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Crespo, I; Lalueza, J. L. (2003): Culturas minoritarias, educación y comunidad. (en M. A. Essomba (ed.). Educación
e inclusión social de inmigrados y minorías. Tejer redes de sentido compartido). Barcelona. PRAXIS
Culturas minoritarias, educación y comunidad
Isabel Crespo & José Luis Lalueza
Grup de Recerca en Desenvolupament Humà, Intervenció Social i Interculturalitat1.
Universitat Autònoma de Barcelona
dehisi@seneca.uab.es
Grupo minoritario y escuela
La presencia de miembros de grupos étnicos minoritarios en la escuela de
nuestro país es generalmente conceptualizada como problema. Para empezar,
cuando se da una alta concentración de éstos, acostumbra a producirse una
huída de las familias pertenecientes al grupo dominante. Al margen de motivos
puramente racistas, se extiende, en estos casos, la percepción de que disminuye
el nivel de exigencia y aumenta la probabilidad de conflicto.
Pero, sin que medie necesariamente un rechazo explícito a esta población,
también entre maestros y profesores se percibe como un problema su presencia
en porcentajes elevados. Una explicación corriente, referida a la inmigración
reciente, consiste en las dificultades de comprensión cuando no se domina (e
incluso se desconoce totalmente) la lengua vehicular de la enseñanza.
Adicionalmente, el desconocimiento de las costumbres autóctonas, así como de
los ritmos, las formas de relación y otros aspectos de la vida escolar, vendría a
complicar las cosas. Sin embargo, parece ser que las mayores dificultades se
presentan en los miembros de un grupo que no debería tener problemas con la
lengua ni ha estado separado del contacto con la sociedad dominante por
centenares o miles de kilómetros: los gitanos. El estudio de las dificultades
asociadas a su escolarización nos ayudará a analizar el contexto más amplio de
la diversidad en la escuela, incluidos los procesos derivados de la entrada de
alumnos inmigrantes.
Maestros y trabajadores sociales parecen coincidir en que este grupo –los
gitanos- escapa a sus formas habituales de intervención como un pez que se les
escurre entre las manos. A mediados de la década de los noventa, realizamos
una serie de entrevistas a maestros en las que se reflejaba que las dificultades en
la escolarización de los niños gitanos eran percibidas como mayores que las
sufridas por miembros de otras minorías, incluso de aquellas que en sus
relaciones familiares utilizan lenguas diferentes al catalán y al castellano. No
Este artículo se basa en los proyectos DEGES 98-0905 del Ministerio de Educación e IST2000-25435 del V Programa de la Unión Europea, así como en las discusiones de los integrantes
y colaboradores del grupo de investigación. Es necesario, pues, nombrarlos como auténticos
coautores: Marc Bria, Amaya Cazorla, Sílvia Camps, Paco Cereghini, Miquel Àngel Essomba,
Ana Jiménez, María José Luque, Silvia Martínez, Luana Mourao, Juan Muñoz, Oscar Niño,
Meritxell Portell, Sònia Sánchez y Susana Serrano. Es necesario agradecer a Mercè Roc la
creación de las condiciones necesarias para iniciar una reflexión sobre comunidad y educación
en el marco de la preparación del Forum 2004 de las culturas.
1
nos pareció algo extraño, ya que es un tópico que se repite a menudo, y los
estudios de los servicios sociales y de la inspección muestran que en este grupo
étnico se da la más elevada tasa de absentismo escolar.
Lo que sí nos llamó la atención fue la manera en que los maestros
conceptualizaban tales dificultades, ya que implícitamente asimilaban
diferencia con déficit. Uno de los motivos de esta confusión consiste en el hecho
de que la única experiencia previa de integración en la escuela de nuestro país
ha sido la desarrollada en los años ochenta para incluir a niños con discapacidad
en las aulas ordinarias. Este modelo es el que subyace en la aproximación de
muchos maestros a los “nuevos alumnos diferentes”, y se basa en atender cada
uno de ellos como “un problema individual”. La llegada a la escuela de hijos de
inmigrantes de otros países y la generalización de la escolarización de los
gitanos en la última década, rara vez ha supuesto atender a la heterogeneidad
cultural, y mucho menos una apertura a las comunidades a las que tales
alumnos pertenecen. Se ha tratado, pues, de enmendar las carencias de cada
uno de los nuevos alumnos, de ofrecer un refuerzo para compensar sus lagunas
formativas. El modelo compensatorio es un asimilacionismo puro y duro, cuya
clave de bóveda estriba en considerar los alumnos distintos como individuos
aislados de un contexto comunitario y cultural. Sin referencias a éste último, las
herramientas y conocimientos de que disponen al entrar en la escuela carecen
de significado, se puede decir que no existen. Desde esta perspectiva, todo lo
que se haga será, pues, dar una educación a quien carecía de ella. Esta
concepción de la diversidad es claramente acultural y ahistórica, pues no sólo
reduce las diferencias culturales a déficit de socialización en la cultura
dominante, sino que neglige por completo los procesos sociales como la
emigración o la exclusión y su relación con el desarrollo personal.
