El monte de las romerías. Ernio y la polisemia de sus rituales

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El monte de las romerías. Ernio y la
polisemia de sus rituales
(The mountain of pilgrimages. Ernio and the polisemy
of their rituals)
Homobono Martínez, José Ignacio
Fac. de CC. Sociales y de la Comunicación. Dpto. de Sociología.
Apdo. 644. 48080 Bilbao
ciphomaj@lg.ehu.es
BIBLID [1137-439X (2004), 26; 481-521]
Recep.:
Acep.:
17.05.01
09.01.03
Las romerías al monte Ernio (Gipuzkoa) cuentan con extenso calendario, amplio ámbito y numerosa concurrencia. Vehiculan símbolos y expresiones de religiosidad popular, sin mediaciones eclesiales; porque la sacralidad de Ernio radica en la propia montaña. El proceso de secularización
potencia sus dimensiones profanas: comensalidad, baile tradicional e identificación con la naturaleza; además de las propias de una religión civil étnica y nacional.
Palabras Clave: Ernio. Romerías. Montaña. Religiosidad popular. Ritual. Símbolo. Communitas.
Secularización.
Ernio mendiko (Gipuzkoa) erromeriek egutegi zabala dute, eremu handia hartzen dute eta jende asko erakarri ohi dute. Herri erlijiozkotasunaren sinboloak eta adierazpenak bideratzen dituzte
baina eliz bitartekotzarik gabe, zeren eta Ernioko sakralitatea mendian berean baitatza. Sekularizazio prozesuak indartu egiten ditu horren alderdi profanoak: mahaikidetasuna, dantza tradizionala
eta naturarekiko identifikazioa, bai eta erlijio zibil etniko eta nazionalari dagozkionak ere.
Giltza-Hitzak: Ernio. Erromeriak. Mendia. Herri erlijiozkotasuna. Erritua. Sinboloa. Communitas.
Sekularizazioa.
Les pèlerinages au mont Ernio (Gipuzkoa) sont nombreux, concernent des classes sociales différentes et comptent sur une nombreuse assistance. Ils véhiculent des symboles et des expressions
de religiosité populaire, sans médiations ecclésiastiques car le caractère sacré d’Ernio réside dans
la montagne même. Le processus de sécularisation favorise ses dimensions profanes: convivialité,
danse traditionnelle et identification avec la nature, en plus des dimensions propres à une religion
civile ethnique et nationale.
Mots Clés: Ernio. Pèlerinage. Montagne. Religiosité populaire. Rituel. Symbole. Communautés.
Sécularisation.
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A Luis Pedro Peña Santiago (1933-1994), experto conocedor de
nuestras montañas y fiestas tradicionales, particularmente de
éstas de Ernio. Y a Elisée Reclus (1830-1905), sabio guía por los
senderos de La Montaña y de la libertad. In memoriam.
INTRODUCCIÓN
Las características definitorias de las romerías al monte Ernio presentan particularidades más que suficientes como para configurar un caso singular, sin
parangón posible en el sistema festivo vasco y con escasos paralelismos en la
tipología romera occidental. En primer lugar destaca lo atípico del espacio festivo, ya que estas romerías se celebran en la cumbre de una montaña, sin que la
misma esté rematada por ninguna ermita ni santuario, aunque coronada por
numerosas cruces. Ernio es ciertamente un espacio sagrado, pero cuya sacralidad –reforzada por un halo legendario– reside en la propia montaña, sin que la
primaria mediación simbólica de la cruz haya dado lugar a un desarrollo arquitectónico más complejo. Característica que compartió con un reducido número
de romerías en las cumbres de Gipuzkoa1; en todas las que este símbolo –inicialmente de piedra– se eleva sobre una cima rocosa, en cuyas proximidades se
encuentran monumentos megalíticos. Todo lo cual parece sugerir que nos hallamos ante supervivencias del culto a una hierofanía pétrea. Las romerías de referencia cuentan, además, con el mayor de los ámbitos territoriales para este tipo
de expresiones festivas en su territorio histórico, siendo también unas de las
más concurridas de Euskal Herria2.
Singularidad espacial reforzada en su dimensión temporal por coordenadas
aún más desusadas. Resulta frecuente que una romería, celebrada el día de su
1. José Miguel de Barandiarán (Anuario de la Sociedad de Eusko Folklore [A.E.F.], II [1922]: 1289) informa de otras romerías a cumbres en las que se levanta una o varias cruces. Una de ellas es
la de Elordi, en Lastur (Itziar); y también las de Arbill (Deba), Endoiza (Arrona) e Irukurutzeta (Bergara-Azkoitia-Elgoibar). Él mismo y otros colaboradores del A.E.F. hacen extensivas estas características
al Aitzgorri, si bien en este caso la ermita del Santo Cristo existente en su cima priva de protagonismo al símbolo del Crucificado (IV [1924]: 108; Obras Completas, I [1972]: 97). Romerías locales, a
base de comensalidad intradoméstica, visita a la cruz de la cumbre y baile al son del txistu o del acordeón en un prado próximo. Otro caso similar, del que da noticia Luis-Pedro Peña Santiago, es el de
la ermita y romería de Santa Cruz de Aitzorrotz (Bolibar); o la que se celebra el día de la Trinidad al
monte Oleta (955 m.), en Aginaga de Azkoitia, en cuya “cumbre hay ahora colocada una cruz de hierro”, para añadir: “Antaño solían ser frecuentes estas romerías en las cumbres de las montañas y en
los collados, generalmente encrucijadas de caminos entre villas y valles, o lugares próximos a ellos”.
(1973: 14-15 y 110-111). También el monte Pagoeta o Ernio Txiki (714 m.), enfrente del propio Ernio,
está coronado por una gran cruz –erigida por la Euzko Etxea de Zarautz y bendecida el 2-VI-1935–
más otras menores del viacrucis; hasta allí acuden en rogativa vecinos de Urdaneta y otros barrios
de Aia el primer domingo de junio.
2. Por la extensión de su ámbito, resultan comparables con las romerías de: San Urbano de Gaskue (Navarra), Santa Eufemia de Urregarai y Ntra. Sra. de Begoña (Bizkaia), Ntra. Sra. de Arantzazu
(Gipuzkoa), Santa Teodosia y San Prudencio (Álava). Y por su concurrencia, con las de Begoña, Arantzazu y San Prudencio, así como con las de Santa Águeda (Barakaldo) y Madalenak (Bermeo/Elantxobe), más la cívica de Olarizu, en Vitoria-Gasteiz (Homobono, 1982: 98-100; 1989: 436-9 y 455-9;
1990b: 297-300; 1999).
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advocación santoral correspondiente, se repita al domingo siguiente; pero en
ningún caso que cuente con un calendario de cinco o seis celebraciones estivales consecutivas, más la correspondiente al Viernes Santo. Por otra parte, la
masiva afluencia de las dos últimas jornadas va desplazando al referente original de la festividad litúrgica de San Juan Degollado (28 de agosto), despojando
a las romerías de la cobertura de religiosidad eclesial que le proporcionaba tal
advocación. La práctica ausencia de expresiones formales de religiosidad y el
énfasis en las de religiosidad popular, sin mediación eclesial ninguna, es un rasgo que contribuye a singularizar la que nos ocupa de otras romerías. Interviene
en la misma un complejo simbólico-ritual integrado, además de las cruces –estáticas o votivas– y sus viacrucis (calvarios), por aros metálicos, cintas (galartzuak), abluciones rituales, fuego y rollos de cera (bildumenak); vehículos de
sanación mediante el contacto con la sacralidad que representan y/o transfieren
en el imaginario tradicional.
Con el arrollador avance de la secularización, adquieren mayor relieve los
siempre importantes actos profanos o lúdicos de estas festividades: la comensalidad romera en las cantinas de Zelatun y en la venta de Iturriotz, así como el
baile tradicional. Y también la identificación con la naturaleza, expresada como
práctica del montañismo; en abierta dialéctica ésta con la celebración de estropadak (regatas) y competiciones de segalaris. Con la tradición evocada y reinventada, con las raíces de la identidad étnica en suma, y en clave de religiosidad
secular3.
Particularidades todas que confieren significativa relevancia al estudio de
estas romerías. A pesar de que a sea difícil añadir algo sustantivo a la minuciosa descripción etnográfica ya efectuada (Peña Santiago, 1966 y 1973), salvo su
actualización y crítica, cabe esperar que nuestro análisis contribuya a verificar
las interpretaciones esbozadas con anterioridad, así como a validar nuevas hipótesis explicativas.
1. EL TERRITORIO Y SU CONSTRUCCIÓN HISTÓRICA
1.1. El macizo de Ernio
La accidentada orografía del macizo, al que da nombre la montaña que nos
ocupa, se eleva sobre el centro del territorio histórico de Gipuzkoa. Las cumbres del propio Ernio (1.075 m.), Erniozabal (1.010 m.) y Gazume (997 m.)
constituyen su núcleo próximo a Tolosa, la antigua capital foral. Pero sus estribaciones menores se prolongan hasta las inmediaciones de Azpeitia, Andoain
3. De ahí su más neta connotación multifacética y polisémica, dinámica, dialéctica y ambigua.
Cabe recordar, no obstante, que mediante la ritualidad religiosa se comunican mensajes no sólo relacionados con lo sobrenatural, sino también con lo económico, lo social, lo lúdico, lo étnico, las identidades colectivas, en suma con el sistema cultural en su conjunto (Rodríguez-Shadow y Shadow,
2000: 20).
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y Zarautz4. En líneas generales, esta sierra se extiende entre las cuencas de los
ríos Oria y Urola, llegando a asomarse a la propia costa y delimitando comarcas
funcionales. Su alineación N.-S. separa al Oria Medio del Urola y de Kostaldea,
mientras que la que se extiende de O. a E. separa esas dos grandes zonas de
perfiles imprecisos que son Beterri y Goierri (Peña Santiago, 1981 y 1982).
Su accidentado relieve calizo resulta poco apropiado para el hábitat humano, incluso para el vinculado a actividades agropecuarias. Los citados núcleos
industriales y portuarios se sitúan en la periferia del macizo y su atracción, sumada a la que ejerce la colindante comarca metropolitana de Donostialdea, es la
causa de que muchos caseríos de las abruptas zonas altas se vayan abandonando. El pastoreo de la zona es sedentario, pero el collado de Zelatun (859 m.),
entre Gazume y Ernio, es lugar de paso en la ruta de transtermitencia que recorren los rebaños ovinos entre Kostaldea y las sierras de Aralar y Urbasa. Mientras retroceden los pastizales, los usos forestales se van haciendo dominantes,
sobre todo los de pinus insignis o de alerces. En la ladera norte sobreviven
pequeños bosquetes de hayas, y anecdóticos robles y castaños. Y también aquí
se han implantado zonas de esparcimiento naturalístico, turismo patrimonial y
ecológico5.
La ruta pricipal de acceso por carretera atraviesa el corazón de la sierra por
su vertiente N., desde Orio y Zarautz hasta Billabona y Andoain, pasando por Aia,
el puerto de Andazarrate (489 m.) y Asteasu. Eje central en torno al que se vertebran una serie de ramales viarios, entre ellos el que conduce desde Andazarrate hasta la ermita y venta de Iturriotz (590 m.). También ha sido asfaltado el
camino que a partir de Errezil, en la ladera S. Y carretera de Azpeitia a Tolosa,
conduce hasta las inmediaciones del caserío Odria (596 m.). Pero también se
accede a Ernio desde Alkiza, Bidania y otros puntos.
1.2. Protohistoria y antigüedad: megalitos y leyendas
La actividad pastoril y la propia presencia humana en el macizo se remontan
a milenios atrás en la historia y en el imaginario. La cueva de Altxerri, con sus
pinturas rupestres, constituye un buen testimonio, revalidado por las excavaciones efectuadas en las de Erraila y Amalda. Por lo que respecta a monumentos
megalíticos, destaca el de Zaraingo Ordeka (660 m.), situado entre la venta de
Iturrioz y el collado de Zelatun. A escasa distancia del primero de estos puntos,
en el lugar de Otagain (627 m.), se encuentran los restos de otro dolmen; y un
tercero cerca de la cumbre de Belkoain (488 m.). Estos megalitos, junto con los
del cordal de Zarate y Andatza, constituyeron otros tantos hitos en una ruta de
4. Véase el mapa de Imanol Goikoetxea: Ernio. Eskala 1: 25.000. Arantzadi Zientzi Elkartea,
1982.
5. Como las zonas de picnic, la reconstruía ferrería-museo de Agorregi y el Parque Forestal de
Pagoeta, con sus 1.000 Has. de bosques y pastos, creado por la Diputación Foral en 1982 y declarado parque natural en 1998; todos ellos en el municipio de Aia, y en una de las vías principales de
acceso a Ernio.
