o seu R so I}/"onunciado por el dod or Ant oni o Góm ez Res irepo en el "foyer" del Teatro de Colón. en el hom enaje a Víctor Hl1 go, el 1" de julio últim o. Al acercal'l'e a la obra inmen:¡a ele Víctor Hugo. se ~' iente una impresión análoga a la qU f:' !'le experimenta al llegar al pie de la gran p~­ rámide de Egil too Agobia el ánimo la contemIlación del gigantesco monumento y la consideración de la propia pequeñez. Esa va, tn.'; pstructuras se han formado por el e:,;fuerzo constante y titánico que, en la mole de piedra, fue colocando bloque sobre bloque, con admira ble precisión científica, hasta COronal' la cúspide grandiosa; y en el monumento literario acumuló poema sobre ¡Joema, drama sobre drama, novela sobre novela, hasta dominar ~a perspectiva de la literatura universal. Pero ¡qué profundas diferencias! La pirámi. de fue obra del trabajo colectivo de millares de esclavos, y la mole poética surgió de la imaginación de un hombre .solo; la pirámide es un mausoleo, construído para -atisfacer la delirante ambición de inmortalidad alimentada de efímeros tiranos; la obra de Hugo es un monumento levantado en honor de la poesía que eR energía y luz y ,-ida perenne; porque 10 que ella toca, tiene el don de .i u\'entud perpetua; puede sufrir eclipses tran<;itorÍos; pero se renueva co' ! mayor pujanza y brillo; pal'ece extinguirse; pero, como el fénix de la fábula, resucita de entre sus propias cenizas. La larga vida de H ugo, que llenó casi todo el iglo diez y nueve, y u producción infatigable. que lo acompañó hasta el último suspiro de la existencia, y pareció no detenerse ni en los umbrales de la t.umba, pues, muerto el poeta, continuaron publicándQse nuevos volúmene:¡ de poesías, que él había dejado listos para prolongar su gloria póstuma; y la resonancia in· definida de su verbo de titán, fueron causa de que se convirtiera en una figura simbólica, que concentró n í todos log rayos de gloria de b poesía francesa de Sil tiempo. Fue la encarnación del romanticismo que, no obstante, produjo tanto.s y tan grandes poetas. Muerto Goethe en el primer tercio del siglo, él dominó com') I1n monarca todo el panorama de la literatura europea. El Júpiter de Weimar, sereno en s:.~ olímpica grandeza, fue reemplazado por un semidiós tormento o, capaz de acumular mole S'1bre mole, para e 'calar el cielo. Su genio irrndió sobre el mundo todo, unas veces con el fulgor apacible de la inspiración cristiana e id.ea· lista; otras con el e plendol' rojizo de la in..:piración exacerbada por las pasiones personaJe' y políticas. Su martillo de f ino metal cayó sin descanso sobre el yunque donde forjaba sus versos impecables. Porque este magno artisb tuvo el culto del yerso, la idolatría de la rima; y jamá e creyó autorizado por prerrogativa de genio, a violar la leyes esenciale del ritmo, ni a diluír su inspiración en Íormas incoherentes y claudicantes, Por eso pudo decir Banvil Je que la Leyenda de los siglos e la biblia de la versificación francesa. Las circunstancias favorables de ser VíctOl' Hugo un genio latino; de manejar una lengua uniyersalmente conocida y hermana de la española; y de haber re idido casi siempre en París, metrópoli intelectual y artística del mundo moderno, contribuyeron a que su influencia se extendiera fácil y directamente sobre todos lo pueblos de habla española. Sus manifiestos polític0s y sociales, no siempre prf'· cisos, pero siempre abrillantados por una fruseología deslumbradora. eran acogidos como or:1culos por las jóvenes nacionalidades del nuevo mundo, henchidas de savia democráti ca; y no era exótico el caso de que se le envia- 6 ©Biblioteca Nacional de Colombia 7- ) -. I ¡ NTONIO DOCTOZRR~STREPO GOME ©Biblioteca Nacional de Colombia Senderos sen las recién nacidas constituciones, para que él, como jerarca supremo, las ungiese con el óleo de su aprobación y simpatía. Ni dejó de contribuír a esta expansión hispánica de la influencia de Rugo el hecho, má<; de una vez anotado, de que en su