TEMA 7: El teatro español en la primera mitad del siglo XX

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TEMA 7: El teatro español en la primera mitad del siglo XX. La obra
dramática de Ramón María del Valle-Inclán.
Como suele ser habitual en el teatro (mitad género literario, mitad espectáculo
público), también a comienzos del siglo XX se escribe, por una parte, un teatro para ser
representado, ya que satisface los deseos de diversión del público y por otra, un teatro
con intención artística y renovadora, pero que, muchas veces, choca con los gustos del
espectador y que, por ello, o no llegae a los escenarios o lo hace con escaso éxito.
Dentro del primer grupo están:
- Un teatro cómico, basado en tipos y ambientes populares o costumbristas. Son los
llamados sainetes. Muchos de ellos de ambiente andaluz, tópicamente alegre, donde se
escenifican problemas superficiales o sentimentales mediante unos diálogos ligeros y
llenos de ingenio (las obras de los hermanos Álvarez Quintero); otros se desarrollan en
ambiente madrileño, con personajes castizos y achulapados de los barrios populares,
que emplean un lenguaje lleno de humor, juegos de palabras (inventadas o
distorsionadas) y dobles sentidos. Paradójicamente, el creador de este lenguaje, que ha
pasado a ser modelo de madrileñismo, es el alicantino Carlos Arniches. Junto con
sainetes típicos, como El santo de la Isidra, Arniches desarrolló la llamada "tragedia
grotesca", que resulta de la unión de la comicidad de los sainetes con situaciones
trágicas o conmovedoras. El título más conocido es La señorita de Trevélez.
Otro subgénero cómico fue la llamada “astracanada”, un teatro del disparate, humor de
brocha gorda para conseguir la carcajada fácil a base de equívocos, deformación de
palabras, escenas rematadamente absurdas o anacrónicas… Pedro Muñoz Seca, uno de
sus creadores, es el autor de una famosísima parodia de los dramas románticos en verso:
La venganza de don Mendo.
- Una “comedia de salón”, llamada “benaventina” por su principal representante,
Jacinto Benavente, heredera de la “alta comedia” del siglo XIX. Se trata de obras bien
escritas, de fluidos diálogos, que plantean críticas de costumbres, tales como el
materialismo, el egoísmo, la frivolidad o la hipocresía de la sociedad; vicios, en
cualquier caso, inherentes a la condición humana, y, por tanto, aceptados por toda clase
de público. Los intereses creados es una farsa basada en los personajes de la Commedia
dell’arte en que se critican los ideales burgueses convencionales. La Malquerida es un
drama rural de pasiones incestuosas. En 1922 le fue concedido el Premio Nobel.
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- Un teatro modernista, en verso, de formas sonoras y coloristas y tono legendario
que escenifica hazañas del pasado heroico, casi siempre como una exaltación de los
valores tradicionales. Es el caso de En Flandes se ha puesto el sol de Eduardo
Marquina, las obras de Francisco Villaespesa, o alguna de la primera época de Valle (El
marqués de Bradomín, Cuento de Abril) o Lorca (Mariana Pineda).
Dentro del segundo grupo se pueden encontrar los intentos de Unamuno de llevar,
también al teatro, sus meditaciones sobe la identidad profunda del ser humano (Fedra) o
las llamadas, por su estética surrealista, “comedias imposibles” de Lorca (El público).
Lorca y Valle Inclán son los autores principales de esta época que aúnan hoy los éxitos
de crítica y público. Además de los títulos ya citados, lo principal de la obra teatral de
Lorca son sus dramas rurales: Bodas de sangre, Yerma y La casa de Bernarda Alba. En
ellos se repite un mismo tema: el enfrentamiento del individuo con su contexto, que
tiene como consecuencia la tragedia. La protagonista es la mujer, símbolo de la
marginación. El lenguaje, cargado de metáforas y comparaciones poéticas, refleja, al
mismo tiempo, el lenguaje popular. Del mismo modo, es capaz de combinar
convincentemente lo realista y lo simbólico: un pueblo andaluz es símbolo de la
opresión secular, lo mismo que una madre puede ser símbolo de la autoridad
implacable.
Comienza combinando el verso y la prosa, pero termina, en La casa de Bernarda Alba,
utilizando sólo la prosa.
La guerra supuso, también en el teatro, una inevitable ruptura. Valle Inclán,
Unamuno, García Lorca o Muñoz Seca mueren (los dos últimos asesinados). Entre los que
marcharon al exilio destaca Alejandro Casona, autor de un teatro poético, muy bien
construido, que plantea el conflicto entre la ilusión y la verdad. Antes de salir de España
había triunfado con títulos como La sirena varada, premio Lope de Vega, o Nuestra
Natacha. En Argentina, en los años cuarenta estrena obras como La dama del alba o La
barca sin pescador, hasta que, en los años sesenta, regresa a España.
En España, en los años de la inmediata postguerra destaca un teatro que sigue la
línea de la “alta comedia” o “comedia de salón” de Benavente, es decir, temas de tipo moral
o social, (problemas familiares, envidias, ambiciones personales, infidelidades, celos), unas
veces en forma de drama, con un tono grave o ideológico (J. I. Luca de Tena, J. Mª. Pemán,
J. Calvo Sotelo), otras en forma de comedia, con un tono más ligero, amable o sentimental
(Edgar Neville, José López Rubio, Víctor Ruiz Iriarte).
