Preparados, listos… ¡Ya! ¿Ciclo de ovulación? Comprobado. ¿Nivel de estrógenos? Perfecto. Ya nada podía impedir que Ellie Sterling se quedara embarazada en una clínica de fertilidad. Nada, excepto la oferta de su buen amigo y jefe: concebir un hijo al modo tradicional. Aidan Sutherland no deseaba convertirse en padre. Solo pretendía impedir que su mejor empleada y futura socia abandonara la empresa. Pero el romántico plan a la luz de las velas diseñado para retenerla se transformó en puro placer. Tras una noche con Ellie, el seductor millonario se sintió confuso y, aunque pareciera increíble…, ¿enamorado? Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid © 2013 Kathleen Beaver. Todos los derechos reservados. PARAÍSO DE PLACER, N.º 1933 - Agosto 2013 Título original: She’s Having the Boss’s Baby Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd. Publicada en español en 2013 Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV. Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia. ® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países. I.S.B.N.: 978-84-687-3485-9 Editor responsable: Luis Pugni Conversión ebook: MT Color & Diseño Capítulo Uno «¿Qué más problemas van a surgir?». Aidan Sutherland miró el críptico mensaje que le había enviado el encargado de obra y juró entre dientes. No solía sentirse agobiado por los imprevistos, pero llevaba una mañana en la que todo parecían complicaciones. Volvió a leer el mensaje y decidió que tampoco era tan grave. Solo significaba modificar la lista de prioridades de su agenda para las siguientes veinticuatro horas. –Si es así ¿por qué estás tan intranquilo? –se dijo en alto al tiempo que recorría su amplia oficina hasta los grandes ventanales del extremo opuesto. Contemplar la vista del paradisiaco complejo hotelero de Alleria transformó su inquietud en satisfacción. Pensó en los días en que el hotel no era más que un sueño compartido con su hermano gemelo, Logan. Además de querer convertirse en superhéroes, soñaban con fundar el imperio del surf. No en vano, eran dos chicos californianos que habían aprendido a nadar antes que a caminar, y su plan era que las oficinas centrales de ese imperio estuvieran en una isla paradisiaca, desde donde lo dirigirían mientras reposaban en una hamaca a la sombra de un cocotero. Aidan vio un catamarán partir del puerto deportivo. Logan y él habían cumplido su sueño, aunque en lugar de hamacas tuvieran las mejores suites del complejo. Lo que no estaba nada mal para dos chicos de origen humilde que habían pasado la adolescencia surfeando y pasándolo bien. Durante ese tiempo, habían ganado prácticamente todas las competiciones a las que se habían presentado y habían reunido el suficiente dinero como para cumplir la promesa que habían hecho a su padre: ir a la universidad. Lo sorprendente era que los admitieran en una de las universidades más elitistas de la Costa Este y, según la leyenda, que ganaran al póquer las escrituras de su primer bar. Además, se graduaron con las mejores notas y ambos hicieron un máster. Pero esos no eran los detalles que interesaban a las revistas de negocios, que preferían engordar la leyenda de los hermanos Sutherland con sórdidas historias de surf, apuestas y fiestas. Ni a Logan ni a él les importaba esa fama porque lo cierto era que habían alcanzado un éxito que superaba el más ambicioso de sus sueños. Todo ello había dado lugar al imperio de Sutherland Corporation, y a que la isla de Alleria fuera uno de los lugares más atractivos y demandados por el turismo de lujo del Caribe. Aidan fue a servirse un café mientras pensaba en su hermano, que en aquel momento estaba de luna de miel por Europa con su mujer, Grace. –Ese es el problema –masculló–. Demasiadas bodas. Una vez retornara la feliz pareja, las cosas volverían a la normalidad. Aunque no del todo. Su padre también había decidido dar el paso. ¡Como si con Logan no fuera bastante! Pero Aidan no podía sino alegrarse de que su padre se casara con su querida Sally. Los dos se habían encontrado tras años de soledad y parecían hechos el uno para el otro. Aun así, Aidan tenía la sensación de que los problemas habían comenzado desde que todo el mundo había decidido enamorarse. Su padre y Sally iban a celebrar su boda en Alleria el mes siguiente, así que había que organizar la ceremonia. Y Aidan tenía que volar aquel fin de semana a California para resolver algunos asuntos legales que debían aclararse antes de que su padre se casara con Sally Duke. –Maldita sea –exclamó. Había olvidado que tenía que redactar los documentos correspondientes. ¿Qué le estaba pasando? Él jamás olvidaba nada. ¿Estaba perdiendo habilidades? No. Pero se había quedado sin secretaria. También ella lo había abandonado para casarse. Justo cuando más la necesitaba, su persona de confianza se había enamorado y había partido a Jamaica para casarse con su amorcito. ¿Por qué tenía que coincidir con la marcha de Logan? Definitivamente, las bodas solo le causaban problemas. Al menos podía contar con no celebrar jamás la suya y por tanto, con poder mantener cierto orden en su vida y en la de su empresa. Sacó el teléfono para comparar el calendario electrónico con la agenda que tenía en el escritorio y asegurarse de que no se había olvidado de ningún otro detalle. Tal y como se temía, comprobó que desde la partida de Logan tenía varios asuntos pendientes a los que no había prestado la suficiente atención. Nada grave, pero sí irritante para alguien que se vanagloriaba de no olvidar nunca nada. Tomó nota mental de que el acuerdo con Erickson tendría que cerrarse en las tres semanas siguientes. Y ya que no podía contar con Logan, decidió que se lo encargaría a Ellie. No tendría más remedio si él quería concentrarse en los planes y la estrategia del hotel boutique que iban a abrir los Duke en el norte de la isla. Los Duke eran sus primos y negociadores expertos con los sindicatos, pero no vivían en la isla y él tendría que actuar como su representante. Por otro lado, Ellie haría su trabajo a la perfección. Aunque Logan y él fueran mejores negociadores, ella añadía un toque de sofisticada elegancia a cualquier discusión. Sería capaz de manejar a Erickson, a los representantes de los sindicatos y a los Duke con habilidad. No pensaba cargarla con todo ese trabajo, pero tenía la certeza de que, de hacerlo, todos los proyectos saldrían adelante, y saberlo era tranquilizador. Era evidente que, por más que le costara admitirlo, él no podía confiar exclusivamente en su propia memoria y capacidad. –¿Se puede? –¿Qué pasa? –preguntó Aidan, volviéndose bruscamente para ver quién iba a molestarlo. –Vaya, ¿vengo en mal momento? –Ellie –Aidan se relajó en cuanto vio que se trataba de Ellie Sterling, la vicepresidenta de la compañía–. Pasa. Disculpa que haya sido tan brusco. –¿Algo va mal? –Nada que no tenga solución –dijo Aidan–. Un problema con las obras. De eso quería hablarte. Pero empieza tú. –Quiero repasar una lista de cosas contigo –dijo Ellie, indicando la tableta de la que no se separaba. –Claro –dijo Aidan con una risita. Su eficaz y activa vicepresidenta siempre tenía listas. Ellie se acercó al escritorio y Aidan tragó saliva al verla sentarse ante él y cruzar sus espectacularmente largas piernas. Tenía que mirar a otro lado. Cada vez que Ellie se le acercaba se sentía como un gato a punto de abalanzarse sobre ella. Pero, ¿quién podría resistirse a aquellas piernas y a una sonrisa espectacular, por no decir unos senos que no había visto y que se esforzaba en no imaginar? Además, tenía unos preciosos labios, ojos azul claro, una nariz adorable y un lustroso cabello oscuro que se recogía con un broche y que le caía por la espalda. Tras una larga pausa, sonrió a Ellie como si no acabara de imaginarla desnuda en su cama, al tiempo que se amonestaba por tener ese tipo de fantasías con su vicepresidenta... a pesar de que el etéreo vestido veraniego sin mangas que llevaba y las delicadas sandalias permitieran apreciar su delicada figura más que sus habituales trajes de chaqueta. –¿Qué puedo hacerte? –dijo. Y corrigiéndose de inmediato ante la sorprendida mirada de Ellie, preguntó–: ¿Qué puedo hacer por ti? Ellie estudió la pantalla de la tableta a la vez que cruzaba y descruzaba las piernas. Aidan, cautivado por el movimiento, se preguntó qué pasaría si la tumbaba sobre el escritorio y... –El primer punto tiene que ver con el polideportivo –dijo Ellie–. El contrato con Paragon está listo para firmar. Aidan se irguió y ahuyentó las inapropiadas imágenes que poblaban su mente. Paragon era la compañía que iba a proveer todo el material del gimnasio, desde las máquinas a las toallas. Logan y él eran viejos amigos de Keith Sands, el presidente de Paragon. –Perfecto. Mándaselo a Keith para que los firme. –Muy bien –Ellie pulsó la pantalla y se mordisqueó el labio a la vez que leía un mensaje, mientras Aidan se torturaba observando sus voluptuosos labios en movimiento y se preguntaba si no debía darse una ducha fría. Desvió la mirada diciéndose que cuando fuera a California a pasar un fin de semana debía quedar con alguna mujer. Llevaba demasiado tiempo sin disfrutar de una buena sesión de sexo, y esa debía ser una de las razones de que estuviera babeando ante Ellie. –¿Qué más? –preguntó. Ellie alzó la mirada de la pantalla. –Como sabes, el hotel nuevo debería abrir en dos semanas. –Sí, pero hay un problema con la compañía que proporciona el cemento. –Así es. He hablado con ellos –dijo Ellie–. Creo que lo he resuelto. Ya te lo confirmaré. –Gracias por haberte ocupado. ¿Siguiente punto? –Este es un poco difícil –Ellie tomó aire–. Hace tiempo que no me tomo unas vacaciones y siento avisarte con un plazo tan breve, pero tengo que tomarme tres semanas el mes que viene, del dos al veintitrés –miró la tableta–. He distribuido mis tareas, así que no tiene por qué haber ningún problema. Antes de que Aidan contestara, Ellie pasó al siguiente punto: –En otro orden de cosas, tengo buenas noticias, pero necesito tu aprobación. El servicio de limusinas va a cambiar la flota dentro de seis semanas por una gama superior. He conseguido vender la antigua a una compañía en St. Barts, pero tenemos que transportarlos hasta allí. Están dispuestos a pagar la mitad de los costes, pero yo preferiría que lo organizáramos nosotros. Hay una nueva compañía de transportes en Nasáu con la que quiero negociarlo. –Mándame la información y te contestaré. Pero volvamos al tema anterior. –¿La compañía de cemento? –preguntó Ellie con una expresión inocente que no engañó a Aidan. –No, Ellie. Tus vacaciones. ¿Tres semanas? –Sí, pero no te preocupes. Son el mes que viene. Aidan tomó un calendario y calculó. –Estamos prácticamente a final de mes. El próximo empieza la semana que viene. –Sí. Me ha surgido un asunto urgente. Siento no darte más tiempo. Aidan frunció el ceño y repitió: –¿Te marchas dentro de una semana? –Lo siento, Aidan. Se trata de una cita importante y la fecha es fundamental. –¿Pasa algo serio? ¿Estás enferma? –preguntó Aidan, preocupado. –No –se apresuró a decir ella–. Pero no puedo postergarlo. Aidan volvió a mirar el calendario. –¿No podría hacerte cambiar de idea? Te necesito aquí el mes que viene y ya sabes que me voy este fin de semana. Además, Logan no volverá hasta dentro de dos semanas. El acuerdo con Erickson es urgente, el proyecto Duke debe ser supervisado y tengo una docena de solicitudes para el puesto de secretaria. Contaba contigo para las entrevistas. Es el peor momento para que te vayas. –Te aseguro que he dejado todo... –Escucha –señaló el calendario–, la convención de embalaje es en mitad de ese periodo, y son tus clientes. No puedes abandonarlos; te adoran. –Los dejo en buenas manos. También adoran al personal de ventas. –No es lo mismo –dijo Aidan aferrándose a cualquier excusa posible. ¿A qué se debía tanta urgencia? ¿Se trataría de un hombre? La idea no le gustaba–: ¿Qué es tan importante como para que necesites irte la semana que viene? Ellie lo miró fijamente. –Es un asunto personal. –Puedes contármelo. Somos amigos. –Eres mi jefe. –Y tu amigo. –No creo que quieras saberlo –dijo Ellie, sonriendo. –Te equivocas –dijo él, entrelazando las manos por encima del escritorio–. ¿Qué puede ser tan importante como para que nos dejes cuando más te necesitamos? –Te recuerdo que son vacaciones retrasadas. –Lo sé, lo sé –dijo Aidan, preguntándose por qué estaba siendo tan inflexible–. Por supuesto que te mereces unas vacaciones. Es solo que me sorprende que, con lo organizada que eres, no me hayas avisado antes. –Me ha surgido algo inaplazable –dijo ella con gesto crispado. –Vamos, Ellie, ¿tan importante como para dejar colgados a los quinientos asistentes a la convención? –dijo Aidan, guardándose el comentario «además de a mí». Ellie dejó escapar un resoplido de impaciencia. –Está bien, pero te he avisado –se puso en pie y añadió–. Tengo una cita con una clínica de inseminación en Atlanta. La fecha es fundamental porque tiene que coincidir con la ovulación. La semana siguiente harán el tratamiento y luego tengo que descansar otras dos semanas. Aidan abrió los ojos desmesuradamente sin dar crédito a lo que oía. –Voy tener un bebé– añadió Ellie, sentándose con una sonrisa serena. Por fin lo había dicho. Había intentado reservarse los detalles, pero debía haber supuesto que Aidan Sutherland se empeñaría en saber la verdad. Solía planear sus vacaciones con tiempo de sobra, era muy organizada y nunca actuaba impulsivamente. Pero por fin se había dado permiso para ser espontánea. Finalmente, Aidan se inclinó hacia adelante y, como si tuviera un problema de oído, dijo: –¿Te importa repetirme eso? Ellie suspiró. Aidan y ella tenía una magnífica relación laboral y ella lo consideraba su amigo además de su jefe. Era divertido, atlético, guapo, sexy... pero esa no era la cuestión. Compartían intereses y, como compañeros de trabajo, solían viajar a menudo juntos. Juntos habían cerrado numerosos contratos y habían tomado más de una copa cuando las negociaciones se habían complicado. Era una lástima que esa buena relación se hubiera transformado para ella en un fascinación adolescente que jamás manifestaría, tanto porque no pensaba arriesgar su trabajo como porque no estaba dispuesta a quedar como una idiota. Como sabía que Aidan mostraba una genuina preocupación, decidió ser sincera con él. –He dicho que voy a tener un hijo. –¿La semana que viene? –La semana que viene empieza el proceso. –¿No puedes retrasarlo? –No –dijo Ellie intentando mantener la calma–. Mis ciclos son muy regulares, así que una vez llegue a Atlanta tengo un margen de tres días para empezar a ovu... –Para –Aidan alzó la mano–. Demasiados detalles de fisiología femenina. –Pero si lo has preguntado tú... –Solo quiero saber por qué tiene que ser esta semana. –Porque quiero tener un hijo –Ellie no pensaba dar más detalles. –Pero ¿por qué acudes a un banco de esperma? –preguntó Aidan, confuso. –Yo prefiero llamarlo clínica de inseminación –dijo ella, empezando a sonar irritada–. ¿De verdad necesitas que te explique para qué voy? Aidan resopló. –Claro que no. Lo que quiero saber es por qué no lo haces... por el método tradicional. –Ah –dijo Ellie–. Te refieres a eso. –Exactamente: a eso –Aidan se cruzó de brazos. –Verás... –Ellie no quería decirle que eso era lo que ella habría querido. Quedarse embarazada de un hombre al que amara, alguien maravilloso que quisiera pasar el resto de su vida con ella. Hacía poco tiempo había salido con alguien, pero en cuanto le mencionó el tema de los niños, desapareció. Y como ni siquiera habían mantenido relaciones, había perdido la oportunidad. Aunque en la isla era fácil conocer a hombres que podrían servir como candidatos, ninguno de ellos estaba dispuesto a dar el paso. De hecho, la mayoría de ellos acudía a Alleria para pasarlo bien y no les interesaba una relación duradera. El otro problema era que, aunque Ellie sabía que los hombres la encontraban atractiva, también les resultaba intimidante. Simplemente, era demasiado lista. Y había mucha gente a la que eso no le gustaba. Desafortunadamente, Ellie no tenía ni idea de cuándo cerrar la boca y dejar que un hombre fuera feliz creyéndose más listo que ella. Los hombres eran muy extraños. Tenía la suerte de que Aidan y Logan apreciaban su inteligencia y a ella le encantaba trabajar para ellos. La aceptaban y la necesitaban, y ella valoraba eso mucho más que tener un hombre en su vida. Pero entretanto, tras estudiar detenidamente las ventajas e inconvenientes, había optado por acudir a la inseminación artificial para conseguir su sueño de ser madre. Tenía un trabajo seguro y bien pagado, además de unas condiciones laborales excelentes que le permitirían criar un hijo sola. También tenía buenas amigas en la isla con las que podría contar en cualquier circunstancia. Así que estaba convencida de que podía formar la pequeña familia que tanto ansiaba. Lo único que necesitaba era unos días libres para conseguirlo. –Ellie, ¿vas a explicarme por qué no puedes hacerlo según...? –Sí, sí, según el método tradicional –Ellie se irguió y alzó la barbilla–. No creo que sea de tu incumbencia. –Tienes razón –Aidan sonrió con sarcasmo–. Pero ya que me has detallado tu calendario de ovulación, ¿por qué guardarte el resto? –¡Aidan, no tengo por qué dar explicaciones de lo que hago en mi tiempo libre! –Claro que no. Pero tienes que entender que me preocupe. Soy tu jefe, pero también tu amigo, y no te vas de vacaciones, sino a quedarte embarazada. Si lo consigues, ¿qué pasará? ¿Hasta cuándo seguirás trabajando? –Hasta que nazca el bebé. Entonces estaré de baja de maternidad tres meses y cuando acabe, volveré. Otro de los beneficios de trabajar para los Sutherland era que en el complejo había una magnífica guardería, así que se era un problema menos para Ellie. –Tres meses... prefiero no pensar en pasar tanto tiempo sin ti – Aidan se puso en pie y recorrió el despacho pensativo. Finalmente la miró y dijo–: Está bien. Concentrémonos en las próximas tres semanas. –Me parece bien –dijo Ellie. –¿Qué voy a hacer sin ti? Nunca te has ausentado tanto tiempo. Estamos hasta arriba de trabajo y no hay nadie que pueda remplazarte. Ellie sonrió porque había buscado soluciones para cada problema. En parte, gracias a su mejor amiga y encargada de catering, Serena. –Serena y su secretaria estarán al cargo de la convención. Y mi secretaria se ocupará del día a día del despacho. Podrá contactarme por teléfono siempre que lo necesite. –¡Maldita sea, Ellie! Ellie se puso en pie y se plantó ante él. –Escucha, Aidan. Si hubiera un médico especializado en inseminación artificial en la isla, no me iría. Pero como no es el caso, me marcho a Atlanta. –Pero, ¿y si sigues el proceso y no...? –Aidan decidió que era mejor no terminar la pregunta. Pero Ellie lo hizo por él. –¿Y no me quedo embarazada? Volveré a intentarlo en unos meses. Aidan apretó los dientes. –Está bien, comprendo lo que quieres y no tengo derecho a entrometerme, pero ¿no eres demasiado joven? ¿Cuántos años tienes, veintiocho? –Treinta. –Te queda mucho tiempo para conseguirlo a la... –Sí, sí, a la manera tradicional. Ya lo has dicho varias veces. –Porque vale la pena repetirlo –dijo Aidan. Ellie desvió la mirada hacia su tableta para disimular su incomodidad. ¿No hacía demasiado calor en aquel despacho? Aquella conversación sobre embarazos y métodos tradicionales le estaba removiendo los sentimientos y el deseo físico que Aidan le despertaba ella y que había conseguido sofocar hacía tiempo. Y eso era lo peor que podía pasarle. –Eres consciente de que nada de esto es asunto tuyo, ¿verdad? Aidan tuvo el descaro de sonreír. –Por supuesto. Ellie suspiró. –Escucha, aunque tenga todo el tiempo del mundo por delante, lo cierto es que no tengo pareja. Y sabrás que es necesario contar con alguien que esté dispuesto a hacer el trabajo. No podía ser más explícita. –¿Y qué hay del tipo con el que estuviste saliendo? ¿Cómo se llamaba? –Lo sabes perfectamente. Me lo presentaste tú. –Ah, sí. ¿Brad? –Blake –dijo Ellie poniendo los ojos en blanco. –Es verdad. ¿Qué hay de Blake? Ellie esquivó su mirada. –¿Qué hay de Blake para qué? –al ver que Aidan se limitaba a enarcar una ceja, indicando que se refería al sexo, continuó un resoplido de impaciencia–. No funcionó. Ya no estamos saliendo. –Lo siento –dijo Aidan. –No parece que seas sincero. –Tienes razón –dijo Aidan con una sonrisa maliciosa–. No era tu tipo. –Pero si nos presentaste tú... –Porque estabais al lado –Aidan se encogió de hombros–. Solo fue por cortesía. Nunca pensé que saldríais. Me alegro de que hayáis roto. Te mereces algo mucho mejor. Es un cretino. –A buenas horas me lo dices –masculló Ellie–. Ahora que ya le he preguntado si... –cerró la boca, pero ya había dicho demasiado. Aidan entrecerró los ojos. –¿Le pediste que fuera el padre de tu hijo? –Creo que esta conversación ha ido demasiado lejos –dijo Ellie, volviéndose hacia la puerta. –En cambio yo creo que solo ha comenzado –dijo Aidan, plantándose ante ella–. Ellie, te presenté a Blake hacer tres semanas. ¿Me estás diciendo que después de tres semanas le pediste...? –Así es. Sé que fue una locura, pero tengo que decir en mi defensa que nos vimos todos los fines de semana y lo pasamos en grande. Así que una noche, mientras cenábamos, me preguntó dónde me veía en cinco años y se lo dije. –Exactamente, ¿qué le dijiste? Ellie habría querido que se la tragara la tierra, pero tomando aire, contestó: –Que me veía en Alleria, trabajando en Sutherland Corporation y cuidando de mi adorable hijo de cuatro años. Vio que Aidan abría los ojos y que intentaba contener una risa, hasta finalmente estalló. –¿Me estás diciendo que le dijiste a un hombre con el que salías desde hacía tres semanas que esperabas que fuera el padre de tu hijo? –No con esas palabras –dijo ella. Pero Aidan tenía razón al reírse–. Bueno, puede que pudiera interpretarse así. –¿Solo lo crees? –Deja de reírte. ¿Qué querías que hiciera? Blake era el primer hombre con el que salía desde hacía tres años. –¿Tres años? –Aidan la miró de arriba abajo–. ¿Qué les pasa a los hombres? –No son ellos, soy yo –Ellie no sabía dónde meterse. ¿Era posible sonar más patética? Tenía que irse. Aidan posó la mano en su hombro y la miró a los ojos. –Cariño, te aseguró que no eres tú. Eres lista, divertida, guapa... Cualquier hombre... bueno... –Aidan frunció el ceño y la soltó. –Bueno... ¿qué? –preguntó Ellie. Le agradecía aquellas palabras, pero no le servían de consuelo. No era un plato de buen gusto reconocer ante Aidan Sutherland, su jefe, el hombre que le gustaba desde hacía cuatro años, que era una perdedora. –Repito: siento no haberte podido avisar con más tiempo –dijo al ver que Aidan no contestaba–. Pero te aseguro que he dejado todo bien atado para que no haya problemas. Solo necesito que me des el visto bueno para marcharme. –No pienso permitir que dejes el trabajo –dijo él con una sorprendente fiereza. Ellie se sintió halagada. –Aidan, me conoces y sabes que adoro mi trabajo y Alleria. Logan y tú sois los mejores jefes que podría tener. Te aseguro que no tengo la menor intención de dejaros. –Me alegro, porque no lo permitiría. Eres una parte esencial de esta organización. –No tengo la menor intención de marcharme –repitió ella. –Pero vas a tener un hijo –dijo él–. Y esa no es una buena señal. –Tengo la intención de criar a mi hijo en esta isla y de seguir trabajando para