Cirugía reconstructiva Hoy tomé el libro que olvidaste en mi casa hace tiempo y que leí durante aquellos días en los que las esperadas vacaciones habían llegado. Lo tenía en el librero de la sala y lo saqué para revivir las sensaciones que tuve al leerlo por primera vez. Al tenerlo en las manos miré su portada dura y azul, el color de sus hojas y la forma de las letras de cada página. Como recordarás, cuando lo sacaste de tu bolsa para mostrármelo observamos que la pasta del libro se estaba despegando. Ahora, cuando lo vi así, maltratado, descuidado, demasiado usado, sentí una gran pena pues éste, como el resto de libros que he leído, me ha proporcionado momentos de verdad agradables. Siempre he creído que los libros son tan delicados que semejan niños y como a ellos hay que cuidarlos dado que su contenido nos puede deparar cosas sorprendentes pues —con una temporalidad tangible o no— nos transmiten sensacionales experiencias y un aprendizaje general de lenguaje, lugares, personas, situaciones, etc. Nos hacen viajar y conocer lo real y lo fantástico; la historia sucedida y aquella con la que la imaginación o el sentimiento de un escritor nos hace soñar. Es por eso que hay que conservarlos en mejor estado. Esto no significa que deban estar guardados, no. Imagínate, sería como mantener a un niño quieto en un solo sitio, sin darle la oportunidad de hablar, moverse, brincar o jugar y con ello nos privaríamos de disfrutar de sus ocurrencias, de sus preguntas inocentes pero profundas que, como las historias contadas en los libros, casi siempre nos hacen pensar en esas cosas que siendo adultos y por estar demasiado ocupados omitimos. Pero volviendo a tu libro, decidí que no podría volver a ser leído si no lo reparaba. Como dijiste aquel día, habría de tener mucha paciencia para, con calma y cuidado, reunir los pedazos de papel que estaban separados. Quizá cuando lo veas creerás que mi curiosidad no alcanzó para dejarlo como nuevo. Pero el resultado final no es que esté reparado o no, porque finalmente lo está. Más bien lo que quiero decirte es que durante el proceso que seguí sentí que tenía entre mis manos una cosa viva y delicada. Qué curioso, como si estuviera mirando a un paciente que llega al consultorio médico aquejado de una dolencia que no sabe de dónde viene. Con heridas externas visibles e internas que hay que descubrir y curar. Entonces, al tocarlo para realizar un examen de su condición f ísica y tener un diagnóstico fidedigno de su estado, mi imaginación me hizo sentir como las palpitaciones de un corazón las de las palabras que contiene el libro y que describen con un sentido poético los sentimientos de su autor. Cual arterias y venas, las líneas de cada renglón me condujeron a detectar coágulos o bloqueos representados por acotaciones hechas para destacar una expresión, un verso de mayor peso específico en nuestro corazón. Algunas de esas marcas se hicieron al margen de la página pero al fin no dejan de ser obstrucciones en el paisaje fluido de los párrafos y la historia contada. Sin embargo, las consideré marcas de melanina sobre las páginas, lunares en los que reparamos cuando, al observar la piel de una persona, nuestros ojos topan con ellos y nos llaman la atención pero con serenidad sabemos que no representan en el paciente una dolencia f ísica mayor. Encontré además que las hojas del libro habían adquirido un tono amarillento; como la piel de una persona enferma que ha perdido su ter110 LETRILLAS sura y suavidad y que al tocarla se siente seca y maltratada por el paso del tiempo y la exposición a los cambios de clima. En la piel los rayos del sol y los cambios metabólicos así como la pérdida de turgencia en las capas dérmicas externas acrecientan el número de células muertas; en el caso del libro la manipulación a la que se le somete al leerlo provoca que la grasa de nuestras manos impregne las hojas y éstas vayan perdiendo parte de su textura original. Siguiendo con el análisis acerqué el libro a mi nariz y detecté que su olor ya no era aquel de la tinta recién tatuada sobre las fibras de celulosa del papel. Afortunadamente y por su condición de ser un objeto casi inerte, no presentaba el olor dulzón de los cuerpos vivos enfermos atacados por infecciones bacterianas sino que olía a humedad, encierro y un poco a tierra. Después, observé meticulosamente la parte más dañada y me enfoqué en esos pequeños trozos de papel azul despegado que debían quedar al ras de la orilla blanca, en el canto del lomo del libro. De manera análoga a las dislocaciones en el esqueleto de un organismo pensé que esos puntos de rotura del papel podrían