Tribunal: Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil Sala B Autos: Ymaz, Juan Manuel c/Vázquez Torrielli y otros Fecha: 09/11/2007 Sumario: El actor demanda en su condición de acreedor de los accionados una suma determinada de pesos, mientras los demandados afirman que ellos cumplieron con su obligación "pagando a Carlos Antonio Villagrán quien actuó en representación del actor" ; el demandante postula que ese supuesto pago "no fue de utilidad al actor" porque el "dinero nunca llegó a su poder"; articulándose que el consentimiento estuvo viciado al proceder al otorgamiento de la autorización de cobranza e imputando a los emplazados que "no actuaron con prudencia y pleno conocimiento de las cosas", todo lo cual determina que la acreencia "permanece insoluta" . La sentencia rechaza la demanda, el accionante apela, en su expresión de agravios ha desvirtuado la previsión del artículo 265 del ritual, pues los agravios sólo deben constituir un acto de impugnación destinado específicamente a criticar la sentencia recurrida, de manera que la crítica concreta que exige la ley se refiere a que aquella debe ser precisa y determinada. Asiste razón a los apelados cuando afirman que la excesiva extensión del escrito del recurrente configura una seria dificultad para desentrañar lo que tiene que ser el quid en estos actos: los agravios. El pago efectuado por los demandados conforme a la constancia que en copia corre agregado , no puede ser considerado de buena fe, pues con toda precisión señala nuestra ley que "no podrá alegarse ... la ignorancia del verdadero estado de las cosas" cuando "proviene de una negligencia culpable" (art. 929 del Cód. Civil). Por supuesto que también cabe aplicar a la especie las previsiones de los arts. 512, 902 y concordantes del mismo cuerpo legal, ya que los accionados han omitido -al efectuar el pago- las diligencias necesarias requeridas por la naturaleza de la obligación, de lo que se sigue que no obraron con prudencia y pleno conocimiento de las cosas. El juez aquo rechazó la demanda, pero la Alzada revocó la sentencia al declarar nula la autorización de cobro al considerar que la misma había sido obtenida mediante violencia moral sobre la persona del acreedor otorgante. Vocablos: DEMANDA – COBRO DE PESOS – ACREEDOR – DEUDA – PAGO – RECIBO NULIDAD – ACTO JURIDICO – VIOLENCIA MORAL – EXPRESION DE AGRAVIOS – BUENA FE - 2ª Instancia. — Buenos Aires, noviembre 9 de 2007. ¿Es ajustada a derecho la sentencia apelada? El doctor Mizrahi dijo: Antecedentes La sentencia de primera instancia, obrante a fs. 1605/1618, rechazó la demanda promovida por Juan Manuel Ymaz contra Ernesto Horacio Vázquez Torrielli, Carlos Alberto Peisajovich y Julia Lidia Ayala. Dispuso, además, imponer las costas al actor vencido. Contra el referido pronunciamiento, el accionante deduce sus agravios a tenor del escrito de fs. 1637/1682, que mereció la réplica de los demandados a la luz del libelo que obra a fs. 1683/1689. La causa tiene su origen en la demanda que corre agregada a fs. 85/99, en la cual Juan Manuel Ymaz invoca su condición de acreedor de los accionados por la suma de U$S 125.475, más sus intereses. El meollo de la cuestión gira en torno a que mientras los encartados -conforme a su responde de fs. 255/273afirman que ellos cumplieron con su obligación "pagando a Carlos Antonio Villagrán quien actuó en representación del actor" (ver fs. 269); el demandante postula que ese supuesto pago "no fue de utilidad al actor" porque el "dinero nunca llegó a su poder"; articulándose que el consentimiento estuvo viciado al proceder al otorgamiento de la autorización de cobranza de fs. 69 e imputando a los emplazados que "no actuaron con prudencia y pleno conocimiento de las cosas", todo lo cual determina que la acreencia "permanece insoluta" (ver fs. 85 vta.); situación que motiva la acción judicial. II. Advertencia preliminar Comenzaré por advertir que la llamada "expresión de agravios" del apelante (fs. 1637/1682) insumen cuarenta y cinco fojas, esto es, noventa páginas. Una vez efectuada su detenida lectura, claramente se percibe que el libelo comporta una repetición inútil de argumentos, o sea, una reiteración hasta el agotamiento de las mismas articulaciones, como si el Tribunal no fuera capaz de comprenderlas con una sola lectura. Lo expuesto significa, entonces, que el quejoso -con su exceso- ha desvirtuado la previsión del artículo 265 del ritual, pues los agravios sólo deben constituir -nada menos, pero tampoco nada más- un acto de impugnación destinado específicamente a criticar la sentencia