Para?so de placer (Deseo) (Spanish Edition)

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Preparados, listos… ¡Ya! ¿Ciclo de ovulación? Comprobado. ¿Nivel de
estrógenos? Perfecto. Ya nada podía impedir que Ellie Sterling se
quedara embarazada en una clínica de fertilidad. Nada, excepto la
oferta de su buen amigo y jefe: concebir un hijo al modo tradicional.
Aidan Sutherland no deseaba convertirse en padre. Solo pretendía
impedir que su mejor empleada y futura socia abandonara la empresa.
Pero el romántico plan a la luz de las velas diseñado para retenerla se
transformó en puro placer. Tras una noche con Ellie, el seductor
millonario se sintió confuso y, aunque pareciera increíble…,
¿enamorado?
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2013 Kathleen Beaver. Todos los derechos reservados.
PARAÍSO DE PLACER, N.º 1933 - Agosto 2013
Título original: She’s Having the Boss’s Baby
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Publicada en español en 2013
Todos los derechos están reservados incluidos los de
reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con
permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier
parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas
registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited
y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están
registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros
países.
I.S.B.N.: 978-84-687-3485-9
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
Capítulo Uno
«¿Qué más problemas van a surgir?».
Aidan Sutherland miró el críptico mensaje que le había enviado
el encargado de obra y juró entre dientes.
No solía sentirse agobiado por los imprevistos, pero llevaba una
mañana en la que todo parecían complicaciones.
Volvió a leer el mensaje y decidió que tampoco era tan grave.
Solo significaba modificar la lista de prioridades de su agenda para las
siguientes veinticuatro horas.
–Si es así ¿por qué estás tan intranquilo? –se dijo en alto al
tiempo que recorría su amplia oficina hasta los grandes ventanales del
extremo opuesto.
Contemplar la vista del paradisiaco complejo hotelero de Alleria
transformó su inquietud en satisfacción.
Pensó en los días en que el hotel no era más que un sueño
compartido con su hermano gemelo, Logan. Además de querer
convertirse en superhéroes, soñaban con fundar el imperio del surf. No
en vano, eran dos chicos californianos que habían aprendido a nadar
antes que a caminar, y su plan era que las oficinas centrales de ese
imperio estuvieran en una isla paradisiaca, desde donde lo dirigirían
mientras reposaban en una hamaca a la sombra de un cocotero.
Aidan vio un catamarán partir del puerto deportivo. Logan y él
habían cumplido su sueño, aunque en lugar de hamacas tuvieran las
mejores suites del complejo. Lo que no estaba nada mal para dos
chicos de origen humilde que habían pasado la adolescencia
surfeando y pasándolo bien.
Durante ese tiempo, habían ganado prácticamente todas las
competiciones a las que se habían presentado y habían reunido el
suficiente dinero como para cumplir la promesa que habían hecho a su
padre: ir a la universidad.
Lo sorprendente era que los admitieran en una de las
universidades más elitistas de la Costa Este y, según la leyenda, que
ganaran al póquer las escrituras de su primer bar.
Además, se graduaron con las mejores notas y ambos hicieron
un máster. Pero esos no eran los detalles que interesaban a las
revistas de negocios, que preferían engordar la leyenda de los
hermanos Sutherland con sórdidas historias de surf, apuestas y
fiestas.
Ni a Logan ni a él les importaba esa fama porque lo cierto era
que habían alcanzado un éxito que superaba el más ambicioso de sus
sueños. Todo ello había dado lugar al imperio de Sutherland
Corporation, y a que la isla de Alleria fuera uno de los lugares más
atractivos y demandados por el turismo de lujo del Caribe.
Aidan fue a servirse un café mientras pensaba en su hermano,
que en aquel momento estaba de luna de miel por Europa con su
mujer, Grace.
–Ese es el problema –masculló–. Demasiadas bodas.
Una vez retornara la feliz pareja, las cosas volverían a la
normalidad. Aunque no del todo. Su padre también había decidido dar
el paso. ¡Como si con Logan no fuera bastante! Pero Aidan no podía
sino alegrarse de que su padre se casara con su querida Sally. Los
dos se habían encontrado tras años de soledad y parecían hechos el
uno para el otro.
Aun así, Aidan tenía la sensación de que los problemas habían
comenzado desde que todo el mundo había decidido enamorarse.
Su padre y Sally iban a celebrar su boda en Alleria el mes
siguiente, así que había que organizar la ceremonia. Y Aidan tenía que
volar aquel fin de semana a California para resolver algunos asuntos
legales que debían aclararse antes de que su padre se casara con
Sally Duke.
–Maldita sea –exclamó.
Había olvidado que tenía que redactar los documentos
correspondientes. ¿Qué le estaba pasando? Él jamás olvidaba nada.
¿Estaba perdiendo habilidades? No. Pero se había quedado sin
secretaria. También ella lo había abandonado para casarse. Justo
cuando más la necesitaba, su persona de confianza se había
enamorado y había partido a Jamaica para casarse con su amorcito.
¿Por qué tenía que coincidir con la marcha de Logan?
Definitivamente, las bodas solo le causaban problemas. Al
menos podía contar con no celebrar jamás la suya y por tanto, con
poder mantener cierto orden en su vida y en la de su empresa.
Sacó el teléfono para comparar el calendario electrónico con la
agenda que tenía en el escritorio y asegurarse de que no se había
olvidado de ningún otro detalle. Tal y como se temía, comprobó que
desde la partida de Logan tenía varios asuntos pendientes a los que
no había prestado la suficiente atención. Nada grave, pero sí irritante
para alguien que se vanagloriaba de no olvidar nunca nada.
Tomó nota mental de que el acuerdo con Erickson tendría que
cerrarse en las tres semanas siguientes. Y ya que no podía contar con
Logan, decidió que se lo encargaría a Ellie. No tendría más remedio si
él quería concentrarse en los planes y la estrategia del hotel boutique
que iban a abrir los Duke en el norte de la isla. Los Duke eran sus
primos y negociadores expertos con los sindicatos, pero no vivían en
la isla y él tendría que actuar como su representante.
Por otro lado, Ellie haría su trabajo a la perfección. Aunque
Logan y él fueran mejores negociadores, ella añadía un toque de
sofisticada elegancia a cualquier discusión. Sería capaz de manejar a
Erickson, a los representantes de los sindicatos y a los Duke con
habilidad. No pensaba cargarla con todo ese trabajo, pero tenía la
certeza de que, de hacerlo, todos los proyectos saldrían adelante, y
saberlo era tranquilizador. Era evidente que, por más que le costara
admitirlo, él no podía confiar exclusivamente en su propia memoria y
capacidad.
–¿Se puede?
–¿Qué pasa? –preguntó Aidan, volviéndose bruscamente para
ver quién iba a molestarlo.
–Vaya, ¿vengo en mal momento?
–Ellie –Aidan se relajó en cuanto vio que se trataba de Ellie
Sterling, la vicepresidenta de la compañía–. Pasa. Disculpa que haya
sido tan brusco.
–¿Algo va mal?
–Nada que no tenga solución –dijo Aidan–. Un problema con las
obras. De eso quería hablarte. Pero empieza tú.
–Quiero repasar una lista de cosas contigo –dijo Ellie, indicando
la tableta de la que no se separaba.
–Claro –dijo Aidan con una risita. Su eficaz y activa
vicepresidenta siempre tenía listas.
Ellie se acercó al escritorio y Aidan tragó saliva al verla sentarse
ante él y cruzar sus espectacularmente largas piernas.
Tenía que mirar a otro lado. Cada vez que Ellie se le acercaba
se sentía como un gato a punto de abalanzarse sobre ella. Pero,
¿quién podría resistirse a aquellas piernas y a una sonrisa
espectacular, por no decir unos senos que no había visto y que se
esforzaba en no imaginar? Además, tenía unos preciosos labios, ojos
azul claro, una nariz adorable y un lustroso cabello oscuro que se
recogía con un broche y que le caía por la espalda.
Tras una larga pausa, sonrió a Ellie como si no acabara de
imaginarla desnuda en su cama, al tiempo que se amonestaba por
tener ese tipo de fantasías con su vicepresidenta... a pesar de que el
etéreo vestido veraniego sin mangas que llevaba y las delicadas
sandalias permitieran apreciar su delicada figura más que sus
habituales trajes de chaqueta.
–¿Qué puedo hacerte? –dijo. Y corrigiéndose de inmediato ante
la sorprendida mirada de Ellie, preguntó–: ¿Qué puedo hacer por ti?
Ellie estudió la pantalla de la tableta a la vez que cruzaba y
descruzaba las piernas. Aidan, cautivado por el movimiento, se
preguntó qué pasaría si la tumbaba sobre el escritorio y...
–El primer punto tiene que ver con el polideportivo –dijo Ellie–. El
contrato con Paragon está listo para firmar.
Aidan se irguió y ahuyentó las inapropiadas imágenes que
poblaban su mente. Paragon era la compañía que iba a proveer todo
el material del gimnasio, desde las máquinas a las toallas. Logan y él
eran viejos amigos de Keith Sands, el presidente de Paragon.
–Perfecto. Mándaselo a Keith para que los firme.
–Muy bien –Ellie pulsó la pantalla y se mordisqueó el labio a la
vez que leía un mensaje, mientras Aidan se torturaba observando sus
voluptuosos labios en movimiento y se preguntaba si no debía darse
una ducha fría.
Desvió la mirada diciéndose que cuando fuera a California a
pasar un fin de semana debía quedar con alguna mujer. Llevaba
demasiado tiempo sin disfrutar de una buena sesión de sexo, y esa
debía ser una de las razones de que estuviera babeando ante Ellie.
–¿Qué más? –preguntó.
Ellie alzó la mirada de la pantalla.
–Como sabes, el hotel nuevo debería abrir en dos semanas.
–Sí, pero hay un problema con la compañía que proporciona el
cemento.
–Así es. He hablado con ellos –dijo Ellie–. Creo que lo he
resuelto. Ya te lo confirmaré.
–Gracias por haberte ocupado. ¿Siguiente punto?
–Este es un poco difícil –Ellie tomó aire–. Hace tiempo que no
me tomo unas vacaciones y siento avisarte con un plazo tan breve,
pero tengo que tomarme tres semanas el mes que viene, del dos al
veintitrés –miró la tableta–. He distribuido mis tareas, así que no tiene
por qué haber ningún problema.
Antes de que Aidan contestara, Ellie pasó al siguiente punto:
–En otro orden de cosas, tengo buenas noticias, pero necesito tu
aprobación. El servicio de limusinas va a cambiar la flota dentro de
seis semanas por una gama superior. He conseguido vender la
antigua a una compañía en St. Barts, pero tenemos que transportarlos
hasta allí. Están dispuestos a pagar la mitad de los costes, pero yo
preferiría que lo organizáramos nosotros. Hay una nueva compañía de
transportes en Nasáu con la que quiero negociarlo.
–Mándame la información y te contestaré. Pero volvamos al
tema anterior.
–¿La compañía de cemento? –preguntó Ellie con una expresión
inocente que no engañó a Aidan.
–No, Ellie. Tus vacaciones. ¿Tres semanas?
–Sí, pero no te preocupes. Son el mes que viene.
Aidan tomó un calendario y calculó.
–Estamos prácticamente a final de mes. El próximo empieza la
semana que viene.
–Sí. Me ha surgido un asunto urgente. Siento no darte más
tiempo.
Aidan frunció el ceño y repitió:
–¿Te marchas dentro de una semana?
–Lo siento, Aidan. Se trata de una cita importante y la fecha es
fundamental.
–¿Pasa algo serio? ¿Estás enferma? –preguntó Aidan,
preocupado.
–No –se apresuró a decir ella–. Pero no puedo postergarlo.
Aidan volvió a mirar el calendario.
–¿No podría hacerte cambiar de idea? Te necesito aquí el mes
que viene y ya sabes que me voy este fin de semana. Además, Logan
no volverá hasta dentro de dos semanas. El acuerdo con Erickson es
urgente, el proyecto Duke debe ser supervisado y tengo una docena
de solicitudes para el puesto de secretaria. Contaba contigo para las
entrevistas. Es el peor momento para que te vayas.
–Te aseguro que he dejado todo...
–Escucha –señaló el calendario–, la convención de embalaje es
en mitad de ese periodo, y son tus clientes. No puedes abandonarlos;
te adoran.
–Los dejo en buenas manos. También adoran al personal de
ventas.
–No es lo mismo –dijo Aidan aferrándose a cualquier excusa
posible. ¿A qué se debía tanta urgencia? ¿Se trataría de un hombre?
La idea no le gustaba–: ¿Qué es tan importante como para que
necesites irte la semana que viene?
Ellie lo miró fijamente.
–Es un asunto personal.
–Puedes contármelo. Somos amigos.
–Eres mi jefe.
–Y tu amigo.
–No creo que quieras saberlo –dijo Ellie, sonriendo.
–Te equivocas –dijo él, entrelazando las manos por encima del
escritorio–. ¿Qué puede ser tan importante como para que nos dejes
cuando más te necesitamos?
–Te recuerdo que son vacaciones retrasadas.
–Lo sé, lo sé –dijo Aidan, preguntándose por qué estaba siendo
tan inflexible–. Por supuesto que te mereces unas vacaciones. Es solo
que me sorprende que, con lo organizada que eres, no me hayas
avisado antes.
–Me ha surgido algo inaplazable –dijo ella con gesto crispado.
–Vamos, Ellie, ¿tan importante como para dejar colgados a los
quinientos asistentes a la convención? –dijo Aidan, guardándose el
comentario «además de a mí».
Ellie dejó escapar un resoplido de impaciencia.
–Está bien, pero te he avisado –se puso en pie y añadió–. Tengo
una cita con una clínica de inseminación en Atlanta. La fecha es
fundamental porque tiene que coincidir con la ovulación. La semana
siguiente harán el tratamiento y luego tengo que descansar otras dos
semanas.
Aidan abrió los ojos desmesuradamente sin dar crédito a lo que
oía.
–Voy tener un bebé– añadió Ellie, sentándose con una sonrisa
serena.
Por fin lo había dicho.
Había intentado reservarse los detalles, pero debía haber
supuesto que Aidan Sutherland se empeñaría en saber la verdad.
Solía planear sus vacaciones con tiempo de sobra, era muy
organizada y nunca actuaba impulsivamente. Pero por fin se había
dado permiso para ser espontánea.
Finalmente, Aidan se inclinó hacia adelante y, como si tuviera un
problema de oído, dijo:
–¿Te importa repetirme eso?
Ellie suspiró. Aidan y ella tenía una magnífica relación laboral y
ella lo consideraba su amigo además de su jefe. Era divertido, atlético,
guapo, sexy... pero esa no era la cuestión. Compartían intereses y,
como compañeros de trabajo, solían viajar a menudo juntos. Juntos
habían cerrado numerosos contratos y habían tomado más de una
copa cuando las negociaciones se habían complicado.
Era una lástima que esa buena relación se hubiera transformado
para ella en un fascinación adolescente que jamás manifestaría, tanto
porque no pensaba arriesgar su trabajo como porque no estaba
dispuesta a quedar como una idiota.
Como sabía que Aidan mostraba una genuina preocupación,
decidió ser sincera con él.
–He dicho que voy a tener un hijo.
–¿La semana que viene?
–La semana que viene empieza el proceso.
–¿No puedes retrasarlo?
–No –dijo Ellie intentando mantener la calma–. Mis ciclos son
muy regulares, así que una vez llegue a Atlanta tengo un margen de
tres días para empezar a ovu...
–Para –Aidan alzó la mano–. Demasiados detalles de fisiología
femenina.
–Pero si lo has preguntado tú...
–Solo quiero saber por qué tiene que ser esta semana.
–Porque quiero tener un hijo –Ellie no pensaba dar más detalles.
–Pero ¿por qué acudes a un banco de esperma? –preguntó
Aidan, confuso.
–Yo prefiero llamarlo clínica de inseminación –dijo ella,
empezando a sonar irritada–. ¿De verdad necesitas que te explique
para qué voy?
Aidan resopló.
–Claro que no. Lo que quiero saber es por qué no lo haces... por
el método tradicional.
–Ah –dijo Ellie–. Te refieres a eso.
–Exactamente: a eso –Aidan se cruzó de brazos.
–Verás... –Ellie no quería decirle que eso era lo que ella habría
querido. Quedarse embarazada de un hombre al que amara, alguien
maravilloso que quisiera pasar el resto de su vida con ella.
Hacía poco tiempo había salido con alguien, pero en cuanto le
mencionó el tema de los niños, desapareció. Y como ni siquiera
habían mantenido relaciones, había perdido la oportunidad.
Aunque en la isla era fácil conocer a hombres que podrían servir
como candidatos, ninguno de ellos estaba dispuesto a dar el paso. De
hecho, la mayoría de ellos acudía a Alleria para pasarlo bien y no les
interesaba una relación duradera.
El otro problema era que, aunque Ellie sabía que los hombres la
encontraban atractiva, también les resultaba intimidante. Simplemente,
era demasiado lista. Y había mucha gente a la que eso no le gustaba.
Desafortunadamente, Ellie no tenía ni idea de cuándo cerrar la
boca y dejar que un hombre fuera feliz creyéndose más listo que ella.
Los hombres eran muy extraños.
Tenía la suerte de que Aidan y Logan apreciaban su inteligencia
y a ella le encantaba trabajar para ellos. La aceptaban y la
necesitaban, y ella valoraba eso mucho más que tener un hombre en
su vida.
Pero entretanto, tras estudiar detenidamente las ventajas e
inconvenientes, había optado por acudir a la inseminación artificial
para conseguir su sueño de ser madre.
Tenía un trabajo seguro y bien pagado, además de unas
condiciones laborales excelentes que le permitirían criar un hijo sola.
También tenía buenas amigas en la isla con las que podría contar en
cualquier circunstancia. Así que estaba convencida de que podía
formar la pequeña familia que tanto ansiaba. Lo único que necesitaba
era unos días libres para conseguirlo.
–Ellie, ¿vas a explicarme por qué no puedes hacerlo según...?
–Sí, sí, según el método tradicional –Ellie se irguió y alzó la
barbilla–. No creo que sea de tu incumbencia.
–Tienes razón –Aidan sonrió con sarcasmo–. Pero ya que me
has detallado tu calendario de ovulación, ¿por qué guardarte el resto?
–¡Aidan, no tengo por qué dar explicaciones de lo que hago en
mi tiempo libre!
–Claro que no. Pero tienes que entender que me preocupe. Soy
tu jefe, pero también tu amigo, y no te vas de vacaciones, sino a
quedarte embarazada. Si lo consigues, ¿qué pasará? ¿Hasta cuándo
seguirás trabajando?
–Hasta que nazca el bebé. Entonces estaré de baja de
maternidad tres meses y cuando acabe, volveré.
Otro de los beneficios de trabajar para los Sutherland era que en
el complejo había una magnífica guardería, así que se era un
problema menos para Ellie.
–Tres meses... prefiero no pensar en pasar tanto tiempo sin ti –
Aidan se puso en pie y recorrió el despacho pensativo. Finalmente la
miró y dijo–: Está bien. Concentrémonos en las próximas tres
semanas.
–Me parece bien –dijo Ellie.
–¿Qué voy a hacer sin ti? Nunca te has ausentado tanto tiempo.
Estamos hasta arriba de trabajo y no hay nadie que pueda
remplazarte.
Ellie sonrió porque había buscado soluciones para cada
problema. En parte, gracias a su mejor amiga y encargada de catering,
Serena.
–Serena y su secretaria estarán al cargo de la convención. Y mi
secretaria se ocupará del día a día del despacho. Podrá contactarme
por teléfono siempre que lo necesite.
–¡Maldita sea, Ellie!
Ellie se puso en pie y se plantó ante él.
–Escucha, Aidan. Si hubiera un médico especializado en
inseminación artificial en la isla, no me iría. Pero como no es el caso,
me marcho a Atlanta.
–Pero, ¿y si sigues el proceso y no...? –Aidan decidió que era
mejor no terminar la pregunta.
Pero Ellie lo hizo por él.
–¿Y no me quedo embarazada? Volveré a intentarlo en unos
meses.
Aidan apretó los dientes.
–Está bien, comprendo lo que quieres y no tengo derecho a
entrometerme, pero ¿no eres demasiado joven? ¿Cuántos años
tienes, veintiocho?
–Treinta.
–Te queda mucho tiempo para conseguirlo a la...
–Sí, sí, a la manera tradicional. Ya lo has dicho varias veces.
–Porque vale la pena repetirlo –dijo Aidan.
Ellie desvió la mirada hacia su tableta para disimular su
incomodidad. ¿No hacía demasiado calor en aquel despacho? Aquella
conversación sobre embarazos y métodos tradicionales le estaba
removiendo los sentimientos y el deseo físico que Aidan le despertaba
ella y que había conseguido sofocar hacía tiempo. Y eso era lo peor
que podía pasarle.
–Eres consciente de que nada de esto es asunto tuyo, ¿verdad?
Aidan tuvo el descaro de sonreír.
–Por supuesto.
Ellie suspiró.
–Escucha, aunque tenga todo el tiempo del mundo por delante,
lo cierto es que no tengo pareja. Y sabrás que es necesario contar con
alguien que esté dispuesto a hacer el trabajo.
No podía ser más explícita.
–¿Y qué hay del tipo con el que estuviste saliendo? ¿Cómo se
llamaba?
–Lo sabes perfectamente. Me lo presentaste tú.
–Ah, sí. ¿Brad?
–Blake –dijo Ellie poniendo los ojos en blanco.
–Es verdad. ¿Qué hay de Blake?
Ellie esquivó su mirada.
–¿Qué hay de Blake para qué? –al ver que Aidan se limitaba a
enarcar una ceja, indicando que se refería al sexo, continuó un
resoplido de impaciencia–. No funcionó. Ya no estamos saliendo.
–Lo siento –dijo Aidan.
–No parece que seas sincero.
–Tienes razón –dijo Aidan con una sonrisa maliciosa–. No era tu
tipo.
–Pero si nos presentaste tú...
–Porque estabais al lado –Aidan se encogió de hombros–. Solo
fue por cortesía. Nunca pensé que saldríais. Me alegro de que hayáis
roto. Te mereces algo mucho mejor. Es un cretino.
–A buenas horas me lo dices –masculló Ellie–. Ahora que ya le
he preguntado si... –cerró la boca, pero ya había dicho demasiado.
Aidan entrecerró los ojos.
–¿Le pediste que fuera el padre de tu hijo?
–Creo que esta conversación ha ido demasiado lejos –dijo Ellie,
volviéndose hacia la puerta.
–En cambio yo creo que solo ha comenzado –dijo Aidan,
plantándose ante ella–. Ellie, te presenté a Blake hacer tres semanas.
¿Me estás diciendo que después de tres semanas le pediste...?
–Así es. Sé que fue una locura, pero tengo que decir en mi
defensa que nos vimos todos los fines de semana y lo pasamos en
grande. Así que una noche, mientras cenábamos, me preguntó dónde
me veía en cinco años y se lo dije.
–Exactamente, ¿qué le dijiste?
Ellie habría querido que se la tragara la tierra, pero tomando aire,
contestó:
–Que me veía en Alleria, trabajando en Sutherland Corporation y
cuidando de mi adorable hijo de cuatro años.
Vio que Aidan abría los ojos y que intentaba contener una risa,
hasta finalmente estalló.
–¿Me estás diciendo que le dijiste a un hombre con el que salías
desde hacía tres semanas que esperabas que fuera el padre de tu
hijo?
–No con esas palabras –dijo ella. Pero Aidan tenía razón al
reírse–. Bueno, puede que pudiera interpretarse así.
–¿Solo lo crees?
–Deja de reírte. ¿Qué querías que hiciera? Blake era el primer
hombre con el que salía desde hacía tres años.
–¿Tres años? –Aidan la miró de arriba abajo–. ¿Qué les pasa a
los hombres?
–No son ellos, soy yo –Ellie no sabía dónde meterse. ¿Era
posible sonar más patética? Tenía que irse.
Aidan posó la mano en su hombro y la miró a los ojos.
–Cariño, te aseguró que no eres tú. Eres lista, divertida, guapa...
Cualquier hombre... bueno... –Aidan frunció el ceño y la soltó.
–Bueno... ¿qué? –preguntó Ellie.
Le agradecía aquellas palabras, pero no le servían de consuelo.
No era un plato de buen gusto reconocer ante Aidan Sutherland, su
jefe, el hombre que le gustaba desde hacía cuatro años, que era una
perdedora.
–Repito: siento no haberte podido avisar con más tiempo –dijo al
ver que Aidan no contestaba–. Pero te aseguro que he dejado todo
bien atado para que no haya problemas. Solo necesito que me des el
visto bueno para marcharme.
–No pienso permitir que dejes el trabajo –dijo él con una
sorprendente fiereza.
Ellie se sintió halagada.
–Aidan, me conoces y sabes que adoro mi trabajo y Alleria.
Logan y tú sois los mejores jefes que podría tener. Te aseguro que no
tengo la menor intención de dejaros.
–Me alegro, porque no lo permitiría. Eres una parte esencial de
esta organización.
–No tengo la menor intención de marcharme –repitió ella.
–Pero vas a tener un hijo –dijo él–. Y esa no es una buena señal.
–Tengo la intención de criar a mi hijo en esta isla y de seguir
trabajando para vosotros hasta que me echéis. ¿De acuerdo?
Aidan frunció el ceño. Sabía cuándo no valía la pena seguir
peleando.
–De acuerdo.
–Gracias –dijo Ellie. Y sin pensárselo le dio un afectuoso
abrazo–. Muchas gracias por comprenderme.
–No comprendo nada –dijo él. Sigo pensando que no hay nada
como la vieja rutina entre hombre y mujer.
Ellie rio.
–Vale. Tienes una semana para conseguir que cambie de ida –
bromeó, aunque estaba convencida de su decisión.
