CHILDHOOD AND DECEPTIVE ADVERTISING (LOS NIÑOS ANTE LA PUBLICIDAD ENGAÑOSA) Miguel CATALÁN GONZÁLEZ Abstract “This contribution entitled “Childhood and deceptive advertising” consist of two clearley separated parts: a theoretical part, devoted to state the reasons by which kids may be protected from some effects of advertising, as well as some advertising elements that can affect them specially, and a normative part where are gathered the most relevant regulations and codes around protection of childhood from advertising”. Key words son: advertising, childhood, ethics, deonthology, codes. Miguel CATALÁN GONZÁLEZ prof. dr. Facultad de Ciencias de la Información Universidad Cardenal Herrera - CEU España E-mail: mcatalan@uch.ceu.es Tel: 0034-96-1369000 Revista Transilvană de Ştiinţe ale Comunicării, 6/2008, pp. 15-21 Por diversas razones, el niño se ha ido convirtiendo en los últimos cuarenta años en destinatario específico (target) del marketing y la publicidad. Ante este hecho, los académicos e investigadores debemos convencer a las fuerzas sociales y políticas de la necesidad de asegurar la protección de los niños ante el aspecto persuasivo del marketing y de la publicidad. Esa especial protección de la infancia se debe a tres caracteres básicos de la estructura mental infantil: la credulidad, la tendencia a la imitación y la vulnerabilidad psíquica. Véamoslos uno por uno. 15 Respecto a la credulidad, los niños tienden a creer que es cierto cuanto se presenta a sus ojos. A partir de las investigaciones clásicas de Lev Vigotsky y Jean Piaget y las posteriores de Lawrence Kohlberg, así como de estudios empíricos recientes como el de la American Psychological Association de 2004, sabemos que antes de los ocho años los menores no captan bien la diferencia entre lo representado y lo real, y aún menos la diferencia entre un anuncio y cualquier otro contenido comunicativo. Aún no disponen de filtros mentales adecuados para establecer esa diferencia debido a su bajo nivel de desarrollo cognitivo1. En general, piensan que los anuncios no son tendenciosos a favor del producto anunciado, sino que reflejan los hechos tal como son. Uno de cada tres niños, tan tarde como a los siete años de edad, cree que las historias mostradas por los anuncios son rigurosamente ciertas. Los niños también confunden al personaje con el actor y creen que son reales personajes inventados: “Cuando era pequeño, pensaba que los actores de las películas descansaban durante los anuncios de la tele”. Lo mismo respecto a los espots televisivos: “Yo pensaba que Mr. Proper existía de verdad; si te comprabas el jabón, cuando limpiaras el suelo Mr. Proper aparecería en la cocina”. En esa misma dirección, la credulidad induce a pensar a los niños que los efectos especiales de animación de los juguetes son efectos naturales. El ruido o el humo de una carrera de coches, pues, no deberán utilizarse para anunciar un coche de juguete a menos que se pretenda crear en el niño una expectativa irrealista. Los anuncios con animación en especial llaman a engaño a los niños pequeños, así como la combinación de imágenes de animación con imágenes reales del producto anunciado; los niños asimilan las primeras a las segundas y creen que todas son reales. En especial ocurre este fenómeno cuando en los anuncios aparecen como semovientes ciertos juguetes que en realidad necesitan un impulso exterior para moverse. Igualmente llama a engaño al niño el tamaño del juguete o el producto cuando aparece en la imagen sin términos comparativos con objetos reales; el niño tiende a creer que el juguete es más grande de lo que es en realidad. Las técnicas publicitarias que sortean la norma de comparación de tamaño tienden a favorecer esta confusión. En general, resulta aquí aplicable la tercera directriz de la Children’s Advertising Review Unit (1983): “La publicidad no debe estimular de manera directa ni indirecta las expectativas poco razonables en cuanto a la calidad o rendimiento de un producto”2. A la hora de interpretar e integrar la nueva información en su trasfondo cognitivo, el niño depende en buena parte de la ayuda de sus padres, los cuales deberán hacerle comprender la diferencia entre el intento de divertir o informar y el afán de venderles determinado producto. Ahora bien, el niño no estará en condiciones de comprender estos consejos sino a partir de cierta edad y, por tanto, el único instrumento eficaz contra la manipulación de la mente infantil será Miguel Catalán, “Verdad, ficción y publicidad”, Comunicación y Estudios Universitarios, XI (20012), pp. 143-150. 