LA NARRACIÓN ORAL EN COLOMBIA RASTROS DEL PASADO Y RETOS ACTUALES “Los mitos, cuentos y leyendas expresan, bajo una forma simbólica, los contenidos inconscientes de los valores sociales” Milagros Palma. “Creo que compartir la mirada mientras cuento es lograr que me acompañen, compartir el refugio, refugiarme...” Francisco Garzón Céspedes. Primera palabra: los contadores de historias... Los cuenta cuentos, son hombres y mujeres que han hecho de la palabra hablada su casa, su ambiente, su forma de leer y reinventar el mundo, su ritual, su alimento, su lenguaje... Ellos se alimentan de la tradición, de la palabra que vive y perdura al pasar de boca en boca y han contribuido a que gran parte de nuestras costumbres, creencias, imaginarios, valores y formas de comportamiento perduren en el tiempo, hasta llegar a ser parte de nuestras tradiciones, nuestra cultura y nuestra memoria colectiva. Los cuenta cuentos han vivido entre nosotros desde tiempos inmemoriales. En Africa los llaman griots, los indígenas les decían y les dicen taitas, jaibanás o chamanes, nuestros mayores les dicen palabreros, culebreros o cuenteros y, nosotros, les decimos narradores orales, contadores de historias o cuenta cuentos. En Colombia y en América Latina, los cuenteros abundan y, gracias a nuestra natural diversidad, adquieren distintos roles sociales: los palabreros Wayú, son tramitadores de conflictos, los juglares vallenatos, son periódicos ambulantes, los cuenteros de velorio son compañía en los momentos de tristeza, los cuenteros ticunas, son bibliotecas ambulantes, depositarios de la memoria, curadores del alma, los troveros del llano y de la zona cafetera de Antioquia y el viejo Caldas, son memoria viva y encarnan la posibilidad de reírnos de nosotros mismos; los cuenteros abundan, se multiplican y se emparentan con los cantadores y cantadoras populares, con los decimeros del pacífico y de la costa atlántica, con los payadores del sur del continente y claro, con los cuenteros urbanos. Y es de estos últimos de los que vamos a intentar hablar, de esos cuenteros que empezaron a aparecer hace un poco más de una década, de esos que se han tomado las calles, los parques, los colegios, las universidades y las salas de teatro de varias de nuestras ciudades. Los cuenteros urbanos... Esos que se nutren de la oralidad primaria, de la oralitura y también de la literatura, esos que devoran libros y trocitos de vida, esos que al reproducirse han dado origen a los cuenteros, a los juglares urbanos, a los narradores orales y a los conversadores escénicos. Y es que los cuenteros urbanos, por su relación con la literatura (tanto oral como escrita), por su cercanía a las llamadas artes escénicas (danza, música, teatro, los t{iteres, la pantomima, etc.), por su andar pisando los umbrales de la pintura, la fotografía y hasta del cine, han logrado entablar diálogos vitales y han demostrado una capacidad desbordante para convocar la imaginación, la fantasía y la ensoñación de todos y todas quienes los ven y escuchan. Segunda palabra: la narración oral... La narración oral es un rito mágico en el que el cuento deviene en pan, un pan que alimenta vínculos afectivos, las sensibilidades y abona el surgimiento de relaciones cargadas de complicidad y cercanía. La narración oral es un acto de amor, un acto de entrega en el que el otro no es concebido como espectador, sino como cómplice, como socio, como compañero de aventura y de camino... La narración oral es un hecho comunicativo que busca la inter-locución a través del lenguaje de los gestos, de los apuntes, de las sonrisas, de las miradas... La narración oral es un acto de comunión en el cual, el otro es un sujeto vivo, un sujeto implicado en la experiencia vital de compartir un espacio-tiempo en el que lo dicho, dialoga con su interioridad. La narración oral es un acto revelador, un pretexto