LA TEORÍA DE LA ACCIÓN INTENCIONAL COMO CONDICIÓN PARA LA INTERPRETACIÓN Prof. Mag. Marta Bayarres Montevideo Uruguay El propósito de Davidson es mostrar que es posible la comunicación porque es posible la interpretación. Si somos capaces de comunicarnos con los demás es porque compartimos determinadas condiciones. Entre las mencionadas condiciones destaca las “condiciones de verdad”. Todos manejamos el concepto de verdad, y manejar dicho concepto implica manejar el concepto de objetividad. Si no manejáramos dicho concepto no sería posible identificar el error. Ahora bien, el manejo del concepto de verdad objetiva involucra otros, tales como el conocimiento del otro y el conocimiento de un mundo compartido. Tal como afirma el autor en “Tres variedades de conocimiento”, si falta una pata, el trípode cae. Nos interesa a partir de ahora detenernos en una de las patas del trípode, el conocimiento del otro. Construir una Teoría de la acción intencional implica tratar de delinear, a partir del conocimiento de mí mismo, y del mundo que comparto con los demás, los rasgos constitutivos de las intenciones que se encuentran detrás de las proferencias del hablante. En primera instancia es condición indispensable que, para poder interpretar a los demás, sepa lo que pienso. Tal como afirma el propio filósofo, “vivimos en un mundo de mentes”1 1 Tres variedades de conocimiento Mundo compartido que hace posible la comunicación. Nos planteamos los siguientes interrogantes: Es que no sería posible lograr comunicarnos con los demás sin el auxilio de una Teoría del tipo de la que pretende construir Davidson? Será posible una Teoría como la que se propone construir? Y de serlo, en qué casos sería aplicable? Y por último, no será necesario la construcción de más de una teoría para poder acceder a la totalidad de las intenciones, porque ¿qué sucede por ejemplo con las acciones llamadas irracionales? En De la verdad y de la interpretación, Davidson afirma “…Quizás haya quien piense que sería posible establecer la corrección de una teoría de la interpretación sin conocer o establecer mucho acerca de las creencias, pero no es fácil imaginar cómo podría lograrse esto” (p.152) Más adelante agrega “…no podemos tener esperanzas de interpretar la actividad lingüística sin conocer lo que un hablante cree, y…no podemos fundar una teoría de lo que él significa sobre un descubrimiento previo de sus creencias e intenciones…al interpretar emisiones…de alguna manera debemos proveer simultáneamente una teoría de la creencia y una teoría del significado.” Tal como discurre el planteo de Davidson, no es posible acceder a la interpretación sin una teoría que aborde el fondo subyacente de las proferencias, a saber, las creencias. Considera que ni el lenguaje ni el pensamiento puede explicarse plenamente en términos del otro, y que por otro lado ninguno de ellos tiene prioridad conceptual. Pero deja claro que sus interrelaciones implican forzosamente que ambos se implican y que la comprensión de uno requiere de la comprensión del otro y viceversa. Aclarado este punto pasaremos a analizar si en efecto es posible una Teoría de la acción intencional como la que propone y cuales son las condiciones en las que se asienta. Creemos que un punto de partida para este análisis es adoptar como premisa de arranque la afirmación del filósofo de que no hay pensamiento sin lenguaje ni lenguaje sin pensamiento. Esto nos conduce inevitablemente a considerar que cualquier tipo de Teoría de la interpretación que pretendamos construir deberá ser, al mismo tiempo, una teoría que explique el pensamiento (léase crencia, etc). Considerando como lo hace el autor, las preferencias lingüísticas como acciones, encontramos que el teleologismo está presente en la medida que toda acción obedece a pensamientos, deseos, creencias, etc. No olvidemos que para Davidson emitir palabras es una acción. Si nuestro propósito es interpretar las palabras del hablante, debemos tener claro que detrás de las palabras subyacen las creencias. Estar familiarizado con dichas creencias sería la condición para poder interpretar las palabras. Al emprender la interpretación radical, el intérprete deberá partir de ciertos supuestos correspondientes a la teoría del significado, pero también de ciertos supuestos pertenecientes a una teoría de la acción intencional. De esto se desprende que el