La madrastra de Blancanieves

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La madrastra
de Blancanieves
* Marcelo Viñar
"Espejito, espejito, dime, dime quién es la más bella": es el eslabón
inicial de un drama cuyo desarrollo y desenlace conocemos desde
la infancia. Que la alternativa fealdad-belleza se mute sin discontinuidad de la trama hacia la ecuación bueno = malo no parece sorprendemos, aunque este desliz de lo estético a lo ético, tan evidente y
natural, merecería ser mejor interrogado. Sobre todo cuando en lo
cotidiano del adulto, los westerns o las fotos de Reagan y los dirigentes soviéticos muestran que esta lógica no es sólo cosa de niños. En
el cuento, lo que sostiene la atención y difiere el desenlace es que lo
malvado y feo se vuelve poderoso y operante: lo bueno-bello es amenazado y atacado durante toda la peripecia. .. hasta que el triunfo
-diferidode lo bueno se produce en un punto culminante que es
sincrónico con la extinción de la historia.
Cada analista conoce en el relato de sus pacientes algunos cientos
o miles de variantes del cuento de Blancanieves y emplea una parte
de su sabiduría en no dejarse captar y atrapar por la facticidad figurativa de la historia. En escapar a la primera persona singular del
drama y su peripecia, para tratar de descubrir o inventar caminos
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Dirección: 1, ave. Alphonse XIII et roe Rayrnond 75016, Paris, France.
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o senderos que acompañen el relato, pero demarcarse
pelarlo.
Marcelo Viñar
de él e inter-
Un trayecto posible de interrogación nos lo enseñan los autores
múltiples de Blancanieves y el éxito del cuento: acompañar la peripecia narrativa que los personajes despliegan y, en la profusión imaginaria que se produce, estar atento al surgimiento de las identificaciones heroicas o histéricas que este tipo de lectura (o escucha) propone:
que el otro tenga lo que yo deseo y no tengo es siempre puerta de
acceso a una dialéctica singular de amor y odio. Entonces, la madrastra y Blancanieves serán términos oposicionales necesarios de la
misma constelación, elementos discretos de una organización donde
el ser y el tener permitirán que se asome en línea entrecortada el
sujeto en sentido freudiano o shakespeariano.
En esta perspectiva valga como mínima la distinción siguiente:
en la interrogación sobre el ser que la madrastra plantea al espejo, el
sujeto que emerge será diferente si viene en auxilio la representación
de Blancanieves como un otro persecutorio (o reversiblemente, a
perseguir) que si en la ida y vuelta de la pregunta abierta, la reflexión
debe sostenerse como el desagrado de lo propio a asumir y administrar. Así M. Klein postula en su teoría de las posiciones que el
mal objeto (toilet breast, de Meltzer) es un término necesario de
la configuración porque alivia al sujeto de aspectos indeseables del self,
liberando la introyección (saludable, necesaria) del buen objeto.
Autores de filiación kleiniana (Bleger) subrayan que esta resolución
divalente preserva al psiquismo de las tensiones insoportables de una
ambivalencia que no podría afrontar. La divalencia instala un mundo
objetal maniqueo de objetos ideales (perfectos), que ahorran las imperfecciones y carencias del objeto simplemente bueno (Baranger) a
expensas de engendrar objetos malos, para apoyar las experiencias
de sufrimiento y frustración.
Este mundo de certezas y creencias absolutas resuelve por corto
circuito toda incertidumbre y vacilación; como en un camino regrediente de la identidad de pensamiento a la identidad de percepción.
renuncia a explorar y a balbucear la aprehensión incierta de la realidad y la percepción del otro se acerca a la definición psiquiátrica de
fenómeno alucinatorio, no como falsa percepción sino como exceso
de sentido: el otro en cuestión, a este nivel, no verdaderamente un
otro sino la versión invertida de una mismidad intolerable.