inigualable para viajar al mundo de nuestra propia interioridad y con-jugarnos en una palabra que nos describe, nos dibuja, nos inventa, nos actualiza, nos evoca, nos sugiere... La narración oral es un acto creador, una energía contraria a la muerte que hace de quien la oficia una prolongación de la divinidad. Tercera palabra: los rastros... Según los estudiosos, la narración oral contemporánea surge en Colombia en la década de los ochenta. En 1981, Misael Torres, quien venía de años atrás haciendo un trabajo de juglaría, participa en un festival en Odessa Portugal con un trabajo de cuentos llamado “Domingo Carreta”; en 1986 llegan al país George Perla y Jean Marie Binoche quienes traen una técnica de contar cuentos aprendida en Africa y dictan dos talleres: la técnica del cuentero y la transformación del objeto. De este proceso se crean las obras: “La llama perpetua” de Carlos Pachón, “Los Gatos” de Diego Beltrán y el “Sancocho de Cola” del grupo Saltamiedos (Enrique Vargas, Pilar Becerra y Wilson Ruíz). La historia sigue su curso y en 1988, el Festival Iberoamericano de Teatro, invita a Bogotá al poeta, narrador y dramaturgo cubano Francisco Garzón Céspedes quien presenta la obra “Los credos de amor”, presenta un video sobre la narración oral escénica en Venezuela y habló de la “Peña de los juglares”, espacio en el que junto a Teresita Fernández y Rosario Castellanos, contaban cuentos en la Plaza Lennin de La Habana. Después del Festival, Garzón dictó tres talleres: uno en la Biblioteca Nacional, otro en el TPB y otro en la Casa Gaitanista. De este proceso nace el Taller Permanente de Narración Oral “Cuento con Todos” y se crean los “Martes de cuentería” del Teatro Popular de Bogotá. En el 89 Garzón regresa a Bogotá y dicta dos nuevos talleres: uno para principiantes y otro más para avanzados; es decir, para los que ya habían tomado el taller anterior. De aquí en adelante, la Narración Oral Escénica florecerá por doquier. Se abren espacios permanentes en la Universidad Javeriana, la Nacional, en Los Andes, en la Católica y en la Pedagógica, surgen cuenteros universitarios y se genera un gran público conformado, en su mayoría, por estudiantes. Se abren espacios en diversos parques y plazoletas de la ciudad y se habilitan cafés y tabernas para contar. Así van surgiendo una segunda y una tercera generación de cuenteros... El auge del movimiento permitió la participación de los cuenteros en los primeros festivales internacionales. Los cuenteros, a pesar de la fuerte oposición de algunos representantes del sector teatral, participan en las siguientes versiones del Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá, participan en el Festival Internacional de Teatro de Manizales, viajan al Festival Internacional de la Oralidad de Venezuela, se presentan en Caracas y entran en contacto con Heráclio Cepeda y Moisés Mendelewitz quienes, además de participar en el Festival de Teatro de Bogotá y en el de Manizales, los conectan con el movimiento de cuenteros de México. En ese momento el TPB organiza el Festival Nacional de Cuenteros “Puro Cuento” y el movimiento de cuenteros entra en contacto con los cuenteros populares. Fruto de este esfuerzo llegarán a Bogotá Margarita Hurtado “La mamá grande de Buenaventura, Ninfa Aurora Rodríguez, una extraordinaria contadora de pasatas, y los contadores del Llano, y los cuenteros Ticunas del Amazonas y un sin fin de cuenteros populares. Por primera vez, los cuenteros urbanos se acercan a sus fuentes primarias... Posteriormente aparecerán las Becas Nacionales de Narración Oral, los festivales de Bucaramanga, Medellín, Cali, Ibagué y Barranquilla, los eventos académicos en busca de clarificar su esencia y darle un sustento teórico en el contexto de las artes y claro, aparecerán también las fracturas, los quiebres, los rompimientos, los desenamoramientos y los