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transhumancia pastoril ya desde la protohistoria, y después también de peregrinaje6. Por encima de cualquier función patrimonial o simbólica ejercen otra más
utilitaria: la de mojón divisorio entre jurisdicciones. Otagain deslinda los términos
municipales de Aia y Asteasu, mientras que Zaraingo Ordeka es uno de los mojones que delimitan la divisoria entre este último pueblo y Larraul. Pero el imaginario popular se centra en los pequeños castros o fortalezas de Mendikute (816
m.) e Intxur (743 m.), en la ladera meridional. En las leyendas populares de la
zona y sus aledaños, se los designa como fortaleza de la resistencia anti-romana o como morada de los míticos jentillak o gentiles7 (Peña Santiago, 1981), al
igual que sucede con las cuevas o minas del galaico Pico Sacro por antonomasia. Donde los relatos legendarios cultistas ubican la morada de un dragón, y las
populares un pazo en el que habitan los mouros (gigantes) custodiando oro y
joyas (Cebrián, 1982: 27, 31; Carré, 1983: 201-205).
Pero no es solamente la cultura popular la que ha contribuido a rodear al
Ernio de un halo legendario. Toda una saga de tratadistas, desde Lope de Isasti
en el siglo XVI hasta Larramendi en el XVIII, ubican en cada recodo del Hirnio épicas luchas de los heroicos resistentes vasco-cántabros contra los romanos invasores. El testigo lo recogió en el XIX la escuela del fuerismo posromántico, como
en la leyenda patriótica Los Cántabros, incluida en las Tradiciones Vasco-Cántabras (Tolosa, 1866), de Juan V. Araquistain. Por encima de cualquier criterio estético, y con olvido del rigor histórico, estas leyendas se utilizan explícitamente
como agentes de conformación de la conciencia colectiva (Juaristi, 1998: 53-56,
155-160, 204). Con un proceso mitificador de la hipotética independencia originaria cada vez más explícito, a medida que pasan a comienzos del siglo XX al primer nacionalismo vasco8. Este legendario épico de una montaña como bastión
de la resistencia autóctona9, que ha llegado a impregnar la literatura oral e incluso el ensayo10, no es exclusivo de nuestro ámbito11.
6. Véase Juan San Martín: “Hallazgo de una estación megalítica en el macizo de Ernio”. En: Pyrenaica, núm. 1 (1966); pp. 30-36. También J.M. Barandiarán: El mundo en la mente popular vasca.
San Sebastián: Auñamendi. 1972; t.I, pp. 178-180.
7. Barandiarán (A.E.F., IV [1924]: 169 y ss.), ha subrayado la importancia que para el imaginario
de la sociedad tradicional desempeñaba esa precisión topográfica. Asignando un relato numinoso a
cada parcela del espacio cotidiano, las leyendas ganaban en verosimilitud.
8. Así, en palabras de Emiliano de Arriaga (1913: 8): “Antes que los extranjeros, habrán de subir
a las cumbres del Irnio las aguas del Océano; y mientras alienten los vascos, de sus hogares serán
dueños, independientes y libres...”.
9. Los únicos indicios de asentamientos romanos en esta zona pudieran ser los restos materiales
de su cultura. Y los existentes en torno a Mendikute son de dudosa filiación: a) calzada en el pago de
Insurbe; b) restos de un castillo; c) mina de galena argentífera; d) el propio topónimo de Mendikute =
¿Mons Acutum? (Cfr. Ignacio Barandiarán: Guipúzcoa en la Edad Antigua. San Sebastián, 1976; p. 84).
10. Como los versos que dedicara a esta temática el bertsolari Txirrita (Odriozola, 1976: 26-27).
En Unamuno las referencias a la supuesta gesta del Irnio son recurrentes, e incluso utiliza como figura metafórica del acceso del pueblo vasco a la civilización, la industria y el comercio, la del descenso desde el Irnio de esta altiva raza de montañeses (Juaristi, 1998: 249).
11. Ciertos autores identifican el monte Medo (Ourense), con el legendario Medulio, donde galaicos
y lusitanos habrían resistido tenazmente a las huestes romanas. En esta montaña existe el santuario
de Nosa Señora dos Milagros, que también es meta de romeraje (Cfr. V. Risco: “Etnografía: cultura espiritual”. En: Historia de Galiza. Madrid: Akal, 1979, vol. I, pp. 396-8; J. V. Sueiro y A. Nieto: Galicia. Romería interminable. Madrid: Penthalon, 1983, pp. 213-6; Carré, 1983: 156-7; Fraguas, 1988: 201-5).
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La moderna historiografía, desde hace más de un siglo, desecha la identificación de la Cantabria prerromana con el actual País Vasco12, deslegitimando
así la idea de que la guerra cántabra se desarrollara en las inmediaciones del
monte Ernio; que sí ha sido escenario de acciones bélicas más recientes. Como
la escaramuza sostenida en “la cima de Santa Cruz de Hernio” el 19-VII-1872,
durante la segunda Guerra Carlista13, entre fuerzas liberales con base en Tolosa
y la partida de Soroeta, lugarteniente de Santa Cruz (Archivo Foral de Bizkaia:
carp. 70, leg. 7). Pero una difusa memoria colectiva, que discurre por caminos
paralelos a los de la memoria histórica fehaciente, ubica en esta montaña veinte siglos y cien generaciones de antepasados velando la identidad étnica. No son
de extrañar las leyendas en torno al hallazgo de cadáveres en sus cuevas, ni
carece de fundamento la hipótesis de la romería como culto a los muertos.
1.3. Por los caminos e hitos de la historia
El macizo de Ernio y sus comunidades humanas permanecen relativamente
ajenas a influencias exteriores, hasta el punto de que ni tan siquiera penetran en
el mismo actividades industriales como las ferrerías, plenamente integradas en
el modo de vida tradicional. Y, sin embargo, durante todo el medioevo Ernio formará parte de la ruta más importante de la provincia, cuando las calzadas cruzaban la complicada orografía de las montañas. Por aquí atravesaba la ruta
jacobea principal de Gipuzkoa, por la que luego transitarían pastores, contrabandistas y guerrilleros. Penetrando en el macizo por el puente de Zubieta, los
viajeros llegaban a la venta de Zarate, continuando por Andazarrate para alcanzar Iturriotz, venta situada en una encrucijada; y luego el collado de Zelatun,
optando allí entre descender a Azpeitia por la venta de Etumeta o bien proseguir
hacia Álava, atravesando el legendario Murumendi y el túnel de San Adrián14.
Las comunidades locales ernioarras se mantienen al margen de las luchas
de banderizos que ensangrentarán Gipuzkoa durante el siglo XV. Mientras que
las restantes zonas rurales se irán incorporando al ámbito jurisdiccional de las
villas, muchos pueblos de Ernio prefieren mantenerse al margen de un cambio
que altera la organización tradicional del territorio. De las tres alcaldías mayores
que agrupan a las comunidades rurales independientes, dos se constituyen en
la zona. La de Sayaz, integrada por las aldeas de Aia, Beizama, Goiaz, Errezil y
Bidania; y la de Aiztondo, compuesta por Asteasu, Larraul, Sorabilla y Astigarraga. El precio a pagar será la designación real de sus alcaldes mayores entre los
12. Un balance de esta cuestión lo efectúa J. Gz. Echegaray: “Algunos aspectos menos conocidos de la polémica sobre los límites de Cantabria”. En: Estudios Vizcaínos (Bilbao), núms. 9-10
(1974); pp. 23-43.
13. La mentalidad popular asocia también el hallazgo de cadáveres en las grutas con esta guerra y otras contiendas. Un anciano informante de Errezil me contó cómo, a comienzos del siglo XX,
habiendo descendido su hermano a una sima de Ernio en busca de unas ovejas que se habían precipitado en ella, encontró cadáveres momificados de personas que habían sido arrojadas allí.
14. Cfr.: M. Lekuona: “Hablando de rutas y vías de Guipúzcoa”. En Boletín R.S. Vascongada de
Amigos del País, XX [1964], pp. 33-41.
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principales linajes guipuzcoanos hasta que, en 1563, los vecinos acostumbrados a deliberar en concejo abierto consiguieron desembarazarse de tan antidemocrático sistema. A partir de 1651, cada pueblo nombró su propio alcalde ordinario, pese a lo cual continuó la unión para designar un representante común
ante las Juntas de la Provincia. Las juntas particulares de esta unión se celebraban en la ermita de San Juan Bautista de Iturriotz (Odriozola, 1976: 21-25).
Otros pueblos de las estribaciones del Ernio, más permeables por su ubicación geográfica, decidieron acogerse a la jurisdicción de la villa de Tolosa para
librarse de los desmanes banderizos, pero cediendo a ésta solamente una parte de sus competencias. Más tarde, a través de un proceso de desanexiones que
se prolongarán hasta 1803, Alkiza, Anoeta, Hernialde, Zizurkil, Albiztur y Aduna
obtienen la condición de villazgos plenamente independientes15.
Sin industria tradicional, pero con una de las rentas agrarias más altas de la
provincia, esta comarca permanecerá al margen de los conflictos sociales que
jalonan el irresistible ascenso del capitalismo mercantil, como las matxinadas
del siglo XVIII16.
De todas las ventas de la sierra, Iturriotz era y es sin duda la más frecuentada, durante los más de mil años que aseguran sus actuales dueños que lleva
abierta. En una habitación de la Venta existe una inscripción enmarcada que afirma, en euskera, cómo San Ignacio durmió en ella en su viaje desde París a Azpeitia, en 1535 (Peña Santiago, 1973: 163-4). Hasta finales del siglo XVIII fue un
importante hito en la ruta de los arrieros desde la costa al interior de Gipuzkoa,
o hacia Francia. Pero, cuando el científico viajero Guillermo de Humboldt pasa
por Iturriotz, califica el camino entre Azpeitia y Asteasu como un “sendero solitario, de ordinario tan sólo visitado por contrabandistas y algunos pocos campesinos”17.
A pocos metros de esta venta está la ermita de San Juan de Iturriotz, cuya llave conservan los venteros, de la que sus primeras referencias documentales se
remontan al año 1541 y que gozó de gran predicamento (Peña Santiago, 1975:
166-8; Agirre y Lizarralde, 2000: 25-27). Teniendo en cuenta su ubicación en el
centro de la sierra, además de su condición de antesala del Ernio, no resulta difícil comprender los motivos por los que en torno a este conjunto de venta y ermita se han organizado desde antiguo transacciones materiales y espirituales. Aquí
se celebraba anualmente –el día de la Ascensión– una feria general que fue
suprimida, por acuerdo de las Juntas de Villafranca en 1727, por celebrarse en
despoblado, siendo trasladada a Aia.
15. Proceso estudiado por P. Gorosabel: Bosquejo de las antigüedades, gobierno, administración y otras cosas notables de la Villa de Tolosa, 1853. Cizúrquil: Impr. de Pedro Arístegui, 1956.
16. Aunque durante la matxinada de 1766 los contingentes armados de la burguesía urbana y
de la nobleza confluyen en la histórica encrucijada de Iturriotz, en su expedición punitiva contra los
rebeldes.
17. G. Humboldt: Los vascos. San Sebastián: Ediciones Vascas, 1979; p. 207.
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Como en otros puntos de la geografía vasca, ermita y montazgos vecinos permanecían indivisos y compartidos como territorio mancomunado entre los pueblos de Aia, Errezil, Bidania, Goiaz y Albistur, sirviendo aquélla como punto de
reunión de la unión de Sayaz, integrada por éstos más el de Beizama (Murugarren, 1975: 103). Comunidad que no estuvo exenta de puntuales aunque reiterados conflictos y altercados18. Estas poblaciones vecinas tampoco llegaron a un
acuerdo en 1783 para contribuir solidariamente a los gastos de reparación de la
ermita. Poco después, en 1792, los copropietarios decidieron proceder a la división de los montes comunales, reparto que también fue ocasión de controversias19 (Odriozola, 1975: 52 y 69). Actualmente Iturriotz es el vértice donde convergen las jurisdicciones de los municipios inmediatos, de forma que la venta
está ubicada en Aia, la explanada aneja en Asteasu y la ermita en Errezil. Sin
embargo, ésta pertenece a la demarcación parroquial de San Pedro de Aia.
La práctica del deporte constituye en nuestros días uno de los mecanismos
de sublimación de la agresividad. Para los segmentos rural y marítimo de la
sociedad vasca, las propias actividades laborales dan origen a expresiones
deportivas, los herri kirolak. En la división territorial de las labores agropecuarias
del ámbito atlántico vasco, corresponde a Iturriotz ser el centro de una extensa
zona en la que surgen los mejores segalaris, por lo que también es uno de los
principales escenarios de sus competiciones, las sega apustuak; celebradas en
las campas de Trintxaleku o Aribarrutia concentrádose más de 6.000 personas
para presenciar alguno de estos desafíos. Se trata de un público amante de las
expresiones culturales de raigambre tradicional, muy afín al de las romerías de
referencia, con las que en ocasiones coincide el acontecimiento deportivo.
