VIERNES 22 21’30 h. Aula Magna de la Facultad de Ciencias ANNIE HALL (1977) EE.UU. 93 min. Título Orig.- Annie Hall. Director.- Woody Allen. Argumento.- Woody Allen. Guión.- Woody Allen & Marshall Brickman. Fotografía.- Gordon Willis (DeLuxe). Montaje.- Ralph Rosenblum. Productor.- Charles H. Joffe. Producción.- Rollins-Joffe Productions para United Artists. Intérpretes.- Woody Allen (Alvy Singer), Diane Keaton (Annie Hall), Tony Roberts (Rob), Carol Kane (Allison), Janet Margolin (Robin), Shelley Duvall (Pam), Paul Simon (Tony Lacey), Colleen Dewhurst (sra. Hall), Christopher Walken (Duane Hall), Jonathan Munk (Alvy, niño), Mordecai Lawner & Joan Newman (padres de Alvin), Marshall McLuhan y Dick Cavett. v.o.s.e. 4 Oscars: Película, director, guión original y actriz principal (Diane Keaton) 1 candidatura: Actor principal (Woody Allen) Música de sala: Woody Allen’s movie music Canciones que aparecen en las películas de Woody Allen “Creo que siempre tuve unos gustos un tanto sofisticados para la comedia. Ya de niño no me gustaban demasiado las comedias disparatadas, repletas de gags visuales y persecuciones absurdas. Nunca me gustaron los payasos, al contrario que a Fellini. Me sentí atraído inmediatamente por un tipo de comedia más sofisticada. Me gustaba Preston Sturges y algunas de las comedias sofisticadas de comienzos de los cuarenta. Ésas eran mis favoritas. Chaplin sí que me interesaba, porque era un tipo extremadamente divertido. Buster Keaton no me parecía divertido. Creo que sus películas son soberbias, son obras maestras. Están hechas con gran oficio, su trabajo no tiene defecto alguno, pero él no me hacía reír mucho. Los Hermanos Marx entran dentro de una categoría especial, porque ellos eran descarados y como payasos, pero al mismo tiempo muy, muy, sofisticados. Tremendamente cerebrales e ingeniosos.” “Sentía instintivamente que una película en la que me dirigiera directamente al público y hablara personalmente de mis problemas les interesaría, porque tenía la sensación de que muchas de las personas del público tenían los mismos sentimientos y los mismos problemas. Quería hablar directamente con ellos y ponerme frente a ellos” “La gente pensó que ANNIE HALL y Manhattan eran autobiográficas pero, de hecho, esos dos guiones los escribí con Marshall Brickman y él realizó multitud de aportaciones. Así que, ¿de qué autobiografía procede? ¿de la suya o de la mía? Es una tontería.” “No me importaba que al público le gustara o no. Sólo quería hacer lo que quería hacer en ese momento, marcar un cambio de orientación” Originalmente el guión de ANNIE HALL trataba sobre un asesinato en la ciudad de Nueva York. Era una historia policíaca que Allen escribió antes del rodaje de La última noche de Boris Grushenko. Tras terminar esta película, retomó el anterior guión, cogió parte de él y alguno de sus personajes y lo transformó en ANNIE HALL. En la primera versión de la historia, un profesor de filosofía llamado Dr. Levy era encontrado muerto. Aparentemente se había suicidado al saltar por la ventana de su despacho. Alvy, amigo y alumno del profesor, sabía que la idea del suicidio no cuadraba con su filosofía, así que inicia una investigación sobre el caso por su cuenta, ayudado por Annie, una mujer a la que acaba de conocer. La idea del profesor de filosofía que acaba suicidándose ante la sorpresa de todos, la retomaría para Delitos y faltas, mientras que la parte del asesinato sirvió, años después, para Misterioso asesinato en Manhattan. El guión derivaba luego hacia una farsa ambientada en la Inglaterra de la época victoriana. Cuando Allen comenzó a desarrollar la historia, llevaba mucho tiempo rodando lejos de casa y no le apetecía volver a salir de Nueva York, y tener que disfrazarse con trajes de época. Así que decidió actualizar su historia y hacerla contemporánea. Durante meses el título provisional de la cinta fue “Anhedonia” que es el nombre de la enfermedad psicológica que padecía el protagonista: estado psicológico en el que nada de lo que haga consigue proporcionarle placer a una persona. Pero la United Artists insistió tanto que finalmente Allen accedió a