El vuelo del tigre (Daniel Moyano) y El peletero (Luis Gusmán): dos paradigmas de la relación hombre-naturaleza Perrero de Roncaglia, Silvina Facultad de Lenguas – UNC. RESUMEN Las diferentes configuraciones de la naturaleza que aparecen como constante en el discurso literario latinoamericano permiten delinear, a grandes rasgos, dos versiones: una, entiende la relación hombre-tierra como entidad consustanciada; la otra, disocia esa entidad. En las últimas décadas del siglo XX, a ellas se suma una mirada de protección y defensa del mundo natural que se enrola en las filas del discurso ecologista. Pero la problemática va más allá, como sostiene Guattari, ya que el progresivo deterioro que amenaza al medio ambiente trasciende y alcanza también, fundamentalmente, a las relaciones sociales y a la subjetividad humana y compromete la necesaria articulación ético-política de la cuestión; de allí que el pensador se refiera a la “ecosofía”. (2000, 8) Y el discurso literario, en tanto práctica de sentidos abiertos, de figuraciones, de cadena que no se cierra, también se hace eco de esta nueva perspectiva. En esta línea, dos novelas argentinas de las últimas décadas, El vuelo del tigre (1980) de Daniel Moyano y El peletero (2007) de Luis Gusmán, se ofrecen como ejemplos de la constante que nos ocupa: ambas conforman dos paradigmas y remiten a dos extremos del eje histórico que atraviesa la cultura latinoamericana: la relación hombre-naturaleza, en tanto actualización del sentimiento ancestral de fusión en el seno del cosmos, puede ser portadora de significaciones nuevas; pero también, en tanto muestra de la actual fractura, de la trasgresión del orden y la armonía originarias, es espacio donde se conjugan dolor, violencia, destrucción, muerte. Desde la concepción de los pueblos originarios de América que ofrece el Popol Vuh: hombre y tierra unidos en una entidad consustanciada, vínculo espontáneo que también recoge la novelística del siglo XX (Hombres de maíz de Miguel A. Asturias; Los ríos profundos de José M. Arguedas), la relación hombre-naturaleza emerge como una constante en la literatura latinoamericana. De manera diversa, la naturaleza será configurada como rasgo de identidad de lo propio americano (la pampa de Echeverría), paradigma de valores éticos (Don Segundo Sombra de Güiraldes), espacio para la contemplación estética (El libro de los paisajes de Lugones), presión u obstáculo a superar (la selva de Horacio Quiroga). En la medida en que el mundo natural vaya siendo sometido, con criterios predominantemente económicos, a un orden puramente racional del progreso, se irá operando una postergación de los valores éticos, estéticos y sociales de la cultura, y el discurso ecológico se hará eco de esta nueva realidad: “¿Qué va a respirar mi niño cuando nazca?”, se pregunta el personaje de Carlos Fuentes en su novela Cristóbal nonato, y Eduardo Galeano, en Úselo y tírelo, aborda la problemática del “mundo del fin del milenio visto desde una ecología latinoamericana” y en la última página, el autor se reconoce caminante incansable en pos de la esperanza de un renovado vínculo hombre-tierra y hace profesión de fe en lo que no deja de pensar como una utopía.1 Bajo el título “Ventana sobre la utopía”, Galeano expresa: “Ella está en el horizonte... Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos; camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que yo camine nunca la alcanzaré. ¿Para que sirve la utopía? Para eso sirve: para caminar.” (P. 184) 1 En la misma línea, dos novelas argentinas de las últimas décadas, El vuelo del tigre (1980) de Daniel Moyano y El peletero (2007) de Luis Gusmán, se ofrecen como ejemplos paradigmáticos de la constante que nos ocupa. En El vuelo del tigre, escrita en La Rioja en 1975 y rescrita en el exilio de Madrid de los 80, el discurso literario alegoriza la situación argentina bajo la dictadura de los 70. Se trata de encontrar una respuesta a la experiencia de violencia y represión que impone el poder; organizar una historia personal que se oponga al discurso oficial. Hualacato, un pequeño pueblo del noroeste, es invadido por los percusionistas, extraños seres que llegan montados en sus tigres, se adueñan del lugar y decretan que todo está prohibido. La historia