EL “BONITO RIESGO” DE EDUCAR EN LA FE. APORTE DE LA FE CRISTIANA A LA EDUCACIÓN HUMANA (Conferencia del Hermano Enzo Biemmi en un ciclo de encuentros organizados por la Asociación “Las dudas de los no creyentes" de la Universidad Bicocca de Milán, sobre temas de educación y valores de la laicidad) "La historia milenaria del cristianismo es una mezcla fecunda de evangelización y educación. Anunciar a Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, significa llevar a la humanidad a plenitud y, por lo tanto, sembrar cultura y civilización. No hay nada en esa acción que no tenga un importante valor educativo" (CEI, Educare alia vita buona del Vangelo, presentazione). El último documento de los obispos italianos sobre el tema Educare alia vita buona del Vangelo expresa con estas palabras la pretensión cristiana de ser un recurso de educación en las historias individuales, en las relaciones civiles, en el encuentro entre culturas y religiones. No tiene que pasar desapercibido el fundamento teológico de tal pretensión. No es sólo filantropía, amor por lo humano en todas sus expresiones. La fe cristiana cree en un Dios que se ha hecho humano para devolver a cada hombre su dignidad. De ahí la inspiración profunda del su actuar: "Quien sigue a Cristo, el hombre perfecto, se convierte él también más hombre" (GS 41). Es la afirmación del documento conciliar Gaudium et Spes, y de aquella otra expresión que dice la pasión y compasión de la Iglesia por lo humano: "Las alegrías y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de hoy, de los pobres, sobre todo, y de todos los que sufren, son las alegrías y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los discípulos de Cristo, y nada hay de auténticamente humano que no encuentras eco en su corazón" La antropología cristiana nace de su teología, del cuidado por el hombre que profesa haber recibido y continúa recibiendo continuamente de su Dios. Clemente de Alejandría, un autor del siglo II, le atribuye a Jesús el título de "educador" y a los cristianos el de "alumnos de la divina pedagogía”. Particularmente sugestiva es la imagen de Dios en el Génesis que modela al hombre, lo forma, con sus manos: el Verbo y el Espíritu, dirán los Padres de la Iglesia. El pensamiento de los Padres reitera la afirmación que el Espíritu Santo, el mismo que ha dado forma a la humanidad de Jesús de Nazaret hasta el don libre de sí por amor sobre la cruz, ha sido derramado en todos los corazones y que implícitamente conduce cada hombre, cada mujer, hacia el cumplimiento de la misma humanidad, "a imagen y semejanza" del Hijo. Una tal perspectiva teológica y antropológica ha inspirado dos milenios de compromisos del cristianismo en favor del hombre y de su formación. No es mi intención describir esta historia en la que sería fácil documentar páginas educativas importantes, como también lo contrario, evidentemente. La Iglesia en efecto ha pagado sus deudas culturales, no logrando siempre inscribir en el campo de la formación y de la educación de las conciencias, la libertad y la fecundidad inspiradas en el Evangelio. Aunque puede parecer banal, mi intervención de creyente quiere manifestar la contribución educativa del cristianismo en su forma más sencilla y popular, la de la catequesis y su expresión más tradicional, la institución educativa del catecismo. La gran mayoría de los italianos, al menos hasta las más recientes generaciones, ha ido a catecismo, tiene en la memoria la hora semanal de catecismo, la figura de una mamá catequista, el álbum de fotografía de la primera comunión y de la confirmación. La del catecismo es un forma popular de educación, incluso decimos que forma parte de las prácticas pobres en pedagogía, pero que transmiten experiencias valiosas y orientaciones de humanidad de una generación a otra. Las prácticas pobres en pedagogía no son siempre "pobres prácticas" y a menudo transmiten humanidad, valores y cultura, aunque no capitalizados por la reflexión teórica. Desde los primeros siglos de la Iglesia, hasta de la institución del catecumenado de los adultos del período que va del siglo II al V, la catequesis cristiana se apoya sobre tres fundamentos, más uno. Los primeros tres son el Credo, los Mandamientos y el Padrenuestro. El traditio/redditio del Credo, de los Mandamientos y del Padrenuestro han marcado la pedagogía del catecumenado. 