intérprete parte de algunas hipótesis, como ser: que el hablante posee ciertas creencias e intenciones; que entre dichas intenciones y creencias y sus preferencias hay un cierto tipo de relación. En “Actions, Reasons and Causes” (pp.9, 10), Davidson realiza la siguiente observación: “Cuando preguntamos porqué alguien actuó como lo hizo queremos que se nos de una interpretación. Su conducta nos parece extraña, rara, extravagante, carente de sentido, inapropiada, incoherente; o quizá ni siquiera reconozcamos en ella una acción. Cuando nos enteramos de su razón tenemos una interpretación, una descripción nueva de lo que hizo, que lo hace encajar dentro de un modo familiar de ver las cosas” La interpretación de las preferencias de un hablante requiere de un proceso de racionalización de las mismas. De acuerdo al planteo de Davidson, “…las explicaciones de una acción mediante razones constituyen una forma de explicación causal, siendo las razones causas de la acción “. Tal como plantea el Profesor Caorsi en Introducción a la Filosofía de Davidson, la racionalización muestra dos aspectos: 1- Justifica o racionaliza la acción al dar la razón por la cual el agente hizo lo que hizo. 2- Dice porqué la acción tuvo lugar. En la medida en que ese porqué tiene en la tesis de Davidson carácter causal, la racionalización es una especie de explicación causal ordinaria. (p.107) Por lo tanto para el autor es posible una Teoría de la acción intencional, pues explicar una acción es dar las razones por las cuales el individuo actúa. Dar dichas razones implica atribuirle ciertas creencias lo cual, como ya vimos es posible en la medida que compartimos el concepto de verdad objetiva y que el mismo implica un universo compartido. Pasaremos ahora a considerar otro aspecto de esta propuesta. Se trata de analizar en qué casos es posible aplicar la Teoría de la acción intencional. En De la verdad y de la interpretación (p.170), Davidson señala “La interrelación de la teoría de la acción con la interpretación emergerá de otra manera si preguntamos cómo se pone a prueba un método de interpretación. Al final, la respuesta debe ser que ayuda a poner orden en nuestra comprensión de la conducta. Pero en una etapa intermedia, podemos ver que la actitud de considerar verdadero o aceptar como verdadero, en referencia a las oraciones, debe desempeñar un papel central para darle forma a la teoría (…) Para inferir (…) que un hablante considera verdadera una oración necesitamos saber mucho acerca de sus deseos y creencias, pero no tenemos que saber lo que significan sus palabras. Por otra parte, el conocimiento de las circunstancias bajo las cuales alguien considera que ciertas oraciones son verdaderas es esencial para la interpretación.” De estas afirmaciones se desprende que interpretar implica una red compleja de conceptos que se entrelazan dando cuerpo a una teoría. Toda vez que estemos interpretando, de algún modo estamos tratando de ajustar las preferencias del hablante, consideradas como acciones, dentro de un modelo de conducta la cual, adquiere coherencia gracias al marco teórico. Por otra parte, cuando Davidson nos plantea que para interpretar las preferencias de un hablante no es preciso saber lo que significan sus palabras, aunque de todos modos podemos arribar a la interpretación, tal como plantea el autor, lo que se hace imprescindible es el marco teórico de carácter holístico. A saber, que dadas las preferencias del hablante, que este acepta como verdaderas bajo determinadas circunstancias, será posible inferir sus creencias. “…no hay posibilidad de determinar cuándo una oración es considerada verdadera si no somos capaces de atribuir deseos y de describir a las acciones como portadoras de intenciones complejas.”2 Respondiendo al segundo cuestionamiento, de la lectura del autor llegamos a la conclusión que sí es posible una teoría de la interpretación. El lenguaje pasa a desempeñar un rol fundamental en el marco teórico propuesto. No es posible la interpretación si no se pertenece a una comunidad lingüística, en la medida que la atribución de creencias depende de la participación en dicha comunidad. Por otra 2 Davidson, D. De la verdad y de la interpretación, p. 170 parte, notamos en el planteo del autor metas que podríamos considerar bastante más ambiciosas pues hace depender otra serie de actitudes respecto de la