2. LAS ROMERÍAS
2.1. Días y ámbitos
En la sociedad tradicional el hombre estaba más vinculado al medio natural
que al técnico, y en su ánimo pesaban más las creencias que las razones; no
existiendo, por otra parte, una estricta división entre tiempo de trabajo y de
ocio; cualquier día del año era adecuado para acudir al Ernio –o a un santuario– en peregrinación votiva. Y así lo hacían numerosos guipuzcoanos, individualmente o en pequeños grupos de familiares o vecinos, a modo de continuo
18. El pueblo de Albiztur, que obtuvo el villazgo en 1617, no se agregó a esta unión de Sayaz hasta 1651. Entretanto, sus relaciones con el resto de la mancomunidad no fueron muy cordiales. En
1544, con motivo de una procesión a San Juan de Iturrioz el día de la Ascensión, la presencia del
alcalde de Albistur con “vara alta de justicia” en la ermita, en Ernio y en Zelatun provocó un altercado con los de Aia y Errezil, que se saldó con un muerto y un herido del pueblo transgresor (Cfr. P. Gorosabel: Diccionario Histórico-Geográfico de Guipúzcoa. San Sebastián, 1862; pp. 13-14. También
(Odriozola, 1975: 25 y 51-2) y (Murugarren, 1974: 101-3).
19. Todavía en 1928 el municipio de Errezil se oponía a que la ermita disfrutara de unos terrenos en Gazume (Aia), fallando en sentido contrario el arbitraje del Obispado de Vitoria (Memoria del
año 1928. Beasain: Ayuntamiento de la Universidad de Aya, 1928; pp. 9-10).
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goteo20. Esporádicamente se ha celebrado en la cumbre algún ritual de paso,
única ocasión para los actos litúrgicos21. Pero, al margen de prácti-cas individuales, las romerías siempre se han celebrado en determinadas fechas. Antaño,
la principal fue la que tenía lugar el 29 de agosto, festividad de la Degollación de
San Juan Bautista, denominada popularmente San Juan Txiki. Conmemoración
que se trasladaba al domingo siguiente si aquél era día de labor. A continuación,
se celebraban otras tantas romerías consecutivas durante los cuatro o cinco
domingos de septiembre.
Esta primer día, el ámbito de procedencia de los romeros era básicamente
supracomarcal. Acudían los pueblos de Kostaldea, desde Pasaia hasta Zarautz,
con una leve pero importante penetración hacia el interior; cuyo vértice sur se
situaba en Andoain y Sorabilla, incluyendo Oiartzun, Errenteria, Pasaia, Donostia
- S.S., Igeldo, Hernani, Astigarraga, Lasarte, Zubieta, Usurbil, Aginaga, Orio,
Zarautz y Zumaia. También había romeros del entorno inmediato –Aia, Errezil,
Bidania o Alkiza–, así como del valle del Urola. Hasta hace unos 30 años, este
era también el día elegido por la juventud de Zizurkil para acudir en romería al
Ernio, mientras que los adultos de este pueblo preferían el último domingo de
septiembre. Al grupo, integrado por unos 50 jóvenes de ambos sexos, le acompañaba el acordeonista que había intervenido en el ollasku-joku del tercer día de
fiestas –17 de agosto–, en romería casi exclusivamente lúdica. Tras oir misa a
las 6,30 h., la comitiva salía de Zizurkil, atravesando Asteasu y Larraul, ascendiendo hasta el collado de Erniotxiki (808 m.) y de allí a Zelatun, para alcanzar
la cumbre del Ernio en algo menos de tres horas. El regreso lo emprendían por
Iturriotz.
De acuerdo con mis informantes, al primer domingo de septiembre se le
denominaba Alkizarren Jaia, puesto que ese día ascendían preferentemente los
vecinos de Alkiza, pueblo situado en la vertiente E. del Ernio. Según Peña Santiago (1973: 167), los pueblos de Asteasu, Larraul, Bidania y Alkiza subían el
segundo domingo después de las fiestas de este último, que se celebran el 8 de
septiembre. Las restantes poblaciones del macizo también efectuaban su peregrinación durante alguno de los domingos de septiembre. Los del actual municipio de Bidegoian –Bidania y Goiaz– acudían a Ernio el tercer domingo de este
mes.22
Debe existir una motivación latente que moviliza a las gentes de las villas lito-
20. Serapio Múgica constata la dificultad de salvar los últimos metros que preceden a la cumbre, recubiertos por la cera de las ofrendas (Geografía General del País Vasco-Navarro. Barcelona,
s.d., t. [Gipuzkoa]; p. 14). Por su parte, D. Irigoyen menciona la costumbre de ir al Ernio “cuando acosan los dolores” (“Ermitas e iglesias de Guipúzcoa”, en A.E.F., t. XIV (1934), p. 18).
21. Así, por ejemplo, el 20-VIII-1981 una joven pareja de Errexil –de una de las familias que por
entonces vendían zintak– contrajo matrimonio en la misma. Muchos de los 218 invitados subieron
hasta Zelatun en tractores engalanados con flores. La comida, para la que se asaron en burduntzi
dieciocho corderos, se celebró en las cantinas de este collado, con animación a cargo de aizkolaris
y arrijasotzailes.
22. Cfr. N. Goicoechea: Mendigoizale. Montañas de Euskalerria II. Bilbao: Villar, 1980; p. 140.
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Homobono Martínez, José Ignacio: El monte de las romerías. Ernio y la polisemia de sus rituales
rales hacia Ernio, con preferencia o a la par que otras del Urola o del Oria, comarcas más cercanas a la montaña. Peña Santiago ha apuntado el paralelismo de
los caminos de romeraje con las rutas tradicionales de transhumancia; pero la
carencia de datos sistematizados de épocas pretéritas no permite pasar del
terreno de la hipótesis. Otra connotación sugerente de la citada zona es su sensible coincidencia con la más densamente romanizada de Gipuzkoa. Y también
el ser Iturriotz y sus inmediaciones un lugar de tránsito por la más importante
ruta jacobea de Gipuzkoa, la que desde Irún se dirigía hacia Álava por el túnel de
San Adrián (Lecuona, 1964).
Los ritmos temporales propios de la sociedad industrial han reducido esta
correlación entre ámbitos territoriales y días de romeraje a niveles no significativos. Los pueblos inmediatos siguen optando por los últimos domingos, pero también la concurrencia de Donostialdea es más numerosa esos días, sobre todo
durante los dos últimos; mientras que San Juan Txiki es la tercera romería por
orden de importancia en la actualidad. El penúltimo domingo ha ido cediendo en
importancia ante el último. Aunque, actualmente, ambos registran gran concurrencia, contando los dos precedentes con un número de romeros inferior. La
mayor o menor afluencia está supeditada a los acontecimientos deportivos tradicionales. Ya hemos citado la influencia positiva de las apuestas de segalaris.
Pero el número de romeros que acuden a Ernio está más condicionado por el
calendario de las estropadak o regatas de traineras, que movilizan muchedumbres. Cuando los hábitos de esparcimiento moderno y los rituales de la tradición
miden sus fuerzas, el vector resultante apunta hacia algún puerto, y ese día no
todos los caminos conducen al Ernio.
El último de los domingos de septiembre he podido constatar –en 1986– la
concurrencia de romeros procedentes de muchas de las poblaciones ya citadas
por Peña Santiago23. Pero también otros de Donostialdea, del Urola, del Oria e
incluso del Deba24. El ámbito de romeraje resultante se extiende de O. a E. por
toda la mitad septentrional de Gipuzkoa, quedando tan sólo excluidas las zonas
del Bidasoa y del Bajo Deba, y resultando ser –como ya se ha apuntado– uno de
los más extensos del país.
Además de estas fechas estivales, también se asciende a Ernio el día de Viernes Santo. En esa ocasión, la romería reviste un carácter más estrictamente
devocional, puesto que se intensifican las prácticas de religiosidad popular: rezo
de calvarios (viacrucis), venta y uso de cintas y crucecitas, etc.25. Lo que no obsta para que también se desarrollen algunos aspectos profanos de la festividad,
23. Oiartzun, Errenteria, Pasaia, Donostia-S.S., Hernani, Lasarte, Zarautz, Alkitza, Bidania y
Errezil.
24. Altzo y Lezo (Donostialdea); Zestoa, Aizarna, Azkoitia, Azpeitia y Urrestilla (Urola); Tolosa, Irura, Ibarra y Altzo (Oria); Elgoibar, Eibar y Elgeta (Deba).
25. Aguirre Alcalde describe así estas prácticas: “...hay una vieja en la cima que vende cintas
rojas-verdes-blancas y hace servicio sacerdotal rezando el viacrucis seguida de una multitud enfervorizada que besa a veces el suelo” (1976: 231).
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Homobono Martínez, José Ignacio: El monte de las romerías. Ernio y la polisemia de sus rituales
ya que las cantinas permanecen abiertas aunque sin animación musical. También es la fecha de mayor concurrencia, incluso a pesar del mal tiempo habitual,
pudiendo estimarse entre 10 y 12.000 personas.
En la ermita de Iturriotz también se celebra la festividad de San Juan, el 24
de junio y días inmediatos, ocasión en la que los romeros no ascienden al Ernio.
Es organizada por los jóvenes de los barrios de Iruretaegia y Etxetaballa (Aia).
Estos costean la música y el vino, que se reparte gratuitamente a los asistentes26, acudiendo gente del entorno.
2.3. Los romeros y sus vías de acceso
La prolongación de la carretera hasta Iturriotz ha convertido este lugar en el
punto de inicio del camino romero, al propio tiempo que en parking de turismos.
Han quedado atrás los tiempos en los que numerosos autobuses detenían su
carrera en Andazarrate, y las cuadrillas emprendían desde allí el camino al son
del acordeón. La subida a pie desde cualquiera de los pueblos de las estribaciones, aunque residualmente perdura, apenas pasa de ser un vago recuerdo en
la memoria de los romeros más veteranos. Entre las modernas huestes romeras
casi no queda lugar para la leal infantería.
Hacia 1974 se construyó una pista desde la carretera Azkoitia-Tolosa hasta
Zelatun, pasando por el caserío Odria, punto hasta el que se asfaltó en 1985.
Estas obras contaron con la oposición de los jóvenes abertzales de Errezil, que
defendían la preservación del entorno de Ernio. Durante su ejecución una excavadora fue objeto atentado con bomba. Errezil está situado a 302 m. de altura y
Odria a 596 m. y apenas 1 km. de distancia de Zelatun. Este pueblo, que ya era
con anterioridad un punto de acceso importante, ha visto reforzado su protagonismo. La carretera permite el ascenso y la aproximación en automóvil, aunque
el resto del camino hasta Zelatun debe recorrerse a pie, puesto que durante las
romerías no se permite la subida de vehículos, salvo los de los feriantes.
Pero no son estas las únicas vías de acceso a Ernio. Los caseríos de Iturburu (460 m.), en las inmediaciones del Hostal Provincial y del Alto de Bidania (553
m.), así como el pueblo del mismo nombre (497 m.) a través del caserío Berazeaga (718 m.) –el más alto de Gipuzkoa–, son otros lugares desde donde subir a
26. Según mis informantes, esta práctica –denominada mutil ardua (el vino de los mozos)– subsiste en todos los barrios de Aia, así como en los zarauztarras de San Pelayo y Urteta, aunque ya no
en el de Elkano (Aia/Zarautz). J. Iruretagoiena da noticia del mutil ardo celebrado en el barrio de Aiztarrazu (Aia), hacia 1924 (A.E.F., 1924, pp. 34-35), y J. Garmendia Larrañaga del de otros dos barrios
(Villa guipuzcoana de Aia. La huella humana en los barrios de Altzola y Laurgain. San Sebastián:
Diputación Foral de Gipuzkoa, 1991; pp. 31-36 y 87-90). También tuvo lugar según mis informantes,
en el barrio intermunicipal de Santa Marina de Argisain. Personalmente, he podido verificar la supervivencia –más o menos folklorizada– de costumbres similares en el Urdaibai vizcaíno –Ariatza (Muxika) y San Cristóbal (Forua)– así como en la Llanada Alavesa (Armentia). La fiesta también consta, a
lo largo de tres o cuatro jornadas, de misas –con procesión y bendición floral– cuestación de ollasko biltzea, herri kirolak, bersolaris, romerías con trikitrixa y comida popular (Aia-ko Iturriotz-en San
Juan 92).
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Homobono Martínez, José Ignacio: El monte de las romerías. Ernio y la polisemia de sus rituales
pie tras dejar aparcado el automóvil. Algunos tolosarras inician la subida a pie a
partir del barrio de Urkizu (518 m.). Desde Azpeitia puede ascenderse en coche
hasta Erdoizta (453 m.), y llegar hasta Zelatun a través de Indotxiki y Gazume;
ruta que coincide, parcialmente. con la primitiva calzada que, a su paso por esta
zona, unía las ventas de Iturriotz y Etumeta. Existen, por último, otras rutas de
acceso estrictamente locales, confluyendo todas ellas en Zelatun. Así, por ejemplo, las que parten de Larraul (235 m.) o de Alkitza (339 m.).
La venta de Iturriotz y/o el cercano puerto de Andazarrate (66 %), el caserío
Odria (15 %) y las casas de Iturburu son los puntos preferentes a partir de los
cuales se inicia el ascenso a pie. Sus inmediaciones se convierten en sendos
aparcamientos27. El primero de ellos es casi exclusivo para las poblaciones comprendidas entre Zumaia y Lasarte, mientras que los romeros de la comarca de
Donostialdea se reparten entre Iturriotz y Odria. Este último acceso capta la
mayor parte de la afluencia del Urola y del Deba. Los restantes se reparten entre
ambos, u optan por alguna de las vías menores de acceso.