recurrida, de manera que la crítica concreta que exige la ley se refiere a que aquella debe ser precisa y determinada. En el sentido expresado, asiste razón a los apelados (ver fs. 1683) cuando afirman que la excesiva extensión del escrito del recurrente configura una seria dificultad para desentrañar lo que tiene que ser el quid en estos actos: los agravios. Es que aún dando por supuesta la buena fe que anima al apelante y su legítimo derecho a que se haga justicia en el caso concreto, la realidad es que un desatino como el que ahora me ocupa podría llevar de la mano a interrogarse si esa presentación cumple en verdad con los deberes de colaboración y de respeto a la justicia y al adversario, pues la repetición innecesaria y hasta el hartazgo de conceptos y las exageradas transcripciones que contiene el libelo, sin hesitación han sido un entorpecimiento para que el Tribunal de Alzada realice como corresponde el examen de la sentencia sometida a recurso (ver Podetti, José Ramiro, "Tratado de los recursos", ed. Ediar, p. 164). Sin embargo, a pesar de lo señalado, no he de proponer a mis colegas que se declare desierto el recurso de apelación; y ello por dos razones: la primera, porque entiendo que cabe utilizar la facultad que acuerda el art. 266 del CPCC con un criterio restrictivo y juzgar cumplidos los requisitos procesales conforme a una pauta de amplia flexibilidad (ver lo resuelto por esta Sala en autos "Hinckelmann c. Gutierrez Guido Spano s/ liq. de soc. conyugal" del 28/10/2005, ED 217-327, JA 2006-I-845, LA LEY, 2006-A, 679; íd., en autos "Menéndez c. Alberto Sargo S.R.L. s/ ds. y ps." del 23/11/2005; íd., in re "Berguer y otro c. Periodismo Universitario S.A. s/ ds. y ps.", del 31/3/2006, RCyS 2007-II-109. Ver, también, CNCiv sala E, del 24/9/74, LL 1975-A-573; íd., Sala G, del 10/4/85, LA LEY, 1985-C, 267; íd., Sala H, del 15/6/2005, JA 2005, III, Fascículo 12, del 21-9-2005, p.58; entre muchos otros). La segunda razón se debe a que, en definitiva, resulta posible -con dificultad y tras un gran esfuerzo- deslindar del escrito de fs. 1637/1682 cuales son los verdaderos agravios del recurrente. III. a). El contenido de los agravios y alcance de su estudio Anticipo desde ya que en el estudio y análisis de los agravios del actor he de seguir el rumbo de la Corte Federal y de la buena doctrina interpretativa. En efecto, claro está que los jueces no están obligados a analizar todas y cada una de las argumentaciones de las partes, sino tan sólo aquéllas que sean conducentes y posean relevancia para decidir el caso (ver CSJN, "Fallos": 258:304; 262:222; 265:301; 272:225; Fassi-Yañez, "Código Procesal Civil y Comercial de la Nación, Comentado, Anotado y Concordado", T° I, pág. 825; Fenocchieto-Arazi. "Código Procesal Civil y Comercial de la Nación. Comentado y Anotado", T 1, pág. 620). Asimismo, en sentido análogo, tampoco es obligación del juzgador ponderar todas las pruebas agregadas, sino únicamente las que estime apropiadas para resolver el conflicto (art. 386, in fine, del ritual; CSJN, "Fallos": 274:113; 280:3201; 144:611). Teniendo en cuenta lo expresado, y a modo de síntesis, podríamos precisar que los agravios del demandante se concretan en las siguientes articulaciones: a) Que la "autorización de cobranza" de fs. 69 conferida a Carlos Alberto Villagrán no constituye un mandato que faculte al autorizado a percibir los importes correspondientes, sino que sólo se trataría -como se expresa en el texto- de una "gestión de negocios". b) Que de todos modos la mentada autorización es nula por defectos formales, ya que -para tener valor- tenía que haberse labrada en escritura pública. c) Que dicha autorización, al no estar legalizada la firma de la escribana interviniente, carecía de eficacia para hacerla valer fuera del ámbito de la Provincia de Buenos Aires. d) Que no se compadecen los términos de los distintos instrumentos en juego, como ser lo que se encuentra plasmado en la cesión del crédito efectuado al actor (ver fs. 59/62), lo que se expresa en la autorización de cobranza de fs. 69 y, en fin, lo que reza en el recibo de fs. 70 vta. e) Que el juez realizó una incorrecta valoración de los medios de prueba colectados, que acreditarían la falta de verosimilitud al supuesto pago de la suma adeudada y, en todo caso, certificarían que los demandados efectuaron el pago a un tercero ajeno a la gestión de negocios. f) Que en el otorgamiento de la autorización de cobranza de fs. 69 medió un vicio del consentimiento, pues tal instrumento fue obtenido tras las amenazas concretadas por Carlos Alberto Villagrán