cambiarlo por el de ANNIE HALL escasamente un par de semanas antes de su estreno. En España se lanzó comercialmente con el subtítulo de “Casi una historia de amor”. La película tiene una gran complejidad de estilos, donde se permite recurrir a cualquier técnica cinematográfica si la historia lo requiere, logrando un auténtico collage estructural de formas. Aunque en principio la historia se desarrolle en la actualidad y de una forma claramente realista, Allen no duda en permitir a sus personajes un mágico viaje al pasado, donde pueden ser testigos directos de escenas de su propia infancia; introduce subtítulos en la imagen para diferenciar lo que dice el personaje de lo que realmente está pensando (efecto que se pierde en la versión española); compone dos escenas diferentes en un mismo plano, con la pantalla dividida en dos; el espíritu de Annie se sale literalmente de su cuerpo mientras hace el amor con Alvy, y, finalmente, éste se convierte en un personaje de dibujos animados dentro del largometraje de Disney Blancanieves y los siete enanitos (1937). Se podría entender que ANNIE HALL es la historia de un neoyorquino de 40 años que pasa revista a su vida y a sus relaciones con las mujeres, narrada en clave de comedia realista, entre sentimental y romántica, anclada en el penetrante análisis de las relaciones interpersonales, crisis incluida, a caballo entre Nueva York, por la que experimenta una patente subyugación, y Los Ángeles, por la que siente una náusea crónica. Todo ello entre un cúmulo de aventuras surrealistas que le ayudan a descubrir su verdadera personalidad. O para expresarlo en palabras del propio Allen (siempre tan agradecido de citar), la pugna, rivalidad se resuelve de la necesidad de “vivir en una ciudad que tenga un ideal cultural frente a una urbe cuya única ventaja cultural es que puedes girar a la derecha con el semáforo en rojo”. Innegociable es que el film se erige sobre las peripecias y ansiedad de un Alvy Singer (Woody Allen) que examina su vida, disfruta de la monogamia intensiva, va en búsqueda del amor auténtico (toda una utopía sentimental), saltando de una mujer a otra, de un fracaso al siguiente, pero importa no sólo su perfil, sino también la disección de la pareja (y de sus parejas), la descripción de su inestabilidad y de su crisis vital (descrita con los síntomas de una enfermedad contagiosa), en fin, la mirada implacable dirigida a la usura, la erosión que implica la convivencia sentimental. Y en esta balanza cobra singular importancia la mujer, futuro del hombre y razón de su existencia, idealmente representada por Annie Hall (Diane Keaton), guapa y frágil, neurótica y despiadadamente autocrítica, revisada y corregida por una intensa práctica freudiana, e imbuida de idénticas contradicciones y paradojas que Alvy Singer. Quizás el tema más importante de ANNIE HALL es la búsqueda del amor auténtico. Alvy Singer no transige en su búsqueda de la autenticidad: no siente otra cosa que desprecio por la cultura kitsch de California, con sus descerebrados intentos por evitar las realidades desagradables. Lo que preocupa a Alvy es que una vida al margen de la “mala fe” pueda resultar aún más vacía que dentro de ella. La autenticidad de enfrentarse a la muerte pone de relieve la falsedad de las relaciones ordinarias. Incluso Annie, tan alegre y despreocupada, resulta ser poco auténtica: “Lo estropeas si te fumas un porro... Soy como un cómico, de modo que si alguien que está colocado se ríe, para mí no cuenta. Porque siempre se está riendo”. Cuando el intelecto tiene al corazón prisionero, prospera la mediocridad. La creatividad implica la voluntad de la libre asociación: aquellos que se preocupan demasiado por evitar juegos de palabras débiles o chistes malos jamás serán verdaderamente cómicos, y aquellos que teman hacer el ridículo jamás tendrán la libertad de expresar sus emociones. Alvy quiere llegar al corazón a través del intelecto; no quiere sortearlo empleando la dependencia burguesa que representan para él las drogas estupefacientes. El ansia por lograr lo auténtico -junto con el temor de que pueda existir o no- hace que Alvy sea