SENDER, Ramón, J (1930). Imán. La acción de esta novela se centra en el desastre de Annual (julio de 1921), que describe con gran realismo, “como pudo verla un soldado cualquiera de los que conmigo compartieron la campaña”, tal como escribió el propio autor. El protagonista es Viance, soldado aragonés al que apodan Imán, que logra salir vivo de la catástrofe y regresar a su pueblo, Urbiés. La novela está elaborada con muchos elementos extraídos directamente de la experiencia personal del autor en Marruecos, y expresa su visión de la guerra como absurda tragedia. Alguien dice torpemente: –¡No llores, hombre! ¡Vamos a tomar una copa! Ríen los demás. Viance se deja arrastrar a la cantina. Uno le ladea el gorro de un manotazo, otro le arranca la condecoración y Viance, creyendo que se le había caído, se pone a buscarla; enciende una cerilla, se quema los dedos, palpa la tierra a oscuras con las manos. Se arma un alboroto enorme. Empujones, risas, insultos. Cuando se da cuenta Viance, está en el café. Los obreros llenan la barraca por completo. En un extremo se alza un tabladillo de madera al nivel de las mesas. En el fondo hay una colcha rameada de amarillo y verde. De vez en cuando sale una mujer – camisa rosa, nariz pelada de herpes– y ondula torpemente, acompañada por un viejo que manotea en el piano. Lleva la clientela cal en las ropas, barro en las manos, en la cara. Viance pasa sin mirar a nadie. Se siente vértice de la curiosidad del cafetín, objeto de ironías mordaces. ¿Por qué? Cuando se ve solo en una mesa lejana, respira tranquilo. Junto al tabladillo han quedado los jovenzuelos, con ojos salaces. Apenas puede reflexionar sobre los últimos sucesos. Entre retazos de música y gañidos de la cupletista, va hilvanando su desconcierto: «El pueblo, Urbiés, muerto bajo el pantano; las sepulturas de sus padres, sepultadas a su vez bajo el agua sucia: todo borrado, todo desvanecido en el aire para siempre.» Antes, hasta en los momentos peores de la campaña, tenía una base moral firme: su niñez, su pueblo, los campos familiares, las calles, los niños de entonces, hechos ya hombres. Ahora cree pisar sobre la niebla, sobre el aire. Su vida comienza en el infinito, sin base, sin donde poner los pies para tomar impulso. Tiene setenta céntimos. ¿Y trabajo? ¿Será fácil aquí encontrar trabajo? En la mesa de al lado le contesta casualmente la afirmación de un labriego: – Peones no quieren ni uno. Sobra personal en todas partes y sólo admiten a los que vienen con una mula y un carro por lo menos. Viance prende una mirada de perro en las tres bombillas que lucen envueltas en gasa azul. Se siente suspendido en el aire, como un ahorcado. La cuerda es el secreto que guarda en lo hondo de los ojos, un secreto que lo eleva sobre los demás; pero lo eleva —¡ay! — por la garganta. ¿Vivir, amar, triunfar? Ese secreto ha roto ya la raíz de todos los impulsos, le ha asomado a la gran indiferencia fatalista que rige la vida de los planetas deshabitados, de los planetas muertos. La cancionista sale ahora entonando «La cruz del Mérito», cuplé patriótico muy popular que habla del soldado ciego acogido por los brazos de su novia. La cupletista lleva sobre la teta izquierda, prendida en la camisa, la medalla de Viance. Cuando marca el paso con exagerados meneos la medalla oscila a compás. El estribillo dice: El corazón de las mujeres y las trompetas de la Fama al ver pasar a los soldados, repiten siempre: ¡Viva España! E insiste tres veces en ese «¡Viva España!», con modulaciones flamencas, moviendo las caderas. Fuente: http://www.historiacontemporanea.com/pages/bloque6/el-reinado-de-alfonso-xiii-el-periodo-constitucional-19021923/fuentes_literarias/iman Última versión: 2016-11-20 04:01 - 1 dee 1 -