15 La cúpula financiera sionista mundial que impuso a Peña Nieto en la presidencia de México lo presiona para que privatice los servicios de Salud y la Educación El peñismo maniobran para quebrar totalmente a las instituciones y ponerlas a la venta o desaparecerlas El peñismo ha impuesto once reformas privatizadoras que presume como grandes logros. La número doce será hundir más de lo que ya está al sistema de salud, cuya cabeza de sector es la Secretaría de Salud dirigida por la señora de larguísimo nombre y cortísima capacidad: María de las Mercedes Martha Juan López. Además de que su tan cacareado seguro popular es un anzuelo sin carnada… sin medicinas, sin camas suficientes. Tanto en el IMSS – que lleva a pique José Antonio González Anaya– como en el ISSSTE –donde hizo lo propio el finado Sebastián Lerdo de Tejada, y su actual encargado de la Dirección: Antonio Godina– las citas son diferidas hasta por tres meses. Todos éstos junto con el peñismo maniobran para quebrar totalmente a las instituciones y ponerlas a la venta o desaparecerlas, para seguir favoreciendo a los hospitales privados de los Vázquez Raña y compañeros de viaje del botín, y sólo atender a la “clientela” que pueda pagar sus altísimos precios; pues el término “paciente” queda fuera de su antiética actividad. De esta manera, el resto de los mexicanos: trabajadores, burócratas y necesitados de cualquier servicio médico, serán pacientes y afiliados, pero sólo en el discurso peñista en pro de la salud. La austeridad impuesta por Peña y su alter ego: Videgaray (a quien ya le anda por cortarle la cabeza a Emilio Lozoya de Pemex), es para ir disminuyendo la inversión que se otorga al Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), al Instituto de Seguridad y Servicios Sociales para los Trabajadores del Estado (ISSSTE), y a la Secretaría de Salud (SS), para asfixiarlas; y como hicieron Salinas y Zedillo con el neoliberalismo económico (Héctor Guillén Romo: La contrarrevolución neoliberal en México, y de Mark Blyth: Austeridad, historia de una idea peligrosa), entregar lo que resta del Estado de Bienestar a la iniciativa privada nativa y extranjera. Se trata de cortar la artrítica mano visible keynesiana del gobierno intervencionista en los mercados, para dejar todo en la mano invisible de Adam Smith para implantar la máxima libertad de mercado. Con sus once desmantelamientos a los principios constitucionales, para establecer un gobierno contrario a la Ley Suprema de la Nación, el peñismo quiere rematar implantando la clausura del muy deteriorado sistema de salud pública, para que prevalezca la medicina privada que atienda únicamente a los ricos (los millonarios y multimillonarios de Larrea, Azcárraga o Bailleres, van a hospitales estadounidenses). Y que la clase media que pueda, no tenga más opción que pagar laboratorios, clínicas y consulta en las cadenas de hospitales privados y consultorios particulares. Y los sin capacidad económica sufran las consecuencias de su empobrecimiento consultando a la herbolaria, se encomienden a San Judas Tadeo o vayan a las “limpias”, “hueseros” y demás curanderos. Y uno que otro –con sacrificios– recurra a quienes prometen milagros que nada curan, pero con sus chantajes roban el poco dinero que consiguen. Se afianza el proceso privatizador en México Otra de las reformas desmanteladoras del estado mexicano es la educativa que fue duramente cuestionada durante la comparecencia del secretario de Educación, Emilio Chuayffet Chemor, ante la Comisión Permanente del Congreso, en la que se hizo evidente que la evaluación educativa sigue adelante, aunque las autoridades del ramo estén conscientes de que no aportará nada positivo en favor del sistema educativo. No sólo porque su diseño es ajeno a la integralidad que requiere una verdadera reforma educativa, sino porque se trata de un mecanismo indispensable para avanzar en la desculturización del país, conforme a la gran estrategia del Grupo de los Siete orientada a controlar a la humanidad con el objetivo