2 Children’s Advertisign Review Unit, National Advertising Division, Council of Better Business Bureaus, Inc., “Self-Regulatory Guidelines for Children’s Advertising”, 1983 (tercera ed.), pp. 4-5. Cit. en William Welsh, John Burnett y Sandra Moriarty, Publicidad. Principios y prácticas, México, D. F., Prentice Hall Sudamericana, 1996, p. 66. 1 16 el control o la supresión de los mensajes publicitarios. En cuanto a la imitación, se trata de un esquema de conducta de probado valor supervivencial que presentan todas las crías animales y que lleva a los niños a imitar cuanto ven sin pararse antes a sopesar su conveniencia. Más allá de los procesos de imitación propios de esta edad, los psicólogos A. Bandura, A. Ross y D. Ross mostraron también que los héroes deportivos o de ficción son modelo de conducta para los pequeños, pues estos tienden a reproducir sus gestos y expresiones. Mutatis mutandis, también la publicidad ejerce el papel de modelado de la mente infantil que puede resultar perjudicial, especialmente en el ámbito de la alimentación. Aplicando de forma inconsciente el supuesto de que sus hijos los imitarán en cuanto tengan ocasión, los padres suelen moderar y, llegado cierto punto, modificar la propia conducta o vocabulario cuando se encuentran en su presencia; sin embargo, las conductas inadecuadas promovidas por los medios de comunicación suelen pasarles más desapercibidas. Respecto a la vulnerabilidad psíquica, el niño se encuentra indefenso ante ciertos trucos y argumentos de los anuncios, entre ellos el de exclusión: cuando le dan a entender que si no compra o hace comprar a sus padres el producto anunciado va a sentirse inferior, quedarse atrás respecto a sus compañeros o dar motivo a burlas o habladurías. Este es uno de los recursos clave de la publicidad. La apelación a la pertenencia al grupo y la necesidad de ser querido se reflejan de forma negativa en eslóganes como el de las zapatillas Traxtar 3 4 de Reebok (“yo tengo una Traxtar y tú no”). He aquí la opinión profesional al respecto del presidente de una agencia de publicidad: «La base de la publicidad es hacer que la gente sienta que sin el producto se es un perdedor. Los niños son muy sensibles a eso. Si se les dice simplemente que compren algo no obedecerán, pero diciéndoles que serán unos parias si no lo compran, conseguiremos su atención»3. Y se consigue. La contestación de una niña a una reportera televisiva que le preguntaba porqué prefería las mochilas de Batman cuando eran mucho más caras que las normales: “Todas la llevan, ¿por qué yo no?”, da idea de la dimensión del problema de percepción infantil respecto a este imperativo del grupo. El impulso gregario de la naturaleza humana, especialmente intenso durante de la infancia y adolescencia, convierte a los niños en las víctimas perfectas del argumento de la exclusión4. El fenómeno del marquismo entre niños y adolescentes supone una prueba adicional: el chico exige un pantalón o camisa de tal marca porque lo llevan “todos” sus compañeros a partir del éxito de cierto anuncio y porque se siente desgraciado si no alcanza a la mayoría. Con serio quebranto en ocasiones para el presupuesto familiar, se negará a llevar cualquier otra marca que lo segregue del grupo, con independencia de su aspecto, calidad del tejido u otras cualidades objetivas. También se ha documentado el conflicto que se produce en la mente del niño cuando los padres se niegan a comprarle un producto que juzga bueno para él, o hasta imprescindible, porque el anuncio así lo afirma, o bien que cree muy barato porque el anuncia subraya que “sólo” cuesta tanto. El pequeño pondrá en duda la Vid. José Luis León, Efectos de la publicidad, Barcelona, Ariel, 1996, pp. 184 ss. Miguel Catalán, Anatomía del secreto, Madrid: Taller de Mario Muchnik, 2008, p. 84. 17 buena disposición de unos padres que se resisten a hacerle feliz con poco dinero. La frecuencia del conflicto aconseja prohibir toda invitación publicitaria a que el niño pida a sus padres el juguete o la golosina anunciados. Una vez considerados estos tres caracteres psíquicos del niño, debemos calibrar ahora la influencia que la publicidad ejerce sobre la infancia. Para empezar, cualquier observador puede constatar que a los críos les encanta la publicidad5. Instalado en la silla, la alfombra o el sofá, el niño no se cansa de ver los mismos anuncios una y otra vez, se los aprende de memoria y celebra concursos de adivinanzas con sus hermanitos El espot cuenta una historia sencilla, fácilmente comprensible, con pocos personajes, con pocas palabras… y con música. Todo ello se adapta a sus necesidades y posibilidades. Al llegar la hora de acostarse, los