Otro camino posible para trabajar la pregunta de la madrastra
renuncia a embarcarse en la profusión figurativa y trata de situarse
no en el drama y su peripecia, sino en la pregunta inicial y la lógica
binaria que ésta instala y despliega; en el estatuto suspensivo del
sujeto abierto por la interrogación. El único saber que importa en
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psicoanálisis sería un saber sobre lo que no se dice, sobre lo que radicalmente no puede decirse, y todo lo representado y representable
sería una estructura de desconocimiento, la búsqueda en términos
denegatorios de un algo faltante, de un valor de signo contrario. Y si
la madrastra invoca la belleza, habrá que buscar un horror y una
carencia que son aún irrepresentables.
No se necesita preguntarle al espejo: Dime si respiro, si pienso,
porque hay un grado o tipo de verdad que es muda e incuestionable,
una verdad que no necesita palabras. La interpelación al espejo tiene
su raíz allí donde algo inquietante, mentiroso a medias, equívoco
entre Heimlich y Umheimlich, implica el trabajo de denegación al
interior del pensamiento y abre ese horizonte vacilante de un sujeto
naciente y en suspenso, donde la paradoja a destacar es que el pronombre de la segunda persona, el tú, tiene la primacía sobre la primera persona y la aliena.
De ser consecuentes con la hipótesis freudiana de la identificación
primaria, este tú es fundador y estructurante y condición fundamental
para que advenga un sujeto. Esto marca un punto de ruptura entre
el cogito freudiano y el de la filosofía tradicional. No sé si para
llegar a este horizonte del origen es mejor acompañar la narrativa
imaginaria, o desecharla en provecho del movimiento de la estructura.
A falta de certeza sobre el camino correcto balbuceo y exploro ambos.
"Dime si soy la más bella" es una manera bien particular y original
de interrogar quién soy. Y quizá la inmortalidad del cuento tenga que
ver con la universalidad de la pregunta, en lo que a cada uno toca y
concierne. Porque "la más bella" informa en apariencia de una rivalidad entre la inocente y la malvada. Pero esta comparación que salta
a la vista y descubre la rivalidad, encubre una alternativa más radical. No se trata de lo comparativo de una serie numerable donde
el más y el menos serían graduables y habría una cierta dosis precaria o abundante para cada quien, sino del acceso o la exclusión de
un algo único cuya desposesión precipita en el abismo. Se trata de la
exclusividad o de la exclusión, de poseer o ser destituido, del todo
o nada en una organización binaria cuyo desenlace es a muerte: o
se triunfa asesinando o se es aniquilado.
Hace un año que Giselle viene a verme. Dubitativa, no sabe si está
suficientemente enferma, si su sufrimiento merece el esfuerzo de un
análisis. Responderse a esta pregunta la empuja en un antagonismo
interminable que alterna el sí y el no impregnando o remplazando
el decir lo que le pasa.
El éxito universitario y el adaptativo excluirían para un psiquiatra
del comportamiento el diagnóstico de psicosis. Pero basta oírla.
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Laboriosamente me va explicando su síntoma -explicación que
me es opaca- apenas aprehensible. Si los otros existen, ella desaparece; si se asume deseante y se expresa, los otros no entienden y su
soledad es desesperada. Decenas de ejemplos que no comprendo avalan la certeza de su tesis. Su ilusión sería invaginarse como un guante
y habitar desde dentro el cuerpo y, por consiguiente, los pensamientos de la(s) persona(s) que quiere. Sólo así habría la "comunicación
deseada" y un mundo compartido.
Tiene serios trastornos visuales y su madre demoró demasiado en
advertirlo. "Ella veía y yo no, y se enojaba porque yo no". Largos
periplos me instruyen que "ver y saber" funcionan como ecuación
de equivalencia en la relación madre-hija y marcaron la constelación
pregnante de sus vínculos básicos. Y varias secuencias me mostraron
que el otro es grande e intrusivo, y ella es el infante expropiado y
perplejo.