ocasionar visibles deficiencias en el andar del libro. En su abrir y cerrar de páginas, en el quiebre de su columna vertebral. Una vez que, a mi juicio, determiné la magnitud de la lesión, ideé una estrategia de curación. Así, igual que con una herida, limpié la zona deteriorada. En principio creí que, por facilidad, lo mejor hubiera sido unir las piezas con un trozo de cinta adhesiva, ya sabes, la cinta mágica transparente. Sin embargo, me sirvió haberte comentado lo que pensaba hacer porque me sugeriste usar el pegamento blanco. Si, esto era lo más ade111 Como de verdad sentía que estaba operando a un organismo vivo, imaginé que, exactamente igual a las personas, los libros también se lesionan y sus heridas están representadas por la rotura, el desgajamiento y la separación de sus hojas. Si las heridas no se atienden, si se descuidan, inevitablemente derivarán en una septicemia, misma que puede extenderse por todas las hojas y entonces al paso del tiempo la apariencia de éstas se hará purulenta y desagradable. Si el descuido del libro continúa, parte de él se puede gangrenar y la mutilación será el paso siguiente. Los libros no tienen una leyenda que indique sus condiciones de almacenamiento. Nada que nos diga que deben conservarse en un lugar libre de humedad por lo que están expuestos al ataque de microorganismos como los hongos. Ni siquiera tienen la oportunidad de autodefenderse con un sistema inmunológico que les sirva de barrera de contención a la agresión de esos organismos; no producen citocinas, interferón o factores de coagulación, por lo que el descuido al dejar que las hojas se desprendan puede conducir a su pérdida, lo que sería similar a una falla en el proceso de coagulación sanguínea, simplemente el paciente se desangra y muere. Así, en el caso del libro el sentido del texto se pierde, pues las palabras se van separando y con ello se quiebran las ideas y las sensaciones que el autor ha querido transmitirnos. En ambos casos el fin es terrible y fatal. Bueno, pero ahora tu libro está sano. Lo podemos leer con la tranquilidad de saber que no se seguirá despegando. No sé cuánto dure la curación pues como mencioné, la manipulación es un factor determinante en el proceso de infección y propagación de cualquier enfermedad que llegue a aquejar a éste, nuestro querido libro. Sin embargo espero que perdure por mucho tiempo. Tampoco sé cuántas personas más puedan leerlo pero estoy segura de que quien lo haga lo disfrutará tanto como nosotros. cuado. Imaginé que con la cinta el libro parecería tener sobre su rostro una cicatriz como resultado de una cirugía mal practicada. Entonces, busqué un poco de pegamento e inicié una tarea meticulosa y como un cirujano me aboqué a tratar de reconstruir pedazo a pedazo el aspecto inicial del libro. Tomando el pegamento coloqué un poco a lo largo de toda la parte despegada. En este punto, en el que ya no había marcha atrás pues al agregar el pegamento debía continuar con el proceso, tuve el cuidado de no poner demasiado material sabiendo que esto sería como un exceso de anestesia sobre mi paciente y podría causar más perjuicio que mejoría. Parecería una tarea trivial, pero te aseguro que la tomé tan en serio y me metí tanto en el papel, del libro y como cirujano, que al ver el grueso cartón que forma el lomo y la portada, observé que estaba no sólo despegado sino que había un desgajamiento de las delgadas láminas de papel cuya compactación daba ese grosor que, como una piel, protegía el atado de hojas. Y así, al igual que como se van uniendo las capas de fibras musculares durante una cirugía, fui pegando una a una esas láminas. Cuando terminé, me di cuenta que había hecho un buen trabajo, pero siempre quedan cicatrices. Y es que, debido a que tantas veces tomamos el libro para descubrir en su contenido las experiencias ajenas que hicimos propias, nuestras manos al tocarlo propiciaron que algunos trozos del papel de la cubierta se fueran perdiendo; en consecuencia hay algunos sitios que ya no tenían pequeñísimos pedazos de papel azul quedando la huella blanca del papel desnudo. En ese momento creí que una solución sería injertar trocitos de otro papel, pero de manera similar a lo observado en los transplantes en los seres humanos, debía encontrar una compatibilidad total en el material usado. Esto no era un trabajo fácil dado que debía considerar la textura y el color del papel del paciente y pensé que después de todo al libro quizá no le importara quedar con pequeñas cicatrices; igual hubieran sido en la piel de una persona las marcas que dejan la aguja y el hilo. Dulce María Delgadillo 112