Capítulo Dos
Aquella tarde, Aidan intentó relajarse en una tumbona en la
playa, con un whisky, pero ¿cómo iba a conseguirlo si no lograba
quitarse de la cabeza la idea de mantener relaciones con Ellie?
Afortunadamente, tendría una semana para pensar en otra cosa
una vez estuviera en California. Técnicamente, que Ellie decidiera
tener un hijo no tenía nada que ver con él. Sin embargo, y aunque se
hubiera tratado de una broma, Ellie lo había retado antes de salir de su
despacho. Y estaba decidido a encontrarle un hombre. Los Sutherland
nunca rechazaban un reto. Pero, ¿cómo iba a encontrar a alguien que
hiciera feliz a Ellie para que se quedara en la isla? No se veía
llamando a sus amigos y preguntando si estarían dispuestos a
inseminar a su vicepresidenta.
Deslizando los pies por la fresca arena de la playa, Aidan se
preguntó en qué punto había perdido la discusión con Ellie, y se dio
cuenta de que en realidad no le había dado ninguna oportunidad de
ganarla, puesto que no tenía la menor intención de cambiar de
opinión.
¿Por qué entonces se sentía tan afectado? La decisión de tener
un hijo era exclusivamente de ella. Era su vida. Excepto que para ello
tendría que dejar la isla, aunque solo fuera por tres semanas. Sin
embargo, si no funcionaba, tendría que volver a Atlanta tantas veces
como fuera necesario.
Aidan odiaba reconocerlo, pero cuando Ellie faltaba las cosas
funcionaban peor. De hecho, tendían a ir mal. Dos años antes, se
había marchado cinco días y el huracán Willie alcanzó la isla. El año
anterior se había ido una semana y el personal de cocina se había
puesto en huelga. Ellie era un barómetro del estado de cosas en
Alleria. Si estaba, todo fluía. Si faltaba, el trabajo se convertía en una
carrera de obstáculos.
Aidan estaba tentado de contratar a un especialista en
inseminación para evitar que Ellie se fuera. Lo pensó unos segundos.
Así todo el mundo estaría contento. ¿O no?
¿Por qué no le parecía la solución ideal? Frunció el ceño
mientras daba un sorbo al whisky. Porque aun así, Ellie seguiría
recurriendo a medios artificiales para quedarse embarazada y eso le
resultaba intolerable. No estaba dispuesto a analizar sus sentimientos,
pero le parecía suficiente justificación el pensar que no era justo que
una mujer tan maravillosa eligiera un método tan poco natural.
–¿Justo? –masculló.
¿Justo para quién? ¿Para Ellie o para la población masculina?
Después de todo, era una mujer extremadamente deseable.
Numerosos hombres estarían encantados de ayudarla. ¿Habría dado
la oportunidad a alguno de ellos? No.
Ni siquiera a Blake Farrell. No habían llegado a salir ni un mes.
¿Qué hombre habría accedió a convertirse en padre con una mujer a
la que acababa de conocer?
El hombre adecuado, se dijo Aidan. Y Blake Farrell no lo era. Y
aunque no quería saber por qué, le había aliviado saber que en el
presente no había ningún hombre en la vida de Ellie.
Sin embargo, eso significaba que iba a tener un hijo de un total
desconocido que podía haber mentido respecto a sus características
físicas al ofrecerse como donante. ¿Se lo habría planteado?
–Maldita sea, debería ofrecerme yo mismo –masculló una vez
más.
Al instante se incorporó sobresaltado. No podía creer lo que
acababa de decir. Dio un largo trago al whisky.
Había tomado la decisión de no tener hijos hacía mucho años,
después de ver las dificultades por las que había pasado su padre
criándolos a Logan y a él, solo. Su madre los había abandonado
cuando tenían siete años. Con ello, había marcado a Aidan de por
vida. Aunque disfrutaba plenamente de la compañía femenina, no
pensaba confiar en ninguna mujer tanto como para casarse, ni mucho
menos para tener hijos.
No podía soportar la idea de que un niño experimentara el
abandono que él había sufrido. Tal vez esa era la razón de que le
perturbara que Ellie pensara en ser madre sola, sin plantearse las
dificultades que ello conllevaba.
¿Se habría esforzado Ellie lo suficiente para encontrar al padre
adecuado? Aidan recordó la expresión de su rostro cuando ella había
dicho: «No son ellos, soy yo».
Claro que lo había intentado, pero ninguno había sido lo
bastante listo como para aceptar. Ellie se había mostrado tan
vulnerable durante la conversación que Aidan había tenido que resistir
la tentación de abrazarla y besarla para borrar el dolor que había
percibido en sus ojos.
Cuando pensaba en mujeres y en confiar o no en ellas, Ellie
aparecía en su mente como la única mujer en la que confiaba
plenamente. Logan y él habían decidido ofrecerle convertirse en socia,
aunque había retrasado decírselo hasta que Logan volviera de su luna
de miel.
Aidan imaginó sus piernas rodeándole la cintura mientras él se
adentraba en ella profundamente, y la imagen fue tan vívida que
estuvo a punto de tropezarse al acercarse a la orilla. En cuanto
recuperó el equilibrio dio un buen trago al whisky.
No podía dejarse llevar por esos pensamientos ni suponer que
significaban otra que cosa que una atracción física por ella que nunca
llegaría a convertir en realidad. No podía arriesgarse a perderla como
socia si empezaban una relación y esta fracasaba. Y lo que era aún
peor, no podía arriesgarse a ofenderla y que los dejara plantados.
–Ellie no hará eso –masculló, sombrío.
Por otro lado, quería que Ellie fuera feliz. Y eso solo era posible
si tenía un hijo.
Se frotó la cara, exasperado. Si era sincero consigo mismo, de
haberle pedido Ellie que fuera el padre de su hijo, le habría costado un
esfuerzo sobrehumano negarse. Pero lo habría conseguido. ¿O quizá
no? Claro que sí.
–Lo cierto es que no te lo ha preguntado –farfulló, irritándose
consigo mismo por decir tales idioteces en alto.
Había perdido la cabeza. Terminó el whisky y decidió retirarse
por temor a acabar aullando a la luna como todos los locos románticos
que lo rodeaban.
Ellie bostezó, se terminó el té y apagó el ordenador. Debía
haberse ido a la cama hacía rato, pero desde que había recibido la
noticia estaba demasiado excitada como para acostarse. Por eso,
había pasado el rato mirando las fotografías que le había mandado su
hermana Brenna desde Atlanta: una con su encantador marido, Brian;
otra de la pareja con sus dos hijos; varias de sus sobrinos jugando en
el jardín de su casa; y la última: una imagen borrosa de la ecografía
del bebé.
El médico está convencido de que es chico, había escrito en el
mensaje. Lilah está encantado de que sea otro chico en lugar de una
hermana pequeña pesada.
Ellie sonrió. Podía imaginar a Brenna riendo mientras escribía,
porque ella era la hermana pequeña pesada.
Brenna tenía una maravillosa familia a la que Ellie estaba
deseando ver. Ese era uno de los motivos por los que había elegido
Atlanta.
Ellie y Brenna no habían sido siempre tan felices. Su madre
había sido una figura ausente durante su infancia, incluso cuando
estaba con ellas. Eso era lo que le pasaba a las mujeres que se
obsesionaban con hombres que no sentían lo mismo por ellas. En
lugar de dar amor a sus hijas, se lo había guardado por si su marido
decidía volver. Pero no lo hizo. No quería saber nada de ella. Se había
casado con otra mujer y tenía un hijo con ella al que quería tanto que
no le quedaba amor para sus otras dos hijas.
Pero su madre nunca se dio por vencida, nunca dejó de amarlo
ni de perseguirlo, engañándose y diciéndose que algún día volvería.
Con esa esperanza estaba siempre lista, maquillada y perfectamente
vestida. Y exigía que las niñas también lo estuvieran. En el fondo, las
consideraba culpables de haberlo perdido. Eso, cuando se molestaba
en pensar en ellas.
Un día en el que estaban las tres juntas en un puesto de
hamburguesas, su madre creyó ver pasar a su padre al otro lado de la
calle y corrió tras él sin mirar. Un autobús la atropelló.
Aquella era una de las lecciones que Ellie había aprendido:
jamás perseguiría a un hombre que no la amara. Nunca se humillaría
ni se tendría tan poco respeto a sí misma.
Fue hasta el fregadero y aclaró la taza mientras pensaba en la
pequeñísima criatura que llevaba Brenna en su vientre y que nacería
en una familia cariñosa que ansiaba conocerla.
Ellie se sentía feliz por Brenna. Tras la murete de su madre se
habían criado a sí mismas, evitando por todos los medios que los
servicios sociales obligaran a Ellie a ir a un centro de acogida. Por eso
su vínculo era tan fuerte. Brenna le había enseñado todo lo que sabía
sobre la vida y el amor verdadero.
Brenna siempre había soñado con que algún día las dos
formarían una familia, y solía imaginar las mañanas de Navidad,
cuando reunieran a sus hijos para abrir los coloridos paquetes que
encontrarían bajo el árbol.
Ellie sonrió al recordarlo. Brenna había conseguido su sueño y
ella no podía sentirse más feliz. Brenna insistía en que algún día ella
también encontraría al hombre con el que formar una familia y Ellie
había confiado en que así fuera.
Se había dado cuenta de que siempre sería tía y no madre. Por
eso, había tomado la decisión impulsivamente y había concertado la
cita con la clínica de Atlanta.
Solo tenía un pequeño problema: Aidan y la pregunta con la que
le había hecho enrojecer: ¿Por qué no hacerlo por un método
tradicional? ¿Cómo habría reaccionado si le hubiera preguntado si se
ofrecía de voluntario? Con toda seguridad, habría significado el final
de su carrera en Sutherland Corporation.
Aidan había prometido conseguir que cambiara de opinión, pero
Ellie dudaba de que volviera a mencionar el tema, y menos, después
de la vergonzosa admisión de que no había ningún hombre disponible.
Era una lástima que él no le hubiera ofrecido sus servicios.
–¿Estás loca? –exclamó.
Aidan era su jefe y no se le ocurría un escenario más complicado
que el de tener a un jefe que fuera al mismo tiempo el padre biológico
de su hijo.
Desafortunadamente, su relación laboral no era el mayor
problema, sino el hecho de que llevara años deseando a Aidan. En
secreto, claro. De hecho, había conseguido no pensar en ello durante
mucho tiempo, pero la conversación había vuelto a recordárselo. Era
una suerte que su interés por él fuera meramente físico. De otra
manera, habría estado metida en un buen lío.
Ella nunca dependería de un hombre. Le gustaba Aidan, pero
eso era todo. Ella nunca se comportaría como su madre.
–¡Ni hablar! –exclamó, a la vez que apretaba los puños y se
metía en la cama.
Pero mientras ahuecaba la almohada se preguntó qué
significaba el hecho de que, de haberse ofrecido Aidan a dejarla
embarazada, le hubiera resultado casi imposible rechazarlo. Una cosa
era que pudiera ignorar la atracción que sentía por él, y otra que
renunciara a aceptar una oferta directa. No le costaba imaginar un
bebé con los rasgos de Aidan: su sonrisa, su inteligencia y, de mayor,
su cuerpo atlético.
Suspiró profundamente, aunque sabía que nunca se convertiría
en realidad, se dejó llevar por esa fantasía mientras se quedaba
dormida.
Dos días más tarde, Aidan mantuvo la habitual reunión semanal
con los encargados del complejo. Una vez concluyó, Serena, la jefa de
catering; y Marianne, la encargada de limpieza y mantenimiento,
coincidieron en la máquina de café mientras él esperaba su turno.
–Seguro que ya ha hecho las maletas –dijo Marianne mientras
sacaban los cafés.
–Con lo organizada que es, no me extrañaría –dijo Serena,
mientras se servía leche–. Voy a echarla mucho de menos.
–Solo se va tres semanas.
–Ya, pero... –Serena bajó la voz–. ¿Tú crees que seguirá aquí
cuando se quedé embarazada?
–Ha prometido que sí.
–Pero tendrá que cuidar del bebé.
–Yo tengo dos hijos y vivimos aquí perfectamente –dijo
Marianne.
–Pero tú tienes un marido.
–Eso es cierto –dijo Marianne, frunciendo el ceño.
–Ellie también querrá un marido en algún momento, y no lo va a
encontrar aquí.
–Puede que tengas razón. Los que vienen a Alleria solo están de
paso.
–Aunque tú encontraste aquí a Hector –señaló Serena.
–Claro, pero es que él venía buscando una mujer de verdad y la
encontró –dijo Marianne, acompañando sus palabras con un sensual
movimiento de hombros y un guiño.
Las dos rieron y Serena dijo:
–Hector y tú tuvisteis suerte. Pero no es lo habitual.
–Supongo que tienes razón. Es una pena.
–Desde luego, pero Ellie se dará cuenta pronto de que su niño
necesita un padre –Serena se inclinó hacia Marianne–. ¿Recuerdas
que te dije que mi hermana era madre soltera? Tiene una vida muy
difícil.
Marianne suspiró.
–Alleria no es el sitio para encontrar un padre.
Las dos mujeres continuaron la conversación mientras se
alejaban, sin darse cuenta de que dejaban detrás a un atónito Aidan.
Cuando las perdió de vista, se sentó y reflexionó sobre lo que
acababa de oír.
Aquellas dos mujeres eran las dos mejores amigas de Ellie en la
isla y estaban convencidas de que Ellie acabaría por marcharse.
Así que solo le quedaba una opción. Serena y Marianne tenían
razón. Aidan no podía arriesgarse a que Ellie se diera cuenta de las
complicaciones de criar a un hijo sola en la isla y decidiera marcharse.
Debía tomar una decisión. Llevaba tres días dándole vueltas y se
estaba volviendo loco. Pero tras oír aquella conversación, solo cabía
una solución.
Y lo más difícil: convencer a Ellie.
–¡Ni hablar! –exclamó Ellie, levantándose de la silla de un salto–.
¿Te has vuelto loco?
Aidan pensó que quizá estaba en lo cierto. Él había pensado lo
mismo la primera vez que se le había ocurrido aquella idea. Él podía
dar un hijo a Ellie... por el método tradicional.
–Así podría ayudarte con el niño –continuó, ignorando las
protestas de Ellie–. Es la mejor forma de resolver el problema.
–Yo no tengo ningún problema –replicó Ellie.
–Puede que ahora no. Pero, ¿y en el futuro? Además, si el
tratamiento no funciona, ¿vas a estar yendo y viniendo de Atlanta?
Ellie pareció pensar por primera vez en esa posibilidad.
–Así podrás quedarte en la isla, que es lo que quieres –insistió
él–. Además de contar conmigo durante el proceso.
–Ahá.
–Me he documentado. Dicen que hay un considerable grado de
ansiedad asociado al proceso. Hasta hay quien se autosabotea y
resulta infértil.
–Así que estás loco y además has estado estudiando el caso –
dijo Ellie, contando con los dedos–. ¡Qué encantador!
–Soy tu amigo y me preocupo por ti –dijo Aidan, encogiéndose
de hombros.
–Eres mi jefe y no quieres que me vaya.
–Eso es secundario –dijo Aidan con tanta firmeza que hasta
llegó a creérselo–. Tu salud y bienestar me conciernen.
Ellie puso los ojos en blanco.
–Vale. Te lo agradezco, pero es una idea completamente
insensata.
Aidan se inclinó sobre el escritorio.
–¿Por qué, Ellie?
Ella lo miró fijamente.
–Porque tú no quieres un hijo.
–Pero tú sí.
–Sí, y hay una manera de conseguirlo sin que tú intervengas.
Aidan tomó aire y cambió de táctica.
–Nos conocemos hace tiempo, nos llevamos bien y somos
vecinos. Así que si estuvieras... ovulando, podrías llamarme y estaría
a tu lado en cuestión de minutos.
–¡Qué romántico! –dijo Ellie, tocándose el corazón.
–¿Es más romántico ir a una clínica? –rio Aidan–. Además, esto
no tiene nada que ver con el romanticismo, sino con que te quedes
embarazada y que tu hijo sepa quién es su padre. Piénsalo: podemos
pedir a los abogados que redacten los términos de una pensión para
ayudarte a criarlo.
–Yo no quiero que me ayudes económicamente.
Ellie era la única mujer que Aidan conocía que no estaba
interesada en su dinero. Pero aun así, estaba decidido a ayudarla de
una manera u otra. Lo único importante era que tuviera el hijo que
tanto ansiaba y que permaneciera en la isla, trabajando para
Sutherland.
–Me gustaría incluir una cláusula para que tú y tu bebé
permanezcáis en Alleria.
–No he pensado en mudarme.
–Pero podrías cambiar de opinión cuando nazca el niño.
–No –dijo Ellie con firmeza.
–Quién sabe –argumentó Aidan–. Puede que algún día quieras
casarte.
–No tengo la menor intención de casarme.
–Nunca se sabe –Aidan se encogió de hombros–. Y si cambiaras
de opinión, no te resultaría fácil encontrar al hombre adecuado en
Alleria. Aquí solo están de paso.
Ellie lo miró con suspicacia y Aidan temió que se diera cuenta de
que usaba los mismos argumentos que sus amigas. Pero le dio lo
mismo.
Ella se volvió a sentar y se mordisqueó el labio nerviosamente.
Aidan sintió una tensión inmediata en la ingle y pensó que si Ellie no
paraba, no se haría responsable de sus actos. Cuanto más lo
pensaba, más lógico le parecía aquel descabellado plan.
–Es una locura –dijo Ellie.
Aidan se inclinó hacia adelante.
–A mí en cambio me parece la solución más lógica. A no ser... –
Aidan frunció le ceño–. No se me había ocurrido que quizá no me
encuentres lo bastante atractivo.
–¡No digas tonterías! –masculló Ellie–. Por supuesto que te
encuentro atractivo. Eres el... Olvídalo. Solo quieres que te piropee y
me niego a alimentar tu ego.
–Ya lo has hecho –dijo Aidan con una sonrisa de oreja a oreja.
Ellie tomó aire y lo exhaló lentamente.
–Esto no tiene nada que ver con que te encuentre o no atractivo,
sino con que la ida me resulta... perturbadora.
–¿Perturbadora?
–Sí, Aidan. Para hacerlo, tendremos que estar desnudos –Ellie
resopló–. Trabajamos juntos. Y después de vernos, ya sabes... No sé.
Me resultaría incómodo.
Para Aidan verla desnuda era más un deseo que una
incomodidad, pero comprendía su punto de vista.
–Lo siento Ellie, no pretendía molestarte.
Ella lamentó que Aidan se sintiera mal.
–Sé que no pretendías avergonzarme, no es tu estilo. Pero
tienes que admitir que la idea resulta... rara.
Aidan dio un trago a su café, preguntándose si no estaría
dejando traslucir su ansiedad. Ellie estaba a punto de rechazarlo, y
Aidan podía imaginar a Logan carcajeándose al saber que una mujer
rechazaba una oferta como aquella.
–Tienes tazón –dijo con cautela–. Lo último que quiero hacer es
perjudicar nuestra relación laboral. Será mejor que olvidemos esta
conversación.
–Dame unos minutos –dijo Ellie.
–Tómate el tiempo que quieras...
Ellie lo interrumpió, pensando en voz alta:
–En parte tiene sentido permanecer en la isla y... hacerlo contigo
–dijo. Aunque añadió precipitadamente, balbuceando–: Pero somos tú
y yo, que por una parte somos amigos; pero también somos
compañeros, tú eres mi jefe y yo... tu empleada. Así que es una mala
idea, ¿no crees?
Aidan decidió jugar la que consideraba su última carta.
–¿Y si fueras más que una empleada? ¿Y si te dijera que estaba
planeando hacerte socia de la empresa?
Como Ellie tardó en reaccionar, Aidan llegó a pensar que no lo
había oído. No quería decirle que Logan y él ya habían decidido
hacerle esa oferta. Si le ayudada a que aceptara su otra oferta, estaba
dispuesto a que formara parte del trato. Si no era así, quizá le serviría
para suavizar lo que Ellie podía haber considerado un insulto.
En cualquier caso, lo que quería era que Ellie dijera algo. No era
habitual en ella quedarse sin palabras.
–¿Qué acabas de decir?
Aidan sonrió.
–Te estoy ofreciendo convertirte en socia de la corporación.
Ellie sintió que se mareaba.
–Dilo otra vez, por favor.
–Socia, Ellie –dijo Aidan–. Has oído bien. Sé que lo deseas.
Por supuesto que sí. Ella misma había preguntado a los
hermanos, en la reunión anual de diciembre, si habían considerado
incentivar a sus directivos con la posibilidad de convertirse en socios.
–¿Estás ofreciéndome que me convierta en socia? ¿Por qué?
–Porque te lo mereces. Y porque estoy decidido a hacer lo que
haga falta para que sigas trabajando con nosotros.
Ellie no había pensado ni por un instante dejar su trabajo, pero
en aquel momento estaba superada por las circunstancias. Primero
Aidan le ofrecía su esperma, con todo lo que conllevaba. Luego le
ofrecía convertirse en socia de la compañía. ¿Le había tocado la
lotería? ¿Qué estaba pasando?
–Bueno, ¿qué me dices? –preguntó Aidan.
–Estoy aturdida –admitió Ellie–. Y me resulta sospechoso que
me hagas esta oferta ahora.
–Lo comprendo. Pero te aseguro que Logan y yo pensábamos
decírtelo cuando él volviera de su luna de miel. Me he limitado a
adelantar el momento –Aidan se puso en pie, rodeó el escritorio y le
tomó la mano–. Sé que quieres tener un hijo y quiero ayudarte. Pero,
decidas lo que decidas, siempre serás una socia y una amiga. He
mencionado la posibilidad con la mejor de las intenciones.
–Oh, Aidan.
–Espera –Aidan alzó una mano–. Quiero ser honesto y decirte
que yo no me sentiría nada incómodo viéndote desnuda, y que de
hecho últimamente no he pensado en otra cosa.
Ellie sintió que se le secaba la boca. Cuanto más lo pensaba,
más tentadora le resultaba la idea. Sobre todo teniéndolo tan cerca,
acariciándole la mano con el pulgar inconscientemente, haciendo que
se le acelerara la sangre.
Ellie sabía que aceptar representaba un riesgo para su equilibrio
mental. Pero no tenía por qué serlo. Ella era una mujer fuerte y se
trataba de una oferta profesional. Era lo mejor para el bebé y para ella.
Podía aceptar sin temer convertirse en su madre.
Aidan continuó:
–Ofrecerte que te conviertas en nuestra socia es una manera de
decirte que al margen de lo que decidas sobre el bebé, queremos que
sigas trabajando con Sutherland.
–¿Quieres decir que no es un soborno para que te olvide como
candidato para concebir?
–Todo depende. ¿Está funcionando?
Ellie rio.
–Creo que sí. Soy débil. Pero no necesito que me sobornes para
que me quede, Aidan. No tengo la menor intención de irme.
–Me alegro, pero la oferta de asociarte no es un soborno, sino
una realidad –Aidan concretó los detalles del acuerdo, explicando que
los abogados redactarían el contrato de inmediato y que este entraría
en vigencia en cuanto fuera firmado.
–Te advierto –concluyó–, que para llegar a ser socia de pleno
derecho puede que tengan que pasar entre cinco y diez años, pero me
gustaría que lo consideraras.
Ellie no dudaba de que eso era lo que quería. El problema era
aceptar la oferta de tener un hijo con Aidan con lo que representaba
respecto al grado de intimidad que alcanzaría su relación.
Aun así, una parte de ella ansiaba decir que sí. Pero dado que
era su lado menos razonable, lo mejor que podía hacer era dar un
paso atrás y pensárselo... sin tener a Aidan delante.
–Necesito pensármelo todo –dijo finalmente.
–¿Todo? –preguntó Aidan.
Ellie se mordisqueó el labio.
–Sí, todo.
Aidan asintió.
–De acuerdo. Mañana me voy a California. ¿Por qué no me
contestas el próximo lunes?
Ellie lo miró con solemnidad.
–Para entonces tendré una respuesta.
Capítulo Tres
–Estamos a punto de despegar, señor Sutherland.
–Gracias, Leslie –dijo Aidan, y se abrochó el cinturón.
El asistente de vuelo volvió a su posición en la cabina y Aidan
miró la hora. Tenía por delante seis largas horas hasta California. Se
acomodó y estiró las piernas.
Cuando los motores se pusieron en marcha, se dijo que debía
haber invitado a Ellie a acompañarlo. Así habría tenido alguien con
quien charlar y que le alegraba la vista.
Ellie era además lista y divertida. Siempre lo pasaban bien
cuando viajaban juntos. Y de haber estado juntos, Aidan no habría
tenido que esperar cuatro días para hacer el amor con ella. Como no
era así, solo le quedaba reflexionar sobre todos los problemas que
implicaba ser padre. Aunque nunca hubiera considerado tomar esa
decisión, lo haría por Ellie y por el niño, que merecía saber quién era
su padre.
Y significaba que por fin tendría a Ellie en su cama.
Ellie solía trabajar algunas horas durante el fin de semana para
ponerse al día con la lectura de revistas de negocios y estudiar el
mercado de valores. Le encantaba aprender cosas nuevas, pero con
la proposición de Aidan le resultaba imposible concentrarse en otra
cosa. Su mente saltaba de una idea a otra y siempre acababa en
Aidan.
Así que finalmente se dio por vencida, ordenó su escritorio y se
fue del despacho. Mientras caminaba por el palmeral hacia su
acogedora casa, decidió que solo conseguiría relajarse si se daba un
baño.
Se puso el bañador, tomó una toalla y bajó a la playa. Las
numerosas piscinas que salpicaban el complejo eran preciosas, pero
había demasiada gente como para relajarse. Ellie prefería nadar en las
apacibles aguas de la bahía.