creencia. Esto nos traslada al análisis del siguiente problema que nos proponemos abordar, el de si basta con esta teoría para abordar la interpretación en todos los casos o si bien será preciso recurrir a otros marcos teóricos para el caso de ciertas actitudes que pudieran no ajustarse a dicho marco. Nos pareció interesante la propuesta de Quine3, con respecto a que dos teorías incompatibles entre sí pueden dar cuenta del mismo conjunto de datos de un modo adecuado, y trasladando este planteo al plano lingüístico, se podría manejar la posibilidad de que dos lenguajes podrían organizar el mundo de modos diferentes. Tal vez sea preciso aclarar las razones por las cuales realizamos este viraje en el planteo del trabajo. Nuestro interés radica en explorar qué tan fructífero puede llegar a ser el empleo de la Teoría de la interpretación de Davidson, para el caso de la interpretación de ciertas conductas que desde largo tiempo han encerrado no pocos problemas en lo que se refiere a su manejo teórico. Nos referimos a conductas tales como los sueños y otros productos del inconsciente, tan ampliamente exploradas por Freud. Sin pretender agotar la propuesta de Quine, creemos importante rescatar de ella algunas precisiones interesantes. Nos parece que la advertencia de Quine con respecto a los “recortes” que se hacen del mundo a través del lenguaje, no es de menor importancia. Tal como afirma el Profesor Caorsi en Lógica, Filosofía y 3 La relatividad ontológica y otros ensayos Psicoanálisis4 , “…dos personas podrían estar usando el mismo lenguaje y sin embargo tratando con mundos diferentes.” Volviendo a Davidson, nos preguntamos si la atribución de creencias que hacemos al hablante es, tal como el autor sostiene, en su mayor parte verdadera. No podría suceder que tal vez, (y retomando a Quien), estemos realizando un recorte del mundo que no necesariamente coincida con el del hablante? En ese caso, ¿bastaría con un único marco teórico para realizar la interpretación? Creemos que la apelación a una teoría de la acción intencional al estilo de la propuesta por Davidson, es aplicable sin problemas al caso de las acciones racionales. Pero, ¿qué sucede con acciones que escapan a la racionalidad? El propio Davidson cita ejemplos de acciones que denomina incontinentes. Tal como el propio autor las define, se trataría de acciones que poseen una intencionalidad, pero que van en contra del mejor juicio. “Al hacer x, un agente actúa de manera incontinente si y sólo sí: (a) el agente hace x intencionalmente; (b) el agente cree que hay una acción alternativa y; y (c) el agente juzga que hechas todas las consideraciones, sería mejor hacer y que hacer x.”5 Ahora bien, las acciones incontinentes, tal como son definidas por Davidson parecerían pertenecer al tipo de acciones en las que el agente es plenamente consciente de lo que realiza. Si nos atenemos a la cita precedente, el agente sabe que hay alternativas para actuar, y elige la que considera más pertinente de ellas. Pero, ¿siempre sucede esto ¿ siempre que actuamos lo hacemos reconociendo las posibles alternativas de la acción? Qué sucede entonces con aquellas acciones que realiza el agente y que, aparentemente su motivación es desconocida por el mismo? 4 5 Caorsi, C.E, pp. 32,33 Caorsi, C.E, Introducción a la Filosofía de D. Davidson, pp.113 y sgtes. Aquí nos encontramos ante un problema que trataremos de abordar a partir de la propuesta de Davidson, aunque a esta altura no descartamos el enfoque desde otras posturas teóricas. Una de las condiciones que señala Davidson para considerar que una acción es incontinente, es la intencionalidad. El agente debe manejar razones que le inclinan tanto a una acción como a otra. Nos parece que acotar las alternativas a la razón o el deseo o lujuria, llevaría a realizar una excesiva simplificación de las acciones humanas, en la medida que consideramos, desde nuestra modesta posición que existen múltiples resortes que explican las conductas y que no son reductibles a estos tipos. Creemos que no toda acción puede explicarse a partir del marco de una teoría que tenga como eje la racionalidad. Creemos así mismo necesario remitirnos a las reflexiones del autor en Las paradojas de la irracionalidad. Tal vez en su recorrido encontremos respuestas a nuestros cuestionamientos. Pensamos que sería importante poder llegar a dilucidar cómo es