De los hombres IV 1 Los regeneracionistas y el Boletín de Historia y Geografía del Bajo Aragón JOSÉ IGNACIO MICOLAU ADELL En una reflexión apresurada podríamos pensar que en un territorio tan rural, como era la cuenca del Matarraña entre finales del siglo XIX y comienzos del XX, difícilmente pudo tener eco la conmoción española de 1898 por la pérdida de las últimas colonias, ni tampoco los movimientos a favor la regeneración nacional, que se difundieron en libros y periódicos por todo el país. Pero como en tantos lugares de España, también aquí llegaron los vientos del regeneracionismo. Si se ha hablado con justicia de un regeneracionismo provincialista, aquí puede hablarse con propiedad de su marcado carácter comarcalista. Fue casi siempre el Bajo Aragón el ámbito geográfico en el que se movió una minoría de abogados, ingenieros, maestros, farmacéuticos o funcionarios, muy vinculados al mundo rural —pues solían ser a la vez propietarios agrícolas— los que, imbuidos del espíritu regenerador del momento, se empeñaron en la modernización de un territorio, que había sido muy castigado a lo largo del siglo. Hombres como Santiago Vidiella (Calaceite, 1860-1929), Eduardo Jesús Taboada (Alcañiz, 1865-Zaragoza, 1938) o Juan Pío Membrado (Belmonte de Mezquín, 1851-1923), darán, por un lado, la voz de alarma en un territorio que se encontraba en crisis, por el rápido declive de una sociedad agraria tradicional, y ofrecerán, por otro, un gran número de ideas y proyectos para la regeneración del país. La crisis finisecular La agricultura y la ganadería eran la base económica del Bajo Aragón en su conjunto y, singularmente, del Matarraña a finales del siglo XIX. La invasión de la filoxera que arrasó los viñedos, la caída del precio del aceite, de la carne y de la lana, la disminución drástica del número de cabezas de ganado y la dura competencia de los cereales importados, provocará una disminución de los ingresos, de los arren- De los hombres 219 damientos, de las rentas y, por consiguiente, del valor de la tierra. Todo ello unido a una carga tributaria sin precedentes, ejemplificada por los denostados impuestos de «consumos», acabó provocando la quiebra de muchas explotaciones, produciendo, como consecuencia inevitable, la emigración. Sirva como dato general que de la provincia de Teruel, que contaba con 246.001 habitantes en 1900, emigraron 32.601 habitantes en las dos primeras décadas del siglo. Son muchos los testimonios de la época que señalan estos males, al tiempo que critican a un Estado ineficaz e insolidario. En una información abierta por el Heraldo de Teruel, sobre el estado y necesidades de la llamada Tierra Baja en 1897, Santiago Vidiella escribió: «Trátase aquí de un país eminentemente agrícola, y yo soy de los que creen que al exceso de la carga tributaria y a los desplantes de la vanidad familiar, debe achacarse el atraso de la agricultura, no a la cacareada ignorancia de los campesinos. Buenas son las buenas teorías agrícolas, pero son mejores los medios materiales de perfección del cultivo. Ese exceso de tributación, ese exceso desatentado del consumo familiar, tendría aplicación fecunda en la mejora de los campos; cuando la maleta del recaudador saca de los pueblos ese exceso, van encerrados en la maleta los brazos de no pocos labradores... ¿Remedios? Primero y más eficaz, el alivio de la carga tributaria. Después, agricultura verdad; y quien pide agricultura verdad, pide economía, previsión, tacto, modestia, paz...». Santiago Vidiella Jassà: un regeneracionista en el Matarraña Santiago Vidiella Jassà es, como veremos, la principal figura del regeneracionismo en tierras del Matarraña. Nació en Calaceite el 30 de diciembre de 1860, en el seno de una familia de agricultores acomodados, con algunos antepasados que alcanzaron alguna dignidad eclesiástica. Como era normal