DESPUÉS DE LA ELECCIÓN. Efraín Villanueva Arcos “Así como podemos afirmar que un gobierno dividido o sin mayoría no lleva necesariamente a la ingobernabilidad, también debemos reconocer que no hay garantía institucional para que este tipo de gobierno funcione”. María Amparo Casar. A reserva de los ajustes que determine el Tribunal Federal Electoral, podemos señalar que la elección federal del pasado 1 de julio ha determinado que el próximo Presidente de la República será Enrique Peña Nieto, del PRI, y que tendremos un gobierno dividido en la medida que ningún partido o coalición contará con los votos suficientes en el Congreso para imponer por sí mismo ninguna ley y menos una reforma estructural de hondo calado. O sea que las fuerzas políticas tendrán que negociar, conciliar y consensuar a efectos de lograr acuerdos y llevar al país hacia donde todos queremos: generar empleos, tener seguridad, alcanzar bienestar y, sobre todo, reducir drásticamente la pobreza y aumentar las oportunidades para la juventud. Los electores debemos estar ahora muy pendientes de los compromisos del ganador, sobre todo en lo que hace a las reformas estructurales que el país requiere para avanzar en este competido y globalizado mundo nuestro: la reforma educativa, la reforma laboral, la reforma fiscal -que prevé la ampliación o generalización del IVA- y la reforma energética que puede significar una mayor apertura de PEMEX a la inversión privada. El asunto es que para impulsar estas reformas se requieren acuerdos y votos en el Congreso de la Unión, en el próximo, no en este, como ya algunas voces han pretendido presionar para un período extraordinario. Pero no se vislumbra un escenario fácil para nadie. En el PAN es evidente que existe ya una puja por la dirigencia del partido y por el control de las bancadas, por lo que no sabemos aún qué corrientes serán las que predominen, aunque todo parece indicar que prevalecerán quienes vean con mayor simpatía un cogobierno con el PRI, en una reedición del período del “Jefe” Diego. En el PRD nadie sabe qué pueda pasar, pero lo más probable es que el liderazgo mesiánico e iluminado de López Obrador ceda su lugar a una izquierda más moderada y pragmática que buscará fincar su poder y control desde el centro neurálgico del país, donde sin lugar a dudas han hecho un gobierno eficaz cuya percepción popular quedó reflejada en las urnas, para desde allí construir un proyecto de mayor alcance. Tanto Marcelo Ebrard como Miguel Ángel Mancera son personajes que buscarán su oportunidad, y para ello requieren la construcción de una izquierda que ya no siga atada a la personalidad del profeta tabasqueño. Habrá que ver también quiénes quedan al frente del PRD en las cámaras así como la disposición a conciliar, sobre todo para garantizar que se avance efectivamente en los temas que lograron poner en la agenda nacional como el caso del combate a la corrupción. El PRI por su parte, tiene la obligación de renovarse y aprovechar la nueva oportunidad que le otorga el electorado. Con 207 diputados (el 41.4% del total) y 52 senadores (40.6%) además del control del Ejecutivo Federal y de 21 gubernaturas, tiene una indudable fuerza en el Congreso de la Unión, pero que no le será suficiente para imponer la agenda. Me parece que el equipo cercano a Peña Nieto, pero de modo particular el dirigente nacional, el quintanarroense Pedro Joaquín Coldwell, tienen muy claro que el país es hoy muy diferente a la época del partido hegemónico y que se requieren nuevas herramientas para gobernar en la rijosa pluralidad, en el contexto de un gobierno dividido y con una ciudadanía más crítica, participativa y deseosa de un gobierno no sólo honesto sino eficaz. La elección presidencial en Quintana Roo también nos deja muchos mensajes. Aquí los quintanarroenses reflejaron su predilección por la izquierda, pues la coalición PRD-PT-MC se adjudicó el 42% de los votos, seguido por el PRI-PV con 33% y en tercer lugar el PAN con 20%. Tal parece que la zona norte del Estado con epicentro en Cancún, que hoy es económica y demográficamente predominante, se perfila para ser también políticamente hegemónica, sobre todo si la clase política tradicional insiste en no entender que deben mejorarse las políticas públicas y las acciones de gobierno en esa región. En efecto, no debemos olvidar que el Instituto Estatal Electoral está procesando lo que será una nueva geografía electoral que regirá en las próximas elecciones locales de 2013, donde Cancún pasará de 4 a 7 u 8 distritos electorales, y el sur reducirá sustancialmente el número de representantes populares en el Congreso local. Y ello no es otra cosa que un mandato inaplazable del Tribunal Federal Electoral y de la historia reciente de la Entidad: allí se ha concentrado la población, y la redistritación será por equidad y por justicia para quienes allí residen. Los partidos políticos deben entender que ya el “voto duro” no alcanza para ganar una elección pues lo que prevalece es la opinión y la información en poder del elector, del ciudadano que puede discernir y evaluar la capacidad, la honestidad y la eficacia de quien ejerce el poder, un poder que es delegado justamente a través del ejercicio del voto en lo que constituye la democracia representativa. Por ello, lo que nos debe alentar de la pasada elección es que se redujo la tendencia a la abstención, que se incrementó la participación ciudadana y que el proceso transcurrió en paz y sin mayores incidentes para lamentar. Ahora toca el turno al Tribunal Federal Electoral, que será la instancia encargada de responder las impugnaciones y calificar la elección. Ojalá que surjan mecanismos y acuerdos que fortalezcan el juego limpio en las elecciones; ya nadie quiere coacción ni compra de votos y creo que estamos en tiempos de construir acuerdos para reducir o erradicar el binomio que los hace posible: la pobre educación y la pobre economía.