Ferrán, Nº 26

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¿POR QUÉ GUSTA EL CAPITALISMO PERO NO GUSTAN LOS
CAPITALISTAS?
APUNTES SOBRE EL LLAMADO “CAPITALISMO POPULAR”
Luis MARTÍNEZ DE VELASCO
IES Silverio Lanza (Dpto. de filosofía)
Esta pregunta viene a ser inmediatamente sugerida por la lectura
de un editorial de la revista The Economist de reciente publicación 1. No
nos gustan los capitalistas, pero nos gusta el capitalismo. ¿Cuál es la
razón de este aparente contrasentido? Para ilustrar la figura del
capitalista típico se recurre al personaje de Montgomery Burns, de la
popular serie Los Simpson. Cruel, codicioso, misógino y hasta
1
The Economist (15-21 de noviembre de 2014, p. 64): “All it needs is love”.
La conclusión de este editorial refleja una posición liberal (cercana al
thatcherismo) que paradójicamente adopta o parece adoptar un aire progresista
y crítico vertebrado en torno a la idea de que para rescatar al capitalismo es
necesario anular o, al menos, minimizar la influencia nefasta de los bancos.
Éste es uno de los leit-motivs del pensamiento económico inglés desde Thomas
More, pasando por Hume y Mill, hasta Keynes. El argumento posee un enorme
peso: los bancos han sido creados para almacenar dinero y ayudar a la gente
mediante préstamos no usureros. En el momento en que actúan como agentes
privados defendiendo sus intereses particulares se pervierten radicalmente el
objetivo y la función para los que fueron establecidos. En este sentido, valgan
como ejemplos las lecturas de Miguel Ángel Bernal “Europa, con el agua al
cuello” El Economista (15 de noviembre de 2014, pg. 13) y Juan Royo “Una
política económica desquiciada” (Ibid.). En uno y otro artículo se echa de ver la
absoluta necesidad de establecer un Banco Europeo de Inversiones cuyas
funciones no diferirían demasiado de las de la Reserva Federal estadounidense.
Luis MARTÍNEZ DE VELASCO. ¿Por qué gusta el capitalismo pero no gustan los capitalistas?
Ferrán nº 34, Diciembre del 2014. Págs. 151-156. ISSN 1135-2736
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Investigación
homófobo 2, Burns ejemplifica mucho mejor que el simpático y algo
azucarado tío Gilito todos los elementos despreciables que configuran la
figura personal y social del capitalista. Cabe volver a preguntar entonces
la razón por la que aceptamos el capitalismo pero no a los capitalistas.
Esta pregunta nos remite a la pregunta de cuál es el sentido que se
otorga a uno y otro término. Para empezar, ¿qué se entiende por
capitalista y por qué muy pocos individuos se calificarían a sí mismos
de capitalistas? 3 La respuesta a esta pregunta incide en lo señalado hace
un momento acerca de Burns. La percepción social de la figura del
capitalista –incluyendo, sobre todo, a los banqueros- incluye un rechazo
bastante justificado por el papel anti-social que adopta un agente que
está mucho más pendiente de sus ganancias particulares que del
beneficio social que pudieran albergar sus acciones emprendedoras4.
2
Por cierto, el término “homófobo”, que significa que se odia a los individuos
del mismo género (hombres que odian a los hombres, mujeres que odian a las
mujeres), es absolutamente inapropiado. Debería decirse “homosexuálfobo”,
palabra realmente espantosa pero exacta para lo que quiere decirse.
3
No es ajeno a esto la autopercepción que de sí mismos tienen algunos
capitalistas (denominados eufemísticamente “empresarios” o, más
eufemísticamente aún, “emprendedores”). Valga el descarnado ejemplo que
viene a continuación. En la revista El Economista correspondiente al 14 de
noviembre de 2014 aparece una entrevista (páginas 5 y 6) a Leopoldo
Fernández-Pujals, presidente de la compañía Jazztel. En ella, y ante una
pregunta del entrevistador acerca de lo cabrón (sic) que el propio señor
Fernández-Pujals dijo que había que ser para ser un buen empresario, el
presidente de Jazztel matiza: “Me refería a un empresario que se resistía a
despedir a las personas porque apostaba siempre por dar nuevas oportunidades
a todo el mundo. Pero de esa forma la empresa acaba en quiebra. Hay
momentos en la vida empresarial en la que se impone tomar decisiones y
quitarte de en medio a las personas incompetentes. Pero la cita no decía que yo
fuera un cabrón, sino que era justo y firme (¡) en los conflictos”.
