La cúpula financiera sionista mundial que impuso a

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La cúpula financiera sionista mundial que impuso a
Peña Nieto en la presidencia de México lo presiona para
que privatice los servicios de Salud y la Educación
El peñismo maniobran para quebrar totalmente a las instituciones y ponerlas a la venta o desaparecerlas
El peñismo ha impuesto once
reformas privatizadoras que
presume como grandes logros.
La número doce será hundir más
de lo que ya está al sistema de
salud, cuya cabeza de sector es la
Secretaría de Salud dirigida por
la señora de larguísimo nombre
y cortísima capacidad: María de
las Mercedes Martha Juan López.
Además de que su tan cacareado
seguro popular es un anzuelo sin
carnada… sin medicinas, sin camas
suficientes. Tanto en el IMSS –
que lleva a pique José Antonio
González Anaya– como en el
ISSSTE –donde hizo lo propio el
finado Sebastián Lerdo de Tejada, y
su actual encargado de la Dirección:
Antonio Godina– las citas son
diferidas hasta por tres meses.
Todos éstos junto con el peñismo
maniobran para quebrar totalmente
a las instituciones y ponerlas a la
venta o desaparecerlas, para seguir
favoreciendo a los hospitales
privados de los Vázquez Raña y
compañeros de viaje del botín, y
sólo atender a la “clientela” que
pueda pagar sus altísimos precios;
pues el término “paciente” queda
fuera de su antiética actividad.
De esta manera, el resto de los
mexicanos: trabajadores, burócratas
y necesitados de cualquier servicio
médico, serán pacientes y afiliados,
pero sólo en el discurso peñista
en pro de la salud. La austeridad
impuesta por Peña y su alter ego:
Videgaray (a quien ya le anda por
cortarle la cabeza a Emilio Lozoya
de Pemex), es para ir disminuyendo
la inversión que se otorga al Instituto
Mexicano del Seguro Social
(IMSS), al Instituto de Seguridad
y Servicios Sociales para los
Trabajadores del Estado (ISSSTE),
y a la Secretaría de Salud (SS), para
asfixiarlas; y como hicieron Salinas
y Zedillo con el neoliberalismo
económico (Héctor Guillén Romo:
La contrarrevolución neoliberal
en México, y de Mark Blyth:
Austeridad, historia de una idea
peligrosa), entregar lo que resta del
Estado de Bienestar a la iniciativa
privada nativa y extranjera. Se
trata de cortar la artrítica mano
visible keynesiana del gobierno
intervencionista en los mercados,
para dejar todo en la mano invisible
de Adam Smith para implantar la
máxima libertad de mercado.
Con sus once desmantelamientos
a los principios constitucionales,
para establecer un gobierno
contrario a la Ley Suprema de
la Nación, el peñismo quiere
rematar implantando la clausura
del muy deteriorado sistema de
salud pública, para que prevalezca
la medicina privada que atienda
únicamente a los ricos (los
millonarios y multimillonarios de
Larrea, Azcárraga o Bailleres, van a
hospitales estadounidenses). Y que
la clase media que pueda, no tenga
más opción que pagar laboratorios,
clínicas y consulta en las cadenas de
hospitales privados y consultorios
particulares. Y los sin capacidad
económica sufran las consecuencias
de su empobrecimiento consultando
a la herbolaria, se encomienden
a San Judas Tadeo o vayan a las
“limpias”, “hueseros” y demás
curanderos. Y uno que otro –con
sacrificios– recurra a quienes
prometen milagros que nada curan,
pero con sus chantajes roban el
poco dinero que consiguen.
Se afianza el proceso
privatizador en México
Otra
de
las
reformas
desmanteladoras
del
estado
mexicano es la educativa que fue
duramente cuestionada durante
la comparecencia del secretario
de Educación, Emilio Chuayffet
Chemor, ante la Comisión
Permanente del Congreso, en la que
se hizo evidente que la evaluación
educativa sigue adelante, aunque
las autoridades del ramo estén
conscientes de que no aportará
nada positivo en favor del sistema
educativo. No sólo porque su
diseño es ajeno a la integralidad
que requiere una verdadera reforma
educativa, sino porque se trata de
un mecanismo indispensable para
avanzar en la desculturización del
país, conforme a la gran estrategia
del Grupo de los Siete orientada
a controlar a la humanidad con
el objetivo supremo de asegurar
la explotación y usufructo de las
riquezas del mundo.
