CON EL CHE POR SUDAMERICA Por ALDO ISIDRON DEL VALLE Investigador titular del centro Nacional de Sanidad Agropecuaria (CENSA) en La Habana, el profesor Alberto Granado (Córdoba, 1922; residente en Cuba desde 1961) desliza su palabra ágilmente cuando evoca recuerdos lejanos, e imprime vida a episodios quijotescos y aventuras inolvidables disfrutadas junto a su amigo de la infancia Ernesto Guevara de la Serna, durante el novedoso safari que realizaron en moto por Argentina, Chile, Perú, Colombia y Venezuela. Aquel recorrido comenzó en Córdoba, en diciembre de 1951, y finalizó el 26 de julio de 1952, en Caracas. Fue un raid de casi 10000 kilómetros. Los apuntes de Granado sobre el viaje, ordenados con oficio de artesano, adquirieron forma de libro que la Editorial Letras Cubanas publicó en 1986 con el mismo titulo que lleva esta entrevista. En la sala-comedor del hogar de Granado, en la capital de Cuba, transcurre nuestra charla; es casi medianoche, sábado. Estoy rodeado de libros científicos, de literatura política y de otros géneros. Las obras completas de nuestro héroe nacional José Martí, discursos del comandante en jefe Fidel Castro y tomos de la obra del Che Guevara se destacan en la nutrida biblioteca. Tengo frente a mi el diario de Granado, así como notas, cartas y artículos que aparecen en Mi hijo El Che, de Ernesto Guevara Lynch, en los capítulos que tratan sobre el periplo que marcó hitos en la vida de Alberto y Ernesto, bioquímico uno, estudiante de medicina el otro, los dos amantes tozudos de la ciencia y la aventura. Antes de entrar en el mundo de sus recuerdos sobre el safari en la Poderosa II (tal era el nombre de la moto), Granado rememora la última vez que habló con su amigo Ernesto Che Guevara: -Fue en Santiago de Cuba. Allí vivía con mi familia e impartía clases en la Universidad; sin anunciarse, apareció Ernesto con Aleida March, su esposa, y una discreta guardia personal. Yo no sospeché que iba a despedirme para siempre del amigo y le pregunté: “Ernesto. ¿qué querés hacer vos?”. “Lo que tú digas”, respondió sonriendo. “Pues voy a darme el lujo, por vez primera en mi vida, de invitar a almorzar a un ministro y su esposa. ¡Vamos a una pizzería recién inaugurada aquí en Santiago que es una maravilla!”. Y agrega Granado: -Yo no comprendía que Ernesto no quisiera ir en aquel momento a lugares públicos, sino departir con el amigo. No sospechaba qué había detrás de aquel gesto suyo; por su puesto, cuando nos sentamos a comer en la pizzería Fontana de Trevi empezó a llegar gente para verlo. Se corrió la voz de que allí estaba el Che y en pocos minutos se inundó aquello de un mar de pueblo. "Fueron momentos muy agradables. Cuando ya se iba, me estrechó la mano y me sugirió que reclamara un libro dedicado por él y siguiera sus instrucciones al pie de la letra. Fueron dos libros. Un amigo común me los entregó después de la muerte del Che en Bolivia". En La guerra de guerrillas, escribió: "Alberto, para que tengas esperanzas de no acabar tus días sin sentir el olor de la pólvora y el grito de guerra de los pueblos, una forma sublimada de recibir emociones fuertes, no menos interesante y más útil que la utilizada en el Amazonas". Y en la obra El Ingenio de Moreno Fraginals, puso la siguiente dedicatoria: "No sé qué dejarte de recuerdo. Te obligo pues a internarte en la caña de azúcar. Mi casa rodante tendrá dos patas otra vez y mis sueños no tendrán fronteras, hasta que las balas digan, al menos. Te espero, gitano sedentario, cuando el olor a pólvora amaine. Un abrazo a todos, inclúyeme a Tomás. Che". Granado afirma que él nunca se ha despedido del Che: -Para mí sigue vivo, igual que en los tiempos de nuestros años mozos allá en Córdoba, cuando jugábamos fútbol y rugby, cuando discutíamos de política y literatura y atendíamos a los enfermos en los leprosorios. Por eso, la despedida en Santiago de Cuba fue un “hasta