El tratamiento del tema de Eco y Narciso en Calderón Ángel Valbuena-Briones University of Delaware El tema de Eco y Narciso fue muy popular en los siglos XVI y XVII. Calderón contribuyó a él con una pieza mitológica, Eco y Narciso, que se representó en el Retiro, el martes doce de julio de 1661, con motivo del décimo cumpleaños de la princesa Margarita, como consta en un documento publicado por Pérez Pastor (166, 288-89).7 Vinge destacó que el dramaturgo español hizo alteraciones importantes a la historia clásica y que supo conferir unidad a la diversidad expositiva del original ovidiano (240). En este estudio nos proponemos la consideración analítica del paisaje en el drama de Calderón, el escrutinio del desarrollo psicológico del protagonista, Narciso, y la interpretación de sus símbolos y emblemas. Calderón sitúa la acción en una convención bien determinada y conocida. Le otorga los rasgos de una comedia pastoril que tiene lugar en la mítica región de la Arcadia. Es interesante recordar que el poeta madrileño había tratado ya este paisaje literario en una versión de El pastor Fido de Juan Bautista Guarini, realizada en colaboración (Solís y Coello), la cual según Hartzenbusch, se había puesto en escena en el Salón de Palacio en 1656 (678). Calderón escogió para la fiesta un marco idílico, apropiado para la expresión amorosa de los innamorati. Eco y Narciso se inicia con la celebración del cumpleaños de la orgullosa Eco que habita en el valle de Arcadia. Los pastores rinden homenaje a la hermosa zagala y cantan en loor suyo una letra: A los años felices de Eco, divina y hermosa deidad de las selvas, feliz los señale el mayo con flores ufano los cuente el sol con estrellas. (Calderón 1647, 26b) Los arcades, Febo y Silvio, acaban de describir el paisaje en forma depurada y elegante, de acuerdo con la estilística del género («Alto monte de Arcadia, que eminente...», Calderón, 51). Han hecho referencia a las rosas que cubren la floresta, al verdor de los árboles, a los vivos y contrastantes colores de los pájaros, al arroyo junto al que pacen los blancos ganados. Con refinado lenguaje se aluden a las aves como «ramilletes vivos». La declamación del verso sonoro y maleable sugiere un estado de ánimo, un relajamiento de la mente, apto para captar los sentimientos líricos y trágicos del alma (amor, decepción y muerte). Las puertas de la imaginación han abierto un ámbito inmaculado, un recinto alegórico, cargado de símbolos, que establece un tono poético. La consideración crítica de este sitio arcádico revela la riqueza temática del mismo y su vinculación con los mitos de la Edad de Oro y el Edén. La paz del lugar agreste se torna irónica por la melancolía y la pasión de los pastores. Las historias de los enamorados, que comienzan bajo un signo alegre, se ofuscan. Se pronuncian las quejas de amor y se visualiza la confrontación con la muerte. En el retiro idílico luchan fuerzas antagónicas. El mal existe junto al bien. «Arcadia masks an underlying disorder that periodically threatens to surface», ha subrayado Bárbara Mujica en un reciente libro (14). Pero, en donde Calderón es sumamente dramático es en la relación con la historia inicial de Génesis (1-3, Pagels xi-xiv). Bajo la apariencia sensual y halagadora, se observa una tensión, un elemento inquietante que vuelve a evocar la tentación de la serpiente. Un crítico contemporáneo ha indicado que bajo la multiplicidad de un número considerable de dramas Calderonianos encontramos una misma historia (la de la caída del Hombre en el Paraíso Terrenal) y una serie de imágenes en la que esta historia se incorpora . (Herrero, 59) –––––––– 251 –––––––– En Eco y Narciso, la alegría inicial de los arcades se ve perturbada por el recuerdo de la hija perdida de Sileno, y súbitamente se hace referencia a que en las entrañas de la floresta hay un «terrible monstruo fiero, que en él se esconde» (53b). La terrible figura resulta ser Liríope, la muchacha desaparecida, cuyas andanzas mantienen una correspondencia con la historia bíblica.8 El jardín edénico ha sido estudiado como un sistema de conceptos morales y políticos, expresados en forma simbólica. Según San Agustín, la primera culpa se tiende a descifrar como una metáfora de la experiencia sexual (Pagels, Introducción, xxiv). El padre de la iglesia consideró el deseo erótico como pecaminoso. Los