discurso de toma de posesión como presidente del consejo de

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DISCURSO DE TOMA DE POSESIÓN COMO
PRESIDENTE DEL CONSEJO DE ESTADO
DEL EXCMO. SR. D. JOSÉ MANUEL ROMAY BECCARÍA
Palacio de los Consejos Jueves, 3 de mayo de 2012
Por segunda vez, bien es cierto que con un intervalo de ocho años, el Gobierno de España me da su confianza para presidir esta centenaria y singular Institución que es el Consejo de Estado. No soy nuevo en la presidencia ni en la Casa, en la que por oposición, pero también con fortuna, ingresé, como letrado, hace más de 50 años y eso me obliga doblemente. Mi larga vida administrativa y política es bien conocida sobre todo por los que me acompañáis y a ella me referí extensamente en mi anterior toma de posesión. Hoy solo querría añadir que es verdad que ocupé muchos cargos y fui distinguido con muy honrosos nombramientos, pero que es cierto también que cesé muchas veces, y no solo para pasar de un cargo a otro, sino para bajar del coche oficial y volver al autobús. Después de mi larga experiencia, puedo decir que aprendí más de los ceses que de los nombramientos, y que esa vuelta al contacto con la gente, lejos de los despachos, fue para mí siempre de gran utilidad. Antes de seguir adelante lo primero que quiero hacer es expresar mi gratitud al Presidente Rajoy, al que tanto admiro después de conocerlo muy bien, y al Consejo de Ministros, por el honor que me dispensaron al elegirme para esta función, a la Comisión Constitucional del Congreso por 1
apoyar esa elección y a S.M. El Rey por expedir el Real Decreto con mi nombramiento. Quiero expresar también mi mayor aprecio a mi antecesor, el Profesor Rubio Llorente, por su ejemplar presidencia del Consejo. Gracias también al Consejero Lavilla, toda una institución en esta Casa y en España, por su discreta y eficaz presidencia ad interim y a él y al Consejero Rodríguez‐
Piñero, ex Presidente del Tribunal Constitucional, por haberme apadrinado en este acto. A los Consejeros Permanentes que yo conocí y que han fallecido en el ejercicio de su cargo y a D. Miguel Vizcaíno que lo ha dejado voluntariamente a muy avanzada edad, mi mejor recuerdo, pleno de admiración y afecto. A los Consejeros Permanentes que siguen en su puesto y a los que por méritos sobrados han venido a ocupar las vacantes les ofrezco mis respetos y les pido ayuda. A los Consejeros del Pleno que por su singular composición ha experimentado una gran renovación, a la Comisión de Estudios y al Centro de Estudios Políticos y Constitucionales especialmente vinculado a esta Casa, les pido también ayuda y les expreso toda mi consideración. Una especial referencia es obligada al Ex Presidente del Gobierno, D. José Luis Rodríguez Zapatero que, como Consejero Nato, trae al Consejo de Estado la alta significación que le da haber asumido la máxima responsabilidad en la gobernación de España. A mis queridos compañeros del Cuerpo de Letrados y a los apreciados funcionarios de distintos Cuerpos que servís a esta admirada Institución, 2
os expreso también mi estima más sincera. A todos os pido igualmente vuestra ayuda para que en mi nuevo mandato como Presidente no desmerezca de mis antecesores. A tantas altas autoridades del Estado, de las Comunidades Autónomas y de las Corporaciones Locales, y a tantos amigos que nos acompañáis esta mañana, muchas gracias. Está aquí, por supuesto, Pilar mi mujer y una buena representación de nuestra familia, aunque desgraciadamente con algunas ausencias muy tristes para nosotros. Sin la comprensión y el estímulo de todos ellos yo no hubiera podido llegar hasta aquí. Muchas gracias también. Y así podría terminar, pero la tradición de la Casa le pide algo más a los Presidentes un día como éste. Mi ilustre antecesor aprovechó la ocasión para hacer una lúcida aportación acerca de la significación actual del Consejo en el marco del moderno Estado de Derecho democrático y social. Yo querría deciros algo más sobre nosotros mismos y no para recrearme en la autocomplacencia sino para sacar algunas enseñanzas de futuro. El trabajo del Consejo ‐es verdad‐, es altamente estimado por sus destinatarios y su doctrina tiene una gran valoración por el Foro, la Academia y la Magistratura. ¿A qué se debe esta tan reconocida calidad de nuestros dictámenes? Los Presidentes entrantes, en ocasiones como la de hoy, suelen decir que una de las bases del prestigio de esta Casa está en el excelente nivel 3