supremo de asegurar la explotación y usufructo de las riquezas del mundo. Es preciso partir de un hecho incuestionable: las plutocracias de las súper potencias que conforman al Grupo de los Siete (Estados Unidos, Alemania, Gran Bretaña, Francia, Japón, Canadá e Italia) no quieren correr el riesgo de tenerse que enfrentar al bloque formado entre Rusia y China, como es previsible que llegue a suceder en los próximos años, y cuando la crisis del capitalismo neoliberal sea de tal magnitud que no pueda ofrecer soluciones a los gravísimos problemas estructurales de sus pueblos. La alianza entre los dos gigantes será inevitable para defenderse de las asechanzas y provocaciones imperialistas, que lo son en tanto que su sueño es consolidar un mundo gobernado por los súper poderes fácticos occidentales. En este marco geoestratégico nada pueden hacer “gobiernos” como el de México, sino obedecer sin chistar las directrices que llegan desde Washington. Para los plutócratas del Grupo de los Siete es fundamental liquidar las culturas nacionales, porque son el principal escudo que tienen los pueblos para defender su historia, sus tradiciones, su presente y su futuro. Esto lo tenía muy claro uno de los fundadores del Club Bilderberg, el príncipe Bernardo de Holanda, cuando afirmó: “Es difícil reducar a la gente que ha sido educada en el nacionalismo. Es muy difícil convencerlos de que renuncien a parte de su soberanía en favor de una institución supranacional”. De ahí la trascendencia del golpe de Estado de los tecnócratas que encabezó en 1982 Joseph Marie Córdoba Montoya, para liquidar la ideología de la Revolución Mexicana y comenzar a reducar al pueblo de México. En poco más de tres décadas, los sucesivos “gobiernos” al servicio de Washington lograron grandes avances, como lo podemos constatar en la actualidad, cuando sin provocar una gran protesta social la tecnocracia reaccionaria impuso, con la complicidad de la “izquierda”, las mal llamadas reformas estructurales, entre las que la educativa y la energética son la esencia de la total entrega de la soberanía nacional a intereses extranjeros. Por eso la voz discordante de Manuel Bartlett en la comparecencia de Chuayffet quedó como algo anecdótico, como la protesta impotente de un pueblo condenado a ser víctima de intereses descomunales que no reconocen fronteras, principios, ideologías ni mucho menos los dramáticos sufrimientos de las clases mayoritarias. Bartlett, en sus intervenciones, fue al fondo de la imposición de la reforma educativa, de la que las evaluaciones son la parte más visible pero menos importante, porque lo fundamental para la oligarquía es lograr el control pleno de los maestros, para convertirlos en una masa sin ninguna influencia social, simple mano de obra esclava prescindible cuando sea conveniente. La Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) dictaminó la constitucionalidad de la mal llamada reforma educativa, como era de esperarse, así que la represión contra la Coordinadora Nacional de los Trabajadores de la Educación (CNTE) se habrá de endurecer, porque el gran objetivo de Washington es irrenunciable: hacer de México una colonia estadounidense. Para lograrlo cuenta con el decidido apoyo y beneplácito de una oligarquía voraz, insaciable e inmoral, que lleva a cabo el trabajo sucio que ordena el gobierno de la nación vecina. ¿Acaso no son sus integrantes los principales interesados en liquidar a la disidencia magisterial? Bartlett fue muy claro al señalar el origen extranjero de la reforma educativa, y muy incisivo al afirmar que su finalidad es básicamente acabar con la educación pública, gratuita y laica. Al final de su intervención ejemplificó con la persecución por parte de la SEP a la Universidad Obrera de México, a pesar de contar con ocho décadas de vida, tan solo porque lleva a cabo una labor social en beneficio de jóvenes de escasos recursos. La gran interrogante es cómo enfrentar las embestidas de los poderes fácticos trasnacionales. Fuente: revoluciontrespuntocero