FRANCISCO GREGORIO BILLINI La República Dominicana, que en pruebas duras de la fortuna ha mostrado épicos alientos, acaba de elegir para su presidente al general Francisco Gregorio Billini. Goza fama de bravo, desinteresado y modesto. Ha peleado en los bandos de su patria; porque en las sociedades nacientes, víctimas siempre de los caudillos brillantes e intrépidos, el Derecho tiene, si no quiere morir de desuso, que ayudarse de la fuerza. Billini ha estado al lado del Derecho, y cuando ha triunfado, ha sabido esquivar los puestos públicos. Nació en año famoso para los dominicanos, en que el noble Juan Pablo Duarte alzaba bandera de guerra contra la gente haitiana, y Santo Domingo requirió y ganó en Ocoa su independencia. Cuantas veces se ha entrado luego Haití por tierras de Santo Domingo, ha vuelto atrás azotada. Y cuando España se echó de nuevo sobre la isla indómita, soldados tenaces hubo; pero ninguno más que el joven Billini. Baní es tierra de bravos, y él fue jefe de Baní. El general Luperón hizo entonces de él su secretario. Cayó Billini en manos de las tropas de España, y fue canjeado a poco por prisioneros españoles. Más que los naturales, los genios de la tierra parecían aquellos fantásticos soldados dominicanos. Dijérase que los auxiliaban en su campaña contra la invasión española poderes maravillosos. Las ramas de los árboles se volvieron soldados. Y si no hubieran tenido los dominicanos otras armas, se habrían arrancado los dientes. El pelear, de haber sido necesidad, se hizo vicio; y a la victoria contra el español siguieron las guerras intestinas, en que no se encontró nunca a Billini del lado de los que sofocan el pensamiento, ponen la ley debajo del puño de su machete, y concitan los ánimos de la gente ignorante contra los extranjeros laboriosos. Obligado a dejar el país cuando Báez lo mandaba, se unió a Cabral tan luego como este se alzó en armas, y con él peleó seis años, hasta que ocupó González la presidencia, en que no pudo obtener que Billini ocupase empleo alguno. Entró luego Espaillat a presidir, invocando la urgencia de aplicar a los trabajos de la paz liberal las fuerzas que los dominicanos venían consumiendo en guerras, en apariencia mezquinas, por más que fueran forma natural de la inevitable contienda que en los países nacientes surge, entre las personalidades fuertes y bravías que asaltan el mando, y los hombres de pensamiento, previsión y justicia que se les oponen. ¡No hay luchas más nobles que estas pequeñas guerras! Quien las mire por encima del hombro, medite en ellas. ¡Bien idas están y no vuelvan nunca, ni para Santo Domingo, ni para ninguno de nuestros países! ¡pero no se quiera hacer de ellas culpa ignominiosa de las repúblicas que en la misma frecuencia de esos combates tienen acaso su mayor timbre de decoro! Allí donde se ha peleado menos, el carácter tardará más en desenvolverse, y los hombres han adquirido hábitos funestos: donde se ha peleado más, se ha andado más aprisa: se ha pasado por lo inevitable, y se está llegando antes a lo útil. Así dan mejor fruto los campos bien regados. La gente de González tenía sitiada a la ciudad de Santiago de los Caballeros durante el mando de Espaillat, y a los habitantes en gran angustia; Billini puso en fuga a los sitiadores, y entró en triunfo con gran regocijo público en la ciudad libertada. Pero Espaillat vino abajo; y Báez después de largas guerras, entró en 1878 a la presidencia. Billini movió a las armas a sus amigos y soldados de la ciudad de San Cristóbal, y al cabo de un mes entraba en la ciudad de Santo Domingo con el general Guillermo, bajo el cual fue vicepresidente de la República y ministro de Hacienda. Fue luego presidente del Senado, y electo más tarde miembro del Congreso, abogó calurosamente porque se celebrase un tratado de reciprocidad con los Estados Unidos, cuyas instituciones ha observado de cerca, y cuyo progreso material estudia con empeño. Escribe con facilidad y elegancia; novelas y dramas corren con nombre suyo, y quien visita su casa, al punto conoce, por el gran número de libros sobre educación que halla en librerías numerosas, que está en casa de un hombre estudioso y sensato, que sabe donde reside nuestro mal, y trabaja por curarlo. Las matemáticas tienen su progresión geométrica, que acelera las cantidades y las sube a maravillosa altura: la naturaleza humana tiene la educación. El Padre Meriño hizo a Billini durante su mando ministro de la Guerra; y a juzgar por la animación con que ha apoyado su candidatura muy buena parte de los periódicos del país, el general Billini goza en la república de extensas y vivas simpatías. Nos las inspira a nosotros, no tanto por ser persona de espada, que solo en defensa de la patria, de la libertad y del honor debe sacarse de la vaina, aunque es bien que repose mientras pueda en ella, cuanto por ser persona dada a las letras, cuyo culto suaviza y eleva. A menudo publican los periódicos dominicanos correctos trabajos del nuevo presidente; y el título del periódico de que es fundador y propietario, y es por cierto excelente, El Eco de la Opinión, parece asegurar que el general Billini pertenece a ese grupo de hombres para quienes no es el gobierno una granjería sino una comisión que debe cumplirse sencilla, imparcial y honradamente. José Martí La América. Nueva York, septiembre de 1884. [OC, t. 8, pp. 193-195]