BIOGRAFIA EUGENIO PACELLI − PÍO XII Eugenio Pacelli nació en Roma el 2 de marzo de 1876. Perteneciente a una familia dedicada al servicio Papal, tuvo como padre a un abogado muy prestigioso que trabajó toda su vida en función de los intereses de la Santa Sede. Eugenio hizo sus primeros estudios en una escuela católica privada, cuyo director Giuseppe Marchi, era un confeso antisemita que gustaba ilustrar a sus alumnos acerca de la dureza de corazón de los judíos. Las controvertidas actitudes que tendría Pío XII en relación a los judíos durante toda su vida quizás se las deba en gran parte al señor Marchi. Eugenio Pacelli desde niño demostró una gran inteligencia y capacidad memorística. Estudioso de lenguas, clásicas y modernas, tocaba el violín y el piano, practicó natación y equitación. Desde temprana edad profesó devoción religiosa y amor por el estudio. Eugenio Pacelli fue ordenado sacerdote en el año 1899 a la edad de 23 años. A partir de ese momento inició una carrera meteórica hacia las altas jerarquías de la iglesia, indudablemente favorecido por los contactos que le establecía su prestigioso padre. A los 25 años ya trabajaba en la Secretaría de Estado del Vaticano. Habiendo culminado con éxito sus estudios en derecho eclesiástico y civil, en 1902 el Papa Pío X lo nombra miembro de la comisión encargada de revisar y establecer una nueva codificación de las leyes canónicas, con el objetivo de promulgar un nuevo Código de Derecho Canónico. En 1911 es nombrado subsecretario de la Congregación de los Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios y, a partir de 1914, se convirtió en secretario de la misma. En 1917 fue elegido como Nuncio en Baviera, siendo consagrado por el Papa Benedicto XV arzobispo titular de Sardes. Desde Munich el nuncio Pacelli fue un estrecho colaborador del Papa en sus esfuerzos por aliviar a las víctimas de la primera guerra mundial. Durante la guerra Pacelli demostró poseer un gran valor personal y en medio de las peores miserias humanas sus palabras de aliento y su acción caritativa aliviaron las penas de miles de heridos, huérfanos y viudas. Su prestigio pronto superó las fronteras de Baviera y en 1920 es nombrado primer Nuncio ante la nueva República de Weimar. En 1924 firmó el Concordato de la Santa Sede con Baviera y en 1929 sus esfuerzos denodados culminaron con la histórica firma del Concordato entre Alemania y la Santa Sede. Ese año fue nombrado cardenal. Cuando Pacelli llegó a Alemania en 1920, el partido de Hitler era uno más entre los cientos de movimientos racistas y nacionalistas que se extendían por todo el país favorecidos por la grave crisis social y económica que atravesaba Alemania. Pero en 1929 el nacionalsocialismo era ya uno de los partidos más importantes de Alemania y sus ideales abiertamente expresados en cuanto a una guerra de expansión (Lebensraum o espacio vital). En 1933 firmó, como enviado de Pío XI, el Concordato con Austria y con la Alemania nazi. En 1939, a la muerte del Papa Pío XI, Pacelli fue elegido a la edad de 63 años como el nuevo pontífice de la Iglesia Católica. Su nombre sería el de Pío XII en una muestra del aprecio y la admiración que sentía por su antecesor. El inicio de su pontificado coincidió con el estallido de la segunda guerra mundial. Murió en 1958 a los 83 años de edad. Su figura, teniendo en cuenta el lugar que ocupó en la jerarquía eclesiástica de la Iglesia Católica durante el transcurso de la Segunda Guerra Mundial, ha merecido numerosas críticas y también se han alzado voces en su defensa. La polémica se reavivó con la intención actual del Vaticano de canonizar a Pío XII. Desde hace años, los judíos piden más claridad sobre el papel del Papa Pío XII durante la Segunda Guerra Mundial. ¿Por qué nunca protestó contra la persecución de los judíos? ¿Por qué no atendió las reiteradas solicitudes de ayuda para los judíos, presentadas por la Iglesia polaca? Y, ¿por qué ayudó la Iglesia a los judíos conversos y abandonó a los demás? En 1999 se creó una comisión de seis científicos, tres judíos y tres católicos, para estudiar la postura de Pío XII. Sin embargo, desde el principio surgió una atmósfera de desconfianza. Los científicos judíos acusan a sus 1 colegas católicos de intentar frenar el trabajo. Los católicos, a su vez, alegan que los judíos no cumplen sus promesas. El principal tema de discusión es el acceso a los archivos del Vaticano. Al crear la comisión, se acordó que los científicos estudiarían 11 gruesos tomos del Vaticano que contienen documentos sobre el período 1939 a 1945. El problema es que los libros están compuestos por documentos seleccionados por el Vaticano. Los científicos judíos opinan que la comisión debe tener acceso más directo a los archivos. Los archivos del Vaticano son públicos hasta el año 1922. Actualmente, se están ordenando los documentos hasta el año 1939. Por tanto, la publicación de los documentos correspondientes a la época de la Segunda Guerra Mundial tardará todavía muchos años. Por el momento, la Comisión interrumpió su trabajo, y parece difícil que se pueda superar las diferencias. Las dos posturas frente a la actitud de Pío XII y en él de la Iglesia Católica frente al horror del Holocausto, tan antagónicas entre si, se reflejan en dos editoriales del periódico New York Times , que, con algunos años de distancia, nos muestran valoraciones absolutamente contrapuestas respecto de lo hecho por Pío XII en favor de los judíos durante la Segunda Guerra Mundial. 25 de diciembre de 1941: "La voz de Pío XII es una voz solitaria en el silencio y la oscuridad que rodean a Europa en estas Navidades .. Es prácticamente el único gobernante que queda en ese continente que se atreve a alzar su voz." 18 de marzo de 1998: "Es necesaria una exploración absoluta de la conducta del Papa Pío XII... Ahora toca a Juan Pablo II y sus sucesores dar el próximo paso hacia la completa valoración de la posición del Vaticano al no enfrentar firmemente el flagelo que devastó a toda Europa." Ambas posturas resumiremos brevemente en los siguientes capítulos. LAS CRITICAS A PÍO XII En los Estados Unidos se publicó recientemente El Papa de Hitler: la historia secreta de Pío XII, un libro donde el investigador John Cornwell habla del antisemitismo y el silencio ante el Holocausto de un Papa al que el Vaticano está a punto de canonizar. El autor describe que accedió a documentación en la que basó la investigación de su libro a través de dos oficiales que le permitieron acceder a material secreto: declaraciones bajo juramento que se juntaron hace treinta años para avalar el proceso de canonización de Pacelli y el archivo de la Secretaría de Estado del Vaticano. También recurrió a fuentes alemanas en relación con las actividades de Pacelli en Alemania durante las décadas del ´20 y del ´30, incluídos sus contactos con Adolf Hitler. La evidencia para este autor demostraba que Pacelli era abiertamente, y según sus propias palabras, antisemita. Describe en su libro que Pacelli llegó al Vaticano en 1901, a la edad de 24 años, reclutado para especializarse en cuestiones internacionales y derecho canónico. Colaboró con su superior, Pietro Gasparri, en la reformulación del Código de Derecho Canónico que se distribuyó en 1917 a los obispos católicos de todo el mundo. A la edad de 41 años, ya arzobispo, Pacelli partió hacia Munich como nuncio Papal para comenzar el proceso de eliminar los desafíos legales a la nueva autocracia Papal y procurar un tratado entre el Papado y Alemania como un todo, que reemplazará todos los arreglos locales y se convirtiera en un modelo de las relaciones entre la Iglesia Católica y los Estados. 