Durante la estancia de García Lorca en Cuba. El asesinato de Federico García Lorca es el espejo donde se refleja la ale­ vosía, la cobardía y el afán destruc­ tivo del régimen político español; del de ayer desde luego, pero también del de hoy pese a los afeites, ungüen­ tos y cosm éticos de palabrería con que desesperadam ente intenta hacer pasar por modernas y dem ocráticas las fachas de todos los que entonces y aun hoy, servidores del régimen de tan vil parto, no son más que cóm ­ plices del aquel asesinato de hace trein ta y ocho años. Aunque haya pasado tanto tiem po a los que a pesar de todo, a pesar de mucho, aun nos queda un atisbo de amor y adm iración por nuestra pa­ tria, podemos regodearnos en la victo- Federico García Lorca en el Palacio de Carlos V en La Alhambra. Los de La Barraca: Alberti, Buñuel, Ugarte . . . y García Lorca. El crimen fue en Granada i EL CRIMEN Se le vio, cam inado entre fusiles, por una calle larga, salir al campo frío, aún con estrellas, de la madrugada. Mataron a Federico cuando la luz asomaba. El pelotón de verdugos no osó m irarle la cara. Todos cerraron los ojos; rezaron: ¡ni Dios te salva! Muerto cayó Federico — sangre en la frente y plomo en las etrañas . . . Que fue en Granada el crimen sabed — ¡pobre Granada! —, en su Granada . . . II EL POETA Y LA MUERTE Se le vio cam inar solo con Ella, sin m iedo a su guadaña. — Ya el sol en torre y to rre ; los m artillos 8 ria sin sangre ni sin muerte, sin ase­ sinatos ni servilism o de los españoles, enemigos del fascism o todos, que con su creación enaltecen a España. Po­ demos felicita rn o s de que ni el ase­ sinato ni el te rro r apagan el espíritu y que aunque tiem ble unos instantes en la tierra aterida, trém ula de las descargas de los pelotones de ejecu­ ción, la sem illa artística brota siem ­ pre. Un poeta no deja de vivir por mucho que lo fusilen. ■ G regorio Romero en yunque — yunque y yunque de las fraguas. Hablaba Federico, requebrando a la muerte. Ella escuchaba. „Porque ayer en mi verso, compañera, sonaba el golpe de tus secas palmas, y diste el hielo a mi cantar, y el filo a mi tragedia de tu hoz plata, te cantaré la carne que no tienes, los ojos que te faltan, tus cabellos que el viento sacudía, los rojos labios donde te besaban . . . Hoy como ayer, gitana, muerte mía. qué bien contigo a solas, por estos aires de Granada, ¡mi G ranada!“ III Se le vio c a m in a r. . . Labrad, amigos, de piedra y suño, en el Alhambra, un túm ulo al poeta, sobre una fuente donde llore el agua, y eternam ente diga: el crim en fue en Granada, ¡en su Granada! Antonio MACHADO EXPRÉS ESPAÑOL / Agosto 1974