y el grupo de personas que operaban con él. g) Que el juez no obró conforme a derecho pues reabrió una etapa procesal que estaba cerrada y la medida que dispuso en el juicio comportó suplir la negligencia de los demandados en el proceso. h) Que, en fin, no se ajusta a derecho que el anterior magistrado aplique las costas al actor. III. b). La violencia moral o intimidación Razones de orden metodológico imponen, tras una detenida y muy paciente lectura del escrito de expresión de agravios, que corresponde analizar primeramente en los presentes actuados un punto que entiendo es medular: desentrañar si en el otorgamiento de la autorización de cobranza de fs. 69 conferida a Carlos Alberto Villagrán ha mediado un vicio de la voluntad violencia moral o intimidación- capaz de fulminar con la nulidad el mencionado acto. Es que lo que se sentencie sobre este punto sin duda ha de ejercer una decisiva influencia en los restantes agravios articulados por el quejoso. Veamos. El actor, a fs. 88 vta., apartado 7), de su escrito inaugural, afirmó que previo al otorgamiento de la autorización de fs. 69- un tal Rodolfo A. Rocino (integrante del trío de personas a quienes el actor encomendó la gestión de cobranza) "le recriminó en términos amenazantes" por el envío de una carta documento (la de fs. 65) que el accionante había despachado a los demandados donde señalaba que "la única forma de pago" del crédito que le asistía "deberá ser saldada con un cheque a la orden a nombre de Juan Manuel Ymaz". Agrega que luego de tales amenazas, que fueron por vía telefónica, y ante la exigencia planteada, el apelante fue "levantado" por un auto en el que iban el citado Rocino, Oscar Manuel Villar y el que vendría ser a la postre el autorizado para la cobranza, o sea el ya mencionado Villagrán. En el encuentro personal recién referenciado, se reiteran las amenazas y detalla el actor- "lo conminaron a guardar estricto silencio". Al otro día, precisamente el 21-12-1999, concurren en horas de la tarde a la Escribanía S. y se otorga el impugnado instrumento de fs. 69 (ver fs. 89). Especifica el demandante, en lo que aquí interesa, que de haberse negado a firmar la nueva autorización "su situación y la de su familia hubiera sido muy comprometida ni bien salieran de la escribanía" (ver fs. 89 vta.). Se narra después en la demanda, en fin, acerca de la "anomalía" del procedimiento para obtener la autorización de cobro y del "vicio de la voluntad" (ver fs. 96 vta.), recalcando que "la intimidación ..., exigiéndole la firma de la autorización de cobranza..., reúne los extremos señalados por la ley: se trata de una amenaza injusta, que ha inspirado un temor fundado de sufrir un mal inminente y grave..."; "la intimidación ejercida no deja de ser un vicio de la voluntad en razón de lo dispuesto por los arts. 941 y 942 del Código Civil" (ver fs. 97). El mismo accionante, al declarar en la causa penal 55.933 (que para este acto en fotocopias certificadas tengo a la vista) detalla que, cuando las ya indicadas personas (Villagrán, Rocino y Villar) lo recogieron con el automóvil, dijeron en tono amenazante que "no tuviera ningún tipo de contacto con Vázquez Torrielli (uno de los demandados) ni con nadie", y remataron: "estás en la antesala del infierno, a partir de hoy no hay más errores, este es un último a aviso". Un día después le dijeron que "fuera a la casa de Rocino" y de allí "lo llevaron directamente a la escribanía" (ver fs. 186 de los mencionados actuados represivos). Es de destacar que diversas pruebas colectadas certifican, al menos, el clima de violencia expuesto por el actor y al que vengo haciendo alusión. En efecto, por un lado, con la declaración del Dr. S. A. R., que manifiesta ser el apoderado del co-demandado Peisajovich y quien se ocupa -además- de brindar asesoramiento jurídico a su familia. Afirma este deponente "que sus clientes estaban muy preocupados, ya que según le expresaron, estaban recibiendo un reclamo de cobro de forma coercitiva, que estaban asustados" porque -conforme le refirieron- "habían sido amenazados física y materialmente. Amenazas físicas en contra de Vazquez Torrielli, como así también lo amenazaban con destruir el local de comercio ubicado en Paraná 973"; y que "las amenazas eran realizadas por parte de las personas que querían cobrar en representación de Juan Manuel Ymaz" (ver fs. 136 vta./137 de las actuaciones penales). Por otro lado, pongo de relieve dos declaraciones más efectuadas en la mencionada causa penal por los co-demandados Ernesto Horacio Vázquez Torrielli y Carlos Alberto Peisajovich. En