se particulariza cuando Nabu invade la casa de los Aballay: “Vengo a organizar las cosas, a enseñarles a vivir en la realidad y sacarles los pajaritos de la cabeza, que ya les han causado muchos sufrimientos si lo piensan bien”. (13) El represor se propone clausurar el mundo de la familia apelando a recursos propios del poder totalitario en la historia de la cultura: ejemplarizadores discursos de las conductas y comportamientos a asumir, quema de libros, imposición autoritaria de la necesidad de nuevos aprendizajes. Pero los Aballay no claudicarán en su empeño de encontrar nuevas formas de resistencia, nuevas estrategias que les permitan abrir fisuras en el orden impuesto. De allí que se plantee en la novela un obstinado juego de contrarios: ataque/defensa, avances/retrocesos, invasión/ resistencia. Los relatos comunitarios a partir del álbum de fotos familiar se yerguen en historia de imágenes recuperadas por la palabra; decir el pasado permite a los hombres sentirse vivos, saber quiénes son y reconocer al otro como extraño, ausente del origen fundamental. Los sonidos de las cucharas y los tenedores implican la posibilidad de crear otro complejo sistema de signos, otro código para reconstruir la memoria colectiva, porque no debe el lector olvidar que se trata de una región cultural con un sustrato indígena muy presente en su música la que, por otra parte, configura una constante en la narrativa del autor. Es que frente al discurso del régimen que fija sentidos para el hombre y para la comunidad, el discurso del arte y la cultura, fundado en la imagen, la tradición, la música propone otro modelo de pluralidad de sentidos y perspectiva dialógica. En este sentido, el discurso literario de Daniel Moyano es una réplica de la situación del escritor y del crítico por esos años: ellos, como los Aballaay, agudizan la creatividad y buscan un espacio liberado desde el cual hablar de la represión y escapar a la censura.; “su tarea, pues, es multiplicar el número de lenguajes hablados, articular una diversidad de discursos en ambientes impredecibles”. (Masiello 27) Sin embargo, aun cuando sea incapaz de reconocer los significados, el sentido fundamental de ese discurso creativo, la reacción del represor es siempre la misma: prohibición y violencia que engendran peligro, amenaza constante, miedo. Cuando el triunfo del poder y el aniquilamiento parecen definitivos porque hasta el viejo Aballay ha sido confinado al exterior de la casa familiar, el anciano comienza a intuir la forma de eludir el cerco, la tangente que permitirá escapar del círculo. A partir de la observación, el mundo natural se erige como un ente posible, portador de significaciones nuevas. El recorrido geográfico de los pájaros resulta ser un paradigma diferente, una representación del mundo no prevista por el poder. El viejo Aballay, desde su destierro, trabajará con ese saber que le ha permitido el tiempo de la soledad y transformará un espacio destinado a la muerte, en el lugar de la libertad. Los Aballay derrotan al invasor porque logran recuperar el sentido primigenio del mundo, restablecer sus lazos ancestrales con la naturaleza: Y bueno, decía el viejo Aballay, los pájaros tienen sus propias verdades como todas las cosas de este mundo. Todo es cuestión de saber o de querer mirarlas [...] Los pájaros no piensan el mundo; lo conocen desde siempre y no se lo representan [..] Por ahí andan diciendo que nosotros controlábamos los gatos y los pájaros de Hualacato. Nosotros nunca hemos controlado nada. A los pájaros hemos sabido mirarlos simplemente, desde siempre ha sido para nosotros una especie de costumbre. A los gatos, en cambio, creo que todavía no los hemos mirado nunca; pero nos hemos dejado mirar, que viene a ser lo mismo. Siempre los hemos considerado como prolongaciones nuestras; o nosotros como prolongaciones suyas, que viene a ser también lo mismo, y así ya no hace falta que nadie piense a nadie. (170-171). Daniel Moyano redimensiona el espacio del exilio como una área de producción de sentido; la escritura exorciza los miedos y recupera el valor de la memoria vinculada con la reintegración del hombre en el todo de la naturaleza: el hombre sólo es tal, sólo recupera su plenitud cuando recupera sus raíces y sus raíces están