Valores tradicionales y pensamiento único

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Valores tradicionales
y pensamiento único
Francisco Javier Gómez Tarín
Dpto. Teoría de los Lenguajes
Universitat de Valencia
e-mail: francisco.j.gomez@uv.es
INTRODUCCIÓN
Resulta de rabiosa actualidad la polémica en torno al fenómeno de la
globalización y el pensamiento único que la sustenta. Precisamente en un momento en
que se producen deserciones en el propio seno de tales panaceas mundializadoras, se
abre una ventana que puede significar la entrada de algo de luz y aire fresco: de alguna
forma, se intenta recuperar un discurso semimarginado (cuando no totalmente) en torno
a las necesidades y aspiraciones del ser humano en este frágil planeta.
Optaremos aquí por la reflexión a partir de algunos elementos básicos que
calificaremos como síntomas. Nos servirán para ello los artículos de Manuel Castells y
Alain Touraine, aparecidos ya hace algún tiempo en las páginas de opinión de EL
PAÍS, con títulos tan significativos como ¿Fin del Estado nación? y El final de una
ilusión, respectivamente. También nos resultará de gran utilidad el libro de Joaquín
Estefanía, Contra el pensamiento único, citado en la bibliografía final.
¿Qué nos proponemos?. De una parte, situar el concepto de pensamiento único,
intentando una demarcación para él, y, de otra parte, desmitificar una doble perspectiva
que pretende justificarlo como ideología para un entorno social neoliberal y que consigue
minimizar las alternativas posibles (ante la uniformidad, la dualidad derecha vs izquierda,
sociedad neoliberal vs sociedad de bienestar, centro derecha vs centro izquierda). En este
marasmo resulta difícil no sentenciar “a río revuelto, ganancia de pescadores”,
expresión elemental que traduce muy bien, pese a su ingenuidad, la relevancia de unas
posturas que saben poder conseguir determinados fines. En el fondo, esta polémica
refuerza el criterio de la nueva sociedad neoliberal (y este es uno de nuestros
argumentos): Arropadas por la crisis, demagogias del estilo del fin de la historia o de las
ideologías, han podido ser pronunciadas y reclamadas como verdades no cuestionables,
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y con ello se han situado en el centro del debate. En toda venta de productos (y no
olvidemos que la nueva sociedad globalizada es un producto más) se requiere una
estrategia y una táctica adecuada para lograr objetivos concretos, primero parciales y
finalmente absolutos. Los profetas de la sociedad unificada han sabido jugar sus cartas; a
la boutade de fin de la historia y de las ideologías, se han apresurado a responder muchos
y relevantes teóricos y filósofos de hoy, con cierta añoranza de un pasado que ya no
volverá, y, sobre todo, intentando frenar un planteamiento que, sin una pared que lo
detenga, se quiere imponer como exclusivo. El problema es que este juego utiliza los
naipes del otro.
Conseguir demostrar la irresponsabilidad de sentencias como el fin de la historia
o el de las ideologías, es sencillo, practicable, pero en el camino se quedan parcelas de
historia y de ideología. Romper la dinámica neoliberal como unificadora e incuestionable,
es sencillo, practicable, pero en el camino se olvida que la globalización económica ha
sido siempre un objetivo del capital y la penetración cultural ha jugado una baza poco
menos que definitiva. Luchar contra el pensamiento único, es sencillo, practicable, pero
en el camino se marginan otros pensamientos, otras formas de entender la vida, otras
singularidades, y, ¿por qué no decirlo?, otras alternativas. De ser así, la batalla viene ya
ganada por el agresor (y entendemos que éste es el pensador neoliberal); la defensa se
constituye en refrendo parcial, y quizás ese es el intento desde el origen: Conseguir parte
cuando no se puede obtener todo.
DEFINIR
El término pensamiento único fue acuñado por Ignacio Ramonet, director de
Le Monde Diplomatique, pero coincide en el tiempo con un artículo de Ricardo
Petrella, Las nuevas tablas de la ley, donde se exponen planteamientos muy similares
intentando desvelar la amenaza que se cernía sobre nuestra civilización. Ambos autores
parten de un axioma sentenciado por Paul Watzlawick: De todas las ilusiones, la más
peligrosa consiste en pensar que no existe sino una realidad.
Siguiendo a Joaquín Estefanía (1987, pp. 183) el decálogo esbozado por
Ramonet en torno al pensamiento único se expresaba así: 1) El mercado, cuya mano
invisible corrige las asperezas y definiciones del capitalismo; 2) los mercados
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financieros, cuyos signos orientan y determinan el movimiento general de la economía;
3) el libre intercambio sin límites, factor de desarrollo ininterrumpido del comercio; 4)
la mundialización tanto de la producción manufacturera como de los flujos financieros;
5) la división internacional del trabajo, que modera las reivindicaciones sindicales; 6)
la moneda fuerte, factor de estabilización; 7) la desreglamentación o desregulación de
la economía; 8) las privatizaciones; 9) la liberalización económica, en general; y, 10)
indiferencia con respecto al coste ecológico
Estas premisas actuarían siempre, en toda circunstancia y ámbito, sometiendo a
su razón cualquier otro tipo de argumento. En esencia, se trata de priorizar lo económico
sobre lo político. Esta priorización llevaría consigo el sometimiento del poder real al
poder económico, con la consiguiente pérdida del control por parte de los Estados. Sin
embargo, esta sería una realidad subterránea, no evidente, ejercida desde la sombra y al
amparo del mundo financiero.
Podemos reorganizar el decálogo en una triple categorización: a) Aspectos
referentes al mercado (premisas 1 y 3); b) aspectos referentes a la economía (premisas 2,
6, 8 y 9); y c) aspectos referentes al ámbito humano (premisas 5 y 10)
Las premisas 4 y 7 cabalgan entre todos estos aspectos, compactándolos y
dotándoles de entidad. Se superponen al resto. La mundialización y la desregulación
presiden el marco genérico que puede posibilitar el éxito del pensamiento único como
modelo y como base teórica de una sociedad unificada bajo un criterio hegemónico.