espíritu, n') obstante er profundamente francéR había Ul19. mezc1::\ de genialidad española; de bizarr~a e idea lisroo ca'ltellanos; algo que recordable, que había nacido, como él mismo lo dice en Besanzón "Vieille ville espagnole" y que en "U infancia había vivido en un vetusto palacio señorial de Madrid. Sus conocimientos de la lengua y de las cosas de E<;paña, solían ser confusos; pero un hálito de españolismo auténtico hace vibrar los versos que dedica a temas españoles; y en magníficas escenas de Remani y de Ruy-B1as nos sentimos transportados' al viejo solar castellano del tiempo de los Felipe<;. y nos CO!1m~leVe el poeta cuando emboca la épica trompa castellana y emplaza la figura df'l Ckl en la Leyenda de los siglos con inspiración digna de Guillén de Castro y del Romancero, Todo esto lo condensó Paul de Saint Victot' en una frase feliz, cuando dijo: "Víctor Rugo es un Grande de Espaí'ía de primera clase en poesía". Bajo la influencia fecundantc de' la imaginación poética, puede, uceder que un nombre, un pormenor insignificante, un dato aislado, se[',11 el germen de una obra maestra. Quizá el norr.hre del pueblecillo vasco, que Víctor Rugo retuvo en su memoria infantil, despertó en el poeta, llegado a la plenitud, la idea de escFÍbi~', obre tema español, el drama caballeresco con que hizo triunfal' la revolución romántica en la ciudadela sagrada del clasicismo francés. Nada tiene de extraño que la pomposa tirada lírica de don Ru y-Gómez de Silva delante de los retratos de sus antecesores, fuera inspirada por el recuerdo de los viejos cuadr.os del palacio Masserano de Madrid, en donde Rugo pasó un corto tiempo de su niñez, pero de va ta repercusión en su vida. De una frase puede nacer un poema, como de un humilde huevo sale un cóndor de los Andes. En su extraí'ío libro sobre WilIiam ShakeRpeare, en donde Víctor Rugo quemó en el alta!' de su ídolo todo el incienso de una admiracióll sin límites, hace desfilar el cortejo de genio:'\ oberanos, es decir, de aquellos que armonizan mejor con su propia personalidad artística. El admira sobre todo a los que en su abrupta graedeza tienen algo de disforme' algo que los :1semeja a los videntes y profeta, y envuelve S~lS figuras tormentosas en una nube que veia pero no oculta su apocalíptica grandeza. El e::;pe raba sin duda, y con razón, que la posteridad lo colocara en ese cortejo de colo os. j El genio e la región ele los iguales!, exclama con generoso en tu iasmo. Pero no todos los que él cita están a una misma altura. Alguno son inl'> 1'iore a él mismo; otros lo superan, ya porq\1e fueron in térpretes de los divinos oráculos, cc;mo Isaías y Paulo de Tarso; ya porque enc('rraron en sus obras todo UI mundo, como H n_ mero y Dante; ya porque crearon tipos inmortales que conservan más vida que los seres histórico , como Cervantes y Shakespeare. r ,ro en lo que sí está él a la altura de los máq grandes, es en la potencia verbal que pone a S\1 disposición todos los matices del idioma, la inmensa riqueza de u vocabu lario, y en la fuerza de la fantasía, que convierte en imagen todo concepto in que jamás se agote u fecundidad y que le permite crear mito verbales y hacer de la antítesis una palanca con la cual removió todo el mundo de la poesía. Admira y pasma que un poeta como Víctor Rugo, que vivió en un siglo de agitaciones política y de desconcierto moral, lograra, por ('~ solo e. fuerzo de su imagi!1ación potentísima, creadora de símbolos, ya que no de grande figura, humanas, levantar, en la Leyenda de los siglos, el único monumento épico que, de.,;pués del Fausto, produjo la poesía del siglo diez y nueve. Obra enorme, desigual, en donde la luz y las sombraR chocan con violencia inaudita; en donde el poeta una veces ostenta la . encilla majestad de la poesía primitiva, homérica y bíblica; otras. la extraña y complicada de un heredero de Lucano y de GÓngora. Ray allí vastos lienzo ' con figuras gigantescas, a estilo de Miguel Angel; y miniaturas de extraordinario primor. La pintura de la Infan tita Española que al lado del estanque de su palacio real, contempla una rosa, que una brisa inesperada deshoja, esparciendo 10 pétalos sobre el agua, al propio tiempo que la tempef'!