para este hombre americano en la naturaleza virgen, incontaminada. Sentimiento ancestral de fusión en el seno del cosmos, que puede ser llamado a la vida e implica otra manera de ver, de hacer, de ser en el mundo. El peletero (2007) de Luis Gusmán es la muestra de un nuevo paradigma de la relación hombre naturaleza, una muestra de la crisis ecológica, de las mutaciones técnico-científicas en sus implicancias sobre el medio ambiente, las relaciones sociales y la subjetividad humana desde una perspectiva ético política; un testimonio de lo que Guattari define como “ecosofía”. Landa, el peletero, se siente acechado por “las crisis económicas, los vaivenes de la moda, los cambios climáticos y las vanguardias políticas” (26) identificadas con las manifestaciones de los grupos ecologistas. Más allá de cuestiones económicas, no ha perdido un trabajo sino un oficio otrora considerado un arte y que es la razón de su existencia, el oficio que heredó “junto con la diabetes, de sus abuelos maternos”. Condenado, postergado, exiliado, no admite resignado su derrota, urde estrategias para enfrentar a los actores que siente enemigos. En esas circunstancias, conoce a Hueso, otro ser desplazado, aunque por razones diversas. Dos paisajes físicos y humanos se oponen, pero también coinciden en el relato. Landa ve desde la ventana de su departamento en la Costanera Norte, “un río limpio”, corre en los bosques de Palermo y tiene su peletería en la Recoleta; Hueso se desplaza en una lancha de la Dirección de Medio Ambiente por el Riachuelo, “el río con olor a podrido”, en cuyas costas se acumulan las bolsas negras de basura de las propiedades de la capital y se multiplican las cruces con las que la gente de los asentamientos denuncia la contaminación y la muerte que los acorrala. Más allá del espacio físico, Landa y Hueso están inmersos en un espacio existencial amenazante: a Landa lo acecha la soledad del abandono de su mujer y el alejamiento de su hijo, lo acosan la muerte -de su oficio- y los muertos -sus antepasados- que le impiden ejecutar la idea de deshacerse de su negocio. A Hueso, abandono y degradación lo rodean por todas partes: en la villa donde reside “se consigue cualquier cosa. Drogas, putas, travestis, coches robados, documentos, algún arma” (79), Romero, el pai del umbanda se ha llevado a su mujer y a cuatro de sus hijos, y Hueso no es ajeno a la cocaína ni al delito. En esas condiciones de deterioro, los valores se tergiversan, las aptitudes éticas se distorsionan y pierden sentido. Landa se siente vulnerable, ha perdido su autoestima, miente su identidad y su condición; reconoce, sin embargo, que tener una causa dignifica a la persona y la encuentra en su deseo de venganza contra Green Peace, la ONG que concibe su enemiga. Primero pretende denunciarla en una carta porque: “atenta contra la libertad de trabajo” y si no se garantiza ese derecho “el hombre, a la larga, se convertirá en una especie en extinción”, luego, anhela destruirla en uno de sus símbolos, el Artic Sunrise, antiguo barco ballenero ahora incorporado a la flota ecologista: “No soy el único que cambia de nombre o de bandera -reflexiona- Este es el mundo que nos toca vivir”. (95) Es el suyo es un sueño desmesurado que nos recuerda a los personajes arltianos y, como en aquellos, se yergue como posibilidad de reencontrar sentido a la existencia. Hueso, sin objetivos muy claros, también quiere vengarse, acepta la propuesta de Landa, por razones económicas, pero también porque “en la vida siempre le había gustado andar de a dos”. (14) Juntos, son “piel y Hueso”, dos hombres, en apariencia sin carnadura, a quienes la sociedad ha desplazado a los bordes, son nadie y quieren volver a ser alguien.. En la novela ingresan todos los tópicos de la sociedad posmoderna, particularmente aquellos que privilegian nuevas relaciones hombre-naturaleza: el reiki, la radiación telúrica, las fuerzas energéticas, la bioarquitectura, la geobiología, la política ambientalista, las marchas de repudio de manifestantes vestidos con remeras de Green Peace y máscaras alusivas. Luis Gusmán, por otra parte, no desdeña la ironía para poner al descubierto las paradojas de ese contexto: en el río flotan los volantes de Green Peace, otra forma de polución; la Dirección