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Mención aparte merece la obra de Enrique Jardiel Poncela. Novelista y dramaturgo,
su teatro desarrolla las posibilidades cómicas del lenguaje mediante equívocos, situaciones
insólitas, diálogos brillantes y juegos de palabras disparatados. Pero, a menudo, ese humor
esconde una visión amarga y escéptica de la realidad. Sus obras sorprenden al espectador
presentando personajes atípicos y situaciones disparatadas que, sin embargo, se explicarán
a lo largo de la obra. Es, en cierto modo, un anticipo, en la vertiente cómica, de lo que luego
será el teatro del absurdo. Entre los títulos de sus comedias, siempre llamativos por sus
paradojas o juegos de palabras, destacan: Cuatro corazones con freno y marcha atrás, Los
habitantes de la casa deshabitada, Los ladrones somos gente honrada y, sobre todo, Eloísa
está debajo de un almendro.
Por esta época ya había escrito Miguel Mihura Tres sombreros de copa, su obra más
famosa, pero no se estrenaría hasta veinte años después, en 1952, por lo que se estudia en
el tema 12.
Valle-Inclán (Villanueva de Arosa 1866-Santiago de Compostela 1936)
Personaje bohemio y de extravagante figura cultivada por él mismo (desde la
transformación de su discreto nombre, Ramón Valle Peña, en el sonoro Ramón María
del Valle-Inclán, a su aspecto físico o a su biografía, construida a partir de anécdotas
reales o ficticias (por ejemplo, en torno a la pérdida de su mano). Su evolución personal,
siempre anticonvencional, lo llevó desde el carlismo de su juventud, añorante de valores
señoriales y tradicionales, hasta las posiciones revolucionarias de su vejez.
Por lo que respecta a su trayectoria teatral, se pueden considerar tres etapas
fundamentales (paralelas a las vistas en su obra novelística):
- Una primera modernista, es decir, antirrealista, con un cuidado lenguaje poético,
muchas veces en verso, y con los mismos ambientes y personajes que los de sus obras
narrativas de esta etapa (por ejemplo, sus Sonatas se convierten en el teatro en El
marqués de Bradomín, que era su protagonista). Posterior, pero con estas mismas
características, es Cuento de abril.
- La segunda etapa corresponde al llamado ciclo mítico, o de “primitivismo”, en el
que en un ambiente rural de una Galicia primitiva y supersticiosa, unos personajes
elementales, hidalgos y siervos, representantes de un mundo antiguo y casi intemporal,
actúan dominados por instintos primarios, tales como la lujuria, la avaricia, o la
violencia, lo que da lugar a una serie de escenas truculentas de gran fuerza dramática. A
este grupo pertenecen las Comedias bárbaras (Águila de blasón, Romance de lobos y
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Cara de plata) sobre la figura de Juan de Montenegro, especie de señor feudal, bárbaro
y lujurioso, que termina muriendo a manos de sus degenerados hijos (los lobos), por
avaricia.
- La tercera etapa, la del esperpento, se inicia con la época de las farsas (Farsa y
licencia de la reina castiza) recogidas luego bajo el título genérico de Tablado de
marionetas. Son obras en que, de forma progresiva, los personajes se van
caricaturizando y convirtiendo en muñecos grotescos. En esta trayectoria se sitúa
Divinas palabras, en la que se vuelve a presentar un mundo rural y primitivo de la
Galicia ancestral, pero despojado ya de lo épico o grandioso que pudieran conservar los
viejos hidalgos de sus obras anteriores, para hacer sólo hincapié en lo sórdido y
miserable. Esta etapa desemboca finalmente en el esperpentos, creación de Valle que se
encuentra en la línea de lo que en Europa era el expresionismo (exageración violenta de
la realidad como una forma de expresar más fielmente su significado) y cuyos
antecedentes establece el propio Valle en Quevedo y Goya. El esperpento queda
formulado a partir de Luces de bohemia (1920) como "la realidad vista a través de la
deformación de los espejos cóncavos". Es pues, una deformación sistemática de la
realidad como vehículo de denuncia de la España contemporánea. Características del
esperpento son:
- Personajes degradados, vistos "desde el aire", convertidos en fantoches por
procedimientos tales como la animalización o la cosificación.
- Presentación de problemas y conflictos contemporáneos, protagonizados por esos
personajes ridículos, contraste que produce la situación grotesca, el humor negro,
amargo y crítico, el sarcasmo hiriente.
- Sucesión rápida de personajes (muy numerosos) y escenas (muy variadas).
- Variedad de registros lingüísticos: son frecuentes los cultismos, citas literarias,
parodias; y con ellas, los vulgarismos, deformaciones de palabras, madrileñismos,
gitanismos... muchas veces en contraste llamativo y humorístico con el contexto
lingüístico o la situación física, como se ha visto más arriba.
- Acotaciones de valor no sólo funcional, sino literario, a base de descripciones plásticas,
construidas con trazos rápidos y oraciones nominales cargadas de connotaciones.
Además de Luces de bohemia, esperpentos son también los títulos de la trilogía Martes de
carnaval.
En conjunto, la obra dramática de Valle-Inclán supuso una renovación dramática que se
anticipó a las tendencias de su época.
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