incapaz de entregarse plenamente a otra persona. “jAlvy! ¡Alvy! Eres tú el que nunca ha querido someterse a un compromiso auténtico”. Proyecta su falta de auto confianza sobre Annie; no puede creer que alguien pueda amarle por sí mismo. Por esta razón, cuando le quieren, él se retira. Alvy racionaliza que el fin de esta relación es, precisamente, la confirmación de esta desconfianza. Uno no puede “conocer” el amor que alguien siente por uno; como mucho, puede ser un acto de fe. Alvy no puede soportar esa incertidumbre, esa desconfianza. Pierde a Annie, puesto que la cualidad que amaba en ella era precisamente aquella que no podía poseer: su integridad, su ser diferente. Sus intentos por lograr controlarla acaban en la marginación de Annie. Crónica agridulce de los yuppies neoyorquinos, el film es un concentrado de la filosofía de la vida de Woody Allen y un catálogo de sus obsesiones y temas recurrentes. Entre otras consideraciones sobresalen las raíces étnicas de su humor, al acentuar el aspecto judío de su imagen cinematográfica. Alvy es un marginado que aquilata con ojo crítico el sueño americano desde una perspectiva algo descentrada. Ahí nace su fascinación por la cultura WASP, focalizada en las actitudes, excentricidades de Annie. Encontramos sus reiterados comentarios y/o pullas sobre el amor (cf. la celebrada frase: “Hacer el amor contigo es una experiencia verdaderamente kafkiana”), el psicoanálisis (“Le doy un año más -tras quince de seguimiento- y luego me iré a Lourdes”), su antisemitismo (durante una comida familiar Alvy se transforma de golpe en un rabino, por el efecto perverso del antisemitismo ambiental), su postura existencial sobre la vida (dividida entre lo horrible y lo desgraciado) o la perenne debilidad de la línea que distingue la realidad de la fantasía. Fluctuante entre la introspección y la megalomanía, entre Ingmar Bergman y Federico Fellini, es también un compendio de las figuras estilísticas que marcan su cine, del equilibrio de planos cortos y largas secuencias, donde el pasado y el presente se funden, estructurando el film en orden a flashback casi proustianos y huidas hacia adelante (amén de excelentes ideas luego imitadas hasta la saciedad como la comparecencia de Alvy en épocas precedentes para tergiversar la realidad o momentos como su espectro que se eleva, deja su cuerpo y observa la situación). Con ANNIE HALL, que supone un evidente salto de calidad en su obra, Woody Allen adquiere una credibilidad negada, un palpable prestigio como realizador. De cómico más o menos ingenioso y admirado se convierte en un cineasta con “Oscar”. La ruptura que la película señala con respecto a su filmografía previa es notable, al tiempo que adensa su tipología como personaje: neurótico, hipocondríaco, vulnerable, física y emocionalmente inestable, ansiolítico, sexualmente frustrado... , retornando la imagen del hombre urbano entallada por Jack Lemmon en títulos como Con faldas y a lo loco (Billy Wilder, 1959), El apartamento (Billy Wilder, 1960), Cómo matar a la propia esposa (Richard Quine, 1965) o La extraña pareja (Gene Sacks, 1968). Pero también con esta película, Allen redefine radicalmente el concepto cinematográfico de héroe, y se convierte en el primer cómico internacional que ha superado el personaje del ingenuo, el inocente o el irresponsable, para presentarse ante nosotros bajo un aspecto totalmente adulto. No solo libera al héroe cómico de la mayor parte de sus características tradicionales haciendo de él una persona como las demás, sino que, al presentar a un protagonista ostensiblemente cercano al Woody Allen de la vida real, combina ese nuevo rango con una fuerte inyección autobiográfica. A partir de ese momento, cabalgando entre la comedia y el drama sin tener que limitarse a uno u otro registro, su discurso cinematográfico podrá abordar otros terrenos antes prohibidos al film cómico. En la medida en que el espectador comparte sus preocupaciones y sus problemas abordándolos de una manera no radicalmente diferente, éste puede desde entonces identificarse con el héroe cómico como lo hacía con cualquier otro personaje. Algo imposible en