Una concepción alternativa a la del déficit se ha ido abriendo paso durante la
segunda mitad de la década de los noventa2: Los nuevos alumnos no llegan
desprovistos de herramientas y contenidos culturales, pero tales herramientas y
contenidos son a menudo diferentes a los priorizados en la escuela y a veces,
incluso, contrapuestos. Frente al déficit, emerge la explicación basada en la
diferencia. Cada cultura provee a sus miembros de un conjunto de significados
que median en su relación con el mundo y consigo mismos. Así, la
interpretación del mundo social y la propia identidad, en tanto que funciones de
una cultura diferente a la de la escuela, estarían en el origen de las dificultades.
Esta concepción es más realista y respetuosa. Se acepta la carencia de
herramientas propias de la cultura escolar, pero se reconoce que tales sujetos
están educados, poseen herramientas y conocimientos válidos y coherentes con
su mundo cultural. Pero concebir las diferencias culturales como algo estático,
Nos referimos a las concepciones mayoritarias subyacentes a la práctica escolar en nuestro
país. Existe una larga lista de concepciones sobre la educación multicultural descritas a
propósito de las experiencias de otros países, y pueden hallarse en castellano en trabajos como
Aguado, T. et al. (1999): Diversidad cultural e igualdad escolar. Un modelo para el diagnóstico
y desarrollo de actuaciones educativas en contextos escolares multiculturales. CIDE.
Ministerio de Educación y Cultura. Por otro lado, una interesante reflexión sobre las diferencias
-y las consecuencias- entre la asimilación, el multiculturalismo y el interculturalismo en la
escuela, puede hallarse en Hannoun, H. (1992): Els ghettos a l’escola. Per una educació
intercultural. Vic. Eumo Editorial
2
permanente, esencial, sin tener en cuenta que las culturas entran en relación y
se transforman, puede llegar a promover errores importantes.
En primer lugar, se puede llegar a conclusiones peligrosas. Una de ellas sería
algo así como “si son tan diferentes necesitan su propia escuela”. Lo que llevaría
al ghetto, a un multiculturalismo excluyente. Otro camino diferente vendría
dado por opiniones del estilo “para integrarse debemos educarles de modo que
abandonen creencias y costumbres que son ajenas a nuestra cultura”. O sea,
vuelta al asimilacionismo, aunque ahora menos ingenuo, más cínico.
En segundo lugar, se pueden cometer errores de bulto al interpretar la
diferencia. Decir que alguien es diferente porque pertenece a una cultura
distinta, puede ser más o menos acertado cuando nos referimos al habitante de
una lejana región cuyos contactos con nuestra cultura son nulos o escasos. Pero
no es el caso de los inmigrantes (¡y mucho menos de los gitanos!). La cultura del
inmigrante es producto de las tensiones entre los saberes ancestrales
compartidos con los miembros de la cultura de origen, y los nuevos saberes
surgidos en la relación con la sociedad de acogida. Las estrategias de
adaptación, las confrontaciones, las complementariedades, la historia de
aceptaciones y rechazos, de dominaciones y resistencias... configuran una
nueva cultura, que no es en absoluto ajena a la cultura dominante, puesto que se
ha forjado precisamente en su relación con ella, incorporando algunos de sus
rasgos, y/o creando otros distintos como defensa. A pesar de que esta segunda
concepción incorpora la cultura, resulta sesgada por su ahistoricidad.
Llegados a este punto, se hace evidente la necesidad de una tercera
interpretación de las características y dificultades en la escolarización de
alumnos de grupos minoritarios que sea a la vez cultural e histórica. Esta nueva
interpretación habría de partir del reconocimiento de que las comunidades
minoritarias poseen estrategias de socialización que responden a las relaciones
de poder entre mayoría y minorías. Estas estrategias pueden ser convergentes o
divergentes con los procesos de enculturación propios de la escuela, de acuerdo
a los avatares de tales relaciones de poder.
Las dificultades que los miembros de un grupo minoritario pueden presentar en
la escuela no serían, pues, problemas individuales, handicaps atribuibles a cada
uno de los alumnos diferentes. Por el contrario, la cuestión central radica en que
la escuela construye sujetos cuyo “diseño” es en gran medida coherente con los
objetivos de las familias de la mayoría dominante, mientras que muy a menudo
es contradictorio y opuesto al tipo de sujeto en que se asientan algunas
comunidades minoritarias. Las posturas y resistencias fruto de estas
contradicciones estarían en el origen de muchos de los conflictos y dificultades
que se generan en un entorno escolar multicultural.
El siguiente ejemplo puede resultar esclarecedor. Tras una entrevista de
miembros de nuestro equipo con maestros de una escuela con una muy fuerte
presencia de niños gitanos, los docentes subrayaron la necesidad de potenciar la
autonomía de los alumnos. Hasta aquí, todo normal. Pero los investigadores
percibieron no sólo una enorme insistencia en este punto, sino también que
autonomía era un término que se mencionaba por oposición a las características
que mostraba tal colectivo cultural (algo así como “los niños gitanos no son
autónomos”). Se hablaba de potenciar la autonomía como algo a contracorriente
de las prácticas propias de aquel grupo de gitanos. La trampa está en que, en el
ámbito educativo, autonomía se opone a dependencia, y situarse a favor del
primer término de tal oposición es algo incuestionable, de consenso. El
problema está en que, si de lo que se trata es de establecer una comparación
cultural, autonomía se opone a interdependencia, lo que es muy diferente. En
este caso, se trata de una oposición típica entre los valores comunitaristas de las
sociedades tradicionales y los individualistas de las sociedades modernas. La
lealtad al grupo frente a la autodeterminación. La identidad personal centrada
en “soy miembro, soy parte de”, frente a la identidad centrada en “soy uno,
separado de los demás”. ¿Son los niños gitanos particularmente dependientes?
