MI QUERIDA BICICLETA Por Ezequiel Fernández Moores Para LA NACION 04 de Agosto de 2010 Era un grupo de personas amando a su deporte. Estaban imantados ante la pantalla. En el televisor de la derecha hablaban de la intervención de Nicolas Sarkozy en la selección francesa de fútbol. Y luego daban indicios del sainete que caería sobre la selección argentina. Era un relato de El Padrino . O de Gaby, Fofó y Miliki. A ese grupo de personas no les importaba el circo. Tampoco les interesaba que a sus espaldas pudieran aparecer leones, hipopótamos o elefantes. Al fin y al cabo, estaban en el campamento Lower Sabie, del Parque Kruger, la reserva animal más grande de Sudáfrica. Esa gente seguía el Tour de Francia. No había exitismo. No importaba si ganaba tal o cual. "Porque los españoles aman mucho más el ciclismo desde que comenzaron a ganar el Tour", me dice el colega David Walsh, del Sunday Times . Walsh, autor de libros que desnudaron hace años el supuesto doping de Lance Armstrong, el guerrero tejano que a los 39 años acaba de correr su último Tour, tiene autoridad para hablar del tema. Antes de Miguel Indurain, los españoles habían ganado el Tour tres veces en 88 años, y la última con un positivo polémico de Pedro Delgado. "Pero desde comienzos de los 90, cuando apareció el doping con EPO -sigue Walsh- , lo ganaron 10 de 19 veces (Armstrong ganó otras 7). ¿Cómo puede ser que Francia, que hizo profesional el ciclismo y dominaba y ama a su Tour, no logre ganarlo desde 1985? ¿No será por su ley antidoping, durísima si se la compara con la de España? España fue el país donde menos se profundizó la investigación de Operación Puerto, el escándalo de doping que involucró al propio Alberto Contador, flamante tricampeón del Tour." "En el ciclismo, los soñadores se convirtieron en cínicos", me dice Walsh. Más de seis millones de personas siguieron por TV en España la contrarreloj del sábado 17 de julio, en la que Contador aseguró su nuevo triunfo. Al español le cuestionaron que le regalara una etapa al luxemburgués Andy Schleck, su principal rival. Y que llegara a la meta abrazado con él. Lo hizo tras disculparse porque en la etapa previa lo había pasado aprovechando que a Schleck se le había salido la cadena de la bicicleta. En la Fórmula 1 el incidente causaría risa. No en el ciclismo. Pero tanta cordialidad posterior enojó a los más veteranos. "Esto no es cicloturismo, es el Tour". El Tour fue creado en 1903 por el periódico L´Auto -precursor de L´Equipe - para quitarle lectores a L´Auto Velo . Gracias al Tour, L´Auto triplicó sus ventas. Entre sus primeros héroes está el franco-argentino Lucien Mazan, bicampeón en 1907 y 1908 con el seudónimo de Lucien Petit-Breton. Hacían falta sacrificio y dureza para trepar montañas heladas o correr llanuras bajo un sol impiadoso. Siempre al lado de los millones que esperaban el paso por la ruta. Querían ver de cerca a mitos como Fausto Coppi, Jacques Anquetil, Bernard Hinault o Eddy Merckx. Hablé mucho del amor que los europeos mantienen hacia el ciclismo con Carlos Arribas, del diario El País , de Madrid, acaso el mejor periodista de ciclismo de habla hispana. ...l destapó en 2006 las cloacas de la Operación Puerto. Pero ama a su deporte. Me transmitió ese amor a través de dos libros que me envió hace unos meses. Los forzados de la carretera. Tour de Francia 1924 son las crónicas de Albert Londres, uno de los máximos precursores franceses del periodismo de investigación. "Existen fantasistas que se tragan ladrillos y otros ranas vivas. He visto a faquires que «escupen» plomo fundido. Son personas normales. Los verdaderos chiflados -comienza Londres una de sus crónicas- son algunos iluminados que el 22 de junio abandonaron París para comer polvo." Lo dice tras una etapa de 482 kilómetros. Casi veinte horas seguidas sobre la bici. Al día siguiente había que subir a los Pirineos. Un total de 1200 kilómetros recorridos para ganar apenas seis francos. Las crónicas de Londres son deliciosas. Cuenta que el italiano Alessandro Bottecchia, segundo en ese Tour, canta una canción sobre los ojos de una mujer, de una belleza jamás vista. "No es necesario creer a Bottecchia -dice Londres-. Cuando alguien lleva como él las gafas coloreadas y media libra de polvo en cada cristal no se pueden juzgar los ojos de las mujeres