A LA MECA SIN IMPUESTO Religión, Prestigio y Petróleo en los Dominios de un Rey Soñador Por VICTOR ALMAGRO EXCLUSIVO PARIS. -- El rey Ibn Saud es un monarca de espíritu moderno. Han pasado treinta años desde aquel crepúsculo en que rodeado de una docena de jinetes envueltos en albornoces conquistó el poder en la nación desértica. Todavía los 'muros fortificados podían ser vencidos con las espadas. Como se sabe. Arabia Saudita es un vasto territorio abrazado por el golfo Pérsico y el Mar Rojo. El presupuesto de la corona tenía ni importante rubro: los impuestos y gabelas que pesaban sobre el tradicional peregrinaje musulmán a la Meca del profeta. En el segundo año de la Hegira (632 antes de la Era Cristiana) Mahoma hizo a la Meca su primer y único peregrinaje conocido. Así consagro este lugar como la residencia histórica del culto a Alá. A partir de esa fecha este viaje se convertiría en uno de los cinco deberes del musulmán. La exigencia religiosa no fué descuidada por les señores árabes: las peregrinaciones fueron rodeadas de un sistema de expoliación que puede discriminarse así: impuesto de peregrinaje: 28 libras esterlinas; ida y vuelta a la Meca: 4 libras: ida y vuelta Arafat-Meca: 6 libras: ida y vuelta Djeddah-Medina: 18 libras. Además, cada peregrino pagaba a una agencia de viajes 5 libras esterlinas, todo lo cual hacía un total de 61 libras, o sea unos 4.000 pesos. Cada año unos 100.000 peregrinos confluían hacia la piedra negra de la Kaaba. Los reyes vivían de Mahoma. Pero Ibn Saud tenía la suficiente sabiduría oriental para negociar con los norteamericanos. En Arabia Saudita había petróleo. • El oro negro salva al peregrino El petróleo fue la varita mágica. Bajo el suelo sagrado, se ocultaba ese otro líquido sagrado de la era maquinista. Ibn Saud balanceó las influencias imperialistas que se disputaban los yacimientos, evaluó las tristes experiencias anteriores de Irán o de Irak, discutió pacientemente con los agentes yanquis y firmo al fin un contrato por el cual se reservaba el 50% de los beneficios. En 1951 el rey 1bn Saud recibía 180 millones de dólares de entradas. La compañía Aramco, había extraído en doce meses 47 millones de toneladas de petróleo. Entonces el rey creyó llegado el momento de aumentar su prestigio en el mundo árabe. Suprimió los impuestos y propinas que hacían del peregrinaje un verdadero acto de fe, instaló en los desiertos oasis artificiales, con sombra y agua, colgó en grandes trechos sobre la arena parasoles para proteger a los caminantes de las insolaciones. Al mismo tiempo desarrolló una política de contracción ferroviaria, destinada a unir el golfo Pérsico, con el mar Rojo o sea las ciudades de Dahran con Djeddah, pese a la oposición norteamericana, que deseaba impulsar la red caminera para crear un mercado interior de petróleo. De esta forma, el rey puede jugar a la independencia con franceses e ingleses, que proporcionan el material rodante, frente a los norteamericanos, que proporcionan las entradas fiscales. El rey Ibn Saud ha proyectado asimismo una organización sanitaria, mediante la creación de hospitales atendidos por médicos egipcios y franceses. En cuanto al problema agrario, deja en paz a los terratenientes, que son por ahora su fundamento político y se dedica a experimentos científicos para hacer del desierto un vergel. Es un rey soñador. Artículo publicado en el diario Democracia Edición del Martes 9 de Septiembre de 1952 Pág. 1