los cómicos pre-allenianos, no sólo por su diferencia física y psicológica, sino porque la práctica del gag, a la vez su lenguaje propio y su modo de aprehensión del mundo, constituye un método esencialmente no realista (salvo en su más rudimentario nivel, en la naturaleza no hay gags espontáneos), aunque manipule constantemente los elementos más concretos de lo real. Cierto que la contrapartida de esta ganancia es una pérdida: esa que los nostálgicos del Woody Allen de la primera época no han cesado desde entonces de reprocharle. El público experimenta un legítimo deseo de que el cómico que en el pasado le ha hecho reír siga cumpliendo su función de solaz, y un resentimiento, menos legítimo pero comprensible, cuando Allen se niega a hacerlo (un conflicto, por lo demás que Allen introduce en la temática de Recuerdos). Ahora bien, parece que en todos los grandes creadores cómicos existe una tendencia –natural- hacia lo serio y las formas de expresión que lo vehiculan, esencialmente el drama. Esta tendencia, que más o menos tardiamente o más o menos radicalmente acaba manifestándose siempre, tendrá como resultado Una mujer de París (Charles Chaplin, 1923), The day the clown cried (Jerry Lewis, 1972) o Interiores (y habría que analizar la excepción que supone Buster Keaton, un cómico que nunca cedió a la tentación, quizá porque su aproximación a lo cómico era ya intrinsecamente seria). Y si en el teatro, Mòliere lo hizo, se podría recordar asimismo que Corneille, al igual que Allen, antes de escribir “El Cid” y de dedicarse a la tragedia, comenzó con una serie de comedias con las que consiguió un gran éxito. El primer montaje de ANNIE HALL contaba con cuatro horas de duración; así pues, por el bien del conjunto, Allen no dudó en sacrificar secuencias enteras para que la historia, que en principio giraba sólo en torno al personaje de Alvy, acabara girando en torno al de Annie. Secuencias como una divertida fantasía en la que Alvy se ve a sí mismo jugando al béisbol con el equipo de los “Knicks” de Nueva York. Otra en la que a los personajes de Alvy, Annie y Rob mientras pasean por las calles de Manhattan se les presenta el mismísimo Diablo vestido con un elegante traje y corbata, y les propone una visita con guía por el Infierno, bajando en un ascensor que les va llevando por distintos niveles, donde se van encontrando a diferentes personajes célebres, hasta que al llegar al sexto nivel y abrirse la puerta aparece, entre llamas, el presidente Nixon –esta idea del “tour por el infierno” la retomará en Desmontando a Harry-. De las cuatro horas iniciales se pasó a un segundo montaje de dos horas y media, para finalmente acabar con la copia conocida de 93 minutos. La forma de vestir del personaje de Diane Keaton, que marcó todo un estilo, fue idea personal de la propia actriz, a pesar de que le costara más de un disgusto a la encargada del vestuario, Ruth Morcey. El personaje de Annie Hall estaba hecho enteramente a su medida, con ese ligero aire distraído y modesto, tal y como ella es: “Mi forma de vestir, que luego mostré en esa película, venía directamente del Soho de Nueva York. Creo que en la calle es donde se encuentran las más inagotables fuentes de imaginación”. ANNIE HALL (y films posteriores como Manhattan, Broadway Danny Rose, Hannah y sus hermanas o Días de radio), además de significar un punto y aparte en su obra, se impone como una crucial referencia, capital influencia en la evolución de la comedia sentimental (o no) norteamericana (no exclusivamente) contemporánea, tanto por la libertad de su estructura narrativa como por la relevante construcción de los personajes. Que sus lecciones luego caigan en saco roto o sirvan para escarmiento de multitud de copistas o de mendaces epígonos es harina de otro costal. Texto: Ramón Freixas, “Annie Hall” en “Las mejores películas de la historia de los Oscars”, rev. Dirigido, marzo 2000. Bertrand Tavernier & Jean-Pierre Coursodon, 50 años de cine norteamericano, vol. 1º, Akal, 1997. Jorge Fonte, Woody Allen, col. Signo e Imagen/Cineastas, nº 42, Cátedra, 2002. Graham McCann, Woody Allen, el genio de a pie, Espasa-Calpe, 1990.