2 En mayo de 1917 recorrió Alemania, destruida por la primera guerra mundial, ofreciendo su caridad a gente de todas las religiones. Sin embargo, en una carta al Vaticano, reveló tener menos amor por los judíos. El 4 de septiembre le informó a Gasparri, que era cardenal secretario de estado en el Vaticano, que un doctor Werner, el rabino jefe de Munich, se había acercado a la nunciatura para rogar un favor. Con el fin de celebrar Succoth, los judíos necesitaban hojas de palmeras, que normalmente llegaban de Italia. Pero el gobierno italiano había prohibido la exportación, vía Suiza, de unas palmeras que los judíos habían comprado y que estaban retenidas en Como. La comunidad israelita − continuaba Pacelli − busca la intervención del Papa con la esperanza de que abogue a favor de los miles de judíos alemanes. Pacelli le dijo a Gasparri que no le parecía apropiado que el Vaticano los ayudara en la práctica de su culto judío. Gasparri respondió que confiaba completamente en la astucia de Pacelli, coincidiendo con que no sería apropiado ayudar al rabino Werner. Dieciocho meses mas tarde reveló su antipatía por los judíos de una manera más abiertamente antisemita, cuando estuvo en el centro de una revuelta bolchevique en Munich. En una carta a Gasparri, Pacelli describió a los revolucionarios y a su líder, Eugenio Levien: Un ejército de trabajadores corría de un lado a otro, dando órdenes, y en el medio, una pandilla de mujeres jóvenes, de dudosa apariencia, judías como todos los demás, daba vueltas por las salas con sonrisas provocativas, degradantes y sugestivas. La jefa de esa pandilla de mujeres era la amante de Levien, una joven mujer rusa, judía y divorciada. (..) Este Levien es un hombre joven, de unos 30 o 35 años, también ruso y judío. Pálido sucio, con ojos vacíos, voz ronca, vulgar repulsivo, con una cara a la vez inteligente y taimada. Hitler que había logrado su primer gran triunfo en las elecciones de 1930, quería un trato con el Vaticano porque estaba convencido de que su movimiento sólo podía tener éxito si se eliminaba al catolicismo político y sus redes democráticas. Luego de su ascenso al poder en enero de 1933, Hitler hizo una prioridad de su negociación con Pacelli. El Concordato del reich le garantizó a Pacelli el derecho a imponer un nuevo Código de Leyes Canónicas sobre los católicos de Alemania. A cambio, Pacelli colaboró en el retiro de los católicos de la actividad política y social. Luego Hitler insistió en la disolución voluntaria del Partido Central Católico Alemán. Los judíos fueron las primeras víctimas del Concordato: luego de su firma , el 14 de julio de 1933, Hitler dijo a su gabinete que el tratado había creado una atmósfera de confianza especialmente significativa en la lucha urgente contra el judaísmo internacional. Aseguraba que la Iglesia Católica le había dado su bendición pública, en el país y afuera, al nacional − socialismo, incluida su posición antisemita. Durante los años ´30, a medida que el antisemitismo nazi crecía en Alemania, Pacelli no se quejó ni siquiera en nombre de los judíos convertidos al catolicismo: para él, era cuestión de política interna. En enero de 1937, tres cardenales y dos obispos alemanes viajaron al Vaticano para pedir una vigorosa protesta contra la persecución nazi de la Iglesia Católica, a la que se le habían suprimido todas las formas de actividad con excepción de los servicios religiosos. Finalmente, Pío XI decidió lanzar una encíclica, escrita bajo la dirección de Pacelli, donde no había ninguna condena explícita al antisemitismo. En el verano de 1938, mientras agonizaba, Pío XI se preocupó por el antisemitismo en Europa y encargó la redacción de otra encíclica dedicada al tema. El texto que nunca vio la luz del día, se descubrió hace poco. Lo escribieron tres jesuitas, pero presumiblemente Pacelli estuvo a cargo del proyecto. Se iba a llamar Humani Generis Unitas (La unión de las razas humana) y, a pesar de sus buenas intenciones, está lleno de un antisemitismo que Pacelli había mostrado en su primer estadía en Alemania. Los Judíos, dice el texto, eran responsables de su destino, Dios los había elegido, pero ellos negaron y mataron a Cristo. Y cegados por su sueño de triunfo mundial y éxito materialista se merecían la ruina material y espiritual que se habían echado 3 sobre sí mismos. El documento advierte que defender a los judíos como exigen los principios de humanidad cristianos podría conllevar el riesgo inaceptable de caer en la trampa de la política secular. La encíclica llegó a los jesuitas de Roma a fines de 1938; hasta el día de hoy, no se sabe por qué no fue elevada a Pío XI, Pacelli, convertido en Papa el 12 de marzo de 1939, sepultó el documento en los archivos secretos y les dijo a los cardenales alemanes que iba a mantener relaciones diplomáticas normales con Hitler. Pacelli conoció los planes nazis para exterminar a los judíos de Europa en enero de 1942. Las deportaciones a campos de exterminio habían comenzado en diciembre de 1941. A lo largo de 1942, Pacelli recibió información confiable sobre los detalles de la solución final provista por los británicos, franceses y norteamericanos en el Vaticano. El 17 de marzo de 1942, representantes de las organizaciones judías reunidos en Suiza le enviaron un memorándum a través del nuncio Papal en Berna, donde detallaban las violentas medidas antisemitas en Alemania, en sus territorios aliados y en zonas conquistadas. El memo fue excluido de los documentos de la época de la guerra que el Vaticano publicó entre 1965 y 1981. En septiembre de 1942, el presidente norteamericano Franklin Roosevelt envió a su representante personal, Mylon Taylor, a que le pediera a Pacelli una declaración contra el exterminio de los judíos. Pacelli se negó a hablar porque debía elevarse sobre las partes beligerantes. El 24 de diciembre de 1942, finalmente, Pacelli habló de aquellos cientos de miles que, sin culpa propia, a veces sólo por su nacionalidad o raza, reciben la marca de la muerte o la extinción gradual. Esa fue su denuncia pública más fuerte. Pero hay algo peor, señala el autor: Luego de la liberación de Roma, Pío XII pronunció su superioridad moral retrospectiva por haber hablado y actuado a favor de los judíos. Ante un grupo de palestinos, dijo el 3 de agosto de 1946: Desaprobamos todo uso de fuerza (.) como en el pasado condenamos en varias ocasiones las persecuciones que el fanatismo antisemita infligió al pueblo hebreo. Su autoexculpación grandilocuente un año después del fin de la guerra demostró que no sólo fue Papa ideal para la solución final nazi, sino que también un hipócrita. John Cornwell señala que recopiló nueva evidencia que demuestra la asombrosa antipatía de Pacelli por los judíos venía de 1917, lo cual contradice que sus omisiones fueron hechas de buena fe y que amaba a los judíos y respetaba su religión. Pacelli le reconoció al Tercer Reich que sus políticas antisemitas eran asuntos internos de Alemania. El Concordato entre Hitler y el Vaticano creó un clima ideal para la persecución de los judíos. La iniciativa de un concordato entre el III Reich y la Santa Sede no surgió ni de los nazis ni de la Iglesia, sino de un político católico del Centro, Franz von Papen, a quien Hitler, que quería, mientras viviera Hindenburg, mantener una apariencia respetable, le tenía en su gobierno como vicecanciller. Como católico y miembro del gobierno, creía que un acuerdo serviría para resolver las posibles fricciones que ya empezaban a manifestarse. Con este fin, von Papen visitó Roma en abril de 1933. En Roma, las principales figuras con las que tenía que entrevistarse eran dos: el Papa Pío XI, y su Secretario de Estado Pacelli. Los dos eran favorables a firmar un concordato, y pensaban que, por pocas que fuesen las ventajas, siempre resultaba conveniente intentar entenderse con los diferentes regímenes, aunque fueran hostiles a la Iglesia, como se había demostrado, por ejemplo, con la República española. 4 El concordato no requirió largas negociaciones. Básicamente reproducía el contenido de los recientes concordatos con varios «Länder» alemanes, Baviera, Prusia y Baden, que habían sido negociados por el entonces nuncio Pacelli. Sólo hubo un punto controvertido. Pío XI, que tantas esperanzas tenía puestas en las organizaciones confesionales, quería dejar bien atado que conservaban su independencia, especialmente las juveniles. La experiencia italiana le mostraba que ese era un punto de fricción. Al final se llegó a una redacción que satisfacía a las dos partes, y la firma fue pregonada como un éxito por ambas. Pacelli no avaló la protesta de los obispos católicos alemanes contra el antisemitismo. Intentó mitigar el efecto de las encíclicas de Pío XI al darle garantías diplomáticas privadas a Berlín, a pesar de conocer la abierta persecución de los judíos. Pacelli estaba convencido de que los judíos se habían procurado su suerte: intervenir a su favor sólo podía llevar a la Iglesia hacia alianzas con fuerzas hostiles al catolicismo. El autor pretende contar, "la historia de la carrera de Eugenio Pacelli, el hombre que fue Pío XII, el eclesiástico más influyente en el mundo desde los primeros años treinta hasta finales de los cincuenta. Pacelli, más que cualquier otro personaje del Vaticano, contribuyó a establecer la ideología del poder Papal, ese poder que él mismo asumió en 1939, en vísperas de la segunda guerra mundial, y que mantuvo con mano firme hasta su muerte