vosotros hasta que me echéis. ¿De acuerdo? Aidan frunció el ceño. Sabía cuándo no valía la pena seguir peleando. –De acuerdo. –Gracias –dijo Ellie. Y sin pensárselo le dio un afectuoso abrazo–. Muchas gracias por comprenderme. –No comprendo nada –dijo él. Sigo pensando que no hay nada como la vieja rutina entre hombre y mujer. Ellie rio. –Vale. Tienes una semana para conseguir que cambie de ida – bromeó, aunque estaba convencida de su decisión. Capítulo Dos Aquella tarde, Aidan intentó relajarse en una tumbona en la playa, con un whisky, pero ¿cómo iba a conseguirlo si no lograba quitarse de la cabeza la idea de mantener relaciones con Ellie? Afortunadamente, tendría una semana para pensar en otra cosa una vez estuviera en California. Técnicamente, que Ellie decidiera tener un hijo no tenía nada que ver con él. Sin embargo, y aunque se hubiera tratado de una broma, Ellie lo había retado antes de salir de su despacho. Y estaba decidido a encontrarle un hombre. Los Sutherland nunca rechazaban un reto. Pero, ¿cómo iba a encontrar a alguien que hiciera feliz a Ellie para que se quedara en la isla? No se veía llamando a sus amigos y preguntando si estarían dispuestos a inseminar a su vicepresidenta. Deslizando los pies por la fresca arena de la playa, Aidan se preguntó en qué punto había perdido la discusión con Ellie, y se dio cuenta de que en realidad no le había dado ninguna oportunidad de ganarla, puesto que no tenía la menor intención de cambiar de opinión. ¿Por qué entonces se sentía tan afectado? La decisión de tener un hijo era exclusivamente de ella. Era su vida. Excepto que para ello tendría que dejar la isla, aunque solo fuera por tres semanas. Sin embargo, si no funcionaba, tendría que volver a Atlanta tantas veces como fuera necesario. Aidan odiaba reconocerlo, pero cuando Ellie faltaba las cosas funcionaban peor. De hecho, tendían a ir mal. Dos años antes, se había marchado cinco días y el huracán Willie alcanzó la isla. El año anterior se había ido una semana y el personal de cocina se había puesto en huelga. Ellie era un barómetro del estado de cosas en Alleria. Si estaba, todo fluía. Si faltaba, el trabajo se convertía en una carrera de obstáculos. Aidan estaba tentado de contratar a un especialista en inseminación para evitar que Ellie se fuera. Lo pensó unos segundos. Así todo el mundo estaría contento. ¿O no? ¿Por qué no le parecía la solución ideal? Frunció el ceño mientras daba un sorbo al whisky. Porque aun así, Ellie seguiría recurriendo a medios artificiales para quedarse embarazada y eso le resultaba intolerable. No estaba dispuesto a analizar sus sentimientos, pero le parecía suficiente justificación el pensar que no era justo que una mujer tan maravillosa eligiera un método tan poco natural. –¿Justo? –masculló. ¿Justo para quién? ¿Para Ellie o para la población masculina? Después de todo, era una mujer extremadamente deseable. Numerosos hombres estarían encantados de ayudarla. ¿Habría dado la oportunidad a alguno de ellos? No. Ni siquiera a Blake Farrell. No habían llegado a salir ni un mes. ¿Qué hombre habría accedió a convertirse en padre con una mujer a la que acababa de conocer? El hombre adecuado, se dijo Aidan. Y Blake Farrell no lo era. Y aunque no quería saber por qué, le había aliviado saber que en el presente no había ningún hombre en la vida de Ellie. Sin embargo, eso significaba que iba a tener un hijo de un total desconocido que podía haber mentido respecto a sus características físicas al ofrecerse como donante. ¿Se lo habría planteado? –Maldita sea, debería ofrecerme yo mismo –masculló una vez más. Al instante se incorporó sobresaltado. No podía creer lo que acababa de decir. Dio un largo trago al whisky. Había tomado la decisión de no tener hijos hacía mucho años, después de ver las dificultades por las que había pasado su padre criándolos a Logan y a él, solo. Su madre los había abandonado cuando tenían siete años. Con ello, había marcado a Aidan de por vida. Aunque disfrutaba plenamente de la compañía femenina, no pensaba confiar en ninguna mujer tanto como para casarse, ni mucho menos para tener hijos. No podía soportar la idea de que un niño experimentara el abandono que él había sufrido. Tal vez esa era la razón de que le perturbara que Ellie pensara en ser madre sola, sin plantearse las dificultades que ello conllevaba. ¿Se habría esforzado Ellie lo suficiente para encontrar al padre adecuado? Aidan recordó la expresión de su rostro cuando ella había dicho: «No son ellos, soy yo». Claro que lo había intentado, pero ninguno había sido lo bastante listo como para aceptar. Ellie se había mostrado tan vulnerable durante la conversación que Aidan había tenido que resistir la tentación de abrazarla y besarla para borrar el dolor que había percibido en sus ojos. Cuando pensaba en mujeres y en confiar o no en ellas, Ellie aparecía en su mente como la única mujer en la que confiaba plenamente. Logan y él habían decidido ofrecerle convertirse en socia, aunque había retrasado decírselo hasta que Logan volviera de su luna de miel. Aidan imaginó sus piernas rodeándole la cintura mientras él se adentraba en ella profundamente, y la imagen fue tan vívida que estuvo a punto de tropezarse al acercarse a la orilla. En cuanto recuperó el equilibrio dio un buen trago al whisky. No podía dejarse llevar por esos pensamientos ni suponer que significaban otra que cosa que una atracción física por ella que nunca llegaría a convertir en realidad. No podía arriesgarse a perderla como socia si empezaban una relación y esta fracasaba. Y lo que era aún peor, no podía arriesgarse a ofenderla y que los dejara plantados. –Ellie no hará eso –masculló, sombrío. Por otro lado, quería que Ellie fuera feliz. Y eso solo era posible si tenía un hijo. Se frotó la cara, exasperado. Si era sincero consigo mismo, de haberle pedido Ellie que fuera el padre de su hijo, le habría costado un esfuerzo sobrehumano negarse. Pero lo habría conseguido. ¿O quizá no? Claro que sí. –Lo cierto es que no te lo ha preguntado –farfulló, irritándose consigo mismo por decir tales idioteces en alto. Había perdido la cabeza. Terminó el whisky y decidió retirarse por temor a acabar aullando a la luna como todos los locos románticos que lo rodeaban. Ellie bostezó, se terminó el té y apagó el ordenador. Debía haberse ido a la cama hacía rato, pero desde que había recibido la noticia estaba demasiado excitada como para acostarse. Por eso, había pasado el rato mirando las fotografías que le había mandado su hermana Brenna desde Atlanta: una con su encantador marido, Brian; otra de la pareja con sus dos hijos; varias de sus sobrinos jugando en el jardín de su casa; y la última: una imagen borrosa de la ecografía del bebé. El médico está convencido de que es chico, había escrito en el mensaje. Lilah está encantado de que sea otro chico en lugar de una hermana pequeña pesada. Ellie sonrió. Podía imaginar a Brenna riendo mientras escribía, porque ella era la hermana pequeña pesada. Brenna tenía una maravillosa familia a la que Ellie estaba deseando ver. Ese era uno de los motivos por los que había elegido Atlanta. Ellie y Brenna no habían sido siempre tan felices. Su madre había sido una figura ausente durante su infancia, incluso cuando estaba con ellas. Eso era lo que le pasaba a las mujeres que se obsesionaban con hombres que no sentían lo mismo por ellas. En lugar de dar amor a sus hijas, se lo había guardado por si su marido decidía volver. Pero no lo hizo. No quería saber nada de ella. Se había casado con otra mujer y tenía un hijo con ella al que quería tanto que no le quedaba amor para sus otras dos hijas. Pero su madre nunca se dio por vencida, nunca dejó de amarlo ni de perseguirlo, engañándose y diciéndose que algún día volvería. Con esa esperanza estaba siempre lista, maquillada y perfectamente vestida. Y exigía que las niñas también lo estuvieran. En el fondo, las consideraba culpables de haberlo perdido. Eso, cuando se molestaba en pensar en ellas. Un día en el que estaban las tres juntas en un puesto de hamburguesas, su madre creyó ver pasar a su padre al otro lado de la calle y corrió tras él sin mirar. Un autobús la atropelló. Aquella era una de las lecciones que Ellie había aprendido: jamás perseguiría a un hombre que no la amara. Nunca se humillaría ni se tendría tan poco respeto a sí misma. Fue hasta el fregadero y aclaró la taza mientras pensaba en la pequeñísima criatura que llevaba Brenna en su vientre y que nacería en una familia cariñosa que ansiaba conocerla. Ellie se sentía feliz por Brenna. Tras la murete de su madre se habían criado a sí mismas, evitando por todos los medios que los servicios sociales obligaran a Ellie a ir a un centro de acogida. Por eso su vínculo era tan fuerte. Brenna le había enseñado todo lo que sabía sobre la vida y el amor verdadero. Brenna siempre había soñado con que algún día las dos formarían una familia, y solía imaginar las mañanas de Navidad, cuando reunieran a sus hijos para abrir los coloridos paquetes que encontrarían bajo el árbol. Ellie sonrió al recordarlo. Brenna había conseguido su sueño y ella no podía sentirse más feliz. Brenna insistía en que algún día ella también encontraría al hombre con el que formar una familia y Ellie había confiado en que así fuera. Se había dado cuenta de que siempre sería tía y no madre. Por eso, había tomado la decisión impulsivamente y había concertado la cita con la clínica de Atlanta. Solo tenía un pequeño problema: Aidan y la pregunta con la que le había hecho enrojecer: ¿Por qué no hacerlo por un método tradicional? ¿Cómo habría reaccionado si le hubiera preguntado si se ofrecía de voluntario? Con toda seguridad, habría significado el final de su carrera en Sutherland Corporation. Aidan había prometido conseguir que cambiara de opinión, pero Ellie dudaba de que volviera a mencionar el tema, y menos, después de la vergonzosa admisión de que no había ningún hombre disponible. Era una lástima que él no le hubiera ofrecido sus servicios. –¿Estás loca? –exclamó. Aidan era su jefe y no se le ocurría un escenario más complicado que el de tener a un jefe que fuera al mismo tiempo el padre biológico de su hijo. Desafortunadamente, su relación laboral no era el mayor problema, sino el hecho de que llevara años deseando a Aidan. En secreto, claro. De hecho, había conseguido no pensar en ello durante mucho tiempo, pero la conversación había vuelto a recordárselo. Era una suerte que su interés por él fuera meramente físico. De otra manera, habría estado metida en un buen lío. Ella nunca dependería de un hombre. Le gustaba Aidan, pero eso era todo. Ella nunca se comportaría como su madre. –¡Ni hablar! –exclamó, a la vez que apretaba los puños y se metía en la cama. Pero mientras ahuecaba la almohada se preguntó qué significaba el hecho de que, de haberse ofrecido Aidan a dejarla embarazada, le hubiera resultado casi imposible rechazarlo. Una cosa era que pudiera ignorar la atracción que sentía por él, y otra que renunciara a aceptar una oferta directa. No le costaba imaginar un bebé con los rasgos de Aidan: su sonrisa, su inteligencia y, de mayor, su cuerpo atlético. Suspiró profundamente, aunque sabía que nunca se convertiría en realidad, se dejó llevar por esa fantasía mientras se quedaba dormida. Dos días más tarde, Aidan mantuvo la habitual reunión semanal con los encargados del complejo. Una vez concluyó, Serena, la jefa de catering; y Marianne, la encargada de limpieza y mantenimiento, coincidieron en la máquina de café mientras él esperaba su turno. –Seguro que ya ha hecho las maletas –dijo Marianne mientras sacaban los cafés. –Con lo organizada que es, no me extrañaría –dijo Serena, mientras se servía leche–. Voy a echarla mucho de menos. –Solo se va tres semanas. –Ya, pero... –Serena bajó la voz–. ¿Tú crees que seguirá aquí cuando se quedé embarazada? –Ha prometido que sí. –Pero tendrá que cuidar del bebé. –Yo tengo dos hijos y vivimos aquí perfectamente –dijo Marianne. –Pero tú tienes un marido. –Eso es cierto –dijo Marianne, frunciendo el ceño. –Ellie también querrá un marido en algún momento, y no lo va a encontrar aquí. –Puede que tengas razón. Los que vienen a Alleria solo están de paso. –Aunque tú encontraste aquí a Hector –señaló Serena. –Claro, pero es que él venía buscando una mujer de verdad y la encontró –dijo Marianne, acompañando sus palabras con un sensual movimiento de hombros y un guiño. Las dos rieron y Serena dijo: –Hector y tú tuvisteis suerte. Pero no es lo habitual. –Supongo que tienes razón. Es una pena. –Desde luego, pero Ellie se dará cuenta pronto de que su niño necesita un padre –Serena se inclinó hacia Marianne–. ¿Recuerdas que te dije que mi hermana era madre soltera? Tiene una vida muy difícil. Marianne suspiró. –Alleria no es el sitio para encontrar un padre. Las dos mujeres continuaron la conversación mientras se alejaban, sin darse cuenta de que dejaban detrás a un atónito Aidan. Cuando las perdió de vista, se sentó y reflexionó sobre lo que acababa de oír. Aquellas dos mujeres eran las dos mejores amigas de Ellie en la isla y estaban convencidas de que Ellie acabaría por marcharse. Así que solo le quedaba una opción. Serena y Marianne tenían razón. Aidan no podía arriesgarse a que Ellie se diera cuenta de las complicaciones de criar a un hijo sola en la isla y decidiera marcharse. Debía tomar una decisión. Llevaba tres días dándole vueltas y se estaba volviendo loco. Pero tras oír aquella conversación, solo cabía una solución. Y lo más difícil: convencer a Ellie. –¡Ni hablar! –exclamó Ellie, levantándose de la silla de un salto–. ¿Te has vuelto loco? Aidan pensó que quizá estaba en lo cierto. Él había pensado lo mismo la primera vez que se le había ocurrido aquella idea. Él podía dar un hijo a Ellie... por el método tradicional. –Así podría ayudarte con el niño –continuó, ignorando las protestas de Ellie–. Es la mejor forma de resolver el problema. –Yo no tengo ningún problema –replicó Ellie. –Puede que ahora no. Pero, ¿y en el futuro? Además, si el tratamiento no funciona, ¿vas a estar yendo y viniendo de Atlanta? Ellie pareció pensar por primera vez en esa posibilidad. –Así podrás quedarte en la isla, que es lo que quieres –insistió él–. Además de contar conmigo durante el proceso. –Ahá. –Me he documentado. Dicen que hay un considerable grado de ansiedad asociado al proceso. Hasta hay quien se autosabotea y resulta infértil. –Así que estás loco y además has estado estudiando el caso – dijo Ellie, contando con los dedos–. ¡Qué encantador! –Soy tu amigo y me preocupo por ti –dijo Aidan, encogiéndose de hombros. –Eres mi jefe y no quieres que me vaya. –Eso es secundario –dijo Aidan con tanta firmeza que hasta llegó a creérselo–. Tu salud y bienestar me conciernen. Ellie puso los ojos en blanco. –Vale. Te lo agradezco, pero es una idea completamente insensata. Aidan se inclinó sobre el escritorio. –¿Por qué, Ellie? Ella lo miró fijamente. –Porque tú no quieres un hijo. –Pero tú sí. –Sí, y hay una manera de conseguirlo sin que tú intervengas. Aidan tomó aire y cambió de táctica. –Nos conocemos hace tiempo, nos llevamos bien y somos vecinos. Así que si estuvieras... ovulando, podrías llamarme y estaría a tu lado en cuestión de minutos. –¡Qué romántico! –dijo Ellie, tocándose el corazón. –¿Es más romántico ir a una clínica? –rio Aidan–. Además, esto no tiene nada que ver con el romanticismo, sino con que te quedes embarazada y que tu hijo sepa quién es su padre. Piénsalo: podemos pedir a los abogados que redacten los términos de una pensión para ayudarte a criarlo. –Yo no quiero que me ayudes económicamente. Ellie era la única mujer que Aidan conocía que no estaba interesada en su dinero. Pero aun así, estaba decidido a ayudarla de una manera u otra. Lo único importante era que tuviera el hijo que tanto ansiaba y que permaneciera en la isla, trabajando para Sutherland. –Me gustaría incluir una cláusula para que tú y tu bebé permanezcáis en Alleria. –No he pensado en mudarme. –Pero podrías cambiar de opinión cuando nazca el niño. –No –dijo Ellie con firmeza. –Quién sabe –argumentó Aidan–. Puede que algún día quieras casarte. –No tengo la menor intención de casarme. –Nunca se sabe –Aidan se encogió de hombros–. Y si cambiaras de opinión, no te resultaría fácil encontrar al hombre adecuado en Alleria. Aquí solo están de paso. Ellie lo miró con suspicacia y Aidan temió que se diera cuenta de que usaba los mismos argumentos que sus amigas. Pero le dio lo mismo. Ella se volvió a sentar y se mordisqueó el labio nerviosamente. Aidan sintió una tensión inmediata en la ingle y pensó que si Ellie no paraba, no se haría responsable de sus actos. Cuanto más lo pensaba, más lógico le parecía aquel descabellado plan. –Es una locura –dijo Ellie. Aidan se inclinó hacia adelante. –A mí en cambio me parece la solución más lógica. A no ser... – Aidan frunció le ceño–. No se me había ocurrido que quizá no me encuentres lo bastante atractivo. –¡No digas tonterías! –masculló Ellie–. Por supuesto que te encuentro atractivo. Eres el... Olvídalo. Solo quieres que te piropee y me niego a alimentar tu ego. –Ya lo has hecho –dijo Aidan con una sonrisa de oreja a oreja. Ellie tomó aire y lo exhaló lentamente. –Esto no tiene nada que ver con que te encuentre o no atractivo, sino con que la ida me resulta... perturbadora. –¿Perturbadora? –Sí, Aidan. Para hacerlo, tendremos que estar desnudos –Ellie resopló–. Trabajamos juntos. Y después de vernos, ya sabes... No sé. Me resultaría incómodo. Para Aidan verla desnuda era más un deseo que una incomodidad, pero comprendía su punto de vista. –Lo siento Ellie, no pretendía molestarte. Ella lamentó que Aidan se sintiera mal. –Sé que no pretendías avergonzarme, no es tu estilo. Pero tienes que admitir que la idea resulta... rara. Aidan dio un trago a su café, preguntándose si no estaría dejando traslucir su ansiedad. Ellie estaba a punto de rechazarlo, y Aidan podía imaginar a Logan carcajeándose al saber que una mujer rechazaba una oferta como aquella. –Tienes tazón –dijo con cautela–. Lo último que quiero hacer es perjudicar nuestra relación laboral. Será mejor que olvidemos esta conversación. –Dame unos minutos –dijo Ellie. –Tómate el tiempo que quieras... Ellie lo interrumpió, pensando en voz alta: –En parte tiene sentido permanecer en la isla y... hacerlo contigo –dijo. Aunque añadió precipitadamente, balbuceando–: Pero somos tú y yo, que por una parte somos amigos; pero también somos compañeros, tú eres mi jefe y yo... tu empleada. Así que es una mala idea, ¿no crees? Aidan decidió jugar la que consideraba su última carta. –¿Y si fueras más que una empleada? ¿Y si te dijera que estaba planeando hacerte socia de la empresa? Como Ellie tardó en reaccionar, Aidan llegó a pensar que no lo había oído. No quería decirle que Logan y él ya habían decidido hacerle esa oferta. Si le ayudada a que aceptara su otra oferta, estaba dispuesto a que formara parte del trato. Si no era así, quizá le serviría para suavizar lo que Ellie podía haber considerado un insulto. En cualquier caso, lo que quería era que Ellie dijera algo. No era habitual en ella quedarse sin palabras. –¿Qué acabas de decir? Aidan sonrió. –Te estoy ofreciendo convertirte en socia de la corporación. Ellie sintió que se mareaba. –Dilo otra vez, por favor. –Socia, Ellie –dijo Aidan–. Has oído bien. Sé que lo deseas. Por supuesto que sí. Ella misma había preguntado a los hermanos, en la reunión anual de diciembre, si habían considerado incentivar a sus directivos con la posibilidad de convertirse en socios. –¿Estás ofreciéndome que me convierta en socia? ¿Por qué? –Porque te lo mereces. Y porque estoy decidido a hacer lo que haga falta para que sigas trabajando con nosotros. Ellie no había pensado ni por un instante dejar su trabajo, pero en aquel momento estaba superada por las circunstancias. Primero Aidan le ofrecía su esperma, con todo lo que conllevaba. Luego le ofrecía convertirse en socia de la compañía. ¿Le había tocado la lotería? ¿Qué estaba pasando? –Bueno, ¿qué me dices? –preguntó Aidan. –Estoy aturdida –admitió Ellie–. Y me resulta sospechoso que me hagas esta oferta ahora. –Lo comprendo. Pero te aseguro que Logan y yo pensábamos decírtelo cuando él volviera de su luna de miel. Me he limitado a adelantar el momento –Aidan se puso en pie, rodeó el escritorio y le tomó la mano–. Sé que quieres tener un hijo y quiero ayudarte. Pero, decidas lo que decidas, siempre serás una socia y una amiga. He mencionado la posibilidad con la mejor de las intenciones. –Oh, Aidan. –Espera –Aidan alzó una mano–. Quiero ser honesto y decirte que yo no me sentiría nada incómodo viéndote desnuda, y que de hecho últimamente no he pensado en otra cosa. Ellie sintió que se le secaba la boca. Cuanto más lo pensaba, más tentadora le resultaba la idea. Sobre todo teniéndolo tan cerca, acariciándole la mano con el pulgar inconscientemente, haciendo que se le acelerara la sangre. Ellie sabía que aceptar representaba un riesgo para su equilibrio mental. Pero no tenía por qué serlo. Ella era una mujer fuerte y se trataba de una oferta profesional. Era lo mejor para el bebé y para ella. Podía aceptar sin temer convertirse en su madre. Aidan continuó: –Ofrecerte que te conviertas en nuestra socia es una manera de decirte que al margen de lo que decidas sobre el bebé, queremos que sigas trabajando con Sutherland. –¿Quieres decir que no es un soborno para que te olvide como candidato para concebir? –Todo depende. ¿Está funcionando? Ellie rio. –Creo que sí. Soy débil. Pero no necesito que me sobornes para que me quede, Aidan. No tengo la menor intención de irme. –Me alegro, pero la oferta de asociarte no es un soborno, sino una realidad –Aidan concretó los detalles del acuerdo, explicando que los abogados redactarían el contrato de inmediato y que este entraría en vigencia en cuanto fuera firmado. –Te advierto –concluyó–, que para llegar a ser socia de pleno derecho puede que tengan que pasar entre cinco y diez años, pero me gustaría que lo consideraras. Ellie no dudaba de que eso era lo que quería. El problema era aceptar la oferta de tener un hijo con Aidan con lo que representaba respecto al grado de intimidad que alcanzaría su relación. Aun así, una parte de ella ansiaba decir que sí. Pero dado que era su lado menos razonable, lo mejor que podía hacer era dar un paso atrás y pensárselo... sin tener a Aidan delante. –Necesito pensármelo todo –dijo finalmente. –¿Todo? –preguntó Aidan. Ellie se mordisqueó el labio. –Sí, todo. Aidan asintió. –De acuerdo. Mañana me voy a California. ¿Por qué no me contestas el próximo lunes? Ellie lo miró con solemnidad. –Para entonces tendré una respuesta. Capítulo Tres –Estamos a punto de despegar, señor Sutherland. –Gracias, Leslie –dijo Aidan, y se abrochó el cinturón. El asistente de vuelo volvió a su posición en la cabina y Aidan miró la hora. Tenía por delante seis largas horas hasta California. Se acomodó y estiró las piernas. Cuando los motores se pusieron en marcha, se dijo que debía haber invitado a Ellie a acompañarlo. Así habría tenido alguien con quien charlar y que le alegraba la vista. Ellie era además lista y divertida. Siempre lo pasaban bien cuando viajaban juntos. Y de haber estado juntos, Aidan no habría tenido que esperar cuatro días para hacer el amor con ella. Como no era así, solo le quedaba reflexionar sobre todos los problemas que implicaba ser padre. Aunque nunca hubiera