Al observar esta triple estructuración de los ejes que vertebran el decálogo
identificado por Ramonet, inmediatamente salta a la vista la preponderancia del factor
mercado-economía (que nos remite al concepto de economía-mundo de Mattelart) y la
clara dimensión negativa de los elementos que afectan al hombre: división del trabajo y
ecología. Es decir, se hace patente el desprecio por la dignidad y el bienestar del ser
humano. De su parte, el pensamiento único promueve la idea de que todo entorno social
liberal se basa en la democracia (término en nada similar al de igualdad: La libertad de
expresión de los ciudadanos tiene la competencia directa de “la libertad de expresión
comercial”, presentada como un nuevo “derecho del hombre” (Mattelart, pp. 19)).
Buscando definiciones concretas, podemos tomar la del propio Estefanía (1997,
pp. 26): El pensamiento único trata de construir una ideología cerrada; no remite
exclusivamente a la economía sino a la representación global de una realidad que
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afirma, en sustancia, que el mercado es el que gobierna y el Gobierno quien
administra lo que dicta el mercado.
Vemos que nos encontramos ante una definición bastante resbaladiza, cuando
menos; obtenemos con ella un efecto, conocemos el actor por el acontecimiento. Este
pensamiento único se impone como tal, genera un privilegio del mercado sobre el
mundo, subsume los Gobiernos… Pero, ¿qué es?, ¿en qué principios ideológicos se
sustenta?. Se ha hablado de neoliberalismo, identificándolo.
Nosotros mantendremos que el pensamiento único es una necesidad de justificar
teóricamente los comportamientos del mercado; se trata de una posición ideológica
construida a posteriori para dotar de sentido una búsqueda salvaje de beneficio
empresarial a escala mundial. Desde esta perspectiva, el pensamiento único no existe
como tal, es una amalgama de posiciones teóricas útiles a un determinado sistema que,
para completar su aspiración globalizadora y unificadora, precisa de una aceptación
social. Esta aceptación no puede ser impuesta (no olvidemos que el Estado liberal
pretende confundirse con los principios democráticos más exquisitos), por lo que sólo
puede ser provocada mediante el convencimiento de que es la única posibilidad y la
mejor, arropada por la transmisión de un imaginario colectivo que defienda los mismos
argumentos y vehiculada a través del entorno mediático y cultural.
La mundialización, muchas veces encubierta y que ya existe abiertamente en el
terreno financiero, eje del auténtico poder, pretende ser asumida por el conjunto de la
sociedad como una salvación, como el mejor de los recursos en el mejor de los mundos
posibles. Para redimir su carácter vampírico, hace uso de sutiles mecanismos que pasan
por la homogeneización cultural a nivel universal (también conocida como
macdonalización). Esta estrategia permitiría que la globalización fuera solicitada y
deseada por los grupos sociales, suavizando aparentemente sus desajustes colaterales e
imponiendo su esencia paulatinamente pero de forma inexorable (Huxley frente a
Orwell).
Para poner en marcha este mecanismo de convencimiento hace uso de la industria
mediática y de los privilegios tecnológicos. Su retórica elude la enunciación y se presenta
como científica, incuestionable: La tecnología como garantía de la igualdad, en tanto los
modelos y pautas de comportamiento penetran en el subconsciente colectivo.
Finalmente, hay que decir que esta globalización, este macrosistema social y
económico, este pensamiento único presentado como ideología novedosa, tiene una
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dimensión nominal: Es norteamericano, impone la visión de mundo de Estados Unidos y
condiciona como alteridad cualquier otra perspectiva. Por ello, su esencia no requiere de
ningún componente ideológico pero sí de la negación de cualquier otra ideología o
alternativa vital, social, cultural, política... De ahí la necesidad de proferir el fin de las
ideologías y el fin de la historia.
Conviene recordar que el término no se ha acuñado a sí mismo, ni ha sido
etiquetado por sus defensores; al nombrarlo, ha sido denunciado por ciudadanos del
mundo que todavía consideran que el ser humano debe estar por encima del beneficio
irracional y de las mercaderías.
SITUAR
Hemos vivido momentos históricos altamente significativos, sobre todo los años
1989 y 1990 fueron clarificadores en cuanto a la estructura del mundo en que vivimos.
Pudimos comprobar la falsa potencia del mal llamado socialismo real, pudimos
presenciar la guerra en directo, pudimos asistir al desmoronamiento de un mundo y a la
aparición de un nuevo orden internacional. La perspectiva de dos bloques enfrentados
desaparecía y llegaba la hegemonía de un solo bloque que proclamaba la libertad, pero
una libertad para actuar, donde cada cual tuviera lo que consiguiera - porque no somos
iguales -; una libertad de movimientos financieros, de especulación, de primacía del
mercado; en fin, una libertad individual para competir a sangre y fuego.
Previamente, a finales de los 60, habíamos conseguido que el hombre fuera
valorado por el hombre como algo más que un objeto. Todavía antes, por la amenaza de
contagio, desde el fin de la Guerra Mundial, en Europa habíamos asistido a la
construcción del llamado Estado de bienestar, que no se concibió por un prurito de
honradez moral sino para contrarrestar la idea que venía del Este.
Los tres grandes objetivos del Estado de bienestar eran la reducción de la
pobreza y de la marginación social; la mitigación de la desprotección individual frente
a las incertidumbres económico-sociales; y la garantía de derechos básicos como
ciudadanos (Estefanía, 1997, pp. 34) (…) Se compone, fundamentalmente de cuatro
capítulos: los subsidios a los necesitados; derechos pasivos derivados de cotizaciones
(pensiones, seguro de enfermedad, seguro de paro); servicios generales subvencionados
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o gratuitos (educación obligatoria, transporte colectivo, vivienda, etc.) y una
legislación laboral basada en la seguridad. (Estefanía, 1997, pp. 122)
El Estado de bienestar era un intermedio entre la voracidad empresarial
anglosajona y los sistemas socialistas; mediante él se había conseguido frenar cualquier
sueño revolucionario en la Europa Occidental. Con la caída del muro de Berlín y el
desmoronamiento de los países del Este, la bisagra ejercida por Europa deja de tener
sentido para los afanes expansionistas del desarrollo capitalista. Se pone abiertamente de
manifiesto el carácter de parche que eran las medidas sociales adoptadas y crece la
pretensión de desmantelar el Estado de bienestar. Los primeros pasos se dan en Estados
Unidos (con Ronald Reagan) y en Gran Bretaña (con Margaret Tatcher). Hay algunos
textos que pueden ser premonitorios (sobre todo, admitámoslo, sacados de contexto
adecuadamente):
Una situación tal, caracterizada por el hecho de que el proletariado no puede
aún tomar el poder, pero impide ya a la burguesía utilizarlo para la guerra, es la
situación de equilibrio inestable de clase en su forma suprema de expresión. El
equilibrio inestable se llama precisamente así porque no puede persistir durante largo
tiempo, y ha de resolverse necesariamente en un sentido u otro. O el proletariado llega
al poder, o la burguesía, mediante una serie de represiones consecuentes, debilita la
presión revolucionaria en la medida necesaria para recobrar su libertad de acción,
ante todo en la cuestión de la guerra y la paz (Trotski, pp.122)
Otro texto premonitorio data de 1916: Las gigantescas proporciones del capital
financiero, concentrado en unas pocas manos, que ha dado origen a una red
extraordinariamente vasta y densa de relaciones y vínculos y que ha subordinado a su
férula no solo a la generalidad de los capitalistas y patronos medios y pequeños, sino
también a los más insignificantes, por una parte, y la exacerbación, por otra, de lucha
con otros grupos nacionales de financieros por el reparto del mundo y por el dominio
sobre otros países, todo esto origina el paso en bloque de todas las clases poseyentes al
lado del imperialismo. El signo de nuestro tiempo es el entusiasmo “general” por las
perspectivas del imperialismo, la defensa rabiosa del mismo, su embellecimiento por
todos los medios. La ideología imperialista penetra incluso en el seno de la clase
obrera, que no está separada de las demás clases por una muralla china. (Lenin, pp.
