Padre kolbe: hombre que se hace cercano a los prisioneros

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Meditación - Junio 2016
La sexta obra de misericordia corporal: “Visitar a los presos”
Padre Kolbe: hombre que se hace cercano a los prisioneros
“Estuve preso, y me vinieron a ver" (Mt 25,36). Esta obra consiste en la misericordia dirigida hacia
los últimos de la sociedad: los extranjeros detenidos, que se encuentran totalmente solos, lejos de
la propia tierra y de sus seres queridos; los jóvenes drogadictos, que viven su calvario al límite de la
desesperación; en general de todos aquellos que viven una soledad amarga.
Las palabras de Jesús presentan al encarcelado como una persona necesitada de cuidado de
cercanía, de amistad. Jesús se hizo compañero de los pecadores y de personas deshonestas. El no
vacila en, asumir la condición de prisionero, condenado a muerte y crucificado, en aparecer culpable
suscitando repugnancia y disgusto en aquellos que lo ven y proyectan sobre él el mal de que es
acusado.
El Nuevo Testamento recuerda las encarcelaciones que sufrieron los apóstoles, Pedro y Pablo en
particular. La comunidad se hace cercana a Pedro, incluso en la cárcel, intercediendo por él:
“Mientras Pedro estaba bajo custodia en la prisión, la Iglesia no cesaba de orar a Dios por él”. (Hech
12, 5)
Pablo, en su canto, expresa gratitud por la cercanía concreta brindada por los cristianos de Filipos
durante su detención, y manifestada a él con el envío de ayuda por medio de Epafrodito1. El autor
de la carta de los Hebreos escribe así: “Acuérdense de los que están presos, como si ustedes lo
estuvieran con ellos” (Heb 13,3). Este recuerdo pone al prisionero en el corazón de la comunidad
cristiana y hace que sus hermanos cuiden de él.
La pérdida de la libertad, la soledad, el aislamiento, la prospectiva de estar en la cárcel mucho
tiempo muchas veces induce a embrutecerse, a perder el interés por la vida hasta intentar el
suicidio. Atrapado entre la desesperación y la rebelión, el prisionero tiene necesidad de una persona
que lo escuche y le hable, que le haga saber, con su presencia y acogida, que él es más grande de
los actos que cometió y que no es reducible a ellos.
Muchos recordarán la visita que el Papa Juan XXIII hizo a la cárcel de Reina del Cielo. Mientras se
dirigía hacia la salida de la prisión, el Papa vio un hombre apartarse del grupo de los reclusos que se
encontraban en torno al altar. Él se arrodilló a sus pies y dirigiendo sus ojos rojos de tanto llorar
hacia él, le preguntó: “¿las palabras de esperanza que usted ha pronunciado también valen para mí
que soy un gran pecador?” Roncalli no contestó. Se inclinó sobre el hombre, lo ayudó a levantarse,
lo abrazó y por largo tiempo lo tuvo estrecho a sí. “Y llegado a este punto”, escribe el Mensajero de
Roma, el 27 de diciembre de 1958, “que la manifestación hizo temblar los muros de Reina del Cielo”.
“Dios los ama siempre, no tienen importancia los errores que han cometido”. Escribe Papa Francisco
a los detenidos de la Casa circondariale de Velletri.
1
cf. Fil 1,13-14.17; 2,25; 4,14-18.
1
Hoy, (a) esta obra de misericordia, debería ir junto a otra, ayudar a los prisioneros a reinsertarse
en la sociedad, es decir a encontrar un trabajo honesto, que les permita construir un futuro digno.
Caso contrario se riesga perder recursos y energías, y poco tiempo después, volver a la cárcel con
las mismas personas, en condiciones peores.
“No basta castigar al malvado sacándole la libertad de hacer el mal. Es necesario enseñarle a
hacer el bien” (Juliette Colbert)
De esto, se hace eco padre Maximiliano Kolbe, patrono también de los encarcelados, porque el
mismo, durante la invasión alemana de Polonia, fue prisionero en la cárcel de Lamsdorf, después
de Amitiz y Ostrzeszow, luego en Pawiak y, deportado finamente a Auschwitz. También en este
campo de horror repetía continuamente: “Solo el amor crea, el odio no es una fuerza creadora”.
Los testimonios coinciden: Parecía tener dentro un imán espiritual con el cual atraía a todos. Insistía
en el decir que Dios es bueno y misericordioso. Habría querido convertir todo el campo nazi. Y no
solo rezaba por ellos, sino que nos exhortaba a rezar para la conversión de estos. (Enrique
Sienkiewicz).
“Sabía reencender la esperanza de resistir, porque había entendido que también en la cárcel el mal
se combate con el bien. Alejandro Dziuba, uno de los deportados sobrevivientes: “A él le debo el
hecho de estar todavía vivo, de haber resistido y de haber vivido para ser liberado. Estaba al borde
de la desesperación. El jefe Nazi en esos días no hacía más que golpearme en el trabajo. Decidí
terminar con mi vida, Padre Kolbe, cuando lo supo, me vino a buscar, me devolvió la calma y logró
convencerme de no pensar más en el suicidio. Yo lo llamo el apóstol de Auschwitz porque transcurría
cada momento libre ayudándonos con oraciones y diálogos, recogiendo el mayor número de
personas posible a su alrededor y la paz volvía a nuestros corazones”.
“No se abatan moralmente, nos exhortaba, asegurándonos la victoria del bien sobre el mal, porque
la justicia definitiva no es de los hombres, sino solo del Dios de misericordia” “Escuchándolo me
olvidaba por un momento del hambre y el deterioro a lo que éramos sometidos. Nos hacía ver que
nuestras almas no habían muerto, que nuestra dignidad de católicos y de polacos no estaba
destruida. Confortados en el espíritu, volvíamos a nuestros bloques repitiendo sus palabras”
(Miecislao Koscielniak).
Cuando un joven detenido afirmó de odiar a los alemanes porque le habían matado a sus padres y
hermanos, el padre Kolbe respondió: “Enriqueto, no permitamos a nuestros torturadores de que
nos hagamos con ellos, el odio no es fuerza creativa, sólo el amor crea”. Su presencia luminosa logró
poco a poco suscitar, en nuestros corazones endurecidos y sedientos de venganza, sentimientos de
misericordia y bondad, según el ejemplo de Cristo que perdona sobre la cruz a sus torturadores y
vence el mal y la muerte con el amor.
De aquí la tarea, para todos nosotros, de extirpar las raíces de resentimiento y revancha que
envenenan las relaciones humanas y promover, en cambio, el diálogo y la reconciliación a nivel
familiar, social, eclesial y ecuménico y ser así levadura evangélica que produce obras de
misericordia.
Angela Esposito MIPK
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