1 La "traditio" significa la entrega de parte de la comunidad del patrimonio contenido en estos tres fundamentos, y la "redditio" consiste en su restitución delante de la comunidad, recitándolos de memoria como signo de que se han acogido en la propia vida. La semana siguiente a la noche de Pascua en la que recibían los sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y de la Eucaristía, se desarrollaron las catequesis mistagógicas, las catequesis sobre los "misterios", es decir, sobre los sacramentos recibidos. A partir del 1500, con la invención de la prensa, aparecen los primeros catecismos, (el primero es del 1529 obra de Lulero), divididos en cuatro capítulos, que quedarán así hasta hoy. El actual catecismo de la Iglesia católica todavía se presenta dividido en cuatro partes: el Credo, los sacramentos, los mandamientos, el Padre nuestro. El orden de la secuencia no es indiferente. Es un orden teológico que dice la visión de hombre y la concepción educativa que la catequesis quiere perseguir. Los catecismos están divididos en cuatro partes, pero tienen una estructura bipartita: a) En la primera parte (el Credo y los Sacramentos), se nos anuncia lo que Dios hace por nosotros, sus maravillas a favor nuestro, es decir, la historia de la salvación contenida en las Escrituras que el Credo deja traslucir en su estructura narrativa y trinitaria, y la liturgia, en las que aquellas maravillas obradas en un tiempo se vuelven “hoy” para cada uno de nosotros en los ritos (el “hoy” litúrgico); b) En la segunda parte está la respuesta del hombre, su vida en el signo del amor y de la libertad (los sacramentos) y la relación filial con Dios que el Espíritu Santo nos educa a llamarle “Abba”, “Padre”. Esta dinámica don/respuesta, gracia/gratitud es cuanto la Revelación y la Tradición cristiana nos han transmitido más profundamente, ofreciendo su visión de la vida y la base de su educación. En síntesis podemos decir: estamos en el mundo por gracia, no venimos a él por nosotros mismos. Alguien ha cuidado y cuida de nosotros, nos dicen las grandes narraciones bíblicas. Las grandes cosas que Dios ha hecho por nuestros padres, (las maravillas de Dios), las sigue haciendo hoy para nosotros: la liturgia y en particular los ritos de los sacramentos son el lugar donde nosotros experimentamos la acción de Dios por nosotros. Podemos vivir entonces sin miedo, no como esclavos sino como personas libres, bajo la ley del amor y estar en el mundo orando con confianza, porque sabemos estar protegidos por su paternidad. Hemos sido liberados, podemos vivir responsablemente. Recorramos brevemente los cuatro pasos para apreciar mejor el valor educativo. - Ante todo el Credo. El Credo, (del que poseemos tres versiones), es un relato. Más claro en su fórmula breve. Cuenta lo que Dios ha hecho, hace y hará definitivamente por nosotros. Nos dice que Dios es Padre y creador, y en ello manifestó ser omnipotente (la omnipotencia es atributo de la paternidad y no del nombre de Dios): nada puede obstaculizar su paternidad y su capacidad de dar vida. La suya es una creación continua, que no se cierra con el comienzo de la creación. Esta creación ha tenido una etapa decisiva en la redención por obra del Hijo. La potencia creadora de Dios se convierte en recreación en el Hijo que nos ha sido dado y acompaña toda la historia. Es por eso que lo que vendrá, y esperamos, (la última parte del Credo), será mayor de lo que antes nos ha sucedido. Dios será capaz de resucitarnos del mismo modo que antes nos dio la existencia. Y esta nueva creación tiene la misma gratuidad de nuestra primera creación. Así, en la fe, podemos decir que nosotros no somos de los seres vivientes cuyo horizonte es la muerte, sino de los seres mortales cuyo horizonte es la vida. Este es el bonito relato del Credo. Pero hay un segundo aspecto. El Credo narra, en su estructura trinitaria, que Dios ha hecho historia relacionándose con nosotros, como unidad amorosa de comunicación. Dios es movimiento en el que intervienen "dar/recibir/restituir". El Padre es el que da. El Hijo es el que recibe y devuelve. El Espíritu Santo es, podríamos decir, la unión entre uno y otro, la unión de su amor, "vinculum caritatis". Para hablar de Dios como unidad de comunicación interpersonal, el lenguaje de la tradición cristiana recurre a un conjunto rico y variado de términos relaciónales. "En Dios,- dice San Agustín, con un lenguaje marcado de ternura amorosa-, está el amado, el amante y el amor". Este movimiento unifica, engendra, diferencia, personaliza, otorgándoles a las personas una igual dignidad. Tal modelo de comunicación trinitaria se refiere muy de cerca a la tarea educativa tal como ha sido entendida, en realidad, por el cristianismo. ¿Cuál es, en efecto, el problema central de la vida humana, tanto a nivel interpersonal como social, si no la unidad