la cigarra

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la cigarra
É
rase una mujer que no podía tener hijos. Desesperada le pidió a Dios que se apiadara de ella y
le diese por lo menos una hija, aunque fuese tan fea
como una cigarra *. Dios escuchó sus plegarias, y la
mujer no tardó en quedarse embarazada y en traer
al mundo una cigarra (que no una hija).
Los años fueron pasando y la hija cigarra se
fue haciendo mayor hasta que llegó el día en que le
entraron ganas de buscarse un novio. Así que fue a
su madre y le dijo:
—Madre, ya me he hecho mayor, quiero un
novio para casarme.
Y su madre, preocupada, le dijo:
—Está bien, está bien, pero cuida que sea un
novio de tamaño parecido al tuyo.
La cigarra salió en busca de un novio y lo
primero que encontró fue un camello. Al verla, el
camello le preguntó:
—Buu, buu, buu… Hola, cigarrita, ¿te quieres
casar conmigo?
* El término «cigarra» designa a las mujeres poco atractivas.
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Y la cigarra contestó:
—Cuelga el oro * dentro de mi manga, que yo
voy a preguntárselo a mi madre.
El camello le llenó de pulseras los brazos, y
cuando la cigarra llegó a su casa le dijo a su madre:
—Madre, he encontrado un pretendiente muy,
muy grande, con la cabeza muy, muy grande, la nariz muy, muy grande, ¡todo él muy, muy grande!
La madre contestó que ese novio no le convenía y que mejor se buscaba otro.
La cigarra regresó al lado del camello y le dijo:
—Lo siento, pero no puedo casarme contigo.
Y siguió su camino. Al rato se encontró con un
toro, y el toro le dijo:
—Muu, muu, muu... Hola, cigarrita, ¿te quieres casar conmigo?
Y la cigarra contestó:
—Cuelga el oro dentro de mi manga, que voy
a preguntárselo a mi madre.
El toro le llenó de pulseras los brazos y puso el
oro en sus manos. Cuando la cigarra llegó a casa le
dijo a su madre:
—Madre he encontrado un pretendiente muy,
muy grande, con la cabeza muy, muy grande, la
boca muy, muy grande, la nariz muy, muy grande,
¡todo él muy, muy grande!
Su madre contestó que ese novio no le convenía y que mejor se buscaba otro
La cigarra regresó al lado del toro y le dijo:
* Aquí «oro» hace referencia a la dote.
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sharif kanaana
—Lo siento mucho, pero no puedo casarme
contigo.
Y siguió su camino. Al poco se encontró con
un ratón que caminaba mientras iba diciendo «sí,
sí, sí». Cuando vio a la cigarra, el ratón la saludó:
—Hola, cigarrita, ¿qué haces por aquí? ¿Estás
buscando algo?
La cigarra contestó:
—Sí, busco un novio que me guste.
Y el ratón siguió preguntando:
—Entonces, ¿por qué no te casas conmigo?
Y la cigarra contestó:
—Cuelga el oro dentro de mi manga, que voy
a preguntárselo a mi madre.
El ratón le entregó todo el oro que tenía.
Cuando la cigarra llegó a casa le dijo a su madre:
—Madre, he encontrado un novio muy, muy
pequeño, con la cabeza muy, muy pequeña, la boca
muy, muy pequeña, la nariz muy, muy pequeña
¡todo él muy, muy pequeño!
Entonces su madre le contestó:
—Pues mira, creo que este va a ser el que te
convenga, así que vete y cásate con él.
La cigarra regresó al lado del ratón y le dijo:
—Pues va a ser que sí: acepto casarme contigo.
Y la cigarra y el ratón se casaron y se fueron a
vivir los dos a la madriguera del novio.
Los días fueron pasando…
Un día, la parejita se dio cuenta de que toda
la ropa que había en la casa estaba muy sucia, y los
dos decidieron ir a lavarla. Iban en fila india muy
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contentos cantando la canción del sí, sí, sí que tanto
le gustaba al ratón. Andando, andando llegaron al
mar de Acre *. Echaron una ojeada y dijeron:
—¡Bah! Con esta agua no tenemos ni para
lavar un pañuelo.