El sol se estaba poniendo, pero todavía calentaba. Tocó el agua
con el pie y comprobó que tenía una temperatura perfecta. Dejó la
toalla en la arena y se adentró en el agua hasta que esta le llegó a la
cintura. Entonces se sumergió y buceó hasta que necesitó emerger
para respirar. Luego siguió nadando suavemente, relajando los
músculos.
A Ellie siempre le había gustado el agua. A unos doscientos
metros de la orilla, Ellie se dejó flotar sobre el agua y contempló el
cielo, teñido de rosa y violeta. Luego miró hacia el complejo hotelero.
Después de tantos años, a veces le costaba creer lo lejos que había
llegado en la vida.
Mientras volvía a la playa, Ellie reflexionó sobre los intricados
caminos que había seguido su vida. Durante aquellos años se había
perdido muchas cosas: amistades, chicos, ir de compras, todas las
diversiones propias de la adolescencia. Pero Brenna y ella supieron
desde el primer momento que tenían que pasar lo más desapercibidas
posible.
Así que no hubo ni novios, ni amigas, ni ninguna actividad en la
que pudieran llamar la atención. Ellie se había refugiado en los libros y
los estudios, absorbiendo todos los conocimientos posibles. Pudo
terminar la carrera en tres años. Para entonces, estaba tan interesada
en el funcionamiento de las grandes corporaciones que se graduó de
un máster cuando sus compañeros todavía no sabían qué hacer en la
vida.
Aquel pasado la había conducido a un presente feliz en
Sutherland Corporation, donde la consideraban inteligente,
independiente y ambiciosa, en un sentido positivo. Tenía muy buenas
amigas y había salido con unos cuantos hombres. Tenía los medios y
la oportunidad de ser madre y dar a su hijo todo aquello de lo que ella
había carecido.
Llegó a la orilla, tomó la toalla y se secó. La arena seguía
caliente bajo sus pies.
Se dio cuenta de que si decía que sí a Aidan no lo haría solo por
quedarse embarazada, sino porque estaba convencida de que el sexo
con él sería excitante y divertido.
Y después de tanto tiempo, Ellie pensó que se merecía pasarlo
bien.
Así que decidió empezar por unirse a sus amigas, que habían
quedado a las siete. Con una determinación que hacía tiempo que no
sentía, se envolvió en la toalla y caminó hacia su casa. Se dio una
rápida ducha y se vistió. Quería llegar a invitar a la primera ronda.
Aidan no intuyó el traicionero ataque. En retrospectiva, supuso
que esa era la razón de que lo llamaran traicionero.
Llevaba dos días en California y su primo Cameron Duke
organizó una fiesta en la piscina de su casa. Aidan flotaba en el agua
sobre una colchoneta, con los ojos cerrados y disfrutando de una
cerveza. Podía oír de fondo los gritos de los niños, el ladrido de un
perro, Sally ofreciendo sangría..., y se dio cuenta de que hacía mucho
que no se relajaba.
El sol le calentaba la piel, el agua estaba fresca y a medida que
el nivel de ruido fue disminuyendo, Aidan volvió a arrepentirse de no
haber llevado a Ellie consigo. Se lo habría pasado en grande y habría
encajado a la perfección en el grupo. Pero sobre todo, habría querido
tenerla a su lado, echada con el cuerpo húmedo pegado al de él...
Súbitamente, se produjo un guirigay al tiempo que le caía
encima un gigantesco golpe de agua que desestabilizó la colchoneta.
Unos segundos más tarde, pequeños y mayores se tiraban en tropel a
la piscina.
Alzando la cerveza en el aire para que no se le cayera, rio con
los provocadores del tsunami.
–Buenos reflejos –gritó Brandon por encima del griterío–. Nunca
desperdicies una buena cerveza.
Aidan rio.
–Veo que compartimos principios.
Brandon era el mayor de los Duke. Sobre sus hombros estaba
sentada la adorable hija de tres años de su hermano Cameron,
Samantha, que reía, salpicaba y ocasionalmente usaba la cabeza de
su tío como tambor.
De pronto, Aidan sintió unas pequeñas manos tocándole los
hombros y al volverse descubrió a Jake, el hijo de cinco años de
Cameron, que le sonreía de oreja a oreja.
–¡Llévame a caballito! –gritó.
Aidan miró a su alrededor buscando a un padre, pero como
todos estaban ocupados, no pudo negarse.
–Vale –dijo–. Agárrate fuerte –le advirtió. Y tras dejar la cerveza
en el borde, comenzó a trotar por la piscina, evitando que Jake
sumergiera la cabeza.
Tras unos minutos, miró hacia atrás.
–¿Has tenido bastante?
–No –dijo Jake, dándole una palmada en la espalda–. Más.
Media hora más tarde, Aidan se detuvo en la zona menos
profunda y dijo:
–No puedo más, peque.
–Vale. Te toca descansar –dijo Jake. El niño se abrazó al cuello
de Aidan y, apretando la mejilla contra la de él, añadió–. Gracias, tío
Aidan.
Y se alejó nadando.
Aidan fue hasta el borde a recoger su cerveza, negándose a
admitir cuánto había disfrutado con el niño cargado a la espalda.
Varias horas más tarde, tras haber comido su peso en
hamburguesas, la mejor ensalada de patata de su vida y el delicioso
pastel de cerezas de Sally, deslizó la mirada por el jardín. Los adultos
seguían a la mesa, charlando, mientras los niños se esforzaban en
vano por permanecer despiertos.
Jake se había caído al intentar trepar un árbol y Cameron, sin
pestañear, lo había llevado al interior para curarle una pequeña herida.
Por alguna extraña razón, aquella eficiente actividad familiar le
hizo pensar en la habilidad de Ellie de mantener la calma en cualquier
circunstancia. Claro que cualquier cosa le servía de excusa para
pensar en la mujer que lo esperaba en Alleria.
Un rato más tarde, Jake salió corriendo de la casas en pijama y
dejó atónito a Aidan al trepar a su regazo. En unos minutos se quedó
profundamente dormido. Aidan no lograba comprender de dónde
brotaban las emociones que aquel pequeñajo le despertaba.
¿Era algo así lo que sentían los padres? ¿Era aquello a lo que
se había comprometido con Ellie? No. Si Ellie aceptaba, él se
convertiría en padre solo de palabra. Estaría presente como apoyo
económico y en las ocasionales reuniones familiares. Se frotó el
pecho, aliviado de no tener que lidiar con aquellos paralizantes
sentimientos de temor, preocupación y amor, y...
–Aquí tienes –Cameron le dio un whisky–. No te preocupes por
Jake, no se despierta ni aunque haya un terremoto.
Se sentó y los dos hombres compartieron un cómodo silencio,
observando la actividad a su alrededor.
–Hora de ponerse el pijama –anunció Kelly, la mujer de Brandon.
Y tomó en brazos a Robbie, que se alejaba gateando. El bebé apoyó
la cabeza en el hombro de su madre y cerró los ojos.
–Este está desmayado –dijo Adam. Y llevó a T. J. al interior,
donde su mujer estaba ya acostando a la última en sumarse a la
familia, Annabelle, de dos meses.
Cameron sacudió la cabeza.
–Nunca pensé que llegaría el día en que habría más niños que
adultos en una fiesta de los hermanos Duke.
–Los chicos con geniales –dijo Aidan, dando un sorbo al whisky.
Cameron rio:
–Mira quién lo dice: un soltero recalcitrante que no piensa tener
hijos.
–Oye, lo decía en serio –protestó Aidan, sonriendo–. ¿Tanto se
nota?
–Reconozco el estilo –Cameron se acomodó en su butaca–. Los
niños son geniales mientras sean de otros.
Aidan rio. Estaba seguro de haber dicho esas mismas palabras
en más de una ocasión. Sin embargo, aquella tarde había disfrutado
con la sensación de tener a Jake en su regazo, confiado, arrebujado
contra su pecho.
–Yo tampoco pensaba tener hijos –dijo Cameron–. Ni ninguno de
mis hermanos.
Aidan frunció el ceño.
–¿Y qué pasó?
–Julia –dijo Cameron–. Y Jake. También mi madre y mis
hermanos intervinieron.
–Vaya, ¿qué dijeron para hacerte cambiar de idea?
En ese momento, Julia llegó y tomó a Jake de sus brazos.
–Lo llevo a la cama.
Cameron se puso en pie de un salto.
–Ya voy yo.
–No, sigue charlando con Aidan –Julia se inclinó para dar un
beso a Cameron y entró en la casa.
Aidan dio un sorbo al whisky y se preguntó cuándo podría
marcharse sin resultar descortés para volver junto a Ellie.
Aidan miró por la ventana la capa de nubes que sobrevolaban.
Su padre y él habían acabado lo que tenían que hacer para que Aidan
pudiera adelantar su viaje a la isla. Llevaba todo el viaje pensando en
los días que había pasado con su padre, Sally y el resto de los Duke.
Todavía le resultaba extraño que su padre y su hermano hubieran
entrado a formar parte de una familia divertida y cariñosa, de la que no
sabían nada hasta hacía dos años.
Y se preguntó qué significaría que todavía sintiera la huella de
los dedos de Jake en sus hombros. Estaba claro que la experiencia le
había afectado. ¿Quién hubiera imaginado que Logan y él acabarían
teniendo una familia tan grande? De pequeños, siempre habían sido
ellos tres: Logan, su padre y él. Pero las cosas estaban cambiando.
¿Sería esa la razón de que hubiera decidido tan fácilmente ofrecerse a
ser el padre del hijo de Ellie? Todavía no sabía la respuesta.
Para pensar en otra cosa, miró por la ventana. Las nubes se
habían disipado y trató de averiguar qué parte del país sobrevolaban.
–Parece Luisiana –musitó. Eso significaba que faltaban unas dos
horas para llegar a Alleria.
Entrelazó las manos por encima de la cabeza, sobre el alto
respaldo del asiento, y pensó en su desgraciada infancia. Logan y él
habían jurado no casarse porque no confiaban en las mujeres.
En su caso, su padre, Tom, era el mejor hombre del mundo. Su
madre, en cambio, los ignoraba completamente. Le daban lo mismo
como personas. Ni siquiera se había molestado en aprender a
distinguirlos. Solía mirarlos y preguntar: «Quién es quién».
Mientras comía la pasta que Leslie había preparado, con una
copa de vino, ojeó una revista de negocios y tomó algunas notas.
Luego se reclinó en el respaldo y trató de relajarse.
Estaba ansioso por llegar y ver a Ellie, y había llegado a
convencerse de que ella iba a aceptar su propuesta. Casi rio en alto
cuando recordó que había pensado en tener un affaire mientras
estaba en California. ¿Cómo podían los sentimientos cambiar tan
radicalmente en una semana? Ya solo pensaba en Ellie. Y no podía
esperar a verla.
Recordó su inquietud por que la viera desnuda y rio
quedamente. Súbitamente, le pasó por la cabeza una imagen de Jake.
¡Qué cosa tan extraña! Él nunca había querido hijos y sin embargo
estaba dispuesto a ser el padre del de su socia. Se removió en el
asiento. Ser padre y ejercer de padre eran dos cosas distintas. El niño
llevaría su sangre y contaría siempre con su apoyo. Eso no significaba
que fuera a relacionarse con él en el día a día.
A la vez que pensaba eso, lo asaltó otra imagen de Jake,
acurrucado en su regazo. Frunció el ceño y la apartó de su mente. No
tenía la menor intención de ejercer de padre de nadie, pero estaba
definitivamente interesado en Ellie y en asegurarse de que no le faltara
nada a la pequeña familia que anhelaba formar.
Y si ella todavía no había tomado la decisión... Aidan sonrió para
sí pensando en las distintas maneras de persuadirla.
–Tengo que entrar –dijo Ellie, sentándose en la toalla y
desperezándose como un gato. Se había quedado adormilada y
llevaba media hora soñando con Aidan.
En realidad había estado pensando en él todo el fin de semana,
preguntándose cómo sería el sexo con él. Pero pronto lo averiguaría, y
solo pensarlo, la excitaba y la inquietaba a partes iguales. Aidan
volvería al día siguiente y estaba ansiosa por verlo.
Aun así, debía asegurarse de que su acuerdo fuera
estrictamente práctico. Eso no significaba que no pudiera disfrutar con
él, pero no se dejaría cegar por la pasión. El peligro era real. Después
de todo, era hija de su madre.
Para no olvidar que se trataba de algo racional y no sentimental,
había pasado el día anterior haciendo listas de objetivos, reglas que
deberían cumplir y posibles contratiempos. En cuanto Aidan volviera al
despacho, le presentaría los datos para asegurarse que los dos
estaban de acuerdo.
Cuando la vista se le adaptó a la luminosidad del sol, se puso en
pie y recogió sus cosas.
–¿Seguro? –preguntó Serena–. ¿Con lo bien que se está
tumbada al sol?
–Llevo todo el día vagueando –dijo Ellie.
–Estoy muy orgullosa de ti –Serena se incorporó y se hizo
sombra sobre los ojos con la mano–. Y me encanta tu nuevo biquini.
–¿El que me has obligado a comprar? –preguntó Ellie, riendo.
–Sí. Te queda genial –dijo Serena.
Ellie se sentía en el paraíso tras varias horas nadando y
tomando el sol en una de las calas de la costa. Muy pocos huéspedes
se acercaban hasta allí y era el refugio de los empleados. Ellie nunca
había disfrutado de él, pero Serena la había convencido. También
había insistido en que se gastara una fortuna en un biquini
extremadamente favorecedor después de verla en un práctico y
gastado bañador.
–Tienes una espantosa influencia en mí –dijo Ellie, sacudiendo la
arena de la toalla.
–Está bien –Serena suspiró y se puso en pie–. Supongo que yo
también debo irme. Tengo que preparar la reunión de mañana del
personal.
Ellie dejó a Serena en su casa y continuó los cien metros que la
separaban de la suya. Tenía los pies llenos de arena y el cuerpo
impregnado en crema protectora, así que decidió utilizar la ducha
exterior antes de entrar.
Dejó sus cosas en la barandilla y se metió bajo el chorro de
agua. La sensación del agua deslizándose por su cuerpo le resultó
deliciosa. «Qué maravilla», pensó, mientras se pasaba las manos por
el vientre y las piernas para quitarse la arena.
Aidan dejó la bolsa y el maletín en su suite y se apresuró a ir al
despacho de Ellie, donde esperaba encontrarla, puesto que trabajaba
todos los domingos por la tarde.
Como no lo estaría esperando hasta el día siguiente, Aidan
confiaba en tomarla por sorpresa, y se preguntaba si con solo ver la
expresión de su rostro cuando lo viera entrar sabría qué decisión
había tomado. Ellie no era una mujer dubitativa, sino que se
caracterizaba por tomar decisiones rápidas.
Pasó de largo el escritorio de la secretaria de Ellie hacia la
puerta de su despacho y llamó con los nudillos antes de entrar sin
esperar respuesta.
–Ellie, he vuelto. ¿Has tenido tiempo de...?
No estaba en el despacho. Después de todo era domingo, así
que cabía la posibilidad de que estuviera en su casa, haciendo labores
domésticas. Atravesó el vestíbulo y cruzó en diagonal la piscina y el
bar.
Al aproximarse a la casa de Ellie, oyó cantar a una mujer. Debía
ser una de sus vecinas. No tenía mala voz, aunque sonaba como si
estuviera bajo el agua. Puesto que allí no se alojaban huéspedes,
debía tratarse de una empleada. Aidan se quedó paralizado al ver a
una mujer que se duchaba de espaldas a él con un biquini mínimo.
Su mente quedó bloqueada por un impulso primario en el que
solo tenían cabida palabras como sexy, espectacular, cuerpo, deseo,
ahora, mía.
La mujer siguió cantando, completamente ajena a la presencia
de Aidan. Jamás había visto nada parecido. Al ver a la mujer deslizar
las manos por su piel, Aidan tuvo que morderse la lengua para no
ofrecerse a ayudarla. Finalmente, ella cerró el grifo y se volvió.
Y Aidan se quedó literalmente boquiabierto.
¿Ellie?
Capítulo Cuatro
Aidan nunca había visto a Ellie en bañador y la visión superaba
todas sus fantasías.
Ellie mantuvo los ojos cerrados mientras se retiraba el agua de la
cara y se alisaba el cabello hacia atrás.
Aidan no conseguía articular palabra. Solo podía observarla
como si fuera un atolondrado adolescente, deteniéndose en sus
pechos, redondos, altos, perfectos para sus manos, para su boca.
Tenía el vientre liso, suave, acariciable; las caderas formaban una
curva perfecta; y sus piernas...
–¿Ellie?
Ella abrió los ojos y dio un chillido.
–¿Aidan?
Este se arrepintió de haber llamado su atención al ver que ella
cruzaba un brazo sobre el pecho y colocaba la otra mano en el vértice
de sus muslos.
–¿Qué haces aquí? ¡Deja que vaya a vestirme!
–No hace falta –dijo Aidan. Pero fue en vano. Ellie ya subía las
escaleras hacia la puerta–. Solo es un bañador. Ya te he visto en otras
ocasiones.
–No es verdad –Ellie intentó acertar con una de las llaves en la
cerradura, pero se le cayeron al suelo–. Esto no es nada profesional.
Aidan pensó que tenía razón. De haber visto antes así a su
modesta, eficiente y discreta vicepresidenta...
Ellie siguió mascullando algo, pero Aidan no oyó lo que decía
porque ella se inclinó hacia adelante para recoger las llaves y le
proporcionó una espectacular visión de su trasero.
Aidan pensó que, de morir en aquel mismo momento, no habría
tenido queja.
–No te esperaba hasta mañana –dijo Ellie–. Me has tomado por
sorpresa, eso es todo. Deja que me cambie.
–Ellie –Aidan le quitó las llaves de la mano y dio con la correcta.
Abrió la puerta y le cedió el paso–. Trabajamos y vivimos en una isla
tropical. Todo el mundo lleva traje de baño –aunque a nadie le
quedaba tan bien como a ella, se reservó decir–. No te preocupes. Me
da lo mismo.
–Lo sé –dijo ella–. Pero no estoy acostumbrada a que me veas
así, o a que vengas a mi casa sin avisar, ni... –con un resoplido,
concluyó–. Da lo mismo. El caso es que has adelantado tu vuelta.
–Así es –dijo él, mirándola a los ojos–. Hola.
–Hola –susurró ella.
La tenía tan cerca que el deseo lo impulsó a atraerla hacia sí. En
cuanto sus senos rozaron su pecho, Ellie contuvo el aliento y se
separó de él.
–Estoy mojada –dijo con voz ronca.
–Me da lo mismo –susurró Aidan.
–A mí no –contestó ella. La dejó ir y Ellie añadió–: Enseguida
vuelvo.
Aidan miró a su alrededor. Era la primera vez que estaba en
casa de Ellie. Logan y él habían elegido un estilo caribeño para la
decoración interior de las casas de los empleados, con paredes claras,
suelos de madera y grandes ventiladores en el techo. Pero Ellie le
había dado su sello personal: almohadones coloridos, varias acuarelas
con imágenes de la playa, fotografías de amigos y familiares en los
estantes, además de conchas y caracolas, un cuenco con hojas secas
y ramitas. Y libros. Muchos libros.
–Siento haberte hecho esperar –dijo Ellie al volver.
–No se trata de una entrevista de trabajo, Ellie.
–Ya lo sé.
Ellie se había puesto unos pantalones de lino y una blusa roja
sin mangas. Aunque su cabello estaba todavía mojado, se lo había
peinado. Estaba descalza, y resultaba tan tentadora como unos
minutos antes, bajo la ducha.
Aidan no comprendía cómo no se había dado cuenta de lo
espectacular que era desde el instante que la contratara, cuatro años
antes.
–¿Has llegado hace mucho? ¿Quieres tomar algo? ¿Has pasado
un buen fin de semana con tu familia? –preguntó ella, ordenando unas
revistas que había sobre la mesa.
Aidan tuvo que admitir que le gustaba que también ella estuviera
nerviosa. Era la única persona que conocía capaz de intentar actuar
con normalidad después de... ¿Después de qué, si no había sucedido
nada?
–¿Aidan? ¿Me oyes? –preguntó Ellie.
Cómo iba a oírla por encima del rumor de la sangre corriéndole
aceleradamente por las venas...
–Sí, claro –dijo. Y contestó en el mismo orden en que había sido
preguntado–. He vuelto hace una hora. No, gracias, no quiero tomar
nada. Y sí, ha sido un placer estar con mi familia –apoyándose en la
estantería, añadió–: Sé que he vuelto antes de lo esperado, pero es
que estaba deseando verte para saber si habías tomado una decisión.
–Ah, te refieres a eso –dijo Ellie, toqueteándose los botones de
la blusa nerviosamente–. Preferiría hablar de ello mañana en el
despacho.
Aidan la observó detenidamente.
–¿Por qué? ¿Quieres tratarlo como algo... profesional?
–Algo así –dijo Ellie. Tomó aire y lo dejó escapar lentamente–.
Sí, Aidan. Todo lo que pase entre nosotros puede afectar a nuestra
relación laboral. Después de todo, tendremos que firmar un contrato y
un acuerdo de asociación. Nuestra vida y nuestro trabajo van a pasar
a estar vinculados para siempre.
Aidan solo era capaz de pensar en cuánto la deseaba, y toda
aquella introducción solo lo estaba impacientando.
–Tú me has hecho una oferta –continuó Ellie–, y ahora debemos
negociar los términos. Me he adelantado y he preparado una lista de
condiciones, con algunos datos y cifras que me gustaría repasar
contigo mañana en el despacho.
Aidan habría querido estrecharla en sus brazos y besarla, pero
también admiraba su actitud y quería respetar la necesidad que
obviamente sentía de ejercer control sobre la situación. Al menos, por
el momento.
–Entiendo que en cualquier caso, tu respuesta es afirmativa,
Ellie.
–Si, pero con condiciones que...
–Están en la lista –concluyó Aidan por ella–. En el despacho.
–Sí –dijo Ellie con gesto modoso–. Así es.
Aidan vio sobre la mesa la tableta de la que Ellie no se
separaba.
–¿Tienes ahí una copia?
–Sí, pero no quiero hacer una presentación en mi...
–Enséñamela.
–Pero...
–Ellie –Aidan se acercó a ella–. Estoy dispuesto a escuchar
mañana tu presentación con gráficos y todo. Pero preferiría aclarar ya
los puntos principales.
Aunque frunció el ceño, Ellie pareció dispuesta a acceder.
–Está bien –dijo finalmente. Tomó la tableta y se desplazó por
las pantallas hasta encontrar la lista.
Aidan miró de reojo y al ver que estaba escrita como una
presentación no pudo evitar reírse.
–¡Déjame ver eso! ¡Pero si has hecho un PowerPoint!
Ellie entornó los ojos, pero Aidan vio que también contenía la
risa y que no la había ofendido.
–Así puedo organizar mejor mis ideas –se cruzó de brazos–.
Deja de reírte.
Aidan apartó la mirada de ella y la volvió a la pantalla. Ellie había
dividido la lista en subsecciones: preembarazo, embarazo,
postembarazo, cuidado del bebé.
No se podía negar que era una mujer organizada, pero resultaba
un poco excesivo. Había llegado el momento de retomar el control de
la situación.
–Mándame los puntos pertinentes y haré que los abogados
redacten el acuerdo.
–Muy bien –dijo ella–. Pero eso es respecto al futuro. También
me gustaría repasar algunos asuntos que nos conciernen a ti y a mí.
–¿A ti y a mí? –dijo Aidan, preguntándose porqué había creído
que sería sencillo cuando estaba tratando con una mujer de una
aguda inteligencia y por tanto, peligrosa–. ¿Qué quieres decir? Ya has
aceptado mi propuesta.
–Y así es –se apresuró a decir ella–. Lo he pensado y estoy de
acuerdo. Estoy segura de que tu esperma será adecuado.
–¿Adecuado? Maldita sea, Ellie –dijo él, riendo y atrayéndola de
nuevo hacia sí. Ellie se resistió una vez más.
–Por favor, Aidan. Me estás distrayendo. Quiero que veas mi
presentación. Me he tomado el trabajo de pensar en todos los detalles
para clarificar nuestros deberes y responsabilidades. Solo así
sabremos cuál es el papel que corresponde a cada uno en nuestro
proyecto.
–¿Nuestro proyecto?
–Prefiero verlo así. Vamos a colaborar para conseguir un
objetivo, y necesitamos seguir una serie de parámetros –Ellie se
colocó a su lado para que pudiera ver la pantalla de su tableta–. Deja
que te enseñe la presentación.
Aidan la tomó por los hombros.
–Ellie, te admiro y te respeto, pero no voy a seguir una
explicación sobre cómo practicar sexo.
–¡Pero no se trata del cómo, sino del porqué, del cuándo y... de
cómo proceder!
–Está bien –dijo Aidan. Si tenía que ceder para poder tener a
Ellie finalmente en su cama, lo haría–. Pero te aseguro que conozco
mis deberes y responsabilidades. Sé cómo producir esperma de
excelente calidad a la vieja usanza. Y los dos estamos de acuerdo en
lo que queremos. Así que, si estamos listos, no entiendo por qué no
podemos ponernos a ello –concluyó, acariciándole el brazo a Ellie.
Esta tragó saliva y asió la tableta con fuerza.
–Eso esta descrito en el punto seis. Permite que te explique...
Sin dar tiempo a que Aidan protestara, Ellie le mostró la primera
página. Aidan no tuvo más remedio que mirar y se quedó atónito al
comprobar que había incluido punto por punto lo que debía hacer,
incluida la dieta ideal y el tipo de ropa que mejoraría la calidad del
esperma.
Las responsabilidades de ella estaban igualmente especificadas:
tendría que controlar sus niveles de estrógeno y la temperatura.
Además, se hacía referencia a algo que se describía como la fase
luteal, que Aidan desconocía y que le sonó a enfermedad.
