mentalidad nueva Ser responsable Pensamientos 131 - junio de 2014 Ser responsable Es necesario mirar por el bien común de la Iglesia y de la sociedad a fin de lograr «que todos sean uno». El Buen Pastor nos lleva al mismo redil para que seamos un solo re­baño y un solo pastor. Por tanto, si queremos ser consecuentes con nuestra consagración a Dios en Jesucristo debemos trabajar por la unidad como vocación suprema de la humanidad y de la creación. De lo contrario seríamos unos irresponsables, pendien­ tes del propio yo y recluidos en nuestros sentimientos. fundador del Seminario del Pueblo de Dios GLOSA Tender a la unidad es nuestra personalidad cristiana, y esto es lo que nos distingue y nos acredita como seguidores de Cristo. Por eso si queremos ser consecuentes con nuestra consagración a Dios en Jesucristo debemos trabajar por la unidad como vocación suprema de la humanidad y de la creación, como afirma Francesc Casanovas en el párrafo central de su escrito. El autor pone de manifiesto que nuestra responsabilidad cristiana debe nacer de la conciencia de que, en Jesucristo, todo hombre y toda mujer son consagrados en la verdad (cf. Jn 17,19) y convocados a participar de la vida de Dios, de la unidad que viven el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo: «Que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que me has enviado» (Jn 17,21). Podemos decir que con esta oración Jesús «sugiere cierta se­me­jan­za entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y el amor» (Concilio Vaticano II, Gaudium et spes 24). Vemos aquí cómo todos estamos llamados a un único e idéntico fin, que es Dios mismo (cf. GS 24). Pero esta llamada, aunque es personal para cada hombre y cada mujer, no lo es nunca individualmente, sino al contrario. Dios ha querido santificar y salvar a los hombres no de uno a uno, sin ningún vínculo entre ellos, sino que les ha constituido en un pueblo, que le reconociera en verdad y le sirviera en santidad (cf. Concilio Vaticano II, Lumen gentium 9). Y esto se hace patente a lo largo de toda la Historia de Salvación, en la que Dios convoca un pueblo, le revela su designio divino y establece con él una alianza de amor. Una alianza que, en la plenitud de los tiempos, se convierte en definitiva con Jesucristo: El Buen Pastor nos lleva al mismo redil para que seamos un solo rebaño y un solo pastor. En Jesucristo, Dios nos convoca y nos hace partícipes del amor y de la unidad de la Santísima Trinidad. Ahora bien, la experiencia humana de «ser uno» es un don de Dios, un regalo suyo; no se puede comprar, aun­que sea con grandes méritos. Lo que está a nuestro alcance y que es responsabilidad nuestra, es abrirnos a la iniciativa del amor por la fuerza del Espíritu Santo, que en todo momento nos empuja a ejercitarnos en la práctica del amor mutuo (cf. Jn 13,34), a servir a los demás y a dar nues­tra vida como hizo Jesucristo, que no vino a ser servido, sino a servir y a en­ tre­garse como rescate por todos (cf. Mc 10,45). Sólo permaneciendo en esta actitud de apertura podremos mirar por el bien común de la Iglesia y de la sociedad de una manera real y concreta, y podremos lograr aquella unidad que Jesús pedía al Padre. El ser humano es por naturaleza un ser social y, en consecuencia, su propio bien «se encuentra necesariamente relacionado con el bien co­ mún» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1905). Pero el cristiano vela por el bien común de la Iglesia y de la sociedad viviendo una experiencia de fe, y no como un simple sentimiento altruista o solidario. El Papa Francisco dice: «La Iglesia no es una organización asistencial, una empresa, una ONG, sino que es una comunidad de personas, animadas por la acción del Espíritu Santo, que han vivido y viven la maravilla del encuentro con Jesucristo y desean compartir esta experiencia de alegría profunda, compartir el mensaje de salvación que el Señor nos ha dado» (Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2013, 4). Lo que mueve al creyente es el deseo de hacer presente el amor de Dios entre los hombres. Es por ello que, cuando la comunidad cristiana se abre a la acción del Espíritu Santo y toma la iniciativa de amar en todo momento y en cualquier lugar, sus miembros hacen presente la huma­ nidad de Jesús que, como el buen samaritano, suaviza las heridas de los hombres y mujeres que peregrinan por la historia buscando la verdad y el sentido de la existencia humana. Sólo una verdadera experiencia de fe puede hacernos salir de noso­tros mismos y llevarnos a asumir el proyecto de Cristo; Él, dando la vida por toda la humanidad, incorpora una multitud de hijos e hijas a la fa­mi­lia divina. De lo contrario seríamos unos irresponsables, pendientes del pro­ pio yo y recluidos en nuestros sentimientos. Asumir esta responsabilidad trans­forma nuestro cuerpo y nos hace cambiar de mentalidad, y eso se tras­luce en nuestra manera de movernos y relacionarnos, y en el diálogo abierto y acogedor con los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Este cambio confirma que asumimos hasta el final el proyecto de Dios para la humanidad. Joana Herrera Seminario del Pueblo de Dios C. Calàbria, 12 - 08015 Barcelona Tel. 93 301 14 16 editorial@spdd.org www.spdd.org Dep. Legal: B-42123-1983