“Muchos lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más (...)”

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 Domingo XXX - del Tiempo Ordinario
Ciclo B – Octubre 28 de 2012 (Marcos 10, 46-52)
“Muchos lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más (...)”
Un buen amigo me envío hace unos días esta historia: Seis mineros trabajaban en un túnel muy
profundo. De repente, un derrumbe los dejó aislados, sellando la salida. En silencio, cada uno miró
a los demás en medio de la penumbra pobremente iluminada por sus lámparas de gas. De un vistazo
calcularon su situación. Con su experiencia, se dieron cuenta de que el gran problema sería el
oxígeno. Si hacían todo bien, les quedaban unas tres horas de aire. ¿Podrían encontrarlos antes de
que fuera tarde? Decidieron ahorrar todo el oxígeno posible. Apagaron las lámparas y se tendieron
en silencio en el suelo. Enmudecidos por la situación e inmóviles en la oscuridad, era difícil
calcular el paso del tiempo. Sólo uno de ellos llevaba un reloj que podía iluminarse para ver la hora.
Hacia él iban todas las preguntas. ¿Cuánto tiempo pasó? ¿Cuánto falta? La desesperación ante cada
respuesta, agravaba la tensión. El capataz se dio cuenta de que la ansiedad, los haría respirar más
rápidamente y esto los podría matar. Entonces ordenó al que tenía el reloj, que solamente él
controlara el paso del tiempo. Él avisaría a todos cada media hora.
Ante el aviso: “Ha pasado media hora", hubo un murmullo y una angustia que se palpaba en el aire.
El hombre del reloj se dio cuenta de que cada vez iba a ser más terrible comunicarles que el minuto
final se acercaba. Sin consultar a nadie decidió que ellos no merecían morirse sufriendo. Así que la
próxima vez que les informó la media hora, en realidad habían pasado 45 minutos... Nadie
desconfió. Apoyado en el éxito del engaño, la tercera información, la dio una hora después... Todos
pensaron en lo largo que se hacía el tiempo en esa situación. La cuadrilla apuraba la tarea de
rescate. Llegaron a las cuatro horas y media. Lo más probable era encontrar a los seis mineros
muertos. Encontraron vivos a cinco de ellos. Solamente uno había muerto de asfixia... El que tenía
el reloj.
Cuando creemos y confiamos en que se puede seguir adelante, nuestras posibilidades de avanzar se
multiplican. No es que la actitud positiva por sí misma sea capaz de conjurar la fatalidad o de evitar
las tragedias pero, ciertamente, las posibilidades de encontrar una salida dentro de lo humanamente
posible crece considerablemente. El deseo de vivir de este grupo de mineros, acompañado por la
confianza en el oxígeno que les daba el tiempo dilatado por el ingenio de un compañero, hizo
posible lo que parecía improbable.
Cuando Jesús salía de Jericó, “seguido de sus discípulos y de mucha gente, un mendigo ciego llamado
Bartimeo, hijo de Timeo, estaba sentado junto al camino. Al oír que era Jesús de Nazaret, el ciego
comenzó a gritar: –¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí! Muchos lo reprendían para que se
callara, pero él gritaba más todavía: – ¡Hijo de David, ten compasión de mí!” Jesús se detuvo y lo
mandó llamar. “El ciego arrojó su capa y de un salto se acercó a Jesús, que le preguntó: – ¿Qué quieres
que haga por ti?” Bartimeo, efectivamente, estaba lleno de deseos de ser curado por el profeta de
Galilea; y estos deseos lo llevaron a perseverar en sus gritos y a responder con prontitud a la invitación
de Jesús. Por eso, mereció escuchar esas bellas palabras que Jesús solía decir a la gente herida que
encontraba a su paso: “Puedes irte; por tu fe has sido sanado”. De estar ciego y sentado “junto al
camino”, pasó a recobrar la vista y a seguir “a Jesús por el camino”. Que nuestra fe sea como la de
Bartimeo, o como el minero ingenioso del reloj.
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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