122-123).
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Así pues, el comportamiento del capital simplemente había seguido su curso
lógico y, al encontrarse sin barreras frontales, sin un enemigo potencial, desarrolla
nuevas aspiraciones: El intento de desmantelar el Estado de bienestar y su globalización
o mundialización efectiva. Ahora bien, el desmantelamiento del Estado de bienestar se
convierte en un objetivo de difícil ejecución, habida cuenta de que los ciudadanos no
están dispuestos a perder aquellos beneficios sociales que tan costoso les ha resultado
conseguir a lo largo de los años. Por ello, se producen grandes manifestaciones y, pese a
su fuerza inicial, los gobiernos conservadores de Gran Bretaña y Estados Unidos ven
finalmente su derrota a manos de los nuevos socialdemócratas Tony Blair y Bill Clinton.
Pero no nos engañemos, los mecanismos del poder económico, el auténtico
poder, sobre todo el financiero, son capaces de elaborar otras estrategias y estas pasan
por un proceso global que supere la fuerza de los Gobiernos e imponga el mandato del
mercado y el beneficio. Abierta la puerta a una situación de un solo bloque hegemónico,
el predicado es ahora la libertad y la democracia, es decir, la desregulación y el libre
mercado.
Según Joaquín Estefanía (1996, pp. 14), hay tres causas para la globalización:
• La aceleración de los ritmos de apertura económica y de los intercambios de
mercancías y servicios
• La liberalización de los mercados de capitales que ha integrado las plazas
financieras y las bolsas de valores de todo el mundo
• La revolución de las comunicaciones y de la informática, que ha conectado
en tiempo real con el espacio.
(…) La globalización económica es aquel proceso por el cual las economías
nacionales se integran progresivamente en el marco de la economía internacional, de
modo que su evolución dependerá cada vez más de los mercados internacionales y
menos de las políticas económicas gubernamentales.
Vidal Villa ha planteado diez tesis en relación al proceso de mundialización que
estamos viviendo y que es posible gracias a que por primera vez en la Historia, el
capitalismo aparece como único modo de producción dominante a escala planetaria,
sin rivales ni alternativas a corto plazo (Vidal Villa, pp. 83): 1) la mundialización es la
culminación del proceso histórico de expansión del capitalismo y el efecto de sus
propias leyes económicas; 2) existe la base técnico - material para la mundialización;
3) el modelo de industrialización sobre el que se asienta la mundialización económica
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tiene efectos perversos: la destrucción del medio ambiente y el agotamiento de los
recursos no renovables; 4) las empresas multinacionales son el agente activo del
proceso de mundialización económica; 5) el mercado mundial aún no existe
plenamente: en la actualidad se asiste a un proceso de transición desde el comercio
internacional a la formación de un auténtico mercado mundial; 6) la mundialización
requiere la libre movilidad del capital a escala mundial. Este es uno de los aspectos en
los cuales el proceso está más avanzado; 7) la mundialización requiere la libre
movilidad de la fuerza de trabajo a escala mundial. Este es uno de los aspectos en los
cuales el proceso está más atrasado; 8) el proceso de mundialización aumenta la
polarización entre ricos y pobres y profundiza el desarrollo desigual; 9) el principal
obstáculo que se opone a la mundialización económica en nuestros días es la
pervivencia de los Estados “nacionales” que permiten la subsistencia de condiciones
internas diferentes en cada país y que, por tanto, dificultan la homogeneización
mundial; y, 10) en la actualidad el mundo atraviesa un complejo PROCESO DE
TRANSICIÓN desde el predominio de las economías de base nacional hacia la plena
hegemonía de la mundialización económica y social, cuyos principales obstáculos no
provienen de la infraestructura técnico - material ni de las relaciones propiamente
estructurales (propiedad, división del trabajo, producción, distribución, consumo) sino
de la resistencia de los Estados “nacionales” a desaparecer.
Nos encontramos así con una realidad en constante cambio que precisa de unos
soportes teóricos. Estos le serán proporcionados por una ideología neoliberal defendida
por diversos tipos de colectivos:
De una parte, los teóricos de la economía. Desaparecidas las tesis que trataban
los mecanismos de producción desde perspectivas marxistas, priman las del credo liberal,
fundamentadas en la defensa del sistema capitalista como único modo de producción, el
único sistema que ha sobrevivido a todas las crisis y que además es el mejor de los
posibles o se asume que es el menos malo porque es el más eficaz. Junto a estas tesis de
valoración positiva, los teóricos dominantes en la economía se esfuerzan por desautorizar
cualquier modelo que ponga en crisis los valores del sistema. Los efectos no deseados
son admitidos como males necesarios y se hace oídos sordos a la creciente asimetría
entre el Centro y la Periferia.
Tanto los teóricos de la economía como los políticos usan el concepto de
“inevitabilidad”, haciendo gala de un exacerbado determinismo económico. Los políticos,
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no solo del ámbito neoliberal sino incluso socialdemócrata o socialista, formulan tesis o
bien absolutamente optimistas o, aun con reservas, consideran el modelo de la
globalización como el menos nocivo, y, en muchas ocasiones, como el más eficaz, pero
poniendo la relevancia en los logros económicos y evadiendo los problemas sociales.