en un joven de su tiempo y condición, estudió Derecho en la Universidad de Zaragoza, licenciándose en 1881. Tras una estancia en Madrid, donde realizó el doctorado, volvió a Calaceite para dedicarse al ejercicio de la abogacía, al cultivo de la historia y a la atención de sus propiedades agrícolas familiares. Muy pronto, desde su villa natal, impulsó las actividades de una sucursal de La Liga Agraria, que en 1888 dio a conocer un manifiesto imbuido de espíritu regeneracionista, protestando ya contra el fisco y la mala administración, muy en la línea con los argumentos utilizados, diez años más tarde, en la gran Asamblea de las Cámaras de Comercio celebrada en Zaragoza, bajo los auspicios de Basilio Paraíso y Santiago Alba, o con los de Joaquín Costa y su Liga Nacional de Productores. En el mencionado «Manifiesto» —salido casi con seguridad de la pluma de Vidiella— se decía: «En un país esencial y casi exclusivamente agrícola, víctima de 220 Comarca del Matarraña los rigores del cielo, de las calamidades de la historia, de las injusticias de los hombres; donde la miseria va sentando sus reales en medio de una perturbación económica comparable al caos, donde la emigración amenaza dejar desiertas las poblaciones; donde toda condición social ha descendido económicamente a inferior categoría después de sacrificar su bienestar a las exigencias de un tesoro omnívoro que parece el genio de la explotación; donde el mísero labrador, sin medios hábiles para la perfección de sus tareas, ha de pensar en procurarse a cualquier coste medios para atender el pago de los impuestos que parecen señalados por una raza invasora; en un país donde la agricultura ha sido una Santiago Vidiella Jassà religión y hoy pudiera tomarse como (Calaceite, 1860-1929) signo de una servidumbre dolorosa, no se busque, no, otra cosa que el anhelo vivo, íntimo, unánime, convertido en verdadero ideal, de alcanzar la posible y justa reparación a tanto agravio». Pero su actuación no se limitó a un trabajo que podríamos de algún modo llamar «político», en el marco de ligas o sindicatos agrarios, o en la efímera pero entusiasta actividad del Fomento del Bajo Aragón (1912-1915), que fue presidido por Juan Pío Membrado, con quien Vidiella compartía ideas y afanes ruralistas y regeneradores. En 1896, muy en la línea de los estudios locales de la época, publicó en Alcañiz una historia de Calaceite con el título Recitaciones de la historia política y eclesiástica de Calaceite. En 1907 fundó y dirigió el Boletín de Historia y Geografía del Bajo Aragón, destacada publicación comarcal, que vio la luz entre 1907 y 1909, de la que hablaremos más adelante. Vidiella fue, además, un infatigable colaborador en los periódicos y revistas de su entorno, cofundador de El Confín Aragonés, que se publicó en Calaceite el año 1884, semanario en el que escribió artículos sobre historia local y comarcal. Colaboró también en la prestigiosa Revista de Aragón; en la Revista de Derecho Privado; en La Zuda de Tortosa; en Linajes de Aragón, dedicada a la heráldica; en El Ebro, órgano del aragonesismo en Barcelona; en El Eco del Guadalope, semanario alcañizano de tendencia republicana; en el conservador Tierra Baja, también de Alcañiz; en Heraldo de Teruel; y en los zaragozanos Heraldo de Aragón y El Noticiero, entre otros. De los hombres 221 Como historiador practicó esencialmente la historia medieval, por la que tenía una especial predilección. Además de las ya mencionadas Recitaciones... publicó numerosos artículos; primero en el Boletín de Historia y Geografía del Bajo Aragón y, posteriormente, en La Zuda. Los temas de los que más se ocupó fueron la reconquista de Alcañiz y el Bajo Aragón, los conflictos entre municipios durante la Edad Media y Moderna, la numismática, la Orden de Calatrava, las biografías de personajes ilustres del Bajo