Es preciso partir de un hecho
incuestionable: las plutocracias de
las súper potencias que conforman
al Grupo de los Siete (Estados
Unidos, Alemania, Gran Bretaña,
Francia, Japón, Canadá e Italia)
no quieren correr el riesgo de
tenerse que enfrentar al bloque
formado entre Rusia y China,
como es previsible que llegue a
suceder en los próximos años, y
cuando la crisis del capitalismo
neoliberal sea de tal magnitud que
no pueda ofrecer soluciones a los
gravísimos problemas estructurales
de sus pueblos. La alianza entre
los dos gigantes será inevitable
para defenderse de las asechanzas
y provocaciones imperialistas, que
lo son en tanto que su sueño es
consolidar un mundo gobernado
por los súper poderes fácticos
occidentales.
En este marco geoestratégico
nada pueden hacer “gobiernos”
como el de México, sino obedecer
sin chistar las directrices que
llegan desde Washington. Para los
plutócratas del Grupo de los Siete
es fundamental liquidar las culturas
nacionales, porque son el principal
escudo que tienen los pueblos
para defender su historia, sus
tradiciones, su presente y su futuro.
Esto lo tenía muy claro uno de los
fundadores del Club Bilderberg,
el príncipe Bernardo de Holanda,
cuando afirmó: “Es difícil reducar
a la gente que ha sido educada en
el nacionalismo. Es muy difícil
convencerlos de que renuncien a
parte de su soberanía en favor de
una institución supranacional”.
De ahí la trascendencia del
golpe de Estado de los tecnócratas
que encabezó en 1982 Joseph
Marie
Córdoba
Montoya,
para liquidar la ideología de la
Revolución Mexicana y comenzar
a reducar al pueblo de México.
En poco más de tres décadas, los
sucesivos “gobiernos” al servicio
de Washington lograron grandes
avances, como lo podemos
constatar en la actualidad, cuando
sin provocar una gran protesta
social la tecnocracia reaccionaria
impuso, con la complicidad de
la “izquierda”, las mal llamadas
reformas estructurales, entre las
que la educativa y la energética
son la esencia de la total entrega
de la soberanía nacional a intereses
extranjeros.
Por eso la voz discordante
de Manuel Bartlett en la
comparecencia de Chuayffet
quedó como algo anecdótico,
como la protesta impotente de un
pueblo condenado a ser víctima
de intereses descomunales que no
reconocen fronteras, principios,
ideologías ni mucho menos los
dramáticos sufrimientos de las
clases mayoritarias. Bartlett, en sus
intervenciones, fue al fondo de la
imposición de la reforma educativa,
de la que las evaluaciones son
la parte más visible pero menos
importante, porque lo fundamental
para la oligarquía es lograr el
control pleno de los maestros,
para convertirlos en una masa sin
ninguna influencia social, simple
mano de obra esclava prescindible
cuando sea conveniente.
La Suprema Corte de Justicia
de la Nación (SCJN) dictaminó
la constitucionalidad de la mal
llamada
reforma
educativa,
como era de esperarse, así que la
represión contra la Coordinadora
Nacional de los Trabajadores de
la Educación (CNTE) se habrá de
endurecer, porque el gran objetivo
de Washington es irrenunciable:
hacer de México una colonia
estadounidense. Para lograrlo
cuenta con el decidido apoyo y
beneplácito de una oligarquía voraz,
insaciable e inmoral, que lleva a
cabo el trabajo sucio que ordena
el gobierno de la nación vecina.
¿Acaso no son sus integrantes los
principales interesados en liquidar a
la disidencia magisterial?
Bartlett fue muy claro al señalar
el origen extranjero de la reforma
educativa, y muy incisivo al afirmar
que su finalidad es básicamente
acabar con la educación pública,
gratuita y laica. Al final de su
intervención ejemplificó con la
persecución por parte de la SEP a
la Universidad Obrera de México,
a pesar de contar con ocho décadas
de vida, tan solo porque lleva a
cabo una labor social en beneficio
de jóvenes de escasos recursos. La
gran interrogante es cómo enfrentar
las embestidas de los poderes
fácticos trasnacionales.
Fuente:
revoluciontrespuntocero
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