4
Hay que deshacer aquí un equívoco muy habitual. Una cosa es la figura de la
empresa y otra muy distinta la del empresario. Pasa aquí algo muy parecido a lo
de los bancos y los banqueros señalado en la nota 1. Las empresas siempre
serán necesarias en tanto que proyectos planificados y ejecutados en el campo
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¿Por qué gusta el capitalismo pero...
Y si éste es el retrato del capitalista, ¿qué puede decirse del
capitalismo? ¿Qué sentido tiene esta palabra? El editorial de The
Economist recupera en cierta medida una noción de Margaret Thatcher,
la ambigua noción de “capitalismo popular”, y responde en los términos
siguientes:
Si preguntamos a la gente qué piensa de un sistema que le da
derecho a poseer propiedades el resultado será abrumadoramente
favorable a un sistema así. De un modo muy parecido, los consumidores
no encontrarán ningún problema en apreciar los beneficios de la
competencia a la hora de buscar, por ejemplo, el mejor restaurante o un
artilugio de última hora.
La fuerza interna de la noción de capitalismo popular, que
contempla y concibe la propiedad privada y la competencia como
elementos invariantes y decisivos de toda sociedad posible, responde a
una perspectiva epistemológica ampliamente arraigada en las sociedades
anglosajonas. El dispositivo teórico abstracto de la filosofía empirista
tiende a desarrollarse desde la conocida “navaja de Ockham”, que
prohíbe multiplicar las entidades sin necesidad. Tal prohibición se
extiende más allá de sus límites epistemológicos y anula cualquier
intento de enjuiciamiento crítico y, en el límite, moral de la realidad
existente. El resultado refleja la aceptación de una estructura social
gobernada por una espontaneidad egocéntrica donde cada individuo es
dueño absoluto de su vida. La perspectiva del yo es postulada como
irrebasable, tanto en un contexto epistemológico como en un escenario
de la economía. Lo que sucede es que estamos demasiado acostumbrados a
decir “empresa” cuando estamos refiriéndonos en realidad a la empresa
capitalista, que exige, esa sí, la figura del empresario. Pero el empresario y el
banquero, como en tiempos de Ricardo el terrateniente, juegan muchas veces –
en tiempos de crisis sobre todo- un papel oscurantista y retardatario.
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social 5.
Es, por tanto, en la perspectiva del “yo” donde debe buscarse la
clave de una visión tan típicamente liberal como es el capitalismo
popular thatcheriano. El concepto de capitalismo popular da por sentado
que el interés individual es el motor de todas las acciones sociales
existentes por lejos que éstas puedan llegar a desarrollarse (incluida
cualquier forma de cooperación, que por definición responde a intereses
individuales y que sólo puede llegar hasta allí donde desean los
individuos). Y como precisamente la intuición del “yo” contiene, como
reflejo social y objetivo, la figura de la propiedad privada y ésta ha de
chocar necesariamente con la intuición de los otros “yoes” y sus
respectivas propiedades privadas, y dado, por otra parte, que el campo
de cosas susceptibles de posesión no es un campo ilimitado, quiere
decirse que la propiedad privada y los conflictos generados por la
competencia son elementos concomitantes 6.
Pero esto no es todo. A la inmadurez de la autopercepción liberal
del individuo, que suele conectarse con situaciones tensas y conflictivas,
viene a sumarse un segundo reflejo de inmadurez, a saber, el hecho de
5
Fue tan lejos en este sentido la metodología empirista entre los liberales que
pronto se llegó a la caricatura. Valga como ejemplo la muy célebre afirmación
de Margaret Thatcher: “¿La sociedad? No sé qué pueda ser eso. Yo sólo
conozco individuos” (también podríamos ir más lejos por este camino y afirmar
que no conocemos individuos sino conglomerados de moléculas). Pero bueno,
como esto resulta socialmente problemático, los filósofos empiristas recurren,
bien a la suma de “yoes” para dirimir cualquier cuestión de transcendencia
pública, bien a la sumisión irracional de los ciudadanos a la fuerza violenta de
un Estado absoluto.
6
Tuvimos ocasión de desarrollar este extremo en un artículo titulado “Egoístas
y astutos, pero muy poco inteligentes” publicado en Papeles de la F[undación]
I[nvestigaciones] M[arxistas] (6) correspondiente al primer semestre de 1996
titulado Ecología, economía y ética (páginas 97-109). El motto de este artículo
no era otro que vincular sistemáticamente el fetichismo de la posesión de cosas
a una percepción inmadura del mundo por parte de individuos patológicamente
egocéntricos.
