EXCURSIÓN A ALMAGRO (CIUDAD REAL) Como último acto del Congreso se realizó una excursión a la ciudad de Almagro. Después de la cena en un típico mesón, se visitó la ciudad y a continuación en el Corral de Comedias se asistió a una representación del Entremés de Cervantes "El Retablo de las Maravillas". El Director de la obra, José Osuna, es el autor del texto que a continuación se transcribe y que fue facilitado a los congresistas para mejor comprensión de la obra y de la historia del Corral en el teatro español. CORRAL DE COMEDIAS DE ALMAGRO ALMAGRO Cuando entréis en Almagro, pensad que lo hacéis en una de las villas más cargadas de historia de la geografía española. Parece que en su forma actual nació con la Orden de Calatrava, de la que fue más tarde sede, como capital del Campo de Calatrava. De a h í la riqueza de sus palacios, iglesias y casas solariegas, que aún nos asombran con sus escudos y blasones. De ella salió Don Diego de Almagro, que moriría trágicamente en Perú. En ella vivían los Fúcares, banqueros de la Corona Imperial de Carlos V, por su proximidad con Almadén, cuyas minas de azogue explotaban. En el último tercio del siglo XVI, se crea en la villa la Universidad que durará hasta el primer tercio del XIX. A mediados del XVIII, pierde la capitalidad que pasa a Ciudad Real. Pero Almagro se nos presenta ahora, como un enorme estuche donde estuviera encerrada toda su gloriosa historia cuyos ecos nos llegan como u n regalo generoso, en sus calles, en sus paseos, en sus edificios, en su Corral de Comedias. EL CORRAL DE COMEDIAS El Corral de Comedias está enclavado en la Plaza Mayor, cuyo recinto fue escenario de justas, fiestas de caballería y famosas corridas de toros. Su aspecto entre flamenco y nórdico se debe a la ascendencia de los Fúcares, (Condes de Furggers), que la restauraron y ampliaron hasta darle su original estética. Cuando, tras el Concilio de Trente, el teatro es desterrado de las sacristías y atrios de las iglesias, los cómicos lo instalaron en la calle, sobre escenarios rudimentarios que ellos mismos montaban y desmontaban, contratados a veces por los municipios otras por los propios sacerdotes. Más tarde se introdujeron en los patios de las posadas, de donde viene el nombre de Corral a nuestros primeros teatros. Las representaciones se hacían para recaudar fondos, con fines benéficos, destinados a los hospitales y asilos. A ello hace, precisamente, referencia "Chanfalla", el protagonista del "Retablo". . . "hanme enviado a llamar de la Corte los cofrades de los hospitales, porque n o hay autor de comedias en ella, y perecen los hospitales, y con mi ida se remediará t o d o " . 147 El Corral de Comedias de Almagro estaba en el llamado Mesón de la Plaza. Su distribución arquitectónica responde plenamente a cuantas descripciones nos han llegado sobre la vida teatral en España en los siglos XVI y XVII. Al traspasar el zaguán de entrada, damos de frente con el escenario, detrás del cual están los camerinos, y cuyo foso servía al mismo tiempo de cuadra, por lo que es posible afirmar que más de algún verso de Lope tendría que compartir su sonoridad con rebuznos y relinchos de menos letrados animales. A ambos lados del escenario, y cerrados por espesas celosías, los aposentos o palcos, reservados a gente de respeto, que pagaba, por su uso y disfrute exclusivos, cantidades acordadas previamente con el posadero propietario del Corral. A continuación de los aposentos, las galerías y frente al escenario, la "cazuela", único lugar donde podían presenciar las representaciones las mujeres, y donde estaba prohibido el acceso a los hombres. Tal era la moralidad de la época. En el patio, de pie, los hombres del pueblo. Este patio, descubierto, se cubría cuando era necesario por un toldo que atemperaba los rigores climatológicos. No se sabe muy de cierto cuando dejó el Corral de funcionar como teatro, aunque es presumible que sería en tiempos de Felipe IV. Sea como fuere, es el caso que hasta mediados del presente siglo, en que fue restaurado tal como ahora se ofrece, el Corral sustituyó los versos de Cervantes y Lope y Calderón y Quiñones de Benavente por los gritos, habladurías, broncas y silencios de un patio de vecindad. "EL RETABLO DE LAS MARAVILLAS"- "Entremés" de