Muy probablemente, no. ¿Su lealtad –interdependencia- es valorada en su
familia y su comunidad por encima de su autonomía? Pues sí.
Tenemos en este ejemplo la posibilidad de aplicar las tres explicaciones
alternativas descritas hasta aquí:
a) Se da una carencia –un déficit- que afecta a muchos de los individuos
miembros de este grupo étnico: son dependientes.
b) En tanto que miembros de una cultura basada en valores tradicionales y
comunitaristas, los alumnos de un grupo minoritario sustentan
definiciones de su identidad diferentes a las que formulan sus maestros.
c) Lo que los maestros denominan falta de autonomía es en realidad una
forma de resistencia, de afirmación de la propia identidad cultural, de
vinculación al propio grupo y sus valores, frente a la presión
asimilacionista de la escuela. (evidentemente no se trata de una postura
consciente ni elaborada),
Un prolongado trabajo en dos comunidades gitanas nos ha permitido conocer
las fuertes reticencias que los miembros de este colectivo tienen respecto a la
escuela como provisoria de valores claramente diferenciados de los que se
sostienen y defienden en la comunidad. Padres y maestros no se entienden en
estos casos porque tienen estrategias educativas diferentes orientadas a
objetivos diferentes, a modelos de persona diferentes. El desconocimiento de los
maestros de la presencia de este conflicto y la atribución de toda diferencia de
criterios a la “ignorancia” de los padres o a su mala fe es uno de los elementos
que bloquean posibles procesos de renovación escolar hacia un modelo
intercultural. El otro elemento consiste en el escaso poder y la falta de control
que las familias de los grupos minoritarios tienen sobre el proceso educativo de
sus hijos cuando éstos asisten a la escuela. Todo ello contribuye a la enorme
distancia entre las comunidades gitanas y las comunidades escolares.
Es en este punto donde pretender centrar nuestro análisis a continuación: la
comunidad. Planteamos aquí un enfoque ecológico, es decir, el estudio de los
procesos atendiendo a los diferentes niveles de interacción, evitando tanto los
cuadros estáticos como las reducciones a análisis individuales.
Volviendo a la primera de las tres interpretaciones de que venimos hablando,
¿se da algún tipo de carencia en ciertos sujetos de ciertas minorías étnicas
cuando llegan a la escuela? Si provienen de una situación de exclusión social y
de desconocimiento acerca de las metas, herramientas y prácticas de la escuela,
sin duda es así, ya que llegan a la escuela con evidente dificultad y
desprotección. Pero eso no justifica reducir el análisis -¡y mucho menos la
intervención educativa!- a las dificultades individuales. Respecto a la segunda
interpretación, ¿existen diferencias de valores, creencias, formas de relación y
otros aspectos, que entran en contradicción con la dinámica escolar? Sin duda
también, pero la escuela es un campo de interacciones donde valores, creencias
y formas de relación se ponen en juego en un flujo constante de
complementariedades y antagonismos, de adaptaciones y resistencias. Es decir
–y en línea con la tercera de las interpretaciones- las diferencias no son
totalmente independientes de la dinámica escolar, ni anteriores a ella. Además
de unas posibles diferencias culturales primarias, rasgos propios de la cultura
de origen de los alumnos, aparecen diferencias culturales secundarias3, que son
fruto tanto de las relaciones que se dan en el seno de la escuela, como de
aquellas que, proviniendo del exterior de la institución, “contaminan” la
dinámica escolar –racismo, exclusión, prejuicios, actitudes defensivas,
identidades en negativo...4
En ese juego juegan todos los actores, no sólo los presentes en la institución –
maestros y alumnos-, sino todos aquellos que conforman el complejo de
sistemas que influyen en el desarrollo del niño: familia, administración,
vecindario... Los efectos de la pertenencia a varios sistemas –alumno e hijo- que
pueden entrar en contradicción en sus valores y proyectos, las relaciones entre
estos sistemas, y su posición dentro del sistema social dominante, son las piezas
del análisis ecológico que proponemos. Para llevarlo a cabo nos serviremos de la
polisemia del término comunidad.
Escuela, comunidad y significados compartidos
Una pareja lleva por primera vez a su hijo, de tres años, a la escuela a la que asistirá a
partir del próximo septiembre. El único que parece algo cohibido, que muestra cierto
recelo ante tanta novedad, es el niño. Sus padres, por el contrario, a pesar de no haber
pisado nunca el edificio y no conocer a la maestra con quien mantienen una entrevista,
parecen tranquilos, confiados y seguros. ¿A qué clase social pertenece esta familia?
El párrafo anterior tiene sentido para determinadas personas, cuya estructura
saben reconocer. Se enuncia una situación y se formula una pregunta. Su forma
es la de tantos enunciados a los que tales personas han debido responder a lo
largo de su dilatada vida escolar.
Atendiendo al contenido del mismo párrafo, podríamos decir que precisamente
las personas que reconocen el significado del problema podrían ser los
miembros de la pareja del enunciado. Y que ésta será probablemente de clase
3 Sobre diferencias culturales primarias y secundarias, ver Ogbu (1994): From Cultural
Differences to Differences in Cultural frame of Reference. In Greenfield, P.M. y Cocking (1994):
Cross-cultural Roots of Minority Child Development. Hillsdale. LEA.