en octubre de 1958." (según sus propias palabras). Si el Papa hubiera hablado en contra de las atrocidades, es posible que el Holocausto (el exterminio de millones de judíos europeos y otras minorías raciales) pudiera haber sido evitado. Esta tesis es ahora ampliamente aceptada como verdadera. Muchos han alegado que Pío XII permaneció silencioso durante la guerra. Durante la década del sesenta, con la obra de teatro El Diputado (en inglés The Deputy) del autor de teatro alemán Rolf Hochluth. Esta obra presenta al Papa como un hombre frío, calculador y sin sentimientos que deliberadamente elige permitir que suceda el Holocausto. Los ataques a la figura de Pío XII comenzaron con la obra teatral escrita por Rolf Hochhuth (31 años), representada por primera vez en Berlín, Alemania, en 1963. La acción se desarrolla en el año 1943 en que un sacerdote jesuita, el padre Ricardo Fontana, advertido por un oficial de las tropas de asalto acerca del plan de exterminio de los judíos, visita a Pío XII para pedirle que intervenga. Pío XII se niega a hacerlo. El joven sacerdote se coloca la estrella amarilla y se une a un convoy de judíos deportados para morir con ellos en Auschwitz. El objetivo de la pieza teatral era bien claro: presentar a Pío XII como cobarde, pronazi y a quien sólo preocupaban sus inversiones en Alemania. La obra de teatro se representó en algunas ciudades europeas en las que pronto aparecieron numerosos rechazos, no sólo de católicos, sino de muchos que no podían entender tan artero y falso ataque. Desde Hochhuth hasta hoy se han multiplicado las críticas sobre Pío XII hasta ser compendiadas todas en un libro de reciente aparición escrito por el periodista británico John Cornwell y titulado El Papa de Hitler. La verdadera historia de Pío XII, cuyas opiniones ya fueron reseñadas.. El filme Amen de Costa Gavras, al igual que otros, lo que critica es el «silencio» del pontífice en la denuncia del Holocausto judío. También se basa en la historia del sacerdote jesuita Ricardo Fontana y describe a Pío XII como una persona antisemita, oportunista y especuladora, que no vaciló en callar las atrocidades cometidas por los nazis, en pos de lograr su propia protección y la del Vaticano. Amén como su titulo lo indica manifiesta una firmeza en cuanto a la posición que toma la iglesia con relación a la matanza del pueblo judío durante el nazismo. 5 Se desarrolla en la Alemania nazi del 39 donde el gobierno de Hitler a través de sus miembros de la SS lleva a cabo unas de las crueldades más grandes de la historia de la humanidad. Dos son los relatos más importantes, por un lado un miembro de la SS descubre que en los campos de concentración se exterminan miles de familias judías en cámaras de gas a partir de ese episodio empieza a vincularse con altos miembros de la curia para denunciar y poner en evidencia la crueldad del régimen nazi. Fiel a sus convicciones y sus valores que nada tenían que ver con el Führer, Kurt Gerstein se enfrenta a todo un sistema que giraba a los intereses de Hitler. Otro de los personajes destacados es el de Ricardo Fontana, un jesuita perteneciente al cristianismo, quien al enterarse de los crueles relatos de Gerstein, lo sigue hasta el punto de sacrificar su vida en nombre de los judíos muertos. Concluye el film manifestando claramente que la iglesia católica dio un paso al costado frente a semejante atrocidad, debido a que obtenía beneficios que el régimen nazi les proporcionaba. La institución a cambio del silencio recibió grandes tributos, y los ocultaba bajo justificaciones religiosas. LA DEFENSA DE PÍO XII Numerosas son también las voces que se alzan para contrarrestar las críticas a Pío XII. Así, el Dr. Peter Gumpel responde a John Cornwell. Así sostiene respecto de la firma de El Concordato de 1933 que la Santa Sede nunca se niega a negociaciones de esta naturaleza. Pacelli ocupaba en ese entonces una posición subordinada. Que fue Hitler quien pidió la firma del Concordato; en ese momento, no hacía más que declaraciones positivas sobre las dos confesiones cristianas en Alemania. Si Pío XI se hubiera negado a hacer las negociaciones, Hitler hubiera dicho: Ofrecí una mano de paz, pero fue brutalmente rechazada. La persecución de la Iglesia católica, que ya se experimentaba al nivel local, se hubiera transformado en persecución oficial y severa. Cuando los obispos alemanes protestaron contra las persecuciones locales, Hitler siempre reivindicaba que esto se hacía sin su previo conocimiento y sin su consentimiento. Cornwell no alude a esto. También «ignora», o al menos no menciona, que el Concordato «no» fue el primer pacto internacional acordado por Hitler; el Concordato fue precedido por el llamado «pacto de los cuatro países» (Inglaterra, Francia, Italia, Alemania, firmado en Milán). Pacelli sabía que no podía confiar en Hitler y advirtió esto al diplomático inglés Kirkpatrick pocas semanas después que se parafraseó el Concordato (20 de julio de 1933). Es totalmente falsa la afirmación de Cornwell, según la cual, el Concordato impidió las actividades políticas y sociales de los católicos. Simplemente se acordó que sacerdotes y religiosos no deberían participar en la política «partidista». El defensor basa su alegato en ciertos documentos que son públicamente conocidos desde los mismos años de la guerra. Entre ellos cita: 1 − La encíclica "Mit Brennender Sorge" (1937). Firmada por el entonces Papa Pío XI fue preparada por el Cardenal Pacelli ya que es quien mejor conocía la situación alemana por haber sido el representante del Vaticano (Nuncio) en Baviera y en Berlín. Fue la primera encíclica escrita en alemán y es la más clara condena del nazismo, no sólo de la Iglesia sino también de entre todos los gobiernos de entonces. Aún hoy se conservan los borradores en los que pueden comprobarse los añadidos y correcciones de Pacelli al texto original. La encíclica fue introducida secretamente en Alemania y leída en todas las parroquias el 21 de marzo de 1937. La encíclica denunciaba la ideología y la conducta nazis, y condenaba el culto a la personalidad en estos términos: «Quien quiera que, con sacrílego desconocimiento de las diferencias esenciales entre Dios y la criatura, entre el Hombre−Dios y el simple hombre, osara levantar a un mortal, aunque fuera el más grande de todos los tiempos, a nivel de Cristo, más aún, por encima de El o contra El, ese merece que se le diga que es 6 un profeta de fantasías, al que se le aplica espantosamente la palabra terrible de la Escritura. El que vive en los Cielos se ríe de ellos». El mismo Gumpel admite que la Encíclica no ayudó a que se acabaran las persecuciones. Sostiene que las imprentas donde se encontró el documento fueron confiscadas y que a los católicos que la difundían se los encarceló. 2 − Decreto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe (entonces Santo Oficio) del 6 de diciembre de 1940. Fue elaborado y publicado por orden del ya Papa Pío XII y publicado en L´Osservatore Romano el mismo día 6 de diciembre en la habitual y breve formulación de pregunta−respuesta en la que cuestiona principalmente los prejuicios racistas y la práctica de la eutanasia: "Si es lícito, por orden de la autoridad pública, matar directamente a aquellos que, aun cuando no hayan cometido ningún delito de muerte, con todo, a causa de defectos físicos o psíquicos, no están en grado de ayudar a la nación, o bien son considerados por ella como un peso y un obstáculo a su vigor y a su fuerza." La respuesta era concisa, pero al mismo tiempo definitiva: "Negativamente, siendo eso contrario al derecho natural y al derecho divino positivo." Y sigue:"...quitar intencionalmente la vida a millares y millares de individuos inocentes del propio pueblo a quienes, por defectos psíquicos o físicos, se los acusa de gravar inútilmente la sociedad, es una perversión extrema del sano juicio y una enorme crueldad del ánimo. También ellos, por poseer la naturaleza humana, participan de su dignidad. Y además también ellos poseen, no menos que los demás, el derecho inviolable a la vida, que recibieron, no de la autoridad pública, sino inmediatamente del Autor de la naturaleza, Señor supremo de todos." 3 − Mensaje de Navidad de 1942 Famosos han sido los mensajes de Navidad de Pío XII por su claridad en temas arduos y especialmente los que tienen que ver con la defensa de la vida. Éste de 1942, elogiado, entre otros, por The Times, denuncia la persecución de "cientos de miles de personas que, sin haber cometido faltas, a veces sólo por razón de su nacionalidad o raza, son condenadas a muerte o extinción progresiva". 