, que os unís, en este día de la Beata María Rafols, junto a su sepulcro, en acción de gracias. A todos, mi saludo y felicitación, en esta fiesta, dentro del año en el que se cumplen los doscientos de la llegada de las primeras Hermanas, junto a la Madre María, a los pies de la Virgen del Pilar, a Zaragoza. Introducción No quisiera inventarme las palabras, que como obsequio agradecido deseo pronunciar en esta ocasión tan significativa de vuestra historia. Me dolería ser como campana que retiñe, en eco de la carta paulina, si al invocar con los labios las figuras emblemáticas de vuestro P. Juan Bonal y María Rafols, que hace doscientos años fueron noticia esperanzadora en Zaragoza, no supusieran para mí una renovación interna y para todos vosotros una llamada a la santidad y a la radicalidad evangélica, según las diferentes formas de vida a las que os sentís llamados. He querido acercarme, en silencio, a este lugar, donde se conservan como preciosos relicarios los sepulcros de vuestros fundadores, para escuchar, como susurro, el eco sostenido de un modo de vivir hecho servicio, amor de caridad, concretizado históricamente en hospitalidad heroica por las primeras hermanas de la Congregación y por tantas generaciones de vuestro Instituto, que de manera discreta en tantas partes del mundo son testimonio humilde del carisma vivo que alentó a la Beata María Rafols. Llamada a la esperanza Ante tan venerables reliquias, de quienes en tiempos recios vivieron de manera radical el evangelio, cuando no era más fácil ser creyente, ni más moderno amar a los pobres, ni aparentemente útil dedicarse a los incurables, he sentido la certeza de que hoy sigue siendo posible la esperanza, mantenida, no por el fruto visible e inmediato, sino por la ley de la creación, de la semilla que si se entierra y muere da mucho fruto, misterio pascual. Queridas Hermanas de Santa Ana y fieles cristianos, muchas veces, dentro de los ámbitos religiosos y eclesiales, nos sorprendemos comentando las estadísticas de nuestras comunidades, seminarios, movimientos y en muchos casos se dibuja en nuestro rostro un hilo de tristeza, de nostalgia, al constatar, al menos en nuestros ambientes occidentales, cómo decrecen las vocaciones a la vida consagrada, al ministerio ordenado y el laicado se sumerge en medio de una sociedad aparentemente sin Dios. Cuando levantamos la mirada y la extendemos hasta los albores del siglo XIX y contemplamos a un pequeño grupo de mujeres, venidas de fuera, pobres, jóvenes, débiles, arrodilladas a los pies de la Virgen del Pilar, sitiadas, con hambre... y hacemos una comparación inmediata con nuestra época, nos salta la pregunta ¿acaso aquellos comienzos de vuestra Congregación fueron circunstancias más propicias que las actuales, para mantener la esperanza y la entrega a una causa aparentemente perdida? El siglo de las luces, racionalista, no veía bien la solución de la caridad para las necesidades sociales, ni la respuesta trascendente ante los problemas humanos. La razón imponía otra categoría de valores. En 1804 la llegada de las primeras Hermanas a Zaragoza pudo ser juzgada como antigualla, rémora de métodos anteriores que nada tenían que ver con la modernidad. En estas circunstancias adversas, en medio de un clima inmanentista, brota una forma de vida inesperada en la que la gratuidad, la donación total de sí, el amor a los más pobres, el servicio humilde y oculto se convirtieron en semilla del árbol que hoy cumple dos centenas. De manera paralela a los parámetros políticos, sociales, económicos, filosóficos y en parte religiosos, M. Ràfols, con las hermanas primeras, guiadas por el P. Juan Bonal, responden a las necesidades humanas con la mirada puesta en el evangelio, tomando como modelo el ejemplo de Jesús a los pies de sus discípulos, en actitud de servicio y anonadamiento, con la protección maternal de María, la madre Inmaculada, que les fortaleció en el Pilar. Resonancia Bíblica Cuando el pueblo de Israel fue deportado a Babilonia, en tiempos del exilio en el siglos VI a.C. y estaba a punto de perecer exterminado, la memoria de lo que había hecho Dios en tiempos de Jacob, 1.300 años antes, sacando de la esclavitud y del dominio de los faraones a Israel, alentó a un resto, que confiado apostó por dar culto al Dios de Israel, frente a la ley idolátrica y aquel resto volvió a reedificar el templo de Jerusalén. Cuando en el asedio de Jerusalén, en el siglo II a. C., todo parecía inclinado contra el pueblo de Dios y el templo de nuevo fue destruido, la memoria del valor de los jóvenes en Babilona y de Daniel, en tiempos del exilio, prestó ánimo a los Macabeos y volvieron a edificar el santuario. Hoy. queridos hermanos, cuando en la Constitución Europea se evita la referencia al cristianismo, mientras se alude al siglo de las luces. Hoy cuando el secularísmó avanza y lo confesional parece trasnochado. Cuando el ambiente parece cerrado a la trascendencia e impera el presentismo positivista. Cuando se nos quiere hacer creer que el comportamiento creyente es caduco y atávico, la memoria de lo que hicieron hace ¿¿-í<-,\ doscientos años la Beata María Rafols y sus compañeras nos ofrece un estímulo renovador que nos refuerza la certeza cristiana en los valores del evangelio. Tenemos en nuestra mano la circunstancia propicia, para que sin ruido ni altanería el ''amor saque amor" y con actitud serena, fortaleza recia, coherencia de vida, hospitalidad heroica, el mundo sienta el atractivo de la Buena Noticia a la vez que contempla la manera de actuar de los cristianos y de forma muy especial de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana. Conclusión Muchas palabras podrían llenar mi homilía en este segundo centenario de vuestro Instituto, Hermanas, sin embargo me quedo con el gesto emblemático de Jesús, lavando los pies a sus discípulos, traigo a mi memoria el agua inagotable del cantarillo de vuestra Madre Rafols. El Maestro quiso ofrecernos, arrodillado a los pies del hombre, con el agua y la toalla en las manos, la forma de restaurar la vasija rota, la manera permanente de recuperar el odre nuevo y el espíritu nuevo. Esto hicieron las primeras Hermanas de la Caridad de Santa Ana, lavando también los pies de los más pobres y dieron a luz una nueva humanidad. El secreto para que no se agote esta agua está en ponerse también a los pies de la Eucaristía, fuente y culmen de la caridad de la Iglesia, actitud a la que nos invita el Papa en su última Carta M.N.D. Que interceda por todos la buena Madre María y en esta año santo del Pilar y de vuestra Congregación sintamos la misma fortaleza con la que aquellas primeras hermanas fueron capaces de entregar sus vidas por amor. Angel Moreno, de Buenafuente