profesional del Cuerpo de Letrados. ¿A qué se debe entonces esa excelencia? A mi juicio, no es difícil de entender. A la oposición para ingresar en nuestro Cuerpo se presentan candidatos muy brillantes, porque nuestra función es muy atractiva, y se puede ejercer desde muy joven sin esperar lentos ascensos por antigüedad. Solo hace falta, que no es poco, aprobar nuestra oposición. En cuanto se aprueba se trabaja en el Supremo Órgano Consultivo del Gobierno, con la aureola de prestigio que tiene el Consejo y ese trabajo consiste en la preparación de dictámenes sobre proyectos de ley, sobre interpretación de Tratados Internacionales o sobre las más complejas cuestiones de la contratación administrativa o la responsabilidad de la Administración, por poner solo unos ejemplos. Nuestra oposición no es seguramente más severa que otras pero sí es distinta. No es periódica; no hay contestaciones estereotipadas, impresas, divulgadas. Desde que se convoca hasta que se celebra no suelen pasar muchos meses. El opositor al Consejo de Estado ha de tener un especial valor y confianza en sí mismo porque es muy difícil en ese poco tiempo preparar un programa tan exigente. Ese valor y esa confianza en sí mismo le será de mucha ayuda en el futuro. Otro acierto de nuestro sistema de selección es, a mi juicio, preservar la coexistencia en nuestro Cuerpo y en el Consejo al que servimos, de juventud y madurez. Ese ingreso directo en el Cuerpo de jóvenes valiosos e ilusionados, que vienen a compartir sus inquietudes y su rebeldía con la madurez de los veteranos es un factor de estimulo constante para los que 4
ya están y de freno a los impulsos a veces excesivos de los que llegan en plena juventud. El prestigio de nuestra Institución debe mucho, es bien cierto, al buen hacer de los Letrados, pero la calidad de nuestros dictámenes tiene mucho que ver también con la sabia forma en que se organiza el trabajo en el Consejo y con la valía de los Consejeros. Aquí los Letrados trabajan con libertad. “Esa libertad –decía hace ya muchos años nuestro compañero, Pelegrín de Benito‐, les permite trabajar aisladamente al recibir los expedientes, pero luego, inmediatamente después, aparece el trabajo de equipo en nuestros informes, en nuestras ponencias, en los debates de la Sección, de la Comisión Permanente o del Pleno, que es una constante lección de humildad. Porque aquí no prevalece ninguna opinión si no es compartida por la de otros iguales o superiores y es evidente que el conjunto de Letrados y Consejeros, reunidos en esos grupos, mejora considerablemente cualquier empresa individual, por brillante que fuera, puesto que todas se recogen y ninguna se descarta si no es con la aprobación de los demás.” El trabajo de los Letrados lo supervisan y aprueban los Consejeros Permanentes. La función de la Comisión Permanente, sin desmerecimiento de nadie, es esencial en el Consejo. El carácter vitalicio de los Consejeros Permanentes es lo que hace posible, según la acertada visión de mi predecesor, “que en el Consejo coexistan, para fortuna de todos, personas que incorporan las visiones distintas que nuestra sociedad ha ido teniendo de sí misma a lo largo del tiempo y que, sin apartarse de ellas, los portadores de estas visiones distintas puedan colaborar en un 5
ambiente de respeto mutuo, para buscar juntos la respuesta más adecuada a las consultas que se les formulan.” A todo lo que acabo de decir puedo añadir por mi estrecha vinculación con esta Casa, que el perfil de sus Consejeros se corresponde con el de hombres preparados, prudentes y con un alto sentido de Estado. Aquí no he visto yo a ninguno que haya antepuesto criterios partidarios a su honesta interpretación de la Ley y a su visión sincera del interés del Estado. No recuerdo ninguna votación en que se haya producido un alineamiento de los Consejeros en las votaciones que recordara el signo político del Gobierno que los nombró. Tampoco nuestros Consejeros, incluso los amparados por la gran independencia que les da la duración indefinida de su mandato han abusado nunca de esa prerrogativa para crear problemas a los órganos consultantes. Antes, al contrario, sus críticas han sido siempre leales, sus opiniones, reforzadas por su independencia, han sido siempre constructivas y ninguno ha tenido otro objetivo que el mejor servicio al buen hacer de los destinatarios de sus consultas. Ese es el modelo de Consejero que no podemos perder. Por si faltara algo en los asuntos de mayor transcendencia siempre está el Pleno con su rica y prestigiosa composición para dar la última pincelada y mejorar en lo posible las propuestas de la Comisión Permanente. Este triple cedazo: la Sección, la Comisión Permanente y en su caso el Pleno, por el que pasan los proyectos de dictamen, todo ello con publicidad interna y en el marco de una tradición crítica y responsable, es determinante para la calidad final de nuestro trabajo. 6
Esa calidad es la que explica sin duda la general aceptación de nuestros dictámenes por los Ministros y por el Gobierno, a pesar de que en su inmensa mayoría no les vinculan. Pero, no obstante esa realidad, confirmada por muchos años de experiencia, el legislador ha querido reforzar nuestra autoridad exigiendo la autorización del Consejo de Ministros cuando uno de sus miembros a la hora de resolver, pretende apartarse del criterio del Consejo de Estado en cuestiones esenciales de la consulta. Y créanme, todo ese complejo procedimiento, lleno de reflexión y garantías, no prolonga insoportablemente el trabajo del consejo. El Presidente Aznar dijo aquí que el Consejo de Estado dictamina “con rigor, prontitud y discreción” y que “aborda asuntos de enorme complejidad técnica y jurídica y lo hace en unos plazos que nada tienen que ver con los viejos tópicos de la Administración parsimoniosa”. ¿Quién ha diseñado toda esta exitosa arquitectura institucional? Pues no lo busquen en los Archivos. Lo voy a decir en palabras de Giambattista Vico, un sabio filósofo napolitano que vivió entre los siglos XVII y XVIII cuando se pregunta sobre el posible creador de reglas y hábitos como los que nos rigen a nosotros. Y Vico dice: “No fue ningún sabio individual, elevado por encima de la corriente de la historia que lo haya concebido en la plenitud de su perfección y lo presenta como un código inmutable para todos los hombres de cualquier tiempo y lugar. No, es un producto social que como las buenas leyes y costumbres responde a las necesidades sociales cambiantes”. Por eso, a cualquiera que en el futuro se acerque a esta arquitectura del Consejo de Estado con afán reformista, aunque sea noble, yo le pediría que estuviera atento a los signos de los tiempos y que tuviera en cuenta la 7
sabiduría de siglos acumulados en esta Institución. Sé que así ocurrió hace no muchos años y así espero y deseo que ocurra en el futuro. Este es, en síntesis, el mensaje que yo quería dejar hoy aquí, ante un auditorio tan excepcional, aprovechando una ocasión que no se me volverá a presentar. Y tengo que terminar pero no quiero hacerlo sin traer a esta Casa en momento tan solemne el eco profundo y responsable de los graves problemas por los que, más allá de los muros de este Palacio, está pasando nuestro país, nuestra Nación, España y muchos españoles que con razón demandan nuestra solicitud y compromiso. Y lo hago interpretando, estoy seguro, el sentir de toda la Institución. Quiero decir que nosotros estamos aquí para servir al Estado y al legítimo Gobierno de España y a través de ellos a todos los españoles. Y quiero añadir que en esta Casa encontrará el Gobierno, como siempre, un asesoramiento leal, sin otro objetivo que ayudarle a afrontar y resolver del mejor modo las cuestiones que nos consulte avanzando incluso si el caso lo requiere, nuestra honesta opinión sobre aspectos conexos; que aquí se dan siempre por supuestas las mejores intenciones de nuestros gobernantes en sus decisiones técnicas y en sus objetivos de justicia y de progreso y que nuestra única aspiración al formular nuestras consultas es que les acompañe el acierto dentro de la Constitución y la Ley. Conocemos las dificultades del momento, sabemos que muchas trascienden de las capacidades propias de nuestro país y que eso nos obliga a todos a redoblar esfuerzos para encontrar las soluciones posibles. Estoy seguro de que el Consejo de Estado, como siempre en su historia, estará a la altura de las circunstancias y no defraudará. Mucho ánimo, querido Presidente, para seguir sirviendo a España en ocasión tan difícil 8
como ésta con el patriotismo, determinación y equilibrio con que lo estás haciendo. Sabemos bien que los problemas de España y los del mundo no son solo los que nos ha traído esta gravísima coyuntura y ni siquiera los fallos de distinta naturaleza que puedan estar en su origen. Y por hacer honor a la tradición del Consejo, que tantas veces en su Historia ha tenido que elevar su visión traspasando los límites de las cuestiones que se le consultaban para situar los problemas en el contexto de las amenazas que se cernían sobre nuestro país, quiero terminar con unas consideraciones sobre algunos de los grandes problemas que acechan al mundo occidental democrático, del que venturosamente formamos parte. Los modernos y admirados “ordenes políticos de libertad” del mundo occidental con sus tres pilares: el gobierno representativo, la economía de mercado y el estado de derecho, están padeciendo en los últimos tiempos no solo ataques externos que en ocasiones bien trágicas provocan la muerte de personas inocentes, sino también muchos problemas internos. Hoy solo quiero referirme a los que Tzvetan Todorov, un prestigioso intelectual Búlgaro‐Francés, considera tres “enemigos íntimos” de la democracia. Esos “enemigos íntimos”, los enemigos íntimos de nuestras democracias son según Todorov el mesianismo, el ultraliberalismo y la xenofobia. Sobre esas complejas cuestiones solo quiero decir que la historia europea contribuyó a crear en nuestro continente, con extensión luego a todo el mundo occidental, una base de valores que debería permitir oponerse a las diversas formas de deshumanización. Esos valores son según un 9
general consenso, la libertad individual, la igualdad sin distinción de género, edad, color, clase social o ideológica, la democracia, la racionalidad, premisa necesaria para la Ciencia, la Justicia social que humaniza el mercado, la separación de la iglesia y el Estado, lo que es contrario a la ideocracia, pero no exige el rechazo de los aspectos religiosos, y la tolerancia. Esos valores tienen vocación universal y ese es un reto que nuestra civilización lanza a todas los demás para que se reformen y evolucionen en esa dirección, pero eso hay que hacerlo sin caer en mesianismos y con la fuerza de la inteligencia, de la persuasión y del ejemplo. Sobre el ultraliberalismo, que idolatra el mercado, solo quiero recordar la sabia reflexión de Octavio Paz cuando, parafraseando a Ortega, nos dice que todavía hoy el “tema de nuestro tiempo” sigue siendo “la necesidad de armonizar la economía de mercado, expresión del genio creador de la iniciativa individual y los intereses de los más desfavorecidos que el mercado no satisface”. Para curarnos de la xenofobia yo creo que sería suficiente mirar hacia atrás en nuestra propia historia y preguntarnos como hace Amartya Sen qué podía haber llevado a Maimónides en su huída de la persecución a los judíos en la España del s. XII a buscar refugio en el Egipto del emperador Saladino o por qué en 1526 en un intercambio de descortesías entre los reyes del Congo y Portugal fue el primero y no el segundo quien sostuvo que la esclavitud era intolerable. Nuestra propia historia nos tiene que enseñar a tratar sin arrogancia a los “otros” y ayudarles a recorrer lo antes posible el camino que nosotros hemos transitado durante siglos. 10
Todos nosotros, nos recuerda también Todorov, y así termino, estamos hoy implicados en una aventura que es de todos, condenados a salir adelante o a fracasar juntos. Pero aunque todo individuo sea impotente ante la enormidad de los desafíos, no deja de ser cierto que la historia no obedece a leyes inmutables, que la Providencia no decide nuestro destino y que el futuro depende de las voluntades humanas, de nuestras voluntades. Nada más y muchas gracias. 11
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