La última página constaba de un cuadro de actuación mes por
mes. Ellie le dio unos segundos para revisarlo y dijo:
–No tengo el calendario conmigo, pero afortunadamente, he
memorizado los días.
–Afortunadamente –masculló él, a la vez que se inclinaba y le
besaba el cuello.
Ellie ahogó un gemido mientras Aidan ascendía hacia el lóbulo
de su oreja. Dominándose, Ellie intentó continuar:
–Voy a ovular en unos cinco días, así que, si puedes organizar tu
agenda, podríamos empezar el viernes por la noche... Y seguir hasta
el miércoles. Sábado y domingo serían los días óptimos.
Aidan le quitó la tableta de la mano y la dejó sobre la mesa. Ya
que tenían toda la información necesaria, podía pasar a una fase más
lúdica, aunque eso significara saltarse algunas de las fases.
–¿Solo por la noche? –preguntó, recorriéndole la espalda hasta
asir su trasero–. ¿Y por las mañanas?
–¿Qué quieres decir? –dijo ella con un suspiro.
–Hay quien piensa que es el mejor momento para lo que tú
quieres.
–Pero...
–O el mediodía –Aidan se echó hacia atrás para mirarla a los
ojos–. El sexo en el despacho también puede ser divertido, Ellie.
Podríamos usar la mesa de la sala de juntas.
–Aidan, no me estás escuchando. Esto es muy importante.
–Claro que te escucho –dijo él, a la vez que le pasaba el brazo
por los hombros y le hacía sentarse en el sofá, junto a él–. Pero por
ahora, pensemos en los básicos. Yo te ayudaré a quedarte embaraza
y contribuiré al mantenimiento de tu hijo. Además, te convertirás en
socia de Sutherland Corporation y te quedarás en Alleria. Firmaremos
los acuerdos que sean necesarios siguiendo tu propuesta.
–Muy bien. Pero aun así tenemos que discutir algunas cosas.
–En cambio yo, Ellie, creo que no es necesario que seamos tan
rígidos.
–¿Crees que soy demasiado rígida?
–No –dijo Aidan, acariciándole el brazo distraídamente–. Haces
bien queriendo cubrir todos los flancos.
–Gracias. Eso es lo que yo creo y me alegro de que
coincidamos.
–Perfecto. Si es así, no me parece necesario esperar hasta el
viernes, sino que podríamos empezar ahora mismo.
Ellie reflexionó.
–Pero no serviría de nada si no es el momento adecuado.
–Piénsalo, Ellie –dijo Aidan–. Si esperamos, estarás nerviosa de
aquí hasta el viernes, y eso no es bueno. En cambio, si empezáramos
a practicar, habríamos entrenado para cuando llegué el momento
crítico.
Ellie lo miró fijamente.
–Tengo la impresión de que sabes muy bien lo que hay que
hacer.
–Así es. Pero no soy yo quien importa, sino tú. Y los expertos
dicen que estar relajada es fundamental para llevar a cabo este...
proyecto. Igual que es importante el tipo de sexo que tengas.
Ellie se mordisqueó el labio inferior.
–Me temo que no tengo práctica en diferenciar distintos tipos.
–Yo sí –Aidan se giró en el sofá para mirarla y ver cómo
reaccionaba–. Está el sexo divertido, con muchas risas, sin presión,
relajado. También el romántico, con champán, rosas y música de
fondo...
–Eso me gustaría –susurró Ellie.
–Sí, suele ser el favorito –dijo Aidan, empezando a animarse–. Y
está el vicioso.
Ellie tragó saliva.
–No sé si me convence.
–Podemos probarlo y ver si te gusta. Hay muchas opciones –
continuó Aidan–. Una vez decidas el tipo que quieres, hay que tener
en cuenta otros factores: rápido o lento, suave o brusco...
Las mejillas de Ellie se habían coloreado, lo que Aidan interpretó
como una señal de que la había excitado, aunque solo fuera una
fracción de lo excitado que él estaba. Se ajustó el pantalón
discretamente a la vez que ella se humedecía los labios.
–Tal y como lo describes, me haces pensar que hay sexo
peligroso.
–No correrás ningún peligro conmigo –Aidan le tomó la mano a
Ellie–. ¿Por qué no dejas la decisión en mis manos, al menos
inicialmente?
Ellie suspiró.
–Te lo agradecería.
–Y podemos empezar el martes por la noche.
–¡Eso es pasado mañana!
–Así es –dijo Aidan–. En mi suite. A las ocho.
Ellie lo miró alarmada.
–Es demasiado pronto.
–No estoy de acuerdo –Aidan le retiró un mechón de cabello tras
la oreja–. De hecho, lo ideal es que empezáramos ahora mismo con
los preliminares. Después de todo, la perfección se alcanza con la
práctica –concluyó.
Y le atrapó los labios a Ellie en un beso que ella devolvió con
tanta pasión, que Aidan dudó que pudiera esperar hasta el martes.
El martes, Ellie pensó que Aidan tenía razón al decir que su
nerviosismo iría en aumento y que era mejor empezar con tiempo. Si
seguía tal y como se sentía en aquel momento, no podría
concentrarse en nada de lo que hacía.
De hecho, había creído que empezarían la misma noche que
Aidan había ido a su casa. La mirada con la que él la había
contemplado en la ducha había hecho que el agua le hirviera en la
piel. Y después, la descripción de las distintas formas de sexo... Sabía
que Aidan había querido provocarla, y lo había conseguido. Tanto, que
cuando la había besado, había tenido que contenerse para no saltar
sobre él.
¿Sexo vicioso? Ellie resopló. Había oído hablar de él, pero jamás
lo había practicado. Los dos encuentros sexuales que había tenido
debían estar en el extremo opuesto del espectro. El primero había
tenido la torpeza de dos ciegos guiándose el uno al otro. El segundo
no había sido mucho mejor. Ambos habían sido con Teddy, su
compañero de clase en la universidad.
A pesar de aquellos frustrados encuentros sexuales, Teddy era
agradable y Ellie había pensado seguir viéndolo. Hasta que le había
oído pavonearse ante unos amigos, contándoles cómo, gracias a su
atractivo sexual, tenía la certeza de que pronto ella le haría los
deberes.
Los hombres eran unos seres extraños.
En cambio, Ellie estaba segura de que Aidan era un experto en
sexo. Imaginaba sus manos ascendiendo por sus muslos hasta sus
pliegues más íntimos a la vez que su boca salpicaba de besos su
cuello, sus senos, su vientre.
Dejó los papeles que estaba estudiando en el escritorio y,
poniéndose en pie, respiró profundamente. Estaba ansiosa por que
llegara el momento y confiaba en que Aidan lo hiciera durar.
Ninguna de las mujeres con las que lo habían visto a lo largo de
los años parecía desilusionada. Ellie frunció el ceño al pensar en ese
detalle. De hecho, había estado con docenas. ¿Cómo resultaría ella
por comparación cuando apenas tenía experiencia? Probablemente,
su actuación sería bochornosa.
–Esto no es una relación –tuvo que recordarse–. Es un acuerdo
puramente práctico.
El objetivo de aquel proyecto era quedarse embarazada, no el
placer que el sexo pudiera reportarle. Lo que no impedía que se
estremeciera cada vez que se imaginaba con Aidan en la cama,
acariciándose, mordisqueándose, besándose...
–¡Dios mío! –respiró varias veces para recuperar la calma.
Luego miró al escritorio y sacudió la cabeza.
Como Aidan iba a estar ocupado todo el día con
videoconferencias, Ellie había creído que conseguiría trabajar
intensamente. Pero se había equivocado. El contrato que estaba
estudiando tendría que esperar.
Lo mejor que podía hacer era volver a casa y arreglarse para su
gran noche. En la cama. Con Aidan.
Avergonzándose de lo estúpida que podía llegar a ser, tomó el
bolso y salió del despacho.
La escena estaba preparada para una sesión de sexo romántico.
Aidan miró a su alrededor con aprobación. Siempre había sido
un hombre romántico y disfrutaba de la parafernalia que lo
acompañaba. Así que, satisfecho consigo mismo, indicó al camarero
dónde dejar la cubitera con hielo y el postre.
Estaba deseando ver la cara de Ellie cuando entrara y viera las
velas, el champán en la cubitera, el mousse de chocolate con nata
montada, el sensual jazz sonando como música de fondo, los ramos
de rosas y lirios repartidos por la sala.
Llamaron a la puerta y cuando la abrió no pudo evitar sonreír.
Ellie llevaba el cabello recogido, con algunos mechones sueltos; vestía
una falda corta y un top turquesa que enfatizaba sus senos, y calzaba
unas delicadas sandalias. Aidan nunca la había visto tan sexy...
excepto en biquini.
–Menos mal que has venido –dijo, abriendo la puerta de par en
par.
–¿Lo dudabas? –preguntó ella, sonriendo.
Aidan cerró la puerta cuando pasó.
–Me has parecido un poco preocupada en la oficina y pensaba
que a lo mejor te habías arrepentido.
–No –dijo ella con firmeza–. Estoy decidida a seguir adelante con
el plan.
Aidan apretó los labios.
–Ellie, no estás ante un pelotón de fusilamiento. Relájate. De
hecho, sé lo que necesitamos para relajarnos –Aidan la llevó hasta la
mesa, abrió el champán y sirvió dos copas–. Por... el éxito –dijo,
alzando la suya en un brindis.
Ellie rio y entrechocó su copa con la de él.
–Por el éxito –repitió, Y bebió–. ¡Está delicioso!
Aidan bebió y la observó por encima del borde de la copa.
–Estás preciosa.
–Gracias –Ellie sonrió–. Tú también.
Aidan sonrió a su vez. Ellie, siempre tan segura de sí misma,
estaba claramente nerviosa. Le rellenó la copa.
–Mejor –dijo ella, tras beber otro sorbo–. Y continuó mirando a
su alrededor sin fijar la mirada, hasta que notó algo. Aidan observó
con placer la expresión de su rostro a medida que notaba los
cambios–. Has puesto velas. ¡Y cuántas flores! –Ellie fue hasta el
ramo que había sobre la chimenea–. Son preciosas. ¿Has hecho todo
esto para mí?
–Pensaba que te gustaría un ambiente romántico.
–Y así es –dijo Ellie con ojos brillantes.
–Me alego –dijo Aidan. Y acercándose a ella, la llevó de la mano
hasta la mesa–. Empecemos con esto –añadió, metiendo una
cucharilla en el cuenco de mousse y alzándola hasta la boca de Ellie–.
A ver qué te parece.
–Mmm –dijo ella, cerrando los ojos–. Delicioso –se pasó la
lengua por los labios y Aidan sintió estallar el deseo en su interior al
ver su expresión de placer.
Cuando Ellie abrió los ojos, Aidan dejó la cucharilla en un palto.
–Lo siento, Ellie, pero tenemos que ocuparnos de algo con
urgencia.
Capítulo Cinco
–¿De qué? –preguntó Ellie, aturdida–. ¿De la custodia? No te
preocupes. Ya he firmado el documento y lo he devuelto a los
abogados.
–Me alegro, pero esto no tiene nada que ver con eso sino con...
esto –Aidan dio un paso adelante y le dio un beso delicado, más dulce
que el chocolate que Ellie acababa de probar–. Tenía que hacerlo –
dijo, reprimiendo el impulso de continuar.
–Muy bien –susurró ella–. Como dijiste, hay que practicar –se
humedeció los labios y lo miró.
Aidan ya no pudo contenerse. La abrazó y la besó, usando la
lengua para entreabrir sus labios. Ella se abrazó a su cuello y se
apretó contra él. Su aroma lo envolvió igual que sus curvas se
amoldaron a su sexo endurecido. Como no quería asustarla, Aidan
exploró su boca con la lengua delicadamente. Pero pronto quiso llevar
aquel beso a otro nivel.
–Quiero más –musitó, cubriendo la suave curva de uno de los
senos de Ellie a la vez que volvía a besarla con mayor urgencia.
–Sí –musitó ella, asiéndose a su cintura para pegarse aun más a
él.
Retirándose unos centímetros, Aidan tomó el top de Ellie por el
bajo y se lo quitó de un movimiento. Luego hizo lo mismo con su
camisa.
–Mejor –dijo Ellie, posando las manos extendidas sobre su torso
desnudo.
–Todavía no –dijo él, riendo. Y tiró del lazo que ataba la falda de
Ellie, que cayó a sus pies. Luego la ayudó a quitarse las sandalias y,
contemplándola en sujetador, tanga y medias, exclamó–: Mucho
mejor.
Ellie lo miró interrogante y, titubeando, metió los pulgares en la
cintura de las medias.
–Sí –dijo él.
Ellie se las fue bajando sin apartar la mirada de Aidan.
Este, que no había creído posible que su miembro se
endureciera más, descubrió que se equivocaba. Precipitadamente,
sujetó a Ellie por las nalgas y la levantó, a la vez que sus bocas se
unían en un frenético beso mientras él caminaba hacia el dormitorio.
Se arrodilló al pie de la cama y dejó Ellie sobre el colchón.
Luego, se echó a su lado, le retiró el cabello de la cara y le acarició el
cuello y los hombros. Al llegar a sus senos, los cubrió y frotó sus
rosados pezones con los pulgares, arrancándole un gemido.
El deseo atravesó a Aidan como un misil caliente. Sentía el
cuerpo duro y en tensión, listo para perderse en las cálidas
profundidades del de Ellie. Pero antes, le proporcionaría placer a ella.
Llevaba días imaginando aquel instante y no creía que fuera a
saciarse. A Ellie parecía pasarle lo mismo...
Dibujó un círculo con la lengua alrededor de los pezones de
Ellie. Solo el presente era realidad. El sexo. El cuerpo de Ellie. Su
permanencia en la isla.
Alzó la cabeza y al ver que ella le sonreía, sintió una emoción
desconocida asentarse en su pecho. Ya pensaría en ello más tarde.
Por el momento, necesitaba besarla, acariciarla, saborear cada
milímetro de su cuerpo.
Podía sentir el corazón de Ellie latir al ritmo del suyo, intuyó su
ansiedad cuando deslizó la mano hacia el vértice de sus muslos.
Cuando tocó su punto más sensible, ella gimió y se apretó contra su
mano en busca de mayor contacto. Aidan sabía que estaba en un
peligroso límite y tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para
contenerse, a la vez que penetraba con los dedos su acogedora
cueva.
–Por favor, Aidan, por favor –exclamó ella, retorciéndose al ritmo
de sus caricias.
–¿Qué, nena? –preguntó él, mirándola.
–Te quiero dentro de mí –gimió ella–. Ahora.
Con una sonrisa triunfal, Aidan se puso de rodillas para
satisfacer sus deseos. Le abrió las piernas y la penetró plenamente
con un suave pero decidido empuje.
–Sí, sí –jadeó ella, asiéndose con fuerza a sus hombros.
–Oh, sí –gimió él a su vez, penetrándola aún más
profundamente, gozando de la pulsante sensación que le trasmitían
las contracciones de Ellie.
Entonces empezó a moverse; primero lentamente, para luego ir
incrementando la velocidad y la fricción; aumentando el recorrido de
sus movimientos para llevar al límite las sensaciones.
Entonces la besó y con su lengua imitó el ritmo de sus caricias
íntimas. Los gemidos y jadeos de Ellie aumentaron, y con un último
acopio de fuerzas, Aidan se adentró una y otra vez en ella, alcanzando
un ritmo frenético. Cuando Ellie gritó su nombre, él dio un último
empuje y sintió que flotaba en el aire y caía a la tierra, en los brazos
de Ellie.
En el exterior, soplaba una leve brisa tropical. En el dormitorio de
Aidan, solo se oía el murmullo de sus respiraciones y el ventilador del
techo. A pesar de que estaba agotada, Ellie se sentía llena de energía.
Echada boca arriba, contemplaba el techo en una deliciosa
confusión. Si alguien le hubiera dicho que acabaría teniendo su
experiencia sexual más tórrida con Aidan Sutherland, se habría reído.
Y sin embargo, allí estaba, exhausta y plenamente saciada.
Por temor a que aquel estado la arrastrara a una oscura espiral,
se recordó que nada de lo sucedido tenía otro significado que pasarlo
bien. No corría el riesgo de obsesionarse con Aidan. Era un trámite.
Un ensayo para asegurarse de que, cuando ovulara, se quedara
embarazada. Eso no significaba que lo que había pasado aquella
noche no fuera espectacular. Y aunque no tenía suficiente experiencia
como para poder comparar, solo podía describir el sexo que acababan
de compartir como salvaje.
Aidan se giró sobre el costado y le pasó el brazo por encima de
la cintura. Había sido tan generoso, tan delicado, tan sexy...
Ellie había imaginado que el sexo con él sería divertido, pero
nunca había esperado que fuera tan íntimo e intenso, que le llegara al
fondo del alma. ¿Y ese no era un motivo de preocupación? Sin duda.
Pero Ellie pensó que si se guardaba esa sospecha para sí y se
recordaba que no era más que un acuerdo de conveniencia, podría
controlar sus emociones.
–Estás pensando demasiado –musitó Aidan–. Lo noto.
–Pero todo lo que pienso es bueno –afirmó ella–. Me siento
genial.
Aidan se incorporó sobre el codo y, mirándola con ojos cargados
de deseo, inclinó la cabeza para lamer uno de sus senos antes de
tomarlo entre sus labios y mordisquearlo.
–Quiero poseerte una vez más –musitó.
Ellie enredó los dedos en su cabello y presionó su cabeza contra
su pecho.
–Sí, por favor –susurró.
Un rato más tarde, Ellie tuvo que hacer un gran esfuerzo para
levantar la cabeza del pecho de Aidan.
–¿Esto es lo que llamas sexo vicioso?
–Oficialmente, lo que hemos hecho está más en la línea de sexo
romántico.
–Me encanta –musitó Ellie–. Aunque creo que también me va a
gustar el vicioso.
–No lo dudes –dijo él, mordisqueándole el lóbulo de la oreja–. Ya
ensayaremos a lo largo de la semana.
Ellie se estremeció y, envalentonándose, alargó la mano hacia el
sexo de Aidan y la deslizó de arriba abajo.
–Mmm. Me gusta –dijo él, entre dientes.
–¿No te molesta? –susurró ella.
–Me molestaría que pararas –dijo él.
–Me alegro –contestó Ellie, y siguió descubriendo cada milímetro
de Aidan.
¿Y por qué no iba a hacerlo? Que quisiera experimentar con él
no significaba que lo necesitara, sino que podía disfrutar con él;
pasarlo bien.
Además, pasarlo bien y relajarse era fundamental para quedarse
embarazada. Y ese era su objetivo. Una vez lo consiguiera, ya se
ocuparía de la miríada de sensaciones y preocupaciones que pudieran
surgir.
Mirando a Aidan a los ojos, dijo:
–Me encanta tocarte.
–Lo mismo digo –consiguió articular Aidan. Y un segundo
después ya no pudo decir palabra.
Una hora más tarde, Ellie se despertó al lado de Aidan.
–Debería irme –susurró.
–No –dijo él.
Aidan se dijo que no significaba nada que quisiera que se
quedara más tiempo a su lado. Después de todo, para él solo se
trataba de sexo. El mejor sexo de su vida, pero sexo al fin y al cabo.
Además, se trataba solo de una noche. Al día siguiente, todo
volvería a la normalidad.
–Quédate –dijo, ignorando la oleada de calor que sintió en el
pecho, peligrosamente cerca del corazón. Se abrazó a ella de manera
que su delicioso trasero quedó encajado en su ingle–. No le hará mal a
nadie.
Al día siguiente, Aidan estuvo demasiado ocupado como para
salir de su despacho y coincidir con Ellie. Había confiado en que ella
tuviera que pasar a verlo para discutir algún asunto, tal y como solía
hacer, pero no fue así. Y no quiso llamarla por no mostrarse
demasiado ansioso.
–Vaya –masculló–. Ya se empieza a complicar la cosa.
Se levantó y fue a servirse un café. Sí, se complicaba y solo él
tenía la culpa.
Originalmente, se había ofrecido a ayudar a Ellie para que se
quedara embarazada y para evitar que se fuera de la isla. Aparte,
claro, de que se sintiera atraído por ella. Pero una vez había
conseguido tenerla en su cama, en lugar de quitarse la curiosidad, su
deseo se había intensificado.
Era un idiota.
–Solo es sexo –masculló.
Ahí radicaba el problema. Llevaba demasiado tiempo de
abstinencia y cualquier mujer habría tenido el mismo efecto, así que
no tenía de qué preocuparse.
Ellie y él lo pasarían bien, ella se quedaría embarazada y él se
aseguraría de que su hijo tuviera el apoyo de ambos padres. Además,
Ellie seguiría trabajando en la isla para la corporación. Era lo mejor
para todos. Punto.
Una vez analizada la situación, podría volver a concentrarse en
el trabajo. Se quedaría toda la noche en el despacho si era preciso. No
tenía tiempo para pensar en el espectacular cuerpo de Ellie, en sus
torneados muslos, sus maravillosos senos, sus manos rodeando su...
–Para –se dijo en voz alta– Tomó aire y lo dejó escapar
lentamente–: Ahora, a trabajar.
Ellie releyó el acuerdo de custodia que acababa de firmar y que
le hizo sentirse incluso más cerca de Aidan que el sexo.
Aidan había estado de acuerdo con casi todas sus condiciones,
pero había peleado por algunas que le habían sorprendido, como su
insistencia en que el niño conociera la identidad de su padre, aunque
fuera el mismo hombre que no se planteaba un futuro con ella.
Ellie se estremeció al pensarlo. Su padre había cortado todos los
lazos con ella y su hermana, mientras que su hijo no tendría que pasar
por ese dolor. Aidan, aunque fuera solo como un amigo que lo visitara
ocasionalmente, formaría parte de su familia.
Pero además, Aidan había insistido en apoyarlos
económicamente a pesar de que ella se había opuesto, y había
llegado a imponerse para que se añadiera una cláusula por la que
estaba obligado a modificar su testamento para incluir al bebé.
Al día siguiente, su secretaria le había dado un voluminosos
sobre nada más llegar al despacho, en el que se incluía una copia de
su contrato de asociación con Sutherland Corporation. Ellie lo leyó
cuidadosamente, clarificó algunos puntos con el abogado y lo firmó.
Estaba tan feliz que no pudo contener las lágrimas. Sus sueños se
estaban haciendo realidad. Tenía una fantástica carrera profesional,
pronto se quedaría embarazada y disfrutaba de sexo tórrido con el
hombre de sus fantasías.
Tanta felicidad merecía una celebración.
Tras peinarse y pintarse los labios, fue al despacho de Aidan.
–¿Estás ocupado? –preguntó cuando este abrió la puerta.
–Como siempre –dijo él. Pero como sonreía, Ellie entró.
–Quería hablar contigo.
–¿De qué?
Ella alzó los brazos y giró sobre sí misma.
–¡Soy vuestra socia! Gracias, Aidan. No te decepcionaré –dijo. Y
sin poder contenerse, lo abrazó.
–Yo también estoy muy contento. Y Logan.
Se miraron en silencio unos segundos y de pronto se besaron
con tanta pasión que Ellie se extrañó de no quemarse. Cuando alzaron
la cabeza, Aidan se quitó la chaqueta y la corbata y, a la vez que iba a
cerrar la puerta, dijo con firmeza:
–Quítate la ropa.
Ellie no necesitó que lo repitiera. Aún no había terminado de
quitarse la blusa cuando él la tomó en brazos.
–Va a ser rápido e intenso –le advirtió él.
Ella enredó las piernas en su cintura y susurró:
–A qué estás esperando.
Riendo, Aidan fue hasta la pared que quedaba detrás del
escritorio y la apoyó en ella, a la vez que la penetraba con fiereza. Al
oír que ahogaba un grito, preguntó:
–¿Te he hecho daño?
–No –susurró ella. Y tras besarlo, añadió–. Es del puro placer de
sentirte dentro.
Entonces comenzó a moverse lentamente arriba y abajo,
gimiendo al sentirlo cada vez más profundamente. Sus senos se
ofrecía a la boca de Aidan, que tomó sus pezones entre sus labios y
los succionó hasta que Ellie los sintió tan duros que casi le dolieron.
Luego él la tomó por las nalgas e intensificó el ritmo, presionando y
profundizando hasta que Ellie se retorció y gimió su nombre a la vez
que él estallaba simultáneamente.
Saciados, jadeantes, permanecieron quietos.
–Supongo que esto es lo que llamas sexo vicioso –dijo ella, sin
llegar a recuperar el aliento.
–No, es sexo de oficina –dijo él.
Ellie fue de pronto consciente de su desnudez, de la ropa de
ambos repartida por el suelo, y su corazón empezó a latir con fuerza.
Aunque no quería pensar en ellos, intuía que había traspasado una
línea, que lo que sentía era distinto a cualquier emoción que hubiera
experimentado en el pasado. Y que no debía expresar esa intuición
con palabras.
Aidan se giró y le acarició los senos.
–¿Te ha gustado? –preguntó.
–Sí –dijo ella, estremeciéndose.
–A mí también –dijo él. Y tomándola en brazos se la colocó
encima–. Ahora que hemos practicado sexo en la oficina, ¿qué te
parece si añadimos la categoría de sexo entre asociados?
Capítulo Seis
Aidan y Ellie llevaban una semana durmiendo juntos cuando
Logan y su mujer volvieron de la luna de miel.
Al día siguiente, Logan estaba en el escritorio de Aidan, mirando
el ordenador, y este sacaba unos documentos del archivador cuando
Ellie entró en el despacho.
–Bienvenido, Logan –saludó. Y fue a darle un abrazo–. Espero
que Grace y tú hayáis tenido un fantástico viaje.
–Así es.
–Me alegro mucho –Ellie se volvió a Aidan y dijo–. Voy a hacer la
llamada que tenemos pendiente a Nueva York en media hora.
–Gracias.
Después de que se marchara, Aidan dijo a Logan.