MIGUEL DE CERVANTES El "entremés" es un esbozo de comedia, una situación jocosa escrita y representada con la única intención de divertir a un público popular, muy frecuentemente aburrido por "loas", dramas sacros, églogas pastoriles y demás géneros teatrales al uso. Dada la independencia de su asunto, que se planteaba y resolvía en sí mismo, su ubicación dentro de la representación era indiferente, bien antes del drama base de la fiesta teatral o entre sus distintas jornadas. Desde que el sevillano Lope de Rueda lo confirmó como género literario, el "entremés" fue evolucionando, tanto en su intención como en su forma, hasta que Cervantes lo elevó a categoría máxima. El propio Lope de Rueda, que además los representaba él mismo, y al parecer con gran acierto y donaire, introdujo la modificación, en relación con los anteriores, de escribirlos en prosa, abandonando la forma usual versificada, con lo que adquirieron una peculiar tonalidad de realismo popular que los liberé del amaneramiento y afectación anteriores. Sus situaciones y personajes estaban basados en tramas y tipos que eran de conocimiento general y sobre los que muy a menudo improvisaban los representantes. Cervantes dice en el prólogo a sus "Ocho comedias y ocho entremeses": "... aderezavanlas y dilatavanlas (las comedias) con dos o tres entremeses, ya de negra, ya de rufián y ya de bobo y ya de vizcaíno: que todas estas cuatro figuras y otras muchas hazaia el tal Lope con la mayor excelencia y propiedad que pudiera imaginarse". Pero a pesar de tan encomiásticos juicios, el "entremés" no debía ser considerado como pieza de valor literario o teatral, a juzgar por los pocos que han llegado hasta nosotros con paternidad conocida. Desde la publicación de los de Lope de Rueda por Timoneda, hasta que Cervantes firma los suyos, la mayoría de los editados, generalmente acompañando ediciones de comedias de autores famosos, son anónimos, como si existiese entre los poetas un cierto pudor en autorizar y legalizar con su firma estos humildes y maravillosos exponentes de nuestro acervo teatral. Resulta, por lo tanto, insólito, que el más famoso prosista de la época, cuyas novelas lee todo el mundo, arriesgue su prestigio aceptando la paternidad de sus ocho entremeses. En la evolución señalada desde Lope de Rueda, muchos fueron los elementos que se introdujeron y se modificaron; pero uno de ellos se infiltró, para constituirse en parte casi inseparable del propio contexto del "entremés"; nos referimos a la música. La danza, que había invadido todas las clases sociales, se adentra en las entrañas del teatro. Por ese motivo, cada vez con más frecuencia, barberos y danzantes son introducidos en la acción con cualquier excusa dramática, a veces sin ninguna, al objeto, simplemente de justificar la "zarabanda", o "jácara", o "escarraman" (bailes populares del S. XVI y XVII) final. Y como es obvio que este final feliz y brillante no puede ser consecuencia de situaciones no resueltas convenientemente, los conflictos de los personajes, sean cuales sean sus embrollos, deben solucionarse con anterioridad. Por otra parte, lo que empezó siendo un apropósito cómico, de burda composición, se va puliendo y afianza su propia personalidad como género literario. Cervantes le devuelve, incluso, su primitivo diálogo versificado —para dignificarlo— en dos de sus producciones: "El rufián viudo" y "La elección de los alcaldes de Daganzo". De este modo, además, las representaciones alcanzan un mayor rigor dramático pues los actores tienen que ceñirse al verso y abandonan la costumbre de improvisar, que tan fácil les resultaba sobre un texto de prosa. Y como consecuencia de lo anterior, los entes de ficción van dejando de ser arquetipos para convertirse en personajes. Pero la gran renovación cervantina consiste en uña sutil diferencia en cuanto al planteamiento dramático. Podríamos expresarla diciendo que lo que hasta él, era simplemente un embrión, una posibilidad, se convierte en la condensación voluntaria e intencionada de algo superior. Ello se expresa en la selección de personajes y situaciones que desvelan a nuestros ojos una problemática social y humana de más profunda significación. Tal, por ejemplo, en EL RETABLO DE LAS MARÁ VILLAS, que es considerado por