considerado tomar esa decisión, lo haría por Ellie y por el niño, que merecía saber quién era su padre. Y significaba que por fin tendría a Ellie en su cama. Ellie solía trabajar algunas horas durante el fin de semana para ponerse al día con la lectura de revistas de negocios y estudiar el mercado de valores. Le encantaba aprender cosas nuevas, pero con la proposición de Aidan le resultaba imposible concentrarse en otra cosa. Su mente saltaba de una idea a otra y siempre acababa en Aidan. Así que finalmente se dio por vencida, ordenó su escritorio y se fue del despacho. Mientras caminaba por el palmeral hacia su acogedora casa, decidió que solo conseguiría relajarse si se daba un baño. Se puso el bañador, tomó una toalla y bajó a la playa. Las numerosas piscinas que salpicaban el complejo eran preciosas, pero había demasiada gente como para relajarse. Ellie prefería nadar en las apacibles aguas de la bahía. El sol se estaba poniendo, pero todavía calentaba. Tocó el agua con el pie y comprobó que tenía una temperatura perfecta. Dejó la toalla en la arena y se adentró en el agua hasta que esta le llegó a la cintura. Entonces se sumergió y buceó hasta que necesitó emerger para respirar. Luego siguió nadando suavemente, relajando los músculos. A Ellie siempre le había gustado el agua. A unos doscientos metros de la orilla, Ellie se dejó flotar sobre el agua y contempló el cielo, teñido de rosa y violeta. Luego miró hacia el complejo hotelero. Después de tantos años, a veces le costaba creer lo lejos que había llegado en la vida. Mientras volvía a la playa, Ellie reflexionó sobre los intricados caminos que había seguido su vida. Durante aquellos años se había perdido muchas cosas: amistades, chicos, ir de compras, todas las diversiones propias de la adolescencia. Pero Brenna y ella supieron desde el primer momento que tenían que pasar lo más desapercibidas posible. Así que no hubo ni novios, ni amigas, ni ninguna actividad en la que pudieran llamar la atención. Ellie se había refugiado en los libros y los estudios, absorbiendo todos los conocimientos posibles. Pudo terminar la carrera en tres años. Para entonces, estaba tan interesada en el funcionamiento de las grandes corporaciones que se graduó de un máster cuando sus compañeros todavía no sabían qué hacer en la vida. Aquel pasado la había conducido a un presente feliz en Sutherland Corporation, donde la consideraban inteligente, independiente y ambiciosa, en un sentido positivo. Tenía muy buenas amigas y había salido con unos cuantos hombres. Tenía los medios y la oportunidad de ser madre y dar a su hijo todo aquello de lo que ella había carecido. Llegó a la orilla, tomó la toalla y se secó. La arena seguía caliente bajo sus pies. Se dio cuenta de que si decía que sí a Aidan no lo haría solo por quedarse embarazada, sino porque estaba convencida de que el sexo con él sería excitante y divertido. Y después de tanto tiempo, Ellie pensó que se merecía pasarlo bien. Así que decidió empezar por unirse a sus amigas, que habían quedado a las siete. Con una determinación que hacía tiempo que no sentía, se envolvió en la toalla y caminó hacia su casa. Se dio una rápida ducha y se vistió. Quería llegar a invitar a la primera ronda. Aidan no intuyó el traicionero ataque. En retrospectiva, supuso que esa era la razón de que lo llamaran traicionero. Llevaba dos días en California y su primo Cameron Duke organizó una fiesta en la piscina de su casa. Aidan flotaba en el agua sobre una colchoneta, con los ojos cerrados y disfrutando de una cerveza. Podía oír de fondo los gritos de los niños, el ladrido de un perro, Sally ofreciendo sangría..., y se dio cuenta de que hacía mucho que no se relajaba. El sol le calentaba la piel, el agua estaba fresca y a medida que el nivel de ruido fue disminuyendo, Aidan volvió a arrepentirse de no haber llevado a Ellie consigo. Se lo habría pasado en grande y habría encajado a la perfección en el grupo. Pero sobre todo, habría querido tenerla a su lado, echada con el cuerpo húmedo pegado al de él... Súbitamente, se produjo un guirigay al tiempo que le caía encima un gigantesco golpe de agua que desestabilizó la colchoneta. Unos segundos más tarde, pequeños y mayores se tiraban en tropel a la piscina. Alzando la cerveza en el aire para que no se le cayera, rio con los provocadores del tsunami. –Buenos reflejos –gritó Brandon por encima del griterío–. Nunca desperdicies una buena cerveza. Aidan rio. –Veo que compartimos principios. Brandon era el mayor de los Duke. Sobre sus hombros estaba sentada la adorable hija de tres años de su hermano Cameron, Samantha, que reía, salpicaba y ocasionalmente usaba la cabeza de su tío como tambor. De pronto, Aidan sintió unas pequeñas manos tocándole los hombros y al volverse descubrió a Jake, el hijo de cinco años de Cameron, que le sonreía de oreja a oreja. –¡Llévame a caballito! –gritó. Aidan miró a su alrededor buscando a un padre, pero como todos estaban ocupados, no pudo negarse. –Vale –dijo–. Agárrate fuerte –le advirtió. Y tras dejar la cerveza en el borde, comenzó a trotar por la piscina, evitando que Jake sumergiera la cabeza. Tras unos minutos, miró hacia atrás. –¿Has tenido bastante? –No –dijo Jake, dándole una palmada en la espalda–. Más. Media hora más tarde, Aidan se detuvo en la zona menos profunda y dijo: –No puedo más, peque. –Vale. Te toca descansar –dijo Jake. El niño se abrazó al cuello de Aidan y, apretando la mejilla contra la de él, añadió–. Gracias, tío Aidan. Y se alejó nadando. Aidan fue hasta el borde a recoger su cerveza, negándose a admitir cuánto había disfrutado con el niño cargado a la espalda. Varias horas más tarde, tras haber comido su peso en hamburguesas, la mejor ensalada de patata de su vida y el delicioso pastel de cerezas de Sally, deslizó la mirada por el jardín. Los adultos seguían a la mesa, charlando, mientras los niños se esforzaban en vano por permanecer despiertos. Jake se había caído al intentar trepar un árbol y Cameron, sin pestañear, lo había llevado al interior para curarle una pequeña herida. Por alguna extraña razón, aquella eficiente actividad familiar le hizo pensar en la habilidad de Ellie de mantener la calma en cualquier circunstancia. Claro que cualquier cosa le servía de excusa para pensar en la mujer que lo esperaba en Alleria. Un rato más tarde, Jake salió corriendo de la casas en pijama y dejó atónito a Aidan al trepar a su regazo. En unos minutos se quedó profundamente dormido. Aidan no lograba comprender de dónde brotaban las emociones que aquel pequeñajo le despertaba. ¿Era algo así lo que sentían los padres? ¿Era aquello a lo que se había comprometido con Ellie? No. Si Ellie aceptaba, él se convertiría en padre solo de palabra. Estaría presente como apoyo económico y en las ocasionales reuniones familiares. Se frotó el pecho, aliviado de no tener que lidiar con aquellos paralizantes sentimientos de temor, preocupación y amor, y... –Aquí tienes –Cameron le dio un whisky–. No te preocupes por Jake, no se despierta ni aunque haya un terremoto. Se sentó y los dos hombres compartieron un cómodo silencio, observando la actividad a su alrededor. –Hora de ponerse el pijama –anunció Kelly, la mujer de Brandon. Y tomó en brazos a Robbie, que se alejaba gateando. El bebé apoyó la cabeza en el hombro de su madre y cerró los ojos. –Este está desmayado –dijo Adam. Y llevó a T. J. al interior, donde su mujer estaba ya acostando a la última en sumarse a la familia, Annabelle, de dos meses. Cameron sacudió la cabeza. –Nunca pensé que llegaría el día en que habría más niños que adultos en una fiesta de los hermanos Duke. –Los chicos con geniales –dijo Aidan, dando un sorbo al whisky. Cameron rio: –Mira quién lo dice: un soltero recalcitrante que no piensa tener hijos. –Oye, lo decía en serio –protestó Aidan, sonriendo–. ¿Tanto se nota? –Reconozco el estilo –Cameron se acomodó en su butaca–. Los niños son geniales mientras sean de otros. Aidan rio. Estaba seguro de haber dicho esas mismas palabras en más de una ocasión. Sin embargo, aquella tarde había disfrutado con la sensación de tener a Jake en su regazo, confiado, arrebujado contra su pecho. –Yo tampoco pensaba tener hijos –dijo Cameron–. Ni ninguno de mis hermanos. Aidan frunció el ceño. –¿Y qué pasó? –Julia –dijo Cameron–. Y Jake. También mi madre y mis hermanos intervinieron. –Vaya, ¿qué dijeron para hacerte cambiar de idea? En ese momento, Julia llegó y tomó a Jake de sus brazos. –Lo llevo a la cama. Cameron se puso en pie de un salto. –Ya voy yo. –No, sigue charlando con Aidan –Julia se inclinó para dar un beso a Cameron y entró en la casa. Aidan dio un sorbo al whisky y se preguntó cuándo podría marcharse sin resultar descortés para volver junto a Ellie. Aidan miró por la ventana la capa de nubes que sobrevolaban. Su padre y él habían acabado lo que tenían que hacer para que Aidan pudiera adelantar su viaje a la isla. Llevaba todo el viaje pensando en los días que había pasado con su padre, Sally y el resto de los Duke. Todavía le resultaba extraño que su padre y su hermano hubieran entrado a formar parte de una familia divertida y cariñosa, de la que no sabían nada hasta hacía dos años. Y se preguntó qué significaría que todavía sintiera la huella de los dedos de Jake en sus hombros. Estaba claro que la experiencia le había afectado. ¿Quién hubiera imaginado que Logan y él acabarían teniendo una familia tan grande? De pequeños, siempre habían sido ellos tres: Logan, su padre y él. Pero las cosas estaban cambiando. ¿Sería esa la razón de que hubiera decidido tan fácilmente ofrecerse a ser el padre del hijo de Ellie? Todavía no sabía la respuesta. Para pensar en otra cosa, miró por la ventana. Las nubes se habían disipado y trató de averiguar qué parte del país sobrevolaban. –Parece Luisiana –musitó. Eso significaba que faltaban unas dos horas para llegar a Alleria. Entrelazó las manos por encima de la cabeza, sobre el alto respaldo del asiento, y pensó en su desgraciada infancia. Logan y él habían jurado no casarse porque no confiaban en las mujeres. En su caso, su padre, Tom, era el mejor hombre del mundo. Su madre, en cambio, los ignoraba completamente. Le daban lo mismo como personas. Ni siquiera se había molestado en aprender a distinguirlos. Solía mirarlos y preguntar: «Quién es quién». Mientras comía la pasta que Leslie había preparado, con una copa de vino, ojeó una revista de negocios y tomó algunas notas. Luego se reclinó en el respaldo y trató de relajarse. Estaba ansioso por llegar y ver a Ellie, y había llegado a convencerse de que ella iba a aceptar su propuesta. Casi rio en alto cuando recordó que había pensado en tener un affaire mientras estaba en California. ¿Cómo podían los sentimientos cambiar tan radicalmente en una semana? Ya solo pensaba en Ellie. Y no podía esperar a verla. Recordó su inquietud por que la viera desnuda y rio quedamente. Súbitamente, le pasó por la cabeza una imagen de Jake. ¡Qué cosa tan extraña! Él nunca había querido hijos y sin embargo estaba dispuesto a ser el padre del de su socia. Se removió en el asiento. Ser padre y ejercer de padre eran dos cosas distintas. El niño llevaría su sangre y contaría siempre con su apoyo. Eso no significaba que fuera a relacionarse con él en el día a día. A la vez que pensaba eso, lo asaltó otra imagen de Jake, acurrucado en su regazo. Frunció el ceño y la apartó de su mente. No tenía la menor intención de ejercer de padre de nadie, pero estaba definitivamente interesado en Ellie y en asegurarse de que no le faltara nada a la pequeña familia que anhelaba formar. Y si ella todavía no había tomado la decisión... Aidan sonrió para sí pensando en las distintas maneras de persuadirla. –Tengo que entrar –dijo Ellie, sentándose en la toalla y desperezándose como un gato. Se había quedado adormilada y llevaba media hora soñando con Aidan. En realidad había estado pensando en él todo el fin de semana, preguntándose cómo sería el sexo con él. Pero pronto lo averiguaría, y solo pensarlo, la excitaba y la inquietaba a partes iguales. Aidan volvería al día siguiente y estaba ansiosa por verlo. Aun así, debía asegurarse de que su acuerdo fuera estrictamente práctico. Eso no significaba que no pudiera disfrutar con él, pero no se dejaría cegar por la pasión. El peligro era real. Después de todo, era hija de su madre. Para no olvidar que se trataba de algo racional y no sentimental, había pasado el día anterior haciendo listas de objetivos, reglas que deberían cumplir y posibles contratiempos. En cuanto Aidan volviera al despacho, le presentaría los datos para asegurarse que los dos estaban de acuerdo. Cuando la vista se le adaptó a la luminosidad del sol, se puso en pie y recogió sus cosas. –¿Seguro? –preguntó Serena–. ¿Con lo bien que se está tumbada al sol? –Llevo todo el día vagueando –dijo Ellie. –Estoy muy orgullosa de ti –Serena se incorporó y se hizo sombra sobre los ojos con la mano–. Y me encanta tu nuevo biquini. –¿El que me has obligado a comprar? –preguntó Ellie, riendo. –Sí. Te queda genial –dijo Serena. Ellie se sentía en el paraíso tras varias horas nadando y tomando el sol en una de las calas de la costa. Muy pocos huéspedes se acercaban hasta allí y era el refugio de los empleados. Ellie nunca había disfrutado de él, pero Serena la había convencido. También había insistido en que se gastara una fortuna en un biquini extremadamente favorecedor después de verla en un práctico y gastado bañador. –Tienes una espantosa influencia en mí –dijo Ellie, sacudiendo la arena de la toalla. –Está bien –Serena suspiró y se puso en pie–. Supongo que yo también debo irme. Tengo que preparar la reunión de mañana del personal. Ellie dejó a Serena en su casa y continuó los cien metros que la separaban de la suya. Tenía los pies llenos de arena y el cuerpo impregnado en crema protectora, así que decidió utilizar la ducha exterior antes de entrar. Dejó sus cosas en la barandilla y se metió bajo el chorro de agua. La sensación del agua deslizándose por su cuerpo le resultó deliciosa. «Qué maravilla», pensó, mientras se pasaba las manos por el vientre y las piernas para quitarse la arena. Aidan dejó la bolsa y el maletín en su suite y se apresuró a ir al despacho de Ellie, donde esperaba encontrarla, puesto que trabajaba todos los domingos por la tarde. Como no lo estaría esperando hasta el día siguiente, Aidan confiaba en tomarla por sorpresa, y se preguntaba si con solo ver la expresión de su rostro cuando lo viera entrar sabría qué decisión había tomado. Ellie no era una mujer dubitativa, sino que se caracterizaba por tomar decisiones rápidas. Pasó de largo el escritorio de la secretaria de Ellie hacia la puerta de su despacho y llamó con los nudillos antes de entrar sin esperar respuesta. –Ellie, he vuelto. ¿Has tenido tiempo de...? No estaba en el despacho. Después de todo era domingo, así que cabía la posibilidad de que estuviera en su casa, haciendo labores domésticas. Atravesó el vestíbulo y cruzó en diagonal la piscina y el bar. Al aproximarse a la casa de Ellie, oyó cantar a una mujer. Debía ser una de sus vecinas. No tenía mala voz, aunque sonaba como si estuviera bajo el agua. Puesto que allí no se alojaban huéspedes, debía tratarse de una empleada. Aidan se quedó paralizado al ver a una mujer que se duchaba de espaldas a él con un biquini mínimo. Su mente quedó bloqueada por un impulso primario en el que solo tenían cabida palabras como sexy, espectacular, cuerpo, deseo, ahora, mía. La mujer siguió cantando, completamente ajena a la presencia de Aidan. Jamás había visto nada parecido. Al ver a la mujer deslizar las manos por su piel, Aidan tuvo que morderse la lengua para no ofrecerse a ayudarla. Finalmente, ella cerró el grifo y se volvió. Y Aidan se quedó literalmente boquiabierto. ¿Ellie? Capítulo Cuatro Aidan nunca había visto a Ellie en bañador y la visión superaba todas sus fantasías. Ellie mantuvo los ojos cerrados mientras se retiraba el agua de la cara y se alisaba el cabello hacia atrás. Aidan no conseguía articular palabra. Solo podía observarla como si fuera un atolondrado adolescente, deteniéndose en sus pechos, redondos, altos, perfectos para sus manos, para su boca. Tenía el vientre liso, suave, acariciable; las caderas formaban una curva perfecta; y sus piernas... –¿Ellie? Ella abrió los ojos y dio un chillido. –¿Aidan? Este se arrepintió de haber llamado su atención al ver que ella cruzaba un brazo sobre el pecho y colocaba la otra mano en el vértice de sus muslos. –¿Qué haces aquí? ¡Deja que vaya a vestirme! –No hace falta –dijo Aidan. Pero fue en vano. Ellie ya subía las escaleras hacia la puerta–. Solo es un bañador. Ya te he visto en otras ocasiones. –No es verdad –Ellie intentó acertar con una de las llaves en la cerradura, pero se le cayeron al suelo–. Esto no es nada profesional. Aidan pensó que tenía razón. De haber visto antes así a su modesta, eficiente y discreta vicepresidenta... Ellie siguió mascullando algo, pero Aidan no oyó lo que decía porque ella se inclinó hacia adelante para recoger las llaves y le proporcionó una espectacular visión de su trasero. Aidan pensó que, de morir en aquel mismo momento, no habría tenido queja. –No te esperaba hasta mañana –dijo Ellie–. Me has tomado por sorpresa, eso es todo. Deja que me cambie. –Ellie –Aidan le quitó las llaves de la mano y dio con la correcta. Abrió la puerta y le cedió el paso–. Trabajamos y vivimos en una isla tropical. Todo el mundo lleva traje de baño –aunque a nadie le quedaba tan bien como a ella, se reservó decir–. No te preocupes. Me da lo mismo. –Lo sé –dijo ella–. Pero no estoy acostumbrada a que me veas así, o a que vengas a mi casa sin avisar, ni... –con un resoplido, concluyó–. Da lo mismo. El caso es que has adelantado tu vuelta. –Así es –dijo él, mirándola a los ojos–. Hola. –Hola –susurró ella. La tenía tan cerca que el deseo lo impulsó a atraerla hacia sí. En cuanto sus senos rozaron su pecho, Ellie contuvo el aliento y se separó de él. –Estoy mojada –dijo con voz ronca. –Me da lo mismo –susurró Aidan. –A mí no –contestó ella. La dejó ir y Ellie añadió–: Enseguida vuelvo. Aidan miró a su alrededor. Era la primera vez que estaba en casa de Ellie. Logan y él habían elegido un estilo caribeño para la decoración interior de las casas de los empleados, con paredes claras, suelos de madera y grandes ventiladores en el techo. Pero Ellie le había dado su sello personal: almohadones coloridos, varias acuarelas con imágenes de la playa, fotografías de amigos y familiares en los estantes, además de conchas y caracolas, un cuenco con hojas secas y ramitas. Y libros. Muchos libros. –Siento haberte hecho esperar –dijo Ellie al volver. –No se trata de una entrevista de trabajo, Ellie. –Ya lo sé. Ellie se había puesto unos pantalones de lino y una blusa roja sin mangas. Aunque su cabello estaba todavía mojado, se lo había peinado. Estaba descalza, y resultaba tan tentadora como unos minutos antes, bajo la ducha. Aidan no comprendía cómo no se había dado cuenta de lo espectacular que era desde el instante que la contratara, cuatro años antes. –¿Has llegado hace mucho? ¿Quieres tomar algo? ¿Has pasado un buen fin de semana con tu familia? –preguntó ella, ordenando unas revistas que había sobre la mesa. Aidan tuvo que admitir que le gustaba que también ella estuviera nerviosa. Era la única persona que conocía capaz de intentar actuar con normalidad después de... ¿Después de qué, si no había sucedido nada? –¿Aidan? ¿Me oyes? –preguntó Ellie. Cómo iba a oírla por encima del rumor de la sangre corriéndole aceleradamente por las venas... –Sí, claro –dijo. Y contestó en el mismo orden en que había sido preguntado–. He vuelto hace una hora. No, gracias, no quiero tomar nada. Y sí, ha sido un placer estar con mi familia –apoyándose en la estantería, añadió–: Sé que he vuelto antes de lo esperado, pero es que estaba deseando verte para saber si habías tomado una decisión. –Ah, te refieres a eso –dijo Ellie, toqueteándose los botones de la blusa nerviosamente–. Preferiría hablar de ello mañana en el despacho. Aidan la observó detenidamente. –¿Por qué? ¿Quieres tratarlo como algo... profesional? –Algo así –dijo Ellie. Tomó aire y lo dejó escapar lentamente–. Sí, Aidan. Todo lo que pase entre nosotros puede afectar a nuestra relación laboral. Después de todo, tendremos que firmar un contrato y un acuerdo de asociación. Nuestra vida y nuestro trabajo van a pasar a estar vinculados para siempre. Aidan solo era capaz de pensar en cuánto la deseaba, y toda aquella introducción solo lo estaba impacientando. –Tú me has hecho una oferta –continuó Ellie–, y ahora debemos negociar los términos. Me he adelantado y he preparado una lista de condiciones, con algunos datos y cifras que me gustaría repasar contigo mañana en el despacho. Aidan habría querido estrecharla en sus brazos y besarla, pero también admiraba su actitud y quería respetar la necesidad que obviamente sentía de ejercer control sobre la situación. Al menos, por el momento. –Entiendo que en cualquier caso, tu respuesta es afirmativa, Ellie. –Si, pero con condiciones que... –Están en la lista –concluyó Aidan por ella–. En el despacho. –Sí –dijo Ellie con gesto modoso–. Así es. Aidan vio sobre la mesa la tableta de la que Ellie no se separaba. –¿Tienes ahí una copia? –Sí, pero no quiero hacer una presentación en mi... –Enséñamela. –Pero... –Ellie –Aidan se acercó a ella–. Estoy dispuesto a escuchar mañana tu presentación con gráficos y todo. Pero preferiría aclarar ya los puntos principales. Aunque frunció el ceño, Ellie pareció dispuesta a acceder. –Está bien –dijo finalmente. Tomó la tableta y se desplazó por las pantallas hasta encontrar la lista. Aidan miró de reojo y al ver que estaba escrita como una presentación no pudo evitar reírse. –¡Déjame ver eso! ¡Pero si has hecho un PowerPoint! Ellie entornó los ojos, pero Aidan vio que también contenía la risa y que no la había ofendido. –Así puedo organizar mejor mis ideas –se cruzó de brazos–. Deja de reírte. Aidan apartó la mirada de ella y la volvió a la pantalla. Ellie había dividido la lista en subsecciones: preembarazo, embarazo, postembarazo, cuidado del bebé. No se podía negar que era una mujer organizada, pero resultaba un poco excesivo. Había llegado el momento de retomar el control de la situación. –Mándame los puntos pertinentes y haré que los abogados redacten el acuerdo. –Muy bien –dijo ella–. Pero eso es respecto al futuro. También me gustaría repasar algunos asuntos que nos conciernen a ti y a mí. –¿A ti y a mí? –dijo Aidan, preguntándose porqué había creído que sería sencillo cuando estaba tratando con una mujer de una aguda inteligencia y por tanto, peligrosa–. ¿Qué quieres decir? Ya has aceptado mi propuesta. –Y así es –se apresuró a decir ella–. Lo he pensado y estoy de acuerdo. Estoy segura de que tu esperma será adecuado. –¿Adecuado? Maldita sea, Ellie –dijo él, riendo y atrayéndola de nuevo hacia sí. Ellie se resistió una vez más. –Por favor, Aidan. Me estás distrayendo. Quiero que veas mi presentación. Me he tomado el trabajo de pensar en todos los detalles para clarificar nuestros deberes y responsabilidades. Solo así sabremos cuál es el papel que corresponde a cada uno en nuestro proyecto. –¿Nuestro proyecto? –Prefiero verlo así. Vamos a colaborar para conseguir un objetivo, y necesitamos seguir una serie de parámetros –Ellie se colocó a su lado para que pudiera ver la pantalla de su tableta–. Deja que