Me dispuse o la clínica me impuso ir a la sesión a jugar con ella,
a construir, conversando, una trama de historietas compartibles, reconocibles. Aun así, la pequeña espiral de progreso se detuvo y el
próximo eslabón de la escena transferencial -¿será erróneo llamarla
así?- fue un incremento de la reticencia. Su estar allí, pesado, inmóvil, alerta o burlona, comenzando una serie interminable de balbuceos comunicacionales cuya característica común es quedar truncos,
inconclusos, llevando al analista a la perplejidad y a la paciente a la
desazón. Hasta que Giselle puede decir cuál es el mandato que la interrumpe: cualquier cosa que ella diga, yo sabré más y mejor, de
donde su decirme trunco y abortado cumple la función de preservar
un espacio de privacidad; la jactancia de un secreto que la pone a
salvo del adulto sapiente, omnisapiente y siempre al acecho para
confiscar y expropiar su proposición balbuceante, en un saber mejor
y acabado.
Ganancia de un recinto que le cuesta el precio de su soledad. Esta
condena de Giselle a su certidumbre de ser vencida por la madre
omnisciente me parece isomórfica del padecimiento de la madrastra.
El trabajo de reconocer y reconocerse con y en el espejo ha sido
tratado reiteradamente y está en el meollo de la transferencia.
En esta concomitancia de descubrir y descubrirse tropiezan muchos
momentos de la práctica y la teorización psicoanalíticas. Sobre lo ya
conocido quisiera hilvanar algunas puntadas y esbozar algunas figuras del amor del odio, tal como creo percibirlas en la psicopatología
de la vida cotidiana.
En los paradigmas freudianos que hacen horizonte matricial o acta
de fundación de la condición de sujeto (identificación primordial;
pulsiones y sus destinos; la negación), el sí mismo y el otro son
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correlativos de la misma matriz, construcción sincrónica cuya tautología es sólo aparente. Lo bueno propio debe ser tragado. Lo extraño
malo extranjero, escupido y expulsado. Categorías donde lo descriptivo y lo axiológico transitan por zonas cuyos límites y fronteras
no son fáciles de establecer.
Pensando el problema del habitar, Heidegger señala que hombre y
espacio no se encuentran frente a frente: no hay espacio y hombre,
como objeto exterior y experiencia interior, sino una manera de residir
marcada por la proximidad y la separación entre el sujeto y sus objetos, y otra en que la distancia está abolida y la proximidad está
ausente. Hay una sin-distancia que es fusión y dominación; hay un
modo de aproximarse que conserva el alejamiento. "En la ternura
intensa de la intimidad, allí donde puede reinar el unísono que lleve
a la indistinción, se puede buscar un acercarse que mantenga el
alejamiento; un entre dos que preserve la diferencia."
Winnicott muestra el valor estructurante de la sincronía de miradas
que se establece entre la madre y el niño y que genera en éste la
seguridad y la confianza en sí mismo. El universo de objetos subjetivos, dice Green, puede constituirse en este circuito o relación de
intercambio; juego de réplicas, relación de dualidad que crea una
reciprocidad por complementariedad u oposición. En este circuito
reverberante el otro es un doble, es decir, todavía no es un otro
(alter) sino un semejante (complementario u opuesto).
Todo esquema estructural comporta su contrario, y el éxtasis amoroso y de afirmación que describe Winnicott tiene su contraparte
tanática en la definición kleiniana de envidia: estructura de relación
objetal binaria que apunta a destruir la cualidad del objeto que es
deseado y amado.
Volvamos al cuento. La relación con el espejo no es un juego
visual, sino un acto de interlocución: el espejo habla (texto), no
muestra la imagen; en la mayoría de las versiones es explícita la
constricción del espejo a responder sólo la verdad. En la interpelación de la madrastra al espejo, la respuesta buscada, el único otro
tolerado es la imagen propia y el odio mortífero atestigua el territorio
insoportable de la diferencia. Entre la madrastra y el espejo, la interrogación es un disfraz que no merece tal calificación. No hay pregunta en lo que ésta tiene de apertura, de tanteo o exploración. Es
certeza que busca la reproducción, al infinito, inagotable de la promesa anticipada en el gesto inicial: la fruición, el éxtasis del momento
inaugural de Narciso en la fuente.
