La Escuela de Frankfurt. Serie Documentos, Barcelona, 1972, 77 pp. GÓRAN THERBORN: Cuadernos Anagrama. En los países de habla germana se da una cierta continuidad ideológica, dentro del pensamiento marxista, durante el difícil trasvase que supone el antes y después de la segunda guerra europea. A la influencia de Lukács y Bloch se suman, desde otras áreas y posiciones, los representantes de las nuevas escuelas que pueden venir significadas por Althusser y Della Volpe. Sin embargo, el centro de la escena lo ocupa durante mucho tiempo el grupo de teóricos conocidos con el nombre de «Escuela de Frankfurt», nacida en la Alemania de 1930, y que toma su denominación del Instituí für Sozialforschung (Instituto para la Investigación Social) creado en Frankfurt-am-Main en 1932. Su director, Max Horkheimer, continuó a su frente a partir d e 1933 desde el exilio, primero en Francia y más tarde en Estados Unidos, hasta su clausura en 1941. Se unieron a él Theodor W. Adorno y Herbert Marcuse. Friedrich Pollock, Leo Lowenthal, Franz N e u m a n n y Erich F r o m m estuvieron m u y unidos al Instituto en los años treinta, al igual que Walter Benjamin, aunque éste de una forma más distante. Después de la guerra, Marcuse permaneció en Estados Unidos, mientras Horkheimer y Adorno volvían a la Alemania Occidental, restableciendo en 1950 el Instituto. Entre los nuevos adeptos se encontraban entonces Alfred Schmidt y Jürgen Habermas. El programa teórico de los miembros del grupo —la teoría crítica—, es el motivo del análisis que efectúa en este artículo Góran Therborn, atendiendo especialmente en sucesivos aspectos a la obra de los1 tres miembros más importantes de la Escuela: Horkheimer, Adorno y Marcuse, aunque el autor—que es el editor de la revista socialista sueca Zenit—, preocupado en descabalar la actitud de Horkheimer, a quien considera como una especie burguesa de desviacionismo de la línea marxista-leninista, conceda una mínima atención a la obra de Adorno. Una nota, en la penúltima página del cuaderno, aclara: «Este ensayo se ha centrado principalmente en Hor-kheimer, que cronológicamente y de forma sustantiva es el fundador de la Escuela de Frankfurt, con alguna discusión acerca del itinerario separado de Marcuse. Se ha dedicado un espacio comparativamente menor a Adorno. Hay que admitir, sin embargo, que mientras que la contribución de Adorno a los principales temas metodológicos y filosóficos de la Escuela parecen haber sido secundarios, sus aplicaciones específicas constituyen muy a menudo los ejercicios más deslumbrantes dentro de la obra colectiva, quizá porque los temas escogidos de música y literatura permiten un análisis crítico más estricto que las formaciones sociales o los sistemas políticos.» 367 CUADERNOS. 2 6 9 . — 1 1 Para Therborn, a pesar de reconocer, por otra parte, que el pensamiento de la Escuela ha evolucionado y señalado divergencias entre sus miembros, surgidas en los años posteriores a la guerra, «existe (en ellos) una estructura básica persistente, que toma la forma de una doble reducción de la ciencia y de la política a la filosofía. La especificación del marxismo como teoría de formaciones sociales y su autonomía como guía para la acción política son, por consiguiente, abolidas simultáneamente». Desde un punto de vista de compromiso político doctrinal,. la formulación de Therborn, además de categórica y tiznada del mecanicismo que denuncia en los teóricos de Frankfurt, puede verse provista de un rigor —o de una fe revolucionaria— que no ha experimentado mutaciones esenciales respecto al entendimiento de los lazos dialécticos que unen a los distintos tipos de lucha de clases. «La situación revolucionaria—ha escrito más adelante, atacando la segunda de las reducciones apuntadas—; puede producirse por las causas aparentemente más diversas y banales, incluyendo incluso una crisis parlamentaria. La concepción de la situación revolucionaria como fusión de distintas contradicciones no es una explicación ad hoc} pero es el resultado lógico del análisis de la sociedad como formación social compleja con elementos mutuos irreductibles.» Y remata a pie de página: «La teoría de la revolución de Lenin está elaborada de una forma más clara en sus Carias desde lejos y El izquierdismo} enfermedad infantil del comunismo. La incompatibilidad de esta teoría con cualquier clase de historicismo (del tipo del de la Escuela de Frankfurt) ha sido demostrada por Louis Althusser en su ensayo Coniradiction and Overdetertnmation.» Este punto centra la crítica de Therborn, que es la que preside el libro, en el problema cuyo término a quo mereció un tratamiento menos extenso y, por lo tanto, más significativo de la Escuela. El historicismo que ataca Therborn le sirve, sin embargo, para explicar la causa por la que estos «miembros de una intelligentzia académica con un gran fondo burgués» vieron cómo su actitud inicial quedaba «.congelada en vez de desarrollarse hacia un análisis científico con participación en la práctica política revolucionaria: Llegaron a una madurez intelectual en un período de derrota internacional para la clase obrera y fueron separados del proletariado de su propio país por la contrarrevolución nazi. Como todos ios miembros de la burguesía, su iniciación a una postura revolucionaria se produjo a través de una revulsión contra la opresión capitalista y contra la hipócrita negación de tal opresión por parte de la ideología capitalista». Therborn concede especial importancia al análisis que hizo la Escuela a propósito del advenimiento histórico del fascismo que, según el autor, su tratamiento revela con claridad los límites del historicismo. 