mentalidad nueva La evangelización Pensamientos 126 - enero de 2014 La evangelización La Iglesia peregrina, liderada por María de Nazaret, tie­ne como gran tarea evangelizadora liberar del hambre y del pecado y hacer disfrutar de la plenitud humana en esta tierra. Disfrutamos, por tanto, del alimento que nos da el Padre en su Hijo, encarnado por el poder del Espíritu Santo en las entrañas maternales de María. La Palabra y la Eucaristía hacen presente para siempre al Señor de la vida: por un lado es acción de gracias, y por otro es misión para llegar a todos y hacerles felices en Cristo. La auténtica moral consiste en el bienestar de la humanidad. fundador del Seminario del Pueblo de Dios GLOSA Si miramos los evangelios nos damos cuenta de que Jesús no sólo anuncia una Buena Nueva, sino que sana y libera también de espíritus malignos a las personas que se le acercan. Estos hombres y mujeres curados por Él y receptores de la Buena Nueva que les ha anunciado, se convierten, a su vez, en evangelizadores del regalo que han recibido. Son varios los personajes que pasan de evangelizados a evangelizadores: Zaqueo, por ejemplo, después de acoger a Jesús en su casa, proclama a la asamblea su decisión de restituir lo que ha robado a favor de los más débiles y desvalidos (cf. Lc 19,8); la samaritana, después de dialogar con Jesús, sale a proclamar a los cuatro vientos que ha encontrado al Mesías (cf. Jn 4,29); el leproso, sanado de su enfermedad, no para de glorificar a Dios y de darle gracias (cf. Lc 17,15 ), etc. Desde este momento la Iglesia imita esta pedagogía, llevando la Buena Nueva del Evangelio, proclamando la liberación de las personas en el nombre del Señor (cf. Hch 3,6). Por esto Francesc Casanovas presenta así la gran tarea evangelizadora de la Iglesia: liberar del hambre y del pecado y hacer disfrutar de la plenitud humana en esta tierra. La evangelización, por tanto, no se basa solamente en el marketing –aunque los medios de comunicación son importantes para la misión evangelizadora–, ni se trata de un proselitismo, tal como lo señala a me­ nu­do el Papa Francisco, sino que consiste esencialmente en liberar a las per­sonas y ayudarlas a una renovación interior y profunda, empezando por los aspectos más humanos y concretos hasta la fascinación por la per­sona de Jesús. María goza de gran importancia en la misión evangelizadora, porque nos hace descubrir las entrañas de misericordia del buen Dios que quiere lo mejor para sus hijos. María nos muestra su feminidad y maternidad, y por eso comunica la Buena Nueva con la intención de buscar el bien­ estar de la persona. Para ella evangelizar es llevar felicidad en el hogar, que es la Iglesia, trae alegría y bienestar. Ella hace presente la dimensión maternal y paternal de Dios, de un Dios que es capaz de conmoverse con las debilidades de los hombres que ha creado, compadeciéndose de ellos y perdonándolos, tal como una madre pasa por alto las fechorías del su hijo. Ella sabe que la auténtica moral consiste en el bienestar de la humanidad. En la evangelización de María no vemos tanto una técni­ca o una programación muy bien estructurada. Todas estas cosas son im­por­ tan­tes, pero ella nos muestra todo el apasionamiento de la madre que se desvive por sus hijos, el amor generoso y entregado a su esposo San Jo­sé, a su prima Isabel, a sus amigos y parientes, a la comunidad de su Hi­jo amado, la capacidad magistral de convocar a los discípulos, hombres y mujeres, a la pascua de Pentecostés, infundiéndoles confianza y coraje, a fin de llevar adelante el envío misionero que han recibido del Señor. En fin, la tarea evangelizadora de la Iglesia, liderada por María de Nazaret, consiste básicamente en llevar a todos la liberación que Jesús nos ha ga­nado mediante su muerte redentora y su pascua de resurrección. La Iglesia primitiva del Nuevo Testamento nos muestra una comunidad que acoge cada día nuevas personas a la fe. Hay un atractivo, una fuerza muy grande, una novedad de vida que atrae mucha gente. Encontramos una comunión de vida que convoca, porque «todos los creyentes estaban de acuerdo y tenían todo en común» (Hch 2,44). Se da, seguramente, el calor de la presencia de la mujer unida a María, figura de la Iglesia, que hace presente la misericordia y la ternura del Padre y el perdón de su hijo Jesucristo en la fuerza del Espíritu. Es aquí donde los fieles recibimos el ali­mento que nos da el Padre en su Hijo, encarnado por el poder del Es­ píritu Santo en las entrañas maternales de María. De este modo, la Iglesia evangeliza nutriendo con el Pan del cielo que es Jesús, un Pan que nos hace degustar la Vida verdadera: «Bueno es Yahvé con todos, tierno con todas sus criaturas» (Sal 145, 9). Como dos realidades inseparables en el contexto del ágape eucarísti­ co, la Palabra y la Eucaristía hacen presente ahora y siempre al Señor de la vida: por un lado es acción de gracias, por otro es misión para llegar a todos y hacerlos felices en Cristo. La Eucaristía, en efecto, es el punto de encuentro de todos los bautizados en Cristo que, como en Caná, estamos convocados a celebrar la fiesta de bodas con el Cordero divino; allí la cruz de cada día y la intimidad del Cenáculo se dan la mano. Xavier Estopá Seminario del Pueblo de Dios C. Calàbria, 12 - 08015 Barcelona Tel. 93 301 14 16 editorial@spdd.org www.spdd.org Dep. Legal: B-42123-1983