13-tu.qxd 6/24/00 23:30 Página 1 13 Justicia, Seguridad y Policía La Plata, domingo 25 de junio de 2000 Ser el hijo de una estrella Fernando Olmedo (abajo a la derecha) junto a sus hermanos Fernando Olmedo junto a su padre, preparado para representar uno de sus personajes más entrañables, El Manosanta. Fernando era el primer hijo del Negro, nació en 1959 El Yeneral Olmedo, en una actuación en Michelángelo Olmedo y su sonrisa Junto a la madre de Fernando La vida del hijo mayor de uno de los más grandes cómicos Hijo de Alberto Olmedo y Judith Jaroslavsky, Fernando Olmedo nació el 3 de diciembre de 1959, cuando su padre ya comenzaba su carrera artística, un año antes de la presentación del “Capitán Piluso”, entrañable personaje que lanzó al éxito al recordado “Negro”. Aunque la mayoría de los chicos que desde ayer lloran la muerte de Rodrigo no lo hayan conocido o apenas lo hayan pasado en el zaping de la tarde, el padre del Fernando fue uno de los más importantes cómicos de la televisión argentina, al punto que muchos se preguntan si la TV hubiera sido igual sin su huella, si se hubieran desacartonado los estilos, si se hubieran mostrado las miserias de los decorados, si el “chivo” hubiera alcanzado la categoría de género en sí mismo, si la improvisación se hubiera transformado en estilo. Sus padres se separaron muy temprano, en 1963 y él vivió con su madre, aunque siempre mantuvo una excelente relación con su papá, quien lo tuvo en su staff en varias películas y en algunos de sus programas televisivos. Mientras Fernando era adolescente, Alberto Olmedo se casó, se separó y volvió a formar pareja, hasta que, la mañana del 5 de marzo de 1988 murió luego de caer desde un piso 11 en Mar del Pla- ta en un extraño accidente que nunca quedó del todo claro. Tenía 54 años y como ayer con Rodrigo, el país entero estuvo de luto. Una vez, según cuentan su biógrafo Rubén Tizziani, el padre de Fernando dijo: “Se dice que los cómicos somos tristes, y es verdad. Tenemos un trasfondo trágico, muy triste. Hacer reír no es algo que venga solo, hay que esforzarse. Quizás a mí me es más fácil que a otros. Dios me dio este don, pero es jo...., me desgastó mucho. Siento que me voy desinflando, que se me acaban las pilas y salgo del canal arrastrándome. No sé cómo el cuerpo aguanta todo esto”. La historia de Alberto Olmedo fue, desde el principio (nació el 24 de agosto de 1933), la antítesis del paraíso de la carcajada. No hubo padre, no hubo infancia y no hubo comodidades. A los seis años, en el barrio pobre de Pichincha, en su Rosario natal, ya repartía frutas y verduras en una bicicleta, protegido contra el frío con todos los diarios que entraran entre su cuerpo y su ropa. También vendió agujas en la calle y fue linotipista en una imprenta. Según se cuenta en una nota que lo recuerda a diez años de su muerte en el diario La Nación, “Olmedo se encaminó a la actuación, por esos imponderables (azar, destino o como se llame) que hacen que los hechos calcen al final de una vida. Primero fue su ingreso en el grupo de acróbatas de Newell’s Old Boys, donde aprendió los primeros pasos de las piruetas que más tarde utilizaría ante cámaras y malgastaría en el piso 11 de un balcón de Mar del Plata”. La misma nota explica: “De Olmedo todo se ha dicho, todo se ha escrito y todo se ha expuesto: que era un actor genial aunque jamás había estudiado, que cuando se encendía la luz lo atrapaba un duende, que era el más intuitivo de todos, que representó como nadie el perfil de los argentinos, que junto a Porcel eran nuestros Laurel & Hardy, que si hubiera nacido en otro país, donde además de retazos había tela, hubiera sido uno de esos actores de fama mundial”. A pesar de la fama, la vida de los Olmedo no fue sencilla. Como hijo mayor, Fernando estuvo siempre al lado de su padre, sufrió de pequeño su separación con su madre pero ellos nunca estuvieron alejados. Hasta aquella fatídica madrugada del 5 de marzo de 1988, que Alberto Olmedo cayó desde el piso 11 del departamento que alquilaba en Mar del Plata, Fernando Olmedo lo acompañó con amor. ¿Cómo será ser el hijo de un Alberto Olmedo? Fernando podía responder a esa pregunta, que sin duda miles de argentinos se formularon alguna vez. Opacado y alumbrado al mismo tiempo por la luz del payaso más querido, Fernando llegó a la pantalla del cine y la televisión sin dejar huellas en ninguna. Poco se sabe de su vida después de la muerte de Alberto, aquel trágico 5 de marzo de 1988. El y sus hermanos aparecían fotografiados esporádicamente en revistas del corazón y la farándula, pero este muchacho de boca y mirada tan parecida a la de su padre, nunca tuvo una carrera propia en el medio que lo vio nacer. Incluso ayer, cuando la muerte volvió a golpear la puerta de los Olmedo, su propia tragedia quedó opacada por la del ídolo que corrió la misma suerte. Este cuarentón de pelo largo y ensortijado ya no podrá recordarnos con su risa aquella otra inolvidable. El dolor como marca registrada de una muerte injusta, asociado a un apellido entrañable. Su pequeña huella en la tele Fernando Olmedo era hoy por hoy un actor desocupado. Sus comienzos frente a la pantalla surgieron en los años ‘80 de la mano de su padre, el genial Alberto Olmedo, y finalizaron con un fugaz paso por la tele de la mano de Mónica de Alzaga, en el relanzamiento de su programa “Hielo y Limón”. El programa estaba basado en la figura de la mujer, una integrante de la alta sociedad que se puso al frente de un programa para burlarse de ella misma y de su entorno, una idea que la propia Mónica de Alzaga hizo funcionar gracias a sus disparates. “Hielo y limón” comenzó con dudas pero con originalidad, aunque cayó en sus propias dudas. Fernando Olmedo resultó ajeno en ese planteo, donde compartía el piso con Alzaga y Federico Klem, además de los invitados de la diva. Según los especialistas, Olmedo era buen actor, pero cargaba sobre sus espaldas con el recuerdo de su padre, para muchos, el último gran cómico argentino, imborrable en la memoria de los argentinos.