Finalmente, los intelectuales, pensadores creadores de opinión pública a través de
diferentes ámbitos, son también propagadores del pensamiento único a través de su
defensa del modelo económico liberal, sin ningún planteamiento crítico. Destaca entre
ellos Vargas Llosa.
Pero lo más interesante de la propaganda del pensamiento único viene a través de
los medios de comunicación audiovisual, que son mucho más sutiles y ambiguos. Se
realiza esta propaganda con su propia estructura mediática y configuración, capaz de
transmitir un modelo de vida y una forma de comprensión del mundo, fijando su agenda
en torno a los problemas que interesan al bloque hegemónico, dando su visión y
respuesta, su conceptualización y solución.
Frente a los propagandistas están los críticos: teóricos de la economía con
procedencia ideológica marxista o socialdemócrata, basados en la teoría crítica,
neomarxista, intentan poner en claro contradicciones de esta globalización en el sentido
de sus "efectos perversos". En ocasiones se dirige la crítica a convencer o exponer que el
sistema capitalista no es el sistema natural sino que es una configuración ideológica,
económica, política, al igual que cualquier otro sistema. La globalización, como última
fase de expansión capitalista, no es, como pretenden los defensores, el desarrollo lógico
de un sistema que favorece los intereses de la sociedad o los ciudadanos sino que
favorece los intereses de unas élites. Desde la perspectiva política se centra la crítica en
que la globalización no significa un mayor equilibrio entre Centro y Periferia, y el
extremo más radical de la globalización pone en crisis el sistema democrático de los
Estados. Por su parte los intelectuales elevan su crítica a la panacea del pensamiento
único insistiendo en que puede llegar a ahogar y destruir las identidades culturales de las
minorías, de las nacionalidades e incluso las personales, desde el momento en que el
dogma del consumo está por encima de las exigencias de identidad de personas y
comunidades. La negación de la identidad comienza con la negación de las lenguas, sigue
con la negación de las tradiciones y acaba con la negación de las peculiaridades sociogeográfico-culturales de los países.
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En los últimos tiempos, el refuerzo de los planteamientos neoliberales se ha
intentado transmitir haciendo uso de la inevitabilidad de un mundo dominado por las
nuevas tecnologías, capaces de hacernos más iguales y más documentados. Se deja ver
en un futuro hipotético la imagen de un mundo interconectado, interactivo; una imagen
paradisíaca, utópica e imposible, porque cada vez se generan nuevas y mayores
asimetrías. Hoy, el Centro y la Periferia están cada vez más lejanos; dentro del Centro
hay su propia Periferia, marginada y sentenciada.
El término inevitabilidad es una clave necesaria para la comprensión de los
mecanismos de que hace gala el pensamiento único para desarrollarse. El borrado
enunciativo, propio del discurso histórico y científico, se ha trasladado al
(supuestamente) ideológico; se huye de la personalización y se hace uso de cifras y de
datos; los tiempos han cambiado, hay una ola de democratización, hay paz internacional,
en líneas generales hemos mejorado. La evolución de las Nuevas Tecnologías abre
perspectivas de un mundo mejor - aunque tenga que pasar por periodos duros de
adaptación, como el actual -. Es un discurso creíble, pero tremendamente manipulador.
Y de fondo, la información. El poder en la información. No compartida, no
extendida, sino privatizada y convertida en mercancía. El gran cambio, el inmenso
cambio, es la generación de mercancías simbólicas, el mercado ya no es material
(solamente el 5% de las transacciones lo son).
COMENTAR
¿Ha hecho el capitalismo avanzar a la sociedad?, ¿ha sido un mecanismo útil, un
sistema adecuado para el desarrollo humano?.
Schumpeter habla de destrucción creadora, aunque reconoce que no es posible
para el capitalismo sobrevivir sin apoyos sociales y políticos, puesto que actúa en el seno
de un pensamiento racional que destruye la moral de otras instituciones y que, tras ello,
inevitablemente, se volverá contra su propia moral.
Esta visión puede resultar trágica, pero es esencialmente cierta.
En artículos de opinión en el periódico EL PAÍS, Alain Touraine y Manuel
Castells, desde posiciones críticas con respecto al pensamiento único, abordaban un par
de aspectos altamente significativos de las actuales coyunturas en el seno de las
sociedades avanzadas y la necesaria evolución de las tesis mecanicistas neoliberales. Su
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comentario puede contribuir a profundizar en algunos de los aspectos más arriba
mencionados.
El final de la ilusión (ALAIN TOURAINE)
Alain Touraine es sociólogo y director del Instituto de Estudios Superiores de
París. Desde una perspectiva que revela un cierto optimismo, ve síntomas de liquidación
del proyecto globalizador: Reacciones sociales y políticas en aumento (…)
Multiplicación de las crisis financieras (…) El milagro japonés se agota (…)
Endeudamiento más que excesivo de las grandes empresas coreanas.
El autor se permite equiparar el proceso de mundialización a una ilusión, lo que
parece altamente peligroso desde un punto de vista semántico, ya que el término ilusión
lleva aparejadas connotaciones positivas. Por supuesto, cabe la perspectiva de una visión
utópica de lo que podría ser un mundo homogeneizado, pero no creemos que sea el caso
de la posición teórica defendida por Touraine, sobre todo cuando manifiesta que desde
hace muchos años no se habla más que de racionalidad económica y de progreso
técnico, y también de la necesidad de liberar la economía de las absurdas
intervenciones del Estado, y concreta es preciso no dejar que aumente más aún la
distancia entre la lógica financiera y las demandas sociales (…) lo más urgente es salir
de lo que Marx llamaba el reinado de la mercancía - es decir, la negación de las
relaciones sociales de dominación - y de la separación tan evidente entre la lógica de
la productividad y la de la rentabilidad.