padres suelen conceder a los hijos la propina audiovisual de irse a la cama “después de la publi”. La tendencia a la reiteración, tan característica de la conducta infantil, encuentra además su complemento perfecto en la repetición de los anuncios. Con sus reapariciones periódicas, el espot satisface la avidez que lleva a los chicos a solicitar a sus padres que les cuenten el mismo cuento infinidad de veces, o que les pongan una y otra vez la misma cinta de video. Los anuncios televisivos, en efecto, son las únicas “historias televisivas” que se repiten una y otra vez en un corto tramo temporal. Esta constante reaparición de los espots provoca en el niño una evidente satisfacción que en ocasiones llega a sustituir la producida por los cuentos nocturnos que antes les contaban los mayores. Como muestran diversas observaciones6, los anuncios son los espacios televisivos a los que los niños más pequeños prestan atención por primera vez, así como los preferidos de los menores de seis años. Los espots abundan en la lógica mágica infantil: el animismo de los cuentos encuentra su equivalente en coches que se transforman en robots o en líquidos limpiacristales que truecan un garaje lleno de mugre en un resplandeciente palacio, así como otros portentos que parecen salidos de la lámpara maravillosa. Estas realidades bien conocidas por los padres vienen corroboradas por los estudios de audiencia. El informe de 1 de junio de 2007 de la Federal Trade Comisión ha mostrado que los niños ven más del doble de anuncios que los adultos7. Teniendo en cuenta que los estudios sitúan la cantidad de anuncios dedicados a alimentación (en especial golosinas) en segundo lugar absoluto tras los juguetes, y que una amplia mayoría de los padres admite dejarse influir por la voluntad de sus hijos en las decisiones de compra, no debe extrañar la influencia que ejerce la publicidad infantil en los malos hábitos alimenticios de los países industrializados, sobre todo en la sustitución de las frutas por golosinas y en la promoción de la comida basura, con el efecto Vid. Jean-Nöel Kapferer, L’enfant et la publicité, París, Dunod, 1985, todo el capítulo IV. Roberto Farné, “Niños, televisión y sugestiones ambiguas”, p. 260, en: Andreu López Blasco (ed.), ¿Qué miras?, Valencia: Generalidad Valenciana, 1991, pp. 255-277. 7 Federal Trade Commission, Bureau of Economics Staff Report, “Children’s Exposure to TV Advertising in 1977 and 2004. Information for the Obesity Debate”, digitalizado en http://www. ftc.gov/os/2007/06/cabecolor.pdf 5 6 18 conocido de la creciente obesidad y diabetes de los niños y jóvenes. En Estados Unidos, un informe de la Kaiser Family Foundation de 2004 mostró la correlación entre obesidad infantil y publicidad de alimentación y golosinas dirigidas a niños. Al otro lado de la frontera, en México, un estudio con menores de nueve a once años había mostrado que el 94% de los encuestados prefería seguir las recomendaciones alimenticias de las mascotas de Kellogg’s Tigre Toño o de McDonald’s Ronald McDonald a las de sus propios padres. Otra encuesta anterior en Francia, mostraba que el 34% de los niños que consumían helados Iglo lo hacían según sus respuestas porque “A la Pantera Rosa le encantan” a partir de un anuncio en que este personaje aparecía anunciando el producto. También conocemos las reacciones del niño cuando se siente engañado por los reclamos publicitarios. El niño adquiere ilusionado un juguete u otro objeto que le han presentado en posesión de ciertas características. Una vez lo desempaqueta en su casa, llega la decepción. A diferencia de lo que le habían prometido, el barco no navega por sí mismo, sino que hay que empujarlo con la mano; el helicóptero no levanta el vuelo y la locomotora no echa humo. El juguete es diminuto al compararlo con su tamaño en la pantalla o bien requiere habilidades que el niño todavía no posee. Antes de los siete años, el crío simplemente se desahogará llorando o dejará el juguete a un lado. A partir de los ocho, cuando ya está en condiciones de realizar juicios morales, pensará que ha sido engañado. En los niños de nueve a once años se observa cierto rencor y resentimiento hacia 8 la publicidad en general por las mentiras que les ha contado en años anteriores. Los estudios realizados a este respecto coinciden en mostrar que la confianza de los niños pequeños en la publicidad se va transformando en desconfianza conforme avanza su evolución cognitiva. Encuestas por edades muestran cómo a los seis años más del el 69 % de los niños interrogados declaran que les gusta la publicidad, a los ocho años la cifra desciende al 