de Medio Ambiente pretende “reciclar el Riachuelo y volverlo navegable. Un proyecto faraónico consistente en desmantelar los restos de fábricas abandonadas y las villas costeras para construir una reserva ecológica y hasta un barrio privado” (13), pero Hueso llega y abandona el hospital cargado en una carretilla porque no hay camillas; las empresas reciben por año bonos verdes si colaboran contra la contaminación, pero esos bonos terminan siendo un negociado en beneficio de unos pocos. Es que las organizaciones promueven la protección de las especies naturales, pero más allá de buenas intenciones está la “espesa selva de lo real” como señalaba Saer, están las condiciones de deterioro que amenazan al hombre, los territorios existenciales individuales y de grupo donde se ha generado un inmenso vacío en la subjetividad, que tiende a devenir absurdo y sin recurso. Y Landa, que lo experimenta hasta en la piel, quiere ponerlo al descubierto, aunque su empeño sea una utopía y su proyecto, mezquino, porque sólo aspira a la íntima satisfacción de destruir un símbolo que le hará recuperarse a sí mismo. Paradójicamente, en esta relación de opuestos semejantes, es Hueso quien se va fortaleciendo, quien pierde temores y decide afrontar la denuncia sin reparos, revelar el revés de la trama: ... voy a denunciar el contrabando de combustible que se trafica en el río. [...] Voy a hacer una denuncia a la Municipalidad sobre la droga que se pasa en las areneras que navegan por el río. Yo mismo vi las bolsas de polietileno encajadas en la arena en pequeños cubículos. Hay días en el río en que por arte de magia no hay ninguna vigilancia, como si el personal de prefectura hubiese desaparecido. [...] Sé la manera en que se consiguen los bonos verdes y cómo se otorgan por cuestiones políticas. Voy a denunciar que los mil días prometidos por los políticos para purificar el Riachuelo es pura mentira... El río es prácticamente innavegable por cuestiones de salubridad... Es un río podrido por dentro (175) Landa y Hueso son muestras del hombre a quien el mundo se le ha vuelto extraño y hostil, son dos cara de una misma realidad: a uno, las prédicas de las asociaciones ecologistas lo han arrinconado, al otro, otras prédicas lo han confinado al espacio donde las acciones de esas mismas organizaciones no se viven sino como hipocresía y por eso deviene en ícono de una ideología que se cuestiona. Ambos comparten la soledad, el anhelo de destruir la causa de la herida se les torna obsesión, idea fija, se han ido compenetrando el uno con el otro; pero “no somos iguales”, afirma Hueso, y por eso la concreción de los proyectos y sus consecuencias difieren: Hueso apareció flotando en el río. Encontraron el cuerpo envuelto en ese verdín que hay en algunas partes del Riachuelo. El cuerpo estaba negro, como de luto, como el color del río. Dicen que se trata de una venganza o de una señal mafiosa; el color verde es igual al de los bonos. (181) Desafiar al poder de los umbanda y a la corrupción del poder político concluye siendo una utopía, tal como la voluntad del peletero de hundir el rompehielos converso de la epopeya de Green Peace. Para Hueso, la experiencia desemboca en la muerte, para el peletero, la experiencia de vida y muerte compartida con Hueso asume la proyección de un símbolo: “había cambiado de piel, abandonado la propia por la de otro hombre” (201). Ya no miente su identidad, y aunque las condiciones que suscitaron la lucha persisten, experimenta que la causa es ajena a sus sentimientos, ahora se impone un nuevo sentido de la existencia que incluye la aceptación de las nuevas condiciones que impone la realidad y la asunción del otro, particularmente el hijo de Hueso. En el relato, “’piel” es un signo polisémico cargado de multivalencia significativa: remite al animal que se quiere proteger, al oficio en extinción, al hombre mismo, pero también connota la idea de superficie, de lo que encubre otra realidad más profunda. Luis Gusmán adelanta esta interpretación cuando en una entrevista señala: “Esta no es una novela panfletaria, no está en contra de las ligas ambientales, pero me parece que los derechos ecologistas son una despolitización... me parecen un desplazamiento de las reivindicaciones políticas fuertes”. (Carelli