LOS NUEVOS VALORES LITERARIOS DEL URUGUAY ESCRITORES DE LA BUENA PROSA JUSTINO ZAVALA MUNIZ1 El horror ya lejano de una época fraticida, Justino Zavala Muniz, nos la hace presente y viviente en este libro que titula “Crónica de Muniz”. En él deliran con una realidad inevitable, las grandes masas de hombres que se precipitan en las tenaces garras de la culpa. Ninguno de aquellos hechos podía ser movido por la palabra de las gentes de hoy, sin una consecuencia de apasionamiento; el silencio era la promesa de paz a los hombres en el tiempo. Pero Justino Zavala Muniz, quizás obedeciendo a un impulso que oscuramente fue ascendiendo en preponderancia de fin en lo subconsciente de su espíritu, se propuso reivindicar la memoria de su abuelo, don Justino Muniz, y ningún juez habría puesto las consideraciones en forma más completa y convincente ante la justicia, cuyos fallos son inapelables; ya que él lo hizo en ese período elocuente e impresionante en que el artista está en la plenitud de su riqueza espiritual; y así es que el libro todo tiene la atracción de aquel hombre de orgullo, de tanta guerra y de tanta victoria. El perfume de la tierra está en toda la vida del caudillo, y el color del suelo en sus manos de dedos toscos que sabían modelar el destino y castigar a los hombres más fieros y más audaces en rebeldías. El rudo hombre de hombro firme para soportar el tiempo y el corazón fuerte para la pelea; el de los ojos diestros para sorprender la adversidad oculta y amenazante en los detalles pequeños, nos lo muestra en una vida diversa de belleza salvaje, ante los ojos atónitos de los hombres civilizados de nuestras ciudades. Pero lo más admirable es la fuerza de la última poesía que llena toda la obra. Fuerza tan grande tiene su concepción, que nos es casi sin precedentes en la historia literaria del Río de la Plata y habríamos que llegar hasta Faustino Sarmiento, con su novela Facundo, para encontrar una obra dentro del carácter comparativo de la calidad de “Crónica de Muniz”, verdadero documento histórico de la vida de América en un período dado. Un solo cargo se ha inventado para empequeñecer o pretendiendo anular la hermosa obra de Justino Zavala Muniz y es su pretendida parcialidad para un personaje demasiado discutido en el apasionamiento político que mueve la vida de los hombres de este país. Ese cargo parece herir a la obra en su propio centro vital, en una negación obstinada de toda belleza para esa creación tan magníficamente realizada por un hombre tan joven, que supo sacar intacta de la prueba terrible del fuego su honradez de artista, en la simple razón de la necesidad de justificar un dolor heredado en la injusticia terrible de una época de pasiones. Sin embargo, a medida que se afloja el nudo de los rencores partidistas, empieza a existir una madura comprensión del público para la novela de Justo Zavala Muniz, quien con mano firme de creador, supo sacar de las mismas raíces de las razas, un personaje que vive el sagrado horror de la hoguera del destino en un relieve magnífico de epopeya. Del anonimato montonero de las rebeldías gauchas lleno de efectos plásticos y núcleos luminosos, surge la viril figura de este hombre, que ocupa medio siglo la historia de nuestro país. En una escena grandiosa de salvaje belleza, va desarrollando la vida de un hombre que él levanta con mano maestra de artista, a la altura de un símbolo trágicamente humano, de una fatalidad lógica en el desarrollo evolutivo de nuestra personalidad política, como nación independizada en pre1 Publicado el 27 de junio de 1925 en la página 17, correspondiente al Suplemento. 1 mura de circunstancias, cuando los factores de organización no respondían a las necesidades de los pueblos que tienen la responsabilidad de su destino. Fue un fenómeno común a todos los países de América y que aún hoy se manifiesta en pueblos de cierto retraso y que tiene la irresponsabilidad de lo fatal, y así es que nos presenta a su abuelo, don Justino Muniz, en una simpatía tan humana como justificada para su héroe bárbaro y poderoso, en la severa fatiga de una vida turbulenta, donde “se probaban los hombres”. Todo el libro está realizado con insistente vigor y pasmado en la realidad histórica de los hechos, sobre el documento vivo de la palabra de su abuelo y de los sobrevivientes de la época, en el doble interés de la verdad y de la leyenda, del sentimiento y de la imaginación, en una estructura armoniosa y orgánica, en que la belleza se complementa con la vitalidad de los núcleos engendradores de los motivos. El paisaje nuestro tiene una estrecha solaridad en el desarrollo de toda la obra y hay veces que se transforma en ente activo y predominante. Justino Zavala Muniz es ante que todo un paisajista, padece de la obsesión del paisaje y de la Naturaleza. Agranda la emoción con el auxilio del fondo, sobre el cual sus personajes adquieren relieve singular, reuniendo con el paisaje en preferencia, elementos de bellezas complementarios, en una misión comparativa del alma de la Naturaleza y el alma de los hombres, que muchas veces accionan impulsados por el medio en un destino fatalista. El paisaje está en todos sus aspectos, en las fierezas y adusteces, en la fiesta de la luz de sus soles altos, en las melancolías crepusculares, hasta en la amable poesía de la hora lunar, poniendo de relieve la grandeza de lo humilde, la riqueza de lo sencillo, de lo primitivo, lo maravilloso, de lo ingenuo en las vidas simples. Esas vidas, cuasi salvajes, muriéndose bajo esos cielos amplios y solemnes, en las llanuras donde las casucas aisladas sólo tienen como fiesta de vida, la música de una calandria, o el color claro de una flor de margarita, donde hay árboles desamparados, ante los anchos horizontes y el sol, ese sol nuestro tan hermoso, luciendo casi siempre en un cielo limpio y de un claro celeste y que todo lo ilumina y que todo lo transforma con la magia de su luz. En todo hay una profunda sensación de serenidad, de calma y de inmensidad. El hombre y la Naturaleza: he ahí todo; la Naturaleza amiga o enemiga, según las circunstancias. Y en cada hombre un orgullo y una ingenuidad campesina. Zavala Muniz ha tratado en su libro de reflejar la simplicidad necesaria del medio rústico para el engendro de pasiones tan ilógicas como propias de ambiente. La sangre, la historia, el paisaje, y la modalidad de un tipo de hombre, he ahí todo el libro trazado en aguda virilidad, emocionándonos con lo humano, con lo particular de los seres y de los hechos; la subjetividad es sustancial, casi primordial en el libro todo, y sin embargo es eminentemente verista, por lo que es de esencial para traducir la realidad fiel, ya que la obra tiene un significado histórico. Sus trazos son exactos, en una sobriedad que no es árida. Está ahí como expresión viva, la figura del gaucho, altanera y dura para los hombres, bondadosa y dulce en el hogar, vigorosos y sentimentales de pecho fuerte y corazón fino, así es el hombre de nuestro ayer. En la entereza del rostro enjuto de nuestros gauchos, había unos ojos negros que sabían soñar y que la humedad de la aurora hacía bellos, cuando la inmensidad de los horizontes celestes se llenan de rojo. Justino Zavala Muniz en su libro, nos evoca un pasado, haciéndonos ver al gaucho como fue en el escenario de su vida, y en sus sugestiones hay un no sé qué de encanto salvaje, una grandeza primitiva que viola nuestra sensibilidad refinada, a nuestro espíritu pulido, en el ejercicio continuado de la belleza, que aspira a un arte depurado y expresado en sus aspectos más nobles. Juan M. Filartigas 2