- 8 ©Biblioteca Nacional de Colombia Send e ros tad disipa la . Armada Im'encible de su padre el rey Felipe Segundo, recuerda, como ya lo notó Brunetiere, uno de esos portentosos retrato. de Velázquez, rey de 'Ios coloristas. No hay que pedirle a Rugo rigor arqueológico ni exactitud histórica. La Leyenda p~ obra de imaginación, la cual crea libremente, ~obre temas hi. tóricos o legendario. Su fi· gura: má. imponentes suelen ser aquella. que en ,>u estructura tienen algo o mucho de fantásticas ' tal Evil'aunu., el vengador proviciencial, "El cazador del crimen" que, cubierto con su armadura de acero, se coloca en h fila de simülacros ecue tres de los antigL' o"' 'eñore'l del castillo de Corbus e~perando el momento de descender, como aparición ultramundana, en defen. a de la gentil marquesa Mahaut, nue\'a dueña de la región, contra el ataque rapaz de do monarcas ambiciosos. Lástima que Víctor Rugo, que fincaba u orgullo en !'ler el cantor de la libertad y de la democracia. no hubiera dado un lugar en la Leyenda . para dotarla de un. carácter más universal, al héroe de la América a Simón Bolívar, libertador de medio continente, y ejecutor de una I1íafla de más grandio. os resultados para la hum[1 nidad que la mi. ma de Homero. Rugo, para cantar a Bolívar, hubiera podido empuñar la trompa épica con que en. alzó al Cid y a R0lando: formándole con su' yersos broncíneo!'l un pedestal no indigno del que le asignó Olm do al colocarle en la cumbre de los Andes! i Cuán afortunada fue la juventud de hace un siglú, que pudo gu tal' las primícia de la inspiración ju\'enil de Víctor Rugo, contenida en aquellas coleccione cuyos títulos tienen rrata re<:;onancia en nuestro oídos, al través de tanto cambios de gusto y tantas vicisitudes! Las Hojas de Otoño, L os Cant os del Crepúsculo, Las Voces in ter iores, Los Rayos y las So mbras! j Que ,'ucesión de obras maestra ! Ya e la patética invocación P or los pobres. en donde invita a los ricos a dar limosna a f:n de que en . u última hora, un mendigo, podero.o en el cielo, interceda en su favor. Ya es la Oración por todos, que adaptada a nuestra lengua por el arte clá ico de Bello, ha \'~­ nido a el' pieza insllstituíble en la poesía castellana: ya las "Puestas de sol", en donde ha r un derroche de colores digno del más ardiente pintor tropical: ya el canto obre la música d" Palestina, lleno de motivos sinfónicos. propios del artista que hizo resonar el "Carillón" sobre las toneR de Bl'uja , con notas tan ágiles y cristalinas que nos parece estar oyendo en realidad aquel aéreo concierto; ya la admirabb meditación Robre la campan a; ya breves pOC'~ías amorosas, que brotan como suspiros dpl alma, y ya el canto inmenso Al Ar co de Triunfo ; ya la di"ina elegía la Tristeza de Oli mpio ! i Qué goce estético tan puro para los que pL~­ dieron comparar, en su inviolada frescura, la.' tre elegías inmortale : E l Lago, la Tris teza v E l Recuerdo ! La ]1!'imera es el amor cons;grado por la muerte; la segunda es el dolor que produce la ausencia del amado.; la tercpra, el amor herido por la traición. Todas tre-:5on admirable. La de Lllmartine recuerda la suave resonancia cie las olas del lago Bourget y es tan pura como su. aguas; en la de Rugo murmura la profunda orqueta de la naturaleZá, que acompai'ía al poeta en su . oledad; por la de Musset pasan ráfagas de pasión aun 110 curada. ¡Romanticismo!, dirán algunoR lecte .. res de esca a ,ensibilidad; i exaltación sentimental; exagerado idealismo! No. E poe L\ pura; e la verdadera y legítima poe ía: la mujer y la naturaleza envueltas en una atmósfera luminosa; sangre del corazón que brota con ímpetu para derramarse en el cauce armonioso de los versos; chispa divina que enciende una hoguera inextinguible. El que no ' sienta esto; el que no vibre ante aquellas imágenes radiosas de la Tris t eza; ante aquellos yersos amplios y !J1u~icalc. que recuerdan 1m; exámetro virgiliano.; ante aquella orquestaClOn de la poe ía, según la afortunada expresión de Brunetiere, ése ignora la palabra mágica que puede franquear a los profano la entrada al reino encantado del arte. Después de los libros citados, hubo un período de reposo, que divide en do la vida poétic}). de Rugo. Parecía como , i el poeta reposara fatigado. E to coincidió con el declinal' del romantici. mo empujado por la creciente' invasión realista. De pronto e irguió el vat ~ y lanzó al mundo s us do obras capitales: Las co n templacione~ y la Leyenda de Jos siglos. ©Biblioteca Nacional de Colombia Senderos y con esa nueva y fulgurante aparición paralizó por un momento la corriente invasora y pareció que infundía nueva "ida al romanticismo. y i. qué decir de las poesías recogidas en La·, contemplaciones con el título de Pauca meae e inspiradas en el mayor dolor que Vícto r Hugo sintió en su \·ida? Su hija· Leopoldina. a quien amaba con cariño entrañable, recién casada y feliz, se ahogó con su esuoso, y el ptdre supo la horrible noticia al leerla en un prriódico de Bruselas. El choque fue espantose; pero la potente naturaleza del poeta se sobrJpU RO al cabo y d ~ su pluma brotaron aquell o<; \'e1'S03 incomparables que son sangre del alma; gritos de dolor ? de re. ignación, que producen el estremecimiento de lo sublime y que se leen hoy con tan honda emoción como cuando los escribió el poeta. y el mismo que conmovió aun a s us ms " fuertes adversarios, con sus sollozos de padre, manejó la sátira con tremenda fiereza. No la sátira clásica en la cual predomina el tono sentencioso y doctrinal, y que lleva en í una ll-vadura prosaica; sino la sátira lírica, género q:ue no figura en la vieja preceptiva y que, apoyada en sus dos ala, puede levantarse a las regiones de la más alta poesía. Bien lo proM Rugo en piezas como El manto imperial. Los Castigos no promue\'en hoy el torbellino de pasiones que suscitó su aparición bajo el segundo ImpeI"io Napoleónico; y aun parece desproporcionada una máquina de guerra tan formidable para combatir a un ';oñarlor. qU e pn los días felices de su reinado, muy :10sterioreí-> a la publicación de Los Castigos. hizo de Francia la primera nación de Europa y tuvo el rasgo gentil de sentar a su lado en el trono 8 una dama que pudo excitar la admiración de Víctor Rugo, ' iempre galante con la mujer, por ,·el' española y porque debió su extraordinari a fortuna a el' noble, digna y bella. Lo que dn fuerza a Los Castigos es el haber sido escrito3 en la proscripción por un hombre que se mantu\·0 irreductible y que cumplió hasta el fin J::¡ que había prometido en un verso célebre, refi · riéndose a lo adversarios del Imperio: Et s'il n'en rest qu'an, je serai celui-Ia. El destierro transfiguró a Víctor Hugo, como a Dante, con quien tiene varios puntos de contacto, en la vida y en el arte .. El gibelino proscrito en Ravenna y el republicano refugh¡· do en Guernesey tienen una aureola de que Cílrecerían si hubieran pasado tranquilamente la \'ida entera en el seno de la patria. Dante se vengó de us enemigos colocándolos en el infierno; Rugo lanzó contra ellos saetas furiosas, unas vece. imbeles, como las que dirigió contra persona· sagradas; otras mortíferas, como las que enviaba Apolo al campo de los griegos para castigados. Pero la injuria personal deslustra la inspiración; y la poesía política es género peligroso. El poeta que se mezcla en las contiendas públicas es como el púgil ·de los ju P gos antiguos que puede alcanzar la corona del triunfo pero que sale del circo desgreñado y cubierto de sudor y de polvo. Y el poeta debe mostrarse ante la po teridad con la perfección ideal libre de toda impureza con que los escultor€'!'