–Sé que quedamos en ofrecerle la posición de socia cuando
volvieras, pero en tu ausencia tuve que adelantarme.
–¿Te has dado cuenta de que Ellie sabía que era yo quien
estaba sentado en tu escritorio? –preguntó Logan con el ceño
fruncido, ignorando el comentario de Aidan.
–¿Y? –preguntó este, distraído, mientras estudiaba un
documento.
–Cualquier otra persona de la compañía me habría confundido
contigo.
–Ellie siempre nos ha distinguido –dijo Aidan.
Logan se quedó mirándolo fijamente. De pronto dijo en tono
acusador:
–¡Te estás acostando con ella! ¿Te has vuelto loco?
–¿Qué te hace pensar eso? –preguntó Aidan, contrariado.
–Que puedo leerte como un libro abierto. Eres idiota.
Aidan supo que no tenía sentido negarlo. Nunca había podido
ocultar nada a su hermano. Bebió agua para ganar tiempo, pero Logan
no estaba dispuesto a dejarlo estar.
–¿Y por qué no me has esperado para ofrecerle la asociación?
–Te he dicho que ha surgido algo –masculló Aidan.
–Ya me imagino el qué –dijo Logan, sarcástico.
–Te equivocas –se defendió Aidan. Tras una pausa, miró a su
hermano fijamente y explicó–: Ellie estaba pensando en dejar la isla y
necesitaba pararla de alguna manera.
–¿Por eso te has acostado con ella? ¡Qué gran plan! –dijo
Logan, sacudiendo la cabeza.
–No. Digo, sí. Pero esa no es la razón –Aidan se pasó los dedos
por el cabello con impaciencia–. Es una larga historia.
Logan se acomodó en una de las butacas.
–Tengo todo el tiempo del mundo.
Aidan resopló.
–Es bastante complicado.
–No lo era hasta que te acostaste con ella. Es una empleada,
Aidan –precisó Logan–. Pones en riesgo la compañía. ¿Y si te
demanda? ¿Has tenido en cuenta las consecuencias? Podría...
–Calla –Aidan alzó una mano–. Pareces olvidar que tú te
enrollaste con Grace cuando trabajaba de camarera.
Le alegró ver que su hermano titubeaba.
–Pero era una camarera falsa –masculló finalmente.
–Vale. Pues Ellie ahora es empleada y socia. Y solo para que te
tranquilices, te diré que firmamos un contrato antes de que pasara
nada.
Logan se puso en pie de un salto.
–¿Firmasteis un contrato para mantener relaciones? ¿Qué
demonios está pasando?
–No entiendo por qué estás tan enfadado. No es asunto tuyo.
–Si afecta a Sutherland, sí lo es, idiota.
–De acuerdo –Aidan se frotó la cara, bebió agua y dijo–: No
firmamos por sexo, sino por un bebé.
Logan abrió la boca pero la cerró sin decir nada. Casi un minuto
después, consiguió articular:
–Creo que es mejor que te sientes y me lo cuentes todo.
–No ha ido tan mal –masculló Aidan al terminar el día.
A pesar de las numerosas interrupciones y de la larga charla con
Logan, finalmente había conseguido trabajar algo. Logan había
quedado con Grace para cenar y él, tras declinar la invitación, decidió
comprarse una hamburguesa e ir a casa a ver el fútbol.
Probó la hamburguesa sin comprender cómo podía tener apetito
después del tercer grado al que le había sometido su hermano. Se
había defendido con uñas y dientes, justificando su decisión como una
misión heroica para ayudar a Ellie.
Logan no había creído una palabra.
«¿De verdad crees que lo haces por ella?».
«¿Cómo si no iba a garantizar que se quedara?».
Logan había resoplado.
«¿Hacer el amor con Ellie es un sacrificio? Vamos, Aidan. Ellie
es preciosa y siempre te ha gustado».
«Es una buena amiga», fue su defensa. «¿Cómo iba a dejarle
acudir a una clínica de inseminación y tener un hijo de un donante
anónimo?».
«¡No digas tonterías!». Logan había dicho, riéndose. «¡Si estás
enamorado de ella desde que empezó a trabajar para nosotros!».
«Repite eso», había dicho él en tono amenazador.
«Vamos, admítelo», contestó Logan impertérrito. «¿Te acuerdas
cuando le presentaste al idiota de Blake, lo furioso que te pusiste
cuando empezaron a salir? Es tan obvio que da risa. Así que ahora
has conseguido acostarte con ella. Pronto te darás cuenta de que la
amas. Especialmente si tenéis un hijo juntos».
Aidan había creído oír mal.
«Tú estás loco, hermano».
«Como quieras», había dicho Logan. «Pero si te has metido en
esto es porque la quieres».
¡Menuda estupidez! Era increíble la velocidad a la que el
matrimonio le había derretido el cerebro a Logan.
«Parece mentira que hasta tú hayas caído en esas tonterías», le
había dicho. «Estás muy equivocado».
Logan había reído a carcajadas y al poco había ido a
encontrarse con Grace.
Recordándolo, Aidan dio un bocado a la hamburguesa con
indignación. ¿Cómo era posible que Logan lo acusara de estar
enamorado de Ellie? ¿No se daba cuenta de que estaba cayendo en
los mismos tópicos que todo recién casado?
Aidan sacudió la cabeza, sintiendo lástima por su hermano.
Por otro lado, había algo en lo que acertaba: Ellie era preciosa.
Pero que fuera capaz de apreciar su cuerpo no tenía nada que ver con
el amor. También tenía razón al pensar que Ellie le gustaba. Después
de todo, en los cuatro años que llevaban trabajando juntos, habían
viajado a menudo, siempre coincidían en el enfoque de los problemas
y lo pasaban bien incluso en medio de las más difíciles negociaciones.
De hecho, le encantaba ver a Ellie impresionar a sus inversores y
contables cuando les proporcionaba todo tipo de datos que solo ella
conocía.
Pero que la encontrara preciosa o que le encantara verla actuar
no tenía nada que ver con el amor. Nada.
–Ya está bien –masculló–. Deja de darle vueltas –añadió. Y se
metió una patata en la boca.
La culpa la tenía Logan, lo cual era una ironía, teniendo en
cuenta que hasta que se había enamorado de Grace era aún más
escéptico que él respecto al amor. Pero que él hubiera cambiado de
opinión no significaba que Aidan tuviera que creer que pasarlo bien
con Ellie significaba que la amara.
Dio otro bocado a la hamburguesa y exclamó con sorna:
–¡Mmm, adoro esta hamburguesa! Esto sí que es amor.
Dos días más tarde, Ellie caminaba hacia el despacho cuando se
encontró a Grace cavando cerca de las raíces de un cocotero. Iba
vestida de jardinera, con una pamela para protegerse del sol.
Ellie y ella se habían hecho amigas por Serena y Dee, una
camarera del bar. Ellie la llamó y, al verla, Grace se incorporó de un
salto y la abrazó.
–¡No te había visto desde que volvimos de la luna de miel! –
comentó.
–Por lo guapa que estás, no hace falta que te pregunte qué tal lo
habéis pasado.
–Ha sido maravilloso. Pero te lo contaré todo el fin de semana,
cuando nos veamos las chicas.
–¡Estoy deseando oírlo! –Ellie miró a su alrededor–. ¿Estás
buscando más esporas?
Todo el mundo sabía que Grace había acudido a la isla
originalmente para estudiar las extrañas esporas que se encontraban
en Alleria y que necesitaba para sus investigaciones. Luego había
conocido a Logan y se habían enamorado.
–Sí, esta zona está plagada de ellas –dijo Grace. Y miró al cielo–
. La mañana es el mejor momento para encontrarlas, antes de que
suba la temperatura. Por hoy he terminado.
Ellie comprendía el entusiasmo que Grace demostraba por
aquellas esporas, puesto que gracias a ellas habían sido descubiertos
varios tratamientos para algunas enfermedades raras.
–Me han dicho que el laboratorio está casi terminado –comentó.
–Así es –Grace sonrió de oreja a oreja–. Logan prometió una
propina a los trabajadores si lo acababan antes de lo estipulado.
Estará listo para la semana que viene. Además, ha instalado el equipo
más puntero del mercado, así que puedes imaginar que estoy
deseando probarlo.
–¡Qué maravilla! Es un honor tener a una investigadora tan
importante en la isla –dijo Ellie.
–Gracias, Ellie, eres muy amable. Si esperas a que recoja mis
cosas, te acompaño.
Unos minutos más tarde las dos mujeres caminaban hacia las
oficinas.
–Te noto cambiada, Ellie –comentó Grace.
Ellie rio.
–¿Para bien o para mal?
–Para bien, sin ninguna duda –dijo Grace–. Pareces muy feliz.
–Es que me siento feliz –dijo Ellie.
–Seguro que es por Aidan –Grace se llevó la mano a la boca con
expresión alarmada–. Perdona, no es asunto mío.
–No te preocupes –dijo Ellie–. La isla es como un pueblo y todo
el mundo habla de todo el mundo. No me importa que mis amigos
hablen de mí a mis espaldas.
Grace abrió los ojos.
–Ellie, no... De verdad. Dios mío, ¡qué vergüenza!
Ellie estalló en una carcajada.
–¡No digas tonterías! No me importa que mis amigos cotilleen
sobre mí. ¿O es que crees que no hemos hablado de vosotros en
vuestra ausencia?
Grace rio.
–A mí tampoco me importa, siempre que no hayáis hablado mal.
Ellie le dio una palmadita en el brazo.
–Nadie habla mal de ti, Grace.
–Lo mismo digo –tras una pausa, Grace añadió–: Ahora que
hemos aclarado las cosas, cuéntame todo sobre Aidan.
Ellie rio. Se sentía tan afortunada de tener buenas amigas
después de tantos años de rehuir a la gente que no le importó nada
contarle a Grace todos los detalles de cómo había decidido formar una
familia acudiendo a una clínica, y la proposición de Aidan, que
finalmente había decidido aceptar.
–Creo que has tomado la decisión correcta –dijo Grace–. Un
hombre guapo y fuerte siempre es mejor que la inseminación artificial.
–Además, Aidan es maravilloso –admitió Ellie–. Estoy
conociendo nuevas facetas de su personalidad. Es divertido y atento
y... La verdad es que cuanto más tiempo paso con él, más me gusta.
No añadió que eso mismo la preocupaba. Sus sentimientos eran
cada día más profundos y si no tenía cuidado, terminaría
enamorándose de él. Intentaba no olvidar que en cuanto se quedara
embarazada, todo acabaría. Solo se verían por trabajo. Y aunque
estaba convencida de que era lo mejor, no podía evitar sentir una
presión en el pecho cuando lo pensaba.
Súbitamente se dio cuenta de que era con Grace con quien
hablaba y añadió apresuradamente.
–Bueno, Logan también es maravilloso. Solo que nunca he
congeniado con él tanto como con Aidan.
–Más te vale –dijo Grace, riendo–, o tu vida correría peligro.
Unos días más tarde, Ellie acudió a una reunión con Aidan y
Logan en el despacho privado de este, para su primer almuerzo oficial
como socia de la empresa. La suite de Logan era prácticamente igual
a la de Aidan. Estaba decorada con muebles modernos y cómodos. En
un extremo había un área con sillones y en el otro una oficina,
mientras que el centro lo ocupaba una mesa de reuniones en la que
en ese momento almorzaban.
Lo mejor de todo era la vista. Una de las paredes era toda de
cristal y daba a una terraza privada desde la que se disfrutaba de una
magnífica vista de la bahía.
Una vez se sentaron, Logan alzó su copa para un brindis:
–Bienvenida, Ellie. Siempre te hemos considerado un
componente indispensable del equipo, y pensamos que hacerte socia
era lo más justo.
–Bienvenida –dijo Aidan también–. Sé que no nos defraudarás –
añadió con una insinuante sonrisa.
–Eso espero –dijo Ellie, ruborizándose.
Mientras comían, Logan comenzó a repasar la agenda para los
siguientes seis meses. En primer lugar, tenían que ocuparse de un
nuevo negocio de multipropiedad para el que debían entrevistarse con
sus posibles socios en Nueva York. A Ellie se le pasó por la mente la
imagen de un fin de semana romántico en Nueva York, paseando con
Aidan por Central Park, cenando a la luz de las velas....
–Ellie puede ocuparse de eso –dijo Aidan.
–Muy bien –dijo Logan, escribiendo una nota–. ¿Qué es lo
siguiente?
–Perdón –Ellie se dio cuenta de que se había perdido algo. ¿De
qué iba a ocuparse?–. Sí, claro. ¿Qué? –balbuceó. Avergonzada de
haber elegido tan mal momento para distraerse, carraspeó y dijo–:
Disculpad. Estaba intentando calcular el equipo que necesitaríamos
para el viaje a Nueva York –se volvió a Aidan y añadió–: ¿De qué
quieres que me ocupe?
Él le dedicó una sonrisa provocativa antes de contestar:
–Quiero que te ocupes del proyecto Bryson.
Ellie se preguntó si cada vez que la hablara iba a sentir el
cosquilleo que sentía en aquel momento. Porque, de ser así, no
estaba segura de poder seguir haciendo bien su trabajo. Y dudaba que
Logan estuviera contento de que su nueva socia mirara embobada a
su hermano cada vez que se reunieran. Si no quería estropearlo todo,
más le valía ejercer un mayor control sobre sí misma.
Cuando la reunión terminó, veinte minutos más tarde, Ellie
prácticamente salió corriendo del despacho de Logan.
Dos semanas más tarde, Ellie recorría su casa de un lado a otro,
haciendo tiempo. A los cinco minutos, no había ninguna cruz. A los
diez, tampoco. No estaba embarazada.
–Está bien –dijo, tirando el palito a la basura–. Tendremos que
seguir intentándolo.
A pesar de su decepción, intentó pensar positivamente. Estaba
claro que si no se había quedado embarazada no se debía a que no lo
hubieran intentado. De hecho, Aidan y ella habían practicado casi
fanáticamente durante las últimas semanas. Y Ellie no tenía la menor
intención de dejar de practicar.
Solo pensar en Aidan, con sus anchos hombros, sus ojos azules,
su cabello revuelto y sus largas piernas, entrando en su despacho,
tomándola en brazos y besándola, le recorría un escalofrío de
excitación. Otra imagen de sus manos recorriéndola, de su boca en
sus senos, la sacudió como una descarga eléctrica.
–Dios mío –musitó. Y se tuvo que sentar porque las piernas le
flaquearon.
Quizá aquel era un buen momento para llamar a Aidan y
ponerse a trabajar en su misión. Porque, aunque pudieran acusarla de
insaciable, Ellie disfrutaba tanto del sexo con él que no recordaba
haberlo pasado mejor en toda su vida.
Nunca había hecho el amor contra una pared, o en la mesa de la
sala de juntas, o en un catamarán o en una hamaca, al borde de la
piscina.
El corazón se le aceleró y, para calmarse, tuvo que decirse que
no estaba ni mucho menos obsesionada con Aidan, que era lógico que
disfrutara del sexo con un hombre espectacular. No se estaba
transformando en su madre.
Por tanto, no significaba nada que, en lugar de estar triste por no
haberse quedado embarazada, estuviera encantada de tener que
pedir a Aidan que pusiera aún más empeño en conseguirlo.
Capítulo Siete
Aidan estaba al final de la barra del bar, tomando una copa
mientras observaba a su equipo de camareros atender a los clientes.
La música sonaba a todo volumen para competir con el bullicio de la
gente. A Aidan le gustaba aquel ambiente. Los viernes por la noche
siempre eran especialmente animados porque muchos de los
huéspedes llegaban esa tarde, con un fin de semana de diversión por
delante. Pero aquella noche era especialmente movida, pues coincidía
con la convención anual de la industria del embalaje. Y los
participantes estaban más que listos para una fiesta.
Tres años antes, Aidan y Logan habían descubierto,
asombrados, que no había un grupo al que le gustara más una fiesta
que a aquella horda de comerciales del embalaje. Increíble, pero
cierto.
Hasta que descubrieron Alleria y a Ellie, el grupo celebraba la
convención en una ciudad cada año. Desde entonces, habían
preferido repetir.
Los chicos de las cajas, como los llamaban Logan y Aidan en
privado, eran el proyecto personal de Ellie. Una de sus misiones, al ser
contratada, era atraer nuevos clientes al complejo, y la convención de
embalaje había sido uno de sus primeros éxitos.
Aquel fin de semana era una de las muchas razones por las que
Aidan había querido evitar a toda costa que Ellie se fuera.
Y en aquel momento, al verla interactuar con su habitual
simpatía con un grupo de asistentes al congreso, se sintió doblemente
satisfecho de haber conseguido que se quedara. En primer lugar,
porque solo ella podía entretener a aquellos tipos y animarlos a gastar
dinero; pero también porque sabía que aquella noche la tendría en su
cama.
Eso no significaba que se estuviera convirtiendo en un hábito al
que no pudiera renunciar cuando así lo decidiera. Tenía muy claro que
acabaría en cuanto Ellie se quedara embarazada. Pero entre tanto,
habría sido estúpido lamentarse por estar disfrutando de un sexo
espectacular con una mujer preciosa.
De hecho, al observar sus habilidades sociales y comprobar la
magnífica mujer de negocios que era, Aidan estuvo tentado de
felicitarse a sí mismo por haber planeado una forma tan brillante de
conservarla en la isla.
Lo cierto era que solo había parado a tomarse una copa porque
sabía que Ellie estaría atendiendo a sus huéspedes. Y después de un
rato de verla rodeada de hombres, charlando y sonriendo, bromeando
con ellos, en lo único que podía pensar era en llevársela de allí a un
lugar privado.
En cierto momento uno de los hombres debió decir algo divertido
porque Ellie echó la cabeza hacía atrás y dejó escapar una carcajada.
El murmullo de su risa alcanzó a Aidan, provocándole un golpe de
deseo que lo atravesó hasta las entrañas y endureció su sexo como
una barra de hierro.
Maldijo entre dientes y asió el vaso con fuerza para mantener
una apariencia de calma. Pero no consiguió apartar la mirada de Ellie,
que seguía charlando con los hombres con la naturalidad que la hacía
perfecta para su trabajo.
Lo que no contribuyó en absoluto a disminuir su erección.
La música retumbaba; las risas de los huéspedes sentados a las
mesas eran cada vez más sonoras. Aidan miraba con tal intensidad a
Ellie que esta debió sentirlo. Cuando volvió la cabeza y sus miradas se
encontraron, algo estalló entre ellos de una naturaleza indefinible, algo
ardiente y salvaje.
Aidan agotó el resto de su copa, dejó el vaso en la barra, se
despidió de Sam con una inclinación de cabeza y fue directo hacia el
grupo al que Ellie entretenía.
Ellie había sentido la presencia de Aidan en cuanto este había
llegado al bar.
Desde el otro extremo de una sala llena de gente ruidosa, de
espaldas, mientras charlaba con un grupo de huéspedes, podía
percibirlo.
Y a Ellie le preocupaba. ¿Era bueno o malo? ¿Le sucedería
siempre? Probablemente era malo, porque significaba que, en unos
años, cuando estuviera en casa dando de comer a su pequeño, podría
intuir que Aidan estaba con una de sus conquistas. ¿Estaría él
pensando en ella?
Ellie puso los ojos en blanco, impacientándose consigo misma.
Suspiró e intentó apartar todo pensamiento de Aidan mientras se
concentraba en los comerciales que en aquel momento intentaban
impresionarla con sus mejores anécdotas. Aunque fueran un poco
simples, eran muy agradables.
Al rato, pasaron de las historias a los chistes. Ellie los encontró
divertidos, hasta que uno de ellos contó uno tan hilarante que estalló
en una carcajada.
–¡Este sí que le ha gustado! –dijo Larry, el que lo había contado,
arqueando las cejas.
Ellie sintió la mirada de Aidan sobre ella, y cuando se volvió y lo
vio, tuvo la sensación de que su cuerpo se ponía en marcha a un ritmo
frenético. El estómago se le contrajo y se sintió húmeda y caliente.
Al ver que Aidan se encaminaba directamente hacia ella, se le
secó la boca.
–Buenas noches, caballero –los saludó Aidan amigablemente–.
Lo siento, pero debo tomar prestada a nuestra estrella por unos
minutos.
Hubo un rumor de protestas y bromas mientras Aidan, tras
despedirse Ellie con una sonrisa de disculpa, la tomaba de la mano y
prácticamente la arrastraba fuera del bar.
–Aidan, ¿qué pasa? –preguntó Ellie. En lugar de contestar, él
continuó con paso firme, cruzó el vestíbulo y se dirigió hacia su suite–.
Aidan, me estás preocupando.
–Lo siento. No pasa nada –masculló él–. Es solo que tengo
prisa.
–Está bien –dijo ella, siguiéndolo sin protestar.
En cuanto llegaron a la suite y cerró la puerta, Aidan la abrazó
con fuerza y la besó en los labios como si quisiera marcarla con un
sello. Ella, asaltada por una súbita oleada de calor, se abrazó a su
cuello y se pegó a él.
En unos segundos, Aidan dulcificó el beso y Ellie suspiró,
entreabriendo los labios para darle acceso a su interior. Entonces sus
lenguas bailaron una delicada danza que casi derritió a Ellie en brazos
de Aidan.
Sin previo aviso, Aidan dio un paso atrás, tomó el borde del
vestido que llevaba, se lo quitó y lo dejó caer en un sillón. En bragas y
sujetador, ella empezó a desabrocharle la camisa con urgencia.
–Estás demasiado vestido –susurró.
–Deja que te ayude –dijo él, riendo al tiempo que le retiraba las
manos. Una vez se quitó la camisa, tomó en brazos a Ellie y la
condujo al dormitorio. Allí la echó sobre la cama y, arrodillándose
sobre ella, se bajó la cremallera de los vaqueros y expuso su
magnífica erección.
Ellie se estremeció cuando, alzándole las nalgas, la penetró
hasta llenarla por completo.
La boca de Aidan la devoró a la vez que empezaba a moverse
acompasadamente, en un ritmo acelerado que los llevó a un orgasmo
simultáneo tras el que cayeron exhaustos y jadeantes. Ellie nunca
había experimentado tal plenitud, tal placer.
Y unos segundos más tarde, cuando recuperó en parte la
respiración, Aidan le susurró al oído.
–Siento haberte arrastrado fuera del bar, pero si no te tenía, iba
a volverme loco.
–Me ha encantado –contestó ella.
Aidan se quedó dormido y ella se acurrucó contra él. En algún
momento, en mitad de la noche, Aidan se despertó y le hizo el amor
de nuevo. Cuando Ellie volvió a despertar, ya era de día, el sol entraba
en el dormitorio y estaba sola en la cama.
Se incorporó y miró a su alrededor, diciéndose que era mejor
así. Cuanto antes se quedara embarazada y se acostumbrara a no
tener a Aidan en su vida, menos peligro correría de aferrarse a él.
Horas más tarde, Ellie estaba en el bar, charlando con varios
comerciales, mientras Larry, el más ingenioso, diseñaba una caja
exclusiva para ella en su tableta.
Cuando terminó le enseñó la pantalla.
–¿Qué te parece? La voy a llamar Ellie. A ver cómo queda con
un estampado.
Tocó el lateral de la caja y esta se cubrió de círculos verdes y
rojos con ribetes dorados.
–¡Qué bonita! –dijo ella, sorprendida con aquella faceta creativa.
–Hola, Ellie.
Le saludó una voz profunda a su espalda. Ellie se volvió y abrió
los ojos desmesuradamente.
–¿Blake? ¿Qué haces aquí?
–He venido a tomar una copa y te he visto. ¿Podemos charlar un
momento?
–Sí, claro –Ellie se disculpó con Larry. Luego suspiró
profundamente, intentando disimular la inquietud que le provocaba
aquel encuentro–. Vayamos fuera.
Blake la siguió a un rincón tranquilo del patio y, tras sentarse en
una mesa, observó a Ellie en silencio. Era un hombre extremadamente
guapo, pero ella había descubierto que su personalidad no estaba a la
altura de su aspecto.
–¿Queréis tomar algo?
Ellie alzó la mirada y descubrió a Dee, su amiga camarera, que
los miraba alternativamente.
–Un vaso de agua para mí –dijo Ellie–. Gracias, Dee.
Blake pidió una cerveza y Dee volvió en cuestión de segundos.
–Si necesitas algo, avísame –dijo enfáticamente.
–Muchas gracias –dijo Ellie, sonriéndole agradecida.
En cuanto Dee ese alejó, Blake dijo:
–Estás muy guapa, Ellie.
–Gracias. Me encuentro muy bien.
–Estaba deseando verte. Llevo tiempo pensado en nosotros. Sé
que te hice daño cuando rompí contigo, pero es que estaba... confuso.
Me desconcertaste mucho.
–Lo sé y lo siento –dijo Ellie, sonriendo comprensiva–. No debí
cargarte con el peso de mi historia personal.
–Supongo que me lo gané a pulso –dijo él con expresión
avergonzada.
–Puede que sí –dijo ella, riendo.
Blake se relajó en el respaldo de la silla y bebió un trago de su
cerveza.
–He oído que estás saliendo con uno de los Sutherland. ¿Vais
en serio?
Ellie se preguntó qué pretendía Blake y si le resultaba más
atractiva al saber que estaba con otro hombre.
–Solo somos buenos amigos –dijo.
Blake la sorprendió al tomarle la mano.
–Si es así, me gustaría que te plantearas darme una segunda
oportunidad. Hasta que dejaste caer aquella bomba pensé que lo
nuestro iba bien.
–Hasta que te dije que quería tener un hijo, quieres decir.
–Sí –Blake se encogió de hombros–. Pero lo he pensado y estoy
dispuesto a ayudarte.
Ellie retiró su mano, diciéndose que no lo aceptaría ni aunque
fuera el único hombre en el mundo.
–Gracias por la oferta, pero voy a declinarla.