La alternativa a la situación actual la ve el autor en fórmulas de control. La
estructura económica de nuestra sociedad no la cuestiona, lo que denuncia es la
irracionalidad de las medidas desregularizadoras:
¿Pero quién puede ejercer este control cuando se nos repite constantemente que
los Estados nacionales han perdido su poder y se han vuelto impotentes frente a la
mundialización de los mercados? Esta afirmación exige dos respuestas. La primera es
que esto es falso en gran medida. Cuanto más compleja y cambiante es una economía,
más difícil es lograr un crecimiento duradero (…) los equilibrios internos de una
sociedad se han convertido en condiciones necesarias para el crecimiento de su
economía (…) requieren la intervención del Estado y de otros agentes propiamente
políticos y sociales. La segunda respuesta es que los centros políticos de decisión sólo
pueden luchar contra ciertas consecuencias de la economía de mercado si son forzados
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a intervenir por demandas sociales organizadas que se expresan por la vía electoral, a
través de los medios de comunicación, y, más directamente aún, bajo la forma de
movimientos sociales organizados.
Touraine defiende abiertamente la profundización en la democracia participativa
como recurso frente al avance conservador neoliberal: Es necesario hacer lo posible
para que se forme una voluntad colectiva de poner fin al desarrollo sin freno del
capitalismo, es decir, de la economía de mercado, mientras rechace todo control
político y social de sus actividades. Por otro lado, liga esta voluntad colectiva a la
participación de los Gobiernos y organizaciones internacionales, generando una doble
pinza sobre los excesos.
En el texto que comentamos destacan algunas cuestiones que son generalizables
al entorno crítico sobre la tesis del pensamiento único: De una parte, no se niega en
modo alguno la bondad del sistema, simplemente se advierte de la necesidad de poner
freno a sus desmanes, al afán ilimitado de beneficio y lucro; nos permitimos dudar muy
seriamente de la posibilidad de un desarrollo generalizado con un reparto equitativo de la
riqueza a través de la economía propiciada por el sistema capitalista (que, repetimos, no
es cuestionado). Este desliz - quizás perfectamente asumido - revierte en la tesis que
mantenemos en el sentido de que la defensa de planteamientos teóricos enfrentados al
pensamiento único está haciéndose desde pautas acomodadas a un principio que no se
cuestiona: El tipo de sociedad, su estructura. De esta forma, parece concederse una base
de acuerdo en torno al liberalismo, a la economía de mercado capitalista, y la crítica se
ejerce desde su interior, lo que difícilmente la cuestiona.
Por otro lado, también muy significativo, el propio autor habla de que el silencio
embotado de las opiniones públicas fascinadas por Internet y por el poderío de las
empresas transnacionales se termina (…) El largo silencio de la época neoliberal debe
terminar y el debate público sobre los fines y los medios de la economía debe revivir.
Aquí hay un reconocimiento explícito de una época de oscuridad que ha permitido a la
ideología neoliberal abrirse paso entre nubes de silencio. Aunque acordemos que ese
silencio se ha dado (hay voces que nunca se acallaron, pero son significativamente
minoritarias), no parecen buscarse las causas que lo produjeron y ahí puede encontrarse
uno de los argumentos esenciales para la reconstrucción de una forma alternativa de ver
y entender el mundo. Nos permitimos sugerir la interpretación de una posible mala
conciencia (o falsa, si se prefiere) que ha sumido a muchos intelectuales durante una
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década en el más absoluto de los silencios (y no digamos nada de aquellos que se han
sumado a la corriente). Pero esto lo dejaremos aquí como un interrogante que todos
debemos formularnos.
¿Fin del Estado nación? (MANUEL CASTELLS)
Desde una perspectiva más ambiciosa que la de Alain Touraine, Castells, profesor
del CSIC y autor de libros como La sociedad real o La era informacional, de prestigio
internacional, pone en evidencia en su artículo la necesidad del sistema neoliberal de
cuestionar el Estado nación como algo obsoleto que ya no sirve para los fines que en
principio le construyeron. Esto desvela claramente la esencia misma del Estado nación
como producto de una necesidad expansiva del capitalismo en sus orígenes.
Nuestro mundo y nuestras vidas están siendo transformados por dos tendencias
opuestas: la globalización de la economía y la identificación de la sociedad. (…) (El
Estado nación) ha entrado en una crisis profunda. Crisis de operatividad: ya no
funciona. Y crisis de legitimidad: cada vez menos gente se siente representada en él y
mucha menos gente aún está dispuesta a morir por una bandera nacional, de ahí el
rechazo generalizado al servicio militar.
Con estas palabras introduce el autor la constatación de un hecho que arremete
contra los pilares de la sociedad moderna y que se ve refrendado por la incapacidad de
los Gobiernos para enfrentarse a la globalización económica, los flujos de información y
de comunicación a nivel mundial, y la sofisticación de las redes criminales.
Fruto de los flujos de capital difícilmente controlables, los Estados se ven
conducidos a un mayor endeudamiento al no poder ejercer la presión fiscal de forma
adecuada. Por otro lado, la internacionalización de la producción y la creciente
importancia del comercio exterior en el comportamiento de la economía disminuyen
asimismo la capacidad de los Gobiernos para intervenir en la misma, exceptuando las
inversiones en infraestructura y educación. Incluso la legalidad queda cuestionada por la
globalización cada vez mayor del crimen, al que resulta muy difícil hacer frente con
efectividad.
Castells explica en su artículo que los Estados han recurrido, ante esta situación,
a alianzas internacionales y a la descentralización autonómica y municipal. Se da en este
sentido una contradicción entre las organizaciones supraestatales y la definición del
poder, cada vez más cercano a los órganos ciudadanos, a nivel local o regional, lo que
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justifica basándose en que la identidad de la gente se expresa cada vez más en un hábito
territorial distinto del Estado nación moderno: con fuerza como en el caso de
Cataluña, Euskadi o Escocia, naciones sin Estado, o con acentos más matizados como
en el caso de identidades locales o regionales en casi toda Europa. (…) (La política
real) se desarrolla en esa red de Estados y trozos de Estado cuya capacidad de relación
se instrumenta cada vez más en base a tecnologías de información. (…) (Estamos ante)
el surgimiento de una forma superior y más flexible de Estado que engloba a las
anteriores, agiliza a sus componentes y los hace operativos en el nuevo mundo a
condición de que renuncien al ordeno y mando. (…) No estamos en el fin del Estado
superado por la economía, sino en el principio de un Estado anclado en la sociedad. Y
como la sociedad informacional es variopinta, el Estado red es multiforme. En lugar de
mandar, habrá que navegar.
Una vez más nos encontramos - y parece una constante - con una visión irónica
pero que implica cierto optimismo. Si prácticamente el poder ciudadano se ve reflejado
en las entidades cercanas, próximas, reales, en esa especie de microestados dentro de una
red no constituida de forma reglamentada, las aspiraciones sociales tenderán a ser
escuchadas o al menos tendrán presencia efectiva en la sociedad.
