12 La Semana Navarra Historia local DIARIO DE NAVARRA DOMINGO, 14 DE SEPTIEMBRE DE 2008 AQUEL DÍA DE 1822 SE ATASCÓ EL GARROTE VIL ES LA HISTORIA DE UN AJUSTICIAMIENTO QUE NO PUDO CUMPLIRSE PORQUE SE AVERIÓ EL GARROTE VIL Y HUBO QUE PROCEDER AL FUSILAMIENTO DEL REO TEXTO JUAN JOSÉ MARTINENA FOTOGRAFÍA JAVIER SESMA A QUELLA mañana del 31 de agostode1822,entrelasoncey las doce, había una inusual afluencia de gente en el glacis que había junto al antiguo cuartel de Caballería, no lejos de la muralla cercana al portal de San Nicolás. En la amplia explanada que allí existía, se había levantado el tablado del patíbulo para ejecutar la sentencia a pena capital dictada hacía pocos días contra Juan de Baquedano, natural de Los Arcos. Un piquete de soldados había traído ya al reo desde los calabozos de la Ciudadelahastaellugardelaejecucióndonde, como era costumbre, desde bastante tiempo antes se había ido congregando una multitud de curiosos para contemplar el macabro y ejemplarizante espectáculo. Eran los tiempos del Trienio Constitucional-losañosdelalzamientoliberaldeRiegoen los que las nuevas autoridades, conside- rando indigna e inhumana la pena de horca, la habían sustituido por la de garrote, que antes se aplicaba para delitos menos terribles dentro de la gravedad. Por eso, en el patíbulo estaba ya dispuesto el poste de madera, y fijado a él se podía ver el collarín de hierro preparado para recibir el cuello del condenado, y detrás del poste, la manivela que debía accionar el verdugo para que el huso de hierro le rompiese al pobre Baquedano las vértebras cervicales. Cómo era la ejecución El tétrico ritual de la ejecución dio comienzo, como tantas otras veces, en la forma acostumbrada. El reo recibió la absolución delreligiosoqueleacompañaba,despuésse dirigió a los asistentes para pedirles perdón y desearles que no se viesen nunca en semejantetrancey,consemblantepálidoyelmie- do y la angustia reflejados en los ojos, se sentó por fin en el banquillo. El verdugo, un valenciano llamado José Belver, natural de Ayora, le sujetó al poste y le colocó el férreo dogalalrededordelcuello.Elreligiosoinició elrezodelCredoaunaconelreo,yalllegara las palabras Creo en Jesucristo, su único Hijo, el verdugo accionó la manivela y el huso empezó a girar para cumplir su macabra misión, pero al momento se oyó un ruido extraño en el rudimentario mecanismo, y el siniestro aparato se quedó atascado, sin permitir terminar la operación, con el infeliz condenado a medio ejecutar, gimiendo de dolor y pidiendo favor al Cielo con el cuello descoyuntado, pero todavía vivo. Anteloinsólitodelasituación,elverdugo, viendo que por más esfuerzos que hacía, no conseguía desatascar el artilugio, se dirigió al numeroso público que presenciaba la ejecución para hacerle entender que aquel lamentable contratiempo no era culpa suya, sino que se debía a un fallo mecánico, y que él -al fin y al cabo un profesional con acreditada experiencia en su oficio- nada podía hacer por remediar aquel contratiempo. Visto que la cosa no se arreglaba, con el consiguiente sufrimiento sobreañadido del reo, el oficial que mandaba el piquete de la escolta militar solucionó la difícil situación ordenando a los soldados que le pegasen tres tiros al infeliz condenado, que de esa forma acabó fusilado después de pasar el doloroso trance del frustrado agarrotamiento.Sepodríadecirquesufriónouna,sino dos penas de muerte. Una vez cumplido su penoso deber, el oficial dio inmediatamente parte de lo ocurrido al comandante militar de Navarra, el brigadierdonRamónSánchezSalvador,elcual a su vez dirigió con toda diligencia un oficio al Juez de primera instancia de Pamplona, don Antonio Charrochín, dándole