luego” de dos hombres que ofrecían aquí en Cuba su cuota de esfuerzos en la construcción del socialismo. ERNESTO POR PRIMERA VEZ -Conocí a Ernesto durante mi etapa de estudiante, cuando yo cursaba Bioquímica en la Universidad de Córdoba. Respondiendo a los continuos atropellos de que éramos víctimas, mis compañeros decretaron una huelga en la que participé. Nos detuvieron y condujeron a la comisaría. Allí permanecimos casi secuestrados, sin someternos a juicio. Un día apareció mi hermano Tomás con su amigo Ernesto Guevara. Me traían comida porque en la comisaría no nos daban alimentos -prosigue Granado, y precisa: -Conversando con Tomás y Ernesto les expliqué que debíamos salir a la calle para esclarecer a las masas nuestra actuación y que el pueblo apoyara nuestras justas demandas. Y no dejó de asombrarme la respuesta del jovencito Guevara, quien replicó: ¡Qué va, Alberto! ¿Salir a la calle para que la policía te corra a bastonazos? No. Salgo a la calle con un bufoso (un revólver) para defenderme-. "Por aquella época de nuestro encuentro, el rugby era un deporte muy en moda; era violento, pero también daba cierto chic. Había gente que lo practicaba por su amor al deporte y otra, porque era chic, aunque renunciaba a él cuando recibía cuatro o cinco golpes. El rugby es más duro que el fútbol", precisa mi interlocutor. Un día Tomás le dijo a su hermano Alberto que Ernesto tenia intenciones de jugar rugby. Por aquel entonces éste tendría unos 14 años, era delgado, asmático, pero decidido y con una voluntad de acero. Al observar su físico, Alberto pensó en otros que habían fracasado al primer intento y con cierto aire profesoral le dijo a Guevara: -Bueno, para ser jugador de rugby hay que pasar un examen de ingreso... Esa prueba consistía en improvisar una cancha con dos sillas y una escoba y tirarse por encima de ésta con el hombro. Ernesto se puso su camiseta y saltó una vez, dos, tres... y sí Alberto no dice ¡basta! hace un hueco en el cemento. -Esas fueron mis primeras impresiones sobre Ernesto. Después despertó mi atención su capacidad intelectual, cimentada por la lectura, principalmente. A veces, cuando se habla del Che, en seguida se piensa en su cultura y en su voluntad, como algo innato... ¡Nadie nace con cultura y voluntad! Ambas cualidades hay -que cultivarlas y Emesto es un buen ejemplo de ello- narra el viejo camarada del Che. El VIAJE EN MOTO Alberto Granado califica el viaje en moto por Sudamérica de uno de los capítulos más interesantes de su vida. Y al respecto, subraya: -Recorrer Latinoamérica, conocer sus bellezas y la situación social en que vivían sus habitantes, fue siempre un sueño muy acariciado por nosotros. Es así como el tema del futuro viaje era obligado en las noches de los fines de semana en que íbamos de excursión a zonas montañosas... "El tiempo borró la fecha exacta en que decidimos la partida, pero la escena se mantiene vívida y fresca: a mi Poderosa II, fiel compañera de giras por pampas y montañas, la sombreaba la tupida parra de mi casa paterna; en torno a la moto sorbíamos mate mis hermanos Tomás y Gregorio y yo. A ellos les conté sobre mis proyectos de ampliar horizontes... Recuerdo que pregunté: ¿Con quién podré hacer este viaje?... Eso es fácil. Advirtió Tomás; ponés a Ernesto en la grupa y hacés esto... E imitó con su voz el ruido de la Poderosa II a gran velocidad". A los pocos días Ernesto fue a visitarlos, aprovechando sus vacaciones de octubre. Conversaron. En ambos refulgía el entusiasmo. El raid por otras tierras abría ante ellos un cosmos de aventuras. Guevara sugirió a su amigo que si lo esperaba hasta diciembre lo acompañaría, porque tenía que aprobar unas asignaturas. -Y lo esperé -dice Granado-. El 29 de diciembre de 1951 montamos en la Poderosa II repleta de utensilios, incluida una pistola automática... POR LOS CAMINOS DEL ENSUEÑO En su diario de viaje, el Che