te enseñe la presentación. Aidan la tomó por los hombros. –Ellie, te admiro y te respeto, pero no voy a seguir una explicación sobre cómo practicar sexo. –¡Pero no se trata del cómo, sino del porqué, del cuándo y... de cómo proceder! –Está bien –dijo Aidan. Si tenía que ceder para poder tener a Ellie finalmente en su cama, lo haría–. Pero te aseguro que conozco mis deberes y responsabilidades. Sé cómo producir esperma de excelente calidad a la vieja usanza. Y los dos estamos de acuerdo en lo que queremos. Así que, si estamos listos, no entiendo por qué no podemos ponernos a ello –concluyó, acariciándole el brazo a Ellie. Esta tragó saliva y asió la tableta con fuerza. –Eso esta descrito en el punto seis. Permite que te explique... Sin dar tiempo a que Aidan protestara, Ellie le mostró la primera página. Aidan no tuvo más remedio que mirar y se quedó atónito al comprobar que había incluido punto por punto lo que debía hacer, incluida la dieta ideal y el tipo de ropa que mejoraría la calidad del esperma. Las responsabilidades de ella estaban igualmente especificadas: tendría que controlar sus niveles de estrógeno y la temperatura. Además, se hacía referencia a algo que se describía como la fase luteal, que Aidan desconocía y que le sonó a enfermedad. La última página constaba de un cuadro de actuación mes por mes. Ellie le dio unos segundos para revisarlo y dijo: –No tengo el calendario conmigo, pero afortunadamente, he memorizado los días. –Afortunadamente –masculló él, a la vez que se inclinaba y le besaba el cuello. Ellie ahogó un gemido mientras Aidan ascendía hacia el lóbulo de su oreja. Dominándose, Ellie intentó continuar: –Voy a ovular en unos cinco días, así que, si puedes organizar tu agenda, podríamos empezar el viernes por la noche... Y seguir hasta el miércoles. Sábado y domingo serían los días óptimos. Aidan le quitó la tableta de la mano y la dejó sobre la mesa. Ya que tenían toda la información necesaria, podía pasar a una fase más lúdica, aunque eso significara saltarse algunas de las fases. –¿Solo por la noche? –preguntó, recorriéndole la espalda hasta asir su trasero–. ¿Y por las mañanas? –¿Qué quieres decir? –dijo ella con un suspiro. –Hay quien piensa que es el mejor momento para lo que tú quieres. –Pero... –O el mediodía –Aidan se echó hacia atrás para mirarla a los ojos–. El sexo en el despacho también puede ser divertido, Ellie. Podríamos usar la mesa de la sala de juntas. –Aidan, no me estás escuchando. Esto es muy importante. –Claro que te escucho –dijo él, a la vez que le pasaba el brazo por los hombros y le hacía sentarse en el sofá, junto a él–. Pero por ahora, pensemos en los básicos. Yo te ayudaré a quedarte embaraza y contribuiré al mantenimiento de tu hijo. Además, te convertirás en socia de Sutherland Corporation y te quedarás en Alleria. Firmaremos los acuerdos que sean necesarios siguiendo tu propuesta. –Muy bien. Pero aun así tenemos que discutir algunas cosas. –En cambio yo, Ellie, creo que no es necesario que seamos tan rígidos. –¿Crees que soy demasiado rígida? –No –dijo Aidan, acariciándole el brazo distraídamente–. Haces bien queriendo cubrir todos los flancos. –Gracias. Eso es lo que yo creo y me alegro de que coincidamos. –Perfecto. Si es así, no me parece necesario esperar hasta el viernes, sino que podríamos empezar ahora mismo. Ellie reflexionó. –Pero no serviría de nada si no es el momento adecuado. –Piénsalo, Ellie –dijo Aidan–. Si esperamos, estarás nerviosa de aquí hasta el viernes, y eso no es bueno. En cambio, si empezáramos a practicar, habríamos entrenado para cuando llegué el momento crítico. Ellie lo miró fijamente. –Tengo la impresión de que sabes muy bien lo que hay que hacer. –Así es. Pero no soy yo quien importa, sino tú. Y los expertos dicen que estar relajada es fundamental para llevar a cabo este... proyecto. Igual que es importante el tipo de sexo que tengas. Ellie se mordisqueó el labio inferior. –Me temo que no tengo práctica en diferenciar distintos tipos. –Yo sí –Aidan se giró en el sofá para mirarla y ver cómo reaccionaba–. Está el sexo divertido, con muchas risas, sin presión, relajado. También el romántico, con champán, rosas y música de fondo... –Eso me gustaría –susurró Ellie. –Sí, suele ser el favorito –dijo Aidan, empezando a animarse–. Y está el vicioso. Ellie tragó saliva. –No sé si me convence. –Podemos probarlo y ver si te gusta. Hay muchas opciones – continuó Aidan–. Una vez decidas el tipo que quieres, hay que tener en cuenta otros factores: rápido o lento, suave o brusco... Las mejillas de Ellie se habían coloreado, lo que Aidan interpretó como una señal de que la había excitado, aunque solo fuera una fracción de lo excitado que él estaba. Se ajustó el pantalón discretamente a la vez que ella se humedecía los labios. –Tal y como lo describes, me haces pensar que hay sexo peligroso. –No correrás ningún peligro conmigo –Aidan le tomó la mano a Ellie–. ¿Por qué no dejas la decisión en mis manos, al menos inicialmente? Ellie suspiró. –Te lo agradecería. –Y podemos empezar el martes por la noche. –¡Eso es pasado mañana! –Así es –dijo Aidan–. En mi suite. A las ocho. Ellie lo miró alarmada. –Es demasiado pronto. –No estoy de acuerdo –Aidan le retiró un mechón de cabello tras la oreja–. De hecho, lo ideal es que empezáramos ahora mismo con los preliminares. Después de todo, la perfección se alcanza con la práctica –concluyó. Y le atrapó los labios a Ellie en un beso que ella devolvió con tanta pasión, que Aidan dudó que pudiera esperar hasta el martes. El martes, Ellie pensó que Aidan tenía razón al decir que su nerviosismo iría en aumento y que era mejor empezar con tiempo. Si seguía tal y como se sentía en aquel momento, no podría concentrarse en nada de lo que hacía. De hecho, había creído que empezarían la misma noche que Aidan había ido a su casa. La mirada con la que él la había contemplado en la ducha había hecho que el agua le hirviera en la piel. Y después, la descripción de las distintas formas de sexo... Sabía que Aidan había querido provocarla, y lo había conseguido. Tanto, que cuando la había besado, había tenido que contenerse para no saltar sobre él. ¿Sexo vicioso? Ellie resopló. Había oído hablar de él, pero jamás lo había practicado. Los dos encuentros sexuales que había tenido debían estar en el extremo opuesto del espectro. El primero había tenido la torpeza de dos ciegos guiándose el uno al otro. El segundo no había sido mucho mejor. Ambos habían sido con Teddy, su compañero de clase en la universidad. A pesar de aquellos frustrados encuentros sexuales, Teddy era agradable y Ellie había pensado seguir viéndolo. Hasta que le había oído pavonearse ante unos amigos, contándoles cómo, gracias a su atractivo sexual, tenía la certeza de que pronto ella le haría los deberes. Los hombres eran unos seres extraños. En cambio, Ellie estaba segura de que Aidan era un experto en sexo. Imaginaba sus manos ascendiendo por sus muslos hasta sus pliegues más íntimos a la vez que su boca salpicaba de besos su cuello, sus senos, su vientre. Dejó los papeles que estaba estudiando en el escritorio y, poniéndose en pie, respiró profundamente. Estaba ansiosa por que llegara el momento y confiaba en que Aidan lo hiciera durar. Ninguna de las mujeres con las que lo habían visto a lo largo de los años parecía desilusionada. Ellie frunció el ceño al pensar en ese detalle. De hecho, había estado con docenas. ¿Cómo resultaría ella por comparación cuando apenas tenía experiencia? Probablemente, su actuación sería bochornosa. –Esto no es una relación –tuvo que recordarse–. Es un acuerdo puramente práctico. El objetivo de aquel proyecto era quedarse embarazada, no el placer que el sexo pudiera reportarle. Lo que no impedía que se estremeciera cada vez que se imaginaba con Aidan en la cama, acariciándose, mordisqueándose, besándose... –¡Dios mío! –respiró varias veces para recuperar la calma. Luego miró al escritorio y sacudió la cabeza. Como Aidan iba a estar ocupado todo el día con videoconferencias, Ellie había creído que conseguiría trabajar intensamente. Pero se había equivocado. El contrato que estaba estudiando tendría que esperar. Lo mejor que podía hacer era volver a casa y arreglarse para su gran noche. En la cama. Con Aidan. Avergonzándose de lo estúpida que podía llegar a ser, tomó el bolso y salió del despacho. La escena estaba preparada para una sesión de sexo romántico. Aidan miró a su alrededor con aprobación. Siempre había sido un hombre romántico y disfrutaba de la parafernalia que lo acompañaba. Así que, satisfecho consigo mismo, indicó al camarero dónde dejar la cubitera con hielo y el postre. Estaba deseando ver la cara de Ellie cuando entrara y viera las velas, el champán en la cubitera, el mousse de chocolate con nata montada, el sensual jazz sonando como música de fondo, los ramos de rosas y lirios repartidos por la sala. Llamaron a la puerta y cuando la abrió no pudo evitar sonreír. Ellie llevaba el cabello recogido, con algunos mechones sueltos; vestía una falda corta y un top turquesa que enfatizaba sus senos, y calzaba unas delicadas sandalias. Aidan nunca la había visto tan sexy... excepto en biquini. –Menos mal que has venido –dijo, abriendo la puerta de par en par. –¿Lo dudabas? –preguntó ella, sonriendo. Aidan cerró la puerta cuando pasó. –Me has parecido un poco preocupada en la oficina y pensaba que a lo mejor te habías arrepentido. –No –dijo ella con firmeza–. Estoy decidida a seguir adelante con el plan. Aidan apretó los labios. –Ellie, no estás ante un pelotón de fusilamiento. Relájate. De hecho, sé lo que necesitamos para relajarnos –Aidan la llevó hasta la mesa, abrió el champán y sirvió dos copas–. Por... el éxito –dijo, alzando la suya en un brindis. Ellie rio y entrechocó su copa con la de él. –Por el éxito –repitió, Y bebió–. ¡Está delicioso! Aidan bebió y la observó por encima del borde de la copa. –Estás preciosa. –Gracias –Ellie sonrió–. Tú también. Aidan sonrió a su vez. Ellie, siempre tan segura de sí misma, estaba claramente nerviosa. Le rellenó la copa. –Mejor –dijo ella, tras beber otro sorbo–. Y continuó mirando a su alrededor sin fijar la mirada, hasta que notó algo. Aidan observó con placer la expresión de su rostro a medida que notaba los cambios–. Has puesto velas. ¡Y cuántas flores! –Ellie fue hasta el ramo que había sobre la chimenea–. Son preciosas. ¿Has hecho todo esto para mí? –Pensaba que te gustaría un ambiente romántico. –Y así es –dijo Ellie con ojos brillantes. –Me alego –dijo Aidan. Y acercándose a ella, la llevó de la mano hasta la mesa–. Empecemos con esto –añadió, metiendo una cucharilla en el cuenco de mousse y alzándola hasta la boca de Ellie–. A ver qué te parece. –Mmm –dijo ella, cerrando los ojos–. Delicioso –se pasó la lengua por los labios y Aidan sintió estallar el deseo en su interior al ver su expresión de placer. Cuando Ellie abrió los ojos, Aidan dejó la cucharilla en un palto. –Lo siento, Ellie, pero tenemos que ocuparnos de algo con urgencia. Capítulo Cinco –¿De qué? –preguntó Ellie, aturdida–. ¿De la custodia? No te preocupes. Ya he firmado el documento y lo he devuelto a los abogados. –Me alegro, pero esto no tiene nada que ver con eso sino con... esto –Aidan dio un paso adelante y le dio un beso delicado, más dulce que el chocolate que Ellie acababa de probar–. Tenía que hacerlo – dijo, reprimiendo el impulso de continuar. –Muy bien –susurró ella–. Como dijiste, hay que practicar –se humedeció los labios y lo miró. Aidan ya no pudo contenerse. La abrazó y la besó, usando la lengua para entreabrir sus labios. Ella se abrazó a su cuello y se apretó contra él. Su aroma lo envolvió igual que sus curvas se amoldaron a su sexo endurecido. Como no quería asustarla, Aidan exploró su boca con la lengua delicadamente. Pero pronto quiso llevar aquel beso a otro nivel. –Quiero más –musitó, cubriendo la suave curva de uno de los senos de Ellie a la vez que volvía a besarla con mayor urgencia. –Sí –musitó ella, asiéndose a su cintura para pegarse aun más a él. Retirándose unos centímetros, Aidan tomó el top de Ellie por el bajo y se lo quitó de un movimiento. Luego hizo lo mismo con su camisa. –Mejor –dijo Ellie, posando las manos extendidas sobre su torso desnudo. –Todavía no –dijo él, riendo. Y tiró del lazo que ataba la falda de Ellie, que cayó a sus pies. Luego la ayudó a quitarse las sandalias y, contemplándola en sujetador, tanga y medias, exclamó–: Mucho mejor. Ellie lo miró interrogante y, titubeando, metió los pulgares en la cintura de las medias. –Sí –dijo él. Ellie se las fue bajando sin apartar la mirada de Aidan. Este, que no había creído posible que su miembro se endureciera más, descubrió que se equivocaba. Precipitadamente, sujetó a Ellie por las nalgas y la levantó, a la vez que sus bocas se unían en un frenético beso mientras él caminaba hacia el dormitorio. Se arrodilló al pie de la cama y dejó Ellie sobre el colchón. Luego, se echó a su lado, le retiró el cabello de la cara y le acarició el cuello y los hombros. Al llegar a sus senos, los cubrió y frotó sus rosados pezones con los pulgares, arrancándole un gemido. El deseo atravesó a Aidan como un misil caliente. Sentía el cuerpo duro y en tensión, listo para perderse en las cálidas profundidades del de Ellie. Pero antes, le proporcionaría placer a ella. Llevaba días imaginando aquel instante y no creía que fuera a saciarse. A Ellie parecía pasarle lo mismo... Dibujó un círculo con la lengua alrededor de los pezones de Ellie. Solo el presente era realidad. El sexo. El cuerpo de Ellie. Su permanencia en la isla. Alzó la cabeza y al ver que ella le sonreía, sintió una emoción desconocida asentarse en su pecho. Ya pensaría en ello más tarde. Por el momento, necesitaba besarla, acariciarla, saborear cada milímetro de su cuerpo. Podía sentir el corazón de Ellie latir al ritmo del suyo, intuyó su ansiedad cuando deslizó la mano hacia el vértice de sus muslos. Cuando tocó su punto más sensible, ella gimió y se apretó contra su mano en busca de mayor contacto. Aidan sabía que estaba en un peligroso límite y tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para contenerse, a la vez que penetraba con los dedos su acogedora cueva. –Por favor, Aidan, por favor –exclamó ella, retorciéndose al ritmo de sus caricias. –¿Qué, nena? –preguntó él, mirándola. –Te quiero dentro de mí –gimió ella–. Ahora. Con una sonrisa triunfal, Aidan se puso de rodillas para satisfacer sus deseos. Le abrió las piernas y la penetró plenamente con un suave pero decidido empuje. –Sí, sí –jadeó ella, asiéndose con fuerza a sus hombros. –Oh, sí –gimió él a su vez, penetrándola aún más profundamente, gozando de la pulsante sensación que le trasmitían las contracciones de Ellie. Entonces empezó a moverse; primero lentamente, para luego ir incrementando la velocidad y la fricción; aumentando el recorrido de sus movimientos para llevar al límite las sensaciones. Entonces la besó y con su lengua imitó el ritmo de sus caricias íntimas. Los gemidos y jadeos de Ellie aumentaron, y con un último acopio de fuerzas, Aidan se adentró una y otra vez en ella, alcanzando un ritmo frenético. Cuando Ellie gritó su nombre, él dio un último empuje y sintió que flotaba en el aire y caía a la tierra, en los brazos de Ellie. En el exterior, soplaba una leve brisa tropical. En el dormitorio de Aidan, solo se oía el murmullo de sus respiraciones y el ventilador del techo. A pesar de que estaba agotada, Ellie se sentía llena de energía. Echada boca arriba, contemplaba el techo en una deliciosa confusión. Si alguien le hubiera dicho que acabaría teniendo su experiencia sexual más tórrida con Aidan Sutherland, se habría reído. Y sin embargo, allí estaba, exhausta y plenamente saciada. Por temor a que aquel estado la arrastrara a una oscura espiral, se recordó que nada de lo sucedido tenía otro significado que pasarlo bien. No corría el riesgo de obsesionarse con Aidan. Era un trámite. Un ensayo para asegurarse de que, cuando ovulara, se quedara embarazada. Eso no significaba que lo que había pasado aquella noche no fuera espectacular. Y aunque no tenía suficiente experiencia como para poder comparar, solo podía describir el sexo que acababan de compartir como salvaje. Aidan se giró sobre el costado y le pasó el brazo por encima de la cintura. Había sido tan generoso, tan delicado, tan sexy... Ellie había imaginado que el sexo con él sería divertido, pero nunca había esperado que fuera tan íntimo e intenso, que le llegara al fondo del alma. ¿Y ese no era un motivo de preocupación? Sin duda. Pero Ellie pensó que si se guardaba esa sospecha para sí y se recordaba que no era más que un acuerdo de conveniencia, podría controlar sus emociones. –Estás pensando demasiado –musitó Aidan–. Lo noto. –Pero todo lo que pienso es bueno –afirmó ella–. Me siento genial. Aidan se incorporó sobre el codo y, mirándola con ojos cargados de deseo, inclinó la cabeza para lamer uno de sus senos antes de tomarlo entre sus labios y mordisquearlo. –Quiero poseerte una vez más –musitó. Ellie enredó los dedos en su cabello y presionó su cabeza contra su pecho. –Sí, por favor –susurró. Un rato más tarde, Ellie tuvo que hacer un gran esfuerzo para levantar la cabeza del pecho de Aidan. –¿Esto es lo que llamas sexo vicioso? –Oficialmente, lo que hemos hecho está más en la línea de sexo romántico. –Me encanta –musitó Ellie–. Aunque creo que también me va a gustar el vicioso. –No lo dudes –dijo él, mordisqueándole el lóbulo de la oreja–. Ya ensayaremos a lo largo de la semana. Ellie se estremeció y, envalentonándose, alargó la mano hacia el sexo de Aidan y la deslizó de arriba abajo. –Mmm. Me gusta –dijo él, entre dientes. –¿No te molesta? –susurró ella. –Me molestaría que pararas –dijo él. –Me alegro –contestó Ellie, y siguió descubriendo cada milímetro de Aidan. ¿Y por qué no iba a hacerlo? Que quisiera experimentar con él no significaba que lo necesitara, sino que podía disfrutar con él; pasarlo bien. Además, pasarlo bien y relajarse era fundamental para quedarse embarazada. Y ese era su objetivo. Una vez lo consiguiera, ya se ocuparía de la miríada de sensaciones y preocupaciones que pudieran surgir. Mirando a Aidan a los ojos, dijo: –Me encanta tocarte. –Lo mismo digo –consiguió articular Aidan. Y un segundo después ya no pudo decir palabra. Una hora más tarde, Ellie se despertó al lado de Aidan. –Debería irme –susurró. –No –dijo él. Aidan se dijo que no significaba nada que quisiera que se quedara más tiempo a su lado. Después de todo, para él solo se trataba de sexo. El mejor sexo de su vida, pero sexo al fin y al cabo. Además, se trataba solo de una noche. Al día siguiente, todo volvería a la normalidad. –Quédate –dijo, ignorando la oleada de calor que sintió en el pecho, peligrosamente cerca del corazón. Se abrazó a ella de manera que su delicioso trasero quedó encajado en su ingle–. No le hará mal a nadie. Al día siguiente, Aidan estuvo demasiado ocupado como para salir de su despacho y coincidir con Ellie. Había confiado en que ella tuviera que pasar a verlo para discutir algún asunto, tal y como solía hacer, pero no fue así. Y no quiso llamarla por no mostrarse demasiado ansioso. –Vaya –masculló–. Ya se empieza a complicar la cosa. Se levantó y fue a servirse un café. Sí, se complicaba y solo él tenía la culpa. Originalmente, se había ofrecido a ayudar a Ellie para que se quedara embarazada y para evitar que se fuera de la isla. Aparte, claro, de que se sintiera atraído por ella. Pero una vez había conseguido tenerla en su cama, en lugar de quitarse la curiosidad, su deseo se había intensificado. Era un idiota. –Solo es sexo –masculló. Ahí radicaba el problema. Llevaba demasiado tiempo de abstinencia y cualquier mujer habría tenido el mismo efecto, así que no tenía de qué preocuparse. Ellie y él lo pasarían bien, ella se quedaría embarazada y él se aseguraría de que su hijo tuviera el apoyo de ambos padres. Además, Ellie seguiría trabajando en la isla para la corporación. Era lo mejor para todos. Punto. Una vez analizada la situación, podría volver a concentrarse en el trabajo. Se quedaría toda la noche en el despacho si era preciso. No tenía tiempo para pensar en el espectacular cuerpo de Ellie, en sus torneados muslos, sus maravillosos senos, sus manos rodeando su... –Para –se dijo en voz alta– Tomó aire y lo dejó escapar lentamente–: Ahora, a trabajar. Ellie releyó el acuerdo de custodia que acababa de firmar y que le hizo sentirse incluso más cerca de Aidan que el sexo. Aidan había estado de acuerdo con casi todas sus condiciones, pero había peleado por algunas que le habían sorprendido, como su insistencia en que el niño conociera la identidad de su padre, aunque fuera el mismo hombre que no se planteaba un futuro con ella. Ellie se estremeció al pensarlo. Su padre había cortado todos los lazos con ella y su hermana, mientras que su hijo no tendría que pasar por ese dolor. Aidan, aunque fuera solo como un amigo que lo visitara ocasionalmente, formaría parte de su familia. Pero además, Aidan había insistido en apoyarlos económicamente a pesar de que ella se había opuesto, y había llegado a imponerse para que se añadiera una cláusula por la que estaba obligado a modificar su testamento para incluir al bebé. Al día siguiente, su secretaria le había dado un voluminosos sobre nada más llegar al despacho, en el que se incluía una copia de su contrato de asociación con Sutherland Corporation. Ellie lo leyó cuidadosamente, clarificó algunos puntos con el abogado y lo firmó. Estaba tan feliz que no pudo contener las lágrimas. Sus sueños se estaban haciendo realidad. Tenía una fantástica carrera profesional, pronto se quedaría embarazada y disfrutaba de sexo tórrido con el hombre de sus fantasías. Tanta felicidad merecía una celebración. Tras peinarse y pintarse los labios, fue al despacho de Aidan. –¿Estás ocupado? –preguntó cuando este abrió la puerta. –Como siempre –dijo él. Pero como sonreía, Ellie entró. –Quería hablar contigo. –¿De qué? Ella alzó los brazos y giró sobre sí misma. –¡Soy vuestra socia! Gracias, Aidan. No te decepcionaré –dijo. Y sin poder contenerse, lo abrazó. –Yo también estoy muy contento. Y Logan. Se miraron en silencio unos segundos y de pronto se besaron con tanta pasión que Ellie se extrañó de no quemarse. Cuando alzaron la cabeza, Aidan se quitó la chaqueta y la corbata y, a la vez que iba a cerrar la puerta, dijo con firmeza: –Quítate la ropa. Ellie no necesitó que lo repitiera. Aún no había terminado de quitarse la blusa cuando él la tomó en brazos. –Va a ser rápido e intenso –le advirtió él. Ella enredó las piernas en su cintura y susurró: –A qué estás esperando. Riendo, Aidan fue hasta la pared que quedaba detrás del escritorio y la apoyó en ella, a la vez que la penetraba con fiereza. Al oír que ahogaba un grito, preguntó: –¿Te he hecho daño? –No –susurró ella. Y tras besarlo, añadió–. Es del puro placer de sentirte dentro. Entonces comenzó a moverse lentamente arriba y abajo, gimiendo al sentirlo cada vez más profundamente. Sus senos se ofrecía a la boca de Aidan, que tomó sus pezones entre sus labios y los succionó hasta que Ellie los sintió tan duros que casi le dolieron. Luego él la tomó por las nalgas e intensificó el ritmo, presionando y profundizando hasta que Ellie se retorció y gimió su nombre a la vez que él estallaba simultáneamente. Saciados, jadeantes, permanecieron quietos. –Supongo que esto es lo que llamas sexo