4 − Protesta pública de católicos y protestantes en Holanda Alemania invadió y ocupó Holanda en 1940. Hacia 1942 comenzaron las deportaciones masivas y sistemáticas de judíos "al este". Pronto se pusieron de acuerdo los jefes de las iglesias católica, calvinista y luterana en elaborar un documento para protestar contra estas acciones. Pero cuando fue conocido este proyecto por el comisario del Reich en Holanda, Seys−Inquart, amenazó a los responsables religiosos de tomar las mismas medidas, no sólo con los judíos de sangre y de religión sino también con los bautizados. Por este motivo tanto calvinistas como luteranos hicieron silencio. En cambio, en las iglesias católicas fue leído el documento el domingo 26 de julio de 1942, "siguiendo la ruta indicada por el Santo Padre", y decía: "Vivimos en una época de gran miseria, tanto en el campo espiritual como en el material, pero dos hechos muy dolorosos llaman nuestra atención: el triste destino de los judíos y la suerte de quienes han sido destinados a trabajos forzados en el extranjero. Todos deben ser profundamente conscientes de las penosísimas condiciones de unos y otros; por eso, llamamos la atención de todos por medio de esta pastoral común. Estas tristísimas condiciones deben ser puestas en conocimiento de aquellos que ejercitan un poder de mando sobre aquellas personas: a este objeto, el reverendísimo episcopado, en unión con casi todas las comunidades de las Iglesias de los Países Bajos, ya profundamente afectadas por las medidas tomadas contra los judíos holandeses para excluirlos de la participación en la vida civil normal, han tomado con verdadero horror la noticia de las nuevas disposiciones que imponen a hombres, mujeres, niños y familias enteras la deportación a territorio del Reich alemán. Los inauditos sufrimientos infligidos así a más de diez mil personas, la conciencia de que una manera de proceder tal repugna al sentimiento moral del pueblo holandés, y sobre todo, el que esté en contraste absoluto con el mandamiento divino de la justicia y la caridad, obligan a las mencionadas comunidades de las Iglesias a dirigir la petición de que no se pongan en ejecución los procedimientos mencionados." 7 Gumpel sostiene que el Papa prefirió luego de estas declaraciones públicas guardar silencio pues las mismas aumentaron las persecuciones nazis, inclusive se extendieron aún a los no judíos. Y cita una carta de Pío XII al Obispo Von Prysing de Berlín (30/4/1943): "Les dejamos a los obispos sopesar las circunstancias para decidir acerca de ejercer o no discreción, ad maiora mala vitanda (para evitar mayores males). Ello sería aconsejable si el peligro de medidas de represalia y coercitivas fuera inminente en casos de declaraciones públicas por el obispo. Aquí yace una de las razones por las cuales Nos restringimos nuestras declaraciones públicas. La experiencia que tuvimos en 1942 con documentos que entregamos para distribuir entre los fieles justifica en cuanto podemos apreciar nuestra actitud". Algo similar diría ante el Consistorio Cardenalicio el 2 de junio de 1943: "... debe ser considerada y sopesada de modo profundamente serio, en el propio interés de los que sufren de modo de no hacer su posición aún más difícil e intolerable que antes, aún por inadvertencia y sin quererlo". El Papa Pablo VI, durante su pontificado en el año 1964, autorizó la publicación de los documentos de la Santa Sede sobre la Segunda Guerra Mundial. Para ello se encargó a cuatro jesuitas: Burkhart Schneider, Angelo Martini, Robert A. Graham y Pierre Blet quienes debían ordenar los documentos y escribir las introducciones de los diferentes volúmenes. En ellos se recopilaron todos los discursos y mensajes del Papa, las cartas intercambiadas entre los nuncios y dignatarios civiles y eclesiásticos, incluso de los representantes del Vaticano. Muchos de estos documentos se conservan con las correcciones a mano del mismo pontífice. El trabajo demandó varios años (hasta 1982) y fue publicado en doce volúmenes con más de doce mil páginas con el título de Actes et Documents du Saint−Siege relatifs a la Seconde Guerre Mondiale. Cuatro de esos doce volúmenes contienen los documentos en los que se deja testimonio de la ayuda a las víctimas de la guerra. De esta documentación surgen algunas gestiones del Papa promoviendo la emigración hebrea a Brasil mientras era permitida, para que se concedieran 3.000 visas de las cuales se dieron sólo mil. Lo mismo se intentó con Ecuador y Argentina. Con España se consiguió que los hebreos de antepasados españoles fueran recibidos y que dieran libre tránsito a otros que viajaban a América. En Portugal la Santa Sede entregó importantes sumas para pagar pasajes de emigrantes hebreos. En el sur de Francia, ocupada por Italia, se creó, con la vista gorda de las autoridades, por parte del P. Benoit−Marie, capuchino, una organización destinada a procurarles pasaportes falsos a los hebreos, labor que se extendió luego a Italia. También se dieron cargos académicos en el Vaticano a profesores judíos expulsados de sus cátedras en Italia. Sostienen los defensores de Pío XII que también realizó gestiones para que Gran Bretaña y los Estados Unidos disminuyeran las restricciones a la inmigración de judíos (23/3/1943) y que en Italia (durante la ocupación alemana en 1943) entre 4.000 y 7.000 judíos son ocultados y mantenidos en 180 lugares diferentes de la ciudad del Vaticano, en Castel Gandolfo y en el resto de Italia, incluyendo parroquias, oficinas administrativas, casas particulares, hospitales y conventos, a los que se les eximió del deber de clausura. De 50.000 judíos que había en Italia en 1939, a los que se sumaron unos 16.000 refugiados de otros países, muchos de ellos emigraron y sólo unos 4.500 fueron capturados por la Gestapo. Así, al final de la guerra, en Italia quedaron 46.000 hebreos. Relatan también el episodio en que los ocupantes alemanes pidieron a los judíos de Roma 50 kg de oro a ser entregado en 24 horas, para evitar la deportación. Pío XII personalmente ofreció completar lo que faltase usando los vasos sagrados del Vaticano. Esto movió a los judíos de Roma a comunicarle a la Secretaría de Estado (10−VI−1944) que querían realizar una manifestación de agradecimiento al Papa, la que incluiría un regalo y, además, colocar en la Sinagoga una lápida en honor del Santo Padre, siempre que fuera compatible con las reglas litúrgicas hebreas. En la sala número diez del museo de la liberación de Roma, en la Via Tasso, hay una placa puesta en una pared en la que está escrito: "El congreso de los delegados de las comunidades israelitas italianas, celebrado en Roma por primera vez después de la liberación, siente el imperioso deber de dirigir un homenaje reverente a Vuestra Santidad, y expresar un profundo sentimiento de gratitud que anima a todos los judíos, por las pruebas de fraternidad 8 humana suministradas por la Iglesia durante los años de las persecuciones y cuando su vida fue puesta en peligro por la barbarie nazi. En muchas ocasiones hubo sacerdotes que acabaron en la cárcel o en los campos de concentración, inmolaron su vida por asistir a los judíos en todo lo posible." El historiador israelí Pinchas Lapida sostiene que gracias a las acciones de Pío XII, fue posible salvar la vida, directa o indirectamente, de más de 850.000 judíos y también que la Santa Sede había hecho más por ayudarlos que cualquier otra organización occidental, incluida la Cruz Roja. Una de sus principales encíclicas, la HUMANI GENERIS, demuestra la incompatibilidad del inmanentismo, del idealismo, del materialismo histórico y dialéctico y del existencialismo con el dogma católico, rechaza firmemente el evolucionismo (respecto del origen del alma humana), el poligenismo, la libre interpretación de las Sagradas Escrituras a la vez que recuerda el lugar privilegiado del tomismo. Peter Gumpel reveló también una carta del científico judío alemán −radicado en los Estados Unidos− Albert Einstein en la que elogió a Pío XII por su defensa de los judíos. «En una declaración del 23 de diciembre de 1940 tras poner su esperanza en la resistencia al nazismo, primero en las universidades y luego en la prensa libre alemana, Einstein admitió que la única organización que tuvo el coraje de ponerse contra Hitler fue la Iglesia Católica. y de un desinterés despreciativo pasó a una admiración incondicional y sin reservas». Durante el conflicto, Roma permaneció estrictamente neutral e imparcial. Llamó incesantemente a la paz duradera en