56% y a los diez años cae hasta el 25%. Los datos de la confianza que despierta la publicidad en los niños evolucionan de forma muy parecida. Los estudios de S. Ward y D. B. Wackman mostraron que a los cinco años de edad más de la mitad de los niños creía en todo lo que la publicidad decía, en tanto que a los doce años de edad la cifra era casi nula; J. R. Rossiter y T. S. Robertson obtuvieron un porcentaje cercano al 66% a los seis años y del 10% a los diez años; por su parte, los datos obtenidos en 1983 por el Centre de Recherche et d’information des organisations de consommateurs daban un porcentaje de confianza del 20,9 % a los 7-8 años que descendía radicalmente al 3,7 % a los diez años8. En consecuencia de todo ello, dos han sido las principales posturas mantenidas por los poderes públicos respecto a las técnicas falaces de la publicidad infantil. La primera postura propugna la proscripción absoluta de publicidad dirigida a niños. Suecia y Noruega han suprimido la publicidad dirigida a niños menores de doce años. Canadá, Bélgica o Dinamarca también se han movido en el margen que va de una fuerte restricción a la prohibición total. Grecia ha prohibido Datos conjuntos recogidos en Brée, Joel, Los niños, el consumo y el marketing, Barcelona, Paidós, 1995, p. 212. 19 la publicidad en programación infantil y ha restringido su emisión a horarios de adultos, con el consiguiente aumento en el coste por impacto.9 Dinamarca y Alemania han creado, además, canales sin anuncios para niños en busca de una alternativa a la televisión comercial y a las emisiones de publicidad infantil recibidas vía satélite desde otros países más permisivos. Dada la característica configuración mental de la primera infancia, la publicidad dirigida a menores de ocho años debería estar en todo caso prohibida. Así lo aconseja la American Psychological Association después de su amplio estudio de 2004, debido a la “injusticia inherente a la publicidad que se dirige a una audiencia incapaz de evaluar las fuentes tendenciosas de información en los anuncios de televisión”10. La mayoría de los países europeos y americanos, no obstante, ha optado por una segunda postura: la de permitir la publicidad dirigida a los menores de doce años, limitando sus efectos negativos con medidas legislativas y de autocontrol. En uno y otro caso, la tendencia es la de la restricción, orientada a evitar perjuicios al niño. Pues publicidad e infancia, podríamos concluir, resultan difícilmente compatibles. BIBLIOGRAFÍA Adler, R., et al., The effects of Television Advertising on Children, Nueva York, Lexington, 1980. American Psychological Association, Report of the APA Task Force on Advertising and Children, en http://www.apa.org/releases/childrenads.pdf. Aznar, Hugo y Catalán, Miguel, Códigos éticos de publicidad y marketing, Barcelona, Ariel, 2000. Bascou, J. R., L’Enfant et le Mensonge, Toulouse, Éditions Privat, 1975. Brée, Jöel, Los niños, el consumo y el marketing, Barcelona, Paidós, 1995. Catalán, Miguel, Anatomía del secreto, Madrid, Taller de Mario Muchnik, 2008. Catalán, Miguel, “Verdad, ficción y publicidad”, Comunicación y Estudios Universitarios, XI (2001-2), pp. 143-150. Federal Trade Commission, Bureau of Economics Staff Report, “Children’s Exposure to TV Advertising in 1977 and 2004. Information for the Obesity Debate”, digitalizado en http://www.ftc.gov/os/2007/06/cabecolor.pdf. García Matilla, Agustín, Callejo Gallego, Javier y Walter, Alejandra, Los niños y jóvenes frente a las pantallas, Madrid, Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, 2004. International Obesity Task Force, “EU Platform Briefing Paper”, digitalizado en http:// www.iotf.org/media/euobesity3.pdf. Kapferer, Jean-Nöel, L’enfant et la publicité, París, Dunod, 1985. 9 10 Victoria Tur Viñes, op. cit., p. 95. Vid. el informe completo en http://www.apa.org/releases/childrenads.pdf 20 León, José Luis, Efectos de la publicidad, Barcelona, Ariel, 1996. López Blasco, Andreu (ed.), ¿Qué miras?, Valencia, Generalidad Valenciana, 1991. — McNeal, James U., Kids as costumers, Nueva York, Lexington Books, 1992. Piaget, Jean, Le Langage et la Pensée chez l’Enfant, Paris, Denoël-Gonthier, 1984. Schor, Juliet B., Nacidos para comprar, Barcelona, Paidós, 2006. Tur Viñes, Victoria, Comunicación publicitaria de juguetes en televisión, Alicante, Universidad de Alicante, 2004. Urra, Javier, Clemente, Miguel y Vidal, Miguel Ángel, Televisión: impacto en la infancia, Madrid, Siglo XXI, 2000. Wells, William, Burnett, John y Moriarty, Sandra, Publicidad. Principios y prácticas, México, D. F., Prentice Hall Hispanoamericana, 1996. 21