Aceptando los planteamientos que expone Manuel Castells, estaríamos ante una
doble vertiente: De un lado, el sistema económico neoliberal necesitaría para su
expansión de la desaparición de los Estados nación, de políticas de desregulación; de
otro lado, la ciudadanía no estaría dispuesta a aceptar un retroceso en las mejoras
obtenidas, lo que provocaría el refrendo a las políticas más sociales y un rechazo a las
tesis del pensamiento único. Ambas posiciones pueden verse en el acontecer cotidiano,
así lo muestran las políticas ultraliberales desarrolladas por los Gobiernos de Reagan o de
Tatcher, pero, a su vez, estos mismos Gobiernos se han visto sometidos al poder de las
urnas, que les ha sentenciado. Un optimismo relativo puede estar justificado.
No obstante, desde la perspectiva que mantenemos en este trabajo, el poder real,
el que es ejercido sobre el conjunto de la sociedad, sigue jugando con la ventaja de las
sombras, la no presencia, simplemente cuestiona los errores de los Estados como si no
tuviera participación en ellos, y asegura que la homogeneidad, la libertad absoluta del
mercado, brindaría la autoregulación y todo iría mucho mejor. Capaz y eficiente, este
poder (económico y financiero, agazapado) sabe que no puede enfrentarse a la visión de
mundo que los ciudadanos poseen y, lógicamente, opta por cambiar esa visión, sus
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parámetros, lecturas y comportamientos, de ahí la apuesta por una penetración mediática
globalizada uniformadora de valores, sensaciones, visiones, comprensiones e
información (Una sola información, con una sola base: El efecto CNN).
CUESTIONAR
El capitalismo del siglo XXI tiene una característica que le distingue de otras
etapas: su legitimidad restringida; incluso quienes hacen su apología aceptan que
seguirá habiendo capas de la población desprotegidas. (…) La globalización crea unas
élites que no sólo intercambian capitales o tecnologías, sino modos culturales
universalizados; entre ellos, una idea común del progreso. Pero estas élites están
claudicando ante sus consecuencias negativas (la desigualdad, el paro estructural, la
pérdida de autonomía, la uniformalización) al considerarlas inevitables, irreductibles.
(Estefanía, 1997, pp. 81)
Estas líneas rescatadas del libro de Estefanía nos llevan a una serie de cuestiones
esenciales: 1) La legitimidad restringida del actual modelo capitalista, 2) la asunción por
parte de los propagandistas del sistema de la inevitabilidad de las desigualdades, 3) la
ampliación del intercambio a los modos culturales tendentes hacia una idea común de
progreso, y 4) la claudicación de estas élites ante los efectos no deseados que se ven
como insoslayables.
Nos detendremos en estos cuatro apartados. En primer lugar, precisamente la
dimensión de las desigualdades a nivel mundial, ejemplificadas por la asimetría entre el
Primer y el Tercer Mundo, cuestiona la credibilidad y deslegitima el modelo liberal
basado en la preeminencia del mercado. Esta constatación, nos lleva a pensar sobre la
legitimidad que se le ha otorgado anteriormente al entorno económico capitalista, tal
como parece ser aceptado por Estefanía al decir que se trata de una característica de este
siglo. Así pues, al criticar desde dentro la propia dimensión y los efectos perversos del
sistema, la esencia misma de éste no es puesta en entredicho por el autor, pero, desde
nuestro punto de vista, es precisamente esa necesidad de crecimiento permanente e
indiscriminado lo que hace que la economía neoliberal - y sus predecesoras en tal ámbito
- solo pueda intrínsecamente progresar mediante la creación de desequilibrios a través de
los cuales obtiene el diferencial de beneficio (tal como Marx señalase en torno a la fuerza
de producción del recurso humano). Es este sentido, el planeta estaría actuando como un
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enorme recipiente de riqueza que contendría una serie de vasos comunicantes a través de
los cuales el poder económico generaría sus recursos al tiempo que vaciaría de contenido
los de los entornos menos privilegiados. Así, las diferencias solo pueden acrecentarse.
En segundo lugar, el hecho de que los propagandistas del sistema acepten la
desigualdad como norma no puede considerarse sino como una clara expresión de la
doble moral que caracteriza a la ideología dominante. En esencia, el discurso neoliberal
promueve la idea de que las diferencias son naturales e incluso deseables, pese a que se
revista de cierta fachada compasiva; para el objetivo del beneficio como esencia del
progreso, el propio sistema estaría capacitado para autorregularse y corregir los
defectos; aun así, acepta un cierto grado de perversión que se refrenda por las capas más
desposeídas a las que se intenta etiquetar como marginados voluntarios. De ahí el intento
del liberalismo absoluto y el rechazo a la cobertura de las necesidades más elementales
que se justifica por el deseo de no provocar capas sociales arropadas por la vagancia y
ociosidad. Esa doble moral desdeña la situación marginal de sectores del Centro
(Periferia en el Centro) y simplemente lamenta la desigualdad de las Periferias (Tercer
Mundo), considerándolas como un mal necesario.
En tercer lugar, la irrupción de mercaderías simbólicas, esencialmente bienes
culturales, supone uno de los mayores refrendos para ese pensamiento único; en este
caso el beneficio económico va ligado a productos que a su vez transmiten una serie de
valores tendentes a unificar los criterios y el entendimiento de la vida y el mundo; se trata
de diseñar una idea común, una homogeneidad cultural. Las tesis neoliberales son
plenamente conscientes de que solamente a través de esa uniformidad será posible
mantener y generalizar un discurso estrictamente económico que lleve adosado el
esquema de fin de las ideologías e incluso fin de la historia (la única historia posible sería
ya la de la era liberal, la del capitalismo como sistema social y económico).
Cumple aquí un objetivo esencial el control de la información, habida cuenta de
que el control de la comunicación, como factor técnico, es absoluto. La idea común de
progreso se asocia directamente a la tecnología y al rechazo de cualquier estructura que
no se sume a la modernización informática. Estando los medios de comunicación en
manos de uno pocos, y no solo su control sino también su tecnología y distribución, la
información solamente puede fluir en una dirección claramente dirigida y establecida
desde los centros de decisión económica. Lo que antes identificábamos como efecto
CNN, en realidad la puesta a punto de un efecto de verosimilitud que llega a los hogares
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como la comprensión del simulacro como imagen estricta de lo real, vehicula junto a las
imágenes su propia interpretación, unilateral y manipuladora; la noticia es percibida por
sus propios protagonistas a través de los medios de comunicación, asumiendo la
interpretación que estos brindan de ella, tergiversando cualquier atisbo de veracidad. Y
más aún: la espectacularización de cualquier acontecimiento ha llevado a que este sea
pre-diseñado para ese efecto de verosimilitud, por lo que el propio hecho deja de ser
verídico en sí mismo al convertirse en una re-representación, es decir, en una
teatralización (mejor una pantomima).