base a la ley natural. Si bien ninguno de sus esfuerzos pacificadores logró evitar la guerra, el Papa Pío XII logró salvar a Roma durante la ocupación alemana de la destrucción. Asimismo, gracias a sus decididos esfuerzos, muchos sean quienes fueran pudieron hallar refugio en el minúsculo Estado Papal del Vaticano. A lo largo de la guerra, una comisión pontificia desarrolló un vasto programa de ayuda para las víctimas, especialmente para los prisioneros de guerra. Después de la guerra, organizaciones y personalidades judías reconocieron varias veces oficialmente la sabiduría de la diplomacia del Papa Pío XII. El Congreso Judío Mundial agradeció en 1945 la intervención del Papa, con un generoso donativo al Vaticano. En el mismo año, el gran rabino de Jerusalén, Isaac Herzog, envió a Pío XII una bendición especial «por sus esfuerzos para salvar vidas judías durante la ocupación nazi de Italia». Israel Zolli, gran rabino de Roma, quién como nadie pudo apreciar los esfuerzos caritativos del Papa por los judíos, al terminar la guerra se hizo católico y tomó en el bautismo el nombre de pila del Papa, Eugenio, en señal de gratitud. El escribió un libro sobre su conversión ofreciendo numerosos testimonios sobre la actuación de Pío XII. El jueves 7 de septiembre de 1945 Giuseppe Nathan, comisario de la Unión de Comunidades Judías Italianas, declaró: «Ante todo, dirigimos un reverente homenaje de gratitud al Sumo Pontífice y a los religiosos y religiosas que, siguiendo las directrices del Santo Padre, vieron en los perseguidos a hermanos, y con valentía y abnegación nos prestaron su ayuda, inteligente y concreta, sin preocuparse por los gravísimos peligros a los que se exponían» (L'Osservatore Romano, 8 de septiembre de 1945, p. 2). El 21 de septiembre del mismo año, Pío XII recibió en audiencia al Doctor A. Leo Kubowitzki, secretario general del Congreso judío internacional, que acudió para presentar «al Santo Padre, en nombre de la Unión de las Comunidades Judías, su más viva gratitud por los esfuerzos de la Iglesia católica en favor de la población judía en toda Europa durante la guerra» (L'Osservatore Romano, 23 de septiembre de 1945, p. 1). 9 En 1958, al morir el Papa Pío XII, Golda Meir (Ministro de Asuntos Exteriores de Israel) envió un elocuente mensaje: «Compartimos el dolor de la humanidad (...). Cuando el terrible martirio se abatió sobre nuestro pueblo, la voz del Papa se elevó en favor de sus víctimas. La vida de nuestro tiempo se enriqueció con una voz que habló claramente sobre las grandes verdades morales por encima del tumulto del conflicto diario. Lloramos la muerte de un gran servidor de la paz». El sacerdote Blet, encargado de la recopilación de once volúmenes de documentos ya mencionada, hace la siguiente constatación: Hasta antes de 1963 todos los protagonistas de aquel período, en especial, los exponentes de la comunidad judía, reconocieron la labor realizada por Pío XII en favor del pueblo judío. Declaraban que el «silencio» del Papa se debía a su conocimiento del nazismo (había sido nuncio en Alemania y recibía constantes informes de las nunciaturas de los países europeos): hablar contra las purgas de Hitler hubiera supuesto provocar la ira del Führer y condenar instantáneamente a muerte a todo aquel que tuviera sangre hebrea. Sin embargo, a partir de 1963 comenzó una «leyenda negra» contra Pío XII. Estas acusaciones, afirma la «Civiltà Cattolica», consideran que «durante la guerra, por cálculo político o pusilanimidad, el Papa se habría quedado impasible y silencioso ante los crímenes contra la humanidad, que hubieran podido detener una intervención suya». Massimo Caviglia, director de la revista «Shalom», el mensual más difundido y autorizado de la comunidad hebrea italiana, sostiene que el auténtico espíritu del Papa Pacelli (Pío XII) está comprobado por el hecho de que, «en privado, ayudó a los hebreos, dándoles asilo en las estructuras eclesiásticas. Mis padres se salvaron al encontrar refugio en un convento». David Dalin, rabino de Nueva York, EEUU, es autor del libro «Religión y Estado en la Experiencia Judía Estadounidense» (1997) en el que sostiene que muchos de los libros publicados recientemente no han comprendido la manera en que Pío XII se opuso al nazismo y todo lo que hizo por salvar a los judíos del Holocausto. En respuesta a quienes se quejan porque Pío XII no habló más alto contra el nazismo, Dalin trae las palabras de Marcus Melchior, el rabino jefe de Dinamarca, que sobrevivió al Holocausto, quien dijo: «Si el Papa hubiera hablado, Hitler habría masacrado a muchos más de los seis millones de judíos y quizá a 10 millones de católicos». Sobre la obra de asistencia a los judíos, el rabino Dalin recuerda que «en los meses en los que Roma fue ocupada por los nazis, Pío XII instruyó al clero para que salvara a los judíos con todos los medios». El cardenal Pietro Boetto de Génova, por sí solo, salvó al menos a ochocientos. El obispo de Asís a trescientos. Cuando al cardenal Pietro Palazzini, le fue entregada la medalla de los Justos entre las Naciones por haber salvado a los judíos en el Seminario Romano, este afirmó: «el mérito es enteramente de Pío XII que ordenó hacer todo lo que estuviera a nuestro alcance para salvar a los judíos de la persecución». Dalin concluye su artículo afirmando que «contrariamente a todo lo que ha escrito John Cornwell, según el cual Pío XII fue el Papa de Hitler, yo creo que el Papa Pacelli fue la persona que más apoyó a los judíos» «Pío XII. El Papa de los judíos» («Pío XII. Il Papa degli ebrei», editorial Piemme), escrito por el corresponsal en el Vaticano del diario milanés «Il Giornale», Andrea Tornielli en el año 2001, reconstruye con documentos una defensa de Pío XII. Cita una carta del Papa que dice: «Tras muchas lágrimas y muchas oraciones −−dijo el Papa al capellán que recogía noticias sobre los perseguidos−−, he considerado que mi protesta habría suscitado las iras más feroces contra los judíos y multiplicado los actos de crueldad, pues están indefensos. Quizá mi protesta me hubiera traído la alabanza del mundo civil, pero habría ocasionado a los pobres judíos una persecución todavía más 10 implacable de la que ya sufren». Sostiene que en 1942, el Papa estaba a punto de publicar un documento muy duro contra los nazis, contra Hitler, contra la persecución de los judíos. Pero le impresionó profundamente lo que sucedió en Holanda. En aquel país, tras la protesta de los obispos, se agravaron las persecuciones contra los judíos. La prueba de la existencia de este documento viene de muchos testimonios, como el de sor Pasqualina Lehnert, sor Konrada Grabmeier, el padre Robert Leiber e incluso el del cardenal francés Eugène Tisserant. Estos testigos revelaron que el Papa había escrito aquel documento y que decidió quemarlo personalmente en la cocina y esperar hasta que quedara totalmente destruido. La conmoción que le ocasionó el caso holandés fue tan profunda que prefirió quemarlo a provocar ulteriores daños a los judíos. ENCICLICAS Citaremos párrafos textuales de dos Encíclicas publicadas por Pío XII, la primera de ellas durante la II Guerra Mundial, la segunda años más tarde: 1) SUMMI PONTIFICATUS CARTA ENCÍCLICA DEL SUMO PONTÍFICE PÍO XII 20/10/1939 Mientras escribimos estas líneas, venerables hermanos nos llega la terrible noticia de que, por desgracia, a pesar de todos nuestros esfuerzos por evitarlo, el terrible incendio de la guerra se ha desencadenado ya. Nuestra pluma casi se detiene cuando pensamos en las innumerables calamidades de aquellos que hasta ayer se gozaban con la modesta prosperidad de su propio hogar familiar. Nuestro corazón paterno se siente lleno de angustia al prever todos los males que podrán brotar de la tenebrosa semilla de la violencia y del odio, a los que la espada está abriendo ya sangrientos surcos. Sin embargo, cuando consideramos este diluvio de males presentes y tememos calamidades aún mayores para el futuro, juzgamos deber nuestro dirigir con creciente insistencia los ojos y los corazones de cuantos conservan todavía una voluntad recta hacia Aquel de quien únicamente viene la salvación del mundo, hacia Aquel cuya mano omnipotente y misericordiosa es la única que puede poner fin a esta tempestad; hacia Aquel, finalmente, cuya verdad y amor son los únicos que pueden iluminar las inteligencias y encender los espíritus de tantos hombres que, combatidos por las olas del error y por el ansia de un egoísmo inmoderado y casi sumergidos por las ondas de las contiendas, deben ser reformados nuevamente y devueltos