niños están contaminados desde su nacimiento por esa falta con la que Adán corrompió la naturaleza humana. El Narciso cristianizado, que presenta Calderón, está condicionado por estas creencias. El origen de este personaje limita su libertad y lo reduce a ser posible víctima de sus sentidos. Tiresias, antes de morir, había declarado a su compañera de estancia la profecía siguiente: Encinta estás. Un garzón bellísimo has de parir; una voz y una hermosura solicitarán su fin, amando y aborreciendo. Guárdale de ver y oír. (61) Calderón ha reelaborado la predicción del relato de Ovidio. El poeta de Sulmo había pronunciado un vaticinio, resaltado por Maraniss, según el cual el joven Narciso alcanzaría larga y madura senectud si no llegara a conocerse («si se non noverit», 348), con la idea de que conocerse («novisse») puede tener el sentido de relacionarse y reconocerse. El dramaturgo español modifica el pronóstico en un acertijo. De acuerdo con esta versión, el muchacho será víctima de la guerra de los sentidos, puesto que el ver y oír le harán caer en la trampa de las apariencias. Se alcanza así una mayor complicación filosófica, asentada en una tradición platónico-cristianizada. Los caminos sensoriales hacia el conocimiento del Bien, en este caso el oído, activado en la obra por una voz melodiosa, y la vista, ejercida en la contemplación de lo bello, pueden descarriar al ignorante. Ficino, en el Comentario al Banquete, de Platón, advierte contra la sensualidad que ofusca el entendimiento del Bien trascendente. En la pieza, como consecuencia de la profecía, Liríope recluye a su hijo en la cueva montañosa, lo cuida con esmero, no le permite salir al exterior, y lo mantiene en una negligente ignorancia de la vida. Pretende así salvarle de los peligros anunciados. Cuando las circunstancias la fuerzan a trasladarse al valle, acepta la nueva residencia, pero sigue ejerciendo una estricta vigilancia sobre el hijo. Las artes mágicas que practica producen un efecto irónico, pues ayudan a que se cumpla el infausto augurio. El juego de los innamorati con el pasatiempo intrascendente del sí/no amorosos ofrece la posibilidad del intrincamiento en la trama. Los pastores, Febo y Silvio, cortejan a Eco y ésta persigue a Narciso. La zagala se siente atraída por la belleza y por el misterio que rodea al nuevo vecino, y en su pecho crece el sentimiento por el rapaz. El cambio de actitud de la muchacha despierta los celos de los galanes de la Arcadia y el despego de Narciso. El discreto Febo, que había cifrado la esperanza amorosa en el concepto de que en la vida todo cambia, y que por ello el desdén de Eco tenía que tornarse en favor («¿Quién mayor tormento alcanza...?» 67-68), declama ahora sus quejas ante la floresta, las alimañas que viven en ella, los pastores y sus ganados, y las aguas cristalinas («Flores de este ameno valle...» 72). El audaz Silvio percibe la nueva afición de la zagala como un agravio realizado contra su persona, y apela a las leyes del honor y la venganza en una tradición conflictiva. Cros, al juzgar las acciones de ambos, afirmó que Febo manifiesta los afectos delicados y profundos, mientras que Silvio formula los suyos en una manera más superficial y convencional (45). Sabido es que Menéndez y Pelayo mantuvo una incomprensión por el teatro mitológico de Calderón al que estimó como un género secundario y ornamental, en el que «el poeta queda siempre en grado y en categoría inferior al maquinista y al pintor escenógrafo» (381). Estos juicios han dejado huella en la crítica contemporánea. Se ha insistido, por ejemplo, en que «estos dramas musicales son mero y puro artificio, pues elevan lo artificioso a tema de la obra» (Maraniss, 87). Se ha considerado a los pastores despersonalizados, como en la presentación de un ballet («The characters are props who speak their own captions», Cascardi, 140). Esta tesis no tiene en cuenta, empero, que el mundo de los pastores constituye el entorno que da proyección y profundidad a la honda y vital problemática de la historia de los protagonistas, con la ruptura de la persona de Narciso y su desvío anómalo hacia la fantasía. Tampoco descifra los símbolos y emblemas, cuya interpretación descubre nuevos aspectos y dirige hacia la descodificación de la obra. –––––––– 252 –––––––– La exposición lineal del tema pastoril renacentista, piénsese