distanciamientos, pera esa es una historia de la que espero hablar en otra ocasión. Por ahora y para no aburrirlos mucho, quisiera que bastara con lo dicho. Cuarta palabra: los nuevos rumbos... Como ustedes saben, Colombia es un país en guerra y las consecuencias de dicha guerra, han hecho que muchos nos preguntemos qué podemos hacer desde nuestras disciplinas y campos del saber por nuestro descuadernado y martirizado país. Cada día, somos más los que no nos resignamos a la idea de que solo una guerra total, una guerra que nos arrastre hasta el fondo del abismo, nos permitirá encontrar una salida a la encrucijada que vivimos y, como dice el pedagogo y bailarín Álvaro Restrepo, cada día somos más los que pensamos que es necesario liberar otro lenguaje para nombrar y transformar la realidad antes de que sea demasiado tarde... Esta situación, le traza hoy nuevos rumbos y nuevos retos al arte, a los cultores y a los creadores artísticos y, por supuesto, a nosotros, a los palabreros, a quienes hemos asumido la tarea, el reto y la obligación de romper la Ley del Silencio que nos imponen los señores de la guerra, a quienes hemos decidido nombrar lo innombrable y hacer visible lo invisible. Recuerdo que una vez, estando participando en el Festival Iberoamericano de Cuenteros en Bucaramanga, estando en San Vicente del Chucurí, una hermosa tierra fuertemente asolada por la guerra, un joven artista me dijo: ¿todos los días de mi vida me pregunto, cuál debe ser el papel del arte en los tiempos de guerra que nos tocó vivir? Pues bien, esa pregunta me quedó rondando el coco, me quedó dando vueltas en la cabeza y hoy, creo que los artistas y los trabajadores de la cultura tenemos una responsabilidad enorme pues somos nosotros quienes encarnamos la conciencia crítica, creativa, onírica y lúdica de la sociedad en que vivimos. Los artistas somos depositarios de la memoria colectiva, manejamos los símbolos, los signos, las claves, los indicios, las huellas, los sueños y los anhelos de nuestra gente. Los artistas somos seres privilegiados porque amamos lo que hacemos y de ese amor vivimos; por eso, como artesano de la palabra, como pedagogo y como ser humano he decidido asumir la palabra como elemento rebelador, como ruta de crecimiento personal, como puente para hacer el tránsito hacia la propia interioridad; por esto, desde la Fundación Cultural Rayuela, nos hemos juntado para poner el oficio al servicio de las víctimas de la guerra y hemos empezado a explorar usos sociales de la narración oral, usos que superen el divertimiento y, sin perder su gracia, su versatilidad alucinante y su riqueza natural, la acerquen a su función ancestral de ser mediadora de conflictos y propiciadora de nuevos mundos. Desde Rayuela hemos estado trabajando con la gente que vive el drama del desplazamiento a causa de la guerra, hemos recogido sus voces, su historia oral y la hemos hecho devenir en literatura para que pueda ser accedida en los centros urbanos y en las escuelas a través de textos escritos, materiales pedagógicos y programas radiales, hemos escuchado a nuestros niños y jóvenes y hemos transformado sus vivencias en historias para generar campañas que promuevan sus derechos, hemos escuchado las voces de los distintos actores de la guerra, nos hemos dado a la tarea de leer e interpretar las cicatrices que han quedado grabadas en sus almas y en sus cuerpos, buscando indicios que nos muestren cómo romper los hilos que nos atan a la violencia, cómo robarle nuestros niños y jóvenes a la barbarie, como arquitecturar un país más digno, más humano y solidario y, sobre todo, como escapar a la tristeza, a la desesperanza y a otros cien años más de soledades. Este es el tema de “El cuento de Héctor”, el video que vamos a ver a continuación y que espero, nos brinde al menos, un buen pretexto para conversar... Muchas gracias! IVÁN TORRES