Quién fue María de Magdala? Carmiña Navia Velasco En la revista Gaceta del domingo 5 de septiembre, en el artículo “¿Es Dios misógino?”, se dice: “Pero Jesús se rebeló contra esas prácticas en el episodio de la lapidación de María Magdalena”. Esta afirmación nos sitúa de nuevo ante un equívoco que dura demasiado y que es necesario desmontar en la imaginación común y en el saber cotidiano corriente. María Magdalena, en los imaginarios populares y artísticos, ha sido consuetudinariamente una pecadora arrepentida a la que Jesús salvó de una vida de prostitución o desenfreno y que además lloró amargamente su pecado a sus pies: de ahí la expresión llorar como una magdalena. Sin embargo, no hay una sola evidencia bíblica o de la literatura apócrifa del primer cristianismo que avale esta afirmación. María de Magdala, llamada así en referencia a su lugar de origen, Magdala, una ciudad industrial y helenizada del norte de Palestina, fue una discípula/apóstol de Jesús de Nazaret, que apoyó su causa y su persona con su presencia, compañía y bienes. Fue una líder de las primeras comunidades cristianas, que tuvo el honor de ser la primera testigo de la resurrección del Maestro. De ella se sabe poco y la búsqueda de su figura histórica hay que complementarla en diferentes textos. Los evangelios canónicos nos dicen que fue curada por Jesús y que de ella expulsó siete demonios. Esta afirmación apunta a señalar un proceso de transformación: siete es un número simbólico que señala la unidad total, con lo cual se nos dice que María de Magdala fue en adelante una personificación explícita de la mujer nueva. No hay absolutamente un solo texto, dentro o fuera de los Evangelios, que señale que fue prostituta o pecadora pública o privada. Sin embargo, por oscuras razones, a partir del siglo III y cada vez más, su figura se escondió detrás de la de una mujer aparentemente prostituida o simplemente pecadora, que lava los pies de Jesús en un episodio en el evangelio de Lucas. Desde la década de 1960, la Iglesia católica, en el concilio Vaticano II, reconoció que esta confusión era un error y corrigió las lecturas del día en que se conmemora la memoria de esta gran mujer. De esto hace ya medio siglo. El autor del texto “¿Es Dios misógino?”, cuyas otras tesis comparto totalmente, parece referirse a un episodio muy significativo recogido en el capítulo 8 del evangelio de Juan, en el que Jesús se opone a la lapidación de una mujer anónima, acusada de adulterio por unos varones anónimos también. En este momento, en medio de la sacralidad de una fiesta y del templo, Jesús está haciendo unas revelaciones sobre sí mismo, sobre su misión, sobre el Padre, nombre que él da a la Divinidad. Como parte de estas revelaciones, con una simple frase: “el que esté libre de pecado que arroje la primera piedra”, el Profeta de Galilea desmonta al menos ocho siglos de prácticas abusivas contra la mujer, sustentadas en la Ley de Moisés y en la doble moral machista de los varones. Se trata de un evento importante y significativo a la hora de mirar las posiciones de Jesús frente a las mujeres, pero en ningún momento referido a María de Magdala. Es necesario señalar con claridad que a María de Magdala, discípula y apóstol de Jesús, le ha sido robada su fama y hay que restituírsela, porque ello conviene a la verdad y a la memoria histórica de las mujeres creyentes, que deben saber que tienen en el camino de la fe ancestras de las que estar orgullosas y a las cuales referirse en sus luchas por la igualdad en el terreno religioso, de mediación espiritual o de estructuración eclesial. Las propuestas de los textos del Testamento Cristiano son diversas y complementarias. Todos los evangelistas canónicos coinciden en afirmar que María de Magdala tiene una presencia liderante en los momentos de la crucifixión, enterramiento y resurrección de Jesús. Es la mujer que más se nombra en los evangelios después de María de Nazaret, la madre de Jesús. En el evangelio de Juan, su papel es especialmente significativo y nunca se le menciona como la famosa pecadora arrepentida de la que habla la literatura, la pintura, las homilías y muchos sermones piadosos. Por otro lado, la literatura extrabíblica de los dos primeros siglos la reseña y registra también como una mujer importante, impulsora de comunidades y al servicio del seguimiento de Jesús de Nazaret. Un evangelio de tradición gnóstica, perdido en más del 50%, se titula el Evangelio de María, en referencia a ella. En él y en el Phistis Sophia se la muestra como una cabeza de la Iglesia naciente, guía en el camino para muchos y muchas creyentes. Esta literatura da cuenta de una rivalidad entre mujeres y varones en el nacimiento del cristianismo. En el Evangelio de María leemos: “Leví tomo la palabra: Pedro, tú siempre has sido un impulsivo; veo ahora que te ensañas contra la mujer, como lo hacen nuestros adversarios. Sin embargo, si el Maestro la he hecho digna, quien eres tú para rechazarla? No cabe duda que el Maestro la conoce muy bien, la amó más que a nosotros…”. Los jerarcas de la Iglesia, en los primeros siglos, no supieron qué hacer con ella y para no incluir mujeres en la llamada tradición apostólica, le dieron el título de Apóstol de los apóstoles… Mientras tanto, otra tradición misógina caminaba subterráneamente y produjo esta confusión con una pecadora arrepentida, que luego se identificó con una prostituta. Esta falsa identificación lo que ocasiona es una pérdida de la potencia y el papel de una lideresa de la primera Iglesia. Es importante, como parte de la lucha contra las prácticas y tradiciones religiosas antifemeninas, restaurar el nombre de María de Magdala y hacer justicia a su verdadera personalidad. La imagen de la mujer echada a los pies de Jesús llorando su pecado, preferida de la pintura y los sermones, refuerza el imaginario de la mujer-pecado, tan fuerte en los llamados padres de la Iglesia y en general en todos los varones eclesiales. Es la misma imagen que produce miedo, encierros, lapidaciones físicas o morales y quema de brujas. Esta referencia continúa justificando la exclusión de las mujeres del sacerdocio católico, continúa presidiendo las iras contra las mujeres que luchan por legalizar el aborto, continúa atormentando con la culpa a miles de mujeres a través de los confesionarios. Por el contrario, la imagen de una mujer autónoma, líder, poderosa que desarrolla una relación de igualdad y compañerismo con Jesús de Nazaret, propicia en las mujeres creyentes otro horizonte para sus vidas y otras posibilidades de relaciones de igualdad con los varones eclesiales.