¿Qué ocurría en Santiago el 18 de agosto de 1952, fecha de la

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El Clarí-n de Chile
¿Qué ocurría en Santiago el 18 de agosto de 1952, fecha de la muerte del Padre
Hurtado?
autor Rafael Luis Gumucio Rivas
2009-08-23 00:28:06
En las historias del buen Dios de Rainier Maria Rilke el ser supremo se amolda a la cotidianidad de las personas algo
como que lo llevas en la mochila. Se puede intentar hacer lo mismo con los santos es un poco lo que intento con el
padre Alberto Hurtado en estas lÃ-neasÂ
En Chile de las década de los 50 era mucho más pobre que en la actualidad; por cierto que no existÃ-an las
universidades de a cota mil que denunciara, con mucho acierto y valentÃ-a otro valioso sacerdote jesuita, el padre Felipe
BerrÃ-os. LAN era estatal y también la electricidad, sin embargo, las minas de cobre pertenecÃ-an a los norteamericanos.
En polÃ-tica los socialistas estaban tan divididos como en la actualidad: el sector más importante, llamado Partido
Socialista Popular, apoyó a Ibáñez que, en unos pocos meses más, serÃ-a elegido con 444.000 votos como presidente
de la república; el más pequeño, el Partido Socialista de Chile, liderado por Salvador Allende, se unÃ-a a los
comunistas- por ese entonces fuera de la legalidad- logrando en septiembre de 1952, apenas 52.000 votos.
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Mi padre pertenecÃ-a a un minúsculo partido, la Falange Nacional que, a pesar de obtener muy pocos votos en las
elecciones – menos de un 3%- siempre lograba tener presencia importante en los gabinetes de los gobiernos radicales:
Frei Montalva, ministro de Obras Públicas e Ignacio Palma, Tierras y Colonización; no sé por qué a los falangistas se
les ocurrió la pésima idea de apoyar al candidato radical Pedro Enrique Alfonso, que pertenecÃ-a al sector más
reaccionario de ese partido. (Dejo al lector la entretención de jugar con analogÃ-as y asociaciones que, aunque no son
válidas en historia, constituyen un agradable ejercicio, para no perder la memoria).
ÂÂÂÂÂÂÂÂÂÂÂ .
Chile era un paÃ-s tan segregado como hoy, tal vez con cifras mucho más marcadas en los indicadores de pobreza y de
calidad de vida, los radicales que gobernaron desde 1938 estaban completamente desprestigiados los ciudadanos
buscaban un hombre fuerte en el ex dictador Carlos Ibáñez.
En 1952 el que escribe estas lÃ-neas tenÃ-a once años, edad suficiente para darme cuenta de lo que ocurrÃ-a en
polÃ-tica, que era el tema permanente de mi padre, en ese tiempo subsecretario de Hacienda, del gobierno de Gabriel
González Videla. Toda mi familia profesaba una gran antipatÃ-a a Carlos Ibáñez del Campo, pues habÃ-a desterrado a
mis dos abuelos, el conservador Rafael LuÃ-s Gumucio Vergara y el liberal Manuel Rivas Vicuña; el 4 de septiembre,
cuando triunfó Ibáñez, fue un verdadero dÃ-a de duelo familiar; se creÃ-a que el “general de la esperanza― se converti
en dictador, afortunadamente, fue todo lo contrario.
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Mis ancestros eran bastante pechoños: tenÃ-amos una pariente santa, Juanita Fernández Solar, y una beata, por el
lado de mi madre, Laurita Vicuña. En este ambiente de arraigadas ideas conservadoras abundaba la visita de curitas,
entre ellos el padre Alberto Hurtado, a quien mis abuelos valoraban mucho y apoyaban en sus luchas sociales, pues
aunque oligarcas, eran bastante progresista. Siguiendo la escuela del padre Hurtado, mi tÃ-o Esteban Gumucio Vives
tuvo la genial idea de ir a vivir a la población Joao Goulard y mimetizarse con la vida, alegrÃ-as y sufrimientos de los
pobres y, al parecer, también postula a los altares. Con tanto santo, ¿no tendré algún pituto en el cielo?  Que debe serÂ
algo como la tierra de jauja de los DC.