4 Evidentemente, la relación escolar no sólo da lugar a estas diferencias secundarias, pues
también es origen de procesos de aculturación, es decir, de incorporación de elementos de la
cultura dominante.
media, con estudios secundarios por lo menos, y perteneciente al grupo cultural
dominante de su país de residencia.
En cierto modo, estas personas forman parte de una comunidad en la que se
comparten determinados guiones que organizan de modo bastante similar las
experiencias cotidianas. Por ello, estas personas tienen en común una cierta
manera de entender el mundo. La pertenencia a una comunidad cultural
supone la posibilidad de compartir implícitos, es decir, formas de categorizar la
realidad que no necesitan ser explicadas, porque se dan por sentadas.
La escolarización de los hijos de una familia autóctona de clase media es vivida
por ésta como un acto que se hace dentro de la comunidad5. La escuela es algo
que forma parte del propio universo. Su estructura y funcionamiento son
conocidos, es más, están interiorizados. A pesar de la habitualmente escasa
participación de los padres en la dinámica escolar, hay un entendimiento
implícito sobre algunos mínimos: Qué se pretende educar, qué es un niño,
cuándo su comportamiento es correcto..., son cuestiones sobre las que hay una
sensible aproximación.
Cuando los miembros de un grupo étnico minoritario con escaso poder asisten a
la escuela, se encuentran con un mundo en el que las reglas, el lenguaje, las
relaciones o los objetivos de la actividad, se hallan lejos o incluso pueden llegar
a contradecir las reglas, las pautas de uso del lenguaje, las formas de relación o
los objetivos más o menos explícitos de su familia y su grupo cultural. Lidiar con
esto es un reto para una escuela que pretenda ser integradora.
Ante las dificultades que esta situación pueda plantear, no basta con la
incorporación del folclore del grupo de origen del alumno en las actividades más
o menos lúdicas de la escuela. La cultura no se puede reducir a la danza y la
gastronomía. Una cultura es una forma de vida, una manera de interpretar la
realidad, firmemente asentada en las relaciones (y en los símbolos que las
median) que la comunidad reproduce, sanciona y, llegado el caso, transforma.
Para un grupo de inmigrantes, la creación de una red de relaciones con
miembros de su etnia proporciona seguridad. Y ello no sólo por la ayuda mutua
que se espera sino, además, porque el establecimiento de una comunidad en la
que las presuposiciones, valores e interpretaciones de la realidad son
compartidos, permite la construcción colectiva de explicaciones que otorgan
unidad y claridad a los hechos, a menudo “extraños”, que se viven en la tierra de
acogida (especialmente cuando ésta resulta realmente poco “acogedora”).
Cada cultura tiende sus propias formas de organización comunitaria,
distribuyendo roles en función de la edad, el sexo y otras características
diferenciales. Cuando, además, en una cultura predominan los valores
colectivistas y una visión holista6 de las relaciones entre individuo y sociedad, la
Incluso cuando la escuela no está en el vecindario, la elección de ésta tiene que ver
generalmente con la pertenencia a un grupo social organizado en torno a valores ideológicos,
religiosos, de clase social, etc.
6 Las concepciones holistas propias de muchas culturas tradicionales, en contraste con las
individualistas de Occidente, consideran que el individuo no tiene valor por sí solo, sino
formando parte de un todo (de su grupo social), de la misma manera que un brazo tiene algún
valor sólo en relación al cuerpo que lo contiene. Ver varios estudios al respecto en R. A. Shweder
5
supervivencia (sino física, al menos psicológica) de un sujeto aislado se hace
imposible. Así pues, reorganizar los lazos comunitarios tras la emigración o el
exilio resulta fundamental para el mantenimiento de la integridad personal.
Cuando ello no se consigue, la soledad, la desesperación, la enfermedad mental,
la marginación al fin y al cabo, son casi inevitables.
Por tanto, las comunidades creadas por los miembros de grupos minoritarios se
organizan de acuerdo a dos parámetros:
a) el mantenimiento o recuperación de los modos de organización, valores y
relaciones provistos por la propia cultura de origen
b) la necesidad de dar respuestas a los retos de adaptación planteados por la
cultura dominante
Uno y otro se afectan mutuamente, incluyendo la incorporación de nuevas
pautas culturales, el abandono de viejos usos y/o la creación de nuevas
diferencias. El juego de complementariedades y contradicciones lleva a la
transformación de las comunidades, que incorporan como propias nuevas
instituciones, bien creadas por ellos, o bien incorporadas del grupo dominante.
Estos procesos duran generaciones.
Pero de entrada, la escuela no forma parte de esa comunidad a la que muchos
miembros de grupos minoritarios se sienten pertenecer. La escuela (como otras
instituciones) oscila entre una relación genérica con todas las familias y una
relación individualizada. Tanto una como otra relación suponen la pertenencia
previa de las familias a la misma comunidad que la escuela. Y cuando eso no es
así, la escuela se percibe como una institución ajena o inquietante, y aparece el
recelo. Hay dos motivos fundamentales por los que un grupo percibe que la
escuela “no le pertenece”. Primero, porque cuando los adultos de la familia no
han pertenecido a ella, no la han interiorizado como propia, y la desconocen7. Y
segundo, porque pueden llegar a percibir que en esa institución se promueven
valores ajenos e incluso contrapuestos a los de la familia.