Aragón, como mosén Evaristo Cólera, Pardo Sastrón, etc. Aunque en menor medida, se interesó por la arqueología y la prehistoria comarcal, así como por aspectos de la historia moderna: los efectos de la guerra de Cataluña contra Felipe IV, la Guerra de Sucesión, a comienzos del siglo XVIII, hasta llegar, incluso, a la historia contemporánea, que para él terminaba con la Guerra de la Independencia. A su muerte quedaron inéditos algunas obras de interés para la historia del Matarraña y del Bajo Aragón que, afortunadamente, han tenido en nuestros días el beneficio de la imprenta. Se trata, por un lado, de un Florilegio de nobles tierrabajinos —manuscrito de 1925, que publicó el Ayuntamiento de Alcañiz en 1993— y, por otro, de su Contribución al catálogo de comendadores de Alcañiz. Orden de Calatrava, de 1927, que fue publicado por el Centro de Estudios Bajoaragoneses, en 1997. Aparte de sus estudios de historia local y comarcal, fue en sus trabajos sobre el Derecho Aragonés donde la aportación intelectual de Santiago Vidiella alcanzó mayor relieve en su época. Como tantos regeneracionistas, con la reflexión jurídica nuestro autor buscaba soluciones a los problemas de su tiempo. Influido por el costismo, dio gran importancia a las tradiciones populares como fuente de Derecho, defendiendo el carácter consuetudinario del Derecho aragonés. Vidiella colaboró con Marceliano Isábal escribiendo algunos estudios para el Apéndice al Código Civil, en lo referente al Derecho Foral de Aragón, promulgado en diciembre de 1925, año en que publicó, en la sección «Temas forales» de Heraldo de Aragón, un artículo con el significativo título: «El peligro de las leyes generales». Mucho antes ya había escrito «La capacidad restringida por la edad... Suplementos de la incapacidad y privilegios de los incapaces», premiada en los juegos florales de Zaragoza de 1901, así como «De la legítima de descendientes en Aragón», publicada en 1918 en la Revista de Derecho Privado. Aunque la historia medieval ocupa el lugar más destacado en la obra de Vidiella como historiador —lo que no es de extrañar si se piensa en que cierto medievalismo es consustancial a las actitudes tanto de los hombres de la «Renaixença» catalana, como de los regionalistas aragoneses del momento—, la época con la que nuestro autor se identifica en ocasiones es la de la Ilustración. Dejaremos que sean las palabras de su amigo Francisco Aznar Navarro, que él asumía y compartía plenamente, las que fijen su posición en este sentido: «La aurora de la regeneración española, se ha escrito bien, que había asomado bajo el reinado del primer Borbón, continuaba difundiendo su luz en los reinados subsiguientes», a lo que Vidiella añade: «Para mí este proceso de regeneración, perturbado por la invasión francesa y apagado después por las tormentas que acompañaron a la implantación de los 222 Comarca del Matarraña sistemas nuevos, sin estos escollos, [la regeneración] hubiera ido delante de una manera resuelta, castiza, propiamente española». Los remedios a la crisis En el marco de esta crisis finisecular que, para el caso del Bajo Aragón, fue ampliamente recogida por la prensa zaragozana, actuarán esa minoría regeneracionista a la que antes nos hemos referido. Conscientes del atraso, dedicarán los mayores esfuerzos a la mejora de la agricultura; a la construcción de carreteras y ferrocarriles para dar salida a los productos del campo; de obras hidráulicas para llevar el agua a una tierra caracterizada por la aridez del clima y la inconstancia de las lluvias; a la enseñanza agrícola, la mecanización y el asociacionismo agrario. Como ejemplo de este empeño, veamos resumido un «Decálogo del agricultor» publicado por Santiago Vidiella en el Boletín del Fomento del Bajo Aragón (1915), en el que se reflejan las mejores ideas agronómicas de la época: «No confíes