¡AY DIOS MÍO! ¡ME QUIERO CASAR!

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¡AY DIOS MÍO! ¡ME QUIERO CASAR!
Por Pastor Fredy Ávila
Acostumbrado a enseñar, de cinco a siete veces por semana, a veces más, semana tras
semana; confieso que al principio lo miré como algo que no haría un cambio significativo en mi
ministerio. Pero cuando comencé a pensar de manera más delimitada y queriendo hacer una
labor un poco diferente a lo tradicional. Me impresioné del peligro que hay en nosotros los que
hacemos esto, de volvernos insensibles, simplistas y autosuficientes. Realmente Dios quiere
usarnos, pero requiere de nosotros humildad y el reconocimiento de que él tiene algo especial
para cada persona y que nosotros solo tenemos que ayudarles a buscarlo y a encontrarlo. Hay
mucho que aprender y en el proceso llevaremos sorpresas porque Dios no dejará de ser creativo.
Inmediatamente cambié lo que había pensado hacer; trabajar con los ancianos de mi iglesia,
porque al fin y al cabo a ellos los veo todos los jueves en nuestra reunión semanal de edificación
y de asuntos de la iglesia. Pero luego vi que estaba una vez más, buscando mi conveniencia y no
al necesitado de ser discipulado. Por lo tanto, decidí seleccionar a dos personas que yo sabía que
estaban necesitadas de tocar temas muy personales.
Elegí a dos mujeres jóvenes adultas y solteras. De esas jóvenes que sufren la terrible
presión de la gente, especialmente de la las mujeres de la iglesia, para que se casen. Nos
reuniríamos con mi esposa, primero con una y luego haciendo lo mismo, con la otra pero en la
misma semana. Desayunamos en un restaurante o en mi casa, platicaríamos de manera tranquila,
escucharíamos lo que saliera de su corazón y luego la llevaríamos a algún pasaje de la Biblia que
sería pertinente. Finalmente oraríamos por ella y luego confirmaríamos la próxima reunión. Con
ambas personas yo llevaba el plan de 1. La importancia del devocional. 2. Enseñarle a meditar en
la Biblia, 3. Enseñarle a orar en base a la palabra de Dios y 4. Enseñarle cuáles son las formas
que Dios usa para formar a sus hijos. De lo planificado se logró quizá el 50 % ya que las
necesidades en ambas personas eran casi las mismas: “¿Me iré a casar? ¿Por qué no veo ninguna
luz que me motive? ¿Cómo puedo hacer para no deprimirme? ¿Debo hacer algo, como buscar
lugares, iglesias, actividades donde hay más posibilidades de relacionarme con hombres para
ayudar en algo? ¿Debo cambiar mi forma de vestir? ¿Cómo debo reaccionar ante la presión de
hermanos que sin duda alguna tienen una buena intención, pero realmente ofenden con sus
comentarios, sus oraciones públicas y su acoso? “Yo quiero casarme realmente, quiero tener un
compañero, quiero disfrutar del sexo, quiero tener hijos, quiero hacer la voluntad de Dios” ¿Por
qué Dios no ve mi necesidad y me ayuda? ¿Qué tengo que hacer? ¿He cometido algún pecado
que debo confesar? ¿Hay sobre nuestra familia alguna maldición espiritual? ¿Por qué solo me
salen hombres no cristianos y a veces casados? Yo quiero manejar con madurez mi caso, pero
quiero tener una postura correcta de lo que dice la Biblia. No quiero dejar de hacer algo que
impida la bendición de Dios para mi vida.”
Principiamos escuchando todos sus comentarios, sus frustraciones, sus enojos, sus
posturas o convicciones, sus tentaciones, sus luchas, lo sincero de su búsqueda y la
determinación de querer obedecer a Dios. Pero también sus confesiones de errores cometidos en
el pasado y sobre todo el terrible temor de fallarle a Dios en cualquier momento. En el momento
de escucharles suceden muchas cosas. Se siente compasión y uno se corre el peligro de mostrar
esa compasión de alguna manera, lo cual es muy peligroso porque ellas no quieren sentirse
compadecidas, o que son pobrecitas, o que no son mujeres realizadas o que no son felices. No
quieren humillaciones y resaltan frecuentemente su dignidad. Dignidad que enfaticé con pasajes
de la Biblia como Romanos 12:3, Efesios 2:10 y el Salmo 139. En la medida que yo estaba
escuchándolas mi esposa y yo pedíamos en oración: amor de Dios, sabiduría para hablar, gracia
para verter los principios bíblicos de la mejor manera posible y mucho dominio propio para no
hablar demasiado.
La experiencia de mi esposa fue muy diferente a la mía. Yo confieso que tuve
pensamientos impuros y sentí la presencia del Diablo que luchaba en mi mente y en mi corazón.
Es muy fácil perder el control y disfrazar de piedad los impulsos carnales que batallan
fuertemente en nuestros miembros. Inclusive pude detectar el orgullo diabólico al pensar “Yo
podría ser lo que ella necesita” “Yo podría tomarla y hacerla feliz” ¡Que tremendas luchas!
¡Gracias a Dios que mi esposa siempre está dispuesta a estar conmigo en estos casos!
¿QUÉ LOGROS O AVANCES?
En cada reunión veíamos obrar al Espirita Santo y hacer algún avance. Pude comprobar que Dios
mismo está más interesado en el discípulo que el mismo discípulo en Dios, pues en esos días,
justamente recibí un correo electrónico de una consierva en el que contaba su testimonio de
cómo ella había orado 17 años por su esposo y de cómo finalmente Dios le había contestado con
un esposo que se ajustaba 100% a lo que ella había pasado. Fue impresionante ver cómo en el
correo ella expresaba los pasos que había seguido y cómo ella misma se ofrecía para ayudar a
cualquier persona. Yo imprimí su correo y se los lleve a mis discípulas, fue una provisión
maravillosa de Dios para mí y para ellas.
