DE LA MENTE Y SU FILOSOFÍA Manuel Rodríguez Padrón Roger Penrose, La nueva mente del emperador, Biblioteca Mondadori, Madrid, l991. El mundo de la ciencia ficción es amplio y sugerente. Nos suele presentar situaciones futuristas ciertamente fantásticas pero que, en ocasiones, no hacen sino adelantarse a su época al mostrarnos ingeniosos artilugios o situaciones que el desarrollo científico y tecnológico convertirán en algo real, para nuestro deleite o sufrimiento, en un futuro más o menos cercano. Por citar un ejemplo verdaderamente tópico, recordemos el archicitado “Viaje a la Luna” de Jules Verne. Por todo ello, creo que no nos llegaríamos a sorprender demasiado si una mañana al levantarnos y ojear el periódico o encender la televisión nos encontráramos con la noticia de que una computadora inteligente ha sido galardonada con el Premio Nobel de la Paz por su papel intermediador y conciliador en los conflictos humanos. Y es que imaginar tales atributos morales “mecanizados” o, lo que es lo mismo, la posibilidad de concebir máquinas que posean la propiedad de pensar y tener creencias y deseos al igual que los humanos, es algo que en nuestros días está mucho mas cerca de la realidad que de la ciencia ficción. Lo cierto es que desde que, allá por los años cincuenta, Alan Turing publicó su artículo “Computing Machinary and Intelligence” la discusión sobre si una máquina podría llegar realmente a pensar o no quedó abierta por todos los frentes. Y como en muchas otras discusiones, hay dos polos radicalmente enfrentados. De un lado tenemos a aquellos que sostienen que la actividad inteligente, la mente en definitiva, es una propiedad exclusiva del hombre y por tanto algo imposible de proyectar a un constructo artificial como puede ser una computadora. Y, por otra parte, nos encontramos a los militantes en las filas de lo que el filósofo americano John Searle denomina como Inteligencia Artificial en sentido fuerte (IA), que sostienen que es posible construir un programa informático que, convenientemente ejecutado, duplique la capacidad humana de pensar. Los argumentos de esta corriente se centran en la idea de que el pensamiento, sobre todo estados mentales intencionales como los deseos o las creencias, es algo reducible a un mero programa formal, esto es, a un conjunto de operaciones computacionales. Desde este punto de vista, para un miembro de la IA una computadora pensaría con tal de que emulara adecuadamente las tareas que llevamos a cabo los humanos cuando pensamos. En el trabajo de Türing que hemos mencionado más arriba, por ejemplo, esto se concretaba en contestar a un determinado cuestionario de forma que las respuestas de la máquina fuesen indistinguibles de las que diese un ser humano. Las ideas que acabamos de exponer dan lugar a un sinfín de discusiones en el terreno de la Filosofía de la Mente, y es en torno a ellas desde donde Roger Penrose escribe “La nueva mente de emperador”. Si hay algún epíteto adecuado que pueda describir el conjunto de esta obra es precisamente el de ambicioso. A través de ella, Penrose nos conduce por los senderos de las teorías matemáticas, de las teorías físicas, explorando aquí desde la mecánica clásica hasta la teoría cuántica, pasando por la cosmología, el big-bang y los agujeros negros, de las teorías neurobiológicas, etc., y, cómo no, todo aliñado con una buena dosis de filosofía. Este 222 MANUEL RODRÍGUEZ PADRÓN panorama interdisciplinar, unido a la considerable extensión de la obra, puede hacer que en un primer momento, y probablemente en un segundo también, nos sorprendamos sintiéndonos, quizás, incapaces de acceder a tal voluminoso libro donde se dan cita numerosas teorías de los más diversos campos de la ciencia. Esperamos que apenas traspasada la primera página se nos venga encima un aluvión de conceptos técnicos y de fórmulas matemáticas absolutamente impenetrables para un no iniciado en estas cuestiones y que nos haga desistir de su lectura. Sin embargo, al margen de lo novedoso y arriesgado de sus propuestas, el diseño de la obra está más bien orientado hacia la divulgación, salvando, como es natural en obras de este tipo, partes de cierta dureza imposibles de llevar a un plano más comprensible. Así, la visión general de la obra es ciertamente asequible, por lo que sólo queda tener los ánimos suficientes para emprender su lectura. Vista esta pequeña apreciación estilística, adentrémonos en su contenido. Como ya adelanté anteriormente, el tema central de la obra gira en torno al problema filosófico mentecuerpo, y Penrose adopta un punto de vista del problema totalmente opuesto a la visión desarrollada por los simpatizantes de la IA. Veamos el porqué y el cómo. La IA, recordemos, supone que los procesos cognitivos humanos