posible racionalizar lo irracional. Por aquí discurre el planteo de Davidson cuando se refiere a las paradojas de la irracionalidad. Por otra parte creemos importante precisar como bien lo señala el Profesor Caorsi, que lo irracional pertenece en cierto modo a lo racional, no es sinónimo de no racional. Nos detendremos ahora en el análisis de ésta distinción que nos parece relevante para el problema que nos preocupa. Tal vez sea preciso considerar el concepto de racionalidad, a los efectos de dilucidar si las acciones que nos proponemos analizar como objeto del marco teórico propuesto por Davidson, pueden, en efecto considerarse como pertenecientes al tipo de acciones racionales o irracionales, o si más bien deberían considerarse como pertenecientes Al rango de lo no racional. En Las paradojas de la irracionalidad (p.5), Davidson plantea “La idea de una acción, creencia, intención, inferencia o emoción irracional, es paradójica. Porque lo irracional no es meramente lo no racional, que cae fuera del ámbito de lo racional; la irracionalidad es una falla que se produce en la sede de la razón. (…)La paradoja de la irracionalidad emerge de lo que está involucrado en las maneras básicas de describir, comprender y explicar estados y eventos psicológicos. (…) La existencia de este tipo de explicaciones en base a razones, es un aspecto ínsito en las intenciones, en las acciones intencionales y en muchas otras actitudes y emociones. Tales explicaciones explican racionalizando: nos permiten ver como razonables a los eventos o actitudes, desde el punto de vista del agente.” Qué debemos inferir con respecto a lo no racional? Se trataría de un orden de acciones que escapan al marco de la razón. Podríamos catalogar de no racionales los eventos físicos, los acontecimientos de la naturaleza, como ser la explosión de un volcán, la sucesión de las estaciones, el advenimiento de un temporal, etc. Creemos que pertenecen al orden de lo no racional aquellos eventos naturales en los que no interviene un agente sino que se producen por la acción natural de las fuerzas de la naturaleza. Ahora bien, volviendo a la cita de Davidson, su definición de irracionalidad se refiere a conductas producidas por un agente en las cuales se ha producido una falla en los mecanismos racionales. Esto no implica que el agente carezca del mecanismo racional, más bien, porque dispone de dicho mecanismo es que pueden producirse dichas fallas, de lo contrario sería imposible. Aclarada la distinción entre lo irracional y lo no racional, nos proponemos ahora retomar la propuesta Davidsoniana de una Teoría de la acción intencional y aproximarnos, en lo posible a la plausible aplicación y rentabilidad de la misma en la explicación de determinadas acciones que se encuadran en el marco de acciones irracionales. Trataremos de investigar hasta qué punto es posible racionalizar lo irracional. Nos ocuparemos en especial de ciertos tipos de acciones largamente exploradas por el Psicoanálisis. En su Teoría de la acción intencional, Davidson nos plantea que la estructura de las explicaciones fundadas en razones requiere por un lado un valor, una meta o una actitud del agente, y una creencia de que al actuar del modo que se propone, puede promover dicho valor o meta. Por lo tanto en dicha estructura encontramos la acción por un lado, y por otro la creencia-deseo que proporciona la razón. Entre estos elementos debe existir una relación lógica. Por otra parte señala el autor que las razones que tiene el agente para actuar deben ser útiles para explicar la acción, en el sentido de constituir causas de la acción. Sin embargo, como el mismo Davidson aclara, estas condiciones, si bien son necesarias, no son suficientes pues existen relaciones causales entre creencias y acciones que no nos aportan explicaciones fundadas en razones. Volvemos aquí a encontrarnos con los casos de incontinencia ya mencionados, es decir a conductas que resultarían de la debilidad de la voluntad del agente. Señala el autor que “En los casos de irracionalidad la relación causal existe, mientras que la relación lógica falta o está distorsionada”6. 