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¿Por qué gusta el capitalismo pero...
no contemplar el capitalismo como una película sino como una foto fija.
El capitalismo en su versión “popular” thatcheriana no es un capitalismo
real, sino un capitalismo abstracto –se trata de una abstracción
burguesa- amablemente amueblado con individuos autónomos y astutos
pendientes exclusivamente de sus estrechos intereses particulares y que
concurren pacíficamente en un espacio neutro como es el mercado. Tal
retrato bonancible hace abstracción de un elemento que resulta
verdaderamente decisivo a la hora de hablar del capitalismo, a saber, la
existencia (no contingente, sino absolutamente necesaria dados los
parámetros en que se desarrolla dicho modo de producción) de la venta
y la compra de fuerza de trabajo humano, del hombre como mercancía.
La noción del capitalismo popular no contempla esta dimensión o se
limita a despachar el asunto con una tramposa sencillez. Según los
defensores de este tipo de capitalismo, todos somos empresarios de
nosotros mismos, lo que no es más que una mera renovación de aquel
viejo planteamiento de Hobbes de que si alguien hace algo o deja de
hacer algo es porque le interesa7. Pero la realidad, aun dentro todavía de
la idílica imagen thatcheriana de una sociedad de pequeños propietarios,
no deja de ser la que es, una sociedad que refleja una constante y
exasperante battle of wits (una batalla de astutos, por emplear la
denominación de Keynes) cuando no una situación de franca
“competencia a degüello” (Leontief). En uno u otro caso, el capitalismo,
por muy “popular” que sea, alberga necesariamente, por mor de su
individualismo y su competitividad, una conflictividad latente capaz de
dispararse en cualquier instante. Y esa conflictividad, desplegada más
allá de cualquier género de reglamentación, no hace más que reproducir
a escala cada vez más ampliada la profunda asimetría social que llevaba
escrita en sus genes desde el principio mismo. Parece que “capitalismo”
e “injusticia” son elementos que, como la propiedad privada y la
conflictividad social, también avanzan cogidos de la mano.
7
Pues de no haberle interesado, continúa el razonamiento, no habría hecho lo
que ha hecho, etc. Como vemos, una simple tautología tendente a justificar –en
bucle- una posición dogmáticamente tomada de antemano.
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Por eso la defensa de un capitalismo popular se encuentra de
bruces con el profundo descontento de la población hacia los
capitalistas. Pero entonces ¿quiénes son estos capitalistas? Son los
grandes empresarios, los especuladores y los banqueros, cuyas
actividades opacas y retardatarias (cuando no retorcidas y hasta crueles)
representan enormes dosis de pérdidas económicas así como de
sufrimientos e incertidumbres para capas de la población cada vez más
amplias. El problema que se presenta aquí no se hace esperar. ¿Hasta
qué punto hemos de esperar que la situación bonancible del capitalismo
popular permanezca dentro de los límites dibujados por sus defensores y
no los traspase para iniciar un proceso de asimetrización a base de lo
que ya Schumpeter consideraba un inevitable tránsito del capitalismo
del libre mercado a la monopolización? ¿Tiene auténtico sentido
encasquetar todas las culpas a los actuales señores del dinero y evocar
con nostalgia a aquellos good times en los que nadie acumulaba en
exceso? Pero es que dentro de esa edad dorada ¿acaso no se encuentra la
verdadera edad dorada del capitalismo y sus prácticas de explotación a
niños y niñas de corta edad, tal y como podemos contemplar en los
escalofriantes informes escritos por Marx y Engels?
No se trata de plantear las cosas como si siguiesen un único curso
necesario. Algunas profecías no han resultado muy exitosas, que
digamos, pero llegar a pensar que un sistema de producción y
distribución de bienes des-regulado y a merced de aquellos fuertes
bandazos que caracterizan al mercado, cuando no al albur de fortísimas
restricciones que obedecen a intereses de clase francamente
inconfesables (de los cuales los frecuentes casos de corrupción no son
sino meros ejemplos); pensar, decimos, que un sistema así vaya a
reconducirse y regresar a un plano de “serena mar” sin cambiar ninguna
de sus piezas claves resulta algo ingenuo por lo menos. Y la ingenuidad
es algo que, hoy por hoy, no deberíamos permitirnos.
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