Y siguieron andando hasta el mar de Tiberia**
des . Pero nada más llegar, se dieron cuenta de
que tampoco allí había agua suficiente para lavar
su ropa, así que siguieron andando hasta que, ¡oh,
sorpresa!, encontraron las pisadas de un burro que
estaban llenas de agua de lluvia, y, entonces, muy
contenta la cigarra le dijo a su marido:
—Mira, aquí tenemos todo el agua que necesitamos para lavar nuestra ropa y… ¡seguro que sobra
un poco por si queremos bañarnos!
Pero entonces se dio cuenta de que no llevaban
jabón.
—Tú no te preocupes —dijo el ratón—, me
esperas aquí, y yo me acerco corriendo a Acre para
traerte un poco.
La cigarra se sentó a esperar al borde del camino pero mientras esperaba le entraron ganas de
darse un chapuzón y, sin pensárselo dos veces, se
tiró al agua y estuvo nadando un buen rato, pero
cuando quiso salir, no pudo.
A lo lejos oyó el galopar de un caballo y, cuando lo sintió acercarse, se puso a cantar:
* Acre (Akka, en árabe): ciudad palestina a orillas del Mediterráneo,
aquí llamado «mar de Acre».
** En realidad no es un mar, sino un lago.
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Caballero que montas tan lindo caballo
Vete y dile a mi marido
En qué situación me hallo.
Si así lo haces
Que Dios te lo agradezca
Y si no lo haces
Que Él te lo repruebe
Dejándote bien pegado
A la montura de tu lindo caballo.
El jinete escuchó los ruegos de la cigarra, pero
no le hizo ningún caso. Siguió galopando en dirección a la ciudad de Acre y, cuando llegó, hizo lo
que había ido a hacer y se olvidó de todo lo demás,
pero… al volver a su casa se llevó un gran susto,
pues, al intentar bajar de su caballo, no pudo: ¡estaba pegado a la silla de montar!
Lo intentó una y otra vez, pero tuvo que darse
por vencido: ¡no podía bajarse del caballo! Comprendió entonces que no le quedaba otro remedio
que volver a Acre para intentar encontrar al ratón.
—¿Habéis visto a un ratón que vino a comprar
jabón?
Preguntaba el pobre hombre a tenderos, aguadores, artesanos… Lo preguntó tantas veces que al final todos empezaron a creer que se había vuelto loco.
—¿Habéis visto a un ratón que vino a comprar
jabón? ¡Que digo que si habéis visto a un ratón que
vino a comprar jabón!
Por fin, en una de esas, apareció el ratón, y el
jinete pudo darle el recado de la cigarra, librándose
así del maleficio.
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Pero antes de regresar, el ratón terminó de hacer
los recados: robó en una tienda un trozo de carne y
un poco de jabón y volvió corriendo al lado de su
mujer. Y allí la encontró casi ahogada en el fondo
de un hoyo. Del susto casi se vuelve loco: tiró el jabón y todo lo que llevaba al suelo y metió la cabeza
dentro del agua para que la cigarra pudiera agarrarse
a sus orejas. Pero la cigarra no alcanzaba sus orejas.
Entonces el ratón lo intentó otra vez con sus patas.
Pero la cigarra tampoco alcanzaba sus patas. Por
ultimo, lo intentó con su rabo, y, entonces sí, la
cigarra consiguió alcanzar el rabo y salir por fin del
hoyo.
Pero cuando estuvo fuera, la cigarra lo riñó por
haberla dejado sola:
—Por tu culpa me caí al agua y casi me ahogo.
El ratón se disculpó diciendo que tuvo que
marcharse para ir a comprar jabón y luego le dijo:
—Además… ¡No te quejes! Lo que importa es
que ya estoy aquí y te he salvado la vida. ¡Vamos a
comer un poco para celebrarlo.
La cigarra le dio un abrazo y se puso a preparar
kubbe * y, cuando terminaron de comer y lavar la
ropa, volvieron a su casa.
Y allí los dejé muy contentos y me vine a contar este cuento.
* Plato preparado con una mezcla de trigo, carne picada y ajo. Véase
receta al final del libro.
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