Sólo que Narciso busca amar a otro y se engaña con su imagen
propia, y la madrastra se busca a sí misma y se embrolla con el
otro, que es o tiene lo que a ella le falta. O mejor: lo que tuvo
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(juventud, belleza) y está perdiendo. El tiempo verbal es aquí esencial: la vivencia del acontecimiento es irreductible al del acontecido.
Narciso muere consumido por amor; la madrastra, por odio. Los
movimientos surgen de una y otra constelación, su paralelismo o asimetría son a demostrar. Fuero interno para Narciso, guerrear en el
mundo para la madrastra, lo que corresponde a la profundidad e imagen incierta de la fuente y a la nitidez sin espesor del espejo. Conviene
distinguir -y no es fácil- cuándo el objeto amado es amado como
independiente y distinto, y cuándo sólo puedo amarlo porque es mi
doble reflejado y semejante.
Entre este otro inaugural y arcaico del espejo (Blancanieves que
tiene lo que a mí me falta, o la ninfa Eco, incapaz de hablar pero también de callar, sólo capaz de reverberar lo informe y homogéneo que
dice el otro), el otro extranjero de lo malo que se escupe y el otro
distinto y distinguible, las distancias discernibles en el juego de intervalos y espejismos hacen el abanico de variantes de la teoría kleiniana
de la identificación proyectiva, donde no hay espacio ni distancia entre
dos, y el ser se debate entre lo insoportable de la intrusión y lo imposible de la separación. Lo que me parece crucial en la escena del espejo
es la voluptuosidad regresiva de la madrastra y su odio de la diferencia.
La pregunta llama a lo maravilloso de un recinto cerrado, éxtasis
de la indiferenciación, donde yo soy yo, lo más bello, mito de una
gemelidad primordial, cualidad mortífera del narcisismo que es fuente
simultánea o sucesiva de goce y de horror. Blancanieves viene a
señalar lo imposible del camino buscado por la madrastra, no sólo
porque es más bella en un corte sincrónico, sino porque diacrónicamente es amenaza allí donde la generación que llega se apropia de
la posición real (de realeza) que la madrastra va perdiendo. y es por
pudor que decimos madrastra al desplazamiento mínimo de una hipocresía figurable cuando debiéramos decir mamá, papá, maestro, sabio.
Dimensión binaria cuya actualización en transferencia y en la vida
no siempre se preserva, sino que se pierde la grandeza trágica del
cuento infantil y asoma su contrario de tontería y pequeñez. Pero a
pesar de la trivialización, la tontería guarda la fuerza trágica en sus
efectos y consecuencias.
Este entre dos sin distancia me parece un lugar estructural privilegiado para que irrumpa el amor del odio (atraerse para destruirse).
Las conexiones y el intervalo entre ese doble reflejado, réplica de
sí -que Lacan y Winnicott sitúan como mito originario de la subjetividad-,
y el otro de la alteridad y el descentramiento son más
fáciles de aprehender y discernir en el modelo formal (sujeto de
ciencia), discurso reflexivo, que en la periferia de la vida (sujeto
apasionado). Si descubrir este intervalo es uno de los ejes de la
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experiencia analítica, habrá que dejarse sorprender por la complejidad y sofisticación del aparato necesario para ponerlo en evidencia,
constatación que permitiría ganar en modestia o perder en prestancia,
cuando cotidianamente estamos sumergidos en el desconocimiento.