Finalmente, que existan algunos defensores de ese pensamiento único que
recientemente hayan moderado sus planteamientos a la vista de los efectos perversos
provocados, no indica en modo alguno (sentimos discrepar aquí con las tesis de
Estefanía) que haya un retroceso en el intento de hegemonía neoliberal, lo podemos
interpretar simplemente como un rasgo de conciencia individualizada que, al percibir los
constantes aumentos de las desigualdades, abre un hueco a la razón para preguntarse
sobre si el camino seguido ha sido el adecuado. Desde esta perspectiva, parece no verse
otra salida que la regulación, la intervención, frente a la panacea anterior de la
desregulación. Ahora bien, insistimos aquí en el no cuestionamiento básico del proceso e
ideología neoliberal.
Mantenemos, en consecuencia, que la mundialización estaba en la propia esencia
del capitalismo como modo de producción y entorno económico, que el beneficio como
objetivo no ha considerado imprescindible cubrir las deficiencias sociales, salvo si ha sido
puesto en cuestión por factores subversivos de la realidad (revolución soviética, por
ejemplo) y que sus concesiones han sido válidas en tanto en cuanto han supuesto mejoras
sociales, pero en ningún caso han sido fruto del propio sistema sino de la lucha de las
capas menos privilegiadas y para acallar los ecos de sistemas con mayores beneficios
sociales. Desaparecida la competencia con estos sistemas, los beneficios sociales han
podido ser cuestionados, pero aquí se encuentra el poder con una coyuntura que se basa
en principios democráticos que pueden hacer a los grupos sociales abandonar su
pasividad y enfrentarse al propio sistema hegemónico. Para luchar contra ello es
necesario que esas capas sean ideológicamente permeables a un cierto modo de
comprender su entorno. Ahí nace la noción de pensamiento único que, más que una
ideología concreta basada en el neoliberalismo, se fundamentaría en el cuestionamiento
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de otras ideologías, tachándolas de obsoletas. Su triunfo solamente es posible mediante
la negación de alternativas, al quedar como única posible.
El pensamiento occidental nos ha empujado a pensar que hay una substancia en
las cosas (una objetividad), cuando no hay sino construcciones a través del lenguaje que
separan los seres humanos en categorías según roles sociales (el sexo, por ejemplo, sería
un invento funcional a esa jerarquía: función productiva + función reproductiva).
Visto así, hemos de reivindicar el concepto de contradicción (y también el de
resistencia). La sociedad es intrínsecamente conflictiva, está escindida; cada sujeto tiene
en su seno un poder y un valor, víctima o verdugo, según la relación en que se encuentre
con el resto; no es posible la identidad, no hay tal conjunto homogéneo definible por una
experiencia de subordinación. Hoy en día, la complejidad de las relaciones de clase y la
división del trabajo han generado una nueva escala de valores, también funcional para el
sistema, capaz de retroalimentarle, que mitifica la competitividad y rebaja el trabajo a la
categoría de la subsistencia (de la necesidad), empobreciendo toda dinámica social.
Gordon llama "economía del trabajo casero" a la reestructuración del trabajo
que, en general, posee las características que antes tenían los empleos de las mujeres,
empleos que sólo eran ocupados por éstas. El trabajo, independientemente de que lo
lleven a cabo hombres o mujeres, está siendo redefinido como femenino y feminizado.
El término "feminizado" significa ser enormemente vulnerable, apto a ser desmontado,
vuelto a montar, explotado como fuerza de trabajo de reserva, estar considerado más
como servidor que como trabajador, sujeto a horarios intra y extrasalariales que son
una burla de la jornada laboral limitada, llevar una existencia que está siempre en los
límites de lo obsceno, fuera de lugar y reducible al sexo. (…).La economía del trabajo
casero, en tanto que estructura organizativa capitalista mundial, es la consecuencia y
no la causa de las nuevas tecnologías. (Haraway, 1985: 20).
La penetración de los discursos es un elemento esencial para la consolidación del
imaginario social que precisa el poder; la espectacularización desdibuja la percepción,
proponiendo lo virtual como real. Una nueva perspectiva ante la historia (historia vs
Historia), en que coincidimos plenamente con PAUL RICOEUR, señala que el hombre
construye sus identificaciones, se reconoce a sí mismo, a partir de relatos, de
representaciones simbólicas, generadas por las estructuras del poder. El proceso actual
de homogeneización, que pretende hacer del género humano un ejército de clones, que
canta alabanzas hacia el fin de la historia y las ideologías, suprime radicalmente la
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característica esencial del ser humano: la reivindicación de la duda, que es tanto como
decir el libre ejercicio de su pensamiento. Puesto que nuestras convicciones son un
constructo, no podemos dar validez irredenta a ninguna de nuestras premisas (creencias),
por fuertes que sean. Durante siglos se ha ejercido desde el poder (no necesariamente del
Estado, aunque también) una violencia sin límites, infinita, sobre el ser humano (aunque
se le haya llamado ciudadano y etiquetado con la hermosa, pero efímera, marca de la
libertad); los procesos de desacralización y expansión del conocimiento han sido
herramientas del sistema para hacer rentable a sí mismo cada momento histórico.
El discurso del sistema, hoy en día, intenta imponer sus concepciones a través de
la comunicación masiva difundiendo modelos para la creación de un imaginario colectivo
basado en la individualidad, el machismo, la privacidad, el nacionalismo, la
competitividad, un determinado estilo de vida que hace uso de la violencia como medio,
el racismo, etc. En términos de CHOMSKY / HERMAN: el propósito social de los medios
de comunicación es el de inculcar y defender el orden del día económico, social y
político de los grupos privilegiados. La puesta en marcha de una industria del
entretenimiento y el proceso de espectacularización es una consecuencia lógica del
mecanismo de regeneración del sistema.