> griego sabían reproducir las figuras de eso-\ miRmos atletas, conservándoles su fiera actitud, pero libres sus cuerpos de las manchas ele la realidad. Por eso lo más bello de Los Castigos es la Expiación en sus tres primeras partes, en donde, en vez del luchador enfurecido, aparece el poeta épico, que en vastos cuadros, que rivalizan con los de Delacroix, pinta la retirada de Rusia, la batalla de Waterloo y la muerte del Emperador en Santa Elena. Allí brilla en todo su e<;plendor el poeta épico, que poco después habh de dar al mundo La 1eyenda de los siglos . Víctor Rugo, artista en todo, supo escog€'r muy bien el lugar de su refugio. No fue a mezclarse al tumulto de las grandes ciudades, en donde lo magno y 10 pequeño se confundell. Buscó una isla, en donde reinaba él solo; y en donde quiso, a modo de un vidente, tener revelacione de lo infinito. En ese peñasco se erguía su figura como la del promontorio que el cantó a la manera de un pastor-Le patre promontoire-- que vigila el rebaño de las olar:;. Cuando se instaló en Guernesey, declaró que su ocupación consistiría en contemplar el océa- . no. Y esta contemplación dio desmesurada grandeza a sus concepciones. Tuvo a sus pies el mar que, como león domado, erizaba la melena y hacía coro, con sus rugidos, a los gritos de índignadón. a los anatemas coléricos de su dueño. En la cuadriga que arrastraba el carro triun- 10 ©Biblioteca Nacional de Colombia Senliero s fal de Víctor Hugo, como en la Homérica dp Aquiles, no todos lo corceles eran de raza itJmortal. Los que agui jaba el numen de la lírica r de la epop~ya, ,"olaban . superando las may ores alturas. Lo~ del arte teatral y la ficción no\"elesca. eran no menos fogosos; pero se advertí~ que procedían de e ' tirpe mortal. Y sin embargo. cuán bien se expl ica el deslumbramiento que produjeron lo.' primeros drama y la.; no\'elas de Víctor Hugo. Un torrente de pOte la corrió obre la escena francesa, desalojando las pálida sombra. de la tragedia seudo-c1ásic.:'1. que por ella \'agaban. o es el arte infinitamente delicado. sutil y humano de Recine, sino un tumu lto de encontradas pasiones; un desf;l e dé' figura en que e entremezclan reye y larRyos. hidalgos y bufones. doncellas y cortesal'C!:>, \'íctimas y verdugos; antítesis transformadas en seres h L1mano ; y por encima de todo , d signo trágico que halló el poeta escrito en los nlllros de 1 otre-Dame: Ananke! La fatalidac inexorable, i Qué noche la primera de Hernani ! j Qué !)ue ~'ta tal~ melancólica 'solemne la de los Burgrave ! Y si del teatro se pasa a la novela . qué potencia imaginativa la del que de pert;'¡ ele ,u sueño de iglo a la basílica gótica que señorea el viejo París y conmovió su mole de piedra con el ímpetu de 'ordenado de la pasiór. y agitó en torno la oleadas de la abigarrad,! y pintore ca multitud medioeval! Ni fue menOl la inspiración visionaria del que, en Los Mi5('rabIes, supo describir el tremendo drama psi cológico de la Tempestad bajo un cráneo, Todo este mundo se agita en una tormenta de pa sión, conducido por las leye' que el poeta ha querido darle y que no siempre coinciden cvn la que normalmente rigen la exi tencia de lo.; :'\el'e reale. y ese mundo paradójico, brillante y siniest!·o a un tiempo mi mo; sembrado de crónicas y alumbrado por la luz trágica de lo incendios y de las hogueras, ese mundo en donde gesticulan seres horribles o grotesco , Cuasimodo Triboulet, el hombre que ríe, ha ido descendiend·) lentamente sobre el horizonte literario, mie'! .. tras brillan en el cenit, como astros de fu lgr.l' inextinguible, la Tristeza de Olimpio. Villequier y el Sueño de Booz ; y no se oculta nunca aqupl arco de luna que Ruth , la mohabita, contemplaba tendida a los pies de Booz, meditando "qué segador del etemal e tío había _dejado negligentemente olvidada e~a hoz de oro en el campo de ec:trella.". Cuando falleció Víctor Rugo. hace cincuenta año. , hubo una emoción universal. París colocó su~ de";]lojos mortales debajo del Arco d" Triunfo. despué de haberlos conducido allí en el carro de 10 pobres, por expre~a voluntad del poeta, que quiso