pueden ser duplicados y recogidos en un programa puramente formal. Según ellos, la actividad mental consiste sencillamente en llevar a cabo una serie de operaciones bien definidas y que comunmente se conocen con el nombre de algoritmos. En términos sencillos, un algoritmo viene a ser un cierto procedimiento automático de resolución de problemas. Por ejemplo, el algoritmo que opera en un termostato es muy simple, hay un dispositivo de regulación que registra si la temperatura es mayor o menor que la establecida, y a continuación dispone que cierto circuito se desconecte en el primer caso y se conecte en el segundo. Generalizando esto al caso de la actividad mental, por supuesto que el algoritmo tendría que ser mucho más complicado, pero sólo eso. Para los seguidores de la IA, la diferencia entre el cerebro humano y el termostato sólo radica en la mayor complejidad del primero. Así, lo mental consistiría en una mera reducción a propiedades lógicas susceptibles de formalización y que conformarían el algoritmo. De esto se siguen dos consecuencias. En primer lugar, al quedar lo mental reducido a un aspecto puramente formal se está primando, en definitiva, la cuestión sintáctica desdeñándose la semántica; es decir, se marginan los procesos de comprensión que entran en juego en las relaciones del sujeto con el mundo. Por otra parte, y debido a esta caracterización puramente formal, se entiende que los fenómenos mentales quedarán definidos no por el tipo concreto de materia que desarrolle tales fenómenos, sino por sus características formales. Los procesos mentales podrán ser abstraídos de su soporte orgánico. Esto es, dados los algoritmos capaces de duplicar los estados mentales, éstos estados mentales podrán conseguirse en cualquier soporte material que tenga las capacidades apropiadas para el correcto funcionamiento de dichos algoritmos. Son varios los argumentos que Penrose utiliza, en primer lugar, para mostrar cómo la actividad mental no puede ser obtenida simplemente a través de un conjunto de algoritmos y, en segundo lugar, para afirmar que la actividad cerebral es también demasiado compleja como para estudiarla desde las leyes físicas de que disponemos hoy en día. La crítica a la afirmación de que la explicación de los fenómenos mentales deba basarse en la idea matemática de algoritmo la aborda desde un análisis de los conceptos de “verdad DE LA MENTE Y SU FILOSOFÍA 223 matemática” e “intuición”. Para responder a la pregunta de cómo formamos nuestros juicios de lo que es verdadero o falso en matemáticas tenemos, según Penrose, dos opciones. La primera de ellas diría que sencillamente seguiríamos un algoritmo como guía para nuestras operaciones. La segunda habla de la posibilidad de un camino no-algorítmico basado en la intuición, el instinto y otros fenómenos semejantes. A través del problema planteado por Hilbert de conseguir una fundamentación definitiva de la matemática y de los resultados negativos plasmados en los teoremas de Gödel, y en relación con otros resultados obtenidos por Turing, Penrose demuestra la imposibilidad de encontrar un algoritmo general que pueda decidir qué reglas adoptar en un caso cualquiera cuando tratamos de establecer un sistema formal. Lo que se sigue de esto es que debe prevalecer la noción de “significado” sobre la de “computación algorítmica”. En nuestras tomas de decisiones acerca de las reglas a adoptar hay siempre un componente intuitivo, imposible de alcanzar desde la rigidez algorítmica, que aporta comprensión y flexibilidad a la totalidad del sistema. Como el mismo Penrose señala: “la noción de verdad matemática va más allá del concepto global de formalismo ...Cualquier sistema formal concreto tiene una cualidad provisional y de ‘factura humana’ ” (Penrose, p. 153). Esta serie de conclusiones le sirven, entre otras cosas, para mostrar que el papel que los formalistas matemáticos asignan a las nociones intuitivas, considerándolas simplemente como parte del pensamiento matemático preliminar pero careciendo de validez alguna en el proceso de las demostración real de la verdad matemática, es erróneo. Descartada la identificación algoritmo-mente, Penrose trata de abordar por otras vías la cuestión de encontrar una teoría que sea capaz de explicar el funcionamiento de nuestra mente. Puesto que se parte de un punto de vista general materialista, el objetivo a alcanzar no puede ser ya otro que una teoría física que contengan las leyes que gobiernen el funcionamiento de nuestros cerebros. Para ello, analiza las distintas opciones que, hoy por hoy, tenemos en el terreno de la física. Una de esas opciones es la de la física clásica que todos conocemos, desde Newton hasta Einstein, y que se nos muestra como realista y determinista. En