Lynch, 21). En definitiva, no se trata de ignorar las manifestaciones por el medio ambiente, de negar una problemática que existe, pero el riesgo es que ellas terminen siendo la piel que encubre, una ideología que hace de pantalla para reivindicaciones más radicales y de mayor importancia, que exigen un planteo ético-político trascendente. Conclusiones La utopía, señala Paul Ricoeur, explora lo posible, y el discurso literario resulta un lugar de privilegio donde esa utopía permite, no sólo “la fantasía de ser una alternativa”, sino la posibilidad de operar “como uno de los formidables cuestionamientos de lo que es”. (327) En este sentido, las novelas de Daniel Moyano y Luis Gusmán participan en la tarea utópica de explorar lo posible y criticar el presente. El vuelo del tigre es una muestra de la literatura como espacio que permite una respuesta contra-ideológica. En el relato, a la experiencia del poder y la violencia traducida en una cultura tecnocrática de aparatos y discursos abstractos propios del represor, se opone otra, la de la familia invadida, que responde “con una afirmación de la memoria colectiva, una reconstrucción del pasado, la invención de una lengua a partir de la gestualidad y la resemantización de tramas del discurso del invasor”. (Sarlo, 55) Y en esa proceso de búsqueda de un circuito comunicativo capaz de devolver sentido al mundo y a la existencia individual, finalmente se impone un posible espacio liberado, que remite al pasado, a las tradiciones ancestrales y a los saberes originarios vinculados con el mundo natural. En El peletero, asistimos con cierta perplejidad a un mundo de cambio. Estamos ante otra cultura epistemológica: Landa es un personaje desafectado de la estructura, anacrónico, confinado. No es siquiera un marginado, pero el marginado también ingresa en este mundo de cambio y es esa doble cara de la realidad la que suscita la perplejidad del lector. Por otra parte, Luis Gusmán deja claramente al descubierto que la “ecología” no puede, no debe estar ligada sólo a una pequeña minoría amante de la naturaleza, a un grupo de especialistas ni a organizaciones internacionales. Los problemas ambientales trascienden más allá de lo que el hombre “debe hacer”, de lo que las ONG denuncian que “no debe ser”, de lo que se lee en un libro o en un folleto; la problemática se vincula con situaciones de lacerante pobreza y abandono social, con el mal manejo y la mala distribución de recursos, con actos de corrupción política, porque la ecología tiene un perfil social y subjetivo y “los hombres son culpables de lo que ocurre al entorno, pero no todos ni cualquier hombre es culpable”. (Federovisky, 90) En su confrontación, los relatos conforman dos paradigmas y remiten a dos extremos del eje histórico que atraviesa la cultura latinoamericana: el mundo natural, en tanto actualización del sentimiento ancestral de fusión en el seno del cosmos, puede ser portador de significaciones nuevas; pero también, en tanto muestra de la actual fractura, de la trasgresión del orden y la armonía originarias, es espacio donde se conjugan dolor, violencia, destrucción, muerte. Esto porque la ficción, como quería Juan José Saer, “no es una claudicación ante tal o cual ética de la verdad, sino la búsqueda de una un poco menos rudimentaria”. (11) BIBLIOGRAFÍA Gusmán, Luis. El peletero. Bs. As.: Edhasa, 2007. Moyano, Daniel. El vuelo del tigre. Bs. As.: Legasa, 1981. Bueno, Mónica. “La utopia entre la historia y la ficción”. Interacciones entre la ficción y la historia. Bs. As.: Grupo Editor Latinoamericano, 1994. Carelli Lynch, Guido. “Entrevista a Luis Gusmán”. Ñ -Revista de Cultura- (Clarín), 15/9/2007 (20-21) Federovisky, Sergio. Historia del medio ambiente. Bs. As.: Capital Intelectual, 2002 Guattari, Félix. Caosmosis. Bs. As.:Manantial, 1992. Las tres ecologías. Valencia: Pre-textos, 2000. Masiello, Francine. “La Argentina durante el Proceso: las múltiples instancias de la cultura”. Ficción y política. La narrativa argentina durante el proceso militar. Bs. As.: Alianza, 1987. Ricoeur, Paul. Ideología y utopía. Barcelona: Paidós, 1990. Sarlo, Beatriz. “Política, ideología y figuración literaria”. Ficción y política. La narrativa argentina durante el proceso militar. Bs. As.: Alianza, 1987.