El número de asistentes, difícil de calcular, puede estimarse entre los 4.500
y 5.500 para la última jornada festiva, cifra que va descendiendo progresivamente para las que preceden. La mayor parte de estos romeros (80,5 %) acude
una sola vez por año, pero también es considerable el número de quienes
ascienden al Ernio durante dos (4,9 %), tres (12,2 %) o cuatro (2,4 %) de las
romerías28. Predominan los romeros varones (56 %) sobre las mujeres (44 %).
Por grupos de edad, el más numeroso es el de los jóvenes29 de 15 a 24 años (27
%), seguido por el de adultos maduros de 35 a 44 años (20 %) y por el estrato
intermedio entre ambos (19 %). A partir de estas tasas, se van reduciendo las
cifras de los intervalos de mayor edad –10, 7 y 6 %– así como para los niños (11
%). Pero el número de ancianos resulta, con todo, superior al habitual en otras
romerías que requieren esfuerzo físico.
En cuanto a la tipología del acompañamiento de los romeros, la más frecuente es la de la familia nuclear, por lo general un matrimonio solo o con hijos
(71 % de los grupos y 61 % de las personas). Siguen las cuadrillas masculinas
(13 y 14 %) y las femeninas (6,5 y 11 %), ambas integradas por personas de
mediana edad. El resto se distribuye entre las cuadrillas juveniles: masculinas
(6,5 y 8%) o mixtas (1 y 3 %). Es preciso tener en cuenta que parte de los jóvenes acuden acompañando a sus padres. El perfil de estos tipos de acompañamiento se corresponde con los propios de una festividad tradicional, y son similares a los de otras grandes romerías vascas (Homobono, 1989: 462).
27. El domingo 28-IX-1986 había, respectivamente 150 vehículos aparcados en las campas del
caserío Odria, otros 50 en las proximidades del Alto de Bidania, 12 en el propio collado de Zelatun,
y otros 900 en la zona comprendida entre Andazarrate e Iturriotz. El mismo día de 1997, en esta última zona y sus inmediaciones había un número –muy aproximado– de 1.000 turismos, otros 140 en
el parking de Odria y su vial de acceso, totalizando unos 1.350 con los que se divisaban en el alto
de Bidania y otros puntos.
28. De acuerdo con los datos de una muestra de 83 asistentes, obtenida el 28-IX-1986. Entre
los más asiduos se cuentan los procedentes de Errezil, Azkoitia y Azpeitia.
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2.4. De Iturriotz a Zelatun
Iturriotz ha ido perdiendo, uno por uno, los atributos de su protagonismo festivo, en beneficio de Zelatun. La carretera hasta Andazarrate se construyó a finales del siglo XIX, pero cuarenta años después todavía muchos romeros preferían
subir andando de víspera y pernoctar en la venta o dormir en las campas inmediatas. Asimismo, los bersolaris que acudían para animar la romería pasaban en
la Venta desde la víspera hasta el lunes posterior a cada jornada dominical. A
quienes habían pernoctado aquí se unían, ya desde la madrugada, los que llegaban tras haber caminado durante buena parte de la noche, haciendo un alto para
desayunar. Eran más de 1.000 las personas que tomaban caldo y adquirían un
bocadillo cada uno de estos días, y un número considerable el de quienes bajaban a comer. Por aquellas fechas, los venteros sacrificaban una ternera, cuyo
peso en canal no era inferior a los 260 k., con objeto de disponer de la suficiente carne para los numerosos comensales de las romerías. El sacerdote de Aia,
acompañado por una veintena de mozos de su parroquia, celebraba misa en la
ermita de Iturriotz a las 8 h. y, tras almorzar en la Venta (sopa, pescado, queso,
pan y vino) continuaban hasta Zelatun y Ernio (Peña Santiago, 1983: 172). Otras
cuadrillas juveniles traían consigo su propia comida, transportada en el interior
de cajas de zapatos. Actualmente tan sólo un número exiguo de romeros efectúan un alto en la venta, para tomar un caldo o café antes de iniciar el ascenso.
También se ha desplazado hacia la zona alta el comercio de objetos votivos.
Hacia 1920 los rollos de cera (eskubilduak, argizariek o bildumenak) podían
adquirirse en los pueblos inmediatos. Por ejemplo, los romeros de Andoain lo
hacían a su paso por Asteasu (Etxeberria: art. cit.). Más tarde, los puestos de cintas, medallas y rosquillas se instalaban en gran número a partir de Iturriotz, y
actualmente solo unos pocos30.
Como en otras ermitas de advocación sanjuanera, al agua de una fuente que
mana junto a uno los muros de ésta se le atribuían propiedades curativas contra la sarna31, y la noche del 23 al 24 de junio muchas personas acudían a
bañarse en ella (Barandiarán, 1972: I, 120). Hoy, el único atributo estimado por
los escasos y veteranos bebedores que se detienen en la fuente unos instantes,
es la frescura de su agua pregonada por su nombre. En cuanto a la ermita, y al
igual que el conjunto de la romería, nunca parece haber contado con el bene-
29. Al igual que en épocas precedentes, como lo corrobora un peyorativo testimonio: “En general asiste allí –al Ernio– elemento joven, y no de lo mejor; aunque siempre hay honrosas excepciones” (F. Etxeberria: “La religiosidad del pueblo en Andoain”, en. A.E.F., t. IV [1924], p. 62).
30. Hasta aquí acudían más de 30 vendedores de cintas y medallas, procedentes de Errenderia,
Urnieta o Eibar; así como otros de rosquillas, pirulís, golosinas y chucherías; más fotógrafos ambulantes y feriantes varios. Tanto en 1982 como en 1986, tan sólo se instaló en Iturriotz un único puesto de rosquillas de Ordizia –en 1997 otro más– y el primero de estos años les acompañó la cantina
de Asteasu.
31. Práctica que contaba con siglos de antigüedad, a juzgar por el testimonio de los tratadistas
del XVII y XVIII (Lope de Isasti: Compendio Historial de Guipúzcoa (1625). San Sebastián, 1850, p.
229; también: M. Larramendi: Corografía de Guipúzcoa (1754). San Sebastián: S.G.E.P. 1969, p. 35.
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plácito de la institución eclesial. Si algún cura celebraba misa aquí durante la
romería, lo hacía como deferencia hacia sus paisanos que deseaban cumplir con
el precepto dominical, y esta práctica no parecía ser muy frecuente32. Actualmente, tan sólo se celebra misa durante la festividad de San Juan Txiki, a las 13
h. No es sólo el motor de explosión quien va acabando con esta parada y fonda.
Desde Iturriotz, la cumbre de Ernio que a hora y media de camino. Pasando
por el collado de Zaingo y por Zezen Arri, los caminantes alcanzan el collado de
Zelatun, tras recorrer unos 2,5 kms. A este magnífico escenario natural al pie de
los escarpes del Ernio, modelados por convulsiones orogénicas, le corresponde
un mercado igualmente primitivo. Son las txabolas o bordas de pastores, que
estos días se transforman en improvisados bares-restaurantes o cantinas, donde muchos de los romeros se detienen a almorzar o a beber. Ya desde las primeras horas ha comenzado la animación musical.
No hace muchas décadas, podían adquirirse en Zelatun las cintas características de esta romería, que tan sólo se venden ya en las inmediaciones de la
cumbre. Esporádicamente acude algún vendedor de otro tipo de objetos, muy
infrecuentes en esta romería de montaña33. Algunos romeros aguardan aquí el
regreso de sus familiares o amigos, sin ascender al Ernio. Permanentemente se
forma una aglomeración de unas 500 personas en torno a las txabolas, y otras
tantas en su interior.
A partir de Zelatun, y en quince minutos más, se alcanza un pequeño collado,
ya próximo a la cumbre. Esta parte del abrupto camino está jalonada por dos crucecitas, en memoria de sendas personas fallecidas durante romerías pretéritas34.
2.4. Cruces y rituales: de Gurutze Zarra a la cumbre
En este collado se hallaban las ruinas de otra borda, la denominada Goiko
Txabolia donde, hasta comienzos de los años setenta, también se instalaban
cantinas35, y que mantuvo su techumbre hasta finales de esa década. En 1997,
32. Ya en 1792 un mandato del Obispo de Pamplona degradaba la ermita a la condición de simple
humilladero (Odriozola, 1975: 69). Previamente, en 1786, se había clausurado, con el argumento de
que los jóvenes de ambos sexos cometían excesos carnales durante las romerías (Agirre y Lizarralde,
2000: 26); una medida muy generalizada en esa época, que condujo incluso al derribo de ermitas.
33. En 1986 tan sólo se instaló un puesto de rosquillas y chucherías, a cargo de un matrimonio
residente en Bilbao, y que acudían a Ernio por vez primera. Otros dos puestos en 1997, uno de ellos
de ropa.
34. Una de ellas el 20-IX-1942; y otra el 29-VIII-1979, a causa del impacto producido por una piedra; y hubo también lápidas memoriales en los caminos de Iturriotz y de Larraul (Peña Santiago,
1973: 168).
35. Los tasqueros subían su impedimenta con un burro la víspera de las romerías. En estas cantinas se elaboraba un ponche a base de azúcar, limón y agua; también se vendían boladuak (azucarillos) y graziosak (gaseosas) además, claro está, de vino. Asimismo preparaban caldo de gallina en
sendas ollas, haciéndose una competencia no siempre leal. Se cuenta que –hacia 1920– el tasquero Kuleto, esposo de la popular Mari Aundi, arrojó petróleo a la olla de su competidor Txikurri,
produciéndose entre ambos una pelea a navaja. Esta anécdota, que me fue referida en 1983 por
Ignacio Mª Atxukarro –fallecido en 1987– se cuenta también en su libro Irriparrezko Printzak.
Zarautz: Itxaropena. 1982; pp. 151-154.
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y como parte de las tareas de reparación de la Cruz de la cumbre, se reconstruyó esta borda como refugio.
Aquí se levanta una cruz de piedra, la Gurutze Zarra, que fue trasladada a su
actual emplazamiento desde la cumbre, donde la partió un rayo. Allí la ha sustituido otra, también de piedra, en la que figura la inscripción “Unión Regil Albiztur 1855”. Efectivamente aquí, a escasos metros de la cúspide del Ernio, convergen estas jurisdicciones. La gran cruz de hormigón que remata la cima de
este monte se halla en jurisdicción de Albiztur, mientras que la cercana mesa de
orientación está en término de Errezil. La cruz de piedra tiene cada uno de sus
brazos en las respectivas jurisdicciones de Errezil y Albiztur, y en su construcción
trabajaron vecinos de ambos pueblos –según la tradición– subiendo los materiales mediante yuntas de bueyes. Originariamente debe tratarse de una “cruz de
término”, erigida para fijar los nuevos límites, tras el deslinde de los montes
mancomunados en 179236.
Su función actual es muy otra. Colgando del brazo derecho hay cuatro o cinco aros de hierro, más ovalados que circulares, uno de ellos más reciente. Además de éstos, de mayores dimensiones, existieron más de otros veinte aros
pequeños. Durante el periodo republicano alguien los lanzó monte abajo, y las
gentes de Errezil apenas pudieron recuperar unos cuantos, definitivamente perdidos con posterioridad. En la zona se atribuye esta acción iconoclasta “a los
eibarreses” –a los montañeros de este pueblo– por las connotaciones asociadas
al estereotipo de eibarrés: laico y socialista o “liberalote”. También han desaparecido los dos aros de hierro existentes antaño en la cruz de la cumbre. Algunos
romeros hacen pasar estos aros por todo su cuerpo o por determinadas extremidades rezando, en ocasiones, un Padrenuestro y un Avemaría. Se atribuía a
esta práctica propiedades terapeúticas contra el reuma y la artrosis, o de preservar de las mismas. Para obtener una total curación es preciso realizarla
subiendo a Ernio hasta siete veces diferentes, con preferencia siete años consecutivos; razón que quizás contribuya a explicar la insistente repetición de unas
romerías que proporcionan varias oportunidades cada año. En nuestros días,
quienes hacen pasar los aros por su cuerpo restan credibilidad a tal acción sonriendo ostensiblemente, o realizando comentarios jocosos al respecto. De esta
Gurutze Zarra cuelga asimismo un cepillo, con la inscripción “Limosna penitencial – Bisili ordekoa”, que proporciona a los romeros una ocasión adicional para
desarrollar prácticas penitenciales (Mariño Ferro, 1987: 125-128).
36. En aquella época era práctica habitual la antigua costumbre de levantar una cruz de gran
tamaño junto a los mojones que dividían varias jurisdicciones, o bien grabarlas sobre la piedra labrada de éstos. También se erigían grandes cruces sobre algunas cumbres o eminencias del terreno,
desde las que se efectuaba el ritual denominado gurutze ipintza, práctica cívico-religiosa que unificaba la bendición de cruces y campos con el reconocimiento de mugas. José Ignacio Lasa documenta esta práctica, muy extendida en Gipuzkoa y Navarra (Legazpia. San Sebastián: CAMSS, 1970;
pp. 83-84); también, del mismo autor: Tejiendo historia de Guipuzcoa. San Sebastián: S.G.E.P., 1977;
pp. 457-460).