La vía individual de entrada a la escuela actúa así como un embudo. Para poder
llegar al final hay que desembarazarse de la pertenencia a una comunidad, de
sus valores y sobretodo de sus relaciones. Del mismo modo que el niño que
entra por primera vez descubre sorprendido y algo asustado que allí no tiene la
compañía de sus padres, la familia del grupo minoritario se encuentra sola en su
relación con la institución escolar. Como que las relaciones entre la escuela y las
comunidades del grupo cultural dominante son implícitas (no se cae en la
cuenta de lo que resulta obvio), no se repara en la ausencia de tales relaciones
con las comunidades minoritarias. Para la escuela, los alumnos no pertenecen a
otra comunidad que no sea la escolar.
Llegados aquí podemos volver al análisis de las dificultades presentadas por los
alumnos de grupos minoritarios en la escuela. La comunidad minoritaria
gestiona las carencias (de recursos), las diferencias (que la definen como grupo)
& G. Herdt (Eds.): Culture Psychology. Essays on Comparative Human Development.
Cambridge. University Press.
7 Por “no ha pertenecido”, nos referimos tanto a falta de escolarización, escolarización
deficiente, o escolarización en una cultura en la que esta institución es muy distinta.
y las relaciones de poder (que le sitúan en una posición en la dinámica social).
Las carencias que muestra un niño no deben ser entendidas como un “asunto
individual”, sino como síntoma de las dificultades en el acceso a recursos de su
comunidad. Y es en éste ámbito donde deben ser especialmente abordadas. Las
diferencias se deben entender como elementos de pertenencia a una
comunidad. El manejo de tales diferencias no es cosa entre la escuela y “sus
alumnos diferentes”, sino entre la escuela y la comunidad minoritaria. Por
último, la escuela no es una institución pasiva respecto a las relaciones de poder
entre minoría y mayoría. Estas relaciones se juegan también en el campo de la
escuela, donde la presión asimilacionista y las resistencias que conlleva son el
material de confrontaciones subyacentes o descaradamente explícitas.
En resumen, el tratamiento de la diversidad cultural y social desde la escuela no
se resuelve por una atención individual a los alumnos, sino a través de la
intervención en el campo de las interacciones intra e intercomunitarias. La
incorporación de la comunidad en la estrategia educativa de la escuela es una
propuesta que ha tenido varios modelos interesantes. Varias experiencias han
venido a mostrar que es posible implicar a una comunidad de familias, incluso
cuando estas tienen una escasa o nula educación formal, y cuando pertenecen a
una cultura que no es la de la escuela. Pero ello supone cierta transformación de
la escuela. De lo monocultural a lo intercultural, pero también de un espacio
delimitado a otro más poroso y permeable.
La escuela como contexto de actividad8
Existen algunas escuelas que se han tomado la interculturalidad no como el
“problema” de algunos de sus alumnos, sino como una dimensión que orienta el
desarrollo de sus programas. Es posible, por tanto, transformar la escuela y, de
hecho, la multiculturalidad es una buena oportunidad para ello. La progresiva
eliminación de barreras arquitectónicas ha beneficiado a mucha más gente que
la que va en silla de ruedas. Pero los costes a que ha dado lugar a tal eliminación
y el cambio de mentalidad que ello ha supuesto, sólo encontraron su
justificación en la atención a un colectivo de personas para la que tales barreras
era infranqueable. Igualmente, la multiculturalidad supone un tratamiento de la
diversidad y un acercamiento a la comunidad imprescindibles en la escuela
intercultural, pero beneficioso para los procesos educativos de todos los
ciudadanos de este nuevo siglo.
Ahora bien, en la escuela se dan una serie de elementos estructurales que la
vinculan a la comunidad cultural de la que ha surgido. El conocimiento de esos
elementos es necesario para su transformación. A continuación intentamos dar
algunos elementos utilizando, de nuevo, la escolarización de los gitanos como
ejemplo.
En este apartado se da un repaso “de urgencia “ a un tema tratado más extensamente en
Lalueza, J. L.; Crespo, I.; Pallí, C. y Luque, M. J. (2001): Socialización y cambio cultural en una
comunidad étnica minoritaria. El nicho evolutivo gitano. Cultura y educación, 13(1): 115-130
8
Tomaremos como unidad de análisis de la conducta humana, siguiendo a
Leontiev, la actividad. Esta se define primariamente por las relaciones entre el
sujeto, sus metas y las herramientas que utiliza para conseguirlas. Pero estos
tres elementos (y sus relaciones) deben ser contextualizados. Para ello,
deberemos atender a las relaciones que se establecen con la comunidad en que
se desarrolla la actividad, sus reglas y la división del trabajo con que se opera9.
Medios
Sujeto
Normas
Objeto
Comunidad
Div.
Div. trabajo
Figura 1. Contexto de actividad. Esquema propuesto por Engelstrom, basado en Leontiev. (en
Cole, 1999)
La cultura gitana como contexto de desarrollo y aprendizaje presenta con
respecto a la escuela profundas diferencias en cada uno de esos seis parámetros
de la actividad. La escuela, elemento fundamental del “nicho evolutivo payo”,
define un tipo concreto de sujeto, unos objetivos que ha de alcanzar, unas
determinadas herramientas para conseguirlos, una peculiar división del trabajo,
una comunidad concreta en la que se dan las relaciones y se ejecutan los roles, y
unas normas que regulan todo ello. Las prácticas educativas en el “nicho
evolutivo gitano”, definen otro sujeto mediante la fijación de otras metas, la
utilización de otras herramientas, el anclaje en otro tipo de comunidad, con una
muy diferente división del trabajo y unas normas absolutamente distintas.