Del doble semejante del júbilo y el goce al doble extraño, inquietante y fobígeno, la distancia es a veces radical, a veces ínfima y
vacilante. En la lengua en que nacieron el freudismo y el nazismo,
la misma raíz (heim) designa lo familiar, hogareño, que con el prefijo (um) revierte en su contrario (siniestro, inquietante). La vecindad
significante capta a mi entender algo esencial de la experiencia subjetiva. Basta detenerse un instante en los itinerarios del fantasma cuyos
puntos de decantación conducen a lo que llamamos imagos parentales
para ver que los caminos están sembrados de puntos cruciales de esta
báscula (y que tantos cuentos infantiles recogen), donde la vecindad,
la conjugación de amor y horror, crea un punto privilegiado para la
marca identificatoria.
Me parece que la noción de ambivalencia no es suficiente para dar
cuenta del movimiento y del carácter estructurante de los dos términos paradójicos. ¿Cómo poder centrar y pensar el punto de giro que
transforma y revierte lo familiar en inquietante?
Buscar un semejante apunta a calmar la precariedad
de la soledad.
El Génesis dice que Dios decidió crear al mundo y al hombre y
luego a la hembra para éste. Y Narciso en la fuente, o la madrastra
en el espejo, insisten en la búsqueda inalcanzable del par que los
complete: universo familiar y exorcización del otro extraño. Gesto
insaciable hacia la semejanza que reedita interminablemente -al precio de la alienación en el otro- el desamparo e incompletud que nos
funda y contiene los términos contradictorios del disfrute y la intoxicación. Si la experiencia de amor y comunidad comporta un cierto
grado de subsumirse en lo amado, en la evanescencia de la fusión, que
el otro recupere su alteridad comporta la rebelión y el odio. Amplifi.
cación caricaturesca de esta estructura es la literatura fantástica sobre
el doble, el sí mismo extraño, desprendido de mí, incontrolable, concitando horror.
F. Roustang
caico de fusión
entre términos
función de un
quilado.
describe el juego del otro" 1, figura de transfert aro
o confusión primitiva; juicio de ausencia de vínculo
puramente contradictorios,
donde el ser existe en
otro indispensable, pero sólo existente para ser anitt
Daniel Gil toma la experiencia inaugural de la madre en el espejo
como factor identifica torio estructurante, cuyo fracaso en conseguir
1
En Elle ne ce cache plus. Minuit, 1981.
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la afirmación narcisista crea un doble extraño y mortífero: el otro
me funda; si falta, tengo que reconstruirlo a costa mía.
En la percepción de otro, distingue entre un tú próximo a lo categorial, a los universales en filosofía, un tú de la intimidad, donde la
vecindad de lo propio y de lo ajeno, de la mismidad y la alteridad,
de lo idéntico y lo extraño es tal que suscita lo inquietante y lo
siniestro 2.
Quisiera con estos elementos dibujar o discernir tres configuraciones, que invitan o incitan a la irrupción del amor del odio en la vida
cotidiana. Las figuras del amor defraudado, el de la creencia monolítica y la singularidad bizarra contra la tontería de la norma.
Pienso que una reliquia identificatoria de esa peripecia es la figura
del amor defraudado; figura que se caracteriza por un rumiar insistente en la que el hermano más amado (o atrayente) se constituye
en el enemigo predilecto (en el blanco a combatir), sea que la cuestión
se transite en la discreción, sea que ocurra en el escándalo. El ogro
-que es la figura resultante del amor despechado- se convierte
para la persona y/o el grupo en el objeto a venerar o a combatir.
El malo que no me quiere y del que no me puedo separar es una
escena sólo comprensible por una historia de amor que la precedió,
como promesa trunca y defraudada.
Este ogro adquiere por momentos el rango de una figura totémica,
en el sentido de que es fundante de una posición subjetiva. Cualquiera
sea el rigor de su justificación racional, lo que cuenta es su valor en
el fantasma, como detonador del combate fantaseado.
Esta figura del amor defraudado me parece terriblemente frecuente
en la vida de familia y en los grupos institucionales. Mil vestimentas
para adornar la reversibilidad entre hermano amado y enemigo predilecto, entre heimlich y umheimlich, proximidad de amor y odio
que me parece ser una fuente del amor del odio. En esta encrucijada hay un punto resbaladizo donde no es fácil trazar la frontera
entre lo que un mismo acto comporta de objetivo político y de verdad
subjetiva.
