ESPAÑA: UNA NACIÓN AMERICANA SPAIN: AN AMERICAN

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ESPAÑA: UNA NACIÓN AMERICANA
SPAIN: AN AMERICAN NATION
Traducción de la conferencia original en inglés pronunciada
por S. A. R. el Príncipe de Asturias
en la Universidad de Harvard
21 de junio de 2012
Sé muy bien el privilegio que representa impartir una conferencia en la
Universidad de Harvard, en particular en la Kennedy School of Government en
la que han hablado algunos de los intelectuales y estadistas más importantes
del mundo. Gracias de verdad a las autoridades de esta institución por su
invitación y por la presencia de todos ustedes en este acto. Permítanme,
igualmente, aprovechar esta oportunidad para felicitar a la Kennedy School en
su 75 aniversario por el prestigio del que justamente goza en todo el mundo.
Valoro mucho su amabilidad, particularmente porque han permitido que
sea un modesto licenciado de la Universidad de Georgetown el que se dirija a
todos ustedes desde esta noble tribuna. Pero yo creo, honestamente, que los
de Georgetown también tenemos algo que decir…, incluso en Harvard.
Desde su creación esta universidad ha estado caracterizada por su
compromiso con la excelencia, la innovación y la creatividad. El mundo admira
este legado y valora su continuidad. Me agrada y enorgullece decir que la
Fundación Príncipe de Asturias está profundamente inspirada en estos
principios y constituye un honor mantener una estrecha y fructífera relación con
Harvard, promoviendo la ciencia, la cultura y las humanidades.
“España: una nación americana”. Este es el tema de mi intervención.
Empleo deliberadamente el término “americano” en la acepción relativa a todo
1
el americano, desde el Ártico canadiense hasta el Cabo de Hornos, lo que en
este país viene a denominarse habitualmente “las Américas”.
Antes de continuar creo que podría ser importante mencionar que parte
de mi condición institucional y mi deber como Heredero de la Corona está
dedicada a Iberoamérica: la Constitución Española reserva a la Corona ─en la
persona del Rey─ una especial función de representación de nuestro país en el
extranjero y especialmente ante las repúblicas independientes que forman
parte de nuestra Comunidad histórica, e Iberoamérica es una parte
fundamental de esa Comunidad.
A lo largo de los años he visitado con regularidad estos países
asistiendo, en nombre del Rey, a las tomas de posesión de sus Presidentes, y
he tenido el privilegio de conocer y coincidir con la mayoría de los líderes
regionales, así como de apoyar y promover tanto los intereses de las empresas
españolas como nuestros esfuerzos en la ayuda al desarrollo. He tratado de
establecer fuertes lazos institucionales y personales con Iberoamérica y con
todo el americano, cuyas sociedades e instituciones he podido apreciar y con
las que me identifico. Así pues, el tema de mi intervención aquí hoy me es muy
querido.
La tesis de que “España es una nación americana” o, lo que es lo
mismo, de que tiene una sustancial dimensión o identidad americana, no es tan
extemporánea como podría eventualmente parecer a primera vista. Además,
contiene
una
realidad que
ha
pasado con frecuencia
extrañamente
desapercibida.
Varias pueden ser las razones de esta afirmación: por un lado, la
indiscutible identidad europea y papel histórico de España, particularmente en
la región mediterránea. Por otro, quizás no hemos sido suficientemente
proactivos a la hora de dar a conocer o de hacer visible nuestra inherente
dimensión americana.
2
Para intentar explicar la identidad americana de España me centraré
sobre todo en cinco dimensiones principales ─histórica, cultural, lingüística,
geopolítica y económica. Después haré hincapié en lo mucho que, en mi
opinión, Estados Unidos y España pueden hacer juntos en todo el
y en
nuestros dos países para el beneficio de nuestras sociedades y de todas las de
la región.
Permítanme comenzar por la dimensión histórica. Es bien conocida la
llegada de los españoles a finales del siglo XV al Nuevo Mundo ─los primeros
europeos que arribaron a la orilla occidental del océano Atlántico. De forma
análoga la historia nos cuenta cómo, durante la siguiente centuria, España
llegó a gobernar sobre una vasta área, comenzando por el Caribe,
extendiéndose en un primer periodo por el golfo de México, Mesoamérica y
más tarde Sudamérica.