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Pocos años antes de que naciera Alberto Hurtado, un Papa, León XIII, escribió una EncÃ-clica llamada Rerum
Novarum, (acerca de las cosas nuevas), que no condenaba, como el Syllabus, al mundo moderno, sino que hablaba del
escándalo de la apostasÃ-a de las masas, de la explotación capitalista de los pobres. El diario conservador El Ilustrado
prefirió publicar, bien pagados avisos sobre fajas para frÃ-volas señoras aristocráticas, que dar a conocer esta nueva
locura del Papa. Cuando nació Alberto, en 1901, ya en el norte de Chile los agitadores dirigentes anarquistas y
socialistas organizaban el movimiento obrero; un repúblico decÃ-a que en Chile no existÃ-a la cuestión social, eran
invenciones sólo aplicables para Europa. Recuerdo que mi abuelo, Rafael Luis Gumucio Vergara, cuya preocupación
esencial era la libertad polÃ-tica y la defensa de los intereses de la iglesia, declaraba que no podÃ-a entender las
encÃ-clicas y que, a lo mejor, era una de las tantas locuras del envejecido PontÃ-fice. A diferencia de los ociosos
latifundistas, especuladores del boom de la Bolsa, en 1904, don Rafael Luis era un aristócrata pobre, que vivÃ-a de su
pluma. Afortunadamente, con el tiempo, cambió de parecer y se convirtió en un crÃ-tico mordaz de sus amigos
conservadores, permitiendo el reconocimiento, por parte de la iglesia, el triunfo de Pedro Aguirre Cerda. Esta actitud y el
apoyo a la Falange Nacional le valieron los más procaces insultos de sus antiguos amigos.
El verdadero maestro de Alberto Hurtado fue el padre jesuita, Fernando Vives Solar; este porfiado sacerdote, educado
en Europa, no podÃ-a concebir que ser católico era equivalente a ser latifundista y militar en el partido conservador, Sus
ideas avanzadas escandalizaron, incluso, a don Rafael Luis Gumucio, que en esos dÃ-as iba a casarse con la colegiala
de las monjas francesas, Amalia Vives Vives ; como pariente, mi abuelo visitó a Fernando Vives Solar , quien le expuso
sus progresistas ideas. Desesperado, don Rafael Luis, dio un portazo diciendo: “usted es un comunista, señor―.
Posteriormente, Fernando fue maestro de Clotario Blest  y apoyó la República Socialista, dirigida por el comodoro
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El Clarí-n de Chile
Marmaduque Grove.
Alberto Hurtado era también un aristócrata empobrecido; su padre murió en manos de los cuatreros, que esos tiempos
asolaban los campos; tuvo que trabajar como secretario del partido conservador y recibió un garrotazo en la cabeza.
Propinado por los seguidores de Catilina, el Lenin chileno, Arturo Alessandri. Alberto Hurtado viajó a Bélgica y, en
Lovaina, recibió la formación de los más avanzados pensadores del social-cristianismo. Estudió, para escándalo de
los reaccionarios chilenos, a pedagogos sociales como Celestin Freinet y el socialista norteamericano, John Dewey.
 Su vuelta a Chile, lleno de ideas y de sueños despiertos, fue terriblemente decepcionante: la iglesia seguÃ-a siendo
conservadora, los sacerdotes politiqueros eran, muchos de ellos, miembros del partido pelucón; comenzaban a
organizarse unos jovencitos que leÃ-an las encÃ-clicas y no podÃ-an entender por qué los cristianos tenÃ-an que militar en
un partido que adoraba a mamón. En los años 40 Chile era tan injusto como hoy: los “rotos―, como les llamaban, sólo
eran buenos para extraer la riqueza del salitre o para ser empleadas domésticas; la mayorÃ-a se emborrachaba y era
analfabeta. Es seguro que durante estos dÃ-as escucharemos que el padre Hurtado era un apolÃ-tico, que sólo se
preocupaba de las cosas celestiales y de los problemas sociales, como si estos se pudieran separar de la polÃ-tica, digo
de la verdadera polÃ-tica con ideales y sueños; me consta que Alberto Hurtado era radicalmente polÃ-tico e, incluso,
cuando mi abuelo Rafael Luis, obsesionado con el pecado, se confesaba con Alberto y éste, comprendiendo que a su
edad los pecados eran nimios, buscaba la forma de hablar de polÃ-tica y de proyectar el evangelio en los obreros. El
padre Hurtado quiso vivir como obrero, fue uno de los tantos santos que se van al infierno, como decÃ-a un autor de la
época, pues la iglesia temÃ-a, sin ninguna razón, que en esta convivencia, al vivir la miseria de los obreros, los
sacerdotes se convirtieran en evangelistas y prosélitos del ateo barbón, Carlos Marx.