escribió: "Fue una mañana de octubre. Yo había ido a Córdoba aprovechando las vacaciones del 17. Bajo la parra de la casa de Alberto Granado tomábamos mate dulce y comentábamos todas las últimas incidencias de la -perra vida-, mientras nos dedicábamos a la tarea de acondicionar la Poderosa II. "El se lamentaba de haber tenido que abandonar su puesto en la leprosería de San Francisco del Chañar y del trabajo tan mal remunerado del Hospital Español. Yo también había tenido que abandonar mi puesto, pero a diferencia de él, estaba muy contento de haberlo dejado; sin embargo, también tenia mis desazones, pero debidas más que nada a mi espíritu soñador: estaba harto de Facultad de Medicina, de hospitales y de exámenes. "Por los caminos del ensueño llegamos a remotos países, navegamos por los mares tropicales y visitamos toda el Asia. (...) "Así quedó decidido el viaje que en todo momento fue seguido de acuerdo con los lineamientos generales con que fue trazado: improvisación. Los hermanos de Alberto se unieron y con una vuelta de mate quedó sellado el compromiso ineludible de cada uno de no aflojar hasta ver cumplidos nuestros deseos. "Lo demás fue un monótono ajetreo en busca de permisos, certificados, documentos y salvar toda la gama de barreras que las naciones modernas oponen al que desea viajar. "Para no comprometer nuestro prestigio quedamos en anunciar un viaje a Chile: mi misión más importante era aprobar el mayor número posible de materias antes de salir de viaje; la de Alberto, acondicionar la moto para el recorrido y estudiar la ruta. Todo lo trascendente del viaje se nos escapaba en ese momento, sólo veíamos polvo del camino y nosotros devorando kilómetros en la fuga hacia el norte". EN SAN PABLO Y HUAMBO La partida. Alberto anotó en su diario que iban sobrecargados con mantas, ropas, impermeables, lonas, sogas, cadenas, palas, picos, calentadores, baterías de cocina, armas... la Poderosa II se deslizaba felizmente por vías de buen pavimento y carreteras de asfalto, pero angustiosamente por caminos de tierra. Guevara, en sus apuntes, describe que los primeros 1 200 kilómetros (40 por vías de tierra) "nos han enseñado al menos a respetar las distancias... pero sé que, lleguemos o no, va a ser empresa dura. En los primeros kilómetros de tierra, la moto, excesivamente cargada, se nos ha caído dos veces, una con consecuencias para la integridad física del armatoste, que salió del tropezón con un farol abollado en mala forma". La moto quedó en el camino (en Chile), pero Granado y Guevara, mochila al hombro, prosiguieron el safari a pie, en camiones, a lomo de bestias, en barco como polizontes o marineros-, pernoctaron en comisarías, posadas y hoteles, trabajaron en hospitales, practicaron deportes, el fútbol entre ellos, vencieron lagos, visitaron Osorno, Valdivia, Temuco, Valparaiso, Antofagasta, Chuquicamata, Arica, Tarata, Puno, Cuzco, Machu Picchu, Huancayo, Iquitos, Leticia y, por supuesto, Santiago, Lima, Bogotá y Caracas. Conocieron al eminente científico Hugo Pesce y vivieron horas profundamente emocionantes en los lazaretos de San Pablo y Huambo, en plena selva tropical sobre el río Amazonas. Granado anotó en su diario: "Es junio 18. Llueve torrencialmente en el leprosorio de San Pablo. Una espesa gasa gris torna difuso el contorno de los árboles. La nostalgia ronda el ambiente; ni la lluvia intensa ni el imponente aspecto del río me distraen. Alivio mí tensión escribiendo. Aprovecharé para hacer un resumen de lo ocurrido desde nuestra llegada hasta hoy. "Arribamos el domingo día 8 a las tres de la tarde. Cuando se supo que habían llegado -los científicos argentinos- se levantó el médico director Brescieni. Nos invitó a su casa, mientras preparaba una habitación. Como era noche de luna clara, Ernesto y yo pudimos mirar la edificación y distribución de la colonia, constituida por una serie de módulos de madera