6 Davidson, D. Las paradojas de la irracionalidad; p. 9 Creemos que resulta interesante una observación hecha por el autor en el trabajo que venimos citando con respecto a que muchos ejemplos de irracionalidad pueden explicarse “…por el hecho de que hay una causa mental que no es una razón” (p. 11) En el contexto de la Teoría Psicoanalítica, nos encontramos con una serie de fenómenos psíquicos, pensamientos, deseos, etc., que si bien interactúan, constituyendo causas de otros eventos mentales, sin embargo no pueden ser considerados como las causas de ellos. Esto se explicaría como obedeciendo a la relativa autonomía que poseen las partes del psiquismo analizadas por Freud, entre las cuales si bien es posible identificar relaciones, las mismas escaparían al tipo de relaciones de carácter lógico. Ahora bien, el hecho de que dichos eventos carezcan de conexiones de carácter lógico puede actuar como impedimento para que la Teoría propuesta por Davidson sea fructífera para la explicación de dichos eventos? En su investigación acerca de las conductas, Davidson plantea que “La conducta consiste en las cosas que hacemos, intencionadamente o no, pero allá donde hay conducta la intención tiene algo que ver. En el caso de los actos, esa pertinencia puede expresarse así: un acontecimiento es un acto si y sólo si puede describirse de un modo que lo presente cono intencional” (Filosofía de la Psicología, p.65) De acuerdo a estas observaciones, todo acto debe poder ser descrito en términos de intenciones, lo cual no implica que existan necesariamente vínculos forzosos entre dicho acto y determinadas intenciones a las que el mismo es atribuído. Esto nos lleva a considerar que en el plano de los actos psíquicos no rige el determinismo que sí rige en el orden de los fenómenos físicos. El hecho señalado más arriba de la relativa independencia de las partes de nuestra mente podría constituir un argumento a favor del indeterminismo de los actos psíquicos. Volvemos entonces a la pregunta que nos planteamos; será posible utilizar la Teoría de la interpretación en el caso de los actos de que venimos hablando? De la lectura del autor se desprende que es plausible el empleo de la misma. Davidson considera que cada vez que tratamos de interpretar una conducta nos vemos obligados a realizar una interpretación holística. Si bien es cierto que realizamos la interpretación de las proferencias del hablante, no nos es posible inferir una conducta mental detrás de cada preferencia, sino más bien tomar el sistema global de creencias y motivaciones del sujeto. En la medida que realizamos este proceso,” (…) hemos de imponerle necesariamente condiciones de coherencia, racionalidad y ausencia de contradicción”. (Op. Cit. p. 71) Ahora bien, podemos estar seguros de que los atributos que adjudicamos al sistema de creencias que respaldan sus preferencias es el que necesariamente se le corresponde? El mismo autor en la obra que venimos citando señala a éste propósito, “(…) Un deseo y una creencia del tipo adecuado pueden explicar una acción, pero no necesariamente. (…) cuando ofrecemos como explicación el hecho del deseo y de la creencia, no solamente queremos decir que el agente tenía el deseo y la creencia, sino también que eran eficaces para producir el acto. (…) es decir, que el deseo y la creencia fueron condiciones causales del acto”. Parecería entonces que no basta con un marco teórico en el que estén reunidos los conceptos de deseo, creencia y causa para encuadrar una acción dentro del marco de la intencionalidad. El autor considera la racionalidad como factor necesario para que deseos y creencias puedan constituir, en efecto causas determinantes de la acción. Creemos que el factor racionalidad en el sentido que lo utiliza el autor se refiere a la posibilidad de aplicar una Teoría de la acción intencional, a las acciones, haciendo la salvedad de que la explicación en base a razones nunca constituirá una explicación de corte determinista al estilo de las descripciones en el ámbito de las ciencias físicas. Evidentemente no podemos conocer directamente los deseos y creencias de los demás. Debemos pues, limitarnos a la observación de las conductas, y, en base a los datos observados, tratar de inferir relaciones causales entre dichos actos y los deseos y creencias del agente. Por otra parte no debemos olvidar que si bien es cierto que existe un mundo compartido, también debemos reconocer que no siempre las creencias acerca del mundo, necesariamente coinciden. Si sucediera lo contrario, no constituiría un problema la interpretación. Pero la complejidad de la mente humana torna