al gobierno y al espíritu de Jesucristo. Tal vez se puede esperar −y pedimos a Dios que así sea− que esta época de máximas calamidades mejore la manera de pensar y de sentir de muchos que, ciegamente confiados hasta ahora en las engañosas opiniones tan difundidas hoy día, despreocupados e imprudentes, pisaban un camino incierto lleno de peligros. Y muchos que no apreciaban la importancia y el valor de la misión pastoral de la Iglesia para la recta educación de los espíritus, comprenderán tal vez ahora mejor y estimarán más las amonestaciones de la Iglesia que ellos desatendieron en un tiempo más fácil y seguro. Las angustias presentes y la calamitosa situación actual constituyen una apología tan definitiva de la doctrina cristiana, que es tal vez esta situación la que puede mover a los hombres más que cualquier otro argumento. Porque de este ingente cúmulo de errores y de este diluvio de movimientos anticristianos se han cosechado frutos tan envenenados, que constituyen una reprobación y una condenación de esos errores, cuya fuerza probativa supera a toda refutación racional. Dos errores capitales en el orden político: Entre los múltiples errores que brotan, como de fuente envenenada, del agnosticismo religioso y moral, hay dos principales que queremos proponer de manera particular a vuestra diligente consideración, venerables hermanos, porque hacen casi imposible, o al menos precaria e incierta, la tranquila y pacífica convivencia de los pueblos. Olvido de la solidaridad humana. El primero de estos dos errores, en la actualidad enormemente extendido por desgracia, consiste en el olvido de aquella ley de mutua solidaridad y caridad humana impuesta por el origen común y por la igualdad de la 11 naturaleza racional en todos los hombres, sea cual fuere el pueblo a que pertenecen, y por el sacrificio de la redención, ofrecido por Jesucristo en el ara de la cruz a su Padre celestial en favor de la humanidad pecadora. Por lo cual, si consideramos atentamente esta unidad de derecho y de hecho de toda la humanidad, los ciudadanos de cada Estado no se nos muestran desligados entre sí, como granos de arena, sino más bien unidos entre sí en un conjunto orgánicamente ordenado, con relaciones variadas, según la diversidad de los tiempos, en virtud del impulso y del destino natural y sobrenatural. Y si bien los pueblos van desarrollando formas más perfectas de civilización y, de acuerdo con las condiciones de vida y de medio se van diferenciando unos de otros, no por esto deben romper la unidad de la familia humana, sino más bien enriquecerla con la comunicación mutua de sus peculiares dotes espirituales y con el recíproco intercambio de bienes, que solamente puede ser eficaz cuando una viva y ardiente caridad cohesiona fraternalmente a todos los hijos de un mismo Padre y a todos los hombres redimidos por una misma sangre divina. Pero si el olvido de la ley, venerables hermanos, que manda amar a todos los hombres y que, apagando los odios y disminuyendo desavenencias, es la única que puede consolidar la paz, es fuente de tantos y tan gravísimos males para la pacífica convivencia de los pueblos, sin embargo, no menos nocivo para el bienestar de las naciones y de toda la sociedad humana es el error de aquellos que con intento temerario pretenden separar el poder político de toda relación con Dios, del cual dependen, como de causa primera y de supremo señor, tanto los individuos como las sociedades humanas; tanto más cuanto que desligan el poder político de todas aquellas normas superiores que brotan de Dios como fuente primaria y atribuyen a ese mismo poder una facultad ilimitada de acción entregándola exclusivamente al lábil y fluctuante capricho o a las meras exigencias configuradas por las circunstancias históricas y por el logro de ciertos bienes particulares. Bien es verdad que a veces el poder público, aunque apoyado sobre fundamentos tan débiles y vacilantes, puede conseguir por casualidad y por la fuerza de las circunstancias, ciertos éxitos materiales que provocan la admiración de los observadores superficiales; pero llega necesariamente el momento en que aparece triunfante aquella ineluctable ley que tira por tierra todo cuanto se ha construido velada o manifiestamente sobre una razón totalmente desproporcionada, esto es, cuando la grandeza del éxito externo alcanzado no responde en su vigor interior a las normas de una sana moral. Desproporción que aparece por fuerza siempre que la autoridad política desconoce o niega el dominio del Legislador supremo, que, al dar a los gobernantes el poder, les ha señalado también los límites de este mismo poder. Refutación de esta concepción. La concepción que atribuye al Estado un poder casi infinito, no sólo es, venerables hermanos, un error pernicioso para la vida interna de las naciones y para el logro armónico de una prosperidad creciente, sino que es además dañosa para las mutuas relaciones internacionales, porque rompe la unidad que vincula entre sí a todos los Estados, despoja al derecho de gentes de todo firme valor, abre camino a la violación de los derechos ajenos y hace muy difícil la inteligencia y la convivencia pacífica. Hoy día, venerables hermanos, todos miran con espanto el cúmulo de males al que han llevado los errores y el falso derecho de que hemos hablado y sus consecuencias prácticas. Se ha desvanecido el espejismo de un falso e indefinido progreso, que engañaba a muchos; la trágica actualidad de las ruinas presentes parece despertar de su sueño a los que seguían dormidos, repitiendo la sentencia del profeta: Sordos, oíd, y, ciegos, mirad. Lo que externamente parecía ordenado, en realidad no era otra cosa que una perturbación general invasora de todo; perturbación que ha alcanzado a las mismas normas de la vida moral, una vez que éstas, separadas de la majestad de la ley divina, han contaminado todos los campos de la actividad humana. Pero dejemos ahora el pasado y volvamos los ojos hacia ese porvenir que, según las promesas de aquellos que tienen en sus manos los destinos de los pueblos −cuando cesen los sangrientos conflictos presentes−, traerá consigo una nueva organización, fundada en la justicia y en la prosperidad. Pero ¿es que acaso ese porvenir será en realidad diverso, y, lo que es más importante, llegará a ser mejor y más feliz? Los nuevos tratados de paz y el establecimiento de un nuevo orden internacional que surgirán cuando termine la guerra, ¿estarán acaso animados de la Justicia y de la equidad hacia todos y de un espíritu pacífico y restaurador o constituirán más bien una luctuosa repetición de los errores antiguos y de los errores recientes? Es totalmente vano, es 12 engañoso, y la experiencia lo demuestra, poner la esperanza de un nuevo orden exclusivamente en la conflagración bélica y en el desenlace final de ésta. El día de la victoria es un día de triunfo para quien tiene la fortuna de conseguirla; pero es al mismo tiempo una hora de peligro mientras el ángel de la justicia lucha con el demonio de la violencia. Porque, con demasiada frecuencia, el corazón del vencedor se endurece, y la moderación y la prudencia sagaz y previsora se le antojan enfermiza debilidad de ánimo. Y, además, la excitación de las pasiones populares, exacerbadas por los innumerables y enormes sacrificios y sufrimientos soportados, muchas veces parece anublar la vista de los hombres responsables de las determinaciones, y les hace cerrar sus oídos a la amonestadora voz de la equidad humana que parece vencida o extinguida por el inhumano clamor de ¡Ay de los vencidos! Por este motivo, si en tales circunstancias se adoptan resoluciones y se toman decisiones judiciales sobre las cuestiones planteadas, puede suceder que auténticos hechos injustos tengan la mera apariencia de una externa justicia. El azote de la guerra mundial Mientras os escribimos, venerables hermanos, esta nuestra primera encíclica nos parece, por muchas causas, que una hora de tinieblas está cayendo sobre la humanidad, hora en que las tormentas de una violenta discordia derraman la copa sangrienta de innumerables dolores y lutos. ¿Es acaso necesario que os declaremos que nuestro corazón de Padre, lleno de amor compasivo, está al lado de todos sus hijos, y de modo especial al lado de los atribulados y perseguidos? Porque, aunque los pueblos arrastrados por el trágico torbellino de la guerra hasta ahora sólo sufren tal vez los comienzos de los dolores, sin embargo, reina ya en innumerables familias la muerte y la desolación, el lamento y la miseria. La sangre de tantos hombres, incluso