colocados sobre pilares de troncos diseminados sin plar fijo por toda el área desmontada. "Dormimos hasta las 11 de la mañana. El director nos invitó a almorzar. La conversación giró en torno al doctor Pesce y la ayuda que desde Lima aporta al leprosorio, desde el punto de vista científico. "Por la tarde jugamos fútbol. Para ir a la cancha hay que utilizar un bote, pues queda a unos dos kilómetros río arriba. El traslado se hizo en una lancha de motor fuera de borda. "Yo estaba satisfecho; Ernesto también. Ambos jugamos un partido de fútbol en plena selva, después practicamos natación en una pequeña ensenada que produce el río, cuyas aguas poseen una temperatura exacta para nuestro gusto. "El día 9 fuímos al asilo, río abajo. La primera impresión que produce es que se trata de uno de esos tantos pueblitos ribereños de vida normal. Casas de madera de pona, diseminadas sin plan, comercios que abren sus puertas a los transeúntes, canoas .y botes a motor que salen del pequeño muelle o entran en él cargados con racimos de plátanos, papayas, pescado seco o fresco y otras frutas. "Pero pronto nuestra atención fue absorbida por algo realmente doloroso: la mayoría de estos hombres y mujeres sufren mutilaciones. Tanto sus pies como sus manos, además de presentar las manchas indelebles del mal de Hansen, muestran pérdidas de falanges o dedos completos. "Todos los enfermos viven en familia, con sus mujeres e hijos, existe dificultad para separar a los padres de sus críos. Todos los internados han vivido en las orillas de los ríos Ucayali y Yaraví, donde la lepra es endémica y es algo normal ver un enfermo por esos contornos; el martes 10 recorrimos y trabajamos en el leprosorio y por la tarde jugamos fútbol. Durante el encuentro recibí un raspón en una pierna. Brotó un hilo de sangre. Al concluir el partido me lancé de cabeza al río, tras Ernesto. No había concluido de sumergirme cuando sentí la sensación de que algo gelatinoso se me adhería a la pierna y luego un agudo dolor semejante a un pinchazo hipodérmico. Hice pie y saqué hacia arriba la extremidad al tiempo que exclamé: "-¡Ernesto! ¿Qué tengo en la pierna? "Ágil como siempre, mi compañero se acercó y de un tirón me arrancó una piraña que se me había prendido a la pantorrilla, atraída por la pequeña pérdida de sangre de mi herida; salimos rápidamente del agua. Ernesto me mostró sonriente el pedacito de piel, músculo y pelo que la piraña sostenía entre sus dientes triangulares". SAN PABLO: LA DESPEDIDA Precisa Granado que durante la visita a Perú trabajaron en tres leprosorios, los de Huambo y San Pablo, que "quedan en nuestros recuerdos por el amor que nos prodigaron los enfermos y la capacidad de sacrificio de algunos trabajadores, y porque conocimos a Pesce, uno de los más grandes leprólogos de América Latina. San Pablo fue el último centro que visitamos, algo así como la culminación de valiosas experiencias científicas y humanas. Allí permanecimos unos cuantos días y los enfermos nos ayudaron a preparar la balsa Mambo-Tango, con la cual fuimos por el Amazonas". Según Alberto, lo más extraordinario que guarda como recuerdo de aquel leprosorio fue el día de la despedida. Sobre esto anotó en su diario: "Un grupo de pacientes acudió a despedirnos. La música, el ambiente que también ayudaba, una lluvia tenue, ellos coreando canciones... impregnaron el instante de mayor emoción. Un maestro, leproso, dijo un discurso muy sentido. Ernesto y yo no sabíamos qué hacer; Guevara me empujó suavemente y respondió la voz de mi corazón. Después ellos se iban alejando lentamente, se despidieron con una canción peruana que jamás olvidaré: -Adiós, adiós.” Y afirma Granado: -Yo, que soy un soñador incorregible, evoco aquella escena y me digo: Mirá a Ernesto despidiéndose de la medicina y dedicándose a curar pueblos... Ernesto Guevara, en una carta que escribe a su madre desde Bogotá, el 6 de