cuenta de losucedido,paraquetomasesobreellolaresolución que considerase oportuna. aquel, se hallaba útil”. Y añadía más adelante: “…que habiendo vistoeldeclarantequenopodíadarelgarrote las vueltas suficientes, ha manifestado al público que se hallaba presenciando la ejecución que le era imposible concluirla, porque según el ruido que había advertido estando dando las vueltas al huso, se había rompido alguna máquina del instrumento, y entonces, como no había muerto el dicho Baquedano, le han tirado los soldados de la escolta tres tiros y ha espirado…” Una vez oída la declaración del verdugo Belver, el juez, acompañado de los médicos don Diego María Ciriza y don Miguel Juanena, los cirujanos don Domingo Urbe y don Antonio Vera, los cerrajeros Manuel Macuso y Manuel Artolazábal –a estos últimos no se les puso don en los autos- y el escribano del juzgado, acudió en persona al lugar de la ejecución. Se trataba de realizar las oportunas diligencias de reconocimiento, tanto del cadáver del ejecutado como del averiado garrote, para poder, a la vista del dictamen de los peritos y de la declaración del verdugo, determinar en justicia si éste había tenido alguna culpa en el lamentable incidente acaecido por la mañana. Una vez en el patíbulo, los dos médicos, con evidente ojo clínico, tan pronto como apreciaron los orificios producidos por los balazos, dedujeron sin ninguna duda la causa real de la muerte del reo: “…y habiendo quitado a éste de la silla y rancado el yerro delgarrotedondesehallaba,seconociódesdeluegoqueelespresadoBaquedanonohabía muerto agarrotado, sino afusilado”. Los dos cerrajeros, por su parte, por fortunaparaelverdugo,ensudeclaraciónpericial se limitaron a certificar “que al tiempo de apretar el huso, se había desoldado la hembra, con cuyo motivo no había podido pasaradelanteelespresadohuso,sinqueen ello hubiese habido culpa del ejecutor”. Con lo cual, cumplida su misión en la forma que hemos visto, el señor juez y los demás integrantes de la comisión se volvieron por donde habían venido; el cadáver del reo fue recogido piadosamente por los hermanos de la Paz y Caridad para llevarlo a enterrar,yelverdugosemarchótambiénasucasa, repuesto ya del mal trago, sabiendo al menos que en la Audiencia no le iban a empapelar por aquel incidente. Supongo que, de camino, habría entrado con su temible aunque averiado instrumento de trabajo en la primera cerrajería que encontró, para que le dieran un repaso a fondo y no tener que verse otra vez en una situación como la que vivió aquel fatídico día. Investigación judicial Al recibir el escrito, el juez hizo comparecer acto seguido al ministro ejecutor de la alta justicia, que era como oficial y eufemísticamente se le denominaba al verdugo, para tomarle declaración sobre los hechos, como así lo hizo en los términos siguientes: “…Que la mañana de hoy, estando dando garrote a dicho Juan de Baquedano frente al cuartel de Caballería de esta Plaza, cuando daba las vueltas al huso del garrote, ha advertido un ruido en el instrumento, y aunque ha procurado continuar las vueltas necesarias para concluir la ejecución, ha visto que no podía proseguir adelante el huso del dicho garrote por más esfuerzos que ha hecho, y sin duda que estaría desoldada la hembra de la rosca, que es la base principal del instrumento, sin que hubiese advertido ese defecto antes de principiar la operación, pues de haberlo notado, hubiese procurado se remediase, debiendo prevenir que hace bastantesaños-debiódeseren1817-quecon elmismoinstrumentoagarrotóenestacapital a un reo, y que cuando entregó o devolvió Portal de San Nicolás (hoy en la Taconera), cerca del cual tuvo lugar la ejecución. Imagen de un garrote vil.