–Así que lo de Sutherland es verdad.
Ellie le dedicó una sonrisa crispada.
–Yo no he dicho eso.
–No es necesario –dijo Blake con una risita–. Si me rechazas es
porque estás practicando la horizontal con Aidan.
Ellie hizo una mueca. Aidan tenía razón: Blake era un idiota, y
encima no había superado la adolescencia. ¿Practicando la
horizontal? Tenía suerte de haberse librado de él. Se puso en pie y,
mirándolo desde arriba, dijo:
–Te equivocas, Blake. Si no te acepto es simplemente porque no
me interesas. Hasta otra.
Aidan no daba crédito. Había visto a Ellie y Blake ir a una mesa
apartada y los siguió para espiarlos tras una columna por la que
trepaba una enredadera. Al verle tomar la mano de Ellie, temió que
esta se dejara engatusar.
Afortunadamente, vio que ella retiraba la mano y se marchaba,
aunque le molestó que le sonriera.
Cuando pasó a su lado, Aidan salió del otro lado de la columna.
–Hola.
Ellie se paró en seco.
–¿Qué haces aquí?
–Comprobando la vegetación –improvisó él, tomando una hoja
de la enredadera entre los dedos. Con la cabeza señaló a Blake y
preguntó–: ¿Qué quería?
–¿Estabas espiándome? –preguntó ella, poniéndose en jarras.
–Puede. Os he visto hacer manitas.
–No digas tonterías. Me ha tomado la mano y yo la he retirado.
–Al cabo de un rato. No me fío de él. Por eso os he seguido.
–Eres muy amable, Aidan. Pero te recuerdo que no somos
pareja y que puedo cuidar de mí misma.
–Es posible –dijo él. E inclinándose le dijo al oído–: Pero si llega
a sujetarte la mano un segundo más, le hubiera partido el brazo.
Ellie pasó el día siguiente sola, limpiando y ordenando su casa.
Luego leyó un rato y se echó una siesta. Las noches de actividad con
Aidan la estaban agotando.
Cuando despertó, se planteó ir a cenar al hotel, pero le dio
pereza tener que arreglarse y finalmente decidió quedarse en casa. Se
hizo una ensalada y trató de leer, pero no consiguió concentrarse.
Pensar en Aidan y en la actitud fieramente posesiva que había
mostrado la noche anterior le hizo preguntarse si no sentía algo más
profundo de lo que él estaba dispuesto a admitir. Pero apartó esa idea
al instante porque sabía bien que aferrarse a un rayo de esperanza
podía convertirse sin aviso en una obsesión.
Se acostó y tuvo el sueño recurrente que la asaltaba desde
hacía varias noches. Soñaba con su bebé, pero por primera vez, era
Aidan quien lo sujetaba en brazos. Cuando ella se acercaba a ellos su
pequeña familia se disolvía en humo y era sustituida por su madre,
sollozando por la pérdida del hombre al que amaba.
Ellie se despertó sobresaltada, llorando, y con un espantoso
sentimiento de vacío en el pecho.
Capítulo Ocho
A Aidan no le gustaba admitir errores. Pero mientras corría por la
orilla de la península de arena que se adentraba en la bahía de Alleria,
pensaba que acababa de cometer uno garrafal.
La brisa mecía los botes de pesca, cuyos cordajes chocaban
contra los postes, provocando un harmonioso sonido de fondo. Era
uno de los lugares favoritos de Aidan, pero aquella mañana estaba
demasiado preocupado como para disfrutarlo.
No debía haber espiado a Ellie con Blake, ni menos aún haberle
interceptado el paso cuando se iba.
Aunque le costara creer que Ellie fuera a volver con Blake, solo
ella podía tomar esa decisión.
El sol apenas había asomado por el horizonte, así que en la
playa solo había un par de valientes huéspedes dándose un baño
antes el desayuno. Aidan intentó concentrarse en el sonido de sus
pisadas sobre la arena y acompasarlo a los latidos de su corazón,
pero fue en vano. No podía quitarse de la cabeza la imagen de Ellie y
Blake.
«Te recuerdo que no somos pareja», Aidan oyó la voz de Ellie y
sintió el mismo dolor agudo en el pecho que cuando había
pronunciado aquellas palabras.
Sacudió la cabeza. En el pasado, Ellie había estado de acuerdo
con él en que Blake era un cretino, pero, ¿estaría planteándose volver
con él? Si era así, no podía hacer nada al respecto. Como ella había
dicho, no tenía derecho a intervenir en su vida. Tendría que hablar con
Ellie y disculparse. Dar un paso atrás y aceptar que, si eso era lo que
quería y todavía no estaba embarazada, volviera con Blake. Era lo
más honesto por su parte, aunque le apeteciera tanto como caminar
sobre un suelo cubierto de cristales rotos.
Además, tampoco sería tan grave. Si Ellie lo dejaba por Blake,
no le costaría encontrar a otra mujer. Pero esa no era la cuestión.
No. La cuestión era que Ellie le gustaba, y mucho. Eso no
significaba que se estuviera planteando mantener con ella una relación
estable. Lo que le había sucedido a su hermano con Grace no le
sucedería a él, porque no estaba en su naturaleza sentar la cabeza.
Por eso mismo, debía darle espacio a Ellie para que tomara sus
propias decisiones. Si prefería que Blake fuera el padre de su hijo, y
por mucho que la idea le repugnara, tendría que aceptarlo.
Aidan llegó al final de la lengua de arena y se detuvo para
recuperar el aliento y disfrutar de la increíble vista del mar azul que se
perdía en la distancia. Sacó la toalla que llevaba en el bolsillo trasero
del pantalón y se secó la frente y el cuello. Luego dio media vuelta y
retomó al trote el camino de vuelta al hotel.
Decidido: si Ellie quería volver con Blake, tendría que dejarla ir.
Objetivamente, era la mejor solución. Por un lado, el hijo de Ellie
tendría un padre dispuesto a ejercer de tal; y por otro, continuaría
trabajando para Sutherland en la isla. De esa manera, todos salían
ganando.
Excepto que Blake sería el padre del hijo de Ellie. Y Aidan no
confiaba en él. Si había dejado a Ellie una vez, podía volver a dejarla.
Solo que estaría dejando atrás también a un niño, igual que la madre
de Aidan y Logan los había abandonado a ellos. Definitivamente,
Blake no era de fiar.
Quizá lo mejor era aferrarse al acuerdo que habían firmado y no
dar la oportunidad a Ellie de cambiar de idea.
–Maldita sea –masculló Aidan, respirando profundamente para
llenarse los pulmones del olor a salitre que impregnaba el aire y que le
recordaba a la primera vez que Logan y él habían acudido a la isla.
Ralentizó el paso al aproximarse al hotel y recordó que
entonces, como tantas otras veces, había confiado el futuro a su
suerte y todo había salido bien. Así que tendría que actuar de la
misma manera. Debía darle a Ellie la opción de elegir, aun cuando eso
significara retirarse.
Se detuvo bruscamente. Aunque para él que Ellie no estuviera
todavía embarazada era más una ventaja que un inconveniente, cabía
la posibilidad de que ella, sin mencionarlo, se estuviera planteando
probar suerte con otro.
–No digas tonterías –exclamó, malhumorado.
Ellie no era así. Y aun cuando estuviera teniendo dudas, le
costaba creer que fuera a sustituirlo por Blake. Eso no modificaba que
la decisión le correspondiera a él.
Cerca ya del hotel, Aidan llegó a una incómoda conclusión. Si lo
importante era el bien de Ellie y de su bebé, no le quedaba más
remedio que aceptar la posibilidad de que hubiera mejores candidatos
que él.
–¿Que quieres qué?
–Quiero que, si lo deseas, vuelvas con Blake.
Ellie lo miró como si tuviera dos cabezas.
–Siento haber interferido anoche –continuó Aidan con
solemnidad–. Debes hacer lo que sea mejor para ti.
Ellie lo miró en silencio tan prolongadamente que a Aidan le
costó no aprovechar la pausa para rectificar. Para él aquella situación
no era fácil, pero pensaba estar haciendo lo correcto.
–Te recuerdo que tú y yo tenemos un acuerdo –dijo ella,
finalmente.
–Lo sé –dijo él–. Pero la decisión está en tus manos, Ellie. Hice
mal espiándoos. Si él siente algo por ti...
–Pero tú mismo dijiste que no era fiar –le recordó Ellie–. ¿Has
cambiado de opinión?
–No. Pero aquí solo importas tú. Temo haberte presionado para
aceptar una situación que no te convence. Así que, si quieres
considerar a Blake, o a otro hombre, debo darte la oportunidad de
decidir.
–No sé qué decir –dijo ella, pensativa.
Aidan habría querido besarla y borrar cualquier duda de su
mente, pero se obligó a decir:
–Quiero que tomes la decisión que te haga más feliz. Y sobre
todo, que elijas al padre de tu hijo.
Ese debía ser él, pero Aidan no podía decirlo.
Ellie asintió lentamente.
–Así que no te importaría que eligiera a Blake como padre de mi
hijo.
Eso no era lo que Aidan había dicho, pero solo podía contestar
de una manera:
–Si eso es lo que quieres, no puedo hacer nada al respecto.
Ellie no podía creer que estuvieran manteniendo aquella
conversación. Sentía que el corazón iba a hacérsele añicos. ¿Qué
pretendía Aidan, que eligiera a Blake o se limitaba a actuar
noblemente? No debía olvidar que la intención inicial de Aidan había
sido que no se fuera de la isla. Si volvía con Blake, eso quedaría
resuelto. Así que Aidan saldría ganando.
En cambio ella no veía ninguna ventaja a que a Aidan le diera lo
mismo perderla.
La cabeza le daba vueltas y se llevó la mano al pecho. ¿Por qué
le dolía tanto? Había hecho lo posible por evitar los errores de su
madre y sin embargo, estaba descendiendo por una espiral que la
conducía a su propio infierno.
En aquel instante, solo tenía una certeza. Necesitaba irse y
reflexionar. No podía tomar una decisión mientras siguiera viendo a
Aidan y acostándose con él.
–¿Qué pasa, Ellie? –preguntó él en tono preocupado–. ¿En qué
piensas?
Ellie tomó aire y lo miró.
–Necesito tiempo para pensar, Aidan. Me has dejado confusa y
ahora tengo que poner las cosas en perspectiva.
–¿Qué significa eso? –preguntó él, entornando los ojos.
–Que no vamos a mantener relaciones por un tiempo.
–¿Por qué no? –preguntó él, desconcertado.
Ellie le apretó la mano como si quisiera consolarlo.
–Lo siento. Sé que nuestro acuerdo era puramente práctico, así
que puede que sea injusta, pero debo serte sincera. Me duele que te
dé lo mismo que vuelva con Blake. Pensaba que lo dos estábamos
pasándolo bien, pero ahora veo... Bueno, ahora mismo no estoy
segura de nada. Dame tiempo para que piense cuál debe ser mi
siguiente paso.
–¿Y si estuvieras embarazada? –preguntó Aidan.
Ellie tuvo que pestañear para contener un súbito deseo de llorar.
Respiró profundamente y dijo:
–Ni siquiera lo había pensado. Pero si lo estoy, no habría duda
de quién es el padre.
Ellie dobló otra servilleta y la añadió a la pila. Desde pequeña,
cada vez que tenía que pensar algo importante, lo hacía planchando.
No tenía la menor intención de volver con Blake. Aidan lo sabía
perfectamente, así que su comportamiento debía responder a que se
sentía culpable por haber influido en sus sentimientos hacia Blake.
¡Pero lo que la sacaba de sus casillas era que le diera lo mismo
la decisión que tomara! Era doloroso y humillante, y Ellie no sabía qué
hacer.
Lo más inteligente sería evitar a Aidan durante las siguientes
semanas, hasta que supiera si estaba embarazada. No sería sencillo,
porque cada vez que lo veía lo único que quería hacer era besarlo y
meterse en la cama con él. Pero eso solo le causaría problemas.
Su único consuelo era haberle dicho la verdad y que supiera que
le había hecho daño. Pero, si se trataba de no mentirse, también había
llegado el momento de que ella se enfrentara a la verdad: era hija de
su madre y cada vez se parecía más a ella. Aunque detestara la idea,
no podía negar que cuanto más tiempo pasaba, más unida estaba a
Aidan y con ello corría el riesgo de perder la perspectiva, de
obsesionarse con él.
Miró la pila de ropa perfectamente planchada. Necesitaba seguir
pensando, así que miró a su alrededor buscando alguna otra prenda,
lo que fuera.
–No, tranquila, si no estás obsesionada –masculló. Y decidió
guardar la tabla y la plancha.
No debía haber abierto la boca.
Se había equivocado al pensar que hacía lo mejor. En realidad,
había querido que lo eligiera a él y oírselo decir, como si necesitara
alimentar su propio ego. ¿Qué le estaba pasando?
–Maldita sea –masculló a la vez que golpeaba una pelota de
tenis por encima de la red.
Ellie era tan dulce que no la merecía. Y por tanto, Blake la
merecía aún menos. Así que la decisión estaba clara: no consentiría
que Ellie volviera con un hombre que no le llegaba ni a la suela de los
zapatos.
–¿Se puede saber qué te pasa? –preguntó Logan después de
que Aidan no hiciera nada por devolverle la pelota–. Estás ido.
Logan tenía razón. No haber encontrado a Ellie en su cama por
primera vez en muchas mañanas le había arruinado el día. Pero no
estaba dispuesto a contárselo a Logan.
–Te podría ganar con una mano atada a la espalda –dijo–. Saca.
Era el séptimo día sin sexo.
Aidan veía a Ellie en la oficina, donde actuaba con su habitual
eficacia y era cordial con todo el mundo.
Aidan se estaba volviendo loco. Nunca había hecho nada tan
estúpido como animar a Ellie a volver con Blake.
La noche anterior, había decidido ir al bar para buscar a alguna
mujer con la que acostarse y mantener sexo sin ataduras. Había visto
a unas cuantas lo bastante atractivas y que estaba seguro que habrían
aceptado la invitación, pero finalmente había cambiado de idea.
–¿Qué demonios te pasa?
Aidan alzó la cabeza y vio a Logan en la puerta.
–Déjame en paz –le contestó.
En lugar de hacerle caso, Logan entró y se acercó hasta el
escritorio.
–Tu secretaria temporal ha amenazado con dimitir y Sarah, la
chica de correos, está llorando. ¿Cuál es el problema?
–Ha olvidado clasificar mi correspondencia –dijo Aidan entre
dientes.
Logan se inclinó sobre el escritorio.
–Perdona, no he oído bien.
Aidan se negó a repetir la estúpida queja que acababa de
expresar, así que se limitó a farfullar:
–Me has oído perfectamente.
–Tienes razón. Por eso mismo me pregunto desde cuándo te
has convertido en un príncipe –Logan alzó la voz para añadir–:
¡Ordena tu propia correspondencia!
Eso era lo que Aidan estaba haciendo, pero no estaba dispuesto
a admitirlo.
–Gracias por el consejo. Ahora, ¿te importa dejarme en paz?
–No, hasta que me digas qué demonios te pasa –dijo Logan,
caminando de un lado al otro delante de Aidan–. Llevas toda la
semana insoportable; los empleados están hartos de ti. Así que vete
de vacaciones o enróllate con alguien. Haz lo que sea, pero reacciona.
–No puedo tener un rollo –masculló Aidan.
Logan se paró en seco.
–¿Perdona?
–He dicho que te vayas.
–No –dijo Logan–. Has dicho que no puedes tener un rollo.
–Da lo mismo lo que haya dicho. Estoy ocupado. Márchate.
Logan sonrió.
–¿Hay algún asunto médico que debas contarme?
Aidan se puso en pie y señaló la puerta.
–Fuera de aquí.
Sin inmutarse, Logan se limitó a reír.
–Creo que sé de qué se trata.
–No tienes ni idea.
–Claro que sí. Tiene que ver con Ellie.
–Te equivocas.
–¿De verdad? –Logan hizo como que pensaba y añadió–: Pues
cuando Grace habló con ella, le dijo... Bueno, supongo que no te
importa. Ya me voy.
–Espera. ¿Qué te ha dicho Grace? ¿Qué le contó Ellie?
–Lo siento. Tengo que irme.
–No vas a ir a ninguna parte.
Logan rio.
–Vaya, vaya. Así que estás enamorado.
–Vete de aquí.
–Está bien –cuando Logan llegó a la puerta se volvió y dijo–:
Pero cuanto antes lo admitas será mejor para todos.
–No tengo nada que admitir a nadie.
Logan alzó las manos en señal de rendición.
–Vale, sé un desgraciado. Pero deja de volcar tu mal humor en
los demás.
Cuando cerró la puerta, Aidan se dejó caer sobre el respaldo de
la butaca, preguntándose qué horrible pecado habría cometido en otra
vida para ser castigado en la presente con un hermano gemelo.
La noche siguiente, Aidan decidió trabajar hasta tarde para
rematar los contratos del nuevo restaurante que iba a abrir en Tierra
de Alleria, el único pueblo que había en la isla. Tierra, como lo
llamaban los habitantes, era un pueblo victoriano con un puerto
pintoresco, que se había transformado en destino turístico de viajeros
acaudalados.
Los nuevos dueños planeaban aprovecharse de la creciente
moda de comida vegetariana gourmet. Aidan imaginaba que el menú
atraería a celebridades obsesionadas con la nutrición y a las mujeres
de empresarios ricos con yates de lujo.
Pensar en el pueblo le recordó la escapada que Ellie y él habían
hecho allí hacia unas semanas. Aidan la había llevado a su
restaurante favorito, un pequeño local francés con comida casera y
una excelente lista de vinos. Habían cenado en una mesa con vistas
espectaculares al encantador puerto y un mar azul turquesa que se
perdía en el infinito.
Ellie había pedido un guiso y él un bistec con patatas. La carne
estaba tierna y sabrosa y las patatas, fritas a la perfección. Había una
salsa en la que Ellie mojaba las patatas, y verla saborear cada bocado
había excitado a Aidan hasta sentirse dolorido. Después, habían
vuelto precipitadamente a casa para hacer el amor durante horas.
Aidan se obligó a concentrarse en el trabajo, y continuó leyendo
contratos hasta que se dio cuenta de que faltaba uno. Repasó la
carpeta, pero no lo encontró. Instintivamente, llamó a Ellie, con la
seguridad de que ella lo encontraría.
Unos minutos más tarde entraba en su despacho y Aidan la
observó embelesado. Llevaba un vestido rojo con una torera a juego, y
Aidan no pudo evitar preguntarse por qué estaba tan elegante.
Iba a agradecerle que le llevara el contrato, pero las palabras
que escaparon de su boca fueron otras:
–¿Qué demonios le has contado a Grace?
Ella lo miró atónita.
–¿A qué te refieres?
–Me has oído perfectamente –dijo Aidan, levantándose y
rodeando el escritorio–. No quiero que hables con Grace antes de
comentarlo conmigo.
–¿Ah, no? –dijo ella, alzando la barbilla–. ¿Ahora resulta que no
puedo hablar con mis amigas?
Esa no era la cuestión. Aidan frunció el ceño.
–Si se trata de... Olvídalo. No quiero que...
Ellie entrecerró los ojos y dio un paso adelante.
–¿Qué es lo que no quieres?
–Escucha, Ellie –dijo Aidan, esforzándose por sonar razonable–.
No es asunto mío si tú y Blake...
–¿Qué pasa con Blake y conmigo? –dijo ella, retadora.
Aidan apretó los dientes y cambió de tema.
–Da lo mismo. Dame la carpeta y vete a casa.
–Aquí la tienes –dijo ella, dejándola con ímpetu sobre el
escritorio. Y con gesto airado, añadió–: ¿Qué te hace pensar que me
voy a casa?
Aidan se puso furioso pensando que insinuaba que se iba con
Blake.
–No vas a ir a ninguna parte –dijo, amenazador.
–¿Ah, no? ¿Quién va a impedírmelo?
–Yo.
Aidan tomó a Ellie por las solapas de la chaqueta y la besó
posesivamente. Ella le devolvió el beso con la misma intensidad y
pegó las caderas a su sexo en erección.
Sintiendo el cerebro nublado por una sensual niebla de placer,
Ellie pensó que no había nada más maravilloso que aquello. Aidan
actuaba salvajemente, sin control. O quizá solo lo percibía así porque
hacía siglos que no se besaban.
No significaba nada. Era puro sexo. Salvaje, tórrido, fabuloso,
pero solo sexo. Para Aidan no representaba nada más. Ni para ella, se
recordó Ellie. Así que aunque Aidan creyera tener derechos sobre ella,
seguía sin tener la menor intención de establecer con ella una relación
duradera. Y ese sí que era un gran paso.
Ellie llevaba siete eternos días tratando de resistirse a Aidan.
Sabía que estaba obsesionada con él, pero ya no podía evitarlo. Lo
único bueno era que, al haber sufrido en sus propia carne lo que había
pasado su madre, por fin había conseguido perdonarla.
En cuanto a su situación, Ellie había decidido dejar de negarse a
sí misma. Y en aquel instante tomó la decisión de limitarse a disfrutar
lo que había entre Aidan y ella mientras durara. Estaba harta de
obsesionarse con estar obsesionada. Si Aidan solo le ofrecía
diversión, la aceptaría.
Aidan le tiró suavemente del cabello y separó sus labios de los
de ella.
–Lo digo en serio, Ellie: no vas a salir con Blake.
–Claro que no –dijo ella, sonriendo.
–Me alegro. Ven aquí –musitó él. Y volvió a besarla.
Dos semanas más tarde, los primos Duke llegaron a la isla para
la boda de Tom Sutherland y Sally Duke.
Aidan y Logan acudieron a recibirlos cuando bajaron de la
limusina. Aidan dio un abrazo a Sally. Ella le miró a los ojos y,
posando sus manos en su rostro, dijo:
–Oh, Aidan, soy tan feliz de que seas mi familia...
Las palabras golpearon a Aidan en el pecho.
–Yo también me alegro –consiguió articular, antes de que Sally
se volviera hacia Logan, momento que Aidan aprovechó para quitarse
un par de lágrimas que, para su asombro, le habían humedecido los
ojos.
–¡Mira quién está aquí! –exclamó Sally. Y salió disparada.
Aidan se volvió a tiempo de verla saludar a Ellie con un fuerte
abrazo y un par de besos. Frunció el ceño preguntándose de qué se
conocían.
Logan le dio un codazo.
–Quita esa cara –le avisó.
Aidan recordó la fama de casamentera de Sally y su suspicacia
se disparó.
–¿De qué se conocen?
Logan se encogió de hombros.
–Supongo que la última vez que Sally vino de vacaciones. No te
preocupes. No corres peligro.
–Te recuerdo que la última vez que estuvo aquí, la acusaste de
ser una bruja.
–Una bruja buena –le corrigió Logan.
–Sí, pero bruja al fin y al cabo.
–Acuérdate que pensaste que estaba loco por preocuparme –le
recordó Aidan.
–Y tenía razón –dijo Logan.
–Solo me preocupaba por ti. Pero ya ves de lo que sirvió.
También tú estás casado.
–Así es –dijo Logan, animadamente–. Y ahora parece que Sally
y Ellie son íntimas. Qué coincidencia, ¿no?
–Maldita sea –masculló Aidan al ver charlar a las dos mujeres–.
Voy a tener que estar atento.
–¿Para qué molestarte? –dijo Logan, riendo–. Acepta lo
inevitable.
Aidan frunció el ceño.
–Que tú te hayas casado no quiere decir que todos los demás
seamos tan tontos como para seguir el mismo camino.
–Es verdad, debo ser tonto –Logan se rascó la cabeza–. No sé
en qué estaba pensando. ¿Cómo va a atarse a alguien como tú una
mujer tan encantadora como Ellie?
–¡Muy gracioso! –dijo Aidan con desdén.
–No sé por qué te resistes a admitir que estás enamorado de
Ellie.
–Vaya, otra frase patética de recién casado.
Logan le dio una palmadita en la espalda.
–Va a ser muy divertido verte caer, hermano.
Tom Sutherland y Sally Duke se casaron a los dos días,
rodeados de sus amigos y familiares en un recóndito lago con una
catarata, al pie de las colinas de la isla, con la bahía como fondo.
Ellie se sintió honrada por ser invitada, y encantada por Sally y
Tom, tan felices por haberse encontrado después de tantos años
viviendo solos. Para Ellie era increíble que Sally, una viuda que había
pasado años intentando localizar al hermano perdido de su difunto
marido, Tom, finalmente lo hubiera encontrado.
Dando un suspiro, Ellie pensó que nadie se merecía tanto como
Sally Duke ser feliz.
–Está todo precioso –susurró Grace–. Gracias por ayudar con la
decoración.
–No he tenido que hacer nada, es el marco perfecto –dijo Ellie.
–Es mi sitio favorito de toda la isla –dijo Grace con timidez.
Ellie sonrió. Su amiga le había confesado que lo había
descubierto un día buscando esporas y que había vuelto a él a
menudo con Logan.
Ellie pensó que le gustaría ir allí con Aidan. Nunca había visto un
lugar tan romántico. Pensar en Aidan hizo que volviera la mirada hacia
él y Logan, los dos atractivos gemelos que ocupaban su posición al
lado de su padre.
Durante la ceremonia, Ellie prestó especial atención a los votos
de la pareja. Las palabras fueron tan sencillas, pero tan emotivas y
cargadas amor, que Ellie se sintió abrumada por la intensidad de los
sentimientos que se le despertaron. Grace le pasó un pañuelo de
papel, y Ellie lo aceptó porque era normal llorar en una boda. También
se había emocionado en la de su hermana y en la de Logan y Grace.
Para evitar llorar, miró a Aidan, convencida de que su presencia
la apaciguaría.