vicioso –dijo ella, sin llegar a recuperar el aliento. –No, es sexo de oficina –dijo él. Ellie fue de pronto consciente de su desnudez, de la ropa de ambos repartida por el suelo, y su corazón empezó a latir con fuerza. Aunque no quería pensar en ellos, intuía que había traspasado una línea, que lo que sentía era distinto a cualquier emoción que hubiera experimentado en el pasado. Y que no debía expresar esa intuición con palabras. Aidan se giró y le acarició los senos. –¿Te ha gustado? –preguntó. –Sí –dijo ella, estremeciéndose. –A mí también –dijo él. Y tomándola en brazos se la colocó encima–. Ahora que hemos practicado sexo en la oficina, ¿qué te parece si añadimos la categoría de sexo entre asociados? Capítulo Seis Aidan y Ellie llevaban una semana durmiendo juntos cuando Logan y su mujer volvieron de la luna de miel. Al día siguiente, Logan estaba en el escritorio de Aidan, mirando el ordenador, y este sacaba unos documentos del archivador cuando Ellie entró en el despacho. –Bienvenido, Logan –saludó. Y fue a darle un abrazo–. Espero que Grace y tú hayáis tenido un fantástico viaje. –Así es. –Me alegro mucho –Ellie se volvió a Aidan y dijo–. Voy a hacer la llamada que tenemos pendiente a Nueva York en media hora. –Gracias. Después de que se marchara, Aidan dijo a Logan. –Sé que quedamos en ofrecerle la posición de socia cuando volvieras, pero en tu ausencia tuve que adelantarme. –¿Te has dado cuenta de que Ellie sabía que era yo quien estaba sentado en tu escritorio? –preguntó Logan con el ceño fruncido, ignorando el comentario de Aidan. –¿Y? –preguntó este, distraído, mientras estudiaba un documento. –Cualquier otra persona de la compañía me habría confundido contigo. –Ellie siempre nos ha distinguido –dijo Aidan. Logan se quedó mirándolo fijamente. De pronto dijo en tono acusador: –¡Te estás acostando con ella! ¿Te has vuelto loco? –¿Qué te hace pensar eso? –preguntó Aidan, contrariado. –Que puedo leerte como un libro abierto. Eres idiota. Aidan supo que no tenía sentido negarlo. Nunca había podido ocultar nada a su hermano. Bebió agua para ganar tiempo, pero Logan no estaba dispuesto a dejarlo estar. –¿Y por qué no me has esperado para ofrecerle la asociación? –Te he dicho que ha surgido algo –masculló Aidan. –Ya me imagino el qué –dijo Logan, sarcástico. –Te equivocas –se defendió Aidan. Tras una pausa, miró a su hermano fijamente y explicó–: Ellie estaba pensando en dejar la isla y necesitaba pararla de alguna manera. –¿Por eso te has acostado con ella? ¡Qué gran plan! –dijo Logan, sacudiendo la cabeza. –No. Digo, sí. Pero esa no es la razón –Aidan se pasó los dedos por el cabello con impaciencia–. Es una larga historia. Logan se acomodó en una de las butacas. –Tengo todo el tiempo del mundo. Aidan resopló. –Es bastante complicado. –No lo era hasta que te acostaste con ella. Es una empleada, Aidan –precisó Logan–. Pones en riesgo la compañía. ¿Y si te demanda? ¿Has tenido en cuenta las consecuencias? Podría... –Calla –Aidan alzó una mano–. Pareces olvidar que tú te enrollaste con Grace cuando trabajaba de camarera. Le alegró ver que su hermano titubeaba. –Pero era una camarera falsa –masculló finalmente. –Vale. Pues Ellie ahora es empleada y socia. Y solo para que te tranquilices, te diré que firmamos un contrato antes de que pasara nada. Logan se puso en pie de un salto. –¿Firmasteis un contrato para mantener relaciones? ¿Qué demonios está pasando? –No entiendo por qué estás tan enfadado. No es asunto tuyo. –Si afecta a Sutherland, sí lo es, idiota. –De acuerdo –Aidan se frotó la cara, bebió agua y dijo–: No firmamos por sexo, sino por un bebé. Logan abrió la boca pero la cerró sin decir nada. Casi un minuto después, consiguió articular: –Creo que es mejor que te sientes y me lo cuentes todo. –No ha ido tan mal –masculló Aidan al terminar el día. A pesar de las numerosas interrupciones y de la larga charla con Logan, finalmente había conseguido trabajar algo. Logan había quedado con Grace para cenar y él, tras declinar la invitación, decidió comprarse una hamburguesa e ir a casa a ver el fútbol. Probó la hamburguesa sin comprender cómo podía tener apetito después del tercer grado al que le había sometido su hermano. Se había defendido con uñas y dientes, justificando su decisión como una misión heroica para ayudar a Ellie. Logan no había creído una palabra. «¿De verdad crees que lo haces por ella?». «¿Cómo si no iba a garantizar que se quedara?». Logan había resoplado. «¿Hacer el amor con Ellie es un sacrificio? Vamos, Aidan. Ellie es preciosa y siempre te ha gustado». «Es una buena amiga», fue su defensa. «¿Cómo iba a dejarle acudir a una clínica de inseminación y tener un hijo de un donante anónimo?». «¡No digas tonterías!». Logan había dicho, riéndose. «¡Si estás enamorado de ella desde que empezó a trabajar para nosotros!». «Repite eso», había dicho él en tono amenazador. «Vamos, admítelo», contestó Logan impertérrito. «¿Te acuerdas cuando le presentaste al idiota de Blake, lo furioso que te pusiste cuando empezaron a salir? Es tan obvio que da risa. Así que ahora has conseguido acostarte con ella. Pronto te darás cuenta de que la amas. Especialmente si tenéis un hijo juntos». Aidan había creído oír mal. «Tú estás loco, hermano». «Como quieras», había dicho Logan. «Pero si te has metido en esto es porque la quieres». ¡Menuda estupidez! Era increíble la velocidad a la que el matrimonio le había derretido el cerebro a Logan. «Parece mentira que hasta tú hayas caído en esas tonterías», le había dicho. «Estás muy equivocado». Logan había reído a carcajadas y al poco había ido a encontrarse con Grace. Recordándolo, Aidan dio un bocado a la hamburguesa con indignación. ¿Cómo era posible que Logan lo acusara de estar enamorado de Ellie? ¿No se daba cuenta de que estaba cayendo en los mismos tópicos que todo recién casado? Aidan sacudió la cabeza, sintiendo lástima por su hermano. Por otro lado, había algo en lo que acertaba: Ellie era preciosa. Pero que fuera capaz de apreciar su cuerpo no tenía nada que ver con el amor. También tenía razón al pensar que Ellie le gustaba. Después de todo, en los cuatro años que llevaban trabajando juntos, habían viajado a menudo, siempre coincidían en el enfoque de los problemas y lo pasaban bien incluso en medio de las más difíciles negociaciones. De hecho, le encantaba ver a Ellie impresionar a sus inversores y contables cuando les proporcionaba todo tipo de datos que solo ella conocía. Pero que la encontrara preciosa o que le encantara verla actuar no tenía nada que ver con el amor. Nada. –Ya está bien –masculló–. Deja de darle vueltas –añadió. Y se metió una patata en la boca. La culpa la tenía Logan, lo cual era una ironía, teniendo en cuenta que hasta que se había enamorado de Grace era aún más escéptico que él respecto al amor. Pero que él hubiera cambiado de opinión no significaba que Aidan tuviera que creer que pasarlo bien con Ellie significaba que la amara. Dio otro bocado a la hamburguesa y exclamó con sorna: –¡Mmm, adoro esta hamburguesa! Esto sí que es amor. Dos días más tarde, Ellie caminaba hacia el despacho cuando se encontró a Grace cavando cerca de las raíces de un cocotero. Iba vestida de jardinera, con una pamela para protegerse del sol. Ellie y ella se habían hecho amigas por Serena y Dee, una camarera del bar. Ellie la llamó y, al verla, Grace se incorporó de un salto y la abrazó. –¡No te había visto desde que volvimos de la luna de miel! – comentó. –Por lo guapa que estás, no hace falta que te pregunte qué tal lo habéis pasado. –Ha sido maravilloso. Pero te lo contaré todo el fin de semana, cuando nos veamos las chicas. –¡Estoy deseando oírlo! –Ellie miró a su alrededor–. ¿Estás buscando más esporas? Todo el mundo sabía que Grace había acudido a la isla originalmente para estudiar las extrañas esporas que se encontraban en Alleria y que necesitaba para sus investigaciones. Luego había conocido a Logan y se habían enamorado. –Sí, esta zona está plagada de ellas –dijo Grace. Y miró al cielo– . La mañana es el mejor momento para encontrarlas, antes de que suba la temperatura. Por hoy he terminado. Ellie comprendía el entusiasmo que Grace demostraba por aquellas esporas, puesto que gracias a ellas habían sido descubiertos varios tratamientos para algunas enfermedades raras. –Me han dicho que el laboratorio está casi terminado –comentó. –Así es –Grace sonrió de oreja a oreja–. Logan prometió una propina a los trabajadores si lo acababan antes de lo estipulado. Estará listo para la semana que viene. Además, ha instalado el equipo más puntero del mercado, así que puedes imaginar que estoy deseando probarlo. –¡Qué maravilla! Es un honor tener a una investigadora tan importante en la isla –dijo Ellie. –Gracias, Ellie, eres muy amable. Si esperas a que recoja mis cosas, te acompaño. Unos minutos más tarde las dos mujeres caminaban hacia las oficinas. –Te noto cambiada, Ellie –comentó Grace. Ellie rio. –¿Para bien o para mal? –Para bien, sin ninguna duda –dijo Grace–. Pareces muy feliz. –Es que me siento feliz –dijo Ellie. –Seguro que es por Aidan –Grace se llevó la mano a la boca con expresión alarmada–. Perdona, no es asunto mío. –No te preocupes –dijo Ellie–. La isla es como un pueblo y todo el mundo habla de todo el mundo. No me importa que mis amigos hablen de mí a mis espaldas. Grace abrió los ojos. –Ellie, no... De verdad. Dios mío, ¡qué vergüenza! Ellie estalló en una carcajada. –¡No digas tonterías! No me importa que mis amigos cotilleen sobre mí. ¿O es que crees que no hemos hablado de vosotros en vuestra ausencia? Grace rio. –A mí tampoco me importa, siempre que no hayáis hablado mal. Ellie le dio una palmadita en el brazo. –Nadie habla mal de ti, Grace. –Lo mismo digo –tras una pausa, Grace añadió–: Ahora que hemos aclarado las cosas, cuéntame todo sobre Aidan. Ellie rio. Se sentía tan afortunada de tener buenas amigas después de tantos años de rehuir a la gente que no le importó nada contarle a Grace todos los detalles de cómo había decidido formar una familia acudiendo a una clínica, y la proposición de Aidan, que finalmente había decidido aceptar. –Creo que has tomado la decisión correcta –dijo Grace–. Un hombre guapo y fuerte siempre es mejor que la inseminación artificial. –Además, Aidan es maravilloso –admitió Ellie–. Estoy conociendo nuevas facetas de su personalidad. Es divertido y atento y... La verdad es que cuanto más tiempo paso con él, más me gusta. No añadió que eso mismo la preocupaba. Sus sentimientos eran cada día más profundos y si no tenía cuidado, terminaría enamorándose de él. Intentaba no olvidar que en cuanto se quedara embarazada, todo acabaría. Solo se verían por trabajo. Y aunque estaba convencida de que era lo mejor, no podía evitar sentir una presión en el pecho cuando lo pensaba. Súbitamente se dio cuenta de que era con Grace con quien hablaba y añadió apresuradamente. –Bueno, Logan también es maravilloso. Solo que nunca he congeniado con él tanto como con Aidan. –Más te vale –dijo Grace, riendo–, o tu vida correría peligro. Unos días más tarde, Ellie acudió a una reunión con Aidan y Logan en el despacho privado de este, para su primer almuerzo oficial como socia de la empresa. La suite de Logan era prácticamente igual a la de Aidan. Estaba decorada con muebles modernos y cómodos. En un extremo había un área con sillones y en el otro una oficina, mientras que el centro lo ocupaba una mesa de reuniones en la que en ese momento almorzaban. Lo mejor de todo era la vista. Una de las paredes era toda de cristal y daba a una terraza privada desde la que se disfrutaba de una magnífica vista de la bahía. Una vez se sentaron, Logan alzó su copa para un brindis: –Bienvenida, Ellie. Siempre te hemos considerado un componente indispensable del equipo, y pensamos que hacerte socia era lo más justo. –Bienvenida –dijo Aidan también–. Sé que no nos defraudarás – añadió con una insinuante sonrisa. –Eso espero –dijo Ellie, ruborizándose. Mientras comían, Logan comenzó a repasar la agenda para los siguientes seis meses. En primer lugar, tenían que ocuparse de un nuevo negocio de multipropiedad para el que debían entrevistarse con sus posibles socios en Nueva York. A Ellie se le pasó por la mente la imagen de un fin de semana romántico en Nueva York, paseando con Aidan por Central Park, cenando a la luz de las velas.... –Ellie puede ocuparse de eso –dijo Aidan. –Muy bien –dijo Logan, escribiendo una nota–. ¿Qué es lo siguiente? –Perdón –Ellie se dio cuenta de que se había perdido algo. ¿De qué iba a ocuparse?–. Sí, claro. ¿Qué? –balbuceó. Avergonzada de haber elegido tan mal momento para distraerse, carraspeó y dijo–: Disculpad. Estaba intentando calcular el equipo que necesitaríamos para el viaje a Nueva York –se volvió a Aidan y añadió–: ¿De qué quieres que me ocupe? Él le dedicó una sonrisa provocativa antes de contestar: –Quiero que te ocupes del proyecto Bryson. Ellie se preguntó si cada vez que la hablara iba a sentir el cosquilleo que sentía en aquel momento. Porque, de ser así, no estaba segura de poder seguir haciendo bien su trabajo. Y dudaba que Logan estuviera contento de que su nueva socia mirara embobada a su hermano cada vez que se reunieran. Si no quería estropearlo todo, más le valía ejercer un mayor control sobre sí misma. Cuando la reunión terminó, veinte minutos más tarde, Ellie prácticamente salió corriendo del despacho de Logan. Dos semanas más tarde, Ellie recorría su casa de un lado a otro, haciendo tiempo. A los cinco minutos, no había ninguna cruz. A los diez, tampoco. No estaba embarazada. –Está bien –dijo, tirando el palito a la basura–. Tendremos que seguir intentándolo. A pesar de su decepción, intentó pensar positivamente. Estaba claro que si no se había quedado embarazada no se debía a que no lo hubieran intentado. De hecho, Aidan y ella habían practicado casi fanáticamente durante las últimas semanas. Y Ellie no tenía la menor intención de dejar de practicar. Solo pensar en Aidan, con sus anchos hombros, sus ojos azules, su cabello revuelto y sus largas piernas, entrando en su despacho, tomándola en brazos y besándola, le recorría un escalofrío de excitación. Otra imagen de sus manos recorriéndola, de su boca en sus senos, la sacudió como una descarga eléctrica. –Dios mío –musitó. Y se tuvo que sentar porque las piernas le flaquearon. Quizá aquel era un buen momento para llamar a Aidan y ponerse a trabajar en su misión. Porque, aunque pudieran acusarla de insaciable, Ellie disfrutaba tanto del sexo con él que no recordaba haberlo pasado mejor en toda su vida. Nunca había hecho el amor contra una pared, o en la mesa de la sala de juntas, o en un catamarán o en una hamaca, al borde de la piscina. El corazón se le aceleró y, para calmarse, tuvo que decirse que no estaba ni mucho menos obsesionada con Aidan, que era lógico que disfrutara del sexo con un hombre espectacular. No se estaba transformando en su madre. Por tanto, no significaba nada que, en lugar de estar triste por no haberse quedado embarazada, estuviera encantada de tener que pedir a Aidan que pusiera aún más empeño en conseguirlo. Capítulo Siete Aidan estaba al final de la barra del bar, tomando una copa mientras observaba a su equipo de camareros atender a los clientes. La música sonaba a todo volumen para competir con el bullicio de la gente. A Aidan le gustaba aquel ambiente. Los viernes por la noche siempre eran especialmente animados porque muchos de los huéspedes llegaban esa tarde, con un fin de semana de diversión por delante. Pero aquella noche era especialmente movida, pues coincidía con la convención anual de la industria del embalaje. Y los participantes estaban más que listos para una fiesta. Tres años antes, Aidan y Logan habían descubierto, asombrados, que no había un grupo al que le gustara más una fiesta que a aquella horda de comerciales del embalaje. Increíble, pero cierto. Hasta que descubrieron Alleria y a Ellie, el grupo celebraba la convención en una ciudad cada año. Desde entonces, habían preferido repetir. Los chicos de las cajas, como los llamaban Logan y Aidan en privado, eran el proyecto personal de Ellie. Una de sus misiones, al ser contratada, era atraer nuevos clientes al complejo, y la convención de embalaje había sido uno de sus primeros éxitos. Aquel fin de semana era una de las muchas razones por las que Aidan había querido evitar a toda costa que Ellie se fuera. Y en aquel momento, al verla interactuar con su habitual simpatía con un grupo de asistentes al congreso, se sintió doblemente satisfecho de haber conseguido que se quedara. En primer lugar, porque solo ella podía entretener a aquellos tipos y animarlos a gastar dinero; pero también porque sabía que aquella noche la tendría en su cama. Eso no significaba que se estuviera convirtiendo en un hábito al que no pudiera renunciar cuando así lo decidiera. Tenía muy claro que acabaría en cuanto Ellie se quedara embarazada. Pero entre tanto, habría sido estúpido lamentarse por estar disfrutando de un sexo espectacular con una mujer preciosa. De hecho, al observar sus habilidades sociales y comprobar la magnífica mujer de negocios que era, Aidan estuvo tentado de felicitarse a sí mismo por haber planeado una forma tan brillante de conservarla en la isla. Lo cierto era que solo había parado a tomarse una copa porque sabía que Ellie estaría atendiendo a sus huéspedes. Y después de un rato de verla rodeada de hombres, charlando y sonriendo, bromeando con ellos, en lo único que podía pensar era en llevársela de allí a un lugar privado. En cierto momento uno de los hombres debió decir algo divertido porque Ellie echó la cabeza hacía atrás y dejó escapar una carcajada. El murmullo de su risa alcanzó a Aidan, provocándole un golpe de deseo que lo atravesó hasta las entrañas y endureció su sexo como una barra de hierro. Maldijo entre dientes y asió el vaso con fuerza para mantener una apariencia de calma. Pero no consiguió apartar la mirada de Ellie, que seguía charlando con los hombres con la naturalidad que la hacía perfecta para su trabajo. Lo que no contribuyó en absoluto a disminuir su erección. La música retumbaba; las risas de los huéspedes sentados a las mesas eran cada vez más sonoras. Aidan miraba con tal intensidad a Ellie que esta debió sentirlo. Cuando volvió la cabeza y sus miradas se encontraron, algo estalló entre ellos de una naturaleza indefinible, algo ardiente y salvaje. Aidan agotó el resto de su copa, dejó el vaso en la barra, se despidió de Sam con una inclinación de cabeza y fue directo hacia el grupo al que Ellie entretenía. Ellie había sentido la presencia de Aidan en cuanto este había llegado al bar. Desde el otro extremo de una sala llena de gente ruidosa, de espaldas, mientras charlaba con un grupo de huéspedes, podía percibirlo. Y a Ellie le preocupaba. ¿Era bueno o malo? ¿Le sucedería siempre? Probablemente era malo, porque significaba que, en unos años, cuando estuviera en casa dando de comer a su pequeño, podría intuir que Aidan estaba con una de sus conquistas. ¿Estaría él pensando en ella? Ellie puso los ojos en blanco, impacientándose consigo misma. Suspiró e intentó apartar todo pensamiento de Aidan mientras se concentraba en los comerciales que en aquel momento intentaban impresionarla con sus mejores anécdotas. Aunque fueran un poco simples, eran muy agradables. Al rato, pasaron de las historias a los chistes. Ellie los encontró divertidos, hasta que uno de ellos contó uno tan hilarante que estalló en una carcajada. –¡Este sí que le ha gustado! –dijo Larry, el que lo había contado, arqueando las cejas. Ellie sintió la mirada de Aidan sobre ella, y cuando se volvió y lo vio, tuvo la sensación de que su cuerpo se ponía en marcha a un ritmo frenético. El estómago se le contrajo y se sintió húmeda y caliente. Al ver que Aidan se encaminaba directamente hacia ella, se le secó la boca. –Buenas noches, caballero –los saludó Aidan amigablemente–. Lo siento, pero debo tomar prestada a nuestra estrella por unos minutos. Hubo un rumor de protestas y bromas mientras Aidan, tras despedirse Ellie con una sonrisa de disculpa, la tomaba de la mano y prácticamente la arrastraba fuera del bar. –Aidan, ¿qué pasa? –preguntó Ellie. En lugar de contestar, él continuó con paso firme, cruzó el vestíbulo y se dirigió hacia su suite–. Aidan, me estás preocupando. –Lo siento. No pasa nada –masculló él–. Es solo que tengo prisa. –Está bien –dijo ella, siguiéndolo sin protestar. En cuanto llegaron a la suite y cerró la puerta, Aidan la abrazó con fuerza y la besó en los labios como si quisiera marcarla con un sello. Ella, asaltada por una súbita oleada de calor, se abrazó a su cuello y se pegó a él. En unos segundos, Aidan dulcificó el beso y Ellie suspiró, entreabriendo los labios para darle acceso a su interior. Entonces sus lenguas bailaron una delicada danza que casi derritió a Ellie en brazos de Aidan. Sin previo aviso, Aidan dio un paso atrás, tomó el borde del vestido que llevaba, se lo quitó y lo dejó caer en un sillón. En bragas y sujetador, ella empezó a desabrocharle la camisa con urgencia. –Estás demasiado vestido –susurró. –Deja que te ayude –dijo él, riendo al tiempo que le retiraba las manos. Una vez se quitó la camisa, tomó en brazos a Ellie y la condujo al dormitorio. Allí la echó sobre la cama y, arrodillándose sobre ella, se bajó la cremallera de los vaqueros y expuso su magnífica erección. Ellie se estremeció cuando, alzándole las nalgas, la penetró hasta llenarla por completo. La boca de Aidan la devoró a la vez que empezaba a moverse acompasadamente, en un ritmo acelerado que los llevó a un orgasmo simultáneo tras el que cayeron exhaustos y jadeantes. Ellie nunca había experimentado tal plenitud, tal placer. Y unos segundos más tarde, cuando recuperó en parte la respiración, Aidan le susurró al oído. –Siento haberte arrastrado fuera del bar, pero si no te tenía, iba a volverme loco. –Me ha encantado –contestó ella. Aidan se quedó dormido y ella se acurrucó contra él. En algún momento, en mitad de la noche, Aidan se despertó y le hizo el amor de nuevo. Cuando Ellie volvió a despertar, ya era de día, el sol entraba en el dormitorio y estaba sola en la cama. Se incorporó y miró a su alrededor, diciéndose que era mejor así. Cuanto antes se quedara embarazada y se acostumbrara a no tener a Aidan en su vida, menos peligro correría de aferrarse a él. Horas más tarde, Ellie estaba en el bar, charlando con varios comerciales, mientras Larry, el más ingenioso, diseñaba una caja exclusiva para ella en su tableta. Cuando terminó le enseñó la pantalla. –¿Qué te parece? La voy a llamar Ellie. A ver cómo queda con un estampado. Tocó el lateral de la caja y esta se cubrió de círculos verdes y rojos con ribetes dorados. –¡Qué bonita! –dijo ella, sorprendida con aquella faceta creativa. –Hola, Ellie. Le saludó una voz profunda a su espalda. Ellie se volvió y abrió los ojos desmesuradamente. –¿Blake? ¿Qué haces aquí? –He venido a tomar una copa y te he visto. ¿Podemos charlar un momento? –Sí, claro –Ellie se disculpó con Larry. Luego suspiró profundamente, intentando disimular la inquietud que le provocaba aquel encuentro–. Vayamos fuera. Blake la siguió a un rincón tranquilo del patio y, tras sentarse en una mesa, observó a Ellie en silencio. Era un hombre extremadamente guapo, pero ella había descubierto que su personalidad no estaba a la altura de su aspecto. –¿Queréis tomar algo? Ellie alzó la mirada y descubrió