julio, relata: "Nos demoramos algo más del tiempo calculado, pero por fin arrancamos para Colombia. La noche previa, un grupo de enfermos se trasladó desde la parte enferma a la zona en una canoa grande y que es la vía practicable y en el muelle nos dieron una serenata de despedida y dijeron algunos discursos muy emocionantes. (...). "En realidad fue éste uno de los espectáculos más interesantes que vimos hasta ahora: un acordeonista no tenía dedos en la mano derecha y los reemplazaba por unos palitos que se ataba a la muñeca; el cantor era ciego y casi todos con figuras monstruosas provocadas por la forma nerviosa de la enfermedad, muy común en la zona, a lo que se agregaban las luces de los faroles y linternas sobre el río. (...). "El lugar es precioso, todo rodeado de selvas con tribus aborígenes apenas a una legua del camino, las que, por supuesto, visitamos con abundante pesca y caza para morfar en cualquier punto y con una riqueza potencial incalculable, lo que provocó en nosotros todo un lindísimo sueño de atravesar la meseta del Mato Grosso por agua, partiendo del río Paraguay para llegar al Amazonas haciendo medicina y todo lo demás; sueño que es como el de la casa propia... puede ser... El hecho es que nos sentíamos un poco más exploradores y nos largamos río abajo en una balsa que nos construyeron especialmente de lujo; el primer día fue muy bueno, pero a la noche, en vez de hacer guardia, nos pusimos a dormir los dos cómodamente amparados por un mosquitero que nos habían regalado y amanecimos varados en la orilla...” "ES VERDAD, ERNESTO, ES VERDAD" Para relatar el encuentro de los dos jóvenes argentinos con el doctor Hugo Pesce, es necesaria una retrospectiva. Acudimos a los apuntes de Granado. Veamos: "Hoy salimos de Lima, donde permanecimos 20 días. El balance de sucesos y personas conocidas es favorable. Para describir la ciudad y sus museos favorece un tiempo apacible y los nervios quietos. Es asombrosa la belleza de cuanto vimos, obra de las diferentes civilizaciones que formaron el antiguo reinado de los incas (...). "Otro de los lugares visitados fue la Universidad de San Marcos, decana de estos centros en Sudamérica. Aquí encontramos un fermento revolucionario en sus aulas, particularmente en la Facultad de Derecho; recorrimos también varias instituciones hospitalarias, en especial el Hospital de Guía, que funciona como leprosorio. "Y, por último, conocimos al doctor Hugo Pesce, para quien traíamos una carta de presentación. Nuestro aspecto no era el más adecuado para un par de científicos. Ernesto con su mugriento pantalón mecánico y su gastado saco de cuero y yo con mis pantalones vencidos en su color blanco y mi campera con manchas de grasa y polvo que mostraban las cicatrices de sus combates por el camino. Pesce hizo valer toda su influencia para que nos alojaran gratuitamente en el Hospital de Guía, pese a la férrea oposición de las monjas que rigen económicamente el centro y, por último, fuimos invitados a su casa casi todas las noches. "Guevara lo bautizó Maestro. Realmente Pesce lo era. Cada una de nuestras pláticas con él era una hermosa clase, ya de lepra, fisiología, política o filosofía. A través de él conocimos a Vallejo, el poeta que cantó a la raza incaica. "Políticamente, Pesce posee una cultura marxista formidable y gran sensibilidad y astucia dialéctica en la discusión y enfoque de los problemas; a causa de su militancia en el Partido Comunista tuvo que abandonar Lima y su cátedra de Medicina Tropical. Se instaló en Andahuaylas, donde, en lugar de convertirse en un parroquiano más de los bares que infectan a este pueblo, avivó sus conocimientos científicos; fueron tantos los informes y trabajos que enviaba y recibía que, según se comentaba, recibía más correspondencia que la Facultad de Medicina limeña y llegó el momento que la situación se hizo tan insostenible que el propio gobierno