En ese momento él la miró y le guiñó un ojo. Ellie sonrió. Y se
dio cuenta de que daba lo mismo que algún día fuera el padre de su
hijo; que hubieran firmado un acuerdo legal; que ella hubiera
terminado demostrando que era digna hija de su madre al
obsesionarse por un hombre; que no hubiera esperado ni enamorarse
ni casarse nunca. El hecho era que estaba enamorada hasta el
tuétano de Aidan y que quería pasar con él el resto de su vida. Aunque
no tuviera la fortuna de tener un hijo, siempre querría permanecer con
Aidan.
Y eso era imposible.
Súbitamente, no pudo respirar. Se puso en pie y salió al pasillo.
Grace le tomó la mano, pero Ellie masculló una disculpa y dejó la
ceremonia. Recorrió el paseo bordeado con pétalos de rosa y caminó
sin rumbo hasta llegar a un recodo, donde se apoyó en el tronco de un
cocotero dejando escapar un suspiro.
Estaba al borde de un ataque de pánico al darse cuenta de la
intensidad de sus sentimientos por Aidan.
–¿Ellie?
Esta se volvió y vio a Grace.
–¿Estás bien? –preguntó su amiga.
Ellie se tragó las lágrimas.
–Vuelve a la ceremonia, Grace. Logan te va a echar de menos.
–Logan está perfectamente. Estoy más preocupada por ti.
Ellie sacudió la cabeza sin decir palabra.
–¿Qué te pasa, cariño? –insistió Grace.
–No puedo hablar de ello –susurró Ellie.
Grace suspiró y le tomó una mano.
–Las bodas pueden ser muy traicioneras para personalidades
sensibles como las nuestras, ¿no crees?
–Así es –susurró Ellie.
Grace le retiró un mechón de cabello tras la oreja.
–¿Estás segura de que no quieres hablar?
Ellie asintió con la cabeza.
–¿Se trata de Aidan?
Ellie abrió los ojos desmesuradamente, pero se tapó la boca con
la mano por temor a que una sola palabra abriera las compuertas del
llanto.
–Sé que lo amas –dijo Grace con dulzura.
–¡Dios mío! –gimió Ellie–. ¿Es tan obvio?
–Claro, cariño. Al menos para mí. Pero se ve que para él, no.
Los hombres pueden ser tan torpes.
Ellie rio y al instante se sintió mejor.
–Sobre todo los Sutherland –añadió Grace–. Pueden hacer que
una mujer pierda la confianza en sí misma. Pero es imposible no
enamorarse de ellos. Hay que admitir que son guapísimos.
–Así es –dijo Ellie con un suspiro.
–Lo sorprendente es que tú hayas identificado las señales –dijo
Grace–. Yo no tenía ni idea.
–¡Pero si eres un genio! –protestó Ellie.
–¡Sobre todo eso! –exclamó Grace –. Yo más bien diría que soy
un poco tonta, pero estoy empezando a espabilarme.
–Entonces debes saber que no tengo la menor posibilidad con
Aidan.
–No, claro que no –dijo Grace con expresión seria.
–No me estás siendo de mucha ayuda.
Grace rio con dulzura.
–Ellie, Aidan tendría que ser un completo idiota para no
enamorarse de ti. Y el hermano gemelo de mi esposo no es idiota.
–Agradezco tu palabras, aunque no sirvan de nada –dijo Ellie,
sonriendo.
Grace rio y le frotó el brazo.
–Tienes mejor aspecto. ¿Volvemos a la ceremonia?
–Supongo que sí –dijo Ellie–. Pero, ¿prometes no contarle a
nadie que me he comportado como una cría?
–No tienes nada de cría, pero si te hace sentir mejor, te lo
prometo. Ahora, volvamos antes de que los hermanos Sutherland nos
echen de menos.
Capítulo Nueve
Ellie recogió el ramo de la novia.
Aidan estaba tomando una cerveza con su hermano y los Duke
mientras las mujeres se reunían en la pista de baile, detrás de Sally.
Esta lanzó el ramo de rosas pálidas sin previo aviso y cayó
directamente en manos de Ellie, que puso cara de espanto.
Sally se volvió y al ver a quién le había tocado, rio entusiasmada.
–¡Justo quien quería que lo tomara!
–¿Qué demonios...? –masculló Aidan.
Un rato antes, durante el aperitivo, Aidan había visto a Sally y a
Ellie enfrascadas en una conversación intensa. Y aunque intentó no
darle importancia, no pudo evitarlo una vez que Cameron llegó a su
lado y, señalando con la barbilla hacia las dos mujeres, dijo:
–Escucha Aidan, me han dicho que tienes algo con Ellie, así que
te aviso que mi madre tiene poderes especiales.
–Eso he oído –dijo Aidan, fingiendo no estar particularmente
interesado.
–Pues es verdad. Si no quieres acabar en el altar con Ellie,
deberías interrumpir esa conversación.
Aidan frunció el ceño al ver que Sally y Ellie reían. Entonces
desvió la mirada y encontró a Logan con sus primos, Adam y Brandon,
mirándolo con sorna. Aidan se volvió a Cameron, al que claramente le
habían pedido que fuera a provocarle.
–Gracias por la advertencia, pero puedo manejar la situación.
–¿De verdad? ¿Eres un superhéroe?
Aidan trató de olvidar aquel episodio, pero su suspicacia creció
al ver a Ellie con el ramo.
–¡Qué suerte, Ellie! –le dijo Logan a Ellie, que le abrazó riendo.
Las mujeres de los Duke la rodearon.
–Vas a ser la próxima –bromeó Trish.
Aidan sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
–Lo dudo –Ellie aspiró el aroma de las flores–. Ni siquiera he
intentado recogerlo.
–Por eso mismo –dijo Kelly, la mujer de Brandon.
Aidan frunció el ceño.
–¿No te parece que está preciosa? –le preguntó una voz con
gran dulzura.
Aidan se sobresaltó y al mirar a su lado descubrió a Sally, que lo
miraba fijamente. Había estado tan enfrascado en la contemplación de
Ellie que no había notado que se acercara.
Aidan miró a su alrededor en busca de apoyo masculino. ¿Por
qué no acudían en su ayuda? Todos ellos habían sido víctimas
inocentes de las manipulaciones de Sally, y en lugar de protegerlo,
parecían dispuestos a dejar que el último de ellos cayera.
–Aidan, cariño, ¿te encuentras bien? –preguntó Sally, posando
la mano en su brazo.
–Sí, gracias –dijo él, sintiéndose acorralado.
–Entonces, ¿qué me contestas?
Aidan tuvo que hacer un esfuerzo para recordar la pregunta.
–Claro, sí –balbuceó–. Está preciosa.
–Así es –dijo Sally, tomándolo del brazo–. Eres muy afortunado
teniéndola a tu lado.
–De socia, ¿quieres decir? Desde luego –eso era lo más que
Aidan estaba dispuesto a admitir.
Siguió la mirada de Sally y encontró a Ellie. Estaba
verdaderamente preciosa, y las flores hacían juego con la piel de
melocotón de sus mejillas y sus labios rosas.
Los miembros de la orquesta volvieron tras un descanso y
empezaron a tocar una música lenta y romántica. Varias parejas se
unieron a bailar.
–Quiero ver a todos mis hijos bailar –dijo Sally, dándole una
palmadita en la mano.
Aidan se volvió hacia ella y con gesto galante, preguntó:
–¿Me permites este baile?
Sally dejó escapar una exclamación de asombro y placer, y
Aidan vio que los ojos se le humedecían.
Dos días más tarde, los Duke se marcharon y Ellie pasó un día
melancólico porque echaba de menos tener a todas aquellas mujeres
cerca.
La habían incluido en todos los planes y había acabado
sintiéndose parte del grupo. La noche anterior a la boda, Sally, Trish,
Julia, Kelly, Grace, Ellie y las dos mejores amigas de Sally, Beatrice y
Marjorie, se habían acostado tarde, cotilleando, riendo y compartiendo
secretos y planes de futuro.
«Tienes que venir a visitarme a California», le había dicho Sally
ante de subirse a una de las dos limusinas que los llevaba al
aeropuerto. Le había tomado la mano y luego le había dado un abrazo
tan estrecho, que Ellie se había sentido al borde de las lágrimas.
Por unos días, Ellie había encontrado en Sally Duke a la madre
que nunca había tenido. Era amable, afectuosa y sabia, y amaba
incondicionalmente a sus hijos. Hablando con ella, Ellie había reído y
reflexionado e incluso se había atrevido a soñar. También había
confiado en llegar a ser algún día una madre así para su hijo.
Una vez que la isla recuperó la normalidad, Ellie decidió seguir el
consejo de Sally: lo mejor que podía hacer era decirle a Aidan lo que
sentía. La sinceridad era siempre el mejor camino.
Así que, dando un profundo suspiro, Ellie tomó el teléfono y
llamó a Aidan para invitarle a cenar en su casa aquella noche. En el
trascurso de la cena, iba a decirle que lo amaba. Excitada y nerviosa,
dejó el despacho temprano para preparar la escena para una velada
romántica.
Aidan colgó lentamente y se quedó mirando por la ventana.
–¿Qué pasa? –preguntó Logan, que estaba sentado al otro lado
del escritorio–. ¿Quién era? Tienes cara de haber recibido una mala
noticia.
–Ellie me ha invitado a cenar en su casa –dijo Aidan, pensativo.
–¡Aidan, creía que pasaba algo malo!
–Es que puede serlo –dijo Aidan, a la vez que trataba de adivinar
qué tenía Ellie en mente–. ¿Qué estará planeando?
–Tienes razón, es vergonzoso –dijo Logan con sorna–. ¡Invitarte
a cenar! ¡Cómo se atreve! Espero que le des su merecido.
Aidan le dedicó un gesto grosero.
–Ríete todo lo que quieras, pero no tiene ninguna gracia. Ellie
lleva cuatro días conspirando con Sally y de pronto me invita a cenar.
–¡Qué vergüenza! No me extraña que estés aterrorizado.
–¿Quién dice que estoy aterrorizado?
–Deberías estarlo. Puede que te eche un afrodisiaco en la
bebida y te convierta en su esclavo sexual.
–No pienso seguir hablando contigo –dijo Aidan, poniéndose en
pie.
Logan rio.
–Eres un paranoico. Seguro que no es más que una cena
seguida de sexo tórrido. No sé de qué te quejas.
–Visto así... –dijo Aidan.
–Creemos demasiado en los poderes de Sally –dijo Logan.
–Será porque tenemos pruebas suficientes –dijo Aidan,
frunciendo el ceño.
–¿Por ejemplo? –preguntó Logan.
Aidan enumeró una lista, puntuándola con los dedos:
–Primero, Sally habla con Grace; segundo: te casas con ella.
¿Qué más pruebas quieres?
Logan se fingió asombrado.
–¡Dios mío, no me había parado a pensarlo! Tienes razón. ¿Y
qué vas a hacer al respecto?
–No lo sé. Ya he aceptado la invitación.
–Cancélala.
–No quiero herir sus sentimientos –dijo Aidan, pensativo.
–¿Qué más te da? Puede que sea la manera de esquivar la bala
si lo que pretende es casarse contigo.
–Lo sé –Aidan suspiró–. Pero no puedo plantarla. Además,
recuerda que Ellie estaba dispuesta a tener un hijo de un donante
anónimo. No tiene ningún interés en casarse. Es una tontería que me
preocupe.
–Entonces, ¿por qué te preocupas?
–No me preocupo. Tenemos un contrato firmado. Solo me he
dejado llevar por la obsesión de los Duke con los poderes de Sally.
–Problema resuelto.
Aidan resopló.
–No te creas.
Logan lo miró con sincera compasión.
–Escucha una cosa, hermano: si te hace sentir mejor, estoy
dispuesto a hacer un intercambio.
Aidan enarcó las cejas y valoró las ventajas e inconvenientes de
la oferta. El intercambio era un viejo truco de los gemelos al que
habían recurrido en distintas ocasiones. Solo unos meses antes, lo
habían usado con Grace, pero esta no había tardado ni un minuto en
echarse a reír al descubrir a Aidan haciéndose pasar por Logan.
Para Aidan, esa era la mayor declaración de amor que una mujer
podía hacer. Después de todo, su madre nunca había sido capaz de
distinguirlos. Y hasta aparecer Grace en sus vidas, habían podido
engañarlas a todas. Por eso Aidan había pensado que era la mujer
perfecta para su hermano.
–No servirá de nada. Ellie nos distingue perfectamente.
Recuerda el otro día, cuando estabas en mi escritorio –dijo finalmente.
–Puede que fuera suerte –dijo Logan.
–Es cierto.
Tras reflexionar unos segundos, Aidan decidió probarlo. Al
menos así Logan dejaría de provocarlo con el tema de Ellie.
–Está bien. Probémoslo.
–Perfecto –dijo Logan, sonriendo a la vez que se frotaba las
manos–. Pero no se lo digas a Grace. ¿A qué hora habéis quedado?
Ellie acababa de encender las velas cuando llamaron a la puerta,
y fue a abrir con un cosquilleo en el estómago.
–Hola –saludó con una tímida sonrisa.
–Hola –dijo él, ofreciéndole un ramo de flores rosas y moradas–.
Para ti.
–¡Qué preciosidad! Gracias –dijo Ellie. Y con un gesto de la
mano, le indicó que pasara–. Adelante.
–Gracias.
Ellie iba a preguntarle a Logan por qué había venido él y no
Aidan, pero supuso que si a este le pasaba algo, Logan se lo habría
dicho de inmediato. Así que quizá Grace y Aidan iban a reunirse con
ellos más tarde.
–Estás preciosa, Ellie –musitó Logan.
–Gracias. Tú también estás muy guapo. ¿Te importa abrir el
champán? –preguntó, señalando una mesa donde había unos
aperitivos.
Logan sirvió dos copas y preguntó:
–¿Por qué quieres que brindemos?
Ellie sonrió al darse cuenta de que Logan no iba a darle ninguna
explicación. ¡Estaban tomándole el pelo! Probablemente, Aidan
esperaba en el porche e iba a entrar en cualquier momento gritando:
«¡Sorpresa!».
–Brindemos por las sorpresas –sugirió, entrechocando su copa
con la de Logan.
–Por las sorpresas –Logan dio un sorbo y dejó la copa sobre la
mesa–. Ven aquí –alargó la mano y atrajo a Ellie hacia sí hasta
tomarla por la cintura–. Así estamos mejor.
Ellie no pudo contener la risa a la vez que intentaba separarse
de él.
–¿Qué pasa, cariño? –preguntó él–. Por favor, no llores.
–No estoy llorando –dijo ella cuando pudo hablar.
–¿Qué estás haciendo?
–Eso mismo me pregunto yo, Logan –dijo ella, sacudiendo la
cabeza–. ¿Qué haces aquí?
–¿Logan? –dijo él fingiéndose desconcertado–. No soy Logan.
Soy Aidan.
Ellie puso los brazos en jarras.
–Logan, ¿sabe Grace que estás aquí?
–¿Por qué iba a saberlo? Deja de llamarme Logan.
–Está bien –Ellie lo tomó por la camisa y tiró de él hacia sí.
Mirándolo fijamente, dijo–: Bésame.
Logan tragó saliva.
–¿Por qué no tomamos un poco más de champán?
Ellie le dejó ir, pero le dio una palmada en el brazo.
–Solo después de que me digas a qué estás jugando. ¿O
prefieres que llame a Grace para preguntárselo?
–Maldita sea, Ellie –dijo él, metiendo las manos en los bolsillos–.
¿Cómo demonios has sabido que era yo?
–¿Bromeas? Puede que seáis gemelos, pero es fácil
distinguiros.
–No es verdad. ¿Cómo?
Ellie dio un sorbo al champán.
–No lo sé. Pero os diferenciáis en muchas cosas.
–¿Por ejemplo?
–No se puede negar que los dos sois muy guapos –dijo Ellie,
riendo.
–Eso sí es verdad –dijo Logan. Al ver que Ellie reía, insistió–.
¿Qué más?
Ellie reflexionó sobre las sutiles diferencias que había entre los
dos hermanos, sin saber por dónde empezar.
Miró a Logan intentando imaginar que se trataba de Aidan, pero
le resultó imposible. Eran prácticamente iguales, los dos eran
extremadamente guapos, tenía el mismo cabello casi negro, los ojos
azules... Pero Aidan era más... cálido, alguien a quien era fácil amar.
Claro que probablemente Grace no habría estado de acuerdo con ella.
–Cuando Aidan sonríe –empezó finalmente–, sus labios se
curvan más que los tuyos.
–¿Ah, sí?
–Sí –dijo Ellie con vehemencia–. Y sus ojos brillan más.
–¿Tú crees? –Logan arqueó las cejas–. ¿Te has planteado
alguna vez que puede que seas tú quien despierta esa sonrisa tan
luminosa?
Ellie se paró a pensar unos segundos.
–No –dijo.
–Pues debías pensarlo.
Por más que la idea la halagara, Ellie prefirió ignorar esa
hipótesis y continuó:
–Aidan es un poco más ingenioso que tú.
Logan alzó una mano.
–¿Estás insinuando que es más inteligente que yo?
–No –dijo Ellie, riendo–, pero sí es más sarcástico.
Lo cierto era que Aidan le hacía reír, le hacía querer ser mejor
persona, despertaba en ella el deseo de pasar la vida con él. Pero no
estaba dispuesta decirle nada de eso a su hermano.
–¿Quieres decir que te hace reír?
–Así es.
–Una vez más, la culpa es tuya –dijo Logan, sonriendo.
–¿A qué te refieres?
Logan se encogió de hombros.
–Habéis viajado tanto juntos que habéis desarrollado una
estrecha amistad. Y Aidan solo muestra su lado sarcástico y socarrón
con la gente más próxima. Como yo... O tú.
–Pero tú y yo también hemos viajado.
–Sí, pero no tan a menudo como vosotros.
–Y también te considero mi amigo.
–Como yo a ti. Pero entre nosotros no hay la misma
efervescente química que existe entre vosotros.
Ellie notó que se ruborizaba.
–Menos mal. O Grace querría acabar conmigo.
Logan rio hasta que de pronto se puso serio.
–A todo esto, Ellie, ¿por qué no te sientes atraída por mí?
Ellie sonrió.
–Suenas ofendido.
–Porque lo estoy –dijo él, fingiéndose enfurruñado–. Tengo tanto
encanto como Aidan.
Ellie rio y le dio una palmadita en la mejilla.
–Claro que sí. Y Grace es una mujer muy afortunada.
–Eso es verdad –dijo él, sonriendo.
–Y seguro que se está preguntando dónde estás.
–Sabe que estoy cenando contigo.
–¿Solos?
Logan hizo una mueca.
–No exactamente.
Ellie miró la hora.
–Si te das prisa estás a tiempo de llegar a cenar con ella.
Logan la miró fijamente como si quisiera asegurarse de que no le
iba a sentar mal quedarse sola.
–Tranquilo. Estoy perfectamente –dijo ella con una amplia
sonrisa, leyéndole el pensamiento.
–Está bien –dijo él tras una pausa–. Me voy.
La sonrisa se le borró de los labios a Ellie al darse cuenta de
Aidan no tenía la menor intención de pasarse a verla. Aun así, supuso
que debía sentirse halagada de que los dos hombres se hubieran
tomado la molestia de engañarla, pero necesitaba hacerle una
pregunta.
–Logan, ¿puedes decirme algo antes de irte? –preguntó al
acompañarlo a la puerta.
–Claro.
–¿Dónde está Aidan? ¿Ha quedado con otra mujer?
Logan se volvió bruscamente.
–¿Qué? ¡Por supuesto que no! ¿Qué te hace pensar eso?
Ellie se mordió el labio con gesto ansioso.
–No se me ocurre ninguna otra explicación a que hayas venido
tú en lugar de él. Pensaba que igual se había encontrado con
alguien... Pero quizá solo esté ocupado –irritándose consigo misma
por sonar tan débil, rectificó–. Da lo mismo. Olvídalo. Pásalo bien y
saluda a Grace de mi parte.
–Espera, Ellie –Logan le tomó el brazo–. Ha sido una tontería
que se me ha ocurrido a mí. Solíamos hacerlo en el pasado y he
pensado que sería divertido probarlo contigo. Eso es todo.
–Pero a Aidan le ha parecido una buena idea.
Logan se encogió de hombros y a modo de disculpa, dijo:
–No le he dado opción.
–¿Por qué?
–Mira Ellie, le importas un montón a Aidan, y por eso mismo está
aterrado. Cuando le has invitado a cenar esta noche...
Ellie asintió, adivinando lo que seguía.
–Cree que quiero presionarlo.
–Sí. Y por más que se resista, eso es lo que quiere. Así que
hazme un favor.
–¿Cuál?
–No te des por vencida –dijo Logan son una sonrisa de
complicidad.
Capítulo Diez
–Está enamorada de ti.
–No digas tonterías –dijo Aidan, aunque la sugerencia le produjo
un golpe de calor en el pecho. Silenció el partido de baloncesto que
estaba viendo–.
–Ha sabido que era yo en cuanto ha abierto la puerta. Así que
me he disculpado y me he ido.
–¿La has dejado sola? –preguntó Aidan, sin saber por qué le
inquietaba.
–Si –dijo Logan–. Una vez se ha dado cuenta de que no ibas a ir,
no parecía especialmente interesada en continuar la velada. Más bien
parecía dolida. Pero la cuestión es que solo Grace había sido capaz
de distinguirnos tan rápidamente.
–No me gusta lo que insinúas –protestó Aidan–. ¿También tú
has decidido hacer de celestino?
Logan resopló y, plantándose delante de Aidan, le amonestó con
el dedo.
–¿Recuerdas cuando hicimos el intercambio con Grace?
–Claro –dijo Aidan.
Pero frunció el ceño al recordar los detalles. Había sido él quien
había sugerido recurrir al truco porque estaba convencido de que
Grace solo quería utilizar a Logan como trampolín en su carrera
profesional. Pero a los pocos segundos de encontrarse en la playa,
Grace había sabido que no era Logan.
A Aidan le habían bastado unos minutos para darse cuenta de
que Grace amaba a su hermano sinceramente.
Resultaba increíble que las circunstancias hubieran cambiado de
tal manera que Logan y él hubiera intercambiado papeles.
Pero daba lo mismo lo que su hermano pensara, porque no
podía ser verdad. Ellie no le amaba. Solo quería un bebé, no una
relación estable.
Aidan miró a su hermano, que seguía bloqueándole la visión de
la pantalla.
–Ellie nos conoce desde hace mucho más tiempo que Grace, así
que es lógico que nos distinga.
–No a simple vista. Además, nos ha distinguido desde que nos
vimos por primera vez en Nueva York. Dice que sonreímos de una
manera distinta, o algo así.
Aidan se concentró en recordar. ¿Ellie siempre había sido capaz
de diferenciarlos?
–Venga ya.
–De verdad, ha descrito tu sonrisa. Y tus ojos –dijo Logan con
expresión escéptica.
–Cierra la boca –dijo Aidan.
Logan alzó las manos.
–Es verdad, tío. Ha sido una conversación patética. Ya ves qué
sacrificios hago por ti.
Aidan resopló con sorna, pero al instante preguntó:
–Así que la has dejado sola.
–Sí. Y ahora voy a dejarte a ti y me voy a casa con mi mujer.
Ellie echó el cerrojo y apagó la luz del porche. Aunque estaba
desilusionada y dolida con Aidan por no haber aparecido, también se
sentía esperanzada después de hablar con Logan.
Aidan sabía que le había hecho daño y en aquel momento, ante
su puerta, se preguntaba si le dejaría pasar o si le echaría. Tampoco
sabía muy bien qué quería decirle, aparte de pedirle perdón. ¿O en
realidad quería oír de sus labios lo que había dicho Logan, que Ellie lo
amaba?
Aidan apartó aquellas preocupaciones de su mente, llamó a la
puerta y esperó.
Ellie tardó en abrir lo bastante como para que Aidan llegara a
temer que no quisiera hablar con él. Cuando finalmente lo hizo, estaba
en pijama y bata.
–Aidan, ¿qué haces aquí?
–Me has invitado a cenar –se apresuró a decir él.
–Así es, pero como no has venido, he congelado la comida –Ellie
pareció dudar si hacerle pasar o no, pero acabó por abrir la puerta–.
Adelante.
Una vez dentro, Aidan la abrazó y le acarició el cabello,
musitando disculpas.
–Lo siento, lo siento. Soy un idiota. Mi hermano y yo a veces nos
comportamos como si tuviéramos doce años. Para compensarte,
¿dejas que te invite mañana a cenar?
Ellie respiró profundamente y dijo:
–Muy bien. Gracias.
–¿Qué más puedo hacer para demostrarte cuánto lo siento?
–Aidan, sé que lo sientes –dijo ella en un susurro.
Aidan la besó con dulzura.
–¿Me dejas pasar la noche contigo?
–¿Por qué?
Él la miró sorprendido.
–Porque estamos juntos. Yo te gusto. Tú me gustas... Y, ya
sabes...
–¿Yo te gusto?
–Claro que sí –Aidan se pasó las manos por el cabello,
impacientándose consigo mismo–. Lo sabes perfectamente.
Ellie suspiró de nuevo y le tomó el rostro entre las manos.
–Lo que sé, Aidan, es que te amo. Ya sé que no quieres oírlo,
pero es lo que siento. Y después de hablar con Logan, he decidido
que tengo que ser sincera. Si a pesar de saberlo, quieres quedarte,
eres bienvenido.
Sin mirarla de frente, Aidan se abrazó a ella y, ocultando el
rostro en su cabello, dijo:
–Quiero quedarme.
Aidan no había repetido las palabras de Ellie. Había vuelto a
disculparse por intercambiarse con Logan; y ella le había perdonado
con una sonrisa.
Pero Ellie no podía negar que se sentía dolida. Tendría que vivir
con ese dolor porque no tenía opción. Y decir la verdad le había
sentado bien.
Las dos semanas siguientes, se sumergió en el trabajo y evitó
cualquier conversación de tipo personal con Aidan. Siguieron pasando
las noches juntos, pero Ellie solo hablaba de trabajo.