Punto equívoco que interesa discernir porque sus desafíos son antinómicos.
Es tan miope y cobarde actuar afuera un conflicto interno como
atrincherarse en el espacio olímpico del análisis para. suprimir todo
afuera social. Es tan irrisorio el comportamiento de la madrastra,
como autorizarse de las profundidades del inconsciente y de la atopía
en la posición del analista para renunciar a todo combate en la escena
2
Daniel Gil, Narciso ¿era narcisista?
(inédito).
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social, aun al precio de una complicidad pasiva y omisa con lo intolerable.
La coincidencia de lo propio y lo bueno parece funcionar como dispositivo originario, como esquema fundante de un cogito inmediato y
acrítico.
Citemos a Lévi-Strauss: "Les societés primitives fixent les frontíeres de l'humanité aux limites du groupe tribal, en dehors du quel
elles ne percoívent plus que des étrangers, c'est a dire des soushommes, sales et grossiers, sinon méme des non-hommes: betes dangereuses ou fantómes", Le Pensée Sauvage, p. 220. (Tomado del
Sem. sobre L'Identíté, p. 17: Etnocéntrico: es el prejuicio por el cual
un grupo piensa que "la humanidad cesa en sus fronteras, hay los
hombres, los buenos, excelentes y completos, que implica que las otras
tribus están compuestas de malvados: monos de tierra, o huevos de
piojo".)
En psicoanálisis todos repetimos con Freud desde "Las pulsiones
y sus destinos": 10 bueno, propio a incorporar; lo extraño, malo a
escupir. Regocijo de una tautología sólo aparente por la cual el yo
construye sus objetos mientras éstos lo modelan y determinan. Del
valor y alcance de esta circularidad, como cierre e ilusión de completud, un aprendizaje crucial nos lo dio la experiencia del exilio, y
Maurice Blanchot 3 nos brindó las palabras para pensar lo vivido.
Este esquema se complica en "La negación", con el hecho de que
el juicio de atribución precede al juicio de existencia y esto subvierte
las bases del proceso cognitivo. Precedencia lógica y estructural -no
sólo genética- con lo que la relación del ser y sus objetos vacilará
desde entonces entre lagos y pathos.
Que la indicación provenga a la vez del psicoanálisis y la antropología invita a pensar la convergencia o entrecruzamiento a riesgo de
resbalar en una sociología simplificada de la locura.
La pregunta que surge es cómo y hasta dónde este horizonte o
mito de comienzo desborda los límites del pensamiento primitivo
e infantil, e impregna y contamina modos de pensamiento que se
pretenden más elaborados, creencias o conductas que se asumen como
críticas y mejor fundadas.
¿Cómo plantear, en relación a la ideología y la ciencia, el problema
de la castración?
Con cuántas máscaras y disfraces el trato con nuestras convicciones
y nuestros detractores se sostiene en la misma lógica que la madrastra
en su espejo: éxtasis de una certidumbre que suprime todo resto y
todo ombligo.
3
L'entretien infinnie. Pp, 180-220.
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Pensar desde la tautología yo soy yo, sin ombligo, sin residuo de
sentido desde la prestancia y seguridad del saber, donde los combates
y conflictos se limitan al territorio familiar de la rivalidad mimética,
es distinto de arriesgarse a la fragilidad a que nos expone la exploración de lo inédito.
¿No discutieron Bartolomé de las Casas y Ginés de Sepúlveda durante tantos años sobre la condición humana o animal de los indígenas
americanos? Pretoria o Beiruth plantean el problema menos lejano
en el tiempo y -cualquiera
sea la racionalizaciónbien cerca en su
naturaleza íntima.
En América del Sur, la doctrina de la Seguridad Nacional funciona
como un gran Otro monolítico que permite revertir todo conflicto
de la trama social en términos de la idea única y omnipresente de los
conflictos este-oeste y del temor al comunismo.