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Junto a la misma se colocan las únicas vendedoras de cintas que acuden
actualmente a la romería37. Estas cintas de colores eran características de algunas romerías más de la comarca, pero tan solo en la de Ernio conservan relativamente su primitiva función taumatúrgica. Con independencia de ésta, antaño
todos los romeros las adquirían, puesto que era algo así como el distintivo de las
romerías de Ernio, y había que hacer cola al efecto. Actualmente tan sólo una
menguante minoría de romeros –1.200 en 1986 y 700 en 1997– adquiere cintas durante el ciclo de los cinco domingos.
Su gama cromática, más amplia con anterioridad, se fue reduciendo prácticamente al rojo, blanco y verde38; aunque actualmente se retorna a colores
como morado o amarillo. Los tres colores de la ikurriña aparecieron combinados
por primera vez en estas romerías en 1923, algo excepcional por aquel entonces
en la zona, donde aún era escasa la implantación del partido bizkaitarra, y se
fueron imponiendo paulatinamente a parir de la Alkizarren Jaia juvenil. Más tarde, durante el primer franquismo, predominaron las de otros colores: amarillas,
blancas, azules, rosas, moradas, sienas o negras; aunque ya para 1963 el encintado era tricolor (Peña Basurto, 1963: 47). El predominio de uno u otro color era
algo aleatorio, de acuerdo con diversos factores. Así, por ejemplo, cuando Orio
vencía en las regatas celebradas durante estos días, predominaba el color amarillo, distintivo de la trainera de este pueblo. La combinación tricolor, proscrita
durante el franquismo; hasta el punto de que un día de Viernes Santo, en 1968
ó 69, fue detenida María Etxenagusia y conducida a la prisión provincial de Martutene, por el único “delito” de haber vendido esta combinación; la cual se fue
imponiendo durante la transición política, hasta convertirse casi en exclusiva.
Estas zintak miden por lo general setenta centímetros de longitud, y se llevan
prendidas del cinturón, de la boina, de la camisa, del vestido o del palo.
También se vendían medallitas de plástico o de metal –con un cromo de San
Juan Bautista, la Virgen de Arantzazu o San Antonio– denominadas milagrosas;
prácticamente sustituidas hoy por unas pequeñas crucecitas negras de madera
–con la inscripción “Ernio”– para colocar prendida de la boina, o unas campanillas; ambas llevan sujetos tres pequeñas cintas con los consabidos colores. Este
atributo romero es muy minoritario con relación a las cintas.
37. Actualmente tan sólo Gloria Escudero, del caserío Keixeta; y hasta mediados de los noventa
también una o varias integrantes de la familia –Uzkudun-Etxenagusia– que regenta el restaurante
Letea, ambas de Errezil. De este pueblo son todas las familias que, durante las últimas décadas, han
vendido cintas en Ernio: Atxukarro, Etxenagusia, Escudero, Larrañaga (Muxkako), Ezama (Korreoneko) y Kuleto. También, aunque esporádicamente, vendieron cintas personas procedentes de Errenteria, Urnieta y Azpeitia. Existió una acusada competencia entre las vendedoras, por ver quién ocupaba el lugar mejor situado.
38. Son estas las únicas zintak que las vendedoras llevan sobre el brazo. Colgado de la Gurutze
Zarra hay un manojo de cintas de diversos colores, a disposición de quienes prefieran otra combinación. En 1983 había cintas de color amarillo, azul marino, azul claro, rosa, rojo, marrón y negro.
En 1986 se repetían los colores precitados, a excepción del rosa, y las había asimismo blancas, verdes y moradas.
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Desde aquí se inicia el Viacrucis, denominado kalbario en la zona, cuyo recorrido hasta la cumbre está jalonado por cruces de hierro, ante cada una de las
cuales los asistentes se detienen para rezar –antes se arrodillaban– y finaliza,
por lo general, junto a la cruz de piedra. Lo dirige una mujer de Errezil, a quien los
peregrinos entregan una gratificación una vez finalizado39. Antaño éstos acostumbraban a besar el suelo al término de cada oración, e incluso algunos subían
descalzos. Otras costumbres extinguidas fueron las de llevar en la mano un rollito de cera encendida –eskubildua– durante los viacrucis40, rezar el rosario o
coger flores de cardo durante el descenso a Zelatun. Los kalbarioak se repiten,
siempre que junto a la Gurutze Zarra se forme al efecto un grupo suficiente de
romeros. Antaño fueron muchos, y actualmente muy pocos los que se realizan
durante las romerías estivales41, en número análogo a los del Viernes Santo.
2.5. En la cumbre
Tras alcanzar la cumbre, los romeros se desperdigan entre las numerosas
cruces votivas existentes en la misma. Antaño el grupo de cada pueblo oraba un
rosario ante la cruz colocada por el mismo, y dirigido por una vecina. Allí pasan
un rato, contemplando el paisaje –desde la costa hasta el interior– y desayunando quienes no lo han hecho previamente en Zelatun. Además de la ya citada
cruz de piedra, y sin contar las integrantes del Viacrucis, en la cumbre existen por
lo menos 28 cruces votivas de hierro. Estas son más recientes y, de acuerdo con
lo que indican sus inscripciones, han sido colocadas por pueblos, asociaciones
religiosas o particulares42. También dos lauburus, así como una placa, erigidos
en memoria de alguna persona43. Las inscripciones de algunas cruces aluden a
la Santa Cruz de Ernio44; otras aluden al halo legendario de esta montaña45; y
39. Se trata de la ya citada Gloria Escudero, natural de Goizueta (Navarra). La dirección femenina del ritual es ya tradicional. Hacia 1926 ya estaba a cargo de dos mujeres –abuelas de aquélla–
y un hombre de Errezil, que recibían cinco céntimos de cada uno de los romeros por tal servicio. Más
recientemente el viacrucis ha sido encabezado por las mujeres de las seis familias que vendían cintas, todas ellas de Errezil y, a partir de 1980, de la persona indicada.
40. Cfr. R. Mendizabal: “La religiosidad del pueblo. Bidania”, en A.E.F., t. IV (1924), p. 85; Barandiarán, O.C., t. I (1972), p. 97.
41. Unos 15 en 1986 y sólo tres en 1997. Entre ellos ningún vecino de Aia ni de la vertiente norte, quienes atribuyen la permanencia de esta costumbre a personas mayores de Errezil y del interior.
42. Las hay, por ejemplo, de Usurbil (1906), Igeldo (1909 y 1976), Loiola e Izarraitz (1910), Aginaga (1919), Oiartzun (1927), Orioko Luistarrak (1943), Zumarragako Luistarrak (1955) y Legorreta
(1982). Dos de ellas, más recientes, con lauburus grabados y las inscripciones: “Ernio mendiari Albizturko Oroigarri” (1997) y “Alkizako Herriak” (1996).
43. Colocados aquellos en 1984 y 1985; y la placa, en memoria de dos personas de Zumarraga, en 1973.
44. “Ernioko Kurutza Santuari”, “Erniyoko Igeldoko Kurutze Santuari”, etc.
45. Enlazando el nombre del caudillo Lartaun con la memoria familar de este apellido: “Erniyomendi Erniyo mendi / euskal-menditan xarrena / goguen al-duk erromateko / gure Lartan’en izena?”/
Bizi duk oraindik Oyarzun’en lar bikaiñ aren ayena/ ta gaur ikusi dezakan aren / ireganako naikena”.
“ona lartaundar gaurkuak ora diketen oroitzpena”. “1927”.
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Homobono Martínez, José Ignacio: El monte de las romerías. Ernio y la polisemia de sus rituales
los lauburus al propio monte46. Algunas placas de mármol recuerdan simplemente el ascenso al Ernio.
La cima está rematada por una gran cruz de hormigón armado, de once
metros de altura47, cuya erección fue promovida por jóvenes de Aia y Asteasu de
la congregación de los Luises, e inaugurada el 31-VIII-1947, con una fiesta a la
que asistieron unas 10.000 personas. Para su construcción se subieron los materiales en carretas de bueyes hasta Zelatun, y desde allí hasta la cumbre a lomos
de mulos, y los operarios consumieron 1.300 litros de vino durante las obras. Fue
financiada mediante colectas en Aia, Asteasu y en todos los caminos de acceso
el día de la inauguración, así como mediante rifas en las romerías de septiembre
de ese año, y una cuestación al siguiente. Rehabilitada el 28-IX-1975, y restaurada por los habitantes de las ocho poblaciones que circundan el monte en 1997,
se celebraron una serie de actos para conmemorar la efeméride del cincuentenario48. Esta cruz no es objeto de prácticas de religiosidad popular. Por último, en
la cima de Ernio existen dos buzones montañeros49 y una mesa de orientación,
que indica los nombres de montes y poblaciones que desde allí se divisan.
No resulta difícil asociar el origen de estas cruces con la recomendación del
Papa León XII, efectuada a principios del siglo XX, de erigir cruces en las cumbres de los montes50. Como efectivamente se hizo en muchas montañas de Euskal Herria; medida reforzada en 1950 por los obispos de las diócesis vascas, con
la concesión de indulgencias a quienes orasen ante tales cruces. Cabe subrayar
el paralelismo entre esta acumulación de cruces y la existente en Erniotxiki51,
46. “Mendia Maite Bazuzu”, “Hain Maitea huen Ernio mendian hire laguna. Oroitzapenez”.
47. Lleva una inscripción que dice: “Gurutze donea bere lurrean / garbitasun ta matasunean /
goi indarrez alkartasunean / Jesukristo’ren alde lanean”/ “1947 garrengo Dagonilla’ren 31’an eguiña eta 1975 garrengo Iraillaren 28’an berritua”.
48. La restauración de la Cruz y otras obras complementarias –senderos, borda, pararrayos– fue
promovida por vecinos de Aia y Asteasu, sumándose al proyecto otros de Larraul, Alkiza, Hernialde,
Albiztur, Bidegoian y Errezil. En esta ocasión se transportaron los materiales mediante helicópteros
hasta la borda, más tractor y orugas hasta la cumbre. El 30-VIII-1997 –sábado– hubo misa en Zelatun, actuación de bertsolaris y trikitrixa, entrega de placas conmemorativas a los constructores de la
cruz y comida-homenaje a los mismos. Al día siguiente, misa en las inmediaciones de la cruz e inauguración de la nueva borda; en Zelatun: actuación de trikitrilaris y bertsolaris durante toda la jornada, comida, actuación de dantzaris del entorno, y deporte rural: aizkolaris, levantadores de piedra,
sokatira y tronzalaris.
49. Uno de ellos colocado por el grupo Beti Gazte Oargui, de Zumaia, el 5-VI-1955.
50. Cfr. J. Olabarria Sautu: El Valle de Zuya. C.A.M. Vitoria, 1973; pp. 7 y 8.
51. Este es un paraje ubicado en las laderas de Pagoeta (714 m.), sobre Aia, a 6 kms. Al N.O. de
Ernio. La primera de estas cruces fue colocada en 1923 por el propietario del caserío Legarola (Leola) para conjurar futuras tormentas, puesto que una procedente de allí destruyó éste y otros caseríos con sus cosechas. Más tarde otros vecinos de Etxetaballa (Aia) fueron colocando más cruces de
hierro, bendecidas por el párroco, formándose el actual conjunto –unas 17– que da nombre al lugar,
por asociación con el arquetipo de Ernio. (Cfr. VV.AA.: Excursiones y paseos. Zarautz y sus alrededores. Ayuntamiento de Zarautz, 1985). Actualmente, según mis informantes, acuden hasta allí en procesión gentes de Aia el día de San Isidro, llevando ramas de elorri zuria (espino albar), que dejan al
pie de las cruces, al mismo tiempo que se reza un viacrucis. En el barrio de Alzola se utilizaba una
fórmula de conjuro de las tormentas similar a las de otras zonas: “Carga Izarraitz/ descarga Ernio/
guarda Alzola/ endemás (sic) Semeola”.
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Homobono Martínez, José Ignacio: El monte de las romerías. Ernio y la polisemia de sus rituales
destinada a conjurar las tormentas. Pero en la propia Euskal Herria y en el resto
de la cristiandad resulta infrecuente que tal profusión de cruces domine la topografía sagrada52.
Con los aros de hierro que colgaban de la cruz de piedra se realizaban idénticas prácticas que con los de su homóloga situada más abajo, pero desde hace
años ya no se encuentran allí. Hay quien hace pasar sus cintas de colores por
encima de los brazos de esta cruz. También, hace años, algunas personas ataban
sus cintas en un trozo del hierro que sobresale, tomando a cambio otras de las
allí colocadas con anterioridad por otros promovida por vecinos de Aia y Asteasu,
sumándose al proyecto otros de Larraul, romeros. En cualquier caso se considera
que, al contacto con la cruz, han adquirido poder para curar el reuma, si son ceñidas a la parte del cuerpo afectada por la enfermedad. Son ya muy escasos los
romeros que realizan esta práctica, por lo general aquellos que han tomado parte en algún calvario. La mayor parte de quienes regresan con las cintas prendidas
en el cuerpo, lo hacen como simple distintivo tradicional de esta romería. Primitivamente, las cintas eran utilizadas por sus convecinos o familiares aquejados de
reuma quienes, precisamente por este motivo, no habían podido subir a Ernio53.