entre nosotros, a pesar nuestras diferencias personales, al reconocer nuestra igual dignidad? Creer en la Trinidad es, entonces, reconocerse en relación con Dios y con los otros. Es también valorizar las personas en su inalienable diferencia.Y, además, es velar para que ni la unidad buscada ni las diferencias promovidas ofrezcan un asidero al dominio, sino, al revés, honren nuestra igual dignidad. Así, lo que el espíritu trinitario induce en las relaciones humanas, es, de un lado, la inquietud por el bien común, contra la tendencia al individualismo, y, del otro, la singularidad y la libertad de las personas, contra la tendencia al colectivismo. A este respeto, debe ser reconocido que el concepto de persona como también el ideal democrático (fraternidad, libertad, igualdad), no han madurado sin el humus correspondiente, en la historia humana, del paradigma trinitario que liga unidad, diferencia e igualdad. La "convivialidad" de las diferencias, como gustaba decir oí Obispo Tonino Bello. Y es así que el Credo, primer fundamento de la catequesis, narra una historia, ofrece un modelo de convivencia humana, abre a la esperanza y confía una tarea a cada generación. Este último aspecto es decisivo. El Credo es una profesión de fe, una afirmación de esperanza, un fuerte empeño por un mundo fraterno, solidario, basado en la justicia y el respeto. El Credo invita a empeñarse a hacer justo el sueño de Dios sobre el mundo, a continuar realizando la narración, a transformar el mundo y la historia en la dirección de una humanidad de hijos y hermanos. Por este el Credo es narración, sueño y proyecto. Bastan pocas alusiones a los otros tres fundamentos de la catequesis para completar el cuadro educativo de la tradición cristiana en su forma más popular de la catequesis. 2 - La liturgia, y en su corazón los siete sacramentos, es como una experiencia ritual simbólica, ejercicio de humanidad. Los siete sacramentos en el arco de la vida dicen simbólicamente que toda la existencia humana, desde su nacimiento a la muerte y en sus experiencias antropológicas fundamentales, (el sentarse a la mesa juntos, el tener un compromiso/vocación en la vida, el estar unidos por el amor, el empeñarse dentro de la comunidad, experimentar las equivocaciones, el probar el límite de la enfermedad, el afrontar humanamente la propia muerte), toda la existencia humana está custodiada por Dios. La liturgia custodia la capacidad de estar simbólicamente en la vida. Los ritos, en efecto, no son conceptos traducidos en gestos. Son acciones simbólicas que dan sentido y orientación a la historia que vivimos. Conectan con un pasado y llevan consigo una promesa: dicen lo que deseamos ser y que no podemos hacerlo solos, pero que nos es concedido ser. Por esto no sólo los ritos representan, nos convierten en lo que significan, son performativos. Todos los ritos, tanto los profanos como los religiosos. Comer juntos en familia es el rito que muestra las relaciones que tenemos entre nosotros, también la promesa de tales relaciones, la meta que no hemos alcanzado todavía. Cada comida hecha ritualmente juntos, también una pizza el domingo por la tarde con los amigos, dice el futuro relacional que queremos construir y al ritualizarlo lo adelanta, hace que se dé. La Iglesia siempre ha custodiado la educación de los ritos. Éste es hoy su contribución fundamental a una cultura que amenaza ser dominada por la ciencia y la técnica. Custodia tiempos y lugares de memoria, de celebración, de espacios simbólicos "inútiles" en una prospectiva técnica, pero decisivos para el sentido de la vida. - Y también los diez mandamientos. Los diez mandamientos y su cumplimiento en las bienaventuranzas evangélicas han constituido desde siempre la referencia de la educación moral propuesta por el cristianismo. Es la vida que encierra el Evangelio, su buena noticia que hace a las gentes buenas, virtuosas. Verdaderamente la Biblia no habla de mandamientos, sino de decálogo, las diez leyes, las diez palabras de la Alianza (1). Estas diez palabras son introducidas, en la Biblia, a través de un relato, (la estipulación de la alianza), y de una frase decisiva, que las coloca todo a custodia de una relación que libera: "Yo soy el Dios, tu Dios, que te he hecho salir de la tierra de Egipto, de la esclavitud. No te harás ídolos, no tendrás fuera otro Dios fuera mí"(Ex 20,2). Las diez palabras para una vida buena son pronunciadas dentro de una relación que ha liberado de la esclavitud y que es garantía de vida en libertad. Pablo, frente al riesgo de imponer a otros una ley que no hace vivir, exclama: "Cristo nos ha