deslulllbrar con esa última antíteRi' de la miseria y de la gloria. Esa ap0teosis no puede 1'eno\'a1' e hoy día. Desapare'ció el coro de adoradores, y a una tan enorme popularidad, a una tan estruendosa fama, . l1Ple puceder una época de reposo en la admiración. Pero con todos los cambios de gusto, aun los mismo que siguen otras corrientes liten.rías, Re ven forzados a reconocer que Víctor Hugo es el lírico más grande de Francia y um· de los mayores que ha "isto la humanidac Cuando ~ e desploma un gigante de la selva, la caída produce un e~truendo formidable; de 'pués del cual reina un silencio solemne. Pero más adelante, al advertir el gran vacío que ha quedado en el bosque, vuel\'en las gentes a contemplar el tronco di forme, y a recordar el e:-Iléndido ramaje en el cual cantaban las aves; como en la l:amas del árbol de Víctor Rugo cantaron --según frase de un crítico- todos los poetas de su tiempo: un Leconte de Li h" un S\\'inburne, un Cardncci, un Teófilo Brag~. un Núñez de Arce. Hoy no es posible hacer una apología incondicional de Víctor Rugo. La admiración no e la idolatría. El hombre no estuvo siempre a tan alto nivel como el poeta; pero tiene rasgos qUe lo enaltecen ante la posteridad. Estuvo en favor de Jos pobres, de los débile , de los desheredados, Fue el cantor de los niños, que antes dp él no habían ocupado sitio tan importante en la poesía. Amó a su patria con amor indomable y a sus hijos con exquisita ternura. Tuvo fe en la libertad y en la ju~ticia y en el destino progresi,·o del género humano, Fue irrevocablemente ootimi. tao Creyó en la inmortalidad del alma y en la responsabilidad de ultratumba. Los crif'tianos no podemO!; m enos de lamentar que se hubiera apartado de una fe que le inspiró muchas de sus má bella poesías. Pero es justo reconocer que miró . iempre con veneración respetuosa la figura de Jesucri to y que siendo 11 ©Biblioteca Nacional de Colombia Senderos ya libre pensador, escribió, al pie de un crucifijo. cuatro versos inmortales. No fue un est<\dista. pero fue un ciudadano que tomó partracth'a en las luchas de i"U tiempo, a diferencia de tántos otros grandes poetas que !)asaron por -:1 mundo como cometas luminosos, sin contacto con la vida social. Y en su última declaración escrita, termina con esta frase: "Creo en Dios" . Al glorificar a Víctor Hugo e honra a la Francia y a la "Ville Lumiere", como él llarr.ó a París. Francia no deja perder ninguna ocasión de enaltece!' sus glorias, ya para renovarlas, ya para hacerlas resurgir, cuando, por C<t!"o raro, ."e hubi eran eclipsado. Con qué legítim0 orgullo puede tender la "ista sobre la centurÍ'1. pasada, iluminada en sus comienzos por la epr; .. peya napoleónica; arrullada hasta sus postrimerías por el canto de Víctor Hugo y sublimada con la gloria de Pasieur, uno de los más gran· des bienhechores de la humanidad, y que ha salvado má. sere humanos que los que fueroll sacrificados en las campañas del CéRar COl'. o Ella, que signe asombrando al mundo con su inagotable fecundidad en producir lo hombres que necesita, para presidir y dominar los grandes momentos de su historia, y para dar la \' 0 3 de orden, la palabra salvadora, en peligrosas crisis políticas y sociales. En su inmenso cris01 caen idea ,doctrina. y sistemas, y en él se fU~l­ den y adquieren nueva y brillante forma marcada con el sello del espíritu latino. A esa celebración responden voces del mundo entero. El homenaje que aquí e le rinde es modesto, como encargado a quien sólo ha podido r ecordaros lo que ya sabíai in necesidad de oírlo r.e mis labioR. E. unH hoja pequeña, desprendid:1 de un arbusto que cae sin ruido y se piel'de en el acto en la inmensa corriente de agua de uno de los magnos ríos tropicales, los cuales marchan arra tI'ando fragmentos de selva y trozos de ribera y penetran orgullo os en el mar sin qUE' las aguas durante leguas se entremezclen, como gloriosamente entra el genio en el océano de la posteridad. 12 ©Biblioteca Nacional de Colombia