Sin embargo, es menos conocida la presencia de España durante siglos
en gran parte de América del Norte, en primer lugar en el sur y sudoeste de lo
que hoy son los Estados Unidos. A este respecto resulta interesante recordar la
cita del propio presidente John Fitzgerald Kennedy cuando dijo: “ Unfortunately
too many Americans think that America was discovered in 1620 when the
pilgrims came to my own State, and they forget the tremendous adventure of
the 16th century and the early 17th century in the Southern and Southwest
United
States”.1
Describió,
como
una
importante
carencia
entre
los
estadounidenses el hecho de no conocer suficientemente la “influencia, la
exploración y el desarrollo españoles” de esa época.
Me gustaría recordarles que la presencia o los asentamientos españoles
se extendieron a la práctica totalidad del territorio de los Estados Unidos que se
extiende al oeste del Misisipi. Hablamos igualmente de toda la costa del
océano Pacífico desde California hasta Alaska pasando por territorios hoy
canadienses que también fueron explorados e incorporados a España hace
algo menos de dos siglos y medio. Del mismo modo, resulta obligado
1
John F. Kennedy: “Remarks to an International Group Attending the Inter-American Archival Seminar.”
Washington, 24 de octubre de 1961.
3
rememorar hoy la llegada a Florida hace casi quinientos años, en 1513, de la
expedición española de Ponce de León, donde, tiempo después, se
establecería el primer asentamiento en Pensacola. San Agustín, fundada en
1565 por Pedro Menéndez de Avilés, es la ciudad más antigua de los Estados
Unidos si exceptuamos, naturalmente, San Juan de Puerto Rico.
La primera celebración documentada del Día de Acción de Gracias en
los hoy Estados Unidos tuvo lugar en El Paso, en 1598, con motivo de la toma
de posesión de esas tierras por Juan de Oñate, más de dos décadas antes de
la llegada del Mayflower a las costas orientales norteamericanas. Y podría
seguir…, pero les ahorraré más ejemplos de la histórica presencia de España
en lo que casi constituye tres cuartas partes del territorio de los Estados Unidos
donde, en una gran parte, permanecimos durante más de trescientos años.
Otro capítulo fundamental, también muy poco conocido, de los lazos
históricos españoles con esta tierra y con su pueblo fue la participación en la
Revolución Americana. España realizó una contribución decisiva a la causa de
la libertad de este país aportando medios, armas, capital y, también, una
extraordinaria participación de importantes contingentes militares. Estoy seguro
de que muchos tienen en su memoria el nombre de Bernardo de Gálvez y la
ciudad bautizada en su honor, Gálveston. El papel desempeñado por Gálvez
en la historia estadounidense, junto con sus valientes granaderos, ha sido
considerado fundamental para la victoria en la Guerra de la Independencia.
Y una última anotación que hace referencia a nuestra historia
compartida. Hace justo ahora doscientos años, en 1812, fue promulgada en la
ciudad de Cádiz, durante el asedio del ejército de Napoleón, la primera
Constitución española. Se trata de la tercera Constitución histórica más
influyente del mundo tras la estadounidense y la francesa. Pero lo más
destacable es que fuera redactada por diputados que viajaron hasta la ciudad
andaluza desde la mayoría de los territorios de lo que era entonces la América
Hispana, entre ellos Nuevo México, y que tuviera vigencia en muchos de ellos
como Texas y California.
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Fue por tanto la primera Carta Magna transcontinental de la Historia y
estuvo vigente en España, en América del Sur, en América Central y en
América del Norte, en territorios hoy estadounidenses. También en Puerto
Rico, Filipinas y otras islas del Pacífico, pertenecientes a España desde el siglo
XVI y hasta 1898. No, no mencionaré la guerra hispano-norteamericana, no se
preocupen.
En definitiva, todas estas menciones son ilustrativas de la larga
presencia española en todo el . Esto debería bastar para entender la integral
dimensión americana de España que se extiende prácticamente por todas las
Américas, aunque muchas veces en la creencia general
se restrinja la
influencia española a América del Sur, América Central y el Caribe.