368 «Una interpretación que explica el fascismo como la esencia tras el fenómeno, como la verdad de la moderna sociedad (capitalista), nunca podrá colmar las aspiraciones básicas del análisis marxista, lo que Lenin llamó el "análisis concreto de una situación concreta". Asiente en que el fascismo fue en realidad un tipo especial de estado capitalista monopolista, que apareció en una coyuntura histórica específica»,.por lo que, retorciendo el argumento en contra de su tesis, pero a favor de sus intereses doctrinales, puede aislar en ese capítulo conversor que son las notas: «De ahí es posible deducir que todas las sociedades capitalistas actuales son todavía fascistas. Esta noción ha invadido el pensamiento estudiantil más reciente (el artículo está publicado originalmente en 1970, en New Left Review), especialmente en Alemania, donde se encuentra incluido en el concepto de SpatkapitaUsmus (capitalismo tardío).» El acceso rapidísimo a la obra de Marcuse, quien «nunca rechazó a los estudiantes que, inspirados por sus ideas, se lanzaron a la lucha de una manera más práctica», no está exento de la misma provisionalidad analítica. Aunque su circunstancia sea distinta, «una problemática ideológica (la de la Escuela) es característicamente inestable y puede haber sido creada para encajar en muchas posturas políticas». A partir de El hombre unidimensional:, «probablemente la obra que ha tenido más influencia política que ninguna de las editadas por la Escuela en sus cuarenta años de existencia», Marcuse ha intentado profundizar en otras necesidades humanas distintas de las económicas, ya que éstas se han convertido en medios de integración y opresión. Ha dirigido su atención hacia la dimensión biológica, hacia los impulsos instintivos vitales, hacia las necesidades eróticas en el sentido más amplio de este término. Therborn parece ver en este nuevo interés peligroso una amenaza, ya que el proletariado, al no sentirse ya absolutamente miserable y excluido del llamado estado próspero, no puede verse identificado con la causa revolucionaria. «Pero—escribe—¿acaso desempeñó ,el proletariado alguna vez el papel de negación absoluta de la sociedad capitalista en la teoría de Marx?» Confieso que uno no puede evitar sentir un indescifrable placer intelectual cuando, ante los simpáticos forcejeos ácratas de Marcuse, ve gesticular la ortodoxia marxista, recurriendo a una normalización formal y represión de las energías un tanto libidinosas susceptibles de socavar la Universidad de Lille y la putzska de Leningrado. «Marx—explica Therborn—caracteriza la crisis periódica del capitalismo como contradicción más estructural que simplemente política, una contradicción entre el carácter social de las fuerzas productivas y el carácter privado de las relaciones de producción. En este sentido, el término 369 fuerzas productivas se refiere a las condiciones técnicas y de organización bajo las cuales avanza la producción... Sus efectos (de estas fuerzas: el uso incrementado de la ciencia, el desarrollo, un alto nivel de vida) en la clase obrera no son la 'miseria, sino más bien una provisión de grandes facilidades para su organización y una mayor capacidad para sustituir (?) el régimen productivo capitalista por medio de la apropiación social y el control de la clase obrera desde abajo.» Así, pues, inamovible en sus postulados, no es suficiente, a pesar de toda clase d e determinaciones y definiciones, sólo «descubrir los horrores del capitalismo», como hizo la Escuela, sino que hay que «comprenderlo científicamente (como no hizo la Escuela) y unirse a las masas con el fin de derrocarlo. Si esto no se consigue, la Escuela de Frankfurt o cualquier nueva rama de ella, ya sea anglosajona, italiana, francesa o escandinava, puede tener otros cuarenta años de virtuosismo paralizado por delante». Así concluye Goran Therborn su artículo, simpático y sugerente por el esfuerzo que, desde la primera página, manifiesta en inducirnos a la revisión de una tesis que no merece ya, hoy, tras la extraña muerte de los acontecimientos políticos en determinados países, proveerse de la renovada acusación política a la Escuela de Frankfurt,—RAMÓN PEDROS (Santa Hortensia, u. MADRID). García Márquez: Editores. Barcelona, 1971, 667 pp. MARIO VARGAS LLOSA: historia de un deicidio. Barral La bibliografía sobre García Márquez, copiosa en cuanto a artículos y otros estudios breves, carecía hasta hoy d e una obra crítica de conjunto como la que ha publicado recientemente Mario Vargas Llosa. García Márquez: historia de un deicidio es un trabajo de absoluto rigoi universitario. Se trata, en efecto, de la tesis doctoral defendida por el narrador peruano dentro del curso 1970-71 en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Complutense, donde obtuvo la máxima calificación, y es el resultado de unos seminarios por él impartidos en la Universidad de Puerto Rico y en el King's College de Londres. El autor de ha ciudad y los perros, el novelista de las técnicas complicadas, del flash back, de los planos entrecruzados, se expresa aquí en un estilo diáfano, científico, sin alarde literario alguno. Este amplio trabajo es ante todo una lección de cómo la calidad, la profundidad en la crítica literaria no son incompatibles con la claridad expositiva. Es estimulante comprobarlo cuando para muchos su ejercicio está necesariamente vinculado al lenguaje criptográfico. 370