cuanto al primero, depone que en su encuentro con Villagrán (el que aparece autorizado para el cobro) éste le dijo que "no deseo causarle daño en la instalación de su oficina ni a su gente", para agregar luego que "podía hacer la vida imposible a cualquiera" (ver fs. 142 y 142 vta. de la mentadas actuaciones); y Peisajovich ratifica este clima amenazante al sostener que el citado Villagrán le "exigió el cobro del dinero"; agregando "que fue Vázquez Torrielli quien había tenido más reuniones con estas personas (por Rocino, Villar y Villagrán) y estaba realmente atemorizado ya que según él, varias veces se presentaron en sus oficinas, amenazándolo para que pagara" (ver fs. 145 vta. de la causa criminal). Por lo demás, ayuda sin duda a formar convicción acerca del proceder violento del grupo integrado por Rocino, Villar y Villagrán, los antecedentes penales que los citados registran a tenor de las constancias obrantes a fs. 280/301 de la causa penal; lo cual -como mínimo- da cuenta de que se estaba ante sujetos que prima facie podrían ser caracterizados como que revestían cierta peligrosidad. No obstante, puntualizo que los nombrados, y según se concluye en la instrucción, eran formalmente integrantes de la empresa de seguridad "Tecno Internacional S.A." y, como se anticipó, habrían sido en conjunto "contratados" por el actor para gestionar la cobranza de su crédito (ver fs. 811 vta. de esos autos). No obstante lo narrado, el judicante que intervino en la instancia anterior estimó que el accionante no había logrado probar que se viera coaccionado a otorgar la autorización de fs. 69. Para arribar a tal conclusión, el juez destaca que fue una decisión voluntaria del actor "dejar el problema en manos de gente con experiencia inmobiliaria, de tercerización y de seguridad", tal como en la demanda se reconoce a fs. 87 vta., apartado 3). En consecuencia, afirma el magistrado, no podría el apelante "desentenderse de las ulterioridades que podría ocasionarle tal decisión" (ver fs. 1615). Al respecto, en la sentencia en crisis se hace hincapié en la declaración efectuada en sede penal por la Escribana S., quien afirmó que el trato entre ese grupo de hombres y el actor "era cordial", y que no advirtió que el autorizante haya sido amenazado o intimidado para firmar los documentos (ver fs. 1615). Las apuntadas consideraciones del juez que me precedió motivó la específica queja del apelante, articulando que "es un grave error del magistrado y uno de los principales agravios de mi parte" (ver fs. 1673). Sobre el punto argumenta el recurrente que el juez prescindió de pruebas decisivas; en particular, del pliego de posiciones presentado por los demandados a fs. 1394; de forma tal que habría quedado acreditado en la causa que el demandante fue coaccionado para otorgar la autorización cuestionada (ver fs. 1670 vta.). A esta altura de mi relato considero que es necesario deslindar cuidadosamente dos situaciones. Una de ellas es si efectivamente el actor encomendó al grupo integrado por Rocino, Villar y Villagrán que tomaran a su cargo las gestiones para que el apelante pudiera percibir su acreencia. La otra, a mi juicio bastante diferente, es si en la realidad -y como un acto pleno de voluntad- Juan Manuel Ymaz decidió que fuera Villagrán quien percibiera directamente en su representación el dinero adeudado. En relación a la primera cuestión es claro que, sin el menor asomo de duda, la respuesta no puede ser otra que afirmativa; sencillamente porque el propio actor lo reconoce de entrada en su demanda, tal como lo destaca el juez a fs. 1615. Sin embargo, brindar la misma respuesta afirmativa al segundo interrogante, me parece como mínimo una apreciación ligera. Para decirlo en otras palabras, que el actor haya en el inicio -como manifestación de voluntad- encargado la gestión de cobro a los sujetos referidos, no lleva necesariamente de la mano a que el acto concreto celebrado el 21 de diciembre de 1999 en la Escribanía S. -en cuanto se faculta a Villagrán a "recibir y cobrar todo importe" y a "otorgar recibos"- sea el resultado de una decisión completamente libre del recurrente. Por eso, entiendo que se equivoca el juez de grado cuando -en una suerte de proyección inusitada- en los hechos impone al actor la carga de soportar sin reclamos coacciones futuras y aceptar con amenazas lo que ulteriormente se le presentara a la firma (como si se trataran de acciones lícitas que pueden convenirse), por la circunstancia de que el demandante tuvo la decisión primigenia -que a todas luces estimo desacertada- de encargar a ese trío de