EDITORIAL LAS NOVELAS-ABORTO que escriben en nuestra lengua se ilusionaban pensando que algún día Antaño, milesfinalistas de novelistas podrían los quedar en algún anónimos certamen millonario. Ganadores no, eso lo descartaba cualquiera de tal colectivo que no estuviera absolutamente en Babia o que hubiera oído a los organizadores o agentes alardear de presciencia. Pero siempre quedaba la esperanza de arañar el puesto de finalista a fuerza de pura artesanía literaria, y así salir del incómodo anonimato y disponerse a alcanzar el manifiesto destino de cargar sobre los hombros el gravoso pero resultón peso de la fama. Eso sucedía en otro tiempo. Ahora el novelista de entre los miles que proporcionan carne de cañón a los grandes certámenes (¿se imaginan uno de tales en el que solo se presentaran los tres o cuatro candidatos con opción?) empieza a sospechar que quizá no sea más que un mero número para hacer bulto. Y ahora ni siquiera se salvan de la sospecha los premios recientes, o los más modestos de las editoriales llamadas independientes, que últimamente también se llevan autores de la casa. Muchos pensarán que muy mal tiene que estar el sector editorial para que, por ejemplo, el finalista del Planeta se lo lleve un autor tan célebre como Boris Izaguirre ("empiezo a escribir a partir de este premio", declaró con franqueza en la gala). Es cierto que las empresas editoriales y/o mediáticas tiene perfecto derecho a programar sus lanzamientos como mejor crean conveniente, pero quizá deberían apiadarse un poco de nuestro novelista anónimo, quien, al precio en que están las fotocopias y las encuadernaciones y los servicios postales, se gasta un pequeño dineral en concurrir, amén de comprometerse a tener paralizada su novela durante más de medio año. Da, pues, la impresión de que el sector tiende alarmantemente a minimizar los riesgos, y esto se aplica a los autores promocionables. Según los datos de la feria internacional del libro "Liber" referidos a 2006, las editoriales facturaron un 2'8% más respecto a 2005, más o menos igual que el año anterior considerando el incremento delIPC, pero un tercio de los 338 millones de ejemplares publicados se devolvieron como invendidos. Hay, pues, una notable desproporción entre lo que se publica y lo que se compra, y parece que tal desproporción va creciendo y puede agudizar el miedo al riesgo. Por otro lado, los más vendidos en 2006 fueron los sospechosos habituales: El código da, Vinci, La sombra del viento, La catedral del mar, Angeles y demonios, Los pilares de la tierra, Harry Potter y el misterio del príncipe, La conspiración, La hermandad de la sábana santa, Memorias de una geisha y La fortaleza digital. Nada que requiera un excesivo esfuerzo de concentración. Sin duda hoy en día se deben de escribir grandes novelas, de esas que penetran en la esencia del ser humano y elevan la existencia gratificando nuestro sentido estético e iluminándonos la conciencia ética. Pero muchas de ellas dormirán, quizá eternamente, en cajones o discos duros, buscando la "mano de nieve" que pasará de ellas por no reunir los ingredientes -extra o intraliterarios- que las podrían hacer superventas. Ya sé que no es muy original especular sobre cuál habría sido el destino de un Joyce, un Kafka o el mismo Cervantes enfrentados a las crueles leyes del mercado editorial de hoy, pero yo cada vez lo tengo más claro. Y, en este comienzo de noviembre con ecos fúnebres, propongo dedicar un recuerdo para las miles de novelas de autores anónimos que nunca llegaron a nacer al mundo editorial. Un sentido pésame por todas ellas. Por las novelas abortadas. 5