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Berlín prepara una exhibición para 1885. Y para que tenga éxito
dispone una novedad. La exposición no será universal, sino alemana,
ni abarcará
todo
género
de productos,
sino
simplemente
los
productos del arte industrial, en que aún no vencen Alemania ni
Austria a Inglaterra laboriosísima, pero en que ya le andan a las
calzas. De esta manera saldrán a luz sin miedo los artefactos
germánicos y austriacos, que son ya muchos, aunque ligeros y como
postizos,
por
lo
que no
se han
atrevido
todavía a
rivalizar
públicamente con los ingleses sólidos, y con los elegantísimos
franceses.
Bien hacen, bien, los pueblos que cultivan esta clase de
industrias artísticas. La mente sube de grados en el conocimiento,
contacto y creación de la hermosura. Nótese qué nobles castas de
artesanos son aquellos cuyas labores tienen algo de intelectuales o
artísticas.
Las
soluciones
violentas
y
brutales,
los
modales
indelicados, los gustos rudos y groseros, que suelen acompañar a los
cultivadores de oficios mecánicos, conviértense, por estas generosas
y ennoblecedoras influencias artísticas, en un superior estado mental,
y una como nobleza de espíritu, que, habituado al buen gusto, en
cuyo perfeccionamiento trabaja, lo quiere para sí, y lo quiere en la
vida.
Ya no es una sola la lancha movida por electricidad que anda
sin tropiezo por las aguas. A La Electricidad, nombre de la primera de
este género, ha venido a reunirse otra, de cuarenta pies de largo, sin
maquinaria ni otra obstrucción visible. La lancha recibe el poder
motor de ochenta celdas de acumuladores Sellon Volckmar, siete de
los cuales están colocados bajo cada una de las hileras de asientos de
los lados, y el resto bajo el piso. La hélice es movida por un dinamo
de E. Siemens.
Baterías y dinamo pesan en junto como dos
toneladas.
Veintiuna personas iban a bordo en el viaje de prueba, y la
lancha anduvo seis millas, a una velocidad de ocho millas por hora.
Créese en Londres, con motivo del experimento, que esto
prueba
que
la
electricidad
es
aplicable,
por
lo
menos,
a
embarcaciones de recreo, sin que molesten los hornos de vapor, el
polvo, el humo, el olor del aceite.
La lancha nueva puede andar seis horas, esto es, cuarenta y
cinco millas, sin cambiar los acumuladores.
Parece que se han hecho importantes mejoras en el acumulador
Sellon Volckmar.
Se señala en los Estados Unidos el hecho de que Maracaibo, el
conocido puerto de Venezuela, está comenzando a ser importante
puerto de tránsito para el comercio con Colombia. Durante el año
pasado, 38 224 bultos de mercaderías, y 28 907 de sal, en camino
para Colombia, fueron recibidos en Maracaibo. Y por Maracaibo se
embarcaron 166 279 sacos de café, 1 296 bultos de quina; 17 355
cueros y 18 paquetes con los afamados y ligeros sombreros del país,
exportados de Colombia.
Acaba de publicarse un libro notable, que debe andar en manos
de cuantos quieran saber cómo fermentan, desbordan y pudieran ir
siendo vueltos a su cauce los elementos batalladores de la edad
moderna.
El libro es de un hombre ilustre, sabio en cosas de Lógica y
Economía Pública, el inglés Jevons, ya muerto, que estuvo dotado de
la rara condición de expresar en frases gráficas y salientes los
términos de los revueltos debates lógicos y sociales.—Distingue las
ideas como un anatómico distingue músculos. Y cuando se le lee,
parece que se ve extendido ante los ojos el cuerpo social.
Métodos de la Reforma Social
se llama el libro: Comienza
discutiendo con claridad y profundidad sumas la posibilidad de
alcanzar por un buen sistema de recreación e instrucción populares,
menos áridas que el actual sistema de educación escolar, alguna
sensible mejora en la condición general de los hombres. En un
capítulo examina los “Gremios de artesanos, su objeto y sus
métodos”; en otro, estudia las “Asociaciones Industriales”. Cree
Jevons que, en la mayoría de los casos, sale perjudicado el obrero en
su intento de regular los salarios por medio de los “Gremios de
artesanos”, intento siempre dañoso a la comunidad. Muy bien dice
cuando dice que la lucha del trabajo contra el capital—como es de
uso llamarla, no es en realidad más que una lucha del trabajo contra
el trabajo, de ciertas clases de trabajadores contra otras.
Considera a las “Asociaciones Industriales” como la más
verdadera forma de la cooperación. Aboga vigorosamente por el
sistema de proveer los empleos públicos por oposición entre los que
aspiran a ellos, y dice que las condiciones puestas a prueba y sacadas
a luz en esta clase de certámenes son precisamente las mismas que
se exigen para librar con éxito el combate de la vida, por lo cual son
legítima medida de los méritos de los opositores, y modo seguro de
lograr, sin los peligros del patronato político, buenos empleados.
Favorece el experimento previo, en pequeña escala y en
determinado circuito, de las leyes que reglamentan el uso de los
licores
antes
de
que
se
las
promulgue
como
generalmente
obligatorias, tal como está haciendo ahora Inglaterra en la India con
los Bancos Agrícolas: los ha puesto a prueba antes de establecerlos
definitivamente.
En realidad asombra lo elemental y rudimentario de las
prácticas políticas, aun en los países más adelantados.
Sobresale el volumen en la precisión con que discute el tema,
hoy muy en boga, del dominio de los medios de comunicación y
transporte por el estado. Cuanto hay que decir en esto, y hay mucho
que decir en favor de la propiedad privada y en la del estado, el libro
de Jevons, con magistral imparcialidad, lo dice.
Es un libro de los tiempos. Estará bien en los estantes de todo
hombre moderno.
Hay una compañía en Boston que fabrica buenas ruedas para
pulir la madera, ya de las formas comunes, ya de formas especiales.
Ofrece que usa en sus ruedas madera muy bien seca, y
recubierta de buen cuero.
Hace ya algunos años se creó en París un laboratorio municipal
encargado de examinar muestras de diversos productos recogidos de
oficio en casa de los comerciantes y de analizar las mercancías
llevadas allí directamente por el público. Cada examen cuesta,
comprendidos todos los gastos, 7 francos y 49 céntimos; y un simple
ensayo o dosage, 1 franco, 25 céntimos. Más de dos terceras partes
de los análisis son gratuitos; el laboratorio cuesta, pues, a la ciudad
una buena suma; pero bien lo vale la higiene de sus habitantes. Es
incontestable, en efecto, que la creación del laboratorio ejerce ya una
influencia seria sobre el mejoramiento de los géneros comerciales.
La América. Nueva York, septiembre de 1883.
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