personas las tareas del caso para lograr la cobranza de su crédito. Dicho más sintéticamente: que el apelante haya encomendado la apuntada labor de cobranza no significa el compromiso de aceptar que se lo haga de cualquier manera, incluso aceptando que otros perciban por él tras la ejecución de actos intimidatorios. A su vez, otra cuestión a resolver -en función de lo preceptuado por los artículos 942 y 943 del Código Civil- es determinar cuál ha sido la conducta desplegada por los demandados; tema que no es dable soslayar a la hora de tomar una decisión sobre el fondo del asunto. Efectuadas las precisiones precedentes, anticipo desde ya que para mi criterio -a tenor de las circunstancias precedentemente expuestas- el presente caso cabe encuadrarlo dentro de las prescripciones contenidas en los artículos 937, 941, 943 y concordantes del Código Civil; y ello en atención a la falta de libertad que ha tenido el actor cuando suscribió la autorización glosada a fs. 69 de los presentes actuados. Tal aserto comporta la necesidad de aplicar específicamente el citado art. 941 del mismo cuerpo legal que determina la nulidad del acto; en el caso, del que fuera celebrado el 21 de diciembre de 1999 en las oficinas de la Escribanía S.; situación que, naturalmente, ha de derivar en la ineficacia del pago que informa el recibo de fs. 70 vta. El material existencial de la causa permite tener por acreditada la intimidación de que fue objeto el recurrente; es decir, la violencia o coacción moral tras las amenazas sufridas, que le ha reducido sensiblemente su libertad de obrar. Es por tal motivo que en la especie tuvo lugar la denominada vis compulsiva o metus, de manera que con la intimidación o violencia moral ejercida sobre el ánimo de Juan Manuel Ymaz se ha configurado un vicio del consentimiento al alterarse el normal proceso formativo de su voluntad. Con lo señalado quiero decir que en el presente caso no estamos ante un supuesto en el cual no se verifica voluntad alguna por mediar un factor que la ha suprimido totalmente. En puridad la voluntad existió y, en tal sentido, podría decirse que el actor ha querido lo que hizo; esto es, suscribir la autorización de fs. 69. Sin embargo, tal como fueron las cosas, ese "querer" no tuvo origen en un ámbito de libertad plena, de lo que se sigue que en verdad no ha existido una "libertad de querer". En síntesis, para decirlo de un modo concreto, para mi concepto las amenazas de Villagrán, Villar y Rocino han generado un temor en el accionante que, en la emergencia, lo condujeron a optar por la elección del mal menor; de forma tal que en la especie ha acontecido lo que los glosadores romanos plasmaban en la expresión coactus voluit, sed tamen voluit. De ahí que, reitero, si bien hubo en alguna medida una deliberación y decisión en Ymaz (las constancias de la causa así lo prueban), ambas han sido perturbadas por representaciones anormales. En consecuencia, no obstante que el apelante ha realizado por sí el acto que informa la autorización de fs. 69, tal aserto no impide que surja a la luz el vicio que lo invalidaba, tan pronto se tenga por probada que la decisión adoptada ha sido inducida antijurídicamente; con lo que -al fin de cuentas- lo que se ha obtenido es una declaración bajo intimidación. Por supuesto que, para entender que resulta procedente hacer lugar a la nulidad impetrada, es que tengo por cumplidos en el caso los requisitos exigidos por la doctrina interpretativa. Me refiero a que el actor ha padecido una injusta amenaza, que el mal que pretendió evitar era inminente y grave, y que ha jugado en la especie un temor fundado como causa determinante del acto (ver Cifuentes, Santos, en Belluscio-Zannoni, "Código Civil y leyes complementarias, t. 4, p. 236 y siguientes, ed. Astrea, Buenos Aires, 1982; Borda, Guillermo A., "Tratado de Derecho Civil. Parte General", t. II, p. 328 y siguientes, 6° edición, ed. Perrot, Buenos Aires, 1976; Llambías, Jorge Joaquín, "Tratado de Derecho Civil. Parte General", t. II, p. 502 y siguientes, 5° edición, ed. Perrot, Buenos Aires, 1973). Un prolijo estudio de las piezas arrimadas a este proceso, y de las que corren en el expediente penal, han formado mi convicción en ese sentido a tenor de los parámetros de la sana crítica (art. 386 del ritual). No empece a lo expuesto la deposición de la Escribana S. -de la que se vale la sentencia en crisis- relativa a que no observó en el acto de otorgarse la autorización un ambiente de intimidación. Es que, precisamente, era difícil de esperar que pudiera traslucirse otra cosa en la conducta de Ymaz si -como lo ha declarado- estaba conminado a guardar "estricto silencio", y pesaba sobre él un "último aviso" por estar en la "antesala del infierno" (ver fs. 89 de estos autos y fs. 186 de las actuaciones penales). Empero, si la complejidad y declaraciones contradictorias que exhiben tanto la presente causa como los autos represivos podrían generar una legítima duda acerca de si en la realidad el actor otorgó la autorización de fs. 69 bajo intimidación, tal hesitación se disipa por completo al confrontarnos con el pliego de posiciones presentado por los demandados a fs. 1394. Allí los encartados reconocen, sin subterfugios ni medias tintas, no sólo que el actor "sufrió amenazas por parte de Carlos Alberto Villagrán" (ver posición 13), sino incluso que éste cobró "indebidamente" el dinero (ver posición 15) y -más aún- que el apelante "intentó impedir" que el que aparecería como autorizado cobrara la deuda que los accionados debían afrontar (ver posición 16). Es que ante tal confesión (art. 411, segundo párrafo, del ritual), aparece admitido el vicio del consentimiento sufrido por Ymaz; vicio que es una directa consecuencia de las "amenazas" de Villagrán (posición 13), ya que justamente a raíz que el acto impugnado no constituye una expresión genuina de la libertad del actor, es que éste trató de "impedir" el pago al autorizado (posición 16) pues, de concretarse, el cobro hubiese sido efectuado "indebidamente" (posición 15). Ahora bien, tal como se viene desarrollando el presente voto, es hora que se valore -tal como fue ya anticipado- cuál ha sido el obrar de los demandados. Al respecto diré que el análisis de las constancias del juicio no permite afirmar que medió en el caso el dolo de los emplazados para perjudicar al actor. Para decirlo más claramente, no se puede tener por probado que los deudores "negociaron" con el autorizado y su grupo -con relevantes antecedentes penales- un determinado precio para que se extendiera un recibo por el total del crédito reclamado; por supuesto entregando una suma menor. Como lo dice el juez de instrucción, ésa fue la postura que sostuvo el querellante (aquí actor) en el curso de la investigación. Es que, a pesar de la declaración de uno de los integrantes del grupo encargado de la gestión de cobranza (nada menos el que recibió materialmente el dinero de los demandados) -Oscar Manuel Villar- que afirmó que ellos sólo cobraron la comisión y no el total del crédito (ver fs. 897 y 897 vta. de la causa penal)- y de la efectuada por el hijo del difunto Villagrán orientada en el mismo sentido (ver fs. 329/332), lo cierto es que la instrucción no halló asidero probatorio a aquella articulación de la querella a mérito que se contradecía con otros elementos probatorios (ver la resolución en los autos represivos a fs. 808/819). Como quiera que sea, aunque demos por supuesto -dejando a salvo todas las vacilaciones que la causa genera- que los encartados efectuaron el pago total a Villagrán, lo que cabe decidir es si han pagado bien; esto es, si su pago ha sido eficaz para cancelar el crédito. En esa dirección, se torna necesario determinar si a los demandados corresponde encuadrarlos en el ámbito del art. 942 del Código Civil o, en su defecto, en la órbita del art. 943 del mismo ordenamiento. Y es aquí donde de nuevo el pliego de posiciones de fs. 1394 nos vuelve a sanjar el dilema, pues a tenor de él es por demás evidente que los deudores y aquí demandados están encasillados en la previsión del art. 942 de la ley civil en tanto eran sabedores de la violencia moral impuesta en la persona del actor (ver posiciones 13, 15 y 16). Así las cosas, a la luz de las precedentes consideraciones, no adhiero al criterio del judicante de la anterior instancia cuando sostiene que ante los encartados "Carlos Alberto Villagrán era el verdadero representante del actor a tenor del instrumento del 21 de diciembre de 1999" (ver fs. 1615 vta., cuarto párrafo). Y discrepo con este enfoque porque mal puede ser para los deudores el citado Villagrán el "verdadero representante" de Ymaz cuando confiesan que el actor sufrió amenazas, que éste quería impedir la cobranza por aquél y, en fin, que la percepción por el autorizado era indebida (posiciones 13, 16 y 15, respectivamente). En la misma línea de pensamiento, entiendo inaudible la defensa ensayada por los emplazados a fs. 267 vta./268 de su contestación de demanda. En efecto, si bien no se discute que en nuestro caso se está ante un acto anulable y, como tal, se ha de reputar válido mientras su nulidad no sea decretada (ver arts. 1045 y 1046 del Código