En 1948, el rumbero como lo llama Neruda Gabriel González Videla, aconsejado por el presidente Truman, decidió
enviar a Pisagua a los comunistas; el cardenal José MarÃ-a Caro, que era un buen hombre proletario, de origen humilde,
llamó don Horacio Walker para comunicarle que los falangistas que votaran en contra de la Ley de Defensa de la
Democracia iban a ser, de inmediato, excomulgados. Por suerte, don Horacio no les comunicó tan perentoria orden,
salvándose Radomiro Tomic de una segura expulsión de la iglesia.
Alberto Hurtado y monseñor Manuel LarraÃ-n eran falangistas para los corredores de la bolsa y latifundistas
conservadores, es decir, filo-comunistas; después llamaron a Eduardo Frei el Kerenski chileno, incluso, monseñor
Augusto Salinas, propuso nuevamente la excomunión para estos enrojecidos social cristianos El padre Hurtado era
muy mal comprendido por los miembros de su congregación, los jesuitas, incluso por los más progresistas. Cómo se le
ocurre mostrarle a nuestros elitistas alumnos las miserias de las poblaciones, acoger bajo el techo del Hogar de Cristo a
esos seres marginados, malolientes y desarrapados, que son culpables de su propia miseria, por viciosos y flojos?
A quienes les gusta los “si acasos― de la historia se pueden entretener pensando qué ocurrirÃ-a si Alberto Hurtado, po
milagro, volviera a Chile; estoy seguro de que no tendrÃ-a nada qué conversar con nuestros polÃ-ticos actuales, que en el
dÃ-a de su canonización le rinden pleitesÃ-a; no entenderÃ-a en absoluto la admiración de los polÃ-ticos por el Chile
enriquecido; menos podrÃ-a comprender la ingenierÃ-a electoral, único juego que entretiene a nuestros prohombres. Los
pobres de Chile siguen siendo los mismos carneros que tienen que votar senadores vitalicios. Los demócrata cristianos,
hijos de los falangistas, aunque se dicen humanistas cristianos, hoy son parte del mismo circo, de la misma casta, y no
asustan a nadie: La iglesia, que tanto amaba Alberto, sólo se ocupa del condón y de otras minucias. El canal católico
y Megavisión muestran bellas modelos desnudas para llamar a la abstinencia sexual y a la pareja única. La Bolsa,
convertida en un dios, lleva a los buenos católicos y a los que no lo son tanto, al paraÃ-so terreno de la rentabilidad:
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Los pobres, que según el maestro Ricardo Lagos, son hoy mucho menos pobres, por la magia del chorreo, viven igual
a época en que los conoció Alberto Hurtado, si se considera la lógica evolución en el tiempo; se ven las casas
cubiertas con condones, para protegerse de la lluvia, construidas, esta vez, por un demócrata cristiano; los pobres,
aterrados porque cada mañana llega una ratonada policial a sus poblaciones e, incluso, están amenazados por uno de
los candidatos a presidencia, que si delinquen serán enviados a una isla solitaria. Claro que se habla de la mala
distribución del ingreso, que el 70% gana menos de $200.000, hasta un empresario denuncia más duramente la
injusticia que los antiguos y nuevos plutócratas de la Alianza y de la Concertación. Estamos en un mundo al revés:
creo que el padre San Alberto Hurtado montarÃ-a en la santa y loca ira y pondrÃ-a las manos, la mente y el corazón,
para denunciar y actuar contra este marasmo que domina el Chile del bicentenario.
Rafael Luis Gumucio Rivas 19/08/09
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