El eje cultural. Producto de la presencia varias veces centenaria de
España en las Américas fue la creación y el surgimiento de estilos de vida y
sistemas de valores comunes en gran parte del . Desde la gobernación al
urbanismo pasando por la administración de justicia, la economía y la
educación, el sello hispánico se plasmó en gran parte del Hemisferio y todavía
sigue sorprendiendo por su vigor, profundidad y proyección. La fortísima
identidad cultural de Iberoamérica y del conjunto del mundo hispánico
expresada en sus diversas manifestaciones ―literaria, musical y artística por
ejemplo― es una de las muestras más vivas de lo que estoy diciendo.
También muchos rasgos y estereotipos de la cultura popular
estadounidense, como la tradición de la ganadería del Sudoeste ─la cultura del
rodeo y del cowboy─ que son, con permiso de Hollywood, de influencia
española. Incluso el mismo signo del dólar, símbolo hoy íntimamente asociado
a la economía norteamericana, fue inspirado por la moneda española de uso
corriente en aquellos territorios en tiempos de la independencia de los Estados
Unidos.
Estando en Harvard —la universidad más antigua de este país y una de
las más prestigiosas del mundo— no debo omitir el hecho de que España
fundó las primeras universidades en las Américas a mediados del siglo XVI:
5
Santo Tomás de Aquino, en Santo Domingo, la Mayor de San Marcos, en Perú,
y la Pontificia de México. Estas universidades trasladaron a América los altos
parámetros culturales de las antiguas universidades españolas, como la de
Salamanca fundada a principios del siglo XIII, donde, a partir del
descubrimiento español del Nuevo Mundo, se articularían desde el “Derecho de
Gentes” las bases del Derecho Internacional moderno.
Pero hay un fenómeno socio-cultural clave que ha marcado e
influenciado la idiosincrasia de todo un , conocido como “mestizaje”, y
desarrollado en el americano durante la presencia española. Esta mezcla de
poblaciones europeas, africanas y de pueblos indígenas americanos se
acompasó con una fusión sin precedentes de religiones y creencias. Nunca
antes en la Historia se había producido en un periodo tan relativamente corto
un proceso sincrético de esta naturaleza en un territorio tan amplio. Pues no se
quedó en aspectos formales sino que abarcó todas las dimensiones de la
identidad humana, desde la puramente biológica a todas las vertientes de lo
social, religioso y cultural. Es decir, los diversos procesos socio-culturales de
integración denominados “melting pot” (crisol) y “salad bowl” (ensaladera), que
han caracterizado a los Estados Unidos, ya fueron aplicados por España, en
diferentes grados y formatos, en las tres Américas geográficas ─la del Sur, la
Central y la del Norte─ desde finales del siglo XV.
Al discutir algo tan crucial (y sensible) como la construcción de las
identidades colectivas nacionales y multinacionales, soy por supuesto
consciente de la existencia de un vivo debate político y académico acerca de la
condición, o no, de Iberoamérica como civilización específica, o como uno de
los pilares de la civilización occidental. Es obvio que no me incumbe a mí
responder a esa pregunta, sino que corresponde a los propios iberoamericanos
definir su propia identidad como sientan y deseen. No obstante, es indudable la
muy destacada contribución española a la dimensión occidental de la identidad
iberoamericana, como quiera que ésta sea definida.
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Me centraré ahora en la dimensión del idioma, sin duda el legado por
excelencia de la presencia española en el . Lo que llamamos la “dimensión
lingüística”, que es la tercera de la que quería hablar.
El español es hoy, con cerca de quinientos millones de hablantes, la
segunda lengua de comunicación internacional y como lengua materna es ya
también la segunda del mundo, tras el chino y por delante en este caso del
inglés. Teniendo en cuenta que aproximadamente el 85 % de los
hispanohablantes del mundo viven en el americano y considerando el número
de países en los que es idioma oficial, el español es hoy una lengua
esencialmente americana, mucho más que europea.
Pero el español no es solamente un idioma muy hablado. Debe ser
contemplado y reconocido como un instrumento de valor incalculable utilizado
por los más excelsos escritores y pensadores, de múltiples nacionalidades. El
aspecto cualitativo del español es perfectamente equivalente al cuantitativo. De
ahí su grandeza y su enorme prestigio mundial.