Civil), tal aserto no implica que necesariamente se reputarán válidos todos los actos que hayan sido la consecuencia de aquél y que fueran practicados antes de la sentencia que decreta la nulidad (en el caso, el pago que se desprende de la constancia de fs. 70 vta.). Es que, aunque se comparta la posición de Llambías -de la que se valen los apelados- la solución no ha de variar porque este autor es claro al postular que la estimación de validez de los actos (por haber tenido lugar antes de la anulación) está sujeta a una plataforma fundamental ausente en los presentes actuados; esto es, que quienes ejecutaron el acto (en nuestro caso, el pago de fs. 70 vta.) en función de ese otro que luego se decreta su nulidad (la autorización de fs. 69), "podían confiar en la regularidad de su título puesto que por entonces la misma ley lo consideraba correcto y regular" (ver Llambías, Jorge Joaquín, "Tratado de Derecho Civil. Parte General", t. II, p. 611, N° 1970, 5° edición, Buenos Aires, editorial Perrot, 1973). Siguiendo la precedente directiva, desde luego que los encartados razonablemente " no podían confiar en la regularidad" de la autorización de fs. 69. Ello es así a tenor de las siguientes circunstancias: a) porque nada menos que el propio letrado apoderado del co-demandado Peisajovich -el Dr. S. A. R.- advirtió que la documentación que obraba en su poder en relación al presente asunto era "notablemente contradictoria", pues -declara- "Juan Manuel Ymaz envía una carta documento a sus clientes (los aquí demandados) ... y deja constancia que la única forma de instrumento de pago ...deberá ser saldada por un cheque a la orden de Juan Manuel Ymaz" y luego, cuando observa la autorización de fs. 69, "le sorprendió nuevamente ya que era contradictorio con la carta documento enviada por Juan Manuel Ymaz que decía que solamente debía pagarse con cheque a la orden del mismo" (ver fs. 137, 137 vta. y 138 de la causa penal); b) porque, como ya fue destacado, jamás se podía confiar "en la regularidad del título" cuando se tenía conocimiento de las "amenazas" ejercidas por el autorizado sobre el autorizante; se sabía que éste trataba de impedir que aquél percibiera efectivamente; y que -concretado en suma el pago a Villagrán- se estaría ante un supuesto de cobro efectuado "indebidamente" (ver posiciones 13, 16 y 15, respectivamente, del pliego de fs. 1394). En resumidas cuentas, el pago efectuado por los demandados conforme a la constancia que en copia corre agregado a fs. 70 vta., no puede ser considerado de buena fe, pues con toda precisión señala nuestra ley que "no podrá alegarse ... la ignorancia del verdadero estado de las cosas" cuando "proviene de una negligencia culpable" (art. 929 del Cód. Civil). Por supuesto que también cabe aplicar a la especie las previsiones de los arts. 512, 902 y concordantes del mismo cuerpo legal, ya que los accionados han omitido -al efectuar el pagolas diligencias necesarias requeridas por la naturaleza de la obligación, de lo que se sigue que no obraron con prudencia y pleno conocimiento de las cosas. Soy de la opinión, en efecto, que al recibir los demandados comunicaciones del actor (directas o indirectas) que eran sucesivamente contradictorias, a lo que se agrega que tenían conocimiento que éste padecía amenazas de Villagrán; constándoles incluso -por si lo ya señalado fuera poco- que el Sr. Ymaz quería impedir que el autorizado percibiera su acreencia, una diligencia elemental indicaba que los deudores no podían limitarse solamente -sobre todo ante un pago de envergadura- a mantener dos o tres meras comunicaciones telefónicas, como las que dice haber realizado el Dr. R. a la Escribana S. y al padre del actor (ver fs. 138 de los autos represivos). Parece evidente que, ante tal estado de cosas, se tornaba imperioso adoptar mayores recaudos; como podría haber sido la consignación judicial de lo adeudado (ante la duda, si no se pudiere dar con el acreedor en persona), o bien exigir que el actor les ratificara por algún medio las facultades para percibir conferidas a Villagrán; en particular teniendo en cuenta que la última comunicación directa que los demandados habían tenido del acreedor fue la carta documento de fs. 65, mediante la cual claramente se indicaba que el pago sólo debía concretarse mediante un cheque a su nombre. No olvidemos, insisto, que los deudores eran sabedores de la intimidación que estaba padeciendo el actor en manos de Villagrán (ver art. 942 del Cód. Civil); por lo que -aún descartando el dolo en el obrar- se nos presenta como insostenible la conducta