- ¿No crees que todos deberíamos ser responsables por igual de la defensa de nuestro país? - Tenemos un ejército profesional. Al menos esos hombres se enrolaron de forma volun taria. - Tenemos un ejército de ciento treinta mil hombres, una cifra insignificante en esta guerra. Necesitaremos al menos un millón. - Para que mueran muchos hombres más -dijo Doris. - Puedo asegurarte que en el banco estamos encantados. Hemos prestado mucho dinero a compañías estadounidenses que están pertrechando a los aliados. Si ganan los ale manes, y los británicos y los gabachos no pueden pagar sus deudas, nos veremos en prob lemas. - No lo sabía -admitió Doris, pensativa. Chuck le dio unas palmaditas en la mano. - No te preocupes, cariño. No va a suceder. Los aliados ganarán, sobre todo si los Esta dos Unidos de América los ayudan. - Hay otra razón para que entremos en combate -dijo Gus-. Cuando se acabe el con flicto bélico, Estados Unidos podrá tomar parte como igual en los acuerdos de posguerra. Tal vez no parezca algo muy importante, pero Wilson sueña con crear una Sociedad de las Naciones para solucionar futuros conflictos sin matarnos unos a otros. Miró a Doris-. Ima gino que estarás a favor de eso. - Sin duda. Chuck cambió de tema. - ¿Qué te trae a casa, Gus? Aparte del deseo de explicarnos las decisiones del presid ente a la gente de la calle. Les habló de la huelga. Comentó el tema sin darle mucha importancia, ya que se trataba de una conversación en mitad de la cena, pero, en realidad, estaba preocupado. La Me talur gia Buffalo desempeñaba un papel vital en el esfuerzo bélico, y no sabía cómo lograr que los hombres regresaran a su puesto de trabajo. Wilson había puesto fin a una huelga nacional del ferrocarril poco antes de su reelección y parecía pensar que la intervención en los conflic tos industriales era un elemento natural de la vida política. A Gus le parecía una gran re sponsabilidad. - Sabes quién es el amo, ¿verdad? -preguntó Chuck. - Vyalov. -Gus se había informado. - ¿Y quién la dirige por él? - No. - Su nuevo yerno, Lev Peshkov. - Oh -dijo Gus-. No lo sabía. III Lev estaba furioso a causa de la huelga. El sindicato intentaba aprovecharse de su inex periencia. Creía que Brian Hall y los demás trabajadores lo consideraban un hombre débil, pero estaba decidido a demostrarles que se equivocaban. Había intentado ser razonable. - El señor V necesita recuperar parte del dinero que perdió en la época de vacas flacas -le había dicho a Hall. - ¡Y los hombres tienen que recuperar parte del dinero que perdieron cuando les bajaron el sueldo! -replicó Hall. - No es lo mismo. - No, no lo es -admitió Hall-. Usted es rico y ellos, pobres. Es más duro para ellos. - El hombre era tan agudo que lo sacaba de quicio. 450