El sol y las inclemencias del tiempo se encargaban de destruir las que quedaban
abandonadas en la cumbre (Peña Basurto, 1963: 47). Estas cintas, denominadas
galartzuak o ajuetas, eran características de otras romerías de la cuenca del
Oria54, sin que se haya podido verificar su actual utilización fuera de esta zona55.
52. Para encontrar un cierto paralelismo, es preciso remitir al santuario mexicano de Chalma;
donde más de 70 cruces, de metal o de madera, dominan los riscos y cerros de la barranca donde
se encuentra aquél. Según se afirma, con objeto de ahuyentar al diablo y a las brujas, y espantar los
malos espíritus. El propio barrio de Las Cruces, caserío poblado de enormes cruces penitenciales, es
el punto de partida desde el que grupos de peregrinos se dirigen procesionalmente hasta el santuario. Aquéllas son propiedad de grupos de romeros, estructurados por el parentesco, el compadrazgo
y la amistad, la vecindad, el compañerismo laboral, o de sociedades de danzantes que bailan ante
ellas. El principal motivo para erigir una cruz es la promesa efectuada al Crucificado de Chalma en
agradecimiento por un favor recibido. La más antigua se erigió entre 1890 y 1905, todas tienen un
nombre distintivo y se reciben en herencia, comprometiéndose sus custodios a repararlas anualmente (Rodríguez y Shadow, 2000: 138-158).
53. Cfr. R. Mendizabal, art. cit., p. 85; D. Irigoyen: “Ermitas e iglesias de Guipúzcoa”, art. cit., p. 18.
54. Hacia finales del siglo XIX se utilizaban en la festividad de la Virgen del Rosario, o Santa Leocadia, en Urnieta, con idéntico propósito al de Ernio: la curación del reumatismo. Y la convicción de
los usuarios era tal que bastaba en ocasiones para que experimentasen una sensible mejoría, aunque su olvidadizo recadero las hubiese adquirido al regreso de Ernio en Astiñekua o en cualquier otro
comercio donostiarra. Los actuales romeros se limitan a colgárselas en torno al cuello y en forma de
lazo. Lo propio sucede en Astigarraga durante la festividad de Santiago (Herrán, 1896: II, 197-8;
Peña Santiago, 1973: 75 y 135).
55. En Zegama, más al sur y a distancia del ámbito romero de Ernio, estas cintas de percal se
llevaban durante el primer tercio del siglo XX a las romerías de todas las ermitas de la localidad: Aizkorriko Kutzea (en la cumbre), Samartolome, Kutze Santu, San Pedro, Virgen de Irutxeta y Santi Espiritu. Una vez allí las cambiaban por algunas otras depositadas con anterioridad, y volvían a sus casas
llevándolas prendidas sobre el pecho o en la solapa de su chaqueta. Sin embargo había que distinguir, entre quienes portaban las cintas, entre las personas devotas y el abundante “elemento joven,
harto licencioso” (J.A. Gorrochategui y J.A. Aracama: “Zegama”, en A.E.F., t. IV (1924), pp. 107-108).
Parece ser que también se vendieron las ajuetas durante la romería al Cristo de Lezo, el 14 de septiembre, pero quizás por intereses de unos vendedores deseosos de liquidar restos de serie más bien
que para ser utilizadas en alguna práctica de medicina popular (Herrán, 1896: 192).
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Homobono Martínez, José Ignacio: El monte de las romerías. Ernio y la polisemia de sus rituales
En la cúspide de Ernio, y por último, algunos de los asistentes encienden un
rollo de cera o similar, que antaño se colocaba ante cualquiera de las cruces de
hierro, rezando mientras se consumía. Pero también había quien, tras apagarlo,
se lo ceñía en torno a la cabeza y al cuello (Peña Santiago, 1973: 174-175).
Nadie tiene una clara noción de los motivos de la primera práctica, efectuada en
cumplimiento de promesa o voto, mientras que el propósito de la segunda es el
de proteger contra los dolores de cabeza y de garganta, creencia relacionada con
la advocación de San Juan Degollado. Además, otros peregrinos acudían con trozo de cerilla o candelilla –bildumena–, colocada a modo de cinturón para, una
vez arriba, dejarlo en la cruz y ceñirse en su lugar algunas de las cintas depositadas en la misma, con el propósito de librarse del dolor de cintura, una secuencia más de las prácticas antirreumáticas del Ernio56 (Barriola, 1979: 121). La
encargada de dirigir los Viacrucis recogía al final los restos de esta cera votiva
pero, al parecer, con un propósito meramente utilitario. Recientemente se ha
construido una txabola en las inmediaciones de la cumbre, en cuyo interior y
sobre un pequeño pedestal se encienden las escasas lamparillas o velones que
aún se ofrendan57.
2.6. Los actos profanos de la festividad
Una vez concluida la breve estancia en la cumbre, se emprende el regreso.
Algunos romeros se detienen para almorzar o pasar los aros en el collado más
próximo a la misma, pero la mayoría desciende directamente a las cantinas de
Zelatun, único escenario profano desde que desaparecieran las existentes en
Goiko Txabolia. Los excursionistas, una vez conquistada la cima, emprenden el
regreso a sus lugares de origen.
Son tres las cantinas actualmente existentes que, en conjunto, sirven unas
1.125 comidas cada domingo y, además, doble número de bocadillos; todas
ellas cuentan con servicio de bar. Una de estas cantinas funciona como tal desde 1936, y las otras dos desde 1971 y 1979. Sirven una carta sencilla y tradicional, a base de: caldo, alubias rojas, huevos fritos con chorizo o jamón, morci-
56. Con ser importantes y diversas las efectuadas en este monte, y hasta aquí descritas, no son
singulares tipológica ni exclusivas territorialmente en Euskal Herria, puesto que se acude a tal efecto a otras romerías de santuarios y/o montañas. En la propia Gipuzkoa también se iba a la cumbre
y cruz del Aizkorri, rezando el viacrucis e intercambiando cintas de percal que allí cuelgan (Barandiarán, 1972: 97). En Bizkaia, los afectados por dolores de cintura, garrikomiñe, acudían a las ermitas de Santa Eufemia en Arauna (Elorrio), a la parroquia de Bermeo, y sobre todo a la de Aulesti situada en la cumbre del monte Urregarai, fajando su cintura con rollos de cera –metzarra– depositados
y encendidos en el interior de aquélla; y también a la de Santa Águeda de Bikarregi (Dima). Los romeros procedentes de la Montaña, La Llanada o La Rioja alavesas y Ameskoa-Burunda (Navarra) se desplazaban a la ermita de Santa Teodosia (Sierra de Iturrieta), para impetrar la curación del reuma. En
Navarra, la importante romería de San Urbano de Gaskue –en la zona atlántica– y la de San Babil
–en Sangüesa/Zangotza– comparten la abogacía de las afecciones reumáticas; y las cadenas de
Teodosio de Goñi, en el santuario de San Miguel de Aralar, son utilizadas con análoga intención a los
aros del Ernio. En la Baja Navarra, por último, esta función terapeútica se atribuyó al baño en la fuente de Sta. Eulalia de Isturitz (Homobono, 1989: 438-440).
57. Estas ofrendas son muy escasas en la actualidad. El 2-X-1983 tan sólo se encendió un velón.
El 28-IX-1986 un velón, dos velas y otras dos bildumenak. Cuatro velones el 28-IX-1997.
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Homobono Martínez, José Ignacio: El monte de las romerías. Ernio y la polisemia de sus rituales
llas, chuletas de cordero, pollo, filetes o chuleta de vaca, redondo en salsa, arroz
con leche y café. El último domingo, cada una contrata su propia animación
musical58, y en el exterior se forma algunos corros que bailan a los alegres acordes de la triki-trixa o de la dulzaina, que la mayor parte de los excursionistas se
limitan a escuchar59. Son regentadas por ganaderos y pastores del entorno
–Errexil y Asteasu– que, durante estos días festivos, movilizan a sus familias
–hasta un total de 40 personas– para atender a la numerosa clientela. Todas
ellas prolongan su periodo de apertura durante varios meses, desde primavera
o verano hasta noviembre, o incluso durante todo el año, puesto que son numerosos los montañeros y excursionistas que acuden a Ernio durante los fines de
semana. Una compatibiliza esta actividad hostelera con la pastoril, y existe una
borda exclusivamente pastoril, perteneciente a un pastor de Berastegi. Aunque
hay quienes bajan a comer a Iturriotz60, la inmensa mayoría lo hace en las cantinas de Zelatun, donde ya al mediodía del último domingo se ha iniciado la fiesta profana, que prosigue alegremente tras la sobremesa.
A media tarde, los más rezagados van regresando al punto donde han aparcado sus vehículos. En Iturriotz prosigue la fiesta, puesto que en el porche de la
Venta y frente a la misma se forman grupos que bailan a lo suelto, animado por
los trikitrilaris Tapia de Asteasu, que desde 1980 acuden por cuenta propia. Los
más irreductibles continúan bailando y cantando hasta el anochecer. Los tres
primeros domingos, este epílogo musical de la romería tiene por escenario únicamente a Iturriotz, mientras que el último domingo se desarrolla principalmente en Zelatun, y también ante la Venta de Iturriotz.
3. CLAVES INTERPRETATIVAS
3.1. Aspectos y grados de formalización
La peregrinación implica un viaje cuyo punto focal de destino es un centro
sagrado, donde poder recargarse de energía mediante contacto con las potencias del mismo: y, en última instancia, recordar al creyente el sentido de su existencia. Peregrinar implica desplazarse a un locus espacial de connotaciones
sagradas, en búsqueda de la participación en experiencias que sobrepasan la
cotidianeidad profana, y por lo tanto la celebración festiva de un tiempo sagrado
(Dupront, 1987: 370-1, 377). La romería, peregrinación de pequeña escala, por
su breve duración –uno o varios días– y corta distancia –a un santuario local o
supralocal–, y siempre popular, participa de esa significación religiosa mediante
58. En 1986 las triki-trixas Iñaki y Ramón (Albistur), Tapia y Leturia (Lasarte), más los dulzaineros Kortu y Monte (Mártires – Azkoitia). Ha llegado a haber hasta doce acordeonistas en Zelatun. En
1997 uno de estos dulzaineros acompañado por trikitrixa. Estos últimos años acuden los trikitrilaris
hermanos Zabala y hermanos Epelde.
59. Sin embargo, son muchos más que en otras romerías quienes bailan fandangos o ariñ-ariñ
o trenzan briosas kalejiras.
60. No más de 30 personas por cada domingo, de acuerdo con la información facilitada por los
propietarios de la Venta en 1986. Sobre las excelencias culinarias de Iturriotz, véase Aguirre Alcalde
(1976: 229-230).
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Homobono Martínez, José Ignacio: El monte de las romerías. Ernio y la polisemia de sus rituales
comunicación con la imagen de la advocación titular o símbolo vicario; pero también de ruptura festiva con la cotidianeidad, de contemplación estética e identificación con el paisaje, y encuentro con la naturaleza; de complacencia por compartir la experiencia con familiares, amigos y vecinos; de uso de elementos tradicionales y de revivir situaciones y emociones del pasado individual o colectivo.
Pueblo o pueblos de origen, santuario y camino entre los mismos, constituyen
los tres referentes locativos habituales de una romería, en torno a los que se articulan unas significaciones sociales y simbólicas siempre plurales (Dupront,
1987: 376; Rodríguez Becerra, 2000: 164). Y es que, como observaran certeramente los Turner (1978: 27), los santuarios –y por extensión los locus de romeraje– “son como imanes culturales que atraen símbolos de todo tipo, verbales y
no verbales, polisémicos y polifónicos, con los que los peregrinos intentan comprender su contexto social”.
Entre las motivaciones que impulsan a ascender al Ernio a los romeros, la religiosidad es la de perfiles más netos y manifiestos, pero ni es la única ni tan siquiera ya la más importante, puesto que ha quedado relegada a un papel subordinado, en beneficio de los aspectos lúdicos y de las funciones expresivas de identidades e identificaciones. La institución eclesial ha correspondido con indiferencia
a una festividad cuyas prácticas taumatúrgicas, de índole mágico-supersticiosa y
finalidad empírica, apenas son disimuladas por un leve barniz de ortodoxia, aportado por la oración colectiva y la mediación simbólica de la cruz61. Tradicionalmente, los sacerdotes de los pueblos en romería se han abstenido de asistir a la
misma, por lo que la jerarquización institucional está ausente de estas prácticas
paralitúrgicas (Peña Santiago, 1973: 168). Salvo la episódica misa en Iturriotz,
las restantes expresiones religiosas se adscriben al dominio de lo individual o
son coordinadas por una mujer anónima y de extracción popular, doble condición indéxica de uno de los estamentos más subordinados de la comunidad de
creyentes.