en que la fertilidad de la tierra es inagotable [...] Haz de regadío, por el procedimiento que puedas, la mayor superficie de la tierra [...] Huye de los cultivos continuados de una misma especie de plantas [...] Los árboles y los pájaros son tus mejores amigos y tus más eficaces auxiliares [...] Asóciate [...] El empleo de abonos químicos no te releva de la obligación de aprovechar todos los estiércoles que produzcan tus ganados...». Que la provincia, y la comarca, fuera atravesada por líneas férreas fue sin duda uno de los grandes objetivos del momento. Las obras públicas, carreteras, ferrocarriles u obras hidráulicas, además de dar trabajo a jornaleros y pequeños propietarios agrícolas, muy castigados por la crisis, podría permitir en un futuro impulsar la producción agrícola y el comercio, sobre todo con Cataluña y Levante. Los proyectos ferroviarios y los plazos de ejecución impulsados por ese Estado — al que tantas veces tacharon de ineficaz—, unas veces fracasaban y otras se alargaban desesperantemente. El ferrocarril de Val de Zafán, que llegó a Alcañiz en 1895, nunca alcanzó su destino en San Carlos de la Rápita y no llegó a la vecina ciudad de Tortosa hasta 1942. El mal estado de las carreteras dificultaba el comercio, muy en especial el del aceite, tan fundamental para la comarca. El padre Nicolás Sancho, en su obra Una ojeada retrospectiva y de actualidad sobre las carreteras y vías férreas del Bajo Aragón... (1881), escribía: «...sería muy de desear que se emprendieran con tesón los proyectos que faltan: a saber, el primero desde Monroyo hasta el límite del reino de Valencia, de unos 6 kilómetros; el segundo desde esta ciudad [Alcañiz] hasta el río Aguas, límite de la provincia de Zaragoza, de unos 38 kilómetros; el De los hombres 223 tercero desde Valdealgorfa hasta Caseras, límite de Cataluña, de unos 28 kilómetros». Tampoco las obras hidráulicas avanzaban a mejor ritmo. El Matarraña —cuyas aguas cristalinas ponderó Pascual Madoz en su famoso Diccionario Geográfico...— es un río de marcado carácter mediterráneo que, al reciConstrucción del pantano de Pena (concluido en bir la mayor parte de las precipitacio1930) nes en primavera y otoño, padece fuertes estiajes. Por ello, con la finalidad de convertir en regadío unas 5.000 Ha, se trabajó con empeño desde comienzos de siglo en proyectos de regulación del mismo. Finalmente, el proyecto que se llevó a cabo fue el Eduardo Elis de la Llave (1905), que contemplaba la construcción de un pantano en el río Pena, pequeño afluente del Matarraña, con 19 Hm3 de capacidad, pero que, a pesar de las reiteradas demandas, no entró en servicio hasta 1930. El Boletín de Historia y Geografía del Bajo Aragón El empeño cultural más significativo del regeneracionismo en el Matarraña y el Bajo Aragón fue, sin lugar a dudas, el Boletín de Historia y Geografía del Bajo Aragón, que cada dos meses partía al encuentro de sus lectores desde las prensas de la tipográfica de Mariano Escar en Zaragoza. A partir del número de mayo-junio de 1908, fue la imprenta Querol de Tortosa la encargada de imprimir los boletines hasta el final de la publicación, en noviembre-diciembre de 1909. Cabría interpretar, a nuestro modo de ver, como un antecedente del Boletín los trabajos de carácter histórico que Santiago Vidiella y Matías Pallarés, entre otros, publicaron en el semanario alcañizano El Eco del Guadalope (1881-1905). Dirigido por Eusebio Mullerat, un comerciante catalán afincado en Alcañiz, El Eco... incluyó entre sus páginas una sección con el título «Entrepáginas de Historia y Geografía regional». Las mencionadas «Entrepáginas» acogieron, entre otros estudios, el destacado trabajo de Pallarés La Caja de Valderrobres o Peña de Aznar La Gaya. Noticias históricas de Valderrobres, Fuentespalda, Mezquín, Beceite y Torre del Compte que, ya en forma de