liberado por la libertad. Permaneced pues firmes y no dejéis imponer de nuevo el yugo de la esclavitud"(Gal. 5,1). Las diez palabras son al mismo tiempo de autorización y prohibición. Soy una prohibición al retroceso y a una autorización a la vida. Son normas que expresan las condiciones necesarias para mantener la vida en un espacio relacional con Dios y con el prójimo. Están cargadas de promesa: autorizan a vivir. Con sus prohibiciones protegen el perjudicarnos, el reducir el propio deseo a pura necesidad, estropeando la propia vida y haciendo mal a si mismo y a los demás. Nos custodian en nuestra humanidad y perfección. La educación cristiana siempre se ha apoyado en las diez palabras, siempre ha dicho que es lo que favorece y qué embrutece la propia vida y la convivencia pacífica. En el horizonte de una relación con Dios que libera y no encadena. -Y por fin el cuarto fundamento, el Padrenuestro, la oración. La educación cristiana siempre ha tenido en gran estima enseñar a rezar, es decir, tomar conciencia de estar en el mundo sabiendo que el cielo no está cerrado a la tierra, y que no está habitado por fuerzas misteriosas o amenazadoras, sino por la paternidad de Dios. "Padrenuestro...". La oración, en la tradición cristiana, invita a vivir custodiando la interioridad, una interioridad que es introspección sin duda, pero también diálogo con una Presencia, el Espíritu, que mora en el propio corazón: una interioridad habitada por la Palabra, una espiritualidad, pues. Educación al silencio, a la meditación, al examen de conciencia, en una palabra, a la conciencia del propio mundo interior. Sin entrar en el contenido del Padre nuestro, síntesis del evangelio, baste decir que la educación a la oración invita a vivir la propia interioridad unas veces como invocación, otras como gratitud, compunción, lamento, confianza, protesta, alabanza, grito de alegría (aleluya). Los salmos desarrollan en forma orante toda la armónica de la interioridad cristiana. La aportación de humanización que la visión educativa cristiana ha llevado a la cultura de la manera más sencilla y popular del catecismo tiene pues unas dimensiones profundas. Transmite narraciones e invita a contarlas; expone un sueño de convivencia humana y civil basado en el respeto recíproco alejado del individualismo egoísta y de la homologación de las personas; encuadra la vida en los ritos; ofrece la tarea de devolver el mundo habitable y fraterno, según el sueño de Dios; provee de reglas para ser buenos, para no estropear la propia vida y mantenerla en la libertad y en el amor; educa a las personas a cultivar la interioridad y espiritualidad, a no vivir de manera superficial y despistada. Ciertamente, lo sabemos y ha ocurrido: el relato del Credo pede transformarse en doctrina, en ritos, en ceremonias, en diez leyes, en interioridad; y la oración, en prácticas devocionales ("¿has rezados tus oraciones"?). Es lo que suele ocurrir a la educación cuando la acción que da forma a la vida se vuelve un simple adiestramiento. Adoctrinamientos y moralismos se han apoderado de la catequesis, pero no hasta el punto de impedirle ser por muchas generaciones y de seguir siendo hoy una custodia de humanidad y una oferta de humanización. Probemos decir de otro modo las cosas, y tendremos otra valoración: una vida sin relatos, de relatos sin ritos, de ritos sin tareas, de tareas sin reglas, de reglas sin interioridad, ¿qué vida humana sería? Una vida sin esperanza. Sin embargo, sabemos que esta época de las "pasiones tristes" y de la reducción científica y técnica de la vida amenaza al hombre por dejarlo pegado a lo inmediato, sin conexiones con el pasado y sin esperanzas con el futuro: sin tareas, olvidadizo, desalentado y desordenado. Querría concluir, dentro de esta mesa redonda sobre las dudas de los no creyentes, exponiendo mi duda de creyente, o mejor el riesgo que corre mi fe, y con una propuesta educativa basada sobre la fe. No hemos nacido por casualidad, hay un Dios que nos ha amado y nos ha dado la vida; estamos en constante peligro de malgastarla de modo irreparable; Dios se ha hecho humano y está entre nosotros con su humanidad resucitada, como pedagogo de humanidad filial y fraterna; podemos apoyarnos en una "esperanza firme", porque El mismo se ha comprometido a llevar a la humanidad a su plenitud; lo que está por delante, pues, no es la muerte, no es el fin del mundo, sino la vida eterna, los cielos nuevos y la tierra nueva. 