una tarea difícil su conocimiento. Es más, no sólo el de otras mentes, sino el de la nuestra propia. Si no fuera así, cómo se explicarían conductas tales como los sueños, actos fallidos, y síntomas? Freud desarrolló sus investigaciones en este campo, y si bien en un principio se vio tentado a emplear un modelo fisiologista, más tarde reconoció los límites de dicho modelo en el intento por aclarar el sentido y significación de muchas de las conductas, tanto del hombre normal como del enfermo mental. Si tratar de interpretar radica en intentar atribuir a las acciones cierta coherencia, cierta racionalidad, nos encontramos ante el problema al que se enfrentó Freud, tratar de racionalizar lo irracional. Parecería que la propuesta teórica de Davidson discurre por el lado de hallar en la serie de estados mentales determinados elementos, (léase causas), que no sean razones. Dichos estados podrían ser determinantes de ciertas conductas, sin que sin embargo constituyan sus razones. Esto explicaría determinadas conductas que realizamos sin proponérnoslo, en la medida que las razones para realizarlas fracasan ante el surgimiento de otras motivaciones que provocan una conducta divergente de la deseada. Esto explicaría, tal como plantea el autor en Mente, mundo y acción, lo que denomina casos de autoengaño, (…) La irracionalidad del estado resultante reside en el hecho de que contiene creencias contradictorias; el paso irracional es por lo tanto, el que hace posible tal cosa, a saber, el que consiste en trazar el límite que mantiene separadas las creencias contradictorias.” (pp.116, 117) Sin embargo, inmediatamente luego de estas líneas, nos encontramos con una afirmación que nos desconcierta. Davidson afirma: “Nada puede considerarse como una buena razón para que una persona no razone según sus mejores normas de racionalidad” (Op. Cit., p.117) Nos preguntamos a esta altura el sentido en el que el autor emplea la expresión mejores normas de racionalidad. Manejar esta expresión nos lleva a pensar que se está planteando la posibilidad de un óptimo de normas, referente, en base al cual se podría afirmar que un agente maneja dichas normas de la mejor manera posible, lo cual no nos asegura que optimice el empleo de las mismas. Pero, ¿quién puede asegurar que las acciones de un agente responden o no al mejor manejo que este hace de su racionalidad? Si nos remitimos a algunas de las primeras ideas manejadas por el autor, y previamente citadas en este trabajo, no debemos olvidar su afirmación de que nuestras creencias sobre el mundo son en su mayoría verdaderas. No afirma en ningún momento que todas las creencias sean verdaderas. En efecto, las creencias que poseemos sobre el mundo son en su mayor parte verdaderas, lo cual implica que, parte de las mismas pueden ser falsas. Por eso nos parece interesante la apreciación de Davidson en Mente, mundo y acción con respecto a la asimetría entre el modo en que una persona conoce sus estados mentales presentes y el modo en que los conocen los demás. Con estas aclaraciones el autor se está refiriendo a la autoridad de la primera persona. Tal como lo plantea dicha autoridad es cuestionable. No es improbable sino más bien altamente probable, que buena parte de lo que pensamos que sabemos no sea, tal como creemos que lo sabemos. Si la pretensión del autor radica en proponer una Teoría de la acción como fundamento de la interpretación radical, parecería indispensable que el intérprete maneje las claves necesarias, manejadas por el hablante. Sin embargo, tal como Freud demostró no parecería tan claro que esto sea posible. Creemos más bien que en el caso de determinadas preferencias el traductor deberá recurrir a claves que no son, al menos conscientemente manejadas por el hablante. Tal vez el recurso de teorías al paso constituya la solución. BIBLIOGRAFÍA Caorsi, C. E. Ensayos sobre Davidson; FCU, 1999 Caorsi, C.E. Lógica, Filosofía y Psicoanálisis; Roca Viva, Montevideo, 1994 Caorsi, C.E, De una teoría del lenguaje a una teoría de la acción intencional; Factótum, España, 2001 Davidson, D. De la verdad y de la interpretación; Gedisa, Barcelona, 1990 Davidson, D. Filosofía de la psicología; Anthropos, Barcelona, 1994 Davidson, D. Mente, mundo y acción; Paidós, Bs. As., 1992 Davidson, D. “Las paradojas de la irracionalidad”, Revista “Análisis filosófico”, Sadaf, 1981, vol.i, no.2