Un semiólogo, T. Todorov, describe en la Conquista de América
una tipología de la relación al otro, donde se argumentan las interacciones entre conocer, amar y conquistar.
Lo que quiero argumentar es que hay un uso o tipo de relación con
la creencia (doxa) que absuelve del examen de realidad mientras que
otro lo solicita o exige. Es el juicio de realidad que arroja al ser en la
precariedad. La alucinación suprime la vacilación entre hayo no hay,
entre búsqueda y respuesta. Sólo la percepción revela la ausencia y
la carencia y pone al sujeto en la precariedad de asumirlas. ¿Es demasiado arbitrario extender el modelo freudiano del objeto del deseo,
a la construcción social del saber y la ignorancia?
En todo caso, en la experiencia ordinaria (yen la escucha del diván)
sabemos de una doxa que se construye en la precariedad y la incompletud del examen de realidad. Otra, sólo admite transitar por la
certeza y tiene la fuerza de la fe y la revelación. Distinción entre magia
y saber que podíamos antes atribuir cómodamente a las fronteras
entre normalidad y locura, y que el discurso freudiano insiste empecinadamente en embrollar y subvertir.
Quisiera avanzar la hipótesis de que ese punto del discurso donde uno está atrapado por la creencia monolítica y el otro (singular
o plural) se rehúsa a participar de esa certidumbre será otro lugar
de irrupción o estallido del amor del odio.
El dispositivo panóptico discernido por Michel Foucault me parece
un modelo útil y fecundo para resumir la razón y la sinrazón del
etnocentrismo y de la autorreferencia de la creencia. En la perspectiva
limitada de este texto lo que me importa interrogar y discernir es
cómo se ancla en la subjetividad la creencia monolítica.
y a partir de un homotetismo discutible pero fecundo entre antropología y psicoanálisis, creo reconocer, en lo que concierne a la
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creencia, las condiciones que aquélla designa como proceso de totalízación y éste, apertura a la castración.
Dos anécdotas lejanas me incitan a balbucear una última figura.
Un joven universitario alemán había atravesado el océano, dejando
atrás la Europa civilizada, para descubrir paisajes y rostros inéditos
y la proximidad del cielo. Con un moderno equipo de camping que
--como el avión que lo trajo- encuadraba en normas standard su
pasión de pionero, había recorrido el camino de los Incas que culmina
en el imponente Machu Pichu. Pero luego de caminar durante cientos
de kilómetros desvió su ruta. Propósito y finalidad: que cuando le
preguntaran: "¿Ha visto Machu Pichu?" pudiera gritar el placer
de su disidencia: ¡No!, no vi Machu Pichu.
Menos risueña, más grave y frecuente es la segunda historia. En la
transición de la democracia a la dictadura militar, un padre va a ver
a un coronel para interceder por su hijo torturado. En la entrevista
sólo hay lugar para que el coronel pontifique sobre la subversión,
sobre la educación errónea, lo que arroja sobre el padre la responsabilidad de la situación de su hijo y la tortura de que es víctima.
La tercera, que no me atrevo a desarrollar, es la tan sabida relación
de los analistas con la buena teoría y con la buena institución.
Cuando la verdad se vuelve una y homogénea, como la madre omnisciente del psicótico, en la interlocución, una de las partes se apropia
del código, de la Torre Central de Bentham, donde reside la verdad
y la norma y el derecho que de ella emanan (como juego melífluo y
venenoso). Ante la propuesta de transparencia hay sólo dos movimientos posibles: sumisión o rebelión, y la alternativa frente al bien
ofrecido no es lo que uno busca, sino cómo escapar de ese abrazo
que protege y asfixia. Así, lo que hay que percibir no es que la
demarcación sea ridícula, burda o absurda, sino que haya demarcación. En esta circunstancia sólo el amor del odio es salvación, sea
en su expresión directa, heroica, frente a la violencia directa; sea con el
humor y la ironía si la violencia es sutil y lo permite.
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