en el Aminta de Torcuato Tasso, se torna en una compleja arquitectura dramática con una acción principal (Narciso-Eco) y otras subordinadas (Febo-Eco, Silvio-Eco), que resaltan el papel de la desdeñosa zagala de Arcadia, la cual termina cayendo en la trampa del amor. Este «intrincamiento» del que hablaba Bergamín otorga al drama Eco y Narciso una típica tonalidad barroca, en la que la doble valencia de concordia-discordia / felicidad-caída da carácter a la imaginaria región arcádica. Espacio y tema se complementan en proporciones diligentemente estudiadas, y como en el cuadro Las Meninas, de Velázquez, coordinan un juego de espejos que vamos a examinar a continuación. El desarrollo psicológico de Narciso prepara la escena del clímax. Cuando el mancebo se contempla en el remanso de la fuente, ve su imagen reflejada en el agua, a la que toma por la ninfa que habita en él, y se enamora de ella. Los pasos que conducen a esta situación han sido cuidadosamente ordenados. Narciso abandona el valle, huyendo de Eco, porque la ha identificado con el peligro que amenaza su vida. Se interna en el monte en una excursión cinegética. Las imágenes de la caza ilustran la guerra interior del muchacho. El corzo herido que persigue y que va derramando sangre sobre el césped, denota la turbamulta de su ánimo, ocasionada por la frustrada obsesión amorosa. Narciso, fatigado física y espiritualmente, reposa junto al arroyo en donde quisiera, según la moda pastoril, declamar quejas de amor. Es, entonces, cuando descubre la fuente con el escondido remanso. La sed que padece evidencia el deseo de amar que vibra en su ser. La lucha entre anhelo amoroso y represión lo ha dejado postrado, pero su energía sensual se despierta nuevamente al ver a la supuesta doncella que habita esas aguas. Principia a revelarse el proceso de la inminente ruptura de la estabilidad psicológica del protagonista. El lugares un recinto encubierto en lo intrincado del monte. Está rodeado de arbustos y plantas que se espejean en la superficie del agua, creando una ilusoria dimensión. El líquido es frío y contrasta con el ardor del cazador. Narciso se siente atraído por la engañosa sombra en el cristal. Es en vano que Eco, que ha venido siguiéndolo, trate de comunicarle su error. El derrumbamiento psicológico de Narciso sucede cuando se percata de que se ha enamorado de su imagen. Liríope le explica la trampa del espejo en la que ha caído. «La ninfa soberana», a la que ha rendido «el ser, la vida y el alma» (Calderón 83) es su propio reflejo. La voz de Eco, que repite las últimas palabras pronunciadas por Narciso, le declara a éste «mueras enamorado de ti» (87). El protagonista se convence de que la predicción de Tiresias empieza a cumplirse. Una hermosura, su retrato, y una voz, la de Eco, lo han matado (87). Eco, en un aparte, se había dirigido al espectador y le había explicado la tribulación que ella siente. Sufre vergüenza por el impedimento de no poder exponer sus ideas y quiere esconderse en las grutas de las montañas. La reiteración de las palabras del discurso de Narciso que ella vocaliza exterioriza la ruptura del ver y oír que se opera en ambos personajes. Narciso rechaza la imagen de Eco, aunque escucha su voz, pero acepta la ligazón visual con la ninfa de las aguas, aunque se comunica con ella solamente por falsas señas. En ambos casos los sentidos luchan en confusión. La Arcadia, como en el caso del jardín edénico, constituye el espacio en donde tiene lugar una historia triste. Eco furiosa y Narciso deprimido componen el emblema del caos psicológico-sentimental de estos personajes. Ambos piensan en el suicidio como la salida de su miseria. Los dioses intervienen y acaece el cambio de Eco en aire y de Narciso en flor: Pues ruina de entrambos fueron una voz y una hermosura, aire y flor entrambos siendo. (1674, 46) La magia esconde la destrucción de los desafortunados amantes. Calderón ha construido una «nueva historia» (66) sobre la clásica fábula y la modifica en varios aspectos. Ambienta la acción de la Arcadia en una convención literaria fijada. El joven mancebo, cuatro años menor que el personaje ovidiano, desprecia a una bella desdeñosa, y, como en el antiguo relato, termina enamorándose de sí mismo. Calderón subvierte el mito para subrayar la falta de comunicación y educación que causa el desastrado fin del