desplegada por los emplazados en la emergencia. Me permito resaltar que la conclusión a la que arribo -que sella la suerte favorable del recurso- no es sólo el resultado de una valoración emergente de la aplicación de las reglas de la sana crítica (art. 386 del CPCCN); análisis en el que sin hesitación juega siempre un cierto margen de discrecionalidad en el juzgador. La cuestión en la especie va todavía más allá porque en el caso ha de desempeñar un rol central en la decisión el pliego de posiciones de fs. 1394 a la luz de lo preceptuado por el art. 411, segundo párrafo, del ritual; norma a la que cabe asignarle un valor superlativo dada su singular trascendencia. Es que no es materia de discusión que la posición importa para el ponente una confesión; vale decir, el reconocimiento irreversible de la veracidad del hecho que afirma, el que se considera aceptado; de manera que -como diría Carnelutti- comporta el abandono de la discusión. En tal inteligencia, el citado art. 411, segundo párrafo, del Código Procesal, no sería ya una norma de interpretación, sino más bien un precepto imperativo que rige el modo de proceder en justicia; y del cual emerge la carga de poner posiciones de un modo coherente con la propia volición jurídica y de aceptar el efecto de lo afirmado en ellas (ver Carnelutti, Francesco, "La prueba civil", p. 247, N° XXX, ed. Depalma, Buenos Aires, 1979; Colombo, Carlos J., "Código Procesal Civil y Comercial de la Nación", t. I, p. 654, ed. Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1975; Fenochietto, Carlos Eduardo y Arazi, Roland, "Código Procesal Civil y Comercial de la Nación", t. 2, p. 408, ed. Astrea, Buenos Aires, 1993; Falcón, Enrique M., "Comentario al Código Procesal Civil y Comercial de la Nación", t. I, p. 696, ed. Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1998; Kielmanovich, Jorge L., "Código Procesal Civil y Comercial de la Nación", t. I, p. 777, ed. Lexis Nexis, Buenos Aires, 2006; Alvarez Juliá, Luis y Goldfeld, Agustín Guido, "Código de Procedimiento Civil y Comercial anotado con jurisprudencia", p. 296/297, ed. Errepar, Buenos Aires, 2005). III. c). Las otras quejas del apelante Lo hasta aquí explicitado me exime de volcar al presente pronunciamiento los análisis referidos a las restantes quejas del recurrente, como ser la invocada gestión de negocios, la hipotética nulidad de la autorización de fs. 69 porque no se elevó a escritura pública, la falta de legalización de la firma de la escribana, la supuesta falta de coincidencia entre los distintos instrumentos otorgados y, en fin, que el pago se efectuó a un "tercero" que no era Villgarán. De todos modos he de decir que, aún dando por supuesta las buenas intenciones que animaron la presentación del exagerado y repetitivo libelo de fs. 1637/1682, todas esas articulaciones no son más que planteos inconducentes que, es de lamentar, no han provocado otra cosa que distraer inútilmente la atención del Tribunal. IV. Las costas La particularidad de estas actuaciones y lo harto complejo de las cuestiones de hecho involucradas, me persuaden que en este específico caso se ajusta a un criterio de equidad distribuir las costas en el orden causado, lo que así he de proponer a mis colegas (art. 68, segunda parte, del CPCCN). V. Conclusión Por todas las consideraciones fácticas y jurídicas precedentemente desplegadas, propongo al Acuerdo: a) revocar la sentencia de fs. 1605/1618; b) declarar la nulidad de la denominada autorización de cobranza que en fotocopia corre agregada a fs. 69/70 y, en consecuencia, la ineficacia del pago que da cuenta el recibo fotocopiado a fs. 70 vta.; c) condenar a los demandados a pagar al actor -dentro del plazo de diez días y bajo apercibimiento de ejecución- la cantidad de U$S 125.475, con más los intereses convenidos en el instrumento que en copia luce a fs. 55/58; d) aplicar las costas de ambas instancias en el orden causado. Los doctores Ramos Feijóo y Sansó, por análogas razones a las aducidas por el doctor Mizrahi, votaron en el mismo sentido a la cuestión propuesta. Por lo que resulta de la votación que instruye el Acuerdo que antecede, se revoca la sentencia de fs. 1605/1618; se declara la nulidad de la denominada autorización de cobranza y la ineficacia del pago que da cuenta el recibo fotocopiado a fs. 70 vta; condenando a los demandados a pagar al actor la cantidad de U$S 125.475 con más los intereses convenidos en el instrumento que en copia luce a fs. 55/58. Con las costas de ambas instancias en el orden causado. — Mauricio Luis Mizrahi. — Claudio Ramos Feijóo. — Gerónimo Sansó.