críticos y eruditos el mejor de la producción cervantina. "Chirinos" y "Chanfalla", que, a mi juicio, son dos picaros y no comediantes, como tradicionalmente se les considera, llegan a un pueblo dispuestos a engañar, con un embuste de su invención, a los incautos habitantes. El embuste lo recoge Cervantes, como tantos autores españoles y extranjeros de la 149 época, de la tradición popular. Otros escritores y dramaturgos han recogido, así mismo este tema, al parecer muy en boga, y se señalan concomitancias entre "El retablo..." y otras producciones literarias. El embuste consiste en hacer ver a través de un repostero, que ni siquiera es tal, sino una pobre y simple sábana rota, las figuras de ficción creadas por ambos picaros con la ayuda del sabio Tontonelo. Ellos montan su enredo aprovechándose de la vanidad de los pobres palurdos a quienes previamente advierten que "ninguno puede ver las cosas que en él se muestran, que tenga alguna raza de confeso, o no sea habido y procesado de sus padres en legítimo matrimonio". Bastaría, sin duda, para excitar la vanidad de sus futuros espectadores el condicionarles a ser hijos legítimos, pero el autor antepone la necesidad de "no tener raza de confeso" para situar socialmente el "entremés", pues, en efecto, de nada se cuidaba tanto la sociedad de su tiempo como de la limpieza de sangre, sobre todo en Castilla, en uno de cuyos pueblos sitúa Cervantes la acción. Con habilidad y maestría se desarrolla una acción alucinante en la que, además del efecto cómico pretendido, subyace una sangrienta burla contra la hipocresía y la obsesiva manía de limpieza de sangre. Múltiples y muy variadas figuras van saliendo del Retablo, llegando a su culmen la trapisonda del "Chanfalla", cuando hace bailar al sobrino del alcalde con la inexistente doncella herodiaca. Entre los palurdos no podemos adivinar muy claramente hasta donde, su propio deseo de ver, les lleva a ser efectivamente las figuras que "Chanfalla" crea en su imaginación; pero en el auditorio espectador hay dos personajes cultos, —el. Gobernador, aspirante a poeta dramático, y el Escribano— de quienes no cabe duda que la simulación es cierta, por temor de ser considerados por los demás como "contagiados de estas dos tan usadas enfermedades". "Basta —dice el Gobernador ante una de las apariciones— que todos ven lo que yo no veo; pero al fin, habré de decir que lo veo, por la negra honrilla". Y en otra ocasión, Pedro Capacho, el escribano: "Así veo yo ahora a Sansón como al Gran Turco. Pues en verdad que me tengo por legítimo y cristiano viejo". ¿Es esta una divertida sátira de Cervantes contra su propia clase intelectual? Los personajes, todos, están trazados con perspicacia y profunda sicología, y las tensiones entre ellos responden las propuestas escénicas de manera fácil y lógica, desde la empecinada manía del alcalde Benito Repollo contra el deforme Rabelín, hasta los debates entre unos y otros sobre quien es de más puro linaje y limpia sangre. La situación va discurriendo hacia una difícil solución y es, precisamente aquí; donde con asombroso talento de dramaturgo, el gran escritor nos sorprende con un imprevisible final. Su gran hallazgo es introducir entre los imaginarios títeres un ser real. En efecto, un furriel de la tropa cercana que ha de venir a alojarse al pueblo, aparece impensadamente a través del retablo. Extraordinaria situación dramática la que se plantea, pues a la confusión del auditorio escénico se añade la del auditorio real de la representación. Sobre el escenario, los personajes dudan, y no se atreven a definir la personalidad del recién llegado, que finalmente es considerado como confeso, hasta que éste enfurecido desaloja el auditorio a golpes de espada, entre las burlas complacidas de "Chirinos" y "Chanfalla", que ven así realmente conseguido su propósito. Este final, que podría incluso considerarse como anticipación pirandeliana, priva sin embargo a la obra del más habitual y brillante epílogo con "zarabandas" musicales, como si el propio autor, consciente de su hallazgo no quisiera empañarlo con ningún otro elemento de menos calidad intelectual. Este es el motivo por el que "El retablo de las maravillas", carece del clásico final del resto de los "entremeses". JOSÉ OSUNA