Ella ya le había confesado su amor, Aidan sabía lo que sentía,
así que no valía la pena repetirlo. Además, si se dejaba llevar por sus
sentimientos, acabaría por creer que había un posible futuro para ellos
y olvidaría que solo tenían en común un documento en el que se
especificaba que compartían un objetivo: que ella se quedara
embarazada. Una vez lo lograran, Ellie estaba segura de que Aidan la
evitaría y ya solo se verían fuera del trabajo cuando quisiera ver al
bebé.
Aidan detuvo el bote de pesca en un lugar apartado de la bahía,
lejos del hotel. Logan colocó las sillas y las cañas, antes de sacar de la
nevera portátil dos cervezas y pasarle una a Aidan.
Este le dio un trago, la dejó en el compartimento de la silla
diseñado para ello, puso el cebo en el anzuelo y lanzó el hilo.
–¡Qué buen día! –dijo, acomodándose.
–Sí –Logan se sentó a su lado y lanzó su caña–. Me encanta
este sitio. La mejor decisión de nuestras vidas fue comprar esta isla.
–Desde luego.
Pescaron en un cómodo silencio hasta que Aidan dijo
súbitamente:
–Ellie me está volviendo loco.
Logan rio.
–Debía haber apostado algo a cuánto tardarías en hablar de ella.
–No tiene ninguna gracia –dijo Aidan–. Trabaja sin parar.
–Por si te has olvidado, Ellie es ahora nuestra socia –dijo Logan–
. Cuanto más trabaje más dinero ganaremos. Así que debería ser algo
positivo.
–Ya lo sé –contestó Aidan, contrariado–, pero me preocupa. Está
obsesionada, no habla de otra cosa.
–Vuestras conversaciones de cama deben ser apasionantes.
–Cállate.
–Bueno, eso si seguís... –Logan hizo un gesto con los dedos.
–Que te calles –repitió Aidan con firmeza.
–¿Eso quiere decir que no?
–No tenemos ningún problema en ese departamento –masculló
Aidan–, pero incluso en esas circunstancias, Ellie solo habla de
trabajo.
–Quizá sea un mecanismo de defensa –dijo Logan a la vez que
se ajustaba la gorra.
–¿Qué quieres decir?
–Míralo desde su punto de vista –dijo Logan–. Está enamorada
de ti pero como sabe que tú no vas a comprometerte, está empezando
a marcar distancias.
–Gracias, Freud.
–Oye, tú me lo has preguntado. Además, no hace falta ser
psicólogo para verlo. Basta con no estar ciego.
–La culpa de todo la tienes tú –dijo Aidan súbitamente.
–¿A qué re refieres? –preguntó logan, atónito.
–Ellie empezó a cambiar la noche del intercambio.
Logan dejó escapar una carcajada.
–Perdona, pero empezaste a estar paranoico con Sally.
Aidan se quedó pensativo. Aunque Logan no tuviera razón,
recordó que había llegado a mostrarse hostil con Sally, y decidió
llamarla para disculparse.
Recogió el hilo, cambio el cebo y volvió a lanzarlo, mientras
continuaba pensando en Ellie.
En realidad, Aidan ni siquiera sabía qué era el amor. Solo sabía
que quería estar con ella todo el tiempo.
Dos días más tarde, Ellie observaba atónita la cruz rosa que se
había dibujado en la prueba de embarazo.
–¡Dios mío! –susurró–. ¡Estoy embarazada! –exclamó, haciendo
una pirueta en la cocina. El corazón le latía con fuerza en el pecho–.
Verás cuando se lo diga a Aidan. Va a estar...
Se detuvo bruscamente y respiró profundamente. ¿Cómo iba a
reaccionar Aidan? Encantado, se dijo Ellie. Y volvió a bailar. Pero una
vez más, perdió el ritmo. Iba a ser madre. Eso era lo importante y no
sus estúpidos sueños de una familia que incluía a Aidan. Una cosa era
que quisiera dar su apoyo al bebé, tal y como estipulaba el contrato, y
otra muy distinta que se fuera a enamorar de ella y vivieran juntos.
Eso no significaba que no fuera a estar encantado con la noticia.
Era un buen hombre y aunque no la amara, Ellie sabía que sentía
afecto por ella. Sacudió la cabeza. Aquel no era el momento de
concentrase en lo malo: estaba embarazada. Su sueño se había
cumplido, y este nunca había incluido a un hombre.
Por otro lado, era inevitable que se le pasaran aquellos
pensamientos por la cabeza. Porque el hombre en cuestión era uno
concreto, Aidan. Y a Ellie le costaba imaginar su vida sin él, sin sus
brazos arropándola, sin poder acurrucarse contra su maravilloso
cuerpo, sin rozar su piel, o besar sus labios.
En el pasado, Ellie se habría sentido incómoda con las fantasías
sexuales, pero ya no. Gracias a Aidan había descubierto su
sexualidad, y eso no iba cambiar aunque estuviera embarazada. De
hecho, estaba ansiosa por explorarla aún más, y quería hacerlo con
Aidan.
Se abrazó a sí misma y, cerrando los ojos, rezó agradecida por
la criatura que llevaba en su vientre, porque creciera saludable y feliz.
Y también para que Aidan abriera los ojos y se diera cuenta de que
ella y el bebé eran su familia. Lo primero que tendría que hacer, era
contárselo.
Ellie salió de su casa con paso firme y cruzó el bosque de
cocoteros para ir en busca de Aidan y contarle la noticia. Cuando
dobló la esquina hacia la terraza del bar lo vio caminar hacia una mesa
y el corazón le dio un vuelco al ver lo guapo que estaba.
Ellie levantó el brazo para saludarlo, pero justo en ese momento,
una de las mujeres que estaba en la mesa se puso en pie de un salto
y se colgó de su cuello. El biquini que llevaba apenas cubría sus
voluptuosas curvas. Desde donde estaba, Ellie pudo oír sus grititos de
alegría. Las otras tres mujeres que la acompañaban comentaron lo
bastante alto como para que llegara a Ellie que la amiguita de Aidan
había estado en la isla con anterioridad y aquel era el hombre del que
les había hablado.
La visión se le nubló y sintió unas náuseas que no tenían nada
que ver con el embarazado, sino con haber sido lo bastante estúpida
como para enamorarse de un hombre cuyo objetivo había sido que no
dejara la compañía.
Mientras se alejaba precipitadamente del bar, Ellie pensó que no
podía acusarle de faltar a su palabra. Había cumplido los dos términos
del acuerdo. Y había llegado el momento de que recuperara su propia
vida.
Siendo así, la cuestión para Ellie era cómo poder seguir viviendo
en la isla, trabajando con Aidan, cuando sabía que lo amaba y que no
era correspondida.
Hasta ese momento se había sentido capaz de hacerlo, pero tras
la escena que acababa de presenciar, cambió de idea. No concebía
estar cuidando de su bebé mientras Aidan flirteaba con las huéspedes
del hotel.
Eso tampoco significaba que fuera a huir como una cobarde. Ella
era una profesional y se negaba a renunciar a su vida y a sus
amistades de la isla. Adoraba aquel lugar, así que marcharse no era
una opción.
Por otro lado, no iba a negarle a su hijo la posibilidad de tener
una relación con su padre. Porque aunque Aidan no tuviera intención
de casarse, era un buen hombre y querría estar cerca de su hijo.
Solo le quedaba una salida: se quedaría en la isla, pero se
mudaría al pueblo, o a la costa sur, aunque dejar la casa que había
llegado a considerar su hogar le resultara casi insoportable.
–Dios mío –susurró.
Se sentía demasiado confusa para pensar. Por el momento
necesitaba ir a algún sitio, alejarse y reflexionar. A algún sitio tranquilo
fuera de la isla para no caer en la tentación de ir en busca de Aidan y
suplicarle que la amara.
Pero no, ella nunca haría algo así. No sería como su madre.
Echó a correr hacia su casa y al llegar preparó una bolsa de
viaje con ropa para varios días, un neceser y algunos libros. Luego fue
a la cocina a hacer cuatro llamadas. A continuación, envió un mensaje
de texto a Aidan anunciándole que dejaba la isla por unos días, que le
había surgido una emergencia.
Cerró la puerta de la casa con llave y fue al hotel. Para evitar
encontrarse con Aidan entró por la cocina y cruzó el vestíbulo hacia la
entrada en la que la esperaba la limusina que había pedido.
–¡Ellie!
Oyó que la llamaban cuando justo llegaba al vehículo. Al
volverse, vio a Grace, que trotaba hacia ella.
–Hola. Te he visto pasar por el... –dijo Grace cuando llegó a su
lado. Al ver la bolsa preguntó–: ¿Vas a alguna parte?
En ese momento el chófer se bajó y tomó la bolsa de las manos
de Ellie.
–Voy a visitar a mi hermana un par de días.
Grace le dio un abrazo.
–¿Va todo bien? –preguntó.
–Sí. No. Sí. ¡Oh, Dios! –Ellie estalló en llanto.
–Cariño –Grace la abrazó de nuevo–. ¿Qué te ha hecho Aidan?
–¿Aidan? Nada. No pasa nada –Ellie se secó las lágrimas
precipitadamente–. Solo me voy un par de días, pero las despedidas
siempre me emocionan. Como las bodas.
–A mí me pasa lo mismo –dijo Grace, comprensiva. Ellie supo
que no la había engañado, pero que era tan considerada como para
fingir que la creía–. Si necesitas cualquier cosa, llámame. Y vuelve
pronto. Sabes que aquí todos te queremos.
–Lo sé –dijo Ellie, sorbiéndose la nariz y dominando las ganas
de llorar–. Gracias, Grace. Tengo mucha suerte de que seas mi amiga.
–Yo sí que tengo suerte contigo –Grace le apretó el brazo–. Y
Aidan. Te aseguro que te necesita mucho más de lo que cree.
–Ya veremos –dijo Ellie. Y forzó una amplia sonrisa–. Tengo que
irme o perderé el avión.
–Adiós, Ellie. Hasta pronto –se despidió Grace.
–¿Cómo que se ha ido? ¿Adónde?
–Lo siento, señor Sutherland –dijo la secretaria–. Solo ha dejado
dicho que se ausentaría por unos días.
Aidan volvió a su despacho con el ánimo ensombrecido.
¡Adónde demonios se había ido!
La había visto marcharse del bar hacía una hora y la habría
seguido de no haber sido interceptado por unas huéspedes que
insistieron en charlar con él.
No iba a empezar a quejarse de las turistas que les
proporcionaban tan buenas ganancias, pero tenía que admitir que
estaba saturado de mujeres ricas cuyo único objetivo era gastar
dinero. Además, nunca había comprendido que estuvieran
maquilladas y arregladas como para salir de noche incluso cuando
estaban en la piscina. Pero esa era otra cuestión.
Como sabía que Ellie lo había visto, cuando vio que se
marchaba en lugar de esperarlo dedujo que estaba ocupada y que se
verían más tarde. De hecho, había planeado raptarla y pasar con ella
una romántica tarde haciendo el amor en la cascada del bosque.
Pero al llegar al despacho había encontrado un mensaje en el
que le decía que se iba de la isla. Aidan la llamó al instante, pero no
obtuvo respuesta alguna.
–Espero que estés contento.
Aidan se volvió hacia la puerta y vio a Grace.
–¿Por qué? ¿A qué te refieres?
–Solo sé que Ellie es lo mejor que te ha pasado en la vida y que
vas a perderla.
–No es verdad –dijo Aidan, ansioso–. Dime dónde ha ido.
–¿Por qué?
Aidan miró a Grace atónito.
–¿Cómo que por qué? Porque la necesito aquí.
–Sí, pero ¿por qué? –Grace se cruzó de brazos y lo miró
fijamente–. ¿Ha olvidado firmar algún contrato? ¿Tiene que ver a
algún cliente?
Logan se acercó y le pasó el brazo por los hombros a Grace.
Aidan le lanzó una mirada furibunda, pero su hermano se limitó a
sonreír.
–No tengo tiempo para que me entretengáis –dijo Aidan,
comprobando por enésima vez si tenía un nuevo mensaje de Ellie.
Grace dio una patada al suelo con un resoplido de impaciencia.
–Aidan, ¿por qué quieres que Ellie vuelva?
–Eso –preguntó Logan–. No tenemos nada urgente entre manos.
Deja que se vaya unos días.
–No. La necesito aquí.
–¿Por qué? –preguntó Logan.
–Dejadme en paz. Los dos –dijo Aidan, airado.
–¿Cómo puedes ser tan testarudo? –dijo Grace, sacudiendo la
cabeza.
–¿Podéis dejarme tranquilo? –dijo Aidan, al borde de perder la
paciencia.
–Apenas hemos empezado –dijo Logan. Y acercándose al
mueble bar, sirvió dos whiskies y le pasó uno a Aidan. Luego se sentó
en una butaca y tomó a Grace de la mano para sentarla en su regazo.
–¡Vaya, supongo que no tengo salida! –masculló Aidan,
sentándose tras el escritorio.
–Me da lo mismo que seas tan idiota como para negarte a
admitir que estás enamorado de Ellie –dijo Logan–. Pero no estoy
dispuesto a perder a la mejor socia solo porque seas un cabezota.
–¿Qué le has hecho a Ellie para que se haya ido?
Aidan recordó que cuando vio a Ellie en la terraza, esta lo había
mirado y súbitamente había cambiado de trayectoria. ¿Por qué?
De pronto lo supo.
–Maldita sea –masculló Aidan–. Unas huéspedes estaban
coqueteando conmigo. Fue entonces cuando Ellie...
–Pero Ellie no es celosa –dijo Logan–. Debiste decirle algo.
–No es celosa, pero tiene un corazón delicado –dijo Grace–. Y
sabe que tú no estás dispuesto a entregar el tuyo. Puede que al verte
con esas mujeres haya sido más consciente que nunca.
Aidan se pasó las manos por el cabello con gesto de
desesperación.
Aunque odiara admitirlo, lo que decía Grace tenía sentido.
–¿Por qué no reconoces que la amas tanto como ella a ti? –dijo
Logan–. Puedes confiar en ella, Aidan. No te hará daño.
–Mira quién habla, el experto en relaciones –dijo Aidan con
sarcasmo.
Logan rio.
–Cambiar de opinión no es pecado –dijo, sonriendo a su mujer y
haciéndole una carantoña.
Saturado con la imagen de los dos tortolitos, Aidan se sirvió otra
copa, fue junto al ventanal y contempló la magnífica vista de las
palmeras que se mecían sobre el fondo de la blanca arena de la playa
y el agua turquesa de la bahía de Alleria.
Aquello era todo por lo que había luchado y sin embargo, en
aquel instante no significaba nada para él, porque Ellie no estaba a su
lado. ¿Sería esa la verdadera razón de que hubiera insistido en que se
quedara?
De pronto lo vio claro. No era por el negocio, sino porque la
quería cerca. A su lado todo era mejor, todo funcionaba.
Solo se había ido hacía una hora y ya la echaba de menos. La
necesitaba. La isla como símbolo de todo lo que había logrado en la
vida no significaba nada si no podía compartirla con la persona a la
que había llegado a amar más que a ninguna otra en el mundo.
–¿Tienes un plan? –preguntó Logan.
Aidan apretó los dientes, sabiendo perfectamente lo que tenía
que hacer. Apuró la copa, y dejando con ímpetu el vaso sobre la
mesa, miró a Grace y a su hermano.
–Voy a suplicarle que vuelva.
–¿Por qué? –preguntó Grace con dulzura.
Aidan sonrió al darse cuenta de que esa era la misma pregunta
que Ellie le había hecho la noche en que Logan y él se habían
intercambiado. Cuando fue a su casa y le pidió que le dejara pasar la
noche con ella, Ellie había preguntado: «¿Por qué, Aidan?».
–Porque la amo –dijo.
–Buena respuesta –dijo Logan–. Puede que funcione.
Ellie se había acomodado en el sofá para echar una cabezada
cuando sonó el timbre de la puerta. Por un instante, se tensó
pensando que podía ser Aidan, pero al instante se dijo que era
imposible.
Aidan estaba a mil quinientos kilómetros de Atlanta. Brenna
acababa de irse a hacer la compra después de dejar a los niños en el
colegio y Brian, su cuñado, estaba en el trabajo. Así que, como Ellie
estaba muy cansada, decidió no contestar.
Al oír que llamaban de nuevo, gruñó. Quizá era algún conocido
de Brenna y debía contestar. El timbre sonó de nuevo, dejando claro
que quienquiera que fuera no pensaba marcharse.
–¡Ya va, ya va! –masculló mientras iba a abrir. Cuando lo hizo,
creyó que estaba soñando y las piernas le flaquearon–. Aidan –
susurró.
Sin esperar a que lo invitara él entró, cerró la puerta, la abrazó y
la besó.
Ellie se dejó envolver por su presencia, su aroma, el sabor de
sus labios, y rezó para que aquel instante se prolongara.
Pero era imposible.
–Ellie, sé que me amas –dijo Aidan cuando rompió el beso–.
Quiero que vuelvas a casa.
–Si has venido a decirme que estoy enamorada de ti, es mejor
que te vayas –dijo ella, impasible.
–No lo niegues –dijo él–. Me amas.
Ellie se alejó de él con paso firme y de pronto se volvió.
–¿Por qué voy a negarlo si ya te lo he dicho? Pero si piensas
que voy a dejarlo todo y a volver contigo a Alleria estás muy
equivocado.
–Te necesitamos, Ellie.
–¿Quién? –preguntó ella, elevando la voz.
Aidan resopló.
–Está bien: yo te necesito. No sé dar un paso sin ti.
–Vaya, me necesitas –dijo ella, airada–. No parece que eso te
haga muy feliz. Admítelo, Aidan, harías cualquier cosa para que siga
trabajando con vosotros.
–Me da lo mismo el trabajo. Por mí, como si dimites mañana
mismo –replicó él–. Quiero que vuelvas porque te necesito en mi vida.
–Pero si tienes a todas las mujeres que quieras –dijo Ellie. Y se
arrepintió al instante de sonar como una harpía celosa.
Obviamente, Aidan sabía a qué se refería porque de pronto
sonrió, satisfecho.
–Sabía que me habías visto. ¿Por qué no me salvaste de esa
espantosa mujer? Me preparó una emboscada.
–Oh, pobrecito niño –murmuró Ellie.
–Es verdad –dijo él, intentando ponerse serio–. De hecho, iba
camino de buscarte para que nos escapáramos a la cascada para
hacer el amor el resto de la tarde.
Ellie estuvo a punto de suspirar imaginando la escena.
Deseaba tanto a Aidan que se sentía desfallecer, las piernas
apenas se le sostenían.
–Pero te fuiste y no conseguí localizarte –concluyó Aidan–. ¿Por
qué?
Ellie quería decirle porqué, quería echarse en sus brazos y
suplicarle que la amara. Pero en lugar de hacerlo, preguntó:
–¿Qué haces aquí, Aidan?
Él la miró con ojos brillantes.
–He sido un idiota por no darme cuenta en todos estos años de
lo maravillosa que eres. Siempre te he deseado.
Ellie parpadeó.
–¿Y por qué no me has dicho nada?
–¿No has oído que me he llamado idiota?
Ellie estalló en una carcajada.
–Ha sido lo mejor que has dicho hasta el momento.
–Es verdad, Ellie. He sido un estúpido. He tenido que esperar a
que te fueras para darme cuenta de todo el tiempo que he perdido,
pero te prometo que te compensaré –Aidan la tomó por los hombros y
la miró a los ojos–: Te amo, Ellie. Amo todo lo que eres.
–¿Me-me amas?
–Sí. Hasta me gustan tus presentaciones de PowerPoint, tus
severos trajes de chaqueta, la forma en que te pones el lápiz detrás de
la oreja cuando estás concentrada...
–¡Dios mío, Aidan! –dijo ella, tapándose la cara con la manos–.
Haces que suene como si fuera una institutriz.
–Yo adoro a las institutrices –dijo él, tomándole la mano y
besándole los dedos uno a uno–, y los trajes –tras una pausa en la
que la miró con ojos chispeantes, añadió–: Aunque tengo que admitir
que como más me gustas es en biquini.
–¡Me lo imaginaba! –dijo ella haciendo un mohín.
–No sé mentir –dijo Aidan. Y cuando sonrió sus labios se
curvaron tal y como Ellie le había descrito a Logan.
–Oh, Aidan –susurró Ellie.
Él le retiró el cabello de la cara.
–Por favor, vuelve a casa. Eres la única chica en biquini a la que
he amado. Por favor, te echo de menos.
–Yo también a ti.
–Ven a casa y formemos una familia –suplicó Aidan–. No quiero
uno, sino muchos hijos, y siempre sabrán cuánto los amo a ellos y a
su madre. Por favor, vuelve a casa, cásate conmigo y ámame siempre,
Ellie.
¿Cómo poder negarse?
–Te amo tanto, Aidan... Claro que quiero casarme contigo.
–Gracias, muchísimas gracias –susurró Aidan. Y la besó con
ternura.
Cuando abrió los ojos, vio que Ellie tenía una enorme sonrisa.
–Me alegro de que quiera bebés, porque estoy embarazada,
Aidan.
Él abrió los ojos desmesuradamente.
–¡Dios mío! ¿De verdad?
Ellie le tomó la mano y se la llevó al vientre.
–¿Te molesta?
–¿Molestarme? –dijo Aidan. Y soltó una carcajada–. No. Me he
quedado sin habla. Estoy feliz.
Se besaron una vez más y Ellie sintió que su corazón rebosaba
de amor. Cuando abrió los ojos, Aidan la estaba mirando.
–No puedo esperar a llegar a casa –musitó él–. Quiero hacer el
amor contigo toda la noche. Y un día de estos nos tomaremos el día
libre e iremos a la catarata para que pueda explorarte milímetro a
milímetro.
Ella se estremeció de solo imaginarlo. El cosquilleo que sentía
siempre que Aidan estaba cerca había vuelto, y estaba ansiosa por
demostrarle cuánto lo amaba. Compartirían el resto de sus vidas. le
tomó la mano a Aidan y, sonriendo, dijo:
–Llévame a nuestro hogar, Aidan. Llévame a Alleria.
Epílogo
Tres años más tarde
–¿Gemelos? –preguntó Logan, atónito–. ¿Bromeas?
Ellie se acarició el vientre mientras sonreía a Aidan, que puso
una mano sobre la de ella.
–Eso ha dicho el médico –comentó, a la vez que miraba a su
alrededor y sonreía al ver al pequeño Bobby seguir a su primo Jake
colocando sus pies en las huellas que este dejaba.
Había niños por todos lados. Los Duke y los Sutherland había
convertido en costumbre pasar las vacaciones juntos en el acogedor
hotel que los hermanos Duke habían construido en el norte de la isla.
El edificio estaba situado sobre un acantilado y desde él se divisaba
una vista espectacular.
Logan y Grace también había acudido con sus gemelas de
dieciocho meses, Rosie y Lily; y los tres hermanos Duke estaban con
toda su prole. Para Aidan, no había nada mejor que unas Navidades
en el trópico, y estaba ansioso por que llegara la cena, cuando todos
se reunieran alrededor de la mesa.
Por supuesto, Sally y su padre también estaban con ellos. Sally
se había mantenido en contacto permanente con Logan y con él,
incorporándolos a su vida como a cualquiera de sus otros hijos.
–Se ve que los gemelos se dan en esta familia –dijo su padre,
Tom, sonriendo a Ellie afectuosamente.
–Desde luego –dijo Logan, riendo.
Sally posó la mano sobre la rodilla de Tom y preguntó:
–¿Hay más gemelos a los que no conozcamos?
–Sí –dijo Tom–. Mi padre también tenía un gemelo, Ransom.
Pero desapareció durante la Segunda Guerra Mundial.
–¡Qué lástima! –dijo Sally, observando a Rosie y Lily, que
jugaban en la arena.
–Sí –Tom bebió de su cerveza–. Mi padre nunca aceptó que
estuviera muerto. Tenía esa peculiar intuición propia de los gemelos
de que su hermano seguía vivo.
–¿Quieres decir que podrías tener un tío al que no conoces? –
preguntó Sally, abriendo los ojos con sorpresa–. ¿Has intentado
localizarlo?
–No –Tom dejó escapar una carcajada–. Pero algo me dice que
lo vas a convertir en tu nuevo proyecto.
–Así es –contestó Sally con una amplia sonrisa–. Voy a ponerme
a ello en cuanto pueda.
Aidan rio. Si alguien podía localizar a aquel hombre, era Sally.
Durante todos sus años de viudedad, había intentado localizar al
hermano de su difunto esposo, Tom, y cuando finalmente lo había
encontrado, los dos se habían enamorado.
Así que ¿quién mejor que ella para hacer de detective?
–Hay que admitir que eres un genio localizando a gente –dijo
Logan.
Aidan miró a Ellie y cuando esta le sonrió, el corazón le dio un
salto, como siempre que contemplaba a su preciosa mujer.
–Ella me ayudó a encontrarte –susurró.
–Yo creo que nos encontramos mutuamente –dijo Ellie.
Aidan le tomó la mano, sintiéndose afortunado y agradecido por
haber recuperado la cordura en lugar de dejarse llevar por la
obstinación.
En aquel momento, cómodamente echado en la chaise longue
que compartía con su mujer, se sentía el hombre más feliz de la
Tierra. Ellie enriquecía su vida de tal manera que él se esforzaba a
diario por demostrarle cuánto la amaba. Eran los mejores compañeros
en todas las facetas de la vida y se habían proporcionado el uno el
otro lo que más anhelaban, aunque Aidan lo hubiera descubierto más
tarde que Ellie: una gran familia.
Si te ha gustado este libro, también te gustará esta apasionante
historia que te atrapará desde la primera hasta la última página.
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Table of Content
Portadilla
Créditos
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Epílogo
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