de no combatientes, que han perecido levanta un fúnebre llanto, sobre todo desde una amada nación, Polonia, que por su tenaz fidelidad a la Iglesia y por sus méritos en la defensa de la civilización cristiana, escritos con caracteres indelebles en los fastos de la historia, tiene derecho a la compasión humana y fraterna de todo el mundo, y, confiando en la Virgen Madre de Dios, Auxilium Christianorum, espera el día deseado en que pueda salir salva de la tormenta presente, de acuerdo con los principios, de una paz sólida y justa. Lo que ha sucedido hace poco y está sucediendo también en estos días, se presentaba ya a nuestros ojos como una visión anticipada cuando, no habiendo desaparecido todavía la última esperanza de conciliación, hicimos todo lo posible, en la medida que nos sugerían nuestro ministerio apostólico y los medios de que disponíamos, para impedir el recurso a las armas y mantener abierto el camino de una solución honrosa para las dos partes. Convencidos como estábamos de que al uso de la fuerza por una parte se respondería con el recurso a las armas por la otra, consideramos entonces obligación de nuestro apostólico ministerio y del amor cristiano hacer todas las gestiones posibles para evitar a la humanidad entera y a la cristiandad los horrores que se seguirían de una conflagración mundial, aun temiendo que la manifestación de nuestras intenciones y nuestros fines fuese mal interpretada. Pero nuestras amonestaciones, si bien fueron escuchadas con respetuosa atención no fueron, sin embargo, obedecidas. Y mientras nuestro corazón de pastor mira dolorido y preocupado la gravedad de la situación, se presenta ante nuestra vista la imagen del Buen Pastor, y, tomando sus propias palabras, nos juzgamos obligados a repetir en su nombre a la humanidad entera aquel lamento: ¡Si hubieses conocido... lo que te conducía a la paz, pero ahora está oculto a tus ojos!. En medio de un mundo que actualmente es tan contrario a la paz de Cristo en el reino de Cristo, la Iglesia y sus fieles experimentan unas dificultades que rara vez conocieron en su larga historia de luchas y contradicciones. Pero los que precisamente en tiempos tan difíciles permanecen firmes en su fe y tienen un corazón inquebrantable, saben que Cristo Rey está en la hora de la prueba, que es la hora de la fidelidad, más cerca que nunca de nosotros. Consumida por la tristeza de tantos hijos suyos que sufren males innumerables, pero sostenida por la firme fortaleza que proviene de las promesas divinas, la Esposa de Cristo, en medio de sus sufrimientos, avanza al encuentro de amenazadoras tempestades. Sabe la Iglesia que la verdad que ella anuncia y el amor que ella enseña y pone en práctica serán los mejores estímulos y los mejores medios que tendrán a su alcance los hombres de buena voluntad en la reconstrucción de un nuevo orden nacional e internacional establecido según la justicia y el amor, una vez que la humanidad, cansada del camino del error, haya saboreado hasta la saciedad los amargos frutos del odio y de la violencia. 13 Entretanto, venerables hermanos, hay que esforzarse por que todos, y principalmente los que sufren la calamidad de la guerra, experimenten que el deber de la caridad cristiana, quicio fundamental del reino de Cristo, no es palabra vacía, sino práctica realidad viviente. Un vasto campo de ocasiones se abre hoy día a la caridad cristiana en todas sus formas. Confiamos plenamente en que todos nuestros hijos, especialmente aquellos que se ven libres del azote de la guerra, imitando al divino Samaritano, aliviarán en la medida de sus fuerzas a todos los que, por ser víctimas de la guerra, tienen derecho especial no sólo a la compasión, sino también al socorro. La Iglesia católica, civitas Dei, «cuyo rey es la verdad, cuya ley la caridad, cuya medida la eternidad», predicando la verdad cristiana, exenta de errores y de contemporizaciones, y consagrándose con amor de madre a las obras de la caridad cristiana destaca sobre el oleaje de los errores y de las pasiones como una bienaventurada visión de paz y espera el día en que la omnipotente mano de Cristo, su Rey, calme el tumulto de las tempestades y destierre el espíritu de la discordia que las ha provocado. Todo cuanto esta a nuestro alcance para acelerar el día en que la paloma de la paz halle dónde reposar su pie sobre esta tierra sumergida en el diluvio de la discordia, todo ello lo utilizaremos, confiando tanto en los hombres de Estado que antes de desencadenarse la guerra trabajaron noblemente por alejar de los pueblos tan terrible azote como también en los millones de hombres de todos los países y de todas las clases sociales que piden a gritos no sólo la justicia, sino también la caridad y la misericordia, y confiando, finalmente y sobre todo, en Dios omnipotente, a quien diariamente dirigimos esta plegaria: A la sombra de tus alas esperaré hasta que pase la iniquidad. Dios tiene un poder infinito; tiene en sus manos lo mismo la felicidad y el destino de los pueblos que las intenciones de cada hombre, y dulcemente inclina a unos y otros en la dirección que El quiere; y hasta tal punto es esto verdad, que incluso los mismos obstáculos que se le ponen quedan convertidos por su omnipotencia en medios idóneos para modelar el curso de los acontecimientos y para enderezar las mentes y las voluntades de los hombres a sus altísimos fines. 2) EVANGELII PRAECONES ENCICLICA SOBRE EL MODO DE PROMOVER LA OBRA MISIONAL (2−VI−1951) Pasemos ahora a otro punto, que no es de menor importancia y gravedad: deseamos decir una palabra sobre la cuestión social, que se debe regular según las normas de la justicia y de la caridad. Mientras las doctrinas comunistas, que se difunden hoy por todas partes, engañan fácilmente la simplicidad e ignorancia del pueblo, parecen resonar en nuestros oídos las palabras de Jesucristo: «Tengo compasión de esta muchedumbre» (Mc 8,2). Es absolutamente necesario que se lleven cuidadosa y diligentemente a la práctica los rectos principios que sobre este punto enseña la Iglesia. Es absolutamente necesario conservar inmunes de aquellos perniciosos errores a todos los pueblos, y si han sido ya inficionados, librarlos de estas doctrinas nocivas, que proponen a los hombres, como meta única de esta vida mortal, el goce del mundo presente, y, como quiera que conceden al poder y arbitrio del Estado poseer y regular todo lo que existe, de tal manera disminuyen la dignidad de la persona humana, que casi la reducen a la nada. Es absolutamente necesario que pública y privadamente se enseñe a todos que somos desterrados, que caminamos hacia una patria inmortal, y que hemos sido destinados a una vida eterna y a una eterna felicidad, la cual debemos finalmente conseguir guiados por la verdad y movidos por la virtud. Jesucristo es el único defensor de la justicia humana y el único consolador suavísimo del dolor humano, inevitable en esta vida; El es el único que nos muestra el puerto de la paz, de la justicia y del gozo eterno, al cual todos los que hemos sido redimidos con la sangre divina es menester que lleguemos después de la peregrinación terrena. Bien sabéis, venerables hermanos, que casi toda la humanidad tiende hoy a dividirse en dos campos opuestos: con Cristo o contra Cristo. El género humano se ve hoy en un momento sumamente crítico, del cual se seguirá o la salvación en Cristo o la más espantosa ruina. Es verdad que la actividad y el esfuerzo eficaz de los predicadores del Evangelio luchan por propagar el Reino de Cristo; pero hay también otros heraldos, quienes, reduciendo todo a la materia y rechazando toda esperanza en una existencia feliz y eterna, trabajan por llevar a los hombres a una vida incompatible con la dignidad humana. 