FEDERICO CHUECA Me propongo hacer un estudio de los niiísicos esoañoles que lo merezcan. lío de los que pasaron á la Historia, sino de los actuales, de los que andan á vueltas con el p e n t a g r a m a y luchan con los cantables de los autores y las cantinelas de los empresarios, d é l o s que cobran pingües t r i m e s t r e s y d é l o s que aspiran á percibirlos. De todos diré lo que en mi opinión debe decirse, e n s a l z i n d o á los unos, fustigando á los otros, estimulando á. éste, azuzando á aquél, sin más fin que t r a b a j a r por el a r t e m i i sico tan alicaído en estos momentos y tan fuera de su cauce que h a de costar Dios y a y u d a v<-lverlo á él. No digo que al emprender mi tarea prescindiré de afecciones personales y de simpatías, y de pequeñas diferencias con t a l ó cual musicante, p o r q u e aquellos que me conozcan ya saben que eso t e n d r á que ser, y l o s q u e n o , así me creerán como yo creo en las excelencias de los imitadores de W a g n e r . Y esto escri'o á guisa de p r e á m b u l o , entremos en materia. Allá por la p r i m a v e r a de 1.S65, á raíz de los t r i s t e s sucesos del 10 de abril se p r e s e n t a b a en casa de Barbieri u n m u c h a cho nervioso, alegre, vivo, de poco cuerpo y menos carnes, de m i r a d a i n t e l i g e n t e y de a c t i t u d resuelta. —Mire usted 1>. Francisco,—dijo el mócete.—Yo podría h a b e r traído m u c h a s c a r t a s de recomendación p a r a usted, p o r q u e entre los amigos de mi familia h a y a l g u n o s que le conocen; pero he preferido venir sin más recomendación que esta. Usted verá si me sirve de algo. Y diciendo y haciendo entregó al maestro un rollo de p a p e l e s . —¿Q,ué t r a e s aquí?—le p r e g u n t ó Barbieri. — Pues unos T alses qiie he compuesto y le dedico á usted. —Pero áfti ere.s músico? —No señor: soy estudiante de medicina; pero me vuelvo loco por la música, especialmente por la de usted El otro día se armó un jollín tremendo en la Universidad, p o r q u e un chico valenciano quis - matar al rector; nos cogieron á unos cuantos y nos llevaron á las prisiones de San F r a n c i s c o . lAnda, andal Lo menos creíamos que nos iban á fusilar. Allí hemos estado unos días y allí me oeurripron estos valses; en cuanto nos echaron á la calle los escribí y se los t r a i g o p a r a que me d i g a usted lo que le parezca. Los titulo Lamentos /¡e un preso. —¿Y cómo te llamas? —Federico Chueca. Ahí está el n o m b r e en la p r i m e r a h o j a . Vio el inolvidalile a u t o r de Pan ?/Toros aquellas p á g i r a s del m u c h a c h o y las halló tan ii\spiradas, tan s e n t ' d a s y tan fáciles que no solamente se las elogió aconsejándole que s i g u i e r a escribiendo, sino que las a r r e g l ó p a r a o r q u e s t a y las tocó en aquellos deliciosos conciertos de los Campos Elíseos. Desde entonces Los lamentos de un j^reso se han oído en t o d a s partes y aun figuran como de repertorio en m u c h o s sextetos. Chueca que estudiaba medicina por complacer á su m a d r e , y que no vela el momento de a r r o j a r el bisturí y olvidarse de todas Ins clínicas h a b i d a s y por h a b e r , en cuanto se quedó huérfano ahorcó los libros do ciencia y se matriculó en el Conservatorio donde cursó unos pocos años, de donde salió con el premio de piano y el de armonía y á donde no volvió á p o n e r l o s l)ies cansado de aulas y de lecciones y sin completar su educación musical Luego se h a visto que no le hizo falta n i n g u n a y que con lo aprendido le bastó p a r a ser alguien. Chueca al morir sus pudres quedóse sin mss amparo que el de Dios y h u b o de procurarse el pan n u e s t r o de cada día Lo encontró m u y pronto en el café de Numancia, donde por cinco pesetas y una cena diarias, tenía que distraer los ocios de los p a r r o q u i a n o s y acomp a ñ a r á las cantaoras; p o r q u e allí h a b i a craníc. y eso era lo que a t r a í a al público. Aquellas artistas no lo fiaban todo al jipío ni á esos a y e s macarenos qne se lanzan sin p r e p a r a t i v o s ni ensayos, sino que entonaban las canciones más en boga y había que darlas un vistazo Eso se hacía siempre por las m a ñ a n a s cuando no iba gente al establecimiento. L l e g a b a una de aquellas Cíií!írar¿TCa« a r r o j a b a un papel sobre el atril y decía & Chueca; — Ahí va eso; El pescador^ en sol. Y ni alli existía una sola nota, ni la can ante sabía lo que era nn tono, ni en su vida conoció la escala. E m p e z a b a á ca'rtnr lo qne a p r e n d í a de oido, m i r a n d o aquellos versos que dejó en el atril y el músico tenía que s e g u i r l a improvisando su a c o m p a ñ a m i e n t o . Chueca dejó el café p a r a d i r i g i r la orquesta de Variedades; y c u a n d o en este t e a t r o s u s t i t u y ó á la c o m p a ñ í a d e verso u n a de zarzuela, por secciones, el director de orquesta t u v o que ser también maestro de coros con el mismo h a b e r de c u a r e n t a reales que disfrutaba a n t e r i o r m e n t e . Entonces comenzó á escri-