a Dee, su amiga camarera, que los miraba alternativamente. –Un vaso de agua para mí –dijo Ellie–. Gracias, Dee. Blake pidió una cerveza y Dee volvió en cuestión de segundos. –Si necesitas algo, avísame –dijo enfáticamente. –Muchas gracias –dijo Ellie, sonriéndole agradecida. En cuanto Dee ese alejó, Blake dijo: –Estás muy guapa, Ellie. –Gracias. Me encuentro muy bien. –Estaba deseando verte. Llevo tiempo pensado en nosotros. Sé que te hice daño cuando rompí contigo, pero es que estaba... confuso. Me desconcertaste mucho. –Lo sé y lo siento –dijo Ellie, sonriendo comprensiva–. No debí cargarte con el peso de mi historia personal. –Supongo que me lo gané a pulso –dijo él con expresión avergonzada. –Puede que sí –dijo ella, riendo. Blake se relajó en el respaldo de la silla y bebió un trago de su cerveza. –He oído que estás saliendo con uno de los Sutherland. ¿Vais en serio? Ellie se preguntó qué pretendía Blake y si le resultaba más atractiva al saber que estaba con otro hombre. –Solo somos buenos amigos –dijo. Blake la sorprendió al tomarle la mano. –Si es así, me gustaría que te plantearas darme una segunda oportunidad. Hasta que dejaste caer aquella bomba pensé que lo nuestro iba bien. –Hasta que te dije que quería tener un hijo, quieres decir. –Sí –Blake se encogió de hombros–. Pero lo he pensado y estoy dispuesto a ayudarte. Ellie retiró su mano, diciéndose que no lo aceptaría ni aunque fuera el único hombre en el mundo. –Gracias por la oferta, pero voy a declinarla. –Así que lo de Sutherland es verdad. Ellie le dedicó una sonrisa crispada. –Yo no he dicho eso. –No es necesario –dijo Blake con una risita–. Si me rechazas es porque estás practicando la horizontal con Aidan. Ellie hizo una mueca. Aidan tenía razón: Blake era un idiota, y encima no había superado la adolescencia. ¿Practicando la horizontal? Tenía suerte de haberse librado de él. Se puso en pie y, mirándolo desde arriba, dijo: –Te equivocas, Blake. Si no te acepto es simplemente porque no me interesas. Hasta otra. Aidan no daba crédito. Había visto a Ellie y Blake ir a una mesa apartada y los siguió para espiarlos tras una columna por la que trepaba una enredadera. Al verle tomar la mano de Ellie, temió que esta se dejara engatusar. Afortunadamente, vio que ella retiraba la mano y se marchaba, aunque le molestó que le sonriera. Cuando pasó a su lado, Aidan salió del otro lado de la columna. –Hola. Ellie se paró en seco. –¿Qué haces aquí? –Comprobando la vegetación –improvisó él, tomando una hoja de la enredadera entre los dedos. Con la cabeza señaló a Blake y preguntó–: ¿Qué quería? –¿Estabas espiándome? –preguntó ella, poniéndose en jarras. –Puede. Os he visto hacer manitas. –No digas tonterías. Me ha tomado la mano y yo la he retirado. –Al cabo de un rato. No me fío de él. Por eso os he seguido. –Eres muy amable, Aidan. Pero te recuerdo que no somos pareja y que puedo cuidar de mí misma. –Es posible –dijo él. E inclinándose le dijo al oído–: Pero si llega a sujetarte la mano un segundo más, le hubiera partido el brazo. Ellie pasó el día siguiente sola, limpiando y ordenando su casa. Luego leyó un rato y se echó una siesta. Las noches de actividad con Aidan la estaban agotando. Cuando despertó, se planteó ir a cenar al hotel, pero le dio pereza tener que arreglarse y finalmente decidió quedarse en casa. Se hizo una ensalada y trató de leer, pero no consiguió concentrarse. Pensar en Aidan y en la actitud fieramente posesiva que había mostrado la noche anterior le hizo preguntarse si no sentía algo más profundo de lo que él estaba dispuesto a admitir. Pero apartó esa idea al instante porque sabía bien que aferrarse a un rayo de esperanza podía convertirse sin aviso en una obsesión. Se acostó y tuvo el sueño recurrente que la asaltaba desde hacía varias noches. Soñaba con su bebé, pero por primera vez, era Aidan quien lo sujetaba en brazos. Cuando ella se acercaba a ellos su pequeña familia se disolvía en humo y era sustituida por su madre, sollozando por la pérdida del hombre al que amaba. Ellie se despertó sobresaltada, llorando, y con un espantoso sentimiento de vacío en el pecho. Capítulo Ocho A Aidan no le gustaba admitir errores. Pero mientras corría por la orilla de la península de arena que se adentraba en la bahía de Alleria, pensaba que acababa de cometer uno garrafal. La brisa mecía los botes de pesca, cuyos cordajes chocaban contra los postes, provocando un harmonioso sonido de fondo. Era uno de los lugares favoritos de Aidan, pero aquella mañana estaba demasiado preocupado como para disfrutarlo. No debía haber espiado a Ellie con Blake, ni menos aún haberle interceptado el paso cuando se iba. Aunque le costara creer que Ellie fuera a volver con Blake, solo ella podía tomar esa decisión. El sol apenas había asomado por el horizonte, así que en la playa solo había un par de valientes huéspedes dándose un baño antes el desayuno. Aidan intentó concentrarse en el sonido de sus pisadas sobre la arena y acompasarlo a los latidos de su corazón, pero fue en vano. No podía quitarse de la cabeza la imagen de Ellie y Blake. «Te recuerdo que no somos pareja», Aidan oyó la voz de Ellie y sintió el mismo dolor agudo en el pecho que cuando había pronunciado aquellas palabras. Sacudió la cabeza. En el pasado, Ellie había estado de acuerdo con él en que Blake era un cretino, pero, ¿estaría planteándose volver con él? Si era así, no podía hacer nada al respecto. Como ella había dicho, no tenía derecho a intervenir en su vida. Tendría que hablar con Ellie y disculparse. Dar un paso atrás y aceptar que, si eso era lo que quería y todavía no estaba embarazada, volviera con Blake. Era lo más honesto por su parte, aunque le apeteciera tanto como caminar sobre un suelo cubierto de cristales rotos. Además, tampoco sería tan grave. Si Ellie lo dejaba por Blake, no le costaría encontrar a otra mujer. Pero esa no era la cuestión. No. La cuestión era que Ellie le gustaba, y mucho. Eso no significaba que se estuviera planteando mantener con ella una relación estable. Lo que le había sucedido a su hermano con Grace no le sucedería a él, porque no estaba en su naturaleza sentar la cabeza. Por eso mismo, debía darle espacio a Ellie para que tomara sus propias decisiones. Si prefería que Blake fuera el padre de su hijo, y por mucho que la idea le repugnara, tendría que aceptarlo. Aidan llegó al final de la lengua de arena y se detuvo para recuperar el aliento y disfrutar de la increíble vista del mar azul que se perdía en la distancia. Sacó la toalla que llevaba en el bolsillo trasero del pantalón y se secó la frente y el cuello. Luego dio media vuelta y retomó al trote el camino de vuelta al hotel. Decidido: si Ellie quería volver con Blake, tendría que dejarla ir. Objetivamente, era la mejor solución. Por un lado, el hijo de Ellie tendría un padre dispuesto a ejercer de tal; y por otro, continuaría trabajando para Sutherland en la isla. De esa manera, todos salían ganando. Excepto que Blake sería el padre del hijo de Ellie. Y Aidan no confiaba en él. Si había dejado a Ellie una vez, podía volver a dejarla. Solo que estaría dejando atrás también a un niño, igual que la madre de Aidan y Logan los había abandonado a ellos. Definitivamente, Blake no era de fiar. Quizá lo mejor era aferrarse al acuerdo que habían firmado y no dar la oportunidad a Ellie de cambiar de idea. –Maldita sea –masculló Aidan, respirando profundamente para llenarse los pulmones del olor a salitre que impregnaba el aire y que le recordaba a la primera vez que Logan y él habían acudido a la isla. Ralentizó el paso al aproximarse al hotel y recordó que entonces, como tantas otras veces, había confiado el futuro a su suerte y todo había salido bien. Así que tendría que actuar de la misma manera. Debía darle a Ellie la opción de elegir, aun cuando eso significara retirarse. Se detuvo bruscamente. Aunque para él que Ellie no estuviera todavía embarazada era más una ventaja que un inconveniente, cabía la posibilidad de que ella, sin mencionarlo, se estuviera planteando probar suerte con otro. –No digas tonterías –exclamó, malhumorado. Ellie no era así. Y aun cuando estuviera teniendo dudas, le costaba creer que fuera a sustituirlo por Blake. Eso no modificaba que la decisión le correspondiera a él. Cerca ya del hotel, Aidan llegó a una incómoda conclusión. Si lo importante era el bien de Ellie y de su bebé, no le quedaba más remedio que aceptar la posibilidad de que hubiera mejores candidatos que él. –¿Que quieres qué? –Quiero que, si lo deseas, vuelvas con Blake. Ellie lo miró como si tuviera dos cabezas. –Siento haber interferido anoche –continuó Aidan con solemnidad–. Debes hacer lo que sea mejor para ti. Ellie lo miró en silencio tan prolongadamente que a Aidan le costó no aprovechar la pausa para rectificar. Para él aquella situación no era fácil, pero pensaba estar haciendo lo correcto. –Te recuerdo que tú y yo tenemos un acuerdo –dijo ella, finalmente. –Lo sé –dijo él–. Pero la decisión está en tus manos, Ellie. Hice mal espiándoos. Si él siente algo por ti... –Pero tú mismo dijiste que no era fiar –le recordó Ellie–. ¿Has cambiado de opinión? –No. Pero aquí solo importas tú. Temo haberte presionado para aceptar una situación que no te convence. Así que, si quieres considerar a Blake, o a otro hombre, debo darte la oportunidad de decidir. –No sé qué decir –dijo ella, pensativa. Aidan habría querido besarla y borrar cualquier duda de su mente, pero se obligó a decir: –Quiero que tomes la decisión que te haga más feliz. Y sobre todo, que elijas al padre de tu hijo. Ese debía ser él, pero Aidan no podía decirlo. Ellie asintió lentamente. –Así que no te importaría que eligiera a Blake como padre de mi hijo. Eso no era lo que Aidan había dicho, pero solo podía contestar de una manera: –Si eso es lo que quieres, no puedo hacer nada al respecto. Ellie no podía creer que estuvieran manteniendo aquella conversación. Sentía que el corazón iba a hacérsele añicos. ¿Qué pretendía Aidan, que eligiera a Blake o se limitaba a actuar noblemente? No debía olvidar que la intención inicial de Aidan había sido que no se fuera de la isla. Si volvía con Blake, eso quedaría resuelto. Así que Aidan saldría ganando. En cambio ella no veía ninguna ventaja a que a Aidan le diera lo mismo perderla. La cabeza le daba vueltas y se llevó la mano al pecho. ¿Por qué le dolía tanto? Había hecho lo posible por evitar los errores de su madre y sin embargo, estaba descendiendo por una espiral que la conducía a su propio infierno. En aquel instante, solo tenía una certeza. Necesitaba irse y reflexionar. No podía tomar una decisión mientras siguiera viendo a Aidan y acostándose con él. –¿Qué pasa, Ellie? –preguntó él en tono preocupado–. ¿En qué piensas? Ellie tomó aire y lo miró. –Necesito tiempo para pensar, Aidan. Me has dejado confusa y ahora tengo que poner las cosas en perspectiva. –¿Qué significa eso? –preguntó él, entornando los ojos. –Que no vamos a mantener relaciones por un tiempo. –¿Por qué no? –preguntó él, desconcertado. Ellie le apretó la mano como si quisiera consolarlo. –Lo siento. Sé que nuestro acuerdo era puramente práctico, así que puede que sea injusta, pero debo serte sincera. Me duele que te dé lo mismo que vuelva con Blake. Pensaba que lo dos estábamos pasándolo bien, pero ahora veo... Bueno, ahora mismo no estoy segura de nada. Dame tiempo para que piense cuál debe ser mi siguiente paso. –¿Y si estuvieras embarazada? –preguntó Aidan. Ellie tuvo que pestañear para contener un súbito deseo de llorar. Respiró profundamente y dijo: –Ni siquiera lo había pensado. Pero si lo estoy, no habría duda de quién es el padre. Ellie dobló otra servilleta y la añadió a la pila. Desde pequeña, cada vez que tenía que pensar algo importante, lo hacía planchando. No tenía la menor intención de volver con Blake. Aidan lo sabía perfectamente, así que su comportamiento debía responder a que se sentía culpable por haber influido en sus sentimientos hacia Blake. ¡Pero lo que la sacaba de sus casillas era que le diera lo mismo la decisión que tomara! Era doloroso y humillante, y Ellie no sabía qué hacer. Lo más inteligente sería evitar a Aidan durante las siguientes semanas, hasta que supiera si estaba embarazada. No sería sencillo, porque cada vez que lo veía lo único que quería hacer era besarlo y meterse en la cama con él. Pero eso solo le causaría problemas. Su único consuelo era haberle dicho la verdad y que supiera que le había hecho daño. Pero, si se trataba de no mentirse, también había llegado el momento de que ella se enfrentara a la verdad: era hija de su madre y cada vez se parecía más a ella. Aunque detestara la idea, no podía negar que cuanto más tiempo pasaba, más unida estaba a Aidan y con ello corría el riesgo de perder la perspectiva, de obsesionarse con él. Miró la pila de ropa perfectamente planchada. Necesitaba seguir pensando, así que miró a su alrededor buscando alguna otra prenda, lo que fuera. –No, tranquila, si no estás obsesionada –masculló. Y decidió guardar la tabla y la plancha. No debía haber abierto la boca. Se había equivocado al pensar que hacía lo mejor. En realidad, había querido que lo eligiera a él y oírselo decir, como si necesitara alimentar su propio ego. ¿Qué le estaba pasando? –Maldita sea –masculló a la vez que golpeaba una pelota de tenis por encima de la red. Ellie era tan dulce que no la merecía. Y por tanto, Blake la merecía aún menos. Así que la decisión estaba clara: no consentiría que Ellie volviera con un hombre que no le llegaba ni a la suela de los zapatos. –¿Se puede saber qué te pasa? –preguntó Logan después de que Aidan no hiciera nada por devolverle la pelota–. Estás ido. Logan tenía razón. No haber encontrado a Ellie en su cama por primera vez en muchas mañanas le había arruinado el día. Pero no estaba dispuesto a contárselo a Logan. –Te podría ganar con una mano atada a la espalda –dijo–. Saca. Era el séptimo día sin sexo. Aidan veía a Ellie en la oficina, donde actuaba con su habitual eficacia y era cordial con todo el mundo. Aidan se estaba volviendo loco. Nunca había hecho nada tan estúpido como animar a Ellie a volver con Blake. La noche anterior, había decidido ir al bar para buscar a alguna mujer con la que acostarse y mantener sexo sin ataduras. Había visto a unas cuantas lo bastante atractivas y que estaba seguro que habrían aceptado la invitación, pero finalmente había cambiado de idea. –¿Qué demonios te pasa? Aidan alzó la cabeza y vio a Logan en la puerta. –Déjame en paz –le contestó. En lugar de hacerle caso, Logan entró y se acercó hasta el escritorio. –Tu secretaria temporal ha amenazado con dimitir y Sarah, la chica de correos, está llorando. ¿Cuál es el problema? –Ha olvidado clasificar mi correspondencia –dijo Aidan entre dientes. Logan se inclinó sobre el escritorio. –Perdona, no he oído bien. Aidan se negó a repetir la estúpida queja que acababa de expresar, así que se limitó a farfullar: –Me has oído perfectamente. –Tienes razón. Por eso mismo me pregunto desde cuándo te has convertido en un príncipe –Logan alzó la voz para añadir–: ¡Ordena tu propia correspondencia! Eso era lo que Aidan estaba haciendo, pero no estaba dispuesto a admitirlo. –Gracias por el consejo. Ahora, ¿te importa dejarme en paz? –No, hasta que me digas qué demonios te pasa –dijo Logan, caminando de un lado al otro delante de Aidan–. Llevas toda la semana insoportable; los empleados están hartos de ti. Así que vete de vacaciones o enróllate con alguien. Haz lo que sea, pero reacciona. –No puedo tener un rollo –masculló Aidan. Logan se paró en seco. –¿Perdona? –He dicho que te vayas. –No –dijo Logan–. Has dicho que no puedes tener un rollo. –Da lo mismo lo que haya dicho. Estoy ocupado. Márchate. Logan sonrió. –¿Hay algún asunto médico que debas contarme? Aidan se puso en pie y señaló la puerta. –Fuera de aquí. Sin inmutarse, Logan se limitó a reír. –Creo que sé de qué se trata. –No tienes ni idea. –Claro que sí. Tiene que ver con Ellie. –Te equivocas. –¿De verdad? –Logan hizo como que pensaba y añadió–: Pues cuando Grace habló con ella, le dijo... Bueno, supongo que no te importa. Ya me voy. –Espera. ¿Qué te ha dicho Grace? ¿Qué le contó Ellie? –Lo siento. Tengo que irme. –No vas a ir a ninguna parte. Logan rio. –Vaya, vaya. Así que estás enamorado. –Vete de aquí. –Está bien –cuando Logan llegó a la puerta se volvió y dijo–: Pero cuanto antes lo admitas será mejor para todos. –No tengo nada que admitir a nadie. Logan alzó las manos en señal de rendición. –Vale, sé un desgraciado. Pero deja de volcar tu mal humor en los demás. Cuando cerró la puerta, Aidan se dejó caer sobre el respaldo de la butaca, preguntándose qué horrible pecado habría cometido en otra vida para ser castigado en la presente con un hermano gemelo. La noche siguiente, Aidan decidió trabajar hasta tarde para rematar los contratos del nuevo restaurante que iba a abrir en Tierra de Alleria, el único pueblo que había en la isla. Tierra, como lo llamaban los habitantes, era un pueblo victoriano con un puerto pintoresco, que se había transformado en destino turístico de viajeros acaudalados. Los nuevos dueños planeaban aprovecharse de la creciente moda de comida vegetariana gourmet. Aidan imaginaba que el menú atraería a celebridades obsesionadas con la nutrición y a las mujeres de empresarios ricos con yates de lujo. Pensar en el pueblo le recordó la escapada que Ellie y él habían hecho allí hacia unas semanas. Aidan la había llevado a su restaurante favorito, un pequeño local francés con comida casera y una excelente lista de vinos. Habían cenado en una mesa con vistas espectaculares al encantador puerto y un mar azul turquesa que se perdía en el infinito. Ellie había pedido un guiso y él un bistec con patatas. La carne estaba tierna y sabrosa y las patatas, fritas a la perfección. Había una salsa en la que Ellie mojaba las patatas, y verla saborear cada bocado había excitado a Aidan hasta sentirse dolorido. Después, habían vuelto precipitadamente a casa para hacer el amor durante horas. Aidan se obligó a concentrarse en el trabajo, y continuó leyendo contratos hasta que se dio cuenta de que faltaba uno. Repasó la carpeta, pero no lo encontró. Instintivamente, llamó a Ellie, con la seguridad de que ella lo encontraría. Unos minutos más tarde entraba en su despacho y Aidan la observó embelesado. Llevaba un vestido rojo con una torera a juego, y Aidan no pudo evitar preguntarse por qué estaba tan elegante. Iba a agradecerle que le llevara el contrato, pero las palabras que escaparon de su boca fueron otras: –¿Qué demonios le has contado a Grace? Ella lo miró atónita. –¿A qué te refieres? –Me has oído perfectamente –dijo Aidan, levantándose y rodeando el escritorio–. No quiero que hables con Grace antes de comentarlo conmigo. –¿Ah, no? –dijo ella, alzando la barbilla–. ¿Ahora resulta que no puedo hablar con mis amigas? Esa no era la cuestión. Aidan frunció el ceño. –Si se trata de... Olvídalo. No quiero que... Ellie entrecerró los ojos y dio un paso adelante. –¿Qué es lo que no quieres? –Escucha, Ellie –dijo Aidan, esforzándose por sonar razonable–. No es asunto mío si tú y Blake... –¿Qué pasa con Blake y conmigo? –dijo ella, retadora. Aidan apretó los dientes y cambió de tema. –Da lo mismo. Dame la carpeta y vete a casa. –Aquí la tienes –dijo ella, dejándola con ímpetu sobre el escritorio. Y con gesto airado, añadió–: ¿Qué te hace pensar que me voy a casa? Aidan se puso furioso pensando que insinuaba que se iba con Blake. –No vas a ir a ninguna parte –dijo, amenazador. –¿Ah, no? ¿Quién va a impedírmelo? –Yo. Aidan tomó a Ellie por las solapas de la chaqueta y la besó posesivamente. Ella le devolvió el beso con la misma intensidad y pegó las caderas a su sexo en erección. Sintiendo el cerebro nublado por una sensual niebla de placer, Ellie pensó que no había nada más maravilloso que aquello. Aidan actuaba salvajemente, sin control. O quizá solo lo percibía así porque hacía siglos que no se besaban. No significaba nada. Era puro sexo. Salvaje, tórrido, fabuloso, pero solo sexo. Para Aidan no representaba nada más. Ni para ella, se recordó Ellie. Así que aunque Aidan creyera tener derechos sobre ella, seguía sin tener la menor intención de establecer con ella una relación duradera. Y ese sí que era un gran paso. Ellie llevaba siete eternos días tratando de resistirse a Aidan. Sabía que estaba obsesionada con él, pero ya no podía evitarlo. Lo único bueno era que, al haber sufrido en sus propia carne lo que había pasado su madre, por fin había conseguido perdonarla. En cuanto a su situación, Ellie había decidido dejar de negarse a sí misma. Y en aquel instante tomó la decisión de limitarse a disfrutar lo que había entre Aidan y ella mientras durara. Estaba harta de obsesionarse con estar obsesionada. Si Aidan solo le ofrecía diversión, la aceptaría. Aidan le tiró suavemente del cabello y separó sus labios de los de ella. –Lo digo en serio, Ellie: no vas a salir con Blake. –Claro que no –dijo ella, sonriendo. –Me alegro. Ven aquí –musitó él. Y volvió a besarla. Dos semanas más tarde, los primos Duke llegaron a la isla para la boda de Tom Sutherland y Sally Duke. Aidan y Logan acudieron a recibirlos cuando bajaron de la limusina. Aidan dio un abrazo a Sally. Ella le miró a los ojos y, posando sus manos en su rostro, dijo: –Oh, Aidan, soy tan feliz de que seas mi familia... Las palabras golpearon a Aidan en el pecho. –Yo también me alegro –consiguió articular, antes de que Sally se volviera hacia Logan, momento que Aidan aprovechó para quitarse un par de lágrimas que, para su asombro, le habían humedecido los ojos. –¡Mira quién está aquí! –exclamó Sally. Y salió disparada. Aidan se volvió a tiempo de verla saludar a Ellie con un fuerte abrazo y un par de besos. Frunció el ceño preguntándose de qué se conocían. Logan le dio un codazo. –Quita esa cara –le avisó. Aidan recordó la fama de casamentera de Sally y su suspicacia se disparó. –¿De qué se conocen? Logan se encogió de hombros. –Supongo que la última vez que Sally vino de vacaciones. No te preocupes. No corres peligro. –Te recuerdo que la última vez que estuvo aquí, la acusaste de ser una bruja. –Una bruja buena –le corrigió Logan. –Sí, pero bruja al fin y al cabo. –Acuérdate que pensaste que estaba loco por preocuparme –le recordó Aidan. –Y tenía razón –dijo Logan. –Solo me preocupaba por ti. Pero ya ves de lo que sirvió. También tú estás casado. –Así es –dijo Logan, animadamente–. Y ahora parece que Sally y Ellie son íntimas. Qué coincidencia, ¿no? –Maldita sea –masculló Aidan al ver charlar a las dos mujeres–. Voy a tener que estar atento. –¿Para qué molestarte? –dijo Logan, riendo–. Acepta lo inevitable. Aidan frunció el ceño. –Que tú te hayas casado no quiere decir que todos los demás seamos tan tontos como para seguir el mismo camino. –Es verdad, debo ser tonto –Logan se rascó la cabeza–. No sé en qué estaba pensando. ¿Cómo va a atarse a alguien como tú una mujer tan encantadora como Ellie? –¡Muy gracioso! –dijo Aidan con desdén. –No sé por qué te resistes a admitir que estás enamorado de Ellie. –Vaya, otra frase patética de recién casado. Logan le dio una palmadita en la espalda. –Va a ser muy divertido verte caer, hermano. Tom Sutherland y Sally Duke se casaron a los dos días, rodeados de sus amigos y familiares en un recóndito lago con una catarata, al pie de las colinas de la isla, con la bahía como fondo. Ellie se sintió honrada