Actividades formales
Individuo
(alumno)
reglas escolares
(responsabilidad individual)
Adquisición personal
de conocimientos formales
Comunidad escolar
(comparte valores familias medias)
Figura 2. La escuela como contexto de actividad.
9
Ver Cole, M. (1999): Psicología Cultural. Madrid. Morata.
profesión(maestros,profesores)
/ parentesco (padres)
El sujeto de la escuela es el individuo puro y duro, referente de todo derecho y
de todo deber. Si procede como se espera de ella, para la escuela todos los
alumnos son iguales entre sí de entrada. No se atiende a su origen familiar, ni a
su comunidad, ni a su sexo. Las diferencias simbólicas se aplicarán por estrictos
criterios individuales, dependiendo del esfuerzo y habilidad de cada uno en el
seno de la misma escuela, y se plasmarán en su currículo.
En la escuela se le presenta a cada sujeto una meta individual. Toda la actividad,
desde el punto de vista de cada alumno, gira en torno a que él o ella adquiera
conocimientos, habilidades y un lenguaje y conducta apropiados. La meta reside
en que el alumno llegue al final habiendo interiorizado todo ello y sea capaz de
aplicarlo autónomamente en nuevas y diferentes situaciones.
Las herramientas pedagógicas de la escuela están destinadas exclusivamente al
aprendizaje y son útiles en tanto que consigan esa meta en cada uno de sus
alumnos.
La comunidad escolar está compuesta por individuos organizados
exclusivamente a partir de su rol: alumno, maestro o personal de servicios. Ese
rol desaparece cuando se traspasa de salida la puerta del edificio escolar.
Las normas escolares son un dispositivo que configura la responsabilidad
individual a través de castigos, recompensas, evaluaciones, méritos y deméritos
que, en lo fundamental, se orientan a los individuos. Cada uno es responsable de
sus acciones, cada uno es evaluado según los conocimientos que puede
demostrar haber adquirido. Los frutos, en forma de certificados y títulos son
individuales y garantía para un futuro personal.
La división del trabajo en la escuela se organiza a partir de roles que vienen
determinados por los complejos mecanismos legitimadores de la sociedad, entre
los que se encuentran la posesión de certificados que capacitan a alguien (los
maestros) en función de los conocimientos que se le atribuyen, para ejercitar
una función. También se da una distribución de funciones entre padres y
maestros, estableciéndose unos límites en ocasiones equívocos, pero
indiscutiblemente presentes.
Relaciones (Habilidades
Interpersonales)
Grupo
Supervivencia y
Prestigio Grupo Familiar
Familiar
Ley Gitana
(responsabilidad colectiva)
Comunidades gitanas
(apoyo y control social)
Edad/
Género
Figura 3. Contexto de actividad de las prácticas de aprendizaje guiado en sociedades
tradicionales como las comunidades gitanas.
Por el contrario, en la comunidad gitana el sujeto está siempre referido a su
pertenencia al grupo, la familia o el clan. En la comunidad gitana, cada uno es lo
que es en tanto que perteneciente a una familia, y su sexo, estado civil y edad,
son fundamentales en la definición de su rol social 10
Las actividades de aprendizaje guiado por las que una gitana enseña a su hija las
tareas domésticas o la venta en el mercado, o el anciano “tío” que enseña al
joven los arcanos de la mediación, no le son presentadas al aprendiz como una
actividad que gire en torno a él, sino como su oportunidad para participar en el
mundo de los expertos. El aprendizaje no es tanto un actividad en si, como una
subrutina de una actividad más amplia, con objetivos tales como la
supervivencia o el prestigio del grupo. Las metas del aprendiz (aprender) no
están desligadas de las del grupo familiar (la obtención de un rendimiento
económico, la legitimación de los lazos comunitarios, etc.).
Las herramientas utilizadas en el aprendizaje guiado tradicional son las mismas
que se utilizan para la actividad productiva, sus resultados son tangibles en
tanto que crean riqueza o prestigio para el grupo que las utiliza.
La comunidad gitana es una red de familias y se conserva el rol en todas las
acciones sociales. Cualquier conducta individual fuera de casa es asunto que
compromete (positiva o negativamente) a la familia ante el resto de la
comunidad.
La ley gitana que gobierna las relaciones en la comunidad étnica subraya lo
colectivo. La responsabilidad no se circunscribe a los individuos, ya que cada
acto social incluye a la familia y la trasgresión de una ley es asunto que implica a
ésta. Al igual que la culpabilidad “mancha” a toda la familia, toda ella se siente
víctima de la afrenta hecha a un miembro.