LA MEDITACIÓN EN LA BIBLIA
Pudimos meditar en el libro de Habacuc de forma tranquila y demostrar el poder de la oración y
de la palabra en nuestros problemas. Habacuc estaba muy frustrado, indignado, molesto y hasta
casi usó la ironía con Dios cuando le dijo: “No que eres muy limpio de ojos para ver el mal, que
no puedes soportar el agravio, ¿porqué entonces callas cuando el impío asedia al que es más
justo que él?”. Vimos como Habacuc dialogó con Dios en una oración, en la que siente libertad
de expresarle a Dios cómo se siente. Dios le escucha y luego le contesta. Finalmente Habacuc se
convence de que Dios tiene razón, de que tienen el control de todo, pues él está sentado en su
santo templo y delante de él debe callar toda la tierra (Habacuc2:20). Enfatizamos la santidad
como la plataforma para que Dios nos bendiga, también el gozo aún cuando no tenemos
satisfechas todas nuestras necesidades pues confiamos que ese Dios todo poderoso que está bajo
control, puede en cualquier momento cambiar nuestro lamento en baile. Por eso Habacuc termina
describiendo una situación real y caótica, pero habiendo hecho su paz con Dios puede decir
“…con todo eso yo me gozaré en Jehová y me alegraré en el Dios de mi salvación.”
CONSEJERÍA
Animamos a que oren a Dios con confianza, diciéndole algo así como: “Señor yo me quiero
casar, tú sabes que yo anhelo tener un esposo, tú sabes que yo tengo necesidades sexuales, Señor
por favor ayúdame, yo quiero tener hijos…” Enseñamos sobre la importancia de hacer promesas
a Dios como por ejemplo: “Con mi matrimonio yo te voy a servir” “Vamos a dedicarnos servir a
las parejas” “Voy a luchar incasablemente para que mis hijos sean buenos creyentes” en fin; algo
parecido a lo que hizo Ana en el templo de Elí. También subrayamos que una vez presentadas
nuestras peticiones a Dios, debemos confiar en él y ya no estar más tristes sino que como Ana,
comer y alegrarnos. Dejamos claro que Dios espera que nosotros por fin entendamos que el
matrimonio no hace feliz a nadie, que el tener hijos no hace feliz a nadie, que el sexo no hace
feliz a nadie. Solo Dios puede llenar esa necesidad y traer sentido de realización. El que tiene a
Cristo está completo (Colosenses 2:8-10). Enfatizamos que no es sano enfocar la vida en esa
necesidad y que no debemos estar en inquieta ansiedad, menos aún deprimirse. Dios no quiere
que el hombre esté solo, pero sólo él sabe cuando traerá un compañero. Debemos descansar en
él, debemos recordar que Adán estuvo durmiendo mientras Dios le traía a su compañera. No
debemos usar trucos como vestirse provocativamente, sino orar, esperar en Dios y deleitarnos en
él. Si Dios no les ha dado el don de continencia, de seguro que proveerá un buen esposo, pero en
su tiempo.
Con la presión de la gente pudimos aconsejar la necesidad de ver las motivaciones de la
gente. Necesitamos orar para que Dios nos de humildad y paciencia para perdonar a la gente.
Prometimos enseñar a la congregación para que no hostigue a los jóvenes solteros que en lugar
de fastidiar, deben mejor orar por ellos. Vimos el poder de la oración y el poder de la palabra y
sin embargo a cada cierto tiempo, estas personas volvían a caer en depresión. Y otra vez
necesitaban una llamada telefónica u otra reunión no planificada. Allí fue donde pudimos
enseñar la importancia del devocional diario y sobre todo de la meditación en las sagradas
escrituras, para no crear dependencia en nosotros sino fomentar la dependencia de Dios.
EVALUACIÓN
Creo que fue un tiempo muy provechoso y de mucho aprendizaje. Realmente lo disfruté. Creo
que es un área descuidada en nuestro trabajo pastoral. Creo que a las mujeres deben ayudarlas
mujeres y a los hombres, pues lideres. Lo que hice es muy riesgoso, pese a que lo hice en
presencia de mi esposa. Las personas están muy pero muy contentas, han dado por hecho de que
vamos a continuar y una de ellas está organizando un grupo más grande talvez no para enfocar
este tema en particular, sino para estudiar la Biblia porque según dijo, es una bendición que abre
los ojos y despeja el camino por donde debemos caminar.
ASUNTOS POSITIVOS
Confieso que las reuniones fueron diferentes, más personalizadas, más sinceras, más íntimas,
más espirituales que lo que normalmente se hace cuando hay un grupo de 10 a 20 personas. Cada
inquietud se escuchaba con mucho interés y el Señor proveía un comentario, un consejo o un
pasaje que venía a caer como aceite en una herida. Dijeron que es muy fácil discernir cuando una
persona tiene interés genuino en ayudar. Y que es muy fácil detectar cuando alguien está siendo
hipócrita.
ES UN MINISTERIO REAL Y NECESITADO
Creo que todas las iglesias tienen un ministerio juvenil, un pastor de jóvenes y partidas
presupuestarias para atender a los jóvenes en masa. Pero se necesita algo más que eso. Se
necesita un discipulado. Se necesita una ayuda personalizada. Se necesita gente laica preparada,
gente madura, gente santa, gente reservada y con un corazón pastoral para atender a nuestros
jóvenes. Se necesita recobrar la “Bendición olvidada” de la que habla Henry Holloman.
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