protagonista. La anécdota encierra, por tanto, una advertencia moral. La falla de Narciso estriba en conceder a la apariencia su decidida afición, sin averiguar lo que esa bella sombra es. Ficino, en el Comentario al Banquete, de Platón, elucubra que una persona entregada al goce de los sentidos ha errado en su conocimiento, pues en vez de seguir una manera digna por la que puede elevarse de su condición sensorial hacia la Belleza, ha perdido su norte oponiéndose a la armonía que brota del orden cósmico. Veamos como se elabora la alegoría. –––––––– 253 –––––––– Tras el encierro de Narciso en la cueva, la vida en el valle le lleva a experimentar las primeras emociones eróticas. La huida al monte, en donde practica la caza, lo dirige al remanso de las soledades. Allí se mira en la fuente. Se prosigue así la indagación de su persona. Víctor Hugo tiene unas frases cuyo contenido puede servir para descifrar el misterio metafórico de esa situación dramática: ¡Cosa inaudita que sea dentro de sí mismo donde tiene que mirar el hombre lo que está fuera! El profundo espejo sombrío está dentro del hombre. Ahí está su terrible claroscuro! (citado por Bergamín, 101) La fuente se ha convertido en un cristal azogado. Narciso viene a ser el arquetipo de un primer narcisismo universal, peculiar de la juventud, al que se refieren los psicólogos, que se modifica por la insistencia en la perturbación mental que le ciega y pervierte. El garzón descubre en el espejo la belleza de la forma, la vanidad de la hermosura pasajera. El mancebo comete el error de entregarse a ella, de, querer sentir trascendentemente la fruición de lo bello, ya que su mente no le salva del mero reflejo de sí mismo. Cuando se percata de su engaño, no tiene ya voluntad para desentenderse del hechizo de esa hermosura entrevista y su personalidad se desintegra en el anhelo de un imposible. La transformación en flor subraya emblemáticamente lo efímero de la aventura y con ella la fugacidad de la vanidad humana. Pérez de Moya en la «declaración moral» del mito expone: Por Narciso se puede entender cualquiera persona que reciba mucha vanagloria y presunción de sí mismo y de su hermosura o fortaleza, o de otra gracia alguna; de tal manera, que a todos estimando en poco y menospreciándolos, creo no ser otra cosa buena, salvo él solo, el cual amor propio es causa de su perdición. (II, 262-63) El mitógrafo español descifra el sentido profundo que encierra el mito. El joven adolescente mirándose en el espejo del remanso representa la servidumbre ante «la sombra de una imagen perecedera» (Ficino, IV, 1323). El mismo Calderón había manejado el aviso ante la ilusión fugitiva en el famoso soneto «Estas que fueron pompa y alegría», en el que las flores son el emblema del desengaño de los sentidos. El conocido tópico del barroco sustenta el sentido de esta historia arcádica.9 La vida de una flor es efímera y vuelve a la tierra sin dejar rastro. Solamente el espíritu vence a la muerte. Aprendida esta verdad moral, se origina una epifanía en el auditorio ante el ejemplo trágico del mancebo, que perdió el camino por su ignorancia filosófica. El espejo de Narciso ofrece, por tanto, una meditación trascendente. La metáfora se amplifica en el escenario del teatro, el cual descubre al espectador una historia codificada. El poeta, Calderón, viene a ser, siguiendo la parábola platónica (The Republic, X, 596-97), como un pintor que dibuja una acción dramática que espejea casos de conducta. La idea de que la comedia sea un «espejo de las costumbres y una viva imagen de la verdad», según el Arte nuevo de Lope de Vega (123-25), y que parafrasea la famosa sentencia de Cicerón, que había recogido Aelio Donato en el tratado De Comoedia (22), puede aplicarse a Eco y Narciso. Esta pieza, aunque sea de fantasía, trata un mito, el cual, como dice Eliade, encierra «una realidad viviente a la que no se deja de recurrir» (27). Calderón entabla, por tanto, un diálogo con el público a través de las imágenes simbólicas de la Arcadia. OBRAS CITADAS Bergamín, José. Al fin y al cabo. Madrid: Alianza, 1981. Calderón de la Barca, Pedro. Eco y Narciso. Quarta Parte de Comedias. Madrid: Antonio de la Fuente, 1672. _____. Eco y Narciso. Quarta Parte de Comedias. Madrid: Juan de Calatayud Montenegro, 1674. _____. Comedias. Ed. 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