En la sociedad gitana la división del trabajo se efectúa básicamente en función
del sexo y la edad. Por lo que respecta a las prácticas de enseñanza/aprendizaje,
quién enseña no está determinado por un rol creado para llevar a cabo esta
función, sino que los enseñantes son sencillamente los que ejecutan esas
mismas tareas que van a enseñar y tienen alguna relación previa (familiar,
comunitaria) con el aprendiz. La madre que enseña a su hija el trabajo en el
mercado, el padre que enseña a su hijo el trato, o el tío que enseña a un
miembro de la comunidad (por lo general ligado por lazos de familia o
compadrazgo) cómo mediar entre familias enfrentadas.11
En torno al sujeto individual y el sujeto colectivo, ver el análisis de Shweder, R.A. & Bourne,
E. (1991): Does the concept of person vary cross-culturally? En R. A. Shweder. Thinking through
cultures. Harvard University Press. Un delicioso análisis del sujeto de la actividad, su relación
con la comunidad y su impacto en las prácticas de crianza, referido a entornos muy diferentes,
se puede encontrar en Doumanis, A. (1988): Prácticas educativas maternas en entornos
rurales y urbanos. Madrid. Aprendizaje-Visor.
11 Sobre el aprendizaje guiado, ver Rogoff, B. (1993). Aprendices del pensamiento. Barcelona.
Paidós.
10
Sujeto individual frente a sujeto colectivo, metas del individuo frente a metas
del grupo, herramientas formales frente a herramientas tradicionales,
comunidad institucional frente a comunidad de sangre, responsabilidad
individual frente a responsabilidad compartida y división de roles por
“especialidades” frente a división de roles por género y edad. Dos universos
diferentes, dos nichos evolutivos que apuntan a metas distintas, utilizan
herramientas distintas, establecen referentes distintos y, sobre todo, definen
sujetos distintos. Todo ello, de por sí, supone un gran número de dificultades
para quien deba responder a las exigencias de ambos universos. Pero la tarea es
más ardua cuando las relaciones de poder entre las comunidades respectivas
establecen una profunda asimetría.
Comunidades locales en un mundo global
En las líneas anteriores hemos mostrado las diferencias entre la comunidad
escolar y una comunidad tradicional y minoritaria, con la finalidad de exponer
cómo uno y otro tipo de contexto de actividad definen sujetos muy diferentes:
un sujeto moderno frente a un sujeto tradicional (también podríamos decir
romántico12). Llegar a formar cada uno de estos sujetos constituye el conjunto
de objetivos que orientan la acción educativa explícita e implícitamente en cada
contexto comunitario. Conciliar ambos proyectos no es nada fácil para los
profesionales de la educación, pero resulta más complicado aún para el
hijo/alumno que debe conciliar mundos tan contradictorios13.
Pero ahora esta tensión entre dos proyectos educativos orientados a la
construcción de sujetos diferentes y sustentados desde comunidades diferentes una basada en valores de la modernidad, y otra basada en valores tradicionales-,
se enfrentan en un contexto social donde irrumpe la posmodernidad14. El sujeto
posmoderno se caracteriza por sus múltiples adscripciones, por su abanico de
identidades, por lo incierto de los avatares de su entorno. Su comunidad de
referencia ya no viene dada por la proximidad. Sus redes sociales no se basan
exclusivamente en el contacto y la proximidad, de modo que se extienden por
encima de límites geográficos, a menudo con el apoyo de “muletas” virtuales.
Tenemos así un proyecto educativo basado en la modernidad, dirigido a una
población educada familiarmente en lo tradicional, en un contexto social
posmoderno. Es decir, las políticas de integración escolar suponen un proyecto
implícito de creación de una subjetividad “moderna”, contradictoria con la
subjetividad de las familias, pero no necesariamente adaptada a un mundo que
ya no responde a la máxima “una racionalidad supone una única cultura”
Ver Shweder, R. A. (1986). Antropology's romantic rebelion against the enlightement, or
there's more to thinking than reason and evidence. In R. A. Shweder & R. A. Le Vine (Eds.).
Culture Theory. Essays on mind, self and emotion. Cambridge. University Press
13 Un ejemplo real de cómo esas contradicciones pueden alcanzar un giro dramático puede
encontrarse en Crespo, I.; Lalueza, J. L. y Perinat, A. (1994): Derecho a la propia cultura:
Universalidad de valores o sesgo de la cultura dominante. Infancia y Sociedad, 27/28, 283-294.
14 Respecto al sujeto posmoderno, en comparación con los sujetos romántico (tradicional) y
racional (moderno), ver Gergen, K. J. (1992). El yo saturado. Dilemas de identidad en el mundo
contemporáneo. Barcelona. Paidós.
12
¿Acaso la posmodernidad no nos ofrece otra forma de entender la tensión entre
modernidad y tradición, heredada de los tiempos de la ilustración? ¿No pone en
cuestión la posmodernidad la noción de progreso, que jerarquiza
evolutivamente las formas de organización social? En otras palabras, desde la
modernidad se tiende a contemplar las sociedades tradicionales como rémoras
del pasado, como “sociedades en vías de desarrollo”. Desde la posmodernidad,
las distintas formas de organización social son sencillamente fruto de haber
adoptado sendas distintas en el desarrollo.
Las sociedades posmodernas se caracterizan por la aceleración de los procesos
de cambio. La multiculturalidad y la tecnología son dos de los elementos que
contribuyen a esos cambios. Por un lado, una sociedad en la que conviven -se
complementan, entran en confrontación...- distintos modelos culturales, es una
sociedad necesariamente abocada a cambios, que pueden orientarse hacia el
parapeto en comunidades separadas (con la creación de una nueva sociedad
segregada), o hacia la senda intercultural (creación de una nueva cultura que
incluye diversos “modos de vida” y que incorpora en mayor o menor medida
elementos de las viejas culturas).