de Francia." Para correr 3600 kilómetros a una media de 40km por hora, el Tour de las últimas décadas ha dejado un tendal de ciclistas bajo proceso judicial por doping. "¿Quiere saber cómo funcionamos?", preguntaron los hermanos Henri y Francis Pellisier a Londres en 1924. "Esto es cocaína para los ojos, esto otro cloroformo para las encías. Esto es pomada para calentarme las rodillas. ¿Y píldoras? ¿Quiere ver píldoras? Aquí tiene píldoras. Usted aún no nos ha visto en el baño en la meta. Pague por el espectáculo. Sin el barro estamos blancos como sudarios, la diarrea nos vacía, perdemos el conocimiento en el agua? Pierdo seis uñas de los pies. Y cuando bajamos de la bici nuestra piel se ha pegado a los calcetines, a los calzones, estamos en carne viva?". Londres describe un descenso a 60 km por hora. Cuenta del ciclista que "aprieta los dientes como si pidiera ayuda a su mandíbula". Y dice que "si no hay «fiambres» es porque los precipicios no lo han querido". Habla del ciclista que llora ante su entrenador porque ya no tiene tendones. Y de un colega que le avisa que "esto no es un oficio, es una misión". El ciclista recomienda leer La vida de los mártires . El segundo libro que me envió Arribas es Mi querida bicicleta . El holandés Thijs Zonneveld cuenta su primera cena en un equipo chino, sobre el final de su carrera, en 2007. "Todo está permitido. Eructar, comer con la boca abierta, sorber ruidosamente y tirarse pedos. A más ruido, mayor satisfacción del comensal con la comida. Dicho de otro modo, un largo eructo no es señal de mala educación ni de chabacanería, sino un enorme cumplido para el cocinero." Superada la costumbre, Zonneveld habla de la gran amistad que trabó con Xing Yan Dong. Su colega chino se emocionó cuando Zonneveld le contó que se retiraba, que ésa era su última carrera. Xing Yan Dong, de inglés precario, pero de enorme sensibilidad, lo despidió diciéndole que tenía "Rain in my eyes" (Lluvia en mis ojos). En otro texto del mismo libro, Peter Winnen habla del millonario que, en un Tour de los 90, renunció esperar la llegada en un puesto VIP. El hombre, experto en fondos de inversión, esperó más de media hora parado en la meta, bajo un sol durísimo. "No se ha convertido en el mito de sus aspiraciones juveniles. No es el gran ejemplo, emanado del pueblo, que reconforte a la humanidad. No es el héroe del ciclismo, inocente por definición al tratarse sólo de un deporte." Winnen deja de hablar del millonario y se pregunta cuándo fue que él sí quiso convertirse en mito. Recuerda las imágenes de ciclistas sangrando tras una caída, pero otra vez subidos a la bicicleta. Y que los escaladores, más que los velocistas, eran sus verdaderos héroes. Se lanzaban a carreras suicidas. ...l quedó perplejo al ver que reían. "Nunca había visto a nadie burlarse de la muerte." Alain Laiseka habla de la Guerra Civil Española en Tres escalones . Recuerda a un hambriento que, en medio de un banquete "inaudito en plena hambruna", lloró de angustia, porque había saciado su hambre con el primer plato de lentejas. No sabía que había un segundo más delicioso, de trozos de carne. Tres escalones habla de Jesús Loroño. En la "mili" (servicio militar) dijo que era ciclista. "Perfecto Loroño, serás el cartero". Oroño terminó siendo el ciclista vasco más famoso de los años 50. En 1957 ganó la Vuelta a España y fue quinto en el Tour. "Mi querida bicicleta" se llama el último texto del libro. Su autor, el escritor español Miguel Delibes, recuerda cuando niño pidió a su padre que lo ayudara a subirse a su primera bicicleta. "Luego". Los "luego" de los padres, para un niño de siete años, dice Delibes, "suelen durar eternidades". El padre ayudó finalmente al niño a montar la bici y le dio el primer y definitivo consejo. "Mira siempre hacia adelante, nunca mires a la rueda". El niño hizo caso. Corrió feliz. Hasta que "el fantasma del futuro", la pregunta mítica ("¿qué ocurrirá mañana?"), se apoderó de él. Cómo frenar y bajarse de la bici. "Muy sencillo -respondió el padre-: frenas, dejas que caiga la bicicleta de un lado y pones el pie en el suelo." No fue tan sencillo. El miedo paralizó al niño. "Es que no me atrevo, párame tú", suplicó. Y el padre respondió: "Has de hacerlo tú solo. Si no, no aprenderás nunca. Y cuando sientas hambre, sube a comer".