Este carácter informal se hace extensivo a los actos profanos. Ninguno de los
ayuntamientos del entorno se encarga de organizar la romería, que se desarrolla
sobre un espacio tradicionalmente indiviso. Tampoco interviene comisión de fiestas alguna, al contrario de lo ya habitual para la generalidad de las romerías vascas, e incluso algunos de los animadores musicales acuden por cuenta propia.
3.2. Arquetipos y símbolos: la Cruz y la montaña
El complejo símbolo de la Cruz es objeto de una proyección sagrada y polo de
un lugar ritual. Mediante el mismo se cristianizaron hierofanías espaciales paga61. Si bien es cierto que toda peregrinación o romería goza de esta connotación de marginalidad
con respecto a las prácticas e instituciones religiosas (Turner y Turner, 1978: 1), en este caso se acentúa debido a la ausencia en Ernio de un santuario, cuyas imágenes y/o reliquias proporcionen un
referente sacral más ortodoxo. Cabe recordar que la religiosidad popular, a diferencia de una “religión formal” estructurada en torno al clero, los sacramentos y la relación interindividual del fiel con
Dios, “se caracteriza por una exuberante ceremonialidad comunitaria efectuada bajo la autoridad de
los oficiales laicos del pueblo, autónoma del control pastoral” (Shadow y Rodríguez-Shadow, 1994:
83).
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Homobono Martínez, José Ignacio: El monte de las romerías. Ernio y la polisemia de sus rituales
nas, de la naturaleza o de la cultura: montes, fuentes, dólmenes, caminos o templo. En cuanto símbolo representa el Axis mundi, a través de cuyos brazos se
entrecruzan el principio trascendental y vertical con el horizontal, vital y territorial.
La montaña y su cima se asocian, en cuanto arquetipo, con connotaciones
de permanencia, solidez y naturaleza. Participa del simbolismo de la trascendencia: alta, vertical, suprema; es el dominio de los meteoros atmosféricos y, en
virtud de ello, se la considera morada de los númenes, de los dioses o de los dragones. Y por eso mismo satanizada por el cristianismo y santificada por éste
mediante el sacrificio de Cristo en el arquetípico Calvario y la generalizada erección de santuarios en las cumbres o laderas de las montañas, desde el occidente europeo hasta la India, Tibet y China. La Cruz, erigida sobre la cumbre del
Gólgota, se corresponde con la montaña de todas las cosmogonías. Este sentido sacral de la cima proviene de su condición de punto de intersección entre el
cielo y la tierra, entre lo sagrado y lo profano; eje también simbolizado por el
Árbol Cósmico, a través del cual pasa el eje del mundo u ombligo de la tierra, que
también pone en contacto al mundo de los vivos con el de los muertos, cuya
morada sitúan muchas tradiciones en el interior de las montañas y sus grutas62.
Para quien contempla el mundo desde un punto de vista religioso estos enclaves
excepcionales, que dominan un espacio indiferenciado, subrayan la abrumadora
insignificancia del hombre confrontado con la magnificencia cósmica. Subir al
monte representa el encuentro con los valores que, a nivel simbólico, representa; y también una comunión pánica con las energías primigenias de la naturaleza y del cosmos (Cirlot, 1979: 154-6 y 308-10; Sorazu, 1979: 185; Eliade, 1979:
44-50 y 1981: 377-80; Dupront, 1987: 379-80 y 410-1; Mariño Ferro, 1987: 7582; Valdés, 1995: 75-8).
La mitología popular vasca, que atribuye potencia hierofánica a otras montañas, no ubica en el Ernio la morada de divinidad telúrica ni numen alguno63; tampoco obtiene éste legitimación como punto de anclaje de la memoria colectiva a
través de lecturas históricas. Existen, sin embargo otros indicios en el imaginario
popular, como las tradiciones legendarias ya citadas que lo designan como lugar
de reposo de los heróicos antepasados, con un sentido mistérico y de permanencia que, si no le atribuyen calidad sagrada, sí que trascienden su magnitud
orográfica64. El aspecto de la propia cumbre, erizada de cruces, recuerda al de
una necrópolis. En cuanto a prácticas rituales, tan sólo algunas ya desapareci-
62. La homología semántica entre ambos símbolos –monte y árbol– resulta implícita en el mensaje emic de una de mis informantes de Zubieta. Al preguntarla qué significaba Ernio y sus romerías
para ella, la respuesta fue: “Como otro árbol de Gernika”.
63. Sorazu (1979: 185-8) cita hasta diecinueve de estas montañas, entre las que no incluye al
Ernio, pero sí el vecino Mendikote, donde existen presuntas moradas de Mari –cueva– y de los gentiles –mina–. Cabe apuntar que al Ernio, dada su configuración orográfica, se le atribuya la propiedad de generar tormentas. Los indicios de los vecinos Pagoeta y Erniotxiki apuntan en esta dirección;
pero no he hallado datos que validen esta hipótesis, ni en los testimonios verbales de mis informantes ni en los trabajos relativos a esta montaña y sus prácticas rituales.
64. Que representan el equivalente legitimador de las leyendas de origen para los santuarios.
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das –como las de caminar descalzo, arrodillarse y besar el suelo– parecen remitir a una difusa sacralidad de la montaña. Pero estas cruces votivas representan,
individual o colectivamente, a los propios pueblos que peregrinan; con lo que el
encuentro ritual de vivos y muertos en la cumbre del Ernio en torno a las totémicas cruces remite –como explicitara Durkheim– a una sociedad que se adora a
sí misma mediante estas formas elementales de vida religiosa. Como también
sucede en Montejurra y en otros montes de nuestra geografía (MacClancy, 1992:
51).
La consagración religiosa de un lugar relega al referente mágico de la sacralidad precedente, aunque difícilmente consigue erradicar las viejas creencias,
hasta el punto de que apenas quede otra memoria de estos númenes que el folklore oral y sus repertorios cultos más característicos65 (Sébillot, 1983: 81-2). A
modo de rescoldos de ese pasado existen prácticas supersticiosas relacionadas
con la veneración de las piedras, dolménicas o no, dotadas por el imaginario
popular de virtualidad fecundadora. El ejemplo galaico que más se asemeja a
nuestro Ernio es el Pico Sacro por antonomasia, donde una ermita dedicada a
San Sebastián cristianiza un mal disimulado culto a la montaña66. Pero, como ha
subrayado Sallnow (1987: 3), la peregrinación vincula en una misma topografía
dos tipos de poder sacral: el cristiano y el de los espíritus autóctonos.
3.3. Los ritos de sanación
En cuanto a la tipología y significado de las prácticas rituales efectuadas
durante las romerías, se enmarcan entre las propias de una religiosidad popular
que no persigue finalidades como la salvación eterna, sino propósitos más pragmáticos y terrenales –resolución de problemas de salud y bienestar–, de escaso
contenido litúrgico y sacramental, enfatizando los aspectos devocionales y propiciatorios con el fin de obtener ayuda de las potencias sobrenaturales (Rodríguez-Shadow y Shadow, 2000: 19-21).
Así, por ejemplo, resulta tópica la creencia en las propiedades lustrales del
agua contra la sarna, utilizada en las abluciones de la fuente de San Juan de Iturriotz; atributo que comparte, en el propio país y en otros ámbitos, con muchas
fuentes dedicadas a esta advocación y/o visitadas el día del Bautista o de romería, ya que el agua es considerada como el elemento purificador y símbolo de
vida por excelencia. El fuego que consume el rollo de cera simboliza la llama del
65. A título comparativo, con la referencia a la cruz y su advocación en los montes vascos, sabemos que por toda la geografía galaica se han cristianizado los montes edificando en sus cimas capillas dedicadas a advocaciones santorales o marianas, sobre pretéritos lugares de culto pagano (Creencias en el costumbrismo religioso de Galicia. Pontevedra: Diputación Provincial, 1991; pp. 79-85).
66. Este pico, de forma cónica y llamativa, se asemeja a un cerro testigo. Al monte sagrado se
le ofrenda pan sobre una roca, con la fórmula: “Pico Sagro, Pico Sagro, sáname do mal, do mal que
traigo”. Durante la romería se pide a San Sebastián do Pico la curación de dolencias relacionadas
con huesos y articulaciones, así como con el reumatismo. Paralelismo acentuado por el halo legendario de este monte, al que ya se ha hecho referencia; pero, sobre todo, por las abluciones en la Fonte do Santo, las ofrendas de exvotos y las velas encendidas ante la imagen (Cebrián, 1982: 25-34;
Fraguas, 1988: 77-81).
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espíritu infundiendo energía vital al cuerpo; también ilumina el entorno de quienes han fallecido y se le atribuye sentido purificador. Desde la Edad Media es la
ofrenda más frecuente en los santuarios, en cumplimiento de alguna promesa o
voto. Las cintas, como los aros y la candelilla o bildumena, son meros transmisores, mediante la magia por contacto, de un poder que la mentalidad tradicional atribuye a la cruz. Es práctica frecuente en muchas romerías el contacto con
lo sagrado tocando la imagen o las reliquias con prendas personales, ciertas
plantas y pañuelos o cintas, que de este modo adquieren la calidad de reliquias
representativas, con parte del poder emanado de su fuente. Efectuar a pie el
camino de subida al Ernio constituye por sí mismo un plus añadido de sentido
penitencial. Su relativa dificultad se convierte en mortificación si además parte
de la caminata se efectúa descalzo, de rodillas o arrodillándose puntualmente
como muestra de sumisión ante la deidad y de subrayar el carácter dramático de
la súplica (Barandiarán, 1972: 66, 218-9, 384 y 432; Barriola, 1979: 120-1;
Sorazu, 1979: 192-6; Eliade, 1981: 210-3; Mariño Ferro, 1987: 100-16, 180-2,
194-6 y 243-9).
3.4. El síndrome lúdico: del baile a la mesa
Peregrinación y romería se asocian, desde sus orígenes, con fiesta popular y
feria multitudinaria; esta tricotomía garantiza la exigencia de fiesta total67 en un
tiempo y un lugar únicos (Dupront, 1987: 408-9). Para los jóvenes, y en especial
para los de los pueblos que se desplazaban colectivamente, estas romerías
suponían –a través del baile y el acompañamiento– unas jornadas de convivencia intersexual en un escenario alejado de su espacio cotidiano, libre por tanto
de la fiscalización de los adultos. Para las parejas formadas durante las precedentes fiestas patronales de estos u otros pueblos, proporcionaban la ocasión
de consolidar sus relaciones. Para los jóvenes, en general, el ascenso romero al
Ernio suponía ante todo expansión festiva, liberación de las relaciones sociales
onerosas. La eliminación de barreras entre géneros, y las oportunidades de ocio
diversificado en la vida cotidiana, erosionan esta dimensión de las romerías. El
baile, que ha perdido su función social, subsiste como escenificación coreográfica de las romerías de otrora y un espectáculo pedagógico ofrecido por unos
pocos al resto de los romeros. Aunque el placer del convivial es reforzado, en
estas de Ernio como en otras, por expresiones sociabilidad como el reencuentro
y la conversación cuyo propósito se agota en gozar de las relaciones interpersonales; y por una comensalidad que activa diferentes niveles de interacción e
identificación social: familiar, amical o vecinal en torno a la mesa común y a las
viandas compartidas (Homobono, 1989: 477-480).
67. Pese a que las actividades lúdicas de romerías vinculadas a santuarios relevantes, sometidos al control del clero, hayan sido calificadas por éste como anti-romería; aun cuando no son sino
la otra cara de una misma experiencia global, que no puede reducirse a las expresiones religiosas
(Steil, 1996: 134).
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Homobono Martínez, José Ignacio: El monte de las romerías. Ernio y la polisemia de sus rituales
3.5. La secularización de la montaña
Como ya lo indicara certeramente Elisée Reclus –eminente geógrafo y anarquista– las montañas –desde el Olimpo hasta el Sinaí– han perdido su aura
sacral, su condición de morada de los dioses o de los genios, de axis mundi para
el imaginario popular. La relación de las sociedades humanas con las montañas
ya no pasa por la adoración de éstas. El progreso técnico permite explotar sus
recursos naturales; ferrocarriles y funiculares posibilitan acceder a recónditos
parajes de montaña convertidos en destinos turísticos68. Y muchos hombres,
como los miembros de clubs alpinos, trepan a las cumbres en búsqueda de ejercicio físico, placer intelectual y autosuperación por los peligros afrontados y las
dificultades vencidas. La montaña despliega todo su potencial pedagógico de
aula de la naturaleza, como armonización del desarrollo con el medio natural, y
como simbiosis entre el medio urbano y el rural (1866; 1998 [1873]: 126-148).
En el plano epistemológico, la modernidad desplaza a la tradición, mientras que
lo histórico y racional subordina a lo mítico y emocional. Pero esta relación, lejos
de ser unívoca, está sometida a una relación dialéctica de la que emergen inéditas síntesis.