por ser invitada, y encantada por Sally y Tom, tan felices por haberse encontrado después de tantos años viviendo solos. Para Ellie era increíble que Sally, una viuda que había pasado años intentando localizar al hermano perdido de su difunto marido, Tom, finalmente lo hubiera encontrado. Dando un suspiro, Ellie pensó que nadie se merecía tanto como Sally Duke ser feliz. –Está todo precioso –susurró Grace–. Gracias por ayudar con la decoración. –No he tenido que hacer nada, es el marco perfecto –dijo Ellie. –Es mi sitio favorito de toda la isla –dijo Grace con timidez. Ellie sonrió. Su amiga le había confesado que lo había descubierto un día buscando esporas y que había vuelto a él a menudo con Logan. Ellie pensó que le gustaría ir allí con Aidan. Nunca había visto un lugar tan romántico. Pensar en Aidan hizo que volviera la mirada hacia él y Logan, los dos atractivos gemelos que ocupaban su posición al lado de su padre. Durante la ceremonia, Ellie prestó especial atención a los votos de la pareja. Las palabras fueron tan sencillas, pero tan emotivas y cargadas amor, que Ellie se sintió abrumada por la intensidad de los sentimientos que se le despertaron. Grace le pasó un pañuelo de papel, y Ellie lo aceptó porque era normal llorar en una boda. También se había emocionado en la de su hermana y en la de Logan y Grace. Para evitar llorar, miró a Aidan, convencida de que su presencia la apaciguaría. En ese momento él la miró y le guiñó un ojo. Ellie sonrió. Y se dio cuenta de que daba lo mismo que algún día fuera el padre de su hijo; que hubieran firmado un acuerdo legal; que ella hubiera terminado demostrando que era digna hija de su madre al obsesionarse por un hombre; que no hubiera esperado ni enamorarse ni casarse nunca. El hecho era que estaba enamorada hasta el tuétano de Aidan y que quería pasar con él el resto de su vida. Aunque no tuviera la fortuna de tener un hijo, siempre querría permanecer con Aidan. Y eso era imposible. Súbitamente, no pudo respirar. Se puso en pie y salió al pasillo. Grace le tomó la mano, pero Ellie masculló una disculpa y dejó la ceremonia. Recorrió el paseo bordeado con pétalos de rosa y caminó sin rumbo hasta llegar a un recodo, donde se apoyó en el tronco de un cocotero dejando escapar un suspiro. Estaba al borde de un ataque de pánico al darse cuenta de la intensidad de sus sentimientos por Aidan. –¿Ellie? Esta se volvió y vio a Grace. –¿Estás bien? –preguntó su amiga. Ellie se tragó las lágrimas. –Vuelve a la ceremonia, Grace. Logan te va a echar de menos. –Logan está perfectamente. Estoy más preocupada por ti. Ellie sacudió la cabeza sin decir palabra. –¿Qué te pasa, cariño? –insistió Grace. –No puedo hablar de ello –susurró Ellie. Grace suspiró y le tomó una mano. –Las bodas pueden ser muy traicioneras para personalidades sensibles como las nuestras, ¿no crees? –Así es –susurró Ellie. Grace le retiró un mechón de cabello tras la oreja. –¿Estás segura de que no quieres hablar? Ellie asintió con la cabeza. –¿Se trata de Aidan? Ellie abrió los ojos desmesuradamente, pero se tapó la boca con la mano por temor a que una sola palabra abriera las compuertas del llanto. –Sé que lo amas –dijo Grace con dulzura. –¡Dios mío! –gimió Ellie–. ¿Es tan obvio? –Claro, cariño. Al menos para mí. Pero se ve que para él, no. Los hombres pueden ser tan torpes. Ellie rio y al instante se sintió mejor. –Sobre todo los Sutherland –añadió Grace–. Pueden hacer que una mujer pierda la confianza en sí misma. Pero es imposible no enamorarse de ellos. Hay que admitir que son guapísimos. –Así es –dijo Ellie con un suspiro. –Lo sorprendente es que tú hayas identificado las señales –dijo Grace–. Yo no tenía ni idea. –¡Pero si eres un genio! –protestó Ellie. –¡Sobre todo eso! –exclamó Grace –. Yo más bien diría que soy un poco tonta, pero estoy empezando a espabilarme. –Entonces debes saber que no tengo la menor posibilidad con Aidan. –No, claro que no –dijo Grace con expresión seria. –No me estás siendo de mucha ayuda. Grace rio con dulzura. –Ellie, Aidan tendría que ser un completo idiota para no enamorarse de ti. Y el hermano gemelo de mi esposo no es idiota. –Agradezco tu palabras, aunque no sirvan de nada –dijo Ellie, sonriendo. Grace rio y le frotó el brazo. –Tienes mejor aspecto. ¿Volvemos a la ceremonia? –Supongo que sí –dijo Ellie–. Pero, ¿prometes no contarle a nadie que me he comportado como una cría? –No tienes nada de cría, pero si te hace sentir mejor, te lo prometo. Ahora, volvamos antes de que los hermanos Sutherland nos echen de menos. Capítulo Nueve Ellie recogió el ramo de la novia. Aidan estaba tomando una cerveza con su hermano y los Duke mientras las mujeres se reunían en la pista de baile, detrás de Sally. Esta lanzó el ramo de rosas pálidas sin previo aviso y cayó directamente en manos de Ellie, que puso cara de espanto. Sally se volvió y al ver a quién le había tocado, rio entusiasmada. –¡Justo quien quería que lo tomara! –¿Qué demonios...? –masculló Aidan. Un rato antes, durante el aperitivo, Aidan había visto a Sally y a Ellie enfrascadas en una conversación intensa. Y aunque intentó no darle importancia, no pudo evitarlo una vez que Cameron llegó a su lado y, señalando con la barbilla hacia las dos mujeres, dijo: –Escucha Aidan, me han dicho que tienes algo con Ellie, así que te aviso que mi madre tiene poderes especiales. –Eso he oído –dijo Aidan, fingiendo no estar particularmente interesado. –Pues es verdad. Si no quieres acabar en el altar con Ellie, deberías interrumpir esa conversación. Aidan frunció el ceño al ver que Sally y Ellie reían. Entonces desvió la mirada y encontró a Logan con sus primos, Adam y Brandon, mirándolo con sorna. Aidan se volvió a Cameron, al que claramente le habían pedido que fuera a provocarle. –Gracias por la advertencia, pero puedo manejar la situación. –¿De verdad? ¿Eres un superhéroe? Aidan trató de olvidar aquel episodio, pero su suspicacia creció al ver a Ellie con el ramo. –¡Qué suerte, Ellie! –le dijo Logan a Ellie, que le abrazó riendo. Las mujeres de los Duke la rodearon. –Vas a ser la próxima –bromeó Trish. Aidan sintió un escalofrío recorrerle la espalda. –Lo dudo –Ellie aspiró el aroma de las flores–. Ni siquiera he intentado recogerlo. –Por eso mismo –dijo Kelly, la mujer de Brandon. Aidan frunció el ceño. –¿No te parece que está preciosa? –le preguntó una voz con gran dulzura. Aidan se sobresaltó y al mirar a su lado descubrió a Sally, que lo miraba fijamente. Había estado tan enfrascado en la contemplación de Ellie que no había notado que se acercara. Aidan miró a su alrededor en busca de apoyo masculino. ¿Por qué no acudían en su ayuda? Todos ellos habían sido víctimas inocentes de las manipulaciones de Sally, y en lugar de protegerlo, parecían dispuestos a dejar que el último de ellos cayera. –Aidan, cariño, ¿te encuentras bien? –preguntó Sally, posando la mano en su brazo. –Sí, gracias –dijo él, sintiéndose acorralado. –Entonces, ¿qué me contestas? Aidan tuvo que hacer un esfuerzo para recordar la pregunta. –Claro, sí –balbuceó–. Está preciosa. –Así es –dijo Sally, tomándolo del brazo–. Eres muy afortunado teniéndola a tu lado. –De socia, ¿quieres decir? Desde luego –eso era lo más que Aidan estaba dispuesto a admitir. Siguió la mirada de Sally y encontró a Ellie. Estaba verdaderamente preciosa, y las flores hacían juego con la piel de melocotón de sus mejillas y sus labios rosas. Los miembros de la orquesta volvieron tras un descanso y empezaron a tocar una música lenta y romántica. Varias parejas se unieron a bailar. –Quiero ver a todos mis hijos bailar –dijo Sally, dándole una palmadita en la mano. Aidan se volvió hacia ella y con gesto galante, preguntó: –¿Me permites este baile? Sally dejó escapar una exclamación de asombro y placer, y Aidan vio que los ojos se le humedecían. Dos días más tarde, los Duke se marcharon y Ellie pasó un día melancólico porque echaba de menos tener a todas aquellas mujeres cerca. La habían incluido en todos los planes y había acabado sintiéndose parte del grupo. La noche anterior a la boda, Sally, Trish, Julia, Kelly, Grace, Ellie y las dos mejores amigas de Sally, Beatrice y Marjorie, se habían acostado tarde, cotilleando, riendo y compartiendo secretos y planes de futuro. «Tienes que venir a visitarme a California», le había dicho Sally ante de subirse a una de las dos limusinas que los llevaba al aeropuerto. Le había tomado la mano y luego le había dado un abrazo tan estrecho, que Ellie se había sentido al borde de las lágrimas. Por unos días, Ellie había encontrado en Sally Duke a la madre que nunca había tenido. Era amable, afectuosa y sabia, y amaba incondicionalmente a sus hijos. Hablando con ella, Ellie había reído y reflexionado e incluso se había atrevido a soñar. También había confiado en llegar a ser algún día una madre así para su hijo. Una vez que la isla recuperó la normalidad, Ellie decidió seguir el consejo de Sally: lo mejor que podía hacer era decirle a Aidan lo que sentía. La sinceridad era siempre el mejor camino. Así que, dando un profundo suspiro, Ellie tomó el teléfono y llamó a Aidan para invitarle a cenar en su casa aquella noche. En el trascurso de la cena, iba a decirle que lo amaba. Excitada y nerviosa, dejó el despacho temprano para preparar la escena para una velada romántica. Aidan colgó lentamente y se quedó mirando por la ventana. –¿Qué pasa? –preguntó Logan, que estaba sentado al otro lado del escritorio–. ¿Quién era? Tienes cara de haber recibido una mala noticia. –Ellie me ha invitado a cenar en su casa –dijo Aidan, pensativo. –¡Aidan, creía que pasaba algo malo! –Es que puede serlo –dijo Aidan, a la vez que trataba de adivinar qué tenía Ellie en mente–. ¿Qué estará planeando? –Tienes razón, es vergonzoso –dijo Logan con sorna–. ¡Invitarte a cenar! ¡Cómo se atreve! Espero que le des su merecido. Aidan le dedicó un gesto grosero. –Ríete todo lo que quieras, pero no tiene ninguna gracia. Ellie lleva cuatro días conspirando con Sally y de pronto me invita a cenar. –¡Qué vergüenza! No me extraña que estés aterrorizado. –¿Quién dice que estoy aterrorizado? –Deberías estarlo. Puede que te eche un afrodisiaco en la bebida y te convierta en su esclavo sexual. –No pienso seguir hablando contigo –dijo Aidan, poniéndose en pie. Logan rio. –Eres un paranoico. Seguro que no es más que una cena seguida de sexo tórrido. No sé de qué te quejas. –Visto así... –dijo Aidan. –Creemos demasiado en los poderes de Sally –dijo Logan. –Será porque tenemos pruebas suficientes –dijo Aidan, frunciendo el ceño. –¿Por ejemplo? –preguntó Logan. Aidan enumeró una lista, puntuándola con los dedos: –Primero, Sally habla con Grace; segundo: te casas con ella. ¿Qué más pruebas quieres? Logan se fingió asombrado. –¡Dios mío, no me había parado a pensarlo! Tienes razón. ¿Y qué vas a hacer al respecto? –No lo sé. Ya he aceptado la invitación. –Cancélala. –No quiero herir sus sentimientos –dijo Aidan, pensativo. –¿Qué más te da? Puede que sea la manera de esquivar la bala si lo que pretende es casarse contigo. –Lo sé –Aidan suspiró–. Pero no puedo plantarla. Además, recuerda que Ellie estaba dispuesta a tener un hijo de un donante anónimo. No tiene ningún interés en casarse. Es una tontería que me preocupe. –Entonces, ¿por qué te preocupas? –No me preocupo. Tenemos un contrato firmado. Solo me he dejado llevar por la obsesión de los Duke con los poderes de Sally. –Problema resuelto. Aidan resopló. –No te creas. Logan lo miró con sincera compasión. –Escucha una cosa, hermano: si te hace sentir mejor, estoy dispuesto a hacer un intercambio. Aidan enarcó las cejas y valoró las ventajas e inconvenientes de la oferta. El intercambio era un viejo truco de los gemelos al que habían recurrido en distintas ocasiones. Solo unos meses antes, lo habían usado con Grace, pero esta no había tardado ni un minuto en echarse a reír al descubrir a Aidan haciéndose pasar por Logan. Para Aidan, esa era la mayor declaración de amor que una mujer podía hacer. Después de todo, su madre nunca había sido capaz de distinguirlos. Y hasta aparecer Grace en sus vidas, habían podido engañarlas a todas. Por eso Aidan había pensado que era la mujer perfecta para su hermano. –No servirá de nada. Ellie nos distingue perfectamente. Recuerda el otro día, cuando estabas en mi escritorio –dijo finalmente. –Puede que fuera suerte –dijo Logan. –Es cierto. Tras reflexionar unos segundos, Aidan decidió probarlo. Al menos así Logan dejaría de provocarlo con el tema de Ellie. –Está bien. Probémoslo. –Perfecto –dijo Logan, sonriendo a la vez que se frotaba las manos–. Pero no se lo digas a Grace. ¿A qué hora habéis quedado? Ellie acababa de encender las velas cuando llamaron a la puerta, y fue a abrir con un cosquilleo en el estómago. –Hola –saludó con una tímida sonrisa. –Hola –dijo él, ofreciéndole un ramo de flores rosas y moradas–. Para ti. –¡Qué preciosidad! Gracias –dijo Ellie. Y con un gesto de la mano, le indicó que pasara–. Adelante. –Gracias. Ellie iba a preguntarle a Logan por qué había venido él y no Aidan, pero supuso que si a este le pasaba algo, Logan se lo habría dicho de inmediato. Así que quizá Grace y Aidan iban a reunirse con ellos más tarde. –Estás preciosa, Ellie –musitó Logan. –Gracias. Tú también estás muy guapo. ¿Te importa abrir el champán? –preguntó, señalando una mesa donde había unos aperitivos. Logan sirvió dos copas y preguntó: –¿Por qué quieres que brindemos? Ellie sonrió al darse cuenta de que Logan no iba a darle ninguna explicación. ¡Estaban tomándole el pelo! Probablemente, Aidan esperaba en el porche e iba a entrar en cualquier momento gritando: «¡Sorpresa!». –Brindemos por las sorpresas –sugirió, entrechocando su copa con la de Logan. –Por las sorpresas –Logan dio un sorbo y dejó la copa sobre la mesa–. Ven aquí –alargó la mano y atrajo a Ellie hacia sí hasta tomarla por la cintura–. Así estamos mejor. Ellie no pudo contener la risa a la vez que intentaba separarse de él. –¿Qué pasa, cariño? –preguntó él–. Por favor, no llores. –No estoy llorando –dijo ella cuando pudo hablar. –¿Qué estás haciendo? –Eso mismo me pregunto yo, Logan –dijo ella, sacudiendo la cabeza–. ¿Qué haces aquí? –¿Logan? –dijo él fingiéndose desconcertado–. No soy Logan. Soy Aidan. Ellie puso los brazos en jarras. –Logan, ¿sabe Grace que estás aquí? –¿Por qué iba a saberlo? Deja de llamarme Logan. –Está bien –Ellie lo tomó por la camisa y tiró de él hacia sí. Mirándolo fijamente, dijo–: Bésame. Logan tragó saliva. –¿Por qué no tomamos un poco más de champán? Ellie le dejó ir, pero le dio una palmada en el brazo. –Solo después de que me digas a qué estás jugando. ¿O prefieres que llame a Grace para preguntárselo? –Maldita sea, Ellie –dijo él, metiendo las manos en los bolsillos–. ¿Cómo demonios has sabido que era yo? –¿Bromeas? Puede que seáis gemelos, pero es fácil distinguiros. –No es verdad. ¿Cómo? Ellie dio un sorbo al champán. –No lo sé. Pero os diferenciáis en muchas cosas. –¿Por ejemplo? –No se puede negar que los dos sois muy guapos –dijo Ellie, riendo. –Eso sí es verdad –dijo Logan. Al ver que Ellie reía, insistió–. ¿Qué más? Ellie reflexionó sobre las sutiles diferencias que había entre los dos hermanos, sin saber por dónde empezar. Miró a Logan intentando imaginar que se trataba de Aidan, pero le resultó imposible. Eran prácticamente iguales, los dos eran extremadamente guapos, tenía el mismo cabello casi negro, los ojos azules... Pero Aidan era más... cálido, alguien a quien era fácil amar. Claro que probablemente Grace no habría estado de acuerdo con ella. –Cuando Aidan sonríe –empezó finalmente–, sus labios se curvan más que los tuyos. –¿Ah, sí? –Sí –dijo Ellie con vehemencia–. Y sus ojos brillan más. –¿Tú crees? –Logan arqueó las cejas–. ¿Te has planteado alguna vez que puede que seas tú quien despierta esa sonrisa tan luminosa? Ellie se paró a pensar unos segundos. –No –dijo. –Pues debías pensarlo. Por más que la idea la halagara, Ellie prefirió ignorar esa hipótesis y continuó: –Aidan es un poco más ingenioso que tú. Logan alzó una mano. –¿Estás insinuando que es más inteligente que yo? –No –dijo Ellie, riendo–, pero sí es más sarcástico. Lo cierto era que Aidan le hacía reír, le hacía querer ser mejor persona, despertaba en ella el deseo de pasar la vida con él. Pero no estaba dispuesta decirle nada de eso a su hermano. –¿Quieres decir que te hace reír? –Así es. –Una vez más, la culpa es tuya –dijo Logan, sonriendo. –¿A qué te refieres? Logan se encogió de hombros. –Habéis viajado tanto juntos que habéis desarrollado una estrecha amistad. Y Aidan solo muestra su lado sarcástico y socarrón con la gente más próxima. Como yo... O tú. –Pero tú y yo también hemos viajado. –Sí, pero no tan a menudo como vosotros. –Y también te considero mi amigo. –Como yo a ti. Pero entre nosotros no hay la misma efervescente química que existe entre vosotros. Ellie notó que se ruborizaba. –Menos mal. O Grace querría acabar conmigo. Logan rio hasta que de pronto se puso serio. –A todo esto, Ellie, ¿por qué no te sientes atraída por mí? Ellie sonrió. –Suenas ofendido. –Porque lo estoy –dijo él, fingiéndose enfurruñado–. Tengo tanto encanto como Aidan. Ellie rio y le dio una palmadita en la mejilla. –Claro que sí. Y Grace es una mujer muy afortunada. –Eso es verdad –dijo él, sonriendo. –Y seguro que se está preguntando dónde estás. –Sabe que estoy cenando contigo. –¿Solos? Logan hizo una mueca. –No exactamente. Ellie miró la hora. –Si te das prisa estás a tiempo de llegar a cenar con ella. Logan la miró fijamente como si quisiera asegurarse de que no le iba a sentar mal quedarse sola. –Tranquilo. Estoy perfectamente –dijo ella con una amplia sonrisa, leyéndole el pensamiento. –Está bien –dijo él tras una pausa–. Me voy. La sonrisa se le borró de los labios a Ellie al darse cuenta de Aidan no tenía la menor intención de pasarse a verla. Aun así, supuso que debía sentirse halagada de que los dos hombres se hubieran tomado la molestia de engañarla, pero necesitaba hacerle una pregunta. –Logan, ¿puedes decirme algo antes de irte? –preguntó al acompañarlo a la puerta. –Claro. –¿Dónde está Aidan? ¿Ha quedado con otra mujer? Logan se volvió bruscamente. –¿Qué? ¡Por supuesto que no! ¿Qué te hace pensar eso? Ellie se mordió el labio con gesto ansioso. –No se me ocurre ninguna otra explicación a que hayas venido tú en lugar de él. Pensaba que igual se había encontrado con alguien... Pero quizá solo esté ocupado –irritándose consigo misma por sonar tan débil, rectificó–. Da lo mismo. Olvídalo. Pásalo bien y saluda a Grace de mi parte. –Espera, Ellie –Logan le tomó el brazo–. Ha sido una tontería que se me ha ocurrido a mí. Solíamos hacerlo en el pasado y he pensado que sería divertido probarlo contigo. Eso es todo. –Pero a Aidan le ha parecido una buena idea. Logan se encogió de hombros y a modo de disculpa, dijo: –No le he dado opción. –¿Por qué? –Mira Ellie, le importas un montón a Aidan, y por eso mismo está aterrado. Cuando le has invitado a cenar esta noche... Ellie asintió, adivinando lo que seguía. –Cree que quiero presionarlo. –Sí. Y por más que se resista, eso es lo que quiere. Así que hazme un favor. –¿Cuál? –No te des por vencida –dijo Logan son una sonrisa de complicidad. Capítulo Diez –Está enamorada de ti. –No digas tonterías –dijo Aidan, aunque la sugerencia le produjo un golpe de calor en el pecho. Silenció el partido de baloncesto que estaba viendo–. –Ha sabido que era yo en cuanto ha abierto la puerta. Así que me he disculpado y me he ido. –¿La has dejado sola? –preguntó Aidan, sin saber por qué le inquietaba. –Si –dijo Logan–. Una vez se ha dado cuenta de que no ibas a ir, no parecía especialmente interesada en continuar la velada. Más bien parecía dolida. Pero la cuestión es que solo Grace había sido capaz de distinguirnos tan rápidamente. –No me gusta lo que insinúas –protestó Aidan–. ¿También tú has decidido hacer de celestino? Logan resopló y, plantándose delante de Aidan, le amonestó con el dedo. –¿Recuerdas cuando hicimos el intercambio con Grace? –Claro –dijo Aidan. Pero frunció el ceño al recordar los detalles. Había sido él quien había sugerido recurrir al truco porque estaba convencido de que Grace solo quería utilizar a Logan como trampolín en su carrera profesional. Pero a los pocos segundos de encontrarse en la playa, Grace había sabido que no era Logan. A Aidan le habían bastado unos minutos para darse cuenta de que Grace amaba a su hermano sinceramente. Resultaba increíble que las circunstancias hubieran cambiado de tal manera que Logan y él hubiera intercambiado papeles. Pero daba lo mismo lo que su hermano pensara, porque no podía ser verdad. Ellie no le amaba. Solo quería un bebé, no una relación estable. Aidan miró a su hermano, que seguía bloqueándole la visión de la pantalla. –Ellie nos conoce desde hace mucho más tiempo que Grace, así que es lógico que nos distinga. –No a simple vista. Además, nos ha distinguido desde que nos vimos por primera vez en Nueva York. Dice que sonreímos de una manera distinta, o algo así. Aidan se concentró en recordar. ¿Ellie siempre había sido capaz de diferenciarlos? –Venga ya. –De verdad, ha descrito tu sonrisa. Y tus ojos –dijo Logan con expresión escéptica. –Cierra la boca –dijo Aidan. Logan alzó las manos. –Es verdad, tío. Ha sido una conversación patética. Ya ves qué sacrificios hago por ti. Aidan resopló con sorna, pero al instante preguntó: –Así que la has dejado sola. –Sí. Y ahora voy a dejarte a ti y me voy a casa con mi mujer. Ellie echó el cerrojo y apagó la luz del porche. Aunque estaba desilusionada y dolida con Aidan por no haber aparecido, también se sentía esperanzada después de hablar con Logan. Aidan sabía que le había hecho daño y en aquel momento, ante su puerta, se preguntaba si le dejaría pasar o si le echaría. Tampoco sabía muy bien qué quería decirle, aparte de pedirle perdón. ¿O en realidad quería oír de sus labios lo que había dicho Logan, que Ellie lo amaba? Aidan apartó aquellas preocupaciones de su mente, llamó a la puerta y esperó. Ellie tardó en abrir lo bastante como para que Aidan llegara a temer que no quisiera hablar con él. Cuando finalmente lo hizo, estaba en pijama y bata. –Aidan, ¿qué haces aquí? –Me has invitado a cenar –se apresuró a decir él. –Así es, pero como no has venido, he congelado la comida –Ellie pareció dudar si hacerle pasar o no, pero acabó por abrir la puerta–. Adelante. Una vez dentro, Aidan la abrazó y le acarició el cabello, musitando disculpas. –Lo siento, lo siento. Soy un idiota. Mi hermano y yo a veces nos comportamos como si tuviéramos doce años. Para compensarte, ¿dejas que te invite mañana a cenar? Ellie respiró profundamente y dijo: –Muy bien. Gracias. –¿Qué más puedo hacer para demostrarte cuánto lo siento? –Aidan, sé que lo sientes –dijo ella en un susurro. Aidan la besó con dulzura. –¿Me dejas pasar la noche contigo? –¿Por qué? Él la miró sorprendido. –Porque estamos juntos. Yo te gusto. Tú me gustas... Y, ya sabes... –¿Yo te gusto? –Claro que sí –Aidan se pasó las manos por el cabello, impacientándose consigo mismo–. Lo sabes perfectamente. Ellie suspiró de nuevo y le tomó el rostro entre las manos. –Lo que sé, Aidan, es que te amo. Ya sé que no quieres oírlo, pero es lo que siento. Y después de hablar con Logan, he decidido que tengo que ser sincera. Si a pesar de saberlo, quieres quedarte, eres bienvenido. Sin mirarla de frente, Aidan se abrazó a ella y, ocultando el rostro