central solicitó de Pesce el retorno a la Universidad. De su experiencia en el altiplano escribió un libro: Latitudes del silencio, del cual obsequió un ejemplar a cada uno de nosotros y el último día de nuestra partida el Maestro nos invitó a cenar". -Yo comprendía -apunta Alberto Granado, ahora- que Pesce valoraba en mucho el talento de Ernesto manifestado en el análisis de diversos temas; mi compañero distinguía los méritos del anfitrión a tal punto que de él partió la idea de llamarlo Maestro. Y me cuenta cómo fue la comida: -Llegamos a la casa del científico, su esposa sirvió una cena exquisita y entre plato y plato, brotó la conversación. Pesce preguntó: ¿Leyeron mi libro? ¿Les gustó? Nos miramos. Respondí que la obra era un relato vívido del ámbito montañoso del Perú y dibujaba bien la sicología del indio. Guevara permaneció en silencio. A la hora del postre, el Maestro se dirigió a él: Dígame, Ernesto, ¿a usted qué le pareció mi libro?. Mi compañero levantó los ojos del plato, miró al doctor fijamente y prosiguió comiendo. Hubo un silencio en la mesa que me pareció denso y, para romper el hielo, comenté que era muy buena la descripción de la crecida del Urubamba. La señora de Pesce me apoyó y el incidente se disipó... Y Granado recuerda: -Pero al momento de partir y ya en la puerta, el científico peruano estrechó la mano de Ernesto y volvió a la carga: -Por favor, quiero saber qué piensa usted de mi libro. Sentí un escozor Interno. Guevara, moviendo con tono rítmico su índice, contestó: -Doctor, su libro es malo. La descripción del paisaje aporta poco; además, duele que un verdadero profesor de marxismo destaque la parte negativa de la sicología del indio; es una obra pesimista que no parece escrita por un científico brillante y comunista. Y proseguían las críticas a Latitudes del silencio. Su autor asentía con la cabeza y musitaba: -Es verdad, Ernesto, es verdad. -Emprendimos la caminata -recuerda Granado-, unas 40 cuadras que nos separaban de nuestro albergue. Hicimos casi todo el recorrido en silencio y al llegar al puente sobre el río Rimac, nos apoyamos en sus balaustres y permanecimos largo rato observando el desfile de sus oscuras aguas. Al fin exploté: -Ernesto, mirá que sos mierda. Pesce nos mató el hambre, nos consiguió boletos para los leprosorios, nos dio dinero y afecto y el único punto débil que tiene, su prurito de literato, se lo restregaste en el rostro. Y mi joven amigo, con una expresión de amargura en el rostro que me disipó la rabia, contestó: -Pero, Alberto, vos fuiste testigo, iyo no quería hablar!. LA DIMENSION DE AMERICA LATINA Que esta primera gira por América Latina dio al joven Guevara la dimensión exacta de los problemas que la agobian y marcó la razón de ser de su ulterior postura revolucionaria, es algo innegable. El propio Che, en un discurso pronunciado en agosto de 1960 ante estudiantes de medicina cubanos, nos lo confiesa cuando dice: "Después de recibido, por circunstancias especiales y quizás también por mi carácter, empecé a viajar por América y la conocí entera. Salvo Haití y Santo Domingo, todos los demás países de América han sido, de alguna manera, visitados por mí. Y por las condiciones en que viajé, primero como estudiante y después como médico, empecé a entrar en estrecho contacto con la miseria, con el hambre, con las enfermedades, con la incapacidad de curar a un hijo por la falta de medios, con el embrutecimiento que provoca el hambre y el castigo continuo hasta hacer que para un padre perder un hijo sea un accidente sin importancia, como sucede muchas veces en las clases golpeadas de nuestra patria América, y empecé a ver que había cosas que, en aquel momento, me parecieron casi tan importantes como ser un investigador famoso o como hacer algún aporte substancial a la ciencia médica: y era ayudar a esa gente. Fuente: Revista Cuba Internacional, septiembre 1987.