Por otro lado, las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), crean
las condiciones para el establecimiento de redes, no sólo de información, sino
también de pertenencia -y por lo tanto creadoras de identidad. Ello posibilita
nuevas vinculaciones, así como la creación de significados que se difunden y
comparten a través de circuitos virtuales.
La escuela intercultural puede así apoyarse en las herramientas que pone a su
disposición la sociedad de la información, porque su uso facilita desarrollar
proyectos que se escapan de las contradicciones generadas por la dualidad entre
comunidades tradicionales y comunidades modernas. Una educación que
reconozca la posibilidad de sujetos con identidades múltiples –ser gitano y
catalán, o sentirse africano al tiempo que ciudadano español- es facilitada por
el uso de herramientas que permiten a tales sujetos expresarse y comunicarse en
diferentes planos de identidad15. Evidentemente, ello genera nuevas
subjetividades, pero aquí no se está proponiendo el mantenimiento de las
culturas en urnas que las protejan de toda influencia. Ahora bien, este proceso
afecta igualmente a los miembros de la cultura dominante. La educación
siempre ha estado ligada a los procesos de cambio cultural, pero la aceleración
de éstos hacen el vínculo más evidente.
Por otro lado, cuando los grupos minoritarios permanecen en una situación de
exclusión, proporcionar herramientas como las TIC deviene un elemento
fundamental para superar la marginación, a la que se viene a unir ahora la
denominada brecha digital. Las TIC, puestas en manos de una comunidad
15 La noción de identidad múltiple está desarrollada en Crespo, I. (2001): Cambio cultural y
desarrollo humano: el papel de la mujer en una comunidad gitana. Universitat Autónoma de
Barcelona. Una presentación más resumida puede hallarse en Lalueza, J. L. y Crespo, I. (2001):
Los gitanos en el siglo XXI, entre la asimilación, el ghetto y la conciencia de una identidad
múltiple. Crítica. 889: 24-29.
minoritaria, no sólo proporcionan oportunidades de desarrollo para sus
miembros, sino –y eso es lo importante- para la comunidad como un todo16.
Por ello, el uso de las TIC en la escuela no debe ser reducido a “clases de
informática”. Ha de suponer una nueva forma de entender la educación, en la
que la transmisión de conocimientos y la adquisición de habilidades no se da en
una única dirección –del maestro al alumno, de la cultura dominante a los
miembros de todos los grupos- sino como un “tejer conjuntamente”, en
expresión de Bruner17, como un proceso de aprendizaje guiado en la que el
fundamental papel del maestro no se confunde con el de depositario de la
verdad.
Esa nueva forma de afrontar la educación introduciendo como herramientas
mediadoras las TIC, supone la oportunidad de proporcionar a los alumnos
mecanismos útiles para acceder a entornos de aprendizaje y participación con
múltiples adscripciones culturales. Ello no debería hacerse en desconexión con
las familias y las comunidades a las que pertenecen, lo que lleva a la necesidad
de desarrollar programas educativos intergeneracionales. El proyecto
internacional 5th Dimension es un ejemplo de esta línea de acción, basada en la
creación de comunidades locales de aprendices, que utilizan herramientas que
les vinculan a otras comunidades, tejiendo una red global18. Estas comunidades
pueden tener su asiento en la escuela, pero también en otros contextos, como
entidades cívicas y culturales que prestan servicios a una comunidad. Los
avances de este proyecto pueden ser consultados en http://www.5d.org
(comunidad global de aprendices) y http://seneca.uab.es/5d (comunidad local
de aprendices).
Para terminar, consideramos que la multiculturalidad en la escuela deber ser
abordada mediante una apertura a las diversas comunidades a que están
adscritos los alumnos. La relación entre la comunidad escolar y aquélla a la que
pertenece la familia de cada alumno –mesosistema-, ha de formar parte del
currículum global de la escuela. Pero, más allá de esto, la escuela no puede
seguir siendo una comunidad desvinculada de la red de relaciones que
comunican diferentes experiencias culturales de aprendizaje. La relación con el
entorno inmediato de la escuela (las comunidades del vecindario) debe
completarse con la apertura a redes globales que, por sus propias características
estructurales, tienden a la interculturalidad.
16 Un ejemplo, en clave de intervención comunitaria, está en Crespo, I.; Lalueza, J. L. y Pallí,
C. (2002): Moving communities: a process of negotiation with a gypsy minority for
empowerment. Community, Work and Family. Vol. 5, N. 1: 49-66. Sobre uso de las TIC en una
comunidad en riesgo de exclusión, Lalueza, J. L.; Crespo, I.; Pallí, C. y Luque, M. J. (1999):
Intervención educativa, comunidad y cultura gitana. Una experiencia con nuevas tecnologías: la
casa de Shere Rom. En M. A. Essomba: Construir la escuela intercultural. Reflexiones y
propuestas para trabajar la diversidad étnica y cultural: 185-194. Graó. Barcelona.
17 Bruner, J. S. (1991): Actos de significado. Más allá de la revolución cognitiva. Madrid.
Alianza Editorial.
18 El planteamiento teórico de la 5th Dimension puede consultarse en la obra ya citada de
Michael Cole (1999), y también en http://129.171.53.1/blantonw/5dClhse/
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