en su cabello, dijo: –Quiero quedarme. Aidan no había repetido las palabras de Ellie. Había vuelto a disculparse por intercambiarse con Logan; y ella le había perdonado con una sonrisa. Pero Ellie no podía negar que se sentía dolida. Tendría que vivir con ese dolor porque no tenía opción. Y decir la verdad le había sentado bien. Las dos semanas siguientes, se sumergió en el trabajo y evitó cualquier conversación de tipo personal con Aidan. Siguieron pasando las noches juntos, pero Ellie solo hablaba de trabajo. Ella ya le había confesado su amor, Aidan sabía lo que sentía, así que no valía la pena repetirlo. Además, si se dejaba llevar por sus sentimientos, acabaría por creer que había un posible futuro para ellos y olvidaría que solo tenían en común un documento en el que se especificaba que compartían un objetivo: que ella se quedara embarazada. Una vez lo lograran, Ellie estaba segura de que Aidan la evitaría y ya solo se verían fuera del trabajo cuando quisiera ver al bebé. Aidan detuvo el bote de pesca en un lugar apartado de la bahía, lejos del hotel. Logan colocó las sillas y las cañas, antes de sacar de la nevera portátil dos cervezas y pasarle una a Aidan. Este le dio un trago, la dejó en el compartimento de la silla diseñado para ello, puso el cebo en el anzuelo y lanzó el hilo. –¡Qué buen día! –dijo, acomodándose. –Sí –Logan se sentó a su lado y lanzó su caña–. Me encanta este sitio. La mejor decisión de nuestras vidas fue comprar esta isla. –Desde luego. Pescaron en un cómodo silencio hasta que Aidan dijo súbitamente: –Ellie me está volviendo loco. Logan rio. –Debía haber apostado algo a cuánto tardarías en hablar de ella. –No tiene ninguna gracia –dijo Aidan–. Trabaja sin parar. –Por si te has olvidado, Ellie es ahora nuestra socia –dijo Logan– . Cuanto más trabaje más dinero ganaremos. Así que debería ser algo positivo. –Ya lo sé –contestó Aidan, contrariado–, pero me preocupa. Está obsesionada, no habla de otra cosa. –Vuestras conversaciones de cama deben ser apasionantes. –Cállate. –Bueno, eso si seguís... –Logan hizo un gesto con los dedos. –Que te calles –repitió Aidan con firmeza. –¿Eso quiere decir que no? –No tenemos ningún problema en ese departamento –masculló Aidan–, pero incluso en esas circunstancias, Ellie solo habla de trabajo. –Quizá sea un mecanismo de defensa –dijo Logan a la vez que se ajustaba la gorra. –¿Qué quieres decir? –Míralo desde su punto de vista –dijo Logan–. Está enamorada de ti pero como sabe que tú no vas a comprometerte, está empezando a marcar distancias. –Gracias, Freud. –Oye, tú me lo has preguntado. Además, no hace falta ser psicólogo para verlo. Basta con no estar ciego. –La culpa de todo la tienes tú –dijo Aidan súbitamente. –¿A qué re refieres? –preguntó logan, atónito. –Ellie empezó a cambiar la noche del intercambio. Logan dejó escapar una carcajada. –Perdona, pero empezaste a estar paranoico con Sally. Aidan se quedó pensativo. Aunque Logan no tuviera razón, recordó que había llegado a mostrarse hostil con Sally, y decidió llamarla para disculparse. Recogió el hilo, cambio el cebo y volvió a lanzarlo, mientras continuaba pensando en Ellie. En realidad, Aidan ni siquiera sabía qué era el amor. Solo sabía que quería estar con ella todo el tiempo. Dos días más tarde, Ellie observaba atónita la cruz rosa que se había dibujado en la prueba de embarazo. –¡Dios mío! –susurró–. ¡Estoy embarazada! –exclamó, haciendo una pirueta en la cocina. El corazón le latía con fuerza en el pecho–. Verás cuando se lo diga a Aidan. Va a estar... Se detuvo bruscamente y respiró profundamente. ¿Cómo iba a reaccionar Aidan? Encantado, se dijo Ellie. Y volvió a bailar. Pero una vez más, perdió el ritmo. Iba a ser madre. Eso era lo importante y no sus estúpidos sueños de una familia que incluía a Aidan. Una cosa era que quisiera dar su apoyo al bebé, tal y como estipulaba el contrato, y otra muy distinta que se fuera a enamorar de ella y vivieran juntos. Eso no significaba que no fuera a estar encantado con la noticia. Era un buen hombre y aunque no la amara, Ellie sabía que sentía afecto por ella. Sacudió la cabeza. Aquel no era el momento de concentrase en lo malo: estaba embarazada. Su sueño se había cumplido, y este nunca había incluido a un hombre. Por otro lado, era inevitable que se le pasaran aquellos pensamientos por la cabeza. Porque el hombre en cuestión era uno concreto, Aidan. Y a Ellie le costaba imaginar su vida sin él, sin sus brazos arropándola, sin poder acurrucarse contra su maravilloso cuerpo, sin rozar su piel, o besar sus labios. En el pasado, Ellie se habría sentido incómoda con las fantasías sexuales, pero ya no. Gracias a Aidan había descubierto su sexualidad, y eso no iba cambiar aunque estuviera embarazada. De hecho, estaba ansiosa por explorarla aún más, y quería hacerlo con Aidan. Se abrazó a sí misma y, cerrando los ojos, rezó agradecida por la criatura que llevaba en su vientre, porque creciera saludable y feliz. Y también para que Aidan abriera los ojos y se diera cuenta de que ella y el bebé eran su familia. Lo primero que tendría que hacer, era contárselo. Ellie salió de su casa con paso firme y cruzó el bosque de cocoteros para ir en busca de Aidan y contarle la noticia. Cuando dobló la esquina hacia la terraza del bar lo vio caminar hacia una mesa y el corazón le dio un vuelco al ver lo guapo que estaba. Ellie levantó el brazo para saludarlo, pero justo en ese momento, una de las mujeres que estaba en la mesa se puso en pie de un salto y se colgó de su cuello. El biquini que llevaba apenas cubría sus voluptuosas curvas. Desde donde estaba, Ellie pudo oír sus grititos de alegría. Las otras tres mujeres que la acompañaban comentaron lo bastante alto como para que llegara a Ellie que la amiguita de Aidan había estado en la isla con anterioridad y aquel era el hombre del que les había hablado. La visión se le nubló y sintió unas náuseas que no tenían nada que ver con el embarazado, sino con haber sido lo bastante estúpida como para enamorarse de un hombre cuyo objetivo había sido que no dejara la compañía. Mientras se alejaba precipitadamente del bar, Ellie pensó que no podía acusarle de faltar a su palabra. Había cumplido los dos términos del acuerdo. Y había llegado el momento de que recuperara su propia vida. Siendo así, la cuestión para Ellie era cómo poder seguir viviendo en la isla, trabajando con Aidan, cuando sabía que lo amaba y que no era correspondida. Hasta ese momento se había sentido capaz de hacerlo, pero tras la escena que acababa de presenciar, cambió de idea. No concebía estar cuidando de su bebé mientras Aidan flirteaba con las huéspedes del hotel. Eso tampoco significaba que fuera a huir como una cobarde. Ella era una profesional y se negaba a renunciar a su vida y a sus amistades de la isla. Adoraba aquel lugar, así que marcharse no era una opción. Por otro lado, no iba a negarle a su hijo la posibilidad de tener una relación con su padre. Porque aunque Aidan no tuviera intención de casarse, era un buen hombre y querría estar cerca de su hijo. Solo le quedaba una salida: se quedaría en la isla, pero se mudaría al pueblo, o a la costa sur, aunque dejar la casa que había llegado a considerar su hogar le resultara casi insoportable. –Dios mío –susurró. Se sentía demasiado confusa para pensar. Por el momento necesitaba ir a algún sitio, alejarse y reflexionar. A algún sitio tranquilo fuera de la isla para no caer en la tentación de ir en busca de Aidan y suplicarle que la amara. Pero no, ella nunca haría algo así. No sería como su madre. Echó a correr hacia su casa y al llegar preparó una bolsa de viaje con ropa para varios días, un neceser y algunos libros. Luego fue a la cocina a hacer cuatro llamadas. A continuación, envió un mensaje de texto a Aidan anunciándole que dejaba la isla por unos días, que le había surgido una emergencia. Cerró la puerta de la casa con llave y fue al hotel. Para evitar encontrarse con Aidan entró por la cocina y cruzó el vestíbulo hacia la entrada en la que la esperaba la limusina que había pedido. –¡Ellie! Oyó que la llamaban cuando justo llegaba al vehículo. Al volverse, vio a Grace, que trotaba hacia ella. –Hola. Te he visto pasar por el... –dijo Grace cuando llegó a su lado. Al ver la bolsa preguntó–: ¿Vas a alguna parte? En ese momento el chófer se bajó y tomó la bolsa de las manos de Ellie. –Voy a visitar a mi hermana un par de días. Grace le dio un abrazo. –¿Va todo bien? –preguntó. –Sí. No. Sí. ¡Oh, Dios! –Ellie estalló en llanto. –Cariño –Grace la abrazó de nuevo–. ¿Qué te ha hecho Aidan? –¿Aidan? Nada. No pasa nada –Ellie se secó las lágrimas precipitadamente–. Solo me voy un par de días, pero las despedidas siempre me emocionan. Como las bodas. –A mí me pasa lo mismo –dijo Grace, comprensiva. Ellie supo que no la había engañado, pero que era tan considerada como para fingir que la creía–. Si necesitas cualquier cosa, llámame. Y vuelve pronto. Sabes que aquí todos te queremos. –Lo sé –dijo Ellie, sorbiéndose la nariz y dominando las ganas de llorar–. Gracias, Grace. Tengo mucha suerte de que seas mi amiga. –Yo sí que tengo suerte contigo –Grace le apretó el brazo–. Y Aidan. Te aseguro que te necesita mucho más de lo que cree. –Ya veremos –dijo Ellie. Y forzó una amplia sonrisa–. Tengo que irme o perderé el avión. –Adiós, Ellie. Hasta pronto –se despidió Grace. –¿Cómo que se ha ido? ¿Adónde? –Lo siento, señor Sutherland –dijo la secretaria–. Solo ha dejado dicho que se ausentaría por unos días. Aidan volvió a su despacho con el ánimo ensombrecido. ¡Adónde demonios se había ido! La había visto marcharse del bar hacía una hora y la habría seguido de no haber sido interceptado por unas huéspedes que insistieron en charlar con él. No iba a empezar a quejarse de las turistas que les proporcionaban tan buenas ganancias, pero tenía que admitir que estaba saturado de mujeres ricas cuyo único objetivo era gastar dinero. Además, nunca había comprendido que estuvieran maquilladas y arregladas como para salir de noche incluso cuando estaban en la piscina. Pero esa era otra cuestión. Como sabía que Ellie lo había visto, cuando vio que se marchaba en lugar de esperarlo dedujo que estaba ocupada y que se verían más tarde. De hecho, había planeado raptarla y pasar con ella una romántica tarde haciendo el amor en la cascada del bosque. Pero al llegar al despacho había encontrado un mensaje en el que le decía que se iba de la isla. Aidan la llamó al instante, pero no obtuvo respuesta alguna. –Espero que estés contento. Aidan se volvió hacia la puerta y vio a Grace. –¿Por qué? ¿A qué te refieres? –Solo sé que Ellie es lo mejor que te ha pasado en la vida y que vas a perderla. –No es verdad –dijo Aidan, ansioso–. Dime dónde ha ido. –¿Por qué? Aidan miró a Grace atónito. –¿Cómo que por qué? Porque la necesito aquí. –Sí, pero ¿por qué? –Grace se cruzó de brazos y lo miró fijamente–. ¿Ha olvidado firmar algún contrato? ¿Tiene que ver a algún cliente? Logan se acercó y le pasó el brazo por los hombros a Grace. Aidan le lanzó una mirada furibunda, pero su hermano se limitó a sonreír. –No tengo tiempo para que me entretengáis –dijo Aidan, comprobando por enésima vez si tenía un nuevo mensaje de Ellie. Grace dio una patada al suelo con un resoplido de impaciencia. –Aidan, ¿por qué quieres que Ellie vuelva? –Eso –preguntó Logan–. No tenemos nada urgente entre manos. Deja que se vaya unos días. –No. La necesito aquí. –¿Por qué? –preguntó Logan. –Dejadme en paz. Los dos –dijo Aidan, airado. –¿Cómo puedes ser tan testarudo? –dijo Grace, sacudiendo la cabeza. –¿Podéis dejarme tranquilo? –dijo Aidan, al borde de perder la paciencia. –Apenas hemos empezado –dijo Logan. Y acercándose al mueble bar, sirvió dos whiskies y le pasó uno a Aidan. Luego se sentó en una butaca y tomó a Grace de la mano para sentarla en su regazo. –¡Vaya, supongo que no tengo salida! –masculló Aidan, sentándose tras el escritorio. –Me da lo mismo que seas tan idiota como para negarte a admitir que estás enamorado de Ellie –dijo Logan–. Pero no estoy dispuesto a perder a la mejor socia solo porque seas un cabezota. –¿Qué le has hecho a Ellie para que se haya ido? Aidan recordó que cuando vio a Ellie en la terraza, esta lo había mirado y súbitamente había cambiado de trayectoria. ¿Por qué? De pronto lo supo. –Maldita sea –masculló Aidan–. Unas huéspedes estaban coqueteando conmigo. Fue entonces cuando Ellie... –Pero Ellie no es celosa –dijo Logan–. Debiste decirle algo. –No es celosa, pero tiene un corazón delicado –dijo Grace–. Y sabe que tú no estás dispuesto a entregar el tuyo. Puede que al verte con esas mujeres haya sido más consciente que nunca. Aidan se pasó las manos por el cabello con gesto de desesperación. Aunque odiara admitirlo, lo que decía Grace tenía sentido. –¿Por qué no reconoces que la amas tanto como ella a ti? –dijo Logan–. Puedes confiar en ella, Aidan. No te hará daño. –Mira quién habla, el experto en relaciones –dijo Aidan con sarcasmo. Logan rio. –Cambiar de opinión no es pecado –dijo, sonriendo a su mujer y haciéndole una carantoña. Saturado con la imagen de los dos tortolitos, Aidan se sirvió otra copa, fue junto al ventanal y contempló la magnífica vista de las palmeras que se mecían sobre el fondo de la blanca arena de la playa y el agua turquesa de la bahía de Alleria. Aquello era todo por lo que había luchado y sin embargo, en aquel instante no significaba nada para él, porque Ellie no estaba a su lado. ¿Sería esa la verdadera razón de que hubiera insistido en que se quedara? De pronto lo vio claro. No era por el negocio, sino porque la quería cerca. A su lado todo era mejor, todo funcionaba. Solo se había ido hacía una hora y ya la echaba de menos. La necesitaba. La isla como símbolo de todo lo que había logrado en la vida no significaba nada si no podía compartirla con la persona a la que había llegado a amar más que a ninguna otra en el mundo. –¿Tienes un plan? –preguntó Logan. Aidan apretó los dientes, sabiendo perfectamente lo que tenía que hacer. Apuró la copa, y dejando con ímpetu el vaso sobre la mesa, miró a Grace y a su hermano. –Voy a suplicarle que vuelva. –¿Por qué? –preguntó Grace con dulzura. Aidan sonrió al darse cuenta de que esa era la misma pregunta que Ellie le había hecho la noche en que Logan y él se habían intercambiado. Cuando fue a su casa y le pidió que le dejara pasar la noche con ella, Ellie había preguntado: «¿Por qué, Aidan?». –Porque la amo –dijo. –Buena respuesta –dijo Logan–. Puede que funcione. Ellie se había acomodado en el sofá para echar una cabezada cuando sonó el timbre de la puerta. Por un instante, se tensó pensando que podía ser Aidan, pero al instante se dijo que era imposible. Aidan estaba a mil quinientos kilómetros de Atlanta. Brenna acababa de irse a hacer la compra después de dejar a los niños en el colegio y Brian, su cuñado, estaba en el trabajo. Así que, como Ellie estaba muy cansada, decidió no contestar. Al oír que llamaban de nuevo, gruñó. Quizá era algún conocido de Brenna y debía contestar. El timbre sonó de nuevo, dejando claro que quienquiera que fuera no pensaba marcharse. –¡Ya va, ya va! –masculló mientras iba a abrir. Cuando lo hizo, creyó que estaba soñando y las piernas le flaquearon–. Aidan – susurró. Sin esperar a que lo invitara él entró, cerró la puerta, la abrazó y la besó. Ellie se dejó envolver por su presencia, su aroma, el sabor de sus labios, y rezó para que aquel instante se prolongara. Pero era imposible. –Ellie, sé que me amas –dijo Aidan cuando rompió el beso–. Quiero que vuelvas a casa. –Si has venido a decirme que estoy enamorada de ti, es mejor que te vayas –dijo ella, impasible. –No lo niegues –dijo él–. Me amas. Ellie se alejó de él con paso firme y de pronto se volvió. –¿Por qué voy a negarlo si ya te lo he dicho? Pero si piensas que voy a dejarlo todo y a volver contigo a Alleria estás muy equivocado. –Te necesitamos, Ellie. –¿Quién? –preguntó ella, elevando la voz. Aidan resopló. –Está bien: yo te necesito. No sé dar un paso sin ti. –Vaya, me necesitas –dijo ella, airada–. No parece que eso te haga muy feliz. Admítelo, Aidan, harías cualquier cosa para que siga trabajando con vosotros. –Me da lo mismo el trabajo. Por mí, como si dimites mañana mismo –replicó él–. Quiero que vuelvas porque te necesito en mi vida. –Pero si tienes a todas las mujeres que quieras –dijo Ellie. Y se arrepintió al instante de sonar como una harpía celosa. Obviamente, Aidan sabía a qué se refería porque de pronto sonrió, satisfecho. –Sabía que me habías visto. ¿Por qué no me salvaste de esa espantosa mujer? Me preparó una emboscada. –Oh, pobrecito niño –murmuró Ellie. –Es verdad –dijo él, intentando ponerse serio–. De hecho, iba camino de buscarte para que nos escapáramos a la cascada para hacer el amor el resto de la tarde. Ellie estuvo a punto de suspirar imaginando la escena. Deseaba tanto a Aidan que se sentía desfallecer, las piernas apenas se le sostenían. –Pero te fuiste y no conseguí localizarte –concluyó Aidan–. ¿Por qué? Ellie quería decirle porqué, quería echarse en sus brazos y suplicarle que la amara. Pero en lugar de hacerlo, preguntó: –¿Qué haces aquí, Aidan? Él la miró con ojos brillantes. –He sido un idiota por no darme cuenta en todos estos años de lo maravillosa que eres. Siempre te he deseado. Ellie parpadeó. –¿Y por qué no me has dicho nada? –¿No has oído que me he llamado idiota? Ellie estalló en una carcajada. –Ha sido lo mejor que has dicho hasta el momento. –Es verdad, Ellie. He sido un estúpido. He tenido que esperar a que te fueras para darme cuenta de todo el tiempo que he perdido, pero te prometo que te compensaré –Aidan la tomó por los hombros y la miró a los ojos–: Te amo, Ellie. Amo todo lo que eres. –¿Me-me amas? –Sí. Hasta me gustan tus presentaciones de PowerPoint, tus severos trajes de chaqueta, la forma en que te pones el lápiz detrás de la oreja cuando estás concentrada... –¡Dios mío, Aidan! –dijo ella, tapándose la cara con la manos–. Haces que suene como si fuera una institutriz. –Yo adoro a las institutrices –dijo él, tomándole la mano y besándole los dedos uno a uno–, y los trajes –tras una pausa en la que la miró con ojos chispeantes, añadió–: Aunque tengo que admitir que como más me gustas es en biquini. –¡Me lo imaginaba! –dijo ella haciendo un mohín. –No sé mentir –dijo Aidan. Y cuando sonrió sus labios se curvaron tal y como Ellie le había descrito a Logan. –Oh, Aidan –susurró Ellie. Él le retiró el cabello de la cara. –Por favor, vuelve a casa. Eres la única chica en biquini a la que he amado. Por favor, te echo de menos. –Yo también a ti. –Ven a casa y formemos una familia –suplicó Aidan–. No quiero uno, sino muchos hijos, y siempre sabrán cuánto los amo a ellos y a su madre. Por favor, vuelve a casa, cásate conmigo y ámame siempre, Ellie. ¿Cómo poder negarse? –Te amo tanto, Aidan... Claro que quiero casarme contigo. –Gracias, muchísimas gracias –susurró Aidan. Y la besó con ternura. Cuando abrió los ojos, vio que Ellie tenía una enorme sonrisa. –Me alegro de que quiera bebés, porque estoy embarazada, Aidan. Él abrió los ojos desmesuradamente. –¡Dios mío! ¿De verdad? Ellie le tomó la mano y se la llevó al vientre. –¿Te molesta? –¿Molestarme? –dijo Aidan. Y soltó una carcajada–. No. Me he quedado sin habla. Estoy feliz. Se besaron una vez más y Ellie sintió que su corazón rebosaba de amor. Cuando abrió los ojos, Aidan la estaba mirando. –No puedo esperar a llegar a casa –musitó él–. Quiero hacer el amor contigo toda la noche. Y un día de estos nos tomaremos el día libre e iremos a la catarata para que pueda explorarte milímetro a milímetro. Ella se estremeció de solo imaginarlo. El cosquilleo que sentía siempre que Aidan estaba cerca había vuelto, y estaba ansiosa por demostrarle cuánto lo amaba. Compartirían el resto de sus vidas. le tomó la mano a Aidan y, sonriendo, dijo: –Llévame a nuestro hogar, Aidan. Llévame a Alleria. Epílogo Tres años más tarde –¿Gemelos? –preguntó Logan, atónito–. ¿Bromeas? Ellie se acarició el vientre mientras sonreía a Aidan, que puso una mano sobre la de ella. –Eso ha dicho el médico –comentó, a la vez que miraba a su alrededor y sonreía al ver al pequeño Bobby seguir a su primo Jake colocando sus pies en las huellas que este dejaba. Había niños por todos lados. Los Duke y los Sutherland había convertido en costumbre pasar las vacaciones juntos en el acogedor hotel que los hermanos Duke habían construido en el norte de la isla. El edificio estaba situado sobre un acantilado y desde él se divisaba una vista espectacular. Logan y Grace también había acudido con sus gemelas de dieciocho meses, Rosie y Lily; y los tres hermanos Duke estaban con toda su prole. Para Aidan, no había nada mejor que unas Navidades en el trópico, y estaba ansioso por que llegara la cena, cuando todos se reunieran alrededor de la mesa. Por supuesto, Sally y su padre también estaban con ellos. Sally se había mantenido en contacto permanente con Logan y con él, incorporándolos a su vida como a cualquiera de sus otros hijos. –Se ve que los gemelos se dan en esta familia –dijo su padre, Tom, sonriendo a Ellie afectuosamente. –Desde luego –dijo Logan, riendo. Sally posó la mano sobre la rodilla de Tom y preguntó: –¿Hay más gemelos a los que no conozcamos? –Sí –dijo Tom–. Mi padre también tenía un gemelo, Ransom. Pero desapareció durante la Segunda Guerra Mundial. –¡Qué lástima! –dijo Sally, observando a Rosie y Lily, que jugaban en la arena. –Sí –Tom bebió de su cerveza–. Mi padre nunca aceptó que estuviera muerto. Tenía esa peculiar intuición propia de los gemelos de que su hermano seguía vivo. –¿Quieres decir que podrías tener un tío al que no conoces? – preguntó Sally, abriendo los ojos con sorpresa–. ¿Has intentado localizarlo? –No –Tom dejó escapar una carcajada–. Pero algo me dice que lo vas a convertir en tu nuevo proyecto. –Así es –contestó Sally con una amplia sonrisa–. Voy a ponerme a ello en cuanto pueda. Aidan rio. Si alguien podía localizar a aquel hombre, era Sally. Durante todos sus años de viudedad, había intentado localizar al hermano de su difunto esposo, Tom, y cuando finalmente lo había encontrado, los dos se habían enamorado. Así que ¿quién mejor que ella para hacer de detective? –Hay que admitir que eres un genio localizando a gente –dijo Logan. Aidan miró a Ellie y cuando esta le sonrió, el corazón le dio un salto, como siempre que contemplaba a su preciosa mujer. –Ella me ayudó a encontrarte –susurró. –Yo creo que nos encontramos mutuamente –dijo Ellie. Aidan le tomó la mano, sintiéndose afortunado y agradecido por haber recuperado la cordura en lugar de dejarse llevar por la obstinación. En aquel momento, cómodamente echado en la chaise longue que compartía con su mujer, se sentía el hombre más feliz de la Tierra. Ellie enriquecía su vida de tal manera que él se esforzaba a diario por demostrarle cuánto la amaba. Eran los mejores compañeros en todas las facetas de la vida y se habían proporcionado el uno el otro lo que más anhelaban, aunque Aidan lo hubiera descubierto más tarde que Ellie: una gran familia. Si te ha gustado este libro, también te gustará esta apasionante historia que te atrapará desde la primera hasta la última página. www.harlequinibericaebooks.com Table of Content Portadilla Créditos Capítulo Uno Capítulo Dos Capítulo Tres Capítulo Cuatro Capítulo Cinco Capítulo Seis Capítulo Siete Capítulo Ocho Capítulo Nueve Capítulo Diez Epílogo Publicidad