Hay que resaltar también el valor económico del español. Sólo en
España el español representa el 15 % de nuestro PIB y se ha calculado que el
hecho de compartir nuestro idioma con una veintena de países aumenta casi
en un 200 % el volumen de los intercambios comerciales bilaterales. Las
exportaciones de las industrias audiovisual, editorial y de artes plásticas
representan conjuntamente y de modo aproximado mil millones de dólares. En
cuanto al turismo lingüístico, se calcula que los ingresos económicos anuales
para España alcanzan los 584 millones de dólares (por cierto, España es hoy
el segundo destino más popular entre los jóvenes estadounidenses que
desarrollan programas de estudios en el extranjero). Por otro lado, las
industrias culturales asociadas al español emplean solo en mi país a más de
medio millón de personas, y se podría decir algo parecido del resto del mundo
de habla hispana. En suma, el español constituye en definitiva un valor
económico de primera magnitud.
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En los Estados Unidos ustedes conocen mejor que nadie la importancia
del español. Esto se debe en parte a la creciente importancia de la comunidad
hispana, o latina, que convierte a los Estados Unidos, con más de cincuenta
millones de hispanohablantes, en el segundo país de habla hispana del mundo
por detrás solamente de México y por delante de España. Además, se suma el
hecho de que la lengua española es naturalmente el idioma, digamos,
“extranjero” más estudiado y demandado en los Estados Unidos. Y digo
“extranjero” entre comillas porque, honestamente, considero difícil sostener que
una lengua que lleva aquí ininterrumpidamente desde hace medio milenio sea
considerada una lengua foránea. En cualquier caso, su importancia económica,
social, cultural e incluso política es, además, insoslayable (observen lo que está
ocurriendo en las campañas políticas y presidenciales).
El español, por supuesto, no es la única lengua ibérica hablada en el
americano. El portugués, muy similar desde el punto de vista lingüístico, es la
lengua oficial de Brasil, un país de vastas dimensiones y con protagonismo
global. El español también se usa ampliamente en ese país y de hecho el
gobierno brasileño decretó en 2005 que la enseñanza del español debería
estar disponible (como materia optativa) para todos los estudiantes de
enseñanza secundaria. Juntos, el español y el portugués constituyen una base
lingüística común que liga a setecientos millones de personas en una treintena
de países de todo el mundo.
En suma, el idioma español constituye indudablemente un extraordinario
valor cultural que refuerza la noción de España de ser también una nación
americana.
La realidad histórica, cultural e idiomática de Iberoamérica constituye la
piedra angular de la vocación y de la moderna proyección americana de
España. (A menudo sostengo que todo español debe ser consciente de la
dimensión y herencia común americana para tener una comprensión completa
de su identidad).
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A nivel político, la presencia de España ha tomado diversas formas,
tanto bilaterales como multilaterales, dependiendo de los intereses geopolíticos
de los Estados concernidos.
Aunque no me corresponde a mí decirlo, existe un reconocimiento
general, tanto en el ámbito académico como político, de la singular contribución
de la Monarquía al éxito de la Transición democrática tras la proclamación del
Rey en noviembre de 1975. En el curso de este proceso de transición los
líderes políticos y las instituciones españolas acumularon una experiencia que
ha inspirado posteriormente a otras naciones. La labor de la Corona y de otras
instituciones españolas durante la década de los años 80 fue determinante
para favorecer la implantación de sistemas democráticos en muchos países de
América Central y del Sur que vivían bajo regímenes dictatoriales. Esto explica
parcialmente el íntimo compromiso de la Monarquía española con las
democracias de Iberoamérica.
En esta línea España ha dado también buena prueba de su
preocupación por el desarrollo económico y social de las sociedades
iberoamericanas. La ayuda al desarrollo que hemos transferido a la región a lo
largo de los años constituye un buen ejemplo de ello. Solo en la última década
España ha contribuido con más de ocho mil millones de dólares en ayuda
oficial al desarrollo, que se han destinado a combatir la pobreza y las
desigualdades, mejorar la prestación de servicios sociales básicos o fortalecer
las instituciones políticas del Estado de Derecho.