libro, imprimió la tipográfica Delgado de Alcañiz en 1905. Aun siendo El Eco del Guadalope una pieza hemerográfica, hoy por hoy, prácticamente perdida, sabemos, gracias a los papeles del archivo personal de Santiago Vidiella, que él mismo publicó en el número 1.214 del semanario (7 de julio de 1904) un artículo titulado «La autonomía de Alcorisa y Cretas»; que entre los años 1904 y 1905 dio a las «Entrepáginas» un trabajo —que tuvo la forma de tres cartas dirigidas a su entrañable amigo Pallarés— titulado «Don Francisco de la Torre 224 Comarca del Matarraña y su Comedia Nueva»; y, por una nota autógrafa, tenemos noticia de la publicación también de un «Índice razonado de los pergaminos de La Fresneda». Tras esta experiencia, el abogado e historiador Santiago Vidiella, como director; Lorenzo Pérez Temprado, como redactor y administrador; y Matías Pallarés, destacado regionalista aragonés residente en Barcelona, impulsaron el Boletín de Historia y Geografía del Bajo Aragón. Unidos en una profunda amistad —con motivo de la muerte de Pallarés, en la revista aragonesista El Ebro (Diciembre de 1924), contó Vidiella que Pérez Temprado llamaba «trinidad a la conPágina del Boletín de Historia y Geografía del Bajo Aragón (1907-1909). Reeditado en 1982 por el fraternidad e incesante comercio de Centro de Estudios Bajoaragoneses estimación y aficiones literarias» entre ellos— conjugaron sus voluntades para dar vida a una publicación modélica en su género y en su época. Colaboraron en el Boletín, además de la «trinidad» mencionada, el pintor de historia y, posteriormente, destacado arqueólogo Juan Cabré, Eduardo J. Taboada, Domingo Gascón, F. Pastor Lluis, Mariano Galindo, Joaquín Navarro, Julián Ejerique y Francisco Aznar Navarro, entre otros. El Boletín, por lo que a su estructura se refiere, arrancó con dos secciones fijas: una de artículos de cierta extensión, y otra de escritos más breves que, en el primer número, se tituló «Revista de noticias regionales», para pasar después a denominarse «Variedades», donde se publicaban breves notas o datos sueltos y se reseñaban las publicaciones recibidas. Acabado el año, el Boletín elaboraba y publicaba unos utilísimos índices de lugares, personas y de autores de los trabajos. Aunque la historia medieval tiene un peso decisivo en la trayectoria de la revista, en sus sumarios también encontramos historia del arte, prehistoria y arqueología, así como algunas pinceladas de historia moderna y contemporánea, especialmente con motivo de la conmemoración de la Guerra de la Independencia. Todo ello nos da idea de la ambición intelectual de la publicación que, a la hora de valorar las fuentes interiores —tal como se explica en un curioso «Plan de investigaciones», publicado en el número 3—, aun apreciando la importancia de las mismas para la historia comarcal, previene del peligro de actitudes acríticas o excesivamente localistas: De los hombres 225 «Abundan en ciertas casas particulares —escribe, seguramente Vidiella, en el mencionado Plan— las relaciones y árboles genealógicos, y hasta los volúmenes repletos de certificaciones de limpieza de sangre con pujos nobiliarios, que pagó con larga mano la vanidad de las generaciones finadas. No faltan tampoco las pomposas ejecutorias de nobleza, siquiera en los grados más ínfimos de la escala. Para significar, empero, la prudente cautela con que este linaje de documentos debe ser mirado, hemos escrito en alguna parte: Los antiguos reyes de armas, como si tuvieran en sus crónicas y registros pasto para todas las vanidades, llenaron los pueblos de certificaciones de hidalguía, violentas y ridículas; y de las certificaciones a gusto del pagador; pasaron a los portales, a los muebles, a los altares, a los sepulcros, esos enjambres de flamantes escudos, muchos de los cuales pretendían simbolizar dudosas glorias