En el vasco sometido a las presiones cotidianas de la vida urbana e industrial
se despertó un sentimiento de retorno a la naturaleza69 y a la tierra materna
–Ama Lur–, una de cuyas expresiones la constituye el montañismo, que cuenta
con miles de asociados y muchos más practicantes informales en toda Euskal
Herria. Actitud manifiesta en los numerosos montañeros, habituales o esporádicos, que alcanzan la cumbre del Ernio estos días, como lo hacen durante el resto del año; a los que hay que añadir quienes acuden a disfrutar de un día de
monte. Caminar a pie a través de bosques, de rutas y senderos permite –más
allá de su condición de práctica instrumental de ocio– un repliegue sobre sí mismo, una meditación plena de potencialidades que posibilita una ulterior apertura al mundo y a sus exigencias. Los caminos y senderos constituyen una memoria inscrita en el terreno, puesto que su trazado es obra de los innumerables
caminantes que han recorrido estos lugares por análogas motivaciones; de una
especie de solidaridad transgeneracional entretejida en el paisaje (Le Breton,
2000: 11 y 80), una empatía con el genius loci más allá de la mera suma de sus
expresiones religiosas, lúdicas o cívicas. Practicar el senderismo, sin meta definida ni causa externa tiene sus orígenes en el romanticismo y en el excursionismo del siglo XIX (Bolnow, 1969: 106). Aunque la peregrinación al Ernio no carezca de meta ni de propósitos, tampoco resulta ajena al deambular por senderos
observando la naturaleza circundante.
68. Prometeo, héroe civilizador, robó el fuego para los hombres en la morada olímpica de los dioses, al precio de ser encadenado a una roca del Caúcaso, el más inhóspito de los montes para el
imaginario griego. Y la humanidad sigue el camino abierto por el titán, conquistando la montaña y la
naturaleza.
69. Como el ex-baserritarra en la fábrica y en la ciudad, cuyo cordón umbilical con su sociedad
rural de origen se mantiene mediante el despliegue de una estrategia ritual: participación en fiestas
y romerías, partidos de pelota, herri kirolak, recitales de bersolaris o práctica de la caza (Homobono,
1991: 97-98).
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Homobono Martínez, José Ignacio: El monte de las romerías. Ernio y la polisemia de sus rituales
Este deporte no competitivo enlaza con el ecologismo de nuevo cuño, pero
también vehicula el nexo con la cultura tradicional, con las raíces de la identidad
étnica. Porque, por encima de cualquier otra motivación, la romería de Ernio se
identifica con el retorno, periódico y efímero, a una montaña enraizada a la par
en el nivel mítico del imaginario y en la arquetípica –aunque ya irrelevante– actividad pastoril propia de la sociedad tradicional; ambas imaginadas y “reinventadas” por quienes se ven alienados de sus raíces, como forma de identificación
comunitaria. Y es que, como afirma Cazeneuve (1972: 16-17), la repetición y la
estabilidad constituyen parte intrínseca de la esencia del rito, acción estereotipada que se resiste al cambio, pese a la ineludible transformación de la sociedad70. Asumir la idea de cambio implicaría la negación de la eficacia simbólica
de aquél, aun cuando resulte evidente que expresiones y significados otrora definitorios hayan perdido su prevalencia (Homobono, 1997: 80; Steil, 1996: 15).
Para los romeros, ascender al Ernio es un ritual topográfico en busca de la
naturaleza, al propio tiempo que un acto performativo que reinventa el monte
como locus de manifestación sacral, en contraposición a un espacio urbano
soporte de las relaciones sociales. Aún más, todos estos aspectos fenomenológicos y experienciales del espacio, del lugar y del paisaje romeros –en definitiva
esta dimensión geográfica– implican un cierto reencantamiento, ya que el propio ambiente montañoso se revela “como un vasto, complejo y siempre cambiante” icono religioso (Sallnow, 1987: 17). Pero mediante expresiones modernas o tradicionales, lúdicas o rituales, todos los participantes en las romerías
pretenden contactar con las raíces de su cultura.
3.6. La communitas romera y las identidades colectivas
El acceso masivo de vehículos hasta los collados de acceso ha supuesto el
incremento de romeros ajenos al entorno y al perfil prototípico de Ernio, al proceder del ámbito urbano e industrial. Para éstos, Ernio supone una toma de contacto con lo ancestral, con las raíces étnicas71, con el monolingüismo euskaldun
de los espacios romeros, con el hábitat pastoril primigenio, con la adhesión a las
raíces culturales –en demanda de identidad colectiva– en torno a un cronotopos
que condensa el imaginario étnico. Casi todo en la romería –los ritos de la cum-
70. El ritual trata de mantener la imagen de permanencia, por lo que los cambios no se introducen en el mismo sino con extrema prudencia, y hasta con mala conciencia. Ya durante los años
sesenta, en un contexto de quiebra de los estilos de vida tradicionales, los padres instaban a sus
hijos para que prescindieran estas jornadas romeras a Ernio de prendas de vestir o calzado ya habituales, pero “impropios” de las romerías y del atuendo del prototipo del baserritarra –zapatillas
deportivas, nikis–, para sustituirlas por otras más acordes con el mismo –txapela, abarcas y camisa
de cuadros–.
71. Las romerías, como subraya Sanchis en su estudio de las portuguesas: “... tienden a constituirse espontáneamente en lugar sociológico de la conservación, relicario de actitudes colectivas
antiguas, refugio y exutorio, no solamente de una religión popular que pueda oponerse a la del clero, sino también de ciertas dimensiones de una civilización del intercambio directo y de una mentalidad ajena al cálculo del beneficio a largo plazo, civilización y mentalidad siempre en trance de ser
sumergida –en el propio grupo social que le sirve de soporte– como en otros ámbitos de actividad,
incluso religiosa” (1977: 74).
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Homobono Martínez, José Ignacio: El monte de las romerías. Ernio y la polisemia de sus rituales
bre, los menús tradicionales, el baile “al suelto”, la comunión estética con la
montaña y el paisaje– tiende a reforzar ese significado atávico de la peregrinación al Ernio.
La sociedad empírica, real, es orillada y sublimada a nivel simbólico durante
el tiempo festivo, en el que pasado, presente y futuro se integran en una comunidad significativa. Al fin y a la postre, como explicitara Durkheim y matizaran los
Turner (1978), las efervescentes expresiones festivas –y las peregrinaciones en
particular– no se limitan a reproducir la estructura social, la vida cotidiana con
sus diferencias sociales y jerárquicas, sino que representan la antiestructura,
una efímera dramatización de la communitas como desideratum utópico –y
potencialmente transformador– caracterizada por el compañerismo, el bienestar, la igualdad y la ausencia de jerarquías impuestas. Pero, como afirman las
corrientes político-simbólicas, ni estructura y communitas deben entenderse
como antagónicas y excluyentes sino como dialécticamente opuestas, siendo
portadora la peregrinación de funciones duales, ambiguas y contradictorias, integradoras a vez que virtualmente impugnadoras (Sallnow, 1987: 9-10; Shadow y
Rodríguez Shadow, 1994: 34-36 y 112-114). Ni tampoco los actuales romeros al
Ernio experimentan la peregrinación como experiencia liminoide que conduzca
de un espacio profano a otro sagrado, sino que protagonizan un movimiento pendular entre dos formaciones sociales coexistentes –la urbana y la rural– formando parte de una caravana de nómadas atraídos por el prometedor espejismo de la montaña.
Supuesta esta dimensión principal de las romerías al Ernio, existe en las
mismas una conexión subordinada con cada una de las identidades locales
del ámbito. El monte opera a modo de santuario supracomunal que se erige
en epicentro de una amplia zona, en fiesta de todos con independencia de su
ubicación liminal entre sendos municipios concretos. Resulta evidente que el
ámbito de la comunidad local es trascendido por la romería, ya que el significado de este lugar sagrado es muy superior al de los santos patronos locales,
actuando aquélla como efímero proceso macrocósmico (Sallnow, 1987: 3).
Pero ciertos símbolos o rituales, tales como los colores de cintas de tipo local
o el que antaño los grupos de romeros orasen ante la respectiva cruz de su
pueblo, imprimen al romeraje un sentido expresivo de identidades colectivas
de nivel local; evidente entonces tan sólo para los romeros concernidos y hoy
casi desaparecido.
Pero, como han afirmado Shadow y Rodríguez (1989: 175), toda romería o
peregrinación se inscribe en un sistema ritual que se extiende mucho más allá
de los límites sociales circunscritos a la comunidad local e incluso comarcal,
para remitir a la sociedad global, en cuanto expresión cultural y simbólica, informándonos de las relaciones entre ésta y aquéllas. Y ésta, como muchas otras
fiestas tradicionales, se inscribe en la producción discursiva instituyente del
nacionalismo vasco, en esa concepción holística de pueblo y nación que también comprende los niveles cultural, relacional y topográfico propios de cualquier
expresión festiva; y contribuyendo a la reproducción del imaginario la peculiar
temporalidad festiva que actúa como ritornello (Bidart, 2001: 49-50).
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Homobono Martínez, José Ignacio: El monte de las romerías. Ernio y la polisemia de sus rituales
A modo de corolario, puede afirmarse que las prácticas rituales propias de la
religiosidad popular han sido desplazadas por nuevas motivaciones. Las actividades recreativas, lúdicas o estéticas de la romería se desvinculan de su matriz
sacral, pero también se adscriben al ámbito de lo religioso, en cuanto identificación con creencias y expresión de pertenencia a comunidades articuladas en torno a afinidades primordiales. En Ernio se opera una transferencia de sacralidad
desde la religiosidad tradicional, sus símbolos y rituales, hasta las expresiones
de una religión secular capaz de inscribir el romeraje en el universo de significados de la identidad étnica y naturalística. En esta, como en otras romerías, las
expresiones folklóricas se transmutan de hábito étnico en orientación ideológica, mediante una religión civil nacionalista capaz de convertir cualquier ritual tradicional en capital político movilizable (Homobono, 1999: 97).
La nueva sacralidad está supeditada a la reproducción de vínculos innovadores y al reencantamiento del mundo social mediante el naturismo; la liturgia
de civilidad oficia la construcción simbólica de una comunidad imaginada como
síntesis de naturaleza y de cultura, de lo rural y lo urbano. Y las romerías actúan
como rituales civiles, mediante los que los participantes reifican su adhesión a
identidades colectivas de ámbito grupal, local, étnico y nacional (Rivière y Piette,
1990: 18-20; Eade y Sallnow, 1991: 3; Steil, 1996: 292). Las ritualizaciones festivas siempre remiten a una pluralidad de significados, y las romerías de Ernio
en particular asumen dimensiones polisémicas, catalizando la religación con lo
trascendente y la naturaleza, la communitas festiva y todo un caleidoscopio de
identidades colectivas. Precisamente su potencia emocional y su polisemia permiten establecer vínculos entre los diferentes grupos participantes y sus experiencias, más allá de sus diferentes visiones del mundo y de sus vivencias romeras.
4. FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA
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5. FOTOGRAFÍAS
Del autor del artículo, José Ignacio Homobono Martínez.
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Homobono Martínez, José Ignacio: El monte de las romerías. Ernio y la polisemia de sus rituales
Venta de Iturriotz (1997).
Ermita de San Juan Bautista de Iturriotz, y su fuente aneja (1986).
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Homobono Martínez, José Ignacio: El monte de las romerías. Ernio y la polisemia de sus rituales
Romeros ascendiendo al Ernio, a la altura de Gazume (1983).
Romeros descendiendo a Zelatun (1986).
514
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Homobono Martínez, José Ignacio: El monte de las romerías. Ernio y la polisemia de sus rituales
Cantinas en el collado de Zelatun, al pie del Ernio (1997).
Comiendo en las cantinas (1997).
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Homobono Martínez, José Ignacio: El monte de las romerías. Ernio y la polisemia de sus rituales
Puesto de venta, en Zelatun (1997).
Gran concurrencia en las campas de Zelatun (1997).
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Homobono Martínez, José Ignacio: El monte de las romerías. Ernio y la polisemia de sus rituales
Venta de zintak junto a la Gurutze Zarra (1983).
Aros, zintak y limosna en la Gurutze Zarra (1983).
Zainak. 26, 2004, 481-521
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Homobono Martínez, José Ignacio: El monte de las romerías. Ernio y la polisemia de sus rituales
Aros de hierro (1986).
Pasando los aros por el cuerpo (1997).
518
Zainak. 26, 2004, 481-521
Homobono Martínez, José Ignacio: El monte de las romerías. Ernio y la polisemia de sus rituales
Romera colocando una vela como ofrenda (1986).
Vía crucis o calvario, dirigido por una mujer de Errezil (1983).
Zainak. 26, 2004, 481-521
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Homobono Martínez, José Ignacio: El monte de las romerías. Ernio y la polisemia de sus rituales
Pasando las zintak por los brazos de la cruz de la cumbre (1983),
Cima de Ernio, erizada de cruces votivas (1997).
520
Zainak. 26, 2004, 481-521
Homobono Martínez, José Ignacio: El monte de las romerías. Ernio y la polisemia de sus rituales
Corros de baile al suelto (1997).
Animación musical. Gaitero y trikitrilari de Mártires - Azkoitia (1997).
Zainak. 26, 2004, 481-521
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