ella, nuestros cuerpos evolucionan de acuerdo con aquellas mismas ecuaciones. De esta forma, por ejemplo, por mucho que creamos en un libre albedrío, nuestros comportamientos estarán siempre determinados, lo cual significaría que en realidad sería una conducta algorítmica la que determinaría nuestras vidas. Sin embargo, las propias discrepancias y contradicciones de algunos planteamientos de la física clásica con respecto a lo que observamos en el mundo real conducen a la necesidad de encontrar una nueva teoría que sea capaz de resolver esas incompatibilidades. Tales problemas quedan parcialmente superados cuando Heisenberg y Schrödinger formulan los principios básicos de lo que es denominado como teoría cuántica. Esta teoría se caracteriza por desempeñar su labor en un nivel de realidad sub-microscópico y que sirve de base al mundo físico de la teoría clásica. De esta manera, las propiedades materiales, propiedades físicas, químicas, biológicas, etc. , dependerían de la teoría cuántica para su explicación. Queda preguntarnos qué papel desempeña todo esto en una teoría de la mente. En primer lugar, a Penrose le sirve para apoyar su negativa a entender los fenómenos mentales como un algoritmo. En segundo lugar, para abrir nuevas perspectivas en el estudio de la mente indagando el posible funcionamiento de los cerebros a niveles cuánticos. Sin embargo, la mecánica cuántica no está exenta de problemas. Y es que, si bien dentro de los estados 224 MANUEL RODRÍGUEZ PADRÓN cuánticos la teoría puede defender con fuerza su coherencia y efectividad, a la hora de intentar proyectar sus interpretaciones al mundo del “nivel clásico” también aparecen contradicciones. En este sentido, Penrose considera la posibilidad de que la mecánica cuántica sea errónea cuando se aplica a cuerpos macroscópicos. De esta manera, sólo sería la combinación de la teoría cuántica y la teoría clásica la que proporcione una adecuada comprensión de la realidad global. Y es llegado a este punto donde Penrose introduce una hipótesis innovadora en el terreno de la física y que, en sus propias palabras, resulta “poco convencional”. Partiendo de la constatación de que la transición del mundo cuántico al clásico se efectúa en virtud de un paso hasta ahora misterioso, Penrose considera que en algún lugar intermedio a ambas teorías necesitamos introducir una serie de nuevas leyes que diluciden el enlace entre los dos mundos. Esta nueva teoría se forjará, según él, a través de una modificación de la teoría cuántica por la teoría de la relatividad, modificación en la que la teoría del espacio-tiempo de Einstein actuaría de forma cualitativa sobre las relaciones de las partículas del mundo cuántico. Penrose denomina a ésta nueva teoría “Teoría Gravitacional Cuántica”, visión ésta que los físicos más convencionales han calificado como de esotérica. Así, desde el punto de vista de Penrose, tanto la física clásica como la cuántica se quedan cortas a la hora de efectuar una explicación global satisfactoria del mundo, con lo cual nos dejan en un callejón sin salida en el intento de encontrar una teoría óptima que alcance a explicar la mente humana. Y si acaso acaba llegando esta teoría, lo hará de manos de aquella conciliación entre el mundo cuántico y el clásico. Los últimos capítulos del libro los dedica Penrose a hablar del funcionamiento del cerebro y a disertar sobre el fenómeno de la consciencia. De la descripción del cerebro concluye que una identificación de éste con las operaciones que pueden darse en una computadora resulta incorrecta ya que existen aspectos en el funcionamiento del cerebro que son insalvables para una computadora. El más destacado sería el fenómeno de la plasticidad cerebral. Los procesos de sinapsis cambian continuamente de una manera que resulta inimaginable a cómo podría llegar a hacerlo una computadora. En cuanto a la consciencia, Penrose se extiende a su gusto por el terreno de la especulación introspectiva, apoyándose también en distintos experimentos psicológicos. Su conclusión es la de que los procesos conscientes no pueden ser fruto de la mera computación. Es más, no puede existir universo sin consciencia puesto que sólo ella puede llevar “un presunto universo ‘teórico’ a la existencia real” (Penrose, p. 555). Se puede concluir, pues, que la obra de Penrose resulta realmente polémica no sólo desde un punto de vista ortodoxo en el terreno de la física sino también, quizás por la falta de una estricta formación filosófica académica por parte del autor, desde el terreno de la filosofía. De cualquier forma, la visión global que ofrece se puede considerar sumamente interesante y bastante instructiva, por lo menos a la hora de acercarnos al funcionamiento real de la física y de las matemáticas.