Hoy en Iberoamérica existe un amplio consenso acerca de la
democracia como sistema político, de la economía de mercado con una clara
visión de inclusión social y de la necesidad de articular sociedades
participativas sobre una cultura de tolerancia. Se trata de una región
prometedora donde algunos de sus Estados más prósperos se han
transformado en líderes económicos mundiales; y en la que algunos de estos
países más activos en el ámbito diplomático participan progresivamente en los
asuntos mundiales gracias a su pertenencia al G-20. España se siente
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lógicamente muy orgullosa y honrada de haber contribuido en alguna medida al
mayor progreso de Iberoamérica en los últimos decenios.
Al mismo tiempo, el entramado de afinidades históricas y culturales y los
valores e intereses compartidos entre las naciones de lengua española y
portuguesa de América y de Europa —lo que llamamos países de la
Comunidad Iberoamericana— han impulsado la articulación de mecanismos de
cooperación multilateral entre nuestros Estados desde tiempos muy tempranos.
En los últimos veinte años las Cumbres Iberoamericanas, que reúnen
con regularidad a los máximos mandatarios de estos países, han tratado un
amplio espectro de cuestiones de la actualidad internacional desde el impacto
de las migraciones en el desarrollo al futuro de nuestros sistemas educativos o
las perspectivas de inclusión social, pasando por la transformación del Estado y
los desafíos a los que se enfrenta la innovación y el conocimiento. Este año
celebraremos una nueva Cumbre Iberoamericana en la ciudad de Cádiz con
ocasión del bicentenario de la primera Constitución española, de ámbito
transcontinental, a la que antes hice referencia, para tratar los actuales
desafíos de la realidad internacional, particularmente los económicos.
A lo largo de estas últimas décadas, con el especial impulso de España,
se ha desarrollado lo que hemos denominado Comunidad Iberoamericana de
Naciones, construyendo una nueva arquitectura institucional de carácter
multilateral complementada con cientos de redes privadas, públicas y
semipúblicas que asocian a todos los sectores e intereses imaginables de la
sociedad civil.
Llegamos ya a la dimensión económica de la identidad de España como
nación americana, lo que nos permitirá entender mejor la profunda imbricación
de nuestros intereses con los de las Américas, en particular con Iberoamérica,
en los últimos decenios.
He mencionado anteriormente cómo la región iberoamericana ha dado
pasos muy sustantivos en materia política durante las últimas décadas.
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Igualmente ha ocurrido en materia económica. Iberoamérica dispone de una
masa crítica de población y de Producto Interior Bruto equivalente
aproximadamente al 8 % mundial. Sus recursos naturales son extraordinarios y
sus materias primas representan el 12 % de la riqueza del frente al 5 % que
representan en el conjunto del mundo. Es una región que ofrece una alta
complementariedad con otras zonas emergentes y que ostenta un considerable
valor estratégico y potencial de crecimiento.
Pero, sobre todo, quiero resaltar que Iberoamérica ha conseguido
mejorar sustancialmente las condiciones de vida y el bienestar de sus
ciudadanos reduciendo la pobreza y las desigualdades sociales que, aunque
siguen presentes, han disminuido significativamente favoreciendo la expansión
de clases medias y proporcionando un amortiguador contra las condiciones
macroeconómicas externas de carácter adverso. Esto ha sido conseguido
fundamentalmente desde el respeto a la democracia y al Estado de Derecho.
De este modo la región se ha convertido en un espacio dinámico y emergente
que ha sabido responder muy positivamente a las crisis globales y sus
consecuencias en 2008-2009, así como en la actual ralentización económica
mundial.
Los expertos han atribuido esta resiliencia económica a las sólidas
bases económicas de la región y a las políticas fiscales y monetarias
anticíclicas aplicadas como respuesta a choques externos. En este contexto los
países latinoamericanos han continuado impulsando durante este periodo la
integración comercial y económica de la región que ha contado siempre con el
apoyo de España.
En Iberoamérica las empresas españolas se involucraron desde los años
90 del pasado siglo aportando capital, tecnología, conocimiento en materia de
gestión empresarial y experiencia internacional en ámbitos como el financiero,
las infraestructuras, el energético y las telecomunicaciones, todos ellos
cruciales para el desarrollo económico y la cohesión social de la región.