hoy olvidadas». Acaparan la mayor parte de colaboraciones, Matías Pallares Gil y Santiago Vidiella. Pallarés publicó un total de doce artículos, destacando un extenso trabajo, publicado en varias entregas, titulado «La restauración aragonesa bajo Alfonso el Casto», en el que demuestra un buen conocimiento de los documentos medievales del Archivo de la Corona de Aragón. No obstante, Santiago Vidiella, su director, fue quien aportó el mayor número de colaboraciones. Un total de veinte artículos firmados, más los que, a buen seguro, cabe atribuirle entre los suscritos por «V» o, simplemente, por «La Redacción». El historiador y abogado calaceitano, publicó artículos sobre el municipio de Alcañiz después de la Reconquista; sobre Fayón y Nonaspe; sobre la Trapa de Maella; dio a conocer hallazgos prehistóricos, que posteriormente investigaría con mayor profundidad el arqueólogo Juan Cabré; glosó las figuras de Pardo Sastrón y Jerónimo de Santa Fe; trató de la unión y separación de Peñarroya y Fórnoles; de la prehistoria y tradiciones de Calanda y Foz Calanda; y anotó la edición de los caspolinos «Anales de Valimaña», publicados en el Boletín por Luis Rais. La revista dejó de publicarse por razones económicas, tal como se explica en el último número de 1909. Aunque los 215 suscriptores, que figuran en el boletín de noviembre-diciembre de 1907, a 5 pesetas cada uno, no alcanzaban a cubrir los gastos de la publicación, la difusión no nos parece despreciable, si la comparamos con los 78 con que intentaba sostenerse la Revista de Huesca (1903-1905), dirigida por Gabriel Llabrés y Quintana, que también fue ocasional colaborador de la publicación. El Boletín, al finalizar su tercer año tenía un déficit de 123,35 pesetas que, según reza un estadillo conservado entre los papeles de Vidiella, asumieron Pérez Temprado y el propio Vidiella. Lo cierto es que 19 ejemplares llegaban a Zaragoza, 18 a Barcelona; destacan, como es lógico, los 28 suscriptores de Calaceite, 13 de Alcañiz, 14 de Mazaleón y 7 de Valderrobres. Entre los suscriptores predominan los propietarios, los abogados, notarios, médicos, secretarios de ayuntamiento, maestros o veterinarios que, como ha escrito Carlos Forcadell, son «una buena muestra de la reducida capa de profesionales, intelectuales y propietarios ilustrados que ejercían de intermediarios tutelares entre la sociedad rural sobre la que 226 Comarca del Matarraña actuaban, la cultura y la política». Después de haber publicado dieciocho números cesó la publicación «porque a duras penas —decía la nota de la redacción— alcanza la suscripción a cubrir el coste material de la impresión de números, y esto le encierra en ámbitos estrechos, haciendo imposibles los desenvolvimientos y mejoras que acariciábamos para sostener en creciente el interés de estas páginas y al mismo compás el favor del público, lo cual es necesario de todo punto a una publicación como ésta, forzada a vivir del óbolo, no siempre puntual, de sus lectores, sin ayudas de costa de otra clase». Como hemos podido ver, nuestros regeneracionistas actuaron con empeño en diversos ámbitos, eso sí, casi siempre con un talante paternal y populista. Vivieron con preocupación el porvenir de los núcleos rurales —donde ellos mismos residían—, como consecuencia de la industrialización y el crecimiento de las ciudades. Vieron, no sin temor, el ascenso de los movimientos emancipatorios de obreros y campesinos. A la postre, se debatieron en una profunda contradicción: criticaron muchos aspectos de la economía, la política y la administración de su época, pero su posición de clase les impidió denunciar radicalmente el engranaje de oligarquía y caciquismo del sistema político de la Restauración. Tal vez por ello no encontraron acomodo en ninguna de las opciones políticas del tiempo que les tocó vivir. De los hombres 227