14 CONCLUSION La aversión de Pacelli con respecto a los judíos era probablemente de orden puramente teológico, en base a las enseñanzas recibidas en la niñez. La mayoría de los católicos crecieron y se formaron con la idea de que los judíos habían sido los responsables de la muerte de Cristo y cuya dureza de corazón les impedía abrazar la causa cristiana. Pacelli no fue la excepción En ese marco, Pacelli no condenó el antisemitismo promovido por Hitler desde sus comienzos, aún antes de llegar al poder. Incluso, con la firma del Concordato de 1933 demostró que prefirió pactar con el nazismo antes que condenarlo públicamente. Por un lado Pacelli detestaba a Hitler y al nacionalsocialismo pero al mismo tiempo descreía de las democracias y del sistema parlamentario. El suponía que el sistema de Concordatos era mejor establecerlos con gobiernos rígidos y dictatoriales, que según su punto de vista, eran una garantía contra el temido comunismo y a favor de la paz. Lamentablemente no advirtió que con esta política de concordatos legitimó a dictaduras sangrientas que ahora podían decir que estaban aprobadas por el Vaticano. De hecho, Goebbels y su equipo de propaganda apuntaron en ese sentido: la Santa Sede aprobaba la política nacionalsocialista. La rápida y ambigua respuesta de Pacelli negando ese propósito de poco sirvió para reparar semejante error diplomático que más tarde sería imposible de remediar. Creemos, incluso, que haya intentado encontrar en Hitler un aliado en contra del comunismo y de su lider Stalin. Sin embargo, no advirtió el peligro de pactar con un siniestro personaje que no tenía ningún escrúpulo en traicionar a quienes fueron sus aliados. De hecho, Hitler traicionó a la Iglesia cuando a su vez pactó con Stalin y posteriormente traicionó también a este último. Si bien, una vez traicionada por parte de Hitler la palabra dada en el Concordato de 1933, Pío XII hizo condenas públicas contra el nazismo, lo hizo con un lenguaje excesivamente diplomático. Durante el conflicto, Pío XII nunca abandonó su lenguaje elevado y de escaso compromiso con los hechos concretos. Sus sermones, refinados y abstractos, nunca bajaban al mundo terrenal. Nunca una condena enérgica o un reproche explícito que pudiera intimidar a la política agresiva del Reich alemán. Desde su asunción en marzo hasta la invasión de Polonia en el mes de setiembre, Pío XII hizo seguramente menos de lo que podía haber hecho desde su enorme sitial de poder. Su autorizada opinión, desde su elevada posición de Vicario de Cristo, quizás hubiese podido influir en el desarrollo de los acontecimientos de manera mas incisiva y radical. Sus sondeos con Mussolini, Franco y el mismo Hitler, se limitaron a burdos intercambios de cortesías y sugerencias, siempre guardando las formas del buen gusto. El diplomático prevalecía sobre el servidor de Cristo y pareció siempre más preocupado por la seguridad del Vaticano que por la suerte de Europa y del mundo. Pío XII cauto y refinado en su lenguaje prefería no comprometerse con nadie. Hasta 1943 permaneció casi ajeno a la guerra merced a la inmunidad que gozaba Roma en su condición de ciudad abierta. Pero cuando empezaron a caer las primeras bombas en la mismísima Roma, Pío XII despertó de su letargo y pensando en la seguridad y preservación del Vaticano se apuró en declarar a Roma ciudad santa. Sus apariciones públicas se hicieron cada vez más frecuentes en llamados dramáticos por la paz. Roma que hasta 1943, había vivido la guerra en una isla, ahora padecía en carne propia el ruido de los aviones y el espantoso efecto de las bombas. Barrios enteros se transformaban en segundos en un cúmulo de desperdicios. Pío XII desde sus ventanas del Vaticano asistía horrorizado junto a la curia y las monjas de servicio a algo que hasta entonces había sido impensable. Los aliados no respetaban a Roma, la ciudad milenaria y cuna de la cristiandad. Si no se paraba esa locura el Vaticano también iba a ser víctima de las bombas aliadas o del saqueo nazi. Pío XII estaba en una encrucijada. No podía tratar con los aliados porque Roma estaba bajo el dominio alemán y la represión de los nazis hubiese sido terrible. Pero tampoco quería tratar con los alemanes porque las bombas aliadas iban a caer como respuesta sobre San Pedro. En esas horas su actitud siguió siendo ambigua aunque esta vez con justos motivos. Sus contadas ayudas a los judíos 15 italianos perseguidos por la Gestapo se hicieron cuidando de no irritar a los alemanes y con el preciso objetivo de salvaguardar su posición ante la historia. La derrota del Eje era casi un hecho y la rendición de cuentas ante los aliados debía contar con algunas pruebas. Algunos judíos se beneficiaron con esta ambigua política de Pío XII pero desgraciadamente más de mil judíos romanos fueron deportados por los alemanes sin que se supiera más nada de ellos. En una guerra se pueden esconder acciones aisladas y ocultar en el anonimato nombres propios, pero no se pueden esconder por mucho tiempo atrocidades como las cometidas por los nazis en Europa. Ahora están apareciendo pruebas documentales de que los gobiernos aliados estaban perfectamente al tanto del exterminio programado de judíos. Si no lo denunciaron públicamente es porque nadie quería recibir una oleada de refugiados judíos. Probablemente sabían también que los nazis, antes de decidir la "solución final", habían considerado otras posibles alternativas que incluían el destierro forzoso. La Santa Sede tenía cauces de información distintos, pero los tenía y, lo cierto es que estaba muy al tanto de los atropellos nazis. ¿Debió formular condenas públicas y explícitas? En primer lugar, no puede perderse de vista lo delicado de la situación. A diferencia de otros gobiernos, la Santa Sede no hablaba "desde fuera": estaba en juego la supervivencia misma de la Iglesia en muchos países. Y, en los primeros años de la guerra, parecía claro que había medidas que podían resultar contraproducentes, pues podían conducir a que los entonces victoriosos nazis radicalizaran más aún sus posturas. En el último periodo de la guerra los esfuerzos de la Iglesia fueron encaminados a intentar salvar personas, e influir ante los satélites de Hitler para que impidieran a las SS alemanas tener mano libre en su territorio. Se consideraba lo mas práctico; se salvaron así muchos miles de hebreos −no se puede dar una cifra exacta, pero esta debería tener seis dígitos. Eso está incluso admitido por los propios hebreos. Se pudieron conseguir resultados en Italia, donde muchos judíos se salvaron por la protección de eclesiásticos −en Roma, Pío XII participaba personalmente en esta labor− y otros fieles católicos, y en menor medida en Francia. También en Rumania, gracias a que entre la caída de Antonescu −que puso el país en manos alemanas− y la entrada de los rusos medió poco tiempo; pero en ese poco tiempo pudieron hacer más estragos si no fuera por las gestiones, entre otros, de Mons. Roncalli. futuro Juan XXIII y entonces delegado apostólico en Turquía. Sin embargo, hay que considerar que si bien se salvaron 800.000 personas, murieron más de 6 millones. No queremos reducir nuestra conclusión a un cálculo matemático, pues una sola vida humana vale la pena, pero si destacar que no se puede callar frente a una aberración semejante. El representante de la Iglesia Católica tiene el rango de un jefe de Estado y en ese carácter y por su posición estratégica en el mundo debió condenar firmemente el horror nazi. Nótese la diferencia entre el lenguaje de la Encíclica publicada en 1939 durante la Guerra que si bien denuncia la persecución por motivos raciales, no es contundente, y la Encíclica del año 1951, en la que claramente, en un lenguaje que no ofrece ningún tipo de dudas, condena al comunismo. No valen las excusas, tanto Hitler como Stalin fueron personajes peligrosos, por tanto, la condena debió ser de al menos, igual magnitud, y de los propios textos surge que no lo fue. No puede ignorarse el peso de la palabra del Papa. Una condena expresa pudo haber frenado el horror, o quizás no, pero no hubieran quedado dudas de la postura de la Iglesia Católica al respecto. No en vano el actual Papa hace poco tiempo pidió perdón por el silencio guardado por la Iglesia durante la II Guerra Mundial. 16 Referencias Bibliográficas: • NOTA PUBLICADA EN LA REVISTA VEINTIDOS EL DÍA JUEVES 30 DE SEPTIEMBRE DE 1999. • www.rnw.nl; • www.argenpress.com • Gumpel, Peter «EL PAPA DE HITLER», UN LINCHAMIENTO CONTRA PÍO XII, ROMA, 6 oct 2000.− • de la Vega−Hazas, Julio: "La Iglesia católica y el nazismo", Palabra, IX.97 • Sarah Weyker / Envoy Magazine, Agosto 2002 Traducción de Carlos Caso−Rosendi; • www.corazones.org; • www.catolicsgirona.net; • Tornielli ,Andrea: «Pío XII. El Papa de los judíos» 30.V.01 • Rescensión del libro "Gli ebrei salvati da Pío XII", , Ed. Logos, Roma 2001, 142 páginas. • Gaspari, Antonio: "LOS JUDIOS, PÍO XII Y LA LEYENDA NEGRA", edit. Planeta−Testimonio, • www.ZENIT.org; • Colina, Jesús: Basura contra Pío XII (Confidencial de El Semanal Digital); • Dalin, David: El Papa justo; • Bordaberry, Juan María: Pío XII y en Nacionalsocialismo; • Agejas, José Angel: Intelectuales judíos arremeten contra el filme «Amén» de Gravas por «infame»; • SUMMI PONTIFICATUS CARTA ENCÍCLICA DEL SUMO PONTÍFICE PÍO XII 1939; • EVANGELII PRAECONES CARTA ENCÍCLICA DEL SUMO PONTÍFICE PÍO XII 1951. 17