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En las dos últimas décadas, alrededor del cincuenta por ciento de toda la
inversión europea hacia Iberoamérica ha procedido de España. Entre 1997 y
2012 la inversión española directa en Iberoamérica alcanzó los 158.000
millones de dólares, (de los cuales 126.000 millones se invirtieron en Brasil,
México, Argentina y Chile). De esta forma, España ha superado de forma
intermitente a Estados Unidos como mayor inversor en la región. Por supuesto,
estas inversiones han sido especialmente productivas en aquellos países
iberoamericanos donde la seguridad jurídica y la estabilidad institucional han
sido mayores.
En definitiva, las firmas españolas de todos los sectores decidieron
invertir en Iberoamérica en momentos en que no resultaba tan evidente el gran
despegue económico de la región, por lo que las posiciones que estas
empresas consolidaron durante ese periodo sirvieron para optimizar sus
resultados y su implantación en la época de crecimiento posterior a partir de
mediados de la pasada década. La internacionalización de la empresa
española en Iberoamérica fue pues fundamental para el auge y la
diversificación de la economía española y para el progreso de las economías
iberoamericanas. Y hoy, en tiempos de dura crisis económica, es también de
enorme importancia para la economía española y para la superación de las
actuales dificultades.
En los Estados Unidos la proyección económica de España ha sido
igualmente creciente y evidente en materia de inversiones y con empresas de
todos los sectores, desde la construcción, el automóvil y la moda hasta los
emergentes como la biotecnología, las energías renovables o los servicios de
alto valor añadido.
Las relaciones comerciales entre nuestros dos países arrojan un saldo
deficitario para España siendo los Estados Unidos actualmente el sexto destino
de las exportaciones españolas las cuales mantienen en todo caso una
tendencia ascendente. Los EE.UU. son el segundo inversor en España
mientras que los flujos de inversiones españolas aquí se han acelerado en los
últimos años. Las inversiones españolas crean en los EE.UU. alrededor de
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70.000 empleos y las estadounidenses en España aproximadamente 300.000.
Nuestros dos países mantienen en definitiva una intensa relación económicocomercial. Sin embargo, debemos hacer un esfuerzo para profundizarlas aún
más si cabe.
En definitiva, la presencia económica de España en todo el americano
fortalece la posición de nuestro país como actor relevante en este Hemisferio.
España es, también en materia económica, un país muy americano.
Con esto concluye la exposición de las cinco dimensiones o pilares que
he presentado para defender que “España es una nación americana”. Dejo a su
criterio si lo he hecho adecuadamente.
Sin embargo, permítanme añadir que todo lo que he expuesto de
España en las Américas tiene un efecto de retroalimentación en nuestro propio
país, por el cual hemos incorporado a nuestra cultura influencias poderosas y
sentimientos profundos que nos acercan aún más a nuestros hermanos del otro
lado del océano Atlántico.
Así pues, constatando las numerosas realidades e intereses que España
y los Estados Unidos comparten en el conjunto del americano, deberíamos
animarnos a multiplicar posibilidades factibles de cooperación provechosa entre
nuestros países en muchos ámbitos. Esta cooperación triangular entre
Iberoamérica, Estados Unidos y España ofrece un enorme potencial de futuro.
Hoy en día, cuando cambios profundos transforman política y economía en un
espacio global, no podemos minusvalorar la importancia del profundo apoyo
mutuo entre naciones que comparten un amplio espectro de principios
democráticos y económicos y estoy seguro de que en foros académicos y
empresariales, aquí y en otras universidades de otros países, los jóvenes
emprendedores y académicos sabrán identificar y poner en marcha
colaboraciones concretas hispano-estadounidenses a partir de nuestra
compartida vocación hemisférica.
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Por último, considero que España no es solamente un país europeo,
americano y mediterráneo, sino una nación profundamente universal, aunque
éste sería un tema para otra conferencia. Por ello, y por todo lo dicho en esta
sesión, me atrevo provocadoramente a dar la vuelta a la hipótesis de partida:
sí, España ES una nación americana pero, quizás también, el Hemisferio
americano es y permanecerá como un profundamente hispánico.
Muchas gracias por su interés y su paciencia.
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