3 Podemos vivir entonces responsablemente, preparando el futuro de Dios y haciendo de esta tierra una casa de hijos y hermanos; al final seguro que triunfará el bien, el dragón será abatido y arrojado al mar; "habrá cielos nuevos y tierras nuevas, en los que, como dice la Apocalipsis, cada lágrima será enjugada, no habrá más muerte, ni luto, ni quejido, ni preocupación"(Ap 21,5), y añade: "Escribe, estas palabras son ciertas y verdaderas" (21,5). A oír estas cosas, quienquiera tenga un poco de sentido común no puede por menos que preguntarse si en el fondo no se trata que de un mito. Un bonito mito, inventado por los hombres para huir de su angustia. Un hechizo hecho sobre él mismo para exorcizar la muerte. Es un bonito riesgo ir a contar estas cosas a otros e invitarla para vivir la vida en esta perspectiva. En el Fedón, Sócrates elabora una serie de consideraciones racionales para decir que el alma no puede morir. Al final del diálogo, cuenta un largo mito escatológico sobre la muerte, sobre el juicio final y sobre la suerte que aguarda al alma. Al final afirma: "Ciertamente sostener que las cosas son como yo las he expuesto, no parece sensato a personas que tengan un sano juicio; pero es así, ya que el alma es inmortal. Merece la pena pensar que sea así y correr el riesgo- ya que este riesgo es bonito - y es indispensable...Por ello debe ser confiado a quien en la vida haya perdido el gusto de vivir y las fuerzas del cuerpo. ..y ha cuidado en su lugar el afán por aprender y por lo tanto, adornado el alma... con la templanza, la ajusticia, el valor, la libertad, la verdad, la esperanza, preparando su viaje por el Hades, dispuesto a ponerse en camino en cuanto la suerte lo llame"(Platón, Fedón, 114d - 115-). Sócrates afirma que el riesgo es bonito y que es casi necesario. Como escribe Lino Goriup (1) en una reciente publicación "el mito es capaz de hechizar, de fascinar la razón humana, infundiendo motivos y fuerza para ir más allá del mismo...” Nada depone la ventaja de la utilidad del relato dentro de la demostración; Sócrates es hombre de sentido común y sabe que "insistir en que las cosas sean precisamente tal como las ha expuesto no sienta bien a una persona que tenga sano juicio". Sin embargo, creer que cuanto ha sido narrado en el mito sea verdadero, incluso siendo peligroso, pertenece a una categoría particular de riesgo, (literalmente de "peligro"). El riesgo de lo "bonito". Es pues un logos habitado por el mito, y por lo tanto, de una razón sustentada por una fe, o mejor por una esperanza firme, de la que habla Sócrates, de una razón abierta, que une ciencia y sabiduría. "Nos parece a mí, a Sócrates, y quizás también a ti, que la verdad segura en estas cosas no se pueda alcanzar de ningún modo en la vida presente o por lo menos con grandes dificultades. Y pienso que es una insensatez no estudiar con todo respeto las cosas que se han dado al respecto, y parar las búsquedas antes de haber examinado cada medio. Porque en estas cosas, una de dos: o nos acercamos a ellas para conocer como son; o, si esto no se logra, agarrarse al mejor o al más seguro de los argumentos humanos, y así, como en un barco, intentar la travesía del mar. A menos que - concluye- que no se pueda con mayor comodidad y menor peligro hacer la travesía con otro medio de trasporte, con la ayuda de palabra revelada de Dios” (Fedón, 84-86). La educación ofrecida por el cristianismo es una ayuda para atravesar el mar en el barco “del bonito riesgo de la fe”. El cristianismo nunca ha dejado privado de sus relatos a las culturas y a las generaciones, de su "hechizo", dando así razones y esperanzas de vida. Ciertamente, la tradición bíblica conoce bien también el "riesgo idolátrico", el construirse el propio dios, por miedo e impaciencia. Y es por éste que la “paideia” cristiana no ha dejado nunca solo los mitos y los relatos, sino que siempre los ha acompañado con la lucidez del pensamiento. Siempre ha dado motivos para pensar y al miso tiempo para soñar. Ha unido mitos y reflexión, relatos y argumentaciones. "¿A quién amo cuando amo a mi Dios? (Conf X, 7,11); he deseado ver con la inteligencia lo que he creído" (Tr. XV, 28,51), así se expresa San Agustín. O nos agarrados al mejor y más seguro de los argumentos humanos, o con la ayuda de una "revelada palabra de un dios", -como se atreve a afirmar la fe cristiana-, nuestra cultura tiene necesidad fundamental de esta conjugación entre pensamiento y mito, entre razón y hechizo. No podremos dignificar nuestra tarea educativa, a partir de sus propias convicciones, sino siguiendo el hermoso riesgo de la fe y, por lo tanto, de la esperanza. No hay educación sin esperanza. Los mitos, los relatos, la palabra y las reflexiones la sostienen. Hermano Enzo Biemmi 4