ALTHUSSER hablaba acertadamente del aparato ideológico de Estado y ya
desvelaba que su actuación permeabilizaba las capas sociales. Con el instrumental
mediático a su servicio, la reproducción de las concepciones y modos de vida se
convierten en un hecho a escala planetaria y a un ritmo acelerado: es la violencia
simbólica. Puede aceptarse que esa violencia simbólica no provoca muertes, pero
difícilmente se podrá negar que sí esclaviza cerebros (procesos difícilmente desligables
del concepto de muerte).
Reflexionando sobre FREUD, escribe TERRY EAGLETON: Una vez que el poder se
ha inscrito en la forma misma de nuestra subjetividad, cualquier insurrección contra él
parecería suponer una autotransgresión. Si bien EAGLETON ve en estas indicaciones una
inspiración idealista que conecta con la posición de GRAMSCI sobre la cultura y visión del
mundo y las relaciones de poder, nosotros proponemos un giro de 180º a la expresión de
FREUD en torno a la sublimación: Si la cultura dominante (como imaginario colectivo) se
inscribe en nuestra subjetividad (es sublimada) no se producirá ninguna transgresión,
porque la norma, lo establecido, lo políticamente correcto, estará en relación directa con
esa visión de mundo.
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El enmascaramiento, como dinámica del sistema para invisibilizar los procesos de
dominación, ha repercutido en todos los discursos, desde el histórico al científico, desde
el ideológico al epistemológico o al puramente convencional. Puede considerarse un
microsistema de impregnación que llega a los textos (relatos) a través del oscurantismo y
esto se padece especialmente en las áreas de la cultura de élite (no popular ni masiva), de
la educación, de la investigación…
El poder se ha constituido a sí mismo a través de un relato vehiculizado en el
discurso hegemónico que ha ejercido permanentemente en el seno de la sociedad. Ese
relato no es sino una ficción más (story vs history) que se mantiene gracias precisamente
a su fuerte impresión de realidad (verdad). En él confluyen el poder económico-social, el
político y el cultural, actuando en círculos concéntricos cuya conexión es precisamente la
establecida a través de los mecanismos de representación, los relatos, y, hoy en día, con
la aparición de las nuevas tecnologías y los sistemas massmediáticos, las formas de
representación simbólica, esencialmente la televisión. Hay ahí todo un paradigma de la
violencia, ejercida sin escrúpulos, abierta e ilimitadamente.
PLANTEAR
¿Alternativas?. Evidentemente, el mayor problema con el que nos enfrentamos es
la necesidad de definir unos parámetros que sean consecuentes con la realidad actual.
Debemos denunciar aquí, desde una posición radicalmente opuesta a las tesis del
pensamiento único, la doble moral (también) de gran parte de aquellos que rechazan los
planteamientos neoliberales.
Ya no hay paradigmas puros, sino mestizaje ideológico: se escogen partes de
cada uno y se gobierna. La resultante será el paradigma dominante. (Estefanía, 1997,
pp. 81). Esta idea del soporte programático para los Gobiernos de hoy en día es, una vez
más, la constatación de un hecho. Efectivamente, si repasamos los programas (cuando
los hay) de muchos de los partidos políticos que se enfrentan en las contiendas
electorales, las diferencias son escasas y rara vez obedecen a posturas claramente
identificables con la derecha o la izquierda: el factor mestizaje se hace esencial y
determinante.
La perspectiva de la revolución y, por tanto, de sistemas alternativos, ha
desaparecido de nuestros horizontes y ahora se trata casi exclusivamente de distintos
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criterios de transformación de la realidad y de la gestión de la misma. (Estefanía, 1997,
pp. 81-82). Con estas palabras se vehicula un asunto de la mayor transcendencia: el
reconocimiento de la falta de alternativa, de un lado, y la gestión como único objetivo
para un poder gubernativo cada vez más a la baja. Si la transformación de la realidad
obedece exclusivamente a pautas de gestión, entra de lleno en los aspectos de orden
tecnocrático, sometidos al poder económico en la sombra (pugnando por exteriorizarse a
la primera oportunidad y no rechazando momento alguno para cuestionar al legalmente
establecido).
Por otro lado, el simple hecho de partir de la ausencia de alternativa probablemente real - hace que las posiciones solo contengan una dimensión de mayor o
menor radicalidad, pero siempre en el entorno del neoliberalismo como política
económica y social. Es decir, y aplicándolo a la realidad que vivimos en nuestro país, las
opciones se reducen a Partido Popular (inclinado hacia la derecha, pero declarado como
centro) y el Partido Socialista Obrero Español (inclinado hacia la izquierda, pero
declarado como centro); frente a esa bipolarización, ausencia total de alternativas, o
siquiera espectativas. El discurso del poder se reduce a un intercambio entre más o
menos, entre más cerca o menos cerca… Dos posiciones que fluctúan en un entorno
siempre cercado por el neoliberalismo (No podemos confundirnos pensado que la
política del PSOE reivindicaría una oposición frontal a las tesis desreguladoras, ya que,
económicamente, apenas diferiría de las del PP).
En consecuencia, coincidiendo con Alain Touraine en la necesidad del debate,
creemos que el error se produce al entrar a discutir los términos, ideas y mecanismos, en
el propio seno neoliberal, aceptando la premisa de una sociedad de estructura capitalista
y basada en el beneficio empresarial como factor de progreso. No se puede combatir una
ideología aceptando sus argumentos básicos como punto de partida de forma
incuestionable, y mucho menos desde su propio entorno; esa aquiescencia lleva implícito
su reconocimiento parcial. Al mismo tiempo, resulta difícil combatir una ideología
haciendo uso de una estrategia discursiva que actúa a la defensiva.
Creemos que el pensamiento único es un mito y la forma de combatirlo pasa por
el refrendo de ideologías y razonamientos concretos, capaces de oponérsele con fuerza y
frontalmente. Ahora bien, quizás sea demasiado tarde y el fin de las ideologías y la
historia haya acontecido; en tal caso, la cultura del simulacro habrá fijado el inicio del
futuro y convendría más hablar de qué somos, dónde estamos y para qué (Esto,
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lógicamente, nos llevaría a conclusiones mucho más radicales y, ¿por qué no decirlo?,
bastante más efectivas). Al fin y al cabo, sí parece incuestionable que en la sociedad
mediática importa menos el análisis que el espectáculo. Los acontecimientos no se
estudian; se miran. (Estefanía, 1997, pp. 105)
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