«CREO, PERO AYUDA MI FALTA DE FE» Durante el Año de la fe el Papa nos invita, con palabras de San Agustín, a recitar con frecuencia el Credo y, en consecuencia, a asimilar su contenido. No está de moda confesar en público que uno es creyente, más bien se tiende a silenciar cuáles son las propias creencias. Y, sin embargo, muchos sienten la necesidad de agarrarse a algo más allá de lo palpable, como se pone de manifiesto en el atractivo que ejercen actualmente el esoterismo, las ciencias ocultas, el tarot o las tendencias de la llamada new age. Abundan quienes dicen no creer, porque no pueden aceptar aquello que no logran comprobar. Pero creer, o fiarse de los otros, es un hecho cotidiano, desde el niño, que cree a pies juntillas a sus padres, hasta los adultos que nos fiamos de aquellas personas que nos merecen crédito, aunque no hayamos comprobado la veracidad de sus palabras. Los grandes personajes de la Biblia se distinguieron, precisamente, por su capacidad de creer, o fiarse de Dios, como recuerda la carta a los Hebreos: «Por la fe, Noé, advertido por Dios de lo que aún no se veía, construyó un arca para salvar a su familia... Por la fe, Abraham, al ser llamado por Dios, obedeció y salió para el lugar que había de recibir en herencia, y salió sin saber a dónde iba... Por la fe, también Sara recibió, aun fuera de la edad apropiada, vigor para ser madre, pues tuvo como digno de fe al que se lo prometía... Por la fe, Moisés rehusó ser llamado hijo de una hija de Faraón... y salió de Egipto sin temer la ira del rey; se mantuvo firme como si viera al invisible...» Sobre todos ellos destaca María, la madre de Jesús, que mereció aquel elogio: «Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá». Ella fue capaz de decir un «sí» que mantuvo firme hasta el último momento viendo morir a su hijo en la cruz. Los discípulos tuvieron sus dudas y vacilaciones: pensemos en Tomás el incrédulo, en los descorazonados discípulos de Emaús, en el mismo Pedro atemorizado por una criada... Pero lograron confiarse en las manos de Dios, desde el momento en que se encontraron con el resucitado. Y ya no pudieron callar lo que habían visto y oído. «En la fe ─dice el Concilio Vaticano II─, el hombre se entrega entera y libremente a Dios, le ofrece el homenaje total de su entendimiento y voluntad, asintiendo libremente a lo que Dios revela”. La fe va creciendo en la medida en que nos sentimos amados por Dios. La fe nos une a los creyentes de hoy con los de todos los tiempos y, aunque la profesión de fe la hacemos en primera persona ─creo─, siempre es un acto de toda la Iglesia, porque es la Iglesia, como comunidad de creyentes, la que engendra, sostiene y alimenta la fe de cada uno. Como decía Tertuliano, «un cristiano solo no es cristiano». Nadie puede creer solo como nadie puede vivir solo. Nadie se ha dado a sí mismo la fe, sino que la ha recibido de quienes han creído antes que él. Os invito, pues, a pedir como aquel padre que suplicaba a Jesús la curación de su hijo: «